Artículo 1:
¿Existen en Cristo dos voluntades, una divina y otra
humana?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo dos voluntades, una
divina y otra humana.
1. En cada sujeto que quiere, la voluntad es el primer principio que
mueve e impera. Pero, en Cristo, el primer principio que mueve e
impera es la voluntad divina, ya que todo lo humano de Cristo se
activaba de acuerdo con la voluntad divina. Luego parece que en Cristo
no existió más que una voluntad, la divina.
2. El instrumento no se mueve por su propia voluntad, sino
por la voluntad de quien le impulsa. Ahora bien, la voluntad humana de
Cristo fue instrumento de su divinidad. Luego la naturaleza
humana de Cristo no actuaba a impulsos de la propia voluntad, sino
movida por la voluntad divina.
3. En Cristo sólo se multiplica lo que es propio de la
naturaleza. Pero no parece que la voluntad pertenezca a la naturaleza,
porque lo natural es necesario, mientras que lo voluntario no lo es.
Luego en Cristo no existió más que una sola voluntad.
4. El Damasceno dice, en el libro III,
que querer de una manera determinada no es propio de la naturaleza,
sino de la inteligencia, es decir, de la persona. Pero toda
voluntad es una voluntad determinada, porque nada se incluye en un
género si no se halla en alguna de sus especies. Luego toda
voluntad pertenece a la persona. Ahora bien, en Cristo sólo existió y
existe una persona. Por consiguiente, Cristo tiene una sola
voluntad.
Contra esto: está lo que dice el Señor en Lc 22,42: Padre, si
quieres, aparta de mi este cáliz pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya. Refiriéndose a este pasaje, comenta Ambrosio en su libro Ad Gratianum imperatoremz: Lo mismo que tomó mi voluntad, tomó también
mi tristeza. Y en su comentario In Luc.
escribe: Su voluntad se refiere a su humanidad; la del Padre, a la
divinidad. La voluntad humana es temporal; la divina es
eterna.
Respondo: Algunos defendieron que en Cristo
sólo existe una voluntad; pero parece que lo hicieron impulsados por
diversos motivos. Apolinar negó que Cristo tuviese un alma
intelectual, porque el Verbo hacía las veces del alma (
q.5 a.3), e
incluso del entendimiento. Por lo que,
al
residir la voluntad en la razón, como dice el
Filósofo en el libro III
De Anima, se seguía que
Cristo no tenía voluntad humana, y de este modo hay en él una sola
voluntad. E igualmente Eutiques, y todos los que admitían en Cristo
una sola naturaleza compuesta (
q.2 a.6), se veían obligados a
poner en él una sola voluntad. También Nestorio puso en Cristo una
sola voluntad, a consecuencia de haber defendido que la unión entre
Dios y el hombre se realizó en el orden afectivo y de la voluntad (
q.2 a.6).
Después también Macario, patriarca de Antioquía; Ciro,
de Alejandría; Sergio, de Constantinopla, y algunos de
sus seguidores, pusieron en Cristo una sola voluntad,
a pesar de poner en él dos naturalezas unidas en la hipóstasis, porque
pensaban que la naturaleza humana de Cristo no se movía por propio
impulso, sino sólo por el que provenía de la divinidad, tal como se ve
por la Epístola Sinodal del papa Agatón.
Y por esto, en el Concilio VI, celebrado en Constantinopla, se determinó la necesidad de afirmar que en Cristo hay dos voluntades, de este modo: De acuerdo con lo que los antiguos profetas dijeron de Cristo, y él mismo nos enseñó, y el Símbolo de los Santos Padres nos ha transmitido, proclamamos en Cristo dos voluntades y dos operaciones naturales.
Y tal proclamación fue necesaria porque es manifiesto que el Hijo de
Dios asumió una naturaleza humana perfecta, como antes hemos
demostrado (q.4 a.2 arg.2; q.5; q.9 a.1). Y la perfección de la
naturaleza humana exige la voluntad, por ser ésta una potencia suya
natural, al igual que lo es el entendimiento, como resulta claro por
lo dicho en la Primera Parte (q.79 a.1 ad 2; q.80 a.2). Por eso
es necesario defender que el Hijo de Dios asumió una voluntad humana
junto con la naturaleza humana. Ahora bien, al asumir la naturaleza
humana el Hijo de Dios no sufrió menoscabo alguno en lo que es propio
de su naturaleza divina, a la que compete tener su propia voluntad,
como hemos dicho en la Primera Parte (1 q.19 a.1). Luego es
necesario concluir que Cristo tiene dos voluntades, una divina y otra
humana.
A las objeciones:
1. Todo lo que pertenece a la
naturaleza humana de Cristo se movía al arbitrio de la voluntad
divina; pero de eso no se sigue que Cristo careciera del impulso de la
voluntad propio de la naturaleza humana. También las voluntades
piadosas de los otros santos actuaban de acuerdo con la voluntad de
Dios,
la cual obra en ellos el querer y el obrar, como se dice
en Flp 2,13. Aunque la voluntad no puede ser movida interiormente por
criatura alguna, sí es interiormente movida por Dios, como se ha dicho
en la
Primera Parte (
q.105 a.4;
q.106 a.2;
q.111 a.2). Y, de
esta manera, también Cristo, en cuanto a su voluntad humana, secundaba
la voluntad divina, de acuerdo con Sal 39,9:
He querido, Dios mío,
hacer tu voluntad. Por eso escribe Agustín en su obra
Contra
Maximin. Haeret.:
Cuando el Hijo dijo al
Padre (Mt 26,39):
No se haga lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú, ¿en qué te favoreció para que añadas y comentes: Demuestra
de verdad que su voluntad está sujeta a la del Padre? ¿Es que acaso
negamos nosotros que la voluntad del hombre esté sujeta a la de Dios?.
2. Es propio del instrumento ser
movido por el agente principal, pero de diversos modos conforme a su
propia naturaleza. En efecto, un instrumento inanimado, como el hacha
o la sierra, es movido por el artesano mediante un movimiento
exclusivamente corporal. El instrumento dotado de alma sensible es
movido a través del apetito sensitivo, como lo es el caballo por el
jinete. Pero el instrumento que tiene alma racional es movido
a través de su voluntad, como es movido el siervo por
el imperio de su amo en orden a realizar una acción; tal siervo, en
verdad, es como un instrumento animado, a juicio del Filósofo
en el libro I Pol.. Así pues, la naturaleza
humana de Cristo fue instrumento de la divinidad de modo que fuese
movida a través de su propia voluntad.
3. La voluntad es una potencia
natural, y sigue necesariamente a la naturaleza. Pero el movimiento o
el acto de la potencia, llamado también voluntad, unas veces es
natural y necesario, por ejemplo cuando versa acerca de la felicidad;
otras, en cambio, proviene del libre albedrío de la razón, y no es
necesario ni natural, como resulta manifiesto por lo dicho en la
Segunda Parte (
q.82 a.2;
1-2 q.10 a.1 y
2). Y, sin embargo,
la propia razón, que es el principio de este movimiento, es natural. Y
por eso es necesario poner en Cristo, además de la voluntad divina,
una voluntad humana, no sólo como potencia natural o como movimiento
natural, sino también como movimiento racional.
4. Con la expresión querer de
una manera determinada se designa un modo determinado de querer.
Pero el modo determinado se establece acerca de la misma realidad de
la cual es modo. Por lo que, al pertenecer la voluntad a la
naturaleza, también el querer de una manera determinada pertenece a la
naturaleza, no considerada según lo que es en absoluto, sino en cuanto
que está en tal hipóstasis. Por eso también la voluntad humana de
Cristo tuvo un modo determinado, por el hecho de existir en una
hipóstasis divina, de manera que se movió siempre al arbitrio de la
voluntad divina.
Artículo 2:
¿Tuvo Cristo una voluntad sensible, además de la voluntad
racional?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo una voluntad
sensible además de la voluntad racional.
1. Dice el Filósofo en el libro III De Animaz: La voluntad reside
en la razón; el irascible y el concupiscible se asientan en el apetito
sensitivo. Pero sensibilidad significa apetito sensitivo.
Luego en Cristo no hubo una voluntad sensible.
2. Según Agustín, en el libro XII De Trin., la serpiente es la representación de la sensibilidad. Pero en Cristo no hubo nada serpentino, pues poseyó, sin veneno, la semejanza de ese animal venenoso, como escribe el mismo Agustín comentando Jn 3,14: A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto. Luego en Cristo no se dio una voluntad sensible.
3. Como hemos dicho (
a.1 ad 3), la voluntad sigue a la
naturaleza. Pero en Cristo no hubo más que una naturaleza, fuera de la
divina. Luego en Cristo no existió más que una voluntad
humana.
Contra esto: está lo que dice Ambrosio en el libro II
Ad Gratianum
imperatorem:
Es voluntad mía la que él llama
suya, porque, en cuanto hombre, tomó él mi tristeza, con lo cual
se deja entender que la tristeza pertenece a la voluntad humana de
Cristo. Pero la tristeza pertenece a la sensibilidad, como hemos
expuesto en la
Segunda Parte (
1-2 q.23 a.1;
q.25 a.1). Luego
parece que en Cristo, además de la voluntad racional, hay una voluntad
sensible.
Respondo: Como antes hemos afirmado (q.4 a.2 arg.2;
q.5 a.9;
q.9 a.1), el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana
con todos los elementos que pertenecen a la perfección de la misma.
Pero la naturaleza humana incluye también la naturaleza animal, como
en la especie se incluye el género. Por eso es necesario que el Hijo
de Dios, junto con la naturaleza humana, asumiese lo que pertenece a
la perfección de la naturaleza animal. Uno de esos elementos es el
apetito sensitivo, llamado sensibilidad. Y por eso es preciso decir
que en Cristo existió un apetito sensitivo o una sensibilidad.
Pero debe tenerse en cuenta que la sensibilidad, o apetito sensitivo,
se llama racional por participación, en cuanto que, por
naturaleza, está destinado a obedecer a la razón,
como es claro por lo que dice el Filósofo en el libro I Ethic.. Y, por residir la voluntad en la
razón, como queda dicho (arg.1), por igual motivo puede decirse
que la sensibilidad es una voluntad por participación.
A las objeciones:
1. La objeción procede de la
voluntad propiamente dicha, que exclusivamente reside en la parte
intelectiva. Pero la llamada voluntad por participación puede darse
también en la parte sensitiva, en cuanto que ésta obedece a la
razón.
2. La serpiente es representación
de la sensibilidad, no en cuanto a la naturaleza de tal sensibilidad,
que Cristo asumió, sino en cuanto alude a la corrupción del «fomes»,
que no existió en Cristo.
3. Donde una realidad es razón de
otra, ahí parece haber una sola cosa; así la superficie, hecha
visible por medio del color, forma un solo objeto visible junto con el
color. Y, del mismo modo, así como en Cristo hay una sola naturaleza
humana, así también hay en él una sola voluntad humana, puesto que la
sensibilidad no se llama voluntad más que en cuanto participa de la
voluntad racional.
Artículo 3:
¿Tuvo Cristo dos voluntades racionales?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo tuvo dos voluntades
racionales.
1. Dice el Damasceno, en el libro II, que el hombre
tiene dos voluntades: una natural, llamada thelesis, y otra
racional, denominada bulesis. Pero Cristo, en su naturaleza
humana, tuvo todo lo que pertenece a la perfección de la misma. Luego
en Cristo existieron las dos voluntades citadas.
2. En el hombre la facultad apetitiva se diversifica de
acuerdo con la diversidad de la facultad aprehensiva; y por eso, en
conformidad con la diferencia entre sentido e inteligencia, se
distingue en el hombre un apetito sensitivo y un apetito intelectivo.
Pero, del mismo modo, por lo que se refiere a la aprehensión, se
distingue en el hombre la aprehensión de la razón y la aprehensión del
entendimiento; las dos se dieron en Cristo. Luego tuvo dos voluntades,
una intelectual y otra racional.
3. Algunos ponen en Cristo una pía
voluntad, que sólo puede establecerse por parte de la razón. Luego
en Cristo existieron varias voluntades racionales.
Contra esto: está que, en cualquier orden, hay un solo principio motor.
Pero la voluntad es el primer motor en el campo de los actos humanos.
Luego en un hombre sólo existe una voluntad propiamente dicha, que es
la voluntad racional. Y Cristo es un hombre. Por consiguiente, en él
solamente existe una voluntad humana.
Respondo: Como hemos expuesto (
a.1 ad 3), la
voluntad se toma unas veces como potencia y otras como acto. Por
consiguiente, si la voluntad se entiende en cuanto acto, es necesario
poner en Cristo dos voluntades racionales, esto es, dos especies de
actos voluntarios. La voluntad, como se dijo en la
Segunda
Parte (
1-2 q.8 a.2 y
3), versa acerca del fin y acerca de los
medios para alcanzarlo; y tiende a ambas cosas de modo diferente.
Efectivamente, al fin se encamina de manera tersa y absoluta, como a
algo bueno por naturaleza; en cambio, a los medios se dirige por una
cierta relación, en cuanto que resultan buenos en orden al fin. Y por
eso el acto de la voluntad orientado a un objeto querido por sí mismo,
v.gr. la salud, llamado por el Damasceno
thelesis, esto es,
simple voluntad, y denominado por los
Maestros
voluntad como naturaleza, es de
distinta naturaleza que el acto de la voluntad que se dirige a un
objeto querido en orden a otro, como es tomar una medicina, denominado
por el Damasceno
bulesis, es decir,
voluntad
consultiva, y llamado por los Maestros
voluntad
como razón. Pero esta diversidad de actos no diversifica las
potencias, porque ambos actos se fijan en una sola razón común del
objeto, que es la bondad. Y, por eso, hay que decir:
si se habla de la voluntad como potencia, en Cristo hay una voluntad
esencialmente humana, y no llamada tal por participación. En cambio,
si hablamos de la voluntad como acto, entonces hay que distinguir en
Cristo la voluntad como naturaleza, llamada
thelesis, y la
voluntad como razón, denominada
bulesis.
A las objeciones:
1. Esas voluntades no se
diversifican por la potencia, sino por la diferencia de los actos,
como queda dicho (en la sol.).
2. El entendimiento y la razón no
son potencias distintas, como queda expuesto en la
Primera
Parte (
q.79 a.8).
3. La pía voluntad no parece que se
distinga de la voluntad como naturaleza, por el hecho de que evita el
mal ajeno considerado en absoluto.
Artículo 4:
¿Tuvo Cristo libre albedrío ?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo libre
albedrío.
1. Dice el Damasceno en el libro III: Hablando con
propiedad, no es posible atribuir al Señor ni el «gnomen» (es
decir, el «parecen», la «opinión» o el «pensamiento»), ni la
«proeresis». Ahora bien, en las cosas referentes a la fe es donde debe
hablarse con la máxima propiedad. Luego en Cristo no se dio la
elección y, por consiguiente, tampoco el libre albedrío, cuyo acto es
la elección.
2. El Filósofo dice en el libro III Ethic, que la elección es un deseo precedido del consejo. Pero no parece que el consejo haya existido en Cristo, pues nadie toma consejo sobre las cosas de que se tiene certeza; y Cristo tuvo certeza acerca de todas las cosas. Luego Cristo no tuvo elección y, por consiguiente, tampoco libre albedrío.
3. El libre albedrío se comporta con indiferencia respecto
de los extremos. Pero la voluntad de Cristo, como antes hemos dicho
(
q.15 a.1 y
2), estaba determinada al bien, porque no pudo pecar.
Luego en Cristo no se dio el libre albedrío.
Contra esto: está lo que se lee en Is 7,15: Se alimentará de
mantequilla y de miel hasta que sepa desechar lo malo y elegir lo
bueno. Luego Cristo tuvo libre albedrío.
Respondo: Como acabamos de exponer (
a.3), la
voluntad de Cristo tuvo dos actos: uno, encaminado a lo que es querido
por sí mismo, que es lo propio del fin; otro, tendente a lo que se
quiere en función de otra cosa, que es lo propio de los medios para
dicho fin. Sin embargo, como dice el Filósofo en el libro III
Ethic., la elección se distingue de la voluntad
en que esta última, hablando con propiedad, se dirige al fin, mientras
que la elección se fija en los medios. Y, de esta manera, la simple
voluntad equivale a la voluntad como naturaleza, mientras que la
elección se identifica con la voluntad como razón, y es un acto propio
del libre albedrío, como hemos dicho en la
Primera Parte (
q.83 a.3;
1-2 q.13 a.1). Y por tanto, al tener Cristo la voluntad como
razón, es necesario que tenga también la elección y, por consiguiente,
el libre albedrío, cuyo acto es la elección, como hemos expuesto en
la
Primera Parte (
q.83 a.3;
1-2 q.13 a.1).
A las objeciones:
1. El Damasceno excluye de Cristo
la elección, entendiendo que ésta incluye duda. Pero la duda no es
algo que pertenezca necesariamente a la elección, puesto que también
Dios tiene la facultad de elegir, según Ef 1,4: Nos eligió en El
mismo antes de la constitución del mundo; pero en Dios no cabe
duda de ninguna clase. La duda afecta a la elección cuando ésta se
produce por parte de una naturaleza en que cabe la ignorancia. Y lo
mismo hay que decir de los otros datos mencionados por la autoridad
citada.
2. La elección presupone el
consejo; sin embargo, sólo sigue a éste cuando ya está determinado por
el juicio, pues, como dice Aristóteles en el libro
III Ethic., elegimos lo que, después de la
indagación del consejo, estimamos que debe hacerse. Y por lo mismo, si
uno juzga que debe hacerse una cosa sin duda o averiguación previas,
tal juicio es suficiente para la elección. Así resulta claro que la
duda o la indagación no pertenecen esencialmente a la elección, sino
sólo de manera accidental, cuando ésta proviene de una naturaleza
ignorante.
3. Aunque la voluntad de Cristo
esté determinada al bien, no lo está, sin embargo, a este o aquel bien
concretos. Y, por ese motivo, a Cristo le competía elegir mediante su
libre albedrío confirmado en el bien, lo mismo que acontece en los
bienaventurados.
Artículo 5:
¿La voluntad humana de Cristo quiso algo distinto de lo que quiere
Dios?
lat
Objeciones por las que parece que la voluntad humana de Cristo no quiso
algo distinto de lo que quiere Dios.
1. Hablando en nombre de Cristo, dice Sal 39,9: Quise, Dios mío,
hacer tu voluntad. Pero el que quiere la voluntad de uno, quiere
lo que quiere aquél. Luego parece que la voluntad humana de Cristo no
quiso cosa distinta de lo que quería su voluntad divina.
2. El alma de Cristo tuvo una caridad perfectísima, hasta el
extremo de superar la capacidad de nuestro conocimiento, según lo
dicho en Ef 3,19: La caridad de Cristo, que supera toda
ciencia. Pero lo propio de la caridad es hacer que el hombre
quiera lo mismo que quiere Dios. Por eso dice también el Filósofo, en
el libro IX Ethic., que una de las cosas
propias de la amistad es querer y elegir lo mismo. Luego la
voluntad humana de Cristo no quiso cosa distinta de lo querido por su
voluntad divina.
3. Cristo fue bienaventurado de verdad. Pero los santos,
que son bienaventurados en el cielo, no quieren nada distinto de lo
que quiere Dios. De otro modo, no serían bienaventurados, porque no
poseerían todo lo que quisiesen, pues, como dice Agustín en el
libro De Trin XIII, 5., es bienaventurado el que
tiene todo lo que quiere, y no quiere nada malo. Luego Cristo no
quiso con su voluntad humana nada distinto de lo que quiso su voluntad
divina.
Contra esto: está lo que dice Agustín en su obra Contra Maximin.
Haeret.: Cuando Cristo dice: «No se haga lo que yo quiero, sino
lo que quieres tú» (Mt 26,39), da a entender que quiso algo
distinto de lo que quería el Padre. Esto no pudo quererlo más que con
su voluntad humana, puesto que mudó nuestra debilidad hacia su amor
humano, no hacia su amor divino.
Respondo: Como ya se ha expuesto (
a.2 y
3), en
Cristo, en cuanto hombre, existieron varias voluntades, a saber: la
voluntad sensible, llamada voluntad por participación; y la voluntad
racional, considerada bien como naturaleza, bien como razón. Y antes
hemos dicho (
q.13 a.3 ad 1;
q.14 a.1 ad 2) que, por una dispensación
divina, el Hijo de Dios, antes de su
pasión, permitía a su carne
obrar y padecer lo que es propio de ésta. Y lo mismo permitía a
todas las facultades de su alma hacer lo que es propio de las mismas.
Ahora bien, es evidente que la voluntad sensible rehuye, por
naturaleza, los dolores sensibles y la lesión corporal. Igualmente, la
voluntad como naturaleza rechaza también las cosas contrarias a la
naturaleza y lo que es esencialmente malo, por ejemplo la muerte y
otras cosas por el estilo. Pero la voluntad como razón puede, a veces,
elegir tales cosas en orden a un fin; así, la voluntad sensible de un
hombre normal, e incluso su voluntad absolutamente considerada,
rehuyen el cauterio, que la voluntad como razón elige en orden a la
salud. Pero era voluntad de Dios que Cristo padeciese los dolores, la
pasión y la muerte; Dios quería tales cosas no por sí mismas, sino en
orden al fin de la salvación de los hombres. Con esto resulta evidente
que Cristo, con su voluntad sensible y con su voluntad racional
considerada como naturaleza, podía querer algo distinto de lo que Dios
quería. Sin embargo, con su voluntad como razón quería siempre lo
mismo que quería Dios. Esto es manifiesto por sus propias palabras:
No como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Con su
voluntad como razón quería, efectivamente, que se
cumpliese la voluntad divina, aunque diga querer otra cosa con su otra
voluntad
.
A las objeciones:
1. Cristo quería que se cumpliese
la voluntad del Padre; pero no lo quería con su voluntad sensible,
porque la apetencia de ésta no llega hasta la voluntad de Dios; ni
tampoco lo quería con su voluntad como naturaleza, que tiende a
algunos objetos absolutamente considerados, y no en orden a la
voluntad divina.
2. La conformidad de la voluntad
humana con la divina se establece de acuerdo con la voluntad racional;
también según ésta concuerdan las voluntades de los amigos, en cuanto
que la razón considera el objeto querido en orden a la voluntad del
amigo.
3. Cristo fue a la vez
bienaventurado y viador, porque su alma gozaba de Dios y, por otro
lado, tenía un cuerpo pasible. De ahí que, por parte de su carne
pasible, pudiera acaecerle algo que repugnase a su voluntad natural y
también a su apetito sensitivo.
Artículo 6:
¿Se dio en Cristo contrariedad de voluntades?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo existió contrariedad de
voluntades.
1. La contrariedad de voluntades se considera de acuerdo con la
contrariedad de los objetos, lo mismo que la contrariedad de
movimientos se estima en conformidad con la contrariedad de los
términos, como resulta claro por el Filósofo en el libro V
Phys.. Pero Cristo quería cosas contrarias en
conformidad con las diversas voluntades que tenía, pues con su
voluntad divina quería la muerte, que rechazaba con su voluntad
humana. Por eso dice Atanasio en el libro Adversus Apollinarium: Cuando Cristo dijo: «Padre, si es posible, pase
de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt
26,39; cf. Me 14,36; Lc 22,42);y de nuevo: «El espíritu está
pronto, pero la carne es flaca» (Mt 26,41; Me 14,38), manifestó dos
voluntades: la humana, que, debido a la flaqueza de la carne, rehuía
la pasión; y la divina, valerosa para sufrirla. Luego en Cristo
existió contrariedad de voluntades.
2. En Gal 5,17 se dice que la carne tiene tendencias
contrarias a las del espíritu, y el espíritu las tiene contrarias a
las de la carne. Así pues, hay contrariedad de voluntades cuando
el espíritu desea una cosa y la carne otra. Ahora bien, esto ocurrió
en Cristo porque su voluntad de caridad, producida en su alma por el
Espíritu Santo, deseaba la pasión conforme a las palabras de Is 53,7:
Se ofreció porque él mismo quiso; mientras que su carne trataba
de evitarla. Luego se dio en él contrariedad de voluntades.
3. En Lc 22,43 se dice que puesto en agonía, oraba más
largamente. Pero la agonía da la impresión de llevar consigo un
cierto combate por parte del espíritu, que tiende a lo contrario.
Luego parece que en Cristo hubo contrariedad de voluntades.
Contra esto: está que en una declaración del Concilio VI se dice: Confesamos (en Cristo) dos voluntades naturales: no
contrarias, como han afirmado los herejes impíos, sino siguiendo su
voluntad humana, y sin resistencia o repulsa, sino más bien con
sumisión, a su voluntad divina y omnipotente.
Respondo: La contrariedad sólo puede existir
cuando la oposición se considera respecto de un mismo objeto y bajo un
mismo aspecto. En cambio, si la diversidad existe respecto de objetos
distintos y bajo aspectos diferentes, eso no basta para salvar la
naturaleza de la contrariedad, ni tampoco la esencia de la
contradicción: por ejemplo, que un hombre sea hermoso y sano en las
manos, y no lo sea en los pies.
Por consiguiente, para que en alguien exista contrariedad de
voluntades, se requieren dos condiciones: primera, que la diversidad
de voluntades se considere bajo el mismo aspecto; pues si la voluntad
de uno es hacer algo por una razón universal, y la
voluntad de otro es no hacer eso mismo por una razón particular, no se
da en absoluto contrariedad de voluntades. Por ejemplo, si un rey, por
el bien de la república, quiere ahorcar a un ladrón, y un pariente
suyo, por el amor particular que le tiene, desea que no se le ahorque,
no hay contrariedad de voluntades; a no ser que su amor al bien
privado sea tan grande que, para conservar éste, quiera impedir el
bien público; en este caso existiría oposición de voluntades bajo un
mismo aspecto.
Segunda, que la contrariedad se dé en una misma voluntad, pues si el
hombre con su apetito racional quiere una cosa y con su apetito
sensitivo quiere otra, no existe la contrariedad, a no ser que el
apetito sensitivo prevalezca de tal modo que cambie o retarde el
apetito racional; pues, en este caso, ya se deja sentir en la voluntad
racional algo del movimiento contrario del apetito
sensitivo.
Por consiguiente, es preciso decir que, aunque la voluntad natural y
la voluntad sensible de Cristo hubieran querido algo distinto de lo
que querían su voluntad divina y su voluntad racional, con todo, no
existió en él contrariedad de voluntades. En primer lugar, porque ni
la voluntad natural ni la voluntad sensible de Cristo rechazaban los
motivos por los que su voluntad divina y su voluntad racional humana
querían la pasión. La voluntad absoluta de Cristo quería la salvación
del género humano, pero no era de su competencia querer una cosa en
orden a otra. El impulso de su sensibilidad no podía llegar hasta
esto.
En segundo lugar, porque ni la voluntad divina ni la voluntad
racional de Cristo eran impedidas o retardadas por su voluntad natural
o por el apetito sensitivo. Y del mismo modo, a la inversa, ni la
voluntad divina ni la voluntad racional de Cristo rehuían o retardaban
el impulso de su voluntad humana ni el movimiento de su sensibilidad.
A la voluntad divina y a la voluntad racional de Cristo les agradaba
que su voluntad natural y su voluntad sensible actuasen en conformidad
con su propia naturaleza.
De donde resulta claro que en Cristo no se dio oposición o
contrariedad de voluntades.
A las objeciones:
1. El que alguna de las voluntades
humanas de Cristo quisiera algo distinto de lo que quería su voluntad
divina, provenía de esta misma voluntad divina, con cuyo asentimiento
la naturaleza humana de Cristo era impulsada en conformidad con los
movimientos que le eran propios, como dice el Damasceno.
2. En nosotros los deseos del
espíritu son impedidos o retardados por la concupiscencia de la carne;
esto no sucedió en Cristo. Y, por eso, en Cristo no existió
contrariedad entre la carne y el espíritu, como existe en
nosotros.
3. En Cristo no existió agonía en
lo que atañe a la parte racional de su alma, en cuanto esto lleva
consigo el enfrentamiento de voluntades proveniente de diversos
motivos: por ejemplo, cuando alguien, por fijarse en un motivo, quiere
esto y, por fijarse en otro aspecto, quiere lo contrario. Pero esto
acontece por la flaqueza de la razón, que no es capaz de discernir qué
es absolutamente lo mejor. Ahora bien, esto no sucedió en Cristo, cuya
razón juzgaba que lo absolutamente mejor era cumplir la voluntad
divina, por medio de su pasión, para la salvación del género humano.
No obstante, en Cristo se dio la agonía en cuanto a la parte
sensitiva, porque ésta lleva consigo el temor de la desgracia
inminente, como dice el Damasceno en el libro III.