Completando lo anterior, procede ahora considerar el tema de la
esperanza. En primer lugar, la esperanza en sí misma. Segundo, el don
de temor (q.19). Tercero, los vicios opuestos (q.20). Cuarto, los
preceptos (q.22).
Sobre lo primero se plantean dos problemas: la esperanza en sí misma (q.17) y su sujeto (q.18).
Sobre lo primero se formulan ocho preguntas:
- ¿Es virtud la esperanza?
- ¿Es su objeto la bienaventuranza eterna?
- ¿Puede esperar el hombre la bienaventuranza de otro por la virtud de la esperanza?
- El hombre, ¿puede esperar en el hombre?
- La esperanza, ¿es virtud teologal?
- Su distinción de las otras virtudes teologales.
- Su ordenación a la fe.
- Su ordenación a la caridad.
Artículo 1:
¿Es virtud la esperanza?
lat
Objeciones por las que parece que la esperanza no es
virtud:
1. De la virtud nadie usa mal, enseña San Agustín en el
libro De lib. arb. Pues bien, hay quien usa mal
de la esperanza, pues en la esperanza, como en toda pasión, se da
medio y extremo. La esperanza, pues, no es virtud.
2. Ninguna virtud proviene de los méritos, ya que, como
escribe San Agustín: La virtud la causa Dios en nosotros sin
nosotros. La esperanza, empero, proviene de la
gracia y de los méritos, como escribe el Maestro.
No es, por lo tanto, virtud.
3. La virtud es la disposición de lo perfecto, como
se lee en VII Physic. La esperanza, en cambio, es
disposición del imperfecto, es decir, de quien no tiene lo que espera.
En consecuencia, la esperanza no es virtud.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio, que en I Moral,
dice que en las tres hijas de Job están representadas las tres
virtudes: la fe, la esperanza y la caridad. Luego la
esperanza es virtud.
Respondo: Según el Filósofo en II Ethic.: La virtud, en todo ser, es lo que hace
bueno a quien la tiene y hace buena su obra. Es menester, por lo
tanto, que, donde haya un acto bueno, ese acto corresponda a una
virtud humana. Ahora bien, en todas las cosas humanas sometidas a una
regla y a una medida se valora el bien por el hecho de que la persona
en cuestión se ajuste a su propia regla, como decimos que es bueno el
vestido ajustado a sus propias medidas. Ahora bien, como ya hemos
expuesto (1-2 q.71 a.6), para los actos humanos hay doble medida: una
próxima y homogénea, o sea, la razón natural; y otra suprema y
trascendente, que es Dios. Por eso es bueno todo acto humano que llega
a la razón o a Dios mismo. Pues bien, el acto de esperanza, de que
tratamos aquí, llega a Dios porque, como expusimos al tratar de la
pasión de la esperanza (1-2 q.40 a.1), el objeto de la misma es el
bien futuro, arduo y asequible. Por otra parte, una cosa nos es
asequible de dos maneras: la primera, por nosotros mismos; la segunda,
por otros, como se ve en III Ethic. Por lo tanto,
en cuanto esperamos algo como asequible gracias a la ayuda divina,
nuestra esperanza llega hasta Dios mismo, en cuya
ayuda nos apoyamos. Por eso resulta evidente que la
esperanza es virtud: hace bueno el acto del hombre y se ajusta a la
regla adecuada.
A las objeciones:
1. En las pasiones, el medio
virtuoso se toma del hecho de que llega a la recta razón: es la
definición misma de virtud. Por lo tanto, en el caso de la esperanza,
el bien de la misma en cuanto virtud se toma también del hecho de que
el hombre, esperando, llega a la regla debida, es decir, Dios. De ahí
que nadie puede usar mal de la esperanza apoyada en Dios, como tampoco
de la virtud moral que se apoya en la razón, dado que el hecho de
llegar hasta la propia regla es el buen uso de la virtud. Pero es de
advertir que la esperanza de que ahora tratamos no es pasión, sino
hábito, como se verá después (q.18 a.1).
2. Se piensa que la esperanza
proviene de los méritos en cuanto a la realidad misma que se espera,
es decir, en el sentido de que se espera alcanzar la bienaventuranza
por la gracia y los merecimientos, o también en cuanto al acto de
esperanza formada. Pero el hábito mismo de la esperanza por la que se
espera alcanzar la bienaventuranza no lo causan los méritos, sino que
es obra exclusiva de la gracia.
3. Quien espera es en verdad
imperfecto en cuanto a lo que espera tener y que aún no tiene; pero es
perfecto en cuanto al hecho de llegar hasta la propia regla, es decir,
Dios, en cuya ayuda se apoya.
Artículo 2:
¿Es la bienaventuranza eterna el objeto de la esperanza?
lat
Objeciones por las que parece que el objeto de la esperanza no es la
bienaventuranza eterna:
1. El hombre no espera lo que rebasa toda aspiración de su alma, y la
esperanza es una aspiración del alma. Ahora bien, la bienaventuranza
eterna soprepuja toda aspiración del alma humana, a tenor de las
palabras del Apóstol: No vino al corazón del hombre (1 Cor
2,9). La bienaventuranza, pues, no es objeto propio de la
esperanza.
2. La oración es intérprete de la esperanza, según leemos en
la Escritura: Revela al Señor tu camino y espera en El, y El
actuará (Sal 36,5). Pues bien, el hombre pide lícitamente a Dios
no sólo la bienaventuranza eterna, sino también los bienes de la vida
presente, tanto temporales como espirituales, e incluso la liberación
de los males, que no existirán en la bienaventuranza eterna, como se
ve en la oración dominical (Mt 6,11ss). En consecuencia, la
bienaventuranza eterna no es objeto propio de la esperanza.
3. El objeto de la esperanza es lo arduo. Ahora bien, para
el hombre hay otras muchas cosas arduas, además de la bienaventuranza
eterna. Luego la bienaventuranza eterna no es objeto propio de la
esperanza.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol (Heb 6,19): Tenemos
esperanza que camina —es decir, hace caminar— hasta el
interior del velo, o sea la bienaventuranza
celestial, como expone la Glosa. En
consecuencia, el objeto de la esperanza es la bienaventuranza
eterna.
Respondo: Como hemos expuesto (a.1), la
esperanza de que tratamos alcanza a Dios apoyándose en su auxilio para
conseguir el bien esperado. Ahora bien, entre el efecto y la causa
debe haber proporción, y por eso el bien que propia y principalmente
debemos esperar de Dios es un bien infinito proporcionado al poder de
Dios que ayuda, ya que es propio del poder infinito
llevar al bien infinito, y este bien es la vida eterna, que consiste
en la fruición del mismo Dios. En efecto, de Dios no se puede esperar
un bien menor que El, ya que la bondad por la que comunica bienes a
sus criaturas no es menor que su esencia. Por eso el objeto propio y
principal de la esperanza es la bienaventuranza eterna.
A las objeciones:
1. La bienaventuranza eterna no
llega en realidad de manera perfecta al hombre, es decir, hasta el
punto de que pueda conocer el hombre viador cuál y cómo sea; puede, no
obstante, llegar su conocimiento bajo una razón común, es decir, la de
bien perfecto, y así tiende hacia ella la esperanza. Por eso dice
terminantemente el Apóstol que la esperanza penetra hasta el
interior del velo (Heb 6,19), pues lo que esperamos queda aún
velado para nosotros.
2. Cualquier tipo de bien no lo
debemos pedir a Dios sino en orden a la bienaventuranza eterna. De ahí
que la esperanza se dirige también principalmente a la bienaventuranza
eterna; en cambio, los demás bienes que se piden a Dios los considera
de manera secundaria, es decir, en orden a la
bienaventuranza eterna. Sucede lo mismo que con la fe, que se refiere
principalmente a Dios, y de manera secundaria, a lo que a El se
refiere, como hemos visto (q.1 a.1; a.6 ad 1).
3. Al hombre que anhela algo
grande le parece pequeño lo que no es grande. Por eso, al hombre que
espera la bienaventuranza eterna no le parece difícil ninguna cosa en
orden a ella. Mas respecto a la capacidad del que
espera pueden serle también difíciles otras cosas. Bajo este aspecto
puede tener esperanza de ellas en orden al objeto
principal.
Artículo 3:
¿Puede uno esperar para otro la bienaventuranza eterna?
lat
Objeciones por las que parece que se puede esperar para otro la
bienaventuranza eterna:
1. Dice el Apóstol: Tengo confianza de que quien inició la obra
entre vosotros, la llevará hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1,6).
Ahora bien, la perfección de aquel día será la bienaventuranza eterna.
En consecuencia, se puede esperar para otro la bienaventuranza
eterna.
2. Pedimos a Dios lo que esperamos obtener de El. Pues bien,
pedimos a Dios que lleve a otros a la bienaventuranza eterna, a tenor
de las palabras de Santiago: Orad unos por otros para que os
salvéis (5,16). Podemos, pues, esperar para otros la
bienaventuranza eterna.
3. La esperanza y la desesperación versan sobre lo mismo.
Se puede desesperar de la salvación de otro, pues, de otra suerte, en
vano diría San Agustín en el libro De verb. Dom.: De nadie hay que
desesperar mientras vive. Por lo tanto, se puede
esperar también para otro la bienaventuranza eterna.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en Enchir.: La
esperanza no es sino de cosas que pertenecen a quien las espera.
Respondo: Hay dos modos de tener esperanza.
Uno, absoluto, y así hay esperanza solamente del bien arduo que le
atañe a uno; o bien, presupuesta otra cosa. Bajo este aspecto puede
recaer también sobre las cosas de otro. Para comprender esto se ha de
saber que el amor y la esperanza difieren en que el amor implica
cierta unión entre quien ama y lo que ama; la esperanza, en cambio,
entraña un movimiento o inclinación del apetito hacia el bien arduo.
Ahora bien, la unión se da entre realidades distintas; por eso puede
el amor referirse directamente a aquel con quien se está unido por el
amor considerándolo como el bien de sí mismo. El movimiento, por su
parte, implica siempre tendencia a un final apropiado al móvil; de ahí
que la esperanza haga referencia directamente al bien propio, no al
bien que atañe a otro. Pero, presupuesta la unión de amor con otro, puede desear y esperar algo para él como
para sí mismo. Bajo este aspecto puede uno esperar para otro la vida
eterna en cuanto está unido a él por el amor. Y como es la misma la
virtud de la caridad con que se ama a Dios, a sí mismo y al prójimo,
una misma es también la virtud de la esperanza con que se espera para
sí y para otro.
A las objeciones: Con lo dicho va dada la respuesta a las
objeciones.
Artículo 4:
¿Se puede lícitamente esperar en el hombre?
lat
Objeciones por las que parece que se puede lícitamente esperar en el
hombre:
1. El objeto de la esperanza es la bienaventuranza eterna. Ahora
bien, para conseguir la bienaventuranza eterna nos valemos del
patrocinio de los santos, según el testimonio de San Gregorio en I Dial.: La predestinación se ayuda con las oraciones de los santos. Se puede, pues, esperar en el
hombre.
2. Si no se pudiera esperar en el hombre, a nadie se le
podría inculpar que otro no quiera esperar en él. Pues bien, a algunos
se les echa esto en cara, según leemos en Jeremías: Cada cual se
guarde de su prójimo y no tenga confianza en ningún hermano suyo
(Jer 9,4). En consecuencia, se puede lícitamente esperar en el
hombre.
3. Según hemos dicho (a.2 arg.2), la oración es intérprete
de la esperanza. Pues bien, si se puede lícitamente pedir a otro,
lícitamente también se puede esperar de él.
Contra esto: está el testimonio del profeta: Maldito el hombre que
confía en el hombre (Jer 17,5).
Respondo: Según hemos expuesto (1-2 q.40 a.7; q.42 a.1; a.4 ad 3), la esperanza tiene dos objetos: el bien que se
pretende conseguir y el auxilio con el que se consigue. Pues bien, el
bien que se espera conseguir tiene razón de causa final; el auxilio,
en cambio, con el que se espera conseguir tiene carácter de causa
eficiente. Pero en cada género de esas causas hay que considerar lo
que es principal y lo que es secundario. El fin principal es el fin
último, y el secundario es el bien ordenado al fin. De manera análoga,
la causa eficiente principal es el agente primario, y la causa
eficiente secundaria es el agente instrumental secundario. Ahora bien,
la esperanza tiene como fin último la bienaventuranza eterna; el
auxilio divino, en cambio, como causa primera que conduce a la
bienaventuranza. Por lo tanto, como fuera de la bienaventuranza eterna
no es lícito esperar bien alguno como fin último, sino sólo como
ordenado a ese fin de la bienaventuranza, tampoco es lícito esperar en
ningún hombre, o en criatura alguna, como causa primera que conduzca a
la bienaventuranza; es lícito, sin embargo, esperar en el hombre o en
otra criatura como agente secundario instrumental, que ayude a
conseguir cualquier bien ordenado a la bienaventuranza. De esta manera
recurrimos a los santos, e incluso pedimos algunos bienes a los
hombres, y son vituperados aquellos en quienes no podemos esperar que
aporten ningún tipo de auxilio.
A las objeciones: Con esto quedan resueltas las
objeciones.
Artículo 5:
¿Es virtud teologal la esperanza?
lat
Objeciones por las que parece que la esperanza no es virtud
teologal:
1. La virtud teologal tiene por objeto a Dios. Pues bien, el objeto
de la esperanza es no solamente Dios, sino también otros bienes que
esperamos obtener de El. En consecuencia, la esperanza no es virtud
teologal.
2. La virtud teologal, como hemos expuesto (1-2 q.64 a.4),
no consiste en un medio entre dos vicios. Pero la esperanza consiste
en un medio entre la presunción y la desesperación. La esperanza,
pues, no es virtud teologal.
3. La expectación pertenece a la longanimidad, parte de la
fortaleza, y la esperanza es cierta expectación. No parece, pues, que
sea virtud teologal, sino moral.
4. Finalmente, el objeto de la esperanza es lo arduo. Ahora bien,
tender hacia lo arduo corresponde a la magnanimidad, virtud moral.
Luego la esperanza es virtud moral, no teologal.
Contra esto: está el hecho de que el Apóstol la enumera juntamente con
la fe y la caridad, virtudes teologales (1 Cor 13,15).
Respondo: Dado que las diferencias específicas
dividen de manera conveniente el género, se debe tener en cuenta de
dónde deriva la naturaleza virtuosa de la esperanza para saber en qué
especie haya que situarla. Pues bien, hemos visto (a.1) que la
esperanza tiene razón de virtud por alcanzar la regla suprema de los
actos humanos, a la cual llega tanto en su calidad de causa eficiente
primera, en cuyo auxilio se apoya, como en su calidad de causa final
última, al esperar la bienaventuranza en la posesión de Dios. Resulta,
pues, evidente que el objeto principal de la esperanza, en cuanto
virtud, es Dios. Ahora bien, dado que la razón de virtud teologal
consiste en tener como objeto a Dios, como hemos demostrado (1-2 q.62 a.1), es evidente que la esperanza es virtud teologal.
A las objeciones:
1. Todo cuanto espera alcanzar la
esperanza, lo espera en orden a Dios como último fin y como causa
eficiente primera, según hemos dicho (a.4).
2. En las cosas reguladas y
medidas se logra el medio en cuanto se alcanza la regla o medida; si
excede la regla, sobreviene lo superfluo; si no se llega, lo
defectuoso. Pero en la regla o medida en sí misma no cabe hablar de
medio o extremo. Pues bien, la virtud moral tiene como objeto propio
algo regulado por la razón, y por eso le corresponde esencialmente
estar en el justo medio respecto de su objeto propio; la virtud
teologal, en cambio, tiene por objeto propio la regla primera en sí
misma, no regulada por ninguna otra. De ahí que, de suyo, y por su
objeto propio, a la virtud teologal no le compete consistir en un
medio. Puede, sin embargo, competirle accidentalmente, en función de
algo ordenado al objeto principal. Así, la fe no puede tener medio y
extremos en cuanto es adhesión a la verdad primera, a la cual nadie
puede adherirse excesivamente; puede, sin embargo, darse medio y
extremo respecto de los objetos que cree, como una verdad es medio
entre dos falsedades. Igualmente, la esperanza no conlleva medio y
extremos por parte de su objeto principal, porque nadie confía en
demasía en el auxilio divino; puede, no obstante, darse medio y
extremo en lo que pretende conseguir, en cuanto que presume lo que
está sobre sus posibilidades, o desespera de lo que está a su
alcance.
3. La expectación que entra en la
definición de esperanza no entraña dilación, como la expectación
implicada en la longanimidad; pero sí la entraña respecto del auxilio
divino, se difiera o no el bien esperado.
4. La magnanimidad tiende a lo
arduo esperando lo que está dentro de sus posibilidades. Tiende, pues,
propiamente a hacer cosas grandes. Pero la esperanza como virtud
teologal tiende a lo arduo que se ha de lograr con el auxilio de otro,
como hemos expuesto.
Artículo 6:
¿Es la esperanza una virtud distinta de las otras virtudes
teologales?
lat
Objeciones por las que parece que la esperanza no es virtud distinta
de las otras virtudes teologales:
1. Los hábitos se distinguen por los objetos, como hemos expuesto
(1-2 q.54 a.2). Pues bien, el objeto de la esperanza y el de las otras
virtudes teologales es el mismo. La esperanza, pues, no se distingue
de las otras virtudes teologales.
2. En el Símbolo, en el que hacemos profesión de fe, se
dice: Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo
futuro. Ahora bien, según hemos dicho (a.2), la
expectación de la bienaventuranza futura pertenece a la esperanza. En
consecuencia, no se distingue de la fe.
3. Por la esperanza tiende el hombre hacia Dios, y esto
atañe propiamente a la caridad. No se distingue, pues, la esperanza de
la caridad.
Contra esto: está el hecho de que no hay distinción donde no hay número.
Ahora bien, la esperanza se enumera entre las otras virtudes
teologales, según la autoridad de San Gregorio en I Moral., que
afirma que son tres las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la
caridad. En consecuencia, la esperanza es virtud
teologal distinta de las otras dos.
Respondo: Se dice que es teologal una virtud
por tener por objeto a Dios a quien se adhiere. Pues bien, a una cosa
podemos adherirnos de dos maneras: o por sí misma o en cuanto por ella
llegamos a otra realidad. Así, la caridad hace que el hombre se una a
Dios por El mismo, uniendo su espíritu con Dios por afecto de amor. La
esperanza, en cambio, y la fe hacen que el hombre se una a Dios como
principio del que le vienen otros bienes. Ahora bien, de Dios nos
viene tanto el conocimiento de la verdad como la consecución de la
verdad perfecta. Por eso la fe une al hombre con Dios en cuanto
principio de conocer la verdad: creemos, en efecto, que es verdadero
lo que nos dice Dios. La esperanza, en cambio, hace que el hombre se
adhiera a Dios en cuanto principio de perfecta bondad, es decir, en
cuanto por ella nos apoyamos en el auxilio divino para conseguir la
bienaventuranza.
A las objeciones:
1. Dios es objeto de las virtudes
teologales bajo distintas razones formales, como acabamos de decir.
Mas para la distinción de hábitos es suficiente el aspecto formal
diverso del objeto, como ya hemos expuesto (1-2 q.54 a.2).
2. La expectación se pone en el
Símbolo de la fe, no porque sea acto propio de ella, sino en cuanto
que el acto de esperanza presupone el de la fe, como luego diremos
(a.7). De esta manera, los actos de fe se manifiestan por los de
esperanza.
3. La esperanza hace tender hacia
Dios como bien final que hay que alcanzar y como ayuda
eficaz para auxiliarnos. La caridad, en cambio, propiamente encamina a
Dios por la unión del afecto del hombre con Dios, de suerte que el
hombre viva no para sí, sino para Dios.
Artículo 7:
¿Precede la esperanza a la fe?
lat
Objeciones por las que parece que la esperanza precede a la
fe:
1. Comentando la Glosa las palabras del salmo: Espera en el
Señor y haz el bien (Sal 36,3), escribe: La
esperanza es la puerta de la fe, principio de la salvación. Ahora
bien, la salvación viene por la fe, por la cual quedamos justificados.
En consecuencia, la esperanza precede a la fe.
2. Lo que entra en la definición de una realidad debe ser
anterior y más conocido. Pues bien, en la definición de la fe entra la
esperanza, como se ve en la definición del Apóstol: Es la sustancia
de lo que se espera (Heb 11,1). La esperanza, pues, es anterior a
la fe.
3. Según el testimonio del Apóstol, la esperanza precede
al acto meritorio, ya que escribe: El que ara debe arar con la
esperanza de percibir el fruto (1 Cor 9,10). Luego la esperanza
precede a la fe.
Contra esto: está el testimonio del Evangelista: Abraham engendró a
Isaac (Mt 1,2), o sea, según la Glosa: La fe a la
esperanza.
Respondo: La fe precede, en absoluto, a la
esperanza. El objeto de la esperanza es, efectivamente, un bien futuro
arduo y asequible. Por lo tanto, para esperar algo es preciso que a la
esperanza le sea presentado un objeto como posible. Ahora bien, el
objeto de la esperanza es, por una parte, la bienaventuranza eterna; y, por otra, el auxilio divino, como se deduce de
lo que hemos expuesto (a.2 y 4; a.6 ad 3). Esas dos cosas nos las
propone la fe, pues nos hace conocer que podemos llegar
a la bienaventuranza eterna, y que para ello nos está preparado el
auxilio divino, según el testimonio del Apóstol: Quien se llega a
Dios ha de creer que existe y que es premiador de quienes le
buscan (Heb 11,6). Es, pues, evidente que la fe precede a la
esperanza.
A las objeciones:
1. Como añade allí mismo la Glosa, la esperanza es puerta de la fe, es decir,
de la realidad creída, porque por la esperanza se entra a ver lo
que se cree. También se podría responder que es puerta de la fe,
porque por ella entra el hombre a estabilizarse y perfeccionarse en la
fe.
2. En la definición de la fe entra
la realidad esperada, porque el objeto propio de la fe es una realidad
no evidente en sí misma. De ahí que fuera necesario designarla por esa
circunlocución mediante algo que viene en pos de la
fe.
3. No todo acto meritorio tiene
como precedente el de la esperanza; basta que lo tenga concomitante o
consiguiente.
Artículo 8:
¿Es la esperanza anterior a la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad es anterior a la
esperanza:
1. Comentando San Ambrosio el texto de Lc 17,6: Si tuvierais fe
como un grano de mostaza, etc., escribe: De la fe, la caridad;
de la caridad, la esperanza. Pero la fe es
anterior a la caridad. Luego la caridad precede a la
esperanza.
2. Dice San Agustín en XIV De civ. Dei: Los buenos
impulsos y los afectos proceden del amor y de la santa caridad. Pero el esperar, en cuanto acto de la esperanza,
es un movimiento bueno del alma. En consecuencia, se deriva de la
caridad.
3. Dice el Maestro que la esperanza proviene de los
méritos que preceden no sólo a lo que se espera, sino también a la
esperanza misma, a la cual antecede la caridad. La
caridad, pues, es anterior a la esperanza.
Contra esto: está lo que enseña el Apóstol: El fin del precepto es la
caridad de un corazón puro y buena conciencia (1 Tim 1,5), y añade
la Glosa: Es decir, de la esperanza. En
consecuencia, la esperanza precede a la caridad.
Respondo: Hay un doble orden. Uno, por vía de
generación y de materia, y, según ese orden, lo imperfecto precede a
lo perfecto. El otro es el orden de perfección, y, según ese orden, lo
perfecto por naturaleza es anterior a lo imperfecto. A tenor del
primer orden, la esperanza es anterior a la caridad. Esto se pone en
evidencia por el hecho de que la esperanza y todo movimiento del
apetito se deriva del amor, como hemos visto al tratar de las pasiones
(1-2 q.27 a.4; q.28 a.6 ad 2; q.40 a.7). Ahora bien, el amor puede ser
perfecto o imperfecto. Es en verdad perfecto el amor por el que
alguien es amado por sí mismo, en cuanto se le quiere
desinteresadamente el bien; tal es el amor del hombre al amigo. Es, en
cambio, imperfecto el amor con que se ama algo no por
sí mismo, sino para aprovecharse de su bien, como ama el hombre las
cosas que codicia. Pues bien, el amor de Dios en el
primer sentido corresponde a la caridad, que hace unirse a Dios por sí
mismo; a la esperanza, en cambio, corresponde el amor en el segundo
sentido, ya que quien espera intenta obtener algo para sí. De ahí que,
en el orden de generación, la esperanza precede a la caridad.
Efectivamente, de la misma manera que el hombre llega a amar a Dios
porque, temiendo el castigo divino, cesa en el pecado, como afirma San
Agustín en Super primam Canonicam Ioann., así
también la esperanza conduce a la caridad, en cuanto que, esperando de
Dios la remuneración, se mueve a amarle y a guardar sus mandamientos.
Pero en el orden de perfección la caridad es anterior a la esperanza.
Por eso, cuando aparece la caridad, se hace más perfecta la esperanza,
ya que esperamos más de los amigos. En este sentido dice San Ambrosio
que la esperanza proviene de la caridad.
A las objeciones:
1. Con lo expuesto queda resuelta la primera objeción.
2. La esperanza y todo movimiento
del apetito proviene de algún tipo de amor, es decir, del amor hacia
lo que se espera. Pero no toda esperanza proviene de la caridad, sino
sólo la esperanza formada, o sea, aquella con la que el hombre espera
de Dios el bien como de un amigo.
3. En ese lugar habla el Maestro
de la esperanza formada, que va precedida naturalmente de la caridad y
de los méritos causados por ella.