Artículo 1:
¿Gozó el alma de Cristo de la omnipotencia?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo gozó de la
omnipotencia.
1. Dice Ambrosio In Lúe.: El poder que tiene por
naturaleza el Hijo de Dios había de recibirlo luego el hombre en el
tiempo. Pero parece que esto se cumple especialmente respecto del
alma, por ser ésta la parte más noble del hombre. Luego, como el Hijo
de Dios gozó de la omnipotencia desde la eternidad, parece que su alma
gozó de la misma en el tiempo.
2. Como es infinita la potencia de Dios, así lo es también
su ciencia. Pero el alma de Cristo posee, en cierto modo, la ciencia
de todo lo que Dios conoce, como antes hemos dicho (
q.10 a.2). Luego
también posee toda la potencia y, de esta manera, es
omnipotente.
3. El alma de Cristo tiene toda la ciencia. Pero ésta es
práctica y especulativa. Luego tiene la ciencia práctica de todo lo
que conoce, de modo que sabe hacer todo lo que conoce. Y así da la
impresión de que está en su mano hacer todas las cosas.
Contra esto: está que lo que es propio de Dios no puede convenir a
criatura alguna. Pero ser omnipotente es propio de Dios, según
aquellas palabras del Ex 15,2: El es mi Dios, y yo lo alabaré;
y luego se añade en el v.3: Su nombre es Omnipotente. Luego el
alma de Cristo, por ser una criatura, no goza de la
omnipotencia.
Respondo: Como antes se ha explicado (
q.2 a.1;
q.10 a.1), en el misterio de la encarnación la unión en la persona se
realizó de tal modo que, sin embargo, subsistió la distinción de las
naturalezas, es a saber, conservando cada una de ellas lo que le es
propio. La potencia activa de cualquier ser sigue a su forma, que es
el principio de la acción. Y la forma, o bien se identifica con la
naturaleza del ser, como acontece en los seres simples; o bien es
constitutiva de la naturaleza del ser, como sucede en las cosas que se
componen de materia y forma. Por lo que resulta claro que la
potencia activa de cualquier ser sigue a su naturaleza. Y, en este
aspecto, la omnipotencia es consecuencia de la naturaleza divina. Y,
puesto que la naturaleza divina es el mismo ser de Dios
incircunscrito, como expone Dionisio en el c.5
De Div. Nom., de ahí se sigue que posee potencia activa respecto
de todas las cosas que pueden tener razón de ser, lo que equivale a
tener omnipotencia; como cualquier otra cosa tiene potencia activa
respecto de aquello a lo que se extiende la perfección de su
naturaleza, tal, por ejemplo, lo cálido para calentar. Por
consiguiente, siendo el alma de Cristo una parte de su naturaleza
humana, es imposible que posea la omnipotencia.
A las objeciones:
1. El hombre recibió en el tiempo
la omnipotencia que el Hijo de Dios tuvo desde la eternidad en virtud
de la unión en la persona; a ésta se debe que así como le llamamos
Dios, así también le llamamos omnipotente. No como si la omnipotencia
del hombre fuera distinta de la del Hijo de Dios, como tampoco es
distinta su deidad, sino porque es una misma la persona de Dios y la
del hombre.
2. Como enseñan algunos, una es
la naturaleza de la ciencia, y otra la de la potencia activa. La
potencia activa, en efecto, sigue a la naturaleza de las cosas, puesto
que la acción es considerada como algo que sale del agente. En cambio,
la ciencia no siempre se obtiene en virtud de la naturaleza del que
conoce, sino que puede lograrse por asimilación del que conoce con las
cosas conocidas por medio de semejanzas que él recibe.
Pero esta razón no parece bastar. Porque, así como uno puede conocer
mediante una semejanza recibida de otro, de igual modo puede obrar por
medio de una forma recibida de otro; como, por ejemplo, el agua y el
hierro calientan mediante el calor que han recibido del fuego. Por
consiguiente, nada impide que, así como el alma de Cristo puede
conocer todas las cosas mediante las semejanzas de las mismas que Dios
le hubo infundido, así también pueda hacerlo todo por medio de esas
mismas semejanzas.
Además, hay que tener en cuenta que lo recibido en una naturaleza
inferior de otra superior, se posee de modo menos perfecto. El calor,
por ejemplo, no se recibe en el agua con la misma perfección y
potencia que tiene en el fuego. Por tanto, siendo el alma de Cristo de
naturaleza inferior a la naturaleza divina, las semejanzas de las
cosas no se reciben en el alma de Cristo con la misma perfección y
virtud que tienen en la naturaleza divina. Y de ahí que la ciencia del
alma de Cristo sea inferior a la ciencia divina, en cuanto al modo de
conocer, porque Dios conoce con mayor perfección que el alma de
Cristo; y también en cuanto al número de objetos conocidos, pues el
alma de Cristo no conoce todas las cosas que Dios puede hacer y que,
sin embargo, Dios conoce por su ciencia de simple inteligencia; aunque
Cristo conozca todo lo presente, pasado y futuro, conocido por Dios
con su ciencia de visión. E igualmente las semejanzas de las cosas
infusas en el alma de Cristo no igualan la potencia divina activa, es
a saber, de manera que puedan hacer todo lo que Dios hace; o también
actuar al modo en que Dios actúa, quien lo hace por su poder infinito,
de lo que la criatura no es capaz. No existe cosa alguna para cuyo
conocimiento se requiera, de alguna manera, una potencia infinita,
aunque exista un modo de conocer propio de una potencia infinita. En
cambio, hay cosas que sólo puede hacer una potencia infinita, como la
creación y otras por el estilo, según es manifiesto por lo expuesto en
la Primera Parte (q.45 a.5 ad 3; q.65 a.3 ad 3; q.25 a.3 ad 4).
Y por eso el alma de Cristo, al ser una criatura y con potencia
finita, puede conocerlo todo, pero no de todas las maneras; en cambio,
no puede hacerlo todo, porque eso es propio de la omnipotencia. Y, por
lo demás, es manifiesto que no puede crearse a sí misma.
3. Cristo tuvo tanto la ciencia
práctica como la especulativa, pero no era necesario que tuviese
ciencia práctica de todas aquellas cosas de las que tenía ciencia
especulativa. Para poseer la ciencia especulativa es suficiente la
conformidad o asimilación del que conoce con el objeto conocido;
mientras que para la ciencia práctica es necesario que las formas de
las cosas que se encuentran en el entendimiento sean efectivas. Pero
es más perfecto tener una forma e imprimirla en otro que sólo poseer
tal forma, como es más noble lucir e iluminar que solamente lucir. Y
de ahí que el alma de Cristo tenga la ciencia especulativa del crear,
pues sabe el modo en que Dios crea; pero no tiene la ciencia práctica
de este modo, puesto que no tiene la ciencia efectiva de la
creación.
Artículo 2:
¿Gozó el alma de Cristo de omnipotencia para producir cambios en las
criaturas?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo tiene
omnipotencia para producir cambios en las criaturas.
1. El mismo dice en Mt 28,18: Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Pero en la expresión cielo y tierra
quedan englobadas todas las criaturas, como es manifiesto por lo que
se lee en Gen 1,1: A.Iprincipio creó Dios el cielo y la tierra.
Luego da la impresión de que el alma de Cristo dispone de la
omnipotencia para introducir cambios en las criaturas.
2. El alma de Cristo es más perfecta que cualquier otra
criatura. Pero toda criatura puede ser movida por otra criatura, pues
dice Agustín en el libro III De Trin.: Así
como los cuerpos más toscos e inferiores son regidos, con cierto
orden, por los más sutiles y superiores, así también lo son todos los
cuerpos por el espíritu racional de la vida;y el espíritu desertor de
la vida racional y pecador es regido por el espíritu de vida,
racional, piadoso y justo. Pero el alma de Cristo mueve incluso a
los espíritus superiores, iluminándolos, como escribe Dionisio en el
c.7 De Cael. Hier.. Luego parece que el alma de
Cristo tuvo la omnipotencia para producir cambios en las
criaturas.
3. El alma de Cristo poseyó de forma plenísima la gracia
de los milagros o virtudes (1 Cor 12,10), como las demás
gracias. Ahora bien, todo cambio introducido en la criatura puede
reducirse a la gracia de los milagros, puesto que incluso los cuerpos
celestes fueron desviados milagrosamente de su propio curso, como lo
prueba Dionisio en su Epístola A.d Polycarpum.
Luego el alma de Cristo disfrutó de la omnipotencia para producir
cambios en las criaturas.
Contra esto: está que obrar mutaciones en las criaturas es propio de
quien las conserva. Pero esto es exclusivo de Dios, de acuerdo con Heb
1,3: Sustenta todas las cosas con su poderosa palabra. Luego la
omnipotencia para producir cambios en las criaturas es exclusiva de
Dios. En consecuencia, la omnipotencia no compete al alma de Cristo .
Respondo: Aquí es preciso establecer una doble
distinción. La primera, por parte de la mutación de la criatura, que
reviste tres modos. Primero, el natural, cuando la mutación es causada
por el agente propio de acuerdo con el orden de la naturaleza.
Segundo, el milagroso, cuando la mutación proviene de un agente
sobrenatural y excede el orden y el curso normal de la naturaleza,
como acontece en la resurrección de los muertos. Tercero, cuando la
mutación sucede de acuerdo con la capacidad de toda criatura para
volver a la nada.
La segunda distinción hay que establecerla por parte del alma de
Cristo, que puede considerarse de dos modos. Primero, según su propia
naturaleza y virtud, sea ésta natural o gratuita. Segundo, en cuanto
instrumento del Verbo de Dios unido personalmente a
ella.
Por consiguiente, si hablamos del alma de Cristo según su propia
naturaleza y virtud, sea ésta natural o gratuita, el alma de Cristo
tuvo potencia para producir aquellos efectos que corresponden al alma,
por ejemplo gobernar el cuerpo y ordenar los actos humanos; y también
iluminar, mediante la plenitud de gracia y de ciencia, a todas las
criaturas racionales que carecen de su perfección, al modo en que esto
conviene a la criatura racional.
En cambio, si consideramos el alma de Cristo en cuanto instrumento
del Verbo unido a ella, sí que tuvo una potencia instrumental para
producir aquellas mutaciones que pueden ordenarse al fin de la
encarnación, que consiste en instaurar todas las cosas, tanto las
del cielo como las de la tierra (Ef 1,10).
Pero los cambios de las criaturas en cuanto capaces de volver a la
nada se relacionan con la creación de las mismas, es a saber, en
cuanto son sacadas de la nada. Y por esto, así como sólo Dios puede
crear, así también solamente El es capaz de aniquilarlas. Es El
también el único que las conserva en el ser, para que no caigan en la
nada. En consecuencia, es preciso afirmar que el alma de Cristo no
dispone de la omnipotencia respecto de las mutaciones de las
criaturas.
A las objeciones:
1. Como observa
Jerónimo,
le fue dado el poder a aquel que poco
antes fue crucificado y puesto en el sepulcro, y que luego
resucitó, esto es, a Cristo en cuanto hombre. Se dice, pues, que
le fue concedido todo poder en virtud de la unión
hipostática, por la que se logró que el hombre fuese omnipotente, como
antes hemos dicho (
a.1 ad 1). Y aunque esto era conocido por los
ángeles antes de su resurrección, los hombres lo conocieron después de
la misma, como dice Remigio. Ahora bien,
se dice que
los acontecimientos se producen cuando son conocidos. Y por esto dice el Señor, después de su
resurrección, que le ha sido dado todo poder
en el cielo y en la
tierra.
2. Aunque toda criatura pueda ser
movida por otra, a excepción del ángel supremo, que, sin embargo,
puede ser iluminado por el alma de Cristo, sin embargo no todo cambio
capaz de producirse en las criaturas puede ser realizado por una
criatura, porque existen algunas mutaciones que sólo Dios puede
causar. Pero todos los cambios de las criaturas que pueden ser
realizados por otras criaturas también puede producirlos el alma de
Cristo en cuanto instrumento del Verbo. Mas no los produce por su
propia naturaleza y virtud, pues hay cambios de este género que no
competen al alma, ni en el orden de la naturaleza ni en el orden de la
gracia.
3. Como se expuso en la
Segunda Parte (
2-2 q.178 a.1 ad 1), la gracia de las virtudes, o
milagros, se concede al alma de un santo no para que los realice por
su propio poder, sino en virtud del poder divino. Y tal gracia le fue
concedida al alma de Cristo de manera excelentísima, de modo que no
sólo El hiciera milagros, sino que también comunicase esa gracia a
otros. De ahí que se escriba en Mt 10,1:
Llamando a sus doce
discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros para arrojarlos,
y para que curasen toda dolencia y toda enfermedad.
Artículo 3:
¿Gozó el alma de Cristo de la omnipotencia respecto de su propio
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo dispuso de la
omnipotencia respecto de su propio cuerpo.
1. Escribe el Damasceno, en el libro III, que todo
lo natural para Cristo fue voluntario, pues pasó hambre y sed porque
quiso; y porque le plugo, temió y murió. Pero se dice que Dios es
omnipotente porque todo lo que quiere lo hace (Sal 113,11).
Luego parece que Cristo dispuso de la omnipotencia respecto de las
operaciones naturales de su propio cuerpo.
2. En Cristo la naturaleza humana fue más perfecta que en
Adán. En éste, gracias a la justicia original que tuvo en el estado de
inocencia, el cuerpo estaba totalmente sometido al alma, de manera que
nada podía en el cuerpo contrario a la voluntad del alma. Luego, con
mayor razón, disfrutó el alma de Cristo de la omnipotencia respecto de
su propio cuerpo.
3. Como hemos expuesto en la Primera Parte (q.117 a.3 ad 2 y ad 3), el cuerpo se altera naturalmente por influjo de la
imaginación del alma; y se altera tanto más cuanto el alma dispone de
una imaginación más poderosa. Ahora bien, el alma de Cristo poseyó una
virtud perfectísima lo mismo respecto de la imaginación que respecto
de las demás facultades. Luego el alma de Cristo fue omnipotente
respecto del propio cuerpo.
Contra esto: está lo que se lee en Heb 2,17: Hubo de asemejarse en
todo a sus hermanos; y especialmente en todo lo que se refiere a
la condición de la naturaleza humana. Pero es propio de la condición
de la naturaleza humana que la salud del cuerpo, y su alimentación y
crecimiento, no estén sometidos al imperio de la razón, o a la
voluntad, porque las propiedades naturales únicamente están sometidas
a Dios, por ser el autor de la naturaleza. Luego tampoco en Cristo
estaban sometidas tales operaciones. En consecuencia, el alma de
Cristo no fue omnipotente con relación al propio cuerpo.
Respondo: Como hemos expuesto (
a.2), el alma de
Cristo puede considerarse de dos modos. Primeramente, según su propia
naturaleza y virtud. Y, bajo este aspecto, así como no podía desviar
los cuerpos exteriores de su curso y orden natural, tampoco podía
alterar su propio cuerpo en relación con su disposición natural,
porque el alma, por su propia naturaleza, guarda una proporción
determinada con su propio cuerpo.
En segundo lugar, el alma de Cristo puede considerarse en cuanto
instrumento unido personalmente al Verbo de Dios. Y,
en este sentido, toda disposición de su cuerpo estaba enteramente
sometida a su poder. Pero como la virtud de la acción no se atribuye
propiamente al instrumento, sino al agente principal, tal omnipotencia
se atribuye más al Verbo de Dios que al alma de Cristo.
A las objeciones:
1. El texto del Damasceno debe
interpretarse como referido a la voluntad divina de Cristo. Porque,
como él mismo dice en el capítulo anterior, por
beneplácito de la voluntad divina le estaba permitido al cuerpo sufrir
y realizar todo lo que le era propio.
2. A la justicia original que tuvo
Adán en el estado de inocencia no le competía que el alma humana
tuviese poder para alterar el propio cuerpo como le pluguiese, sino
sólo que pudiera conservarlo sin daño. Y tal poder hubiera podido
asumirlo Cristo si hubiese querido. Pero siendo tres los estados del
hombre, a saber: el de inocencia, el de culpa y el de gloria, así como
asumió del estado de gloria la visión beatífica, y del estado de
inocencia la inmunidad de pecado, así también asumió del estado de
culpa la necesidad de someterse a las penalidades de esta vida, como
luego se dirá (
q.14 a.2).
3. A la imaginación, si es
fuerte, el cuerpo la obedece naturalmente en determinadas
circunstancias. Por ejemplo, respecto de la caída desde una viga
colocada en lo alto, porque la imaginación está hecha para ser
principio del movimiento local, como se dice en el III De Anima. Otro tanto sucede respecto a las alteraciones de
calor y frío y otras derivadas de éstas; porque de la imaginación
brotan, a modo de consecuencia, las pasiones del alma, que mueven el
corazón, y de este modo se altera todo el cuerpo mediante los
espíritus vitales. Pero las demás disposiciones corporales que no
guardan una relación natural con la imaginación no se alteran a causa
de la imaginación, por fuerte que sea. Tal acontece, por ejemplo, con
la forma de la mano o del pie, o cosas semejantes.
Artículo 4:
¿Gozó el alma de Cristo de la omnipotencia respecto a la ejecución de
su propia voluntad?
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Objeciones por las que parece que el alma de Cristo no tuvo
omnipotencia respecto a la ejecución de su propia voluntad.
1. En Me 7,24 se lee: Habiendo entrado en una casa, quiso que
nadie le conociese; pero no pudo estar oculto. Luego no pudo
cumplir enteramente los planes de su voluntad.
2. El precepto es signo de la voluntad, como se dijo en
la
Primera Parte (
q.19 a.12). Pero hubo casos en que sucedió
lo contrario de lo que el Señor había ordenado. En Mt 9,30-31 se dice,
efectivamente, que a los ciegos que habían recuperado la vista
les
conminó Jesús, diciendo: Mirad que nadie lo sepa; pero ellos, una vez
fuera, extendieron su fama por todo aquel país. Luego no pudo
ejecutar en todo los deseos de su voluntad.
3. Lo que uno pueda hacer por sí mismo, no se lo pide a
otro. Pero el Señor, mediante la oración, pidió al Padre lo que
deseaba que aconteciese, pues en Lc 6,12 se dice que salió hacia la
montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Luego no pudo
ejecutar en todo los proyectos de su voluntad.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro De Quaest. Vet.
etNov. Test.: Es imposible que no se cumpla la
voluntad del Salvador, y no puede querer lo que sabe que no debe
hacerse.
Respondo: El alma de Cristo quiso las cosas de
dos modos: uno, realizándolas por sí mismo. Y, en este aspecto, es
preciso afirmar que pudo todo lo que quiso, pues no se armonizaría con
su sabiduría querer hacer por sí mismo cosas que no estaban sujetas a
su voluntad.
Otro, realizándolas con su poder divino, como aconteció con la
resurrección de su propio cuerpo y otras cosas milagrosas por el
estilo. Estas obras no podía realizarlas por su propio poder, sino en
cuanto que era instrumento de la divinidad, como ya se ha dicho (a.2)
A las objeciones:
1. Como escribe Agustín en el
libro
De Quaest. Vet. et Nov. Test.:
Es
preciso afirmar que lo que sucedió, eso es lo que Cristo quiso. Y ha
de notarse que aquello aconteció en los confines de los gentiles, para
los que aún no había llegado el tiempo de la predicación. Pero llegar
a no recibir a los que venían a la fe le hubiera acarreado odio. No
quiso, pues, ser anunciado por los suyos; pero sí quiso ser buscado. Y
así aconteció.
O también puede decirse que esta voluntad de Cristo no recayó en lo
que él debía ejecutar, sino en lo que debían hacer los demás, lo cual
no estaba sujeto a su voluntad humana. Por eso en la Epístola
del papa Agatón, recibida en el VI
Concilio, se lee: ¿Acaso el Creador y Redentor del
mundo, queriendo ocultarse en la tierra, no lo logró? Esto sólo sería
cierto si se refiere a su voluntad humana, la que se dignó asumir
temporalmente.
2. Como escribe Gregorio en el
libro XIX Moral.: El Señor, ordenando silenciar
sus milagros, dio ejemplo a sus seguidores para que también éstos
deseasen que sus milagros quedasen ocultos, y sin embargo pudieran
servir de ejemplo a los demás cuando, en contra de su voluntad,
quedasen al descubierto. Así pues, tal precepto manifestaba su
voluntad de rehuir la gloria humana, de acuerdo con Jn 8,50: Yo no
busco mi gloría. Sin embargo quería de modo absoluto,
especialmente con su voluntad divina, que el milagro hecho se
publicase para utilidad de los demás.
3. Cristo rogaba también por las
cosas que habían de realizarse por su divino poder, no menos que por
aquellas que había de ejecutar su voluntad humana. Porque el poder y
la operación del alma de Cristo dependían de Dios, que es el que
obra en todos el querer y el obrar, como se dice en Flp
2,13.