Artículo 1:
Además de la divina, ¿poseyó Cristo alguna otra ciencia?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo otra ciencia fuera
de la divina.
1. La ciencia es necesaria para conocer algunas cosas. Pero Cristo lo
conocía todo por su ciencia divina. Luego la existencia en él de
cualquier otra ciencia hubiera resultado superflua.
2. La luz más débil palidece ante la más fuerte. Ahora bien,
cualquier ciencia creada, comparada con la divina, equivale a la luz
más débil comparada con la más fuerte. Luego en Cristo no pudo
resplandecer ciencia alguna distinta de la divina.
3. La unión de la naturaleza humana con la divina se
realizó en la persona, como es claro por lo dicho anteriormente (
q.2 a.2). Algunos sostienen que en Cristo existió una
ciencia de unión, por la que conoció mejor que nadie todo lo
referente al misterio de la encarnación. Y como la unión personal
incluye las dos naturalezas, parece que Cristo no tuvo dos ciencias,
sino una sola, la que pertenece a las dos naturalezas.
Contra esto: está lo que dice Ambrosio en el libro De Incarnatione: Dios, al encarnarse, asumió la perfección de la
naturaleza humana; tomó el conocimiento del hombre, no el pensamiento
orgulloso de la carne. Pero la ciencia creada pertenece al
conocimiento del hombre. Luego en Cristo existió otra ciencia además
de la divina.
Respondo: Como es manifiesto por lo dicho
anteriormente (
q.5), el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana
completa, es decir, no sólo el cuerpo, sino también el alma; no
solamente la sensitiva, sino también la racional. Y, en consecuencia,
fue necesario que poseyese la ciencia creada por tres motivos:
primero, por la perfección del alma. El alma, considerada en sí misma,
está en potencia para conocer todo lo inteligible, pues es
como un
tablero en el que no hay nada escrito, y en la que,
sin embargo, se puede escribir, a causa del entendimiento posible,
en el que hay capacidad para hacerse todas las cosas, como se
escribe en el libro III
De Anima. Ahora bien, lo potencial es
imperfecto mientras no se convierta en acto. Y no fue conveniente que
el Hijo de Dios asumiera una naturaleza humana imperfecta, sino
perfecta, puesto que, por medio de ella, debía ser llevado a la
perfección todo el género humano. Y por eso fue
conveniente que el alma de Cristo fuese perfecta mediante alguna
ciencia que fuera con toda propiedad su perfección. De ahí la
conveniencia de que existiese en Cristo una ciencia distinta de la
divina. En caso contrario, el alma de Cristo sería más imperfecta que
las almas todas de los demás hombres.
Segundo, porque, al estar todo ser ordenado a su propia
operación, como se dice en el libro II De cáelo et
mundo, Cristo tendría en vano el alma intelectual,
en caso de no ejercitarla entendiendo. Esto pertenece a la ciencia
creada.
Tercero, porque hay una ciencia creada que pertenece a la misma
naturaleza del alma humana, a saber, la ciencia por la que conocemos
naturalmente los primeros principios, pues aquí tomamos la ciencia en sentido amplio, equivalente a cualquier conocimiento de
la inteligencia humana. Ahora bien, a Cristo no le faltó nada de lo
que es natural, porque asumió la naturaleza humana completa, como
queda dicho (q.5). Y por esto el Concilio VI condenó la
doctrina de quienes negaban la existencia de dos ciencias o dos
sabidurías en Cristo.
A las objeciones:
1. Cristo conoció todas las cosas
por la ciencia divina en una operación increada, que es la misma
esencia de Dios, pues la intelección de Dios es su propia sustancia,
como se demuestra en el libro XII Metaphys.. Por
eso el alma de Cristo no pudo tener un acto de esta clase, porque es
de otra naturaleza. Por consiguiente, si en el alma de Cristo no
hubiera existido otra ciencia que la divina, no hubiera conocido nada.
Y, en tal supuesto, hubiera sido asumida en vano, porque las cosas
existen en orden a su operación.
2. Si se trata de dos luces del
mismo orden, la menor palidece ante la mayor, como la luz del sol
oscurece la luz de una candela, al pertenecer ambas al mismo orden de
iluminación. En cambio, si la luz mayor se entiende en el orden de
iluminar y la luz menor en el campo de lo iluminado, entonces la luz
menor no es oscurecida por la mayor, sino potenciada, como se agranda
la luz de la atmósfera con la luz del sol. Y, de este modo, en el alma
de Cristo la luz de su ciencia no es oscurecida por la luz de la
ciencia divina, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo, como se lee en Jn 1,9.
3. Teniendo en cuenta las
realidades unidas, en Cristo se distingue una ciencia en cuanto a la
naturaleza divina y otra en cuanto a la naturaleza humana; y ello
porque, en virtud de la unión, que hace que Dios y el hombre tengan
una misma hipóstasis, lo que es de Dios se atribuye al hombre, y lo
que es del hombre se atribuye a Dios, como antes se ha dicho (q.3 a.6 arg.3). Pero, por parte de la unión, no es posible atribuir a Cristo
ciencia alguna, porque tal unión se concreta en el ser personal,
mientras que la ciencia no conviene a la persona más que por razón de
una naturaleza determinada.
Artículo 2:
¿Poseyó Cristo la ciencia de los bienaventurados o
comprehensores?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo la ciencia de los
bienaventurados o comprehensores.
1. La ciencia de los bienaventurados consiste en una participación de
la luz divina, según Sal 35,10: En tu luz veremos la luz. Pero
Cristo no tuvo la luz divina en forma de participación, sino que tuvo
la misma divinidad asentada sustancialmente en él, tal como se dice en
Col 2,9: En él habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente. Luego en él no se dio la ciencia de los
bienaventurados.
2. La ciencia beatífica los hace bienaventurados, tal como
se lee en Jn 17,3: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Pero Cristo hombre fue
bienaventurado porque estuvo unido personalmente a Dios, de acuerdo
con Sal 64,5: Bienaventurado aquel a quien elegiste y tomaste.
Luego no es preciso poner en él la ciencia de los bienaventurados.
3. Al hombre le competen dos ciencias: una, la que es
conforme con su naturaleza; otra, la que está por encima de su
naturaleza. Ahora bien, la ciencia de los bienaventurados, que
consiste en la visión divina, no es conforme a la naturaleza del
hombre, sino que está por encima de ella. Y Cristo
tuvo otra ciencia sobrenatural mucho más poderosa y alta, a saber, la
ciencia divina. Luego no fue necesario que Cristo tuviera la ciencia
de los bienaventurados.
Contra esto: está que la ciencia de los bienaventurados consiste en la
visión o conocimiento de Dios. Pero Cristo, incluso como hombre,
conoció plenamente a Dios, como se lee en Jn 8,55: Le conozco y
guardo su palabra. Luego Cristo poseyó la ciencia de los
bienaventurados.
Respondo: Lo que está en potencia se actualiza
por medio de lo que está en acto; así es necesario que esté caliente
el ser mediante el cual han de calentarse otros seres. El hombre está
en potencia con relación a la ciencia de los bienaventurados, que
consiste en la visión de Dios, y está ordenado a la misma como a su
fin, pues la criatura racional es capaz del conocimiento
bienaventurado en cuanto que está hecha a imagen de Dios. Y los
hombres son conducidos al fin de la bienaventuranza por medio de la
humanidad de Cristo, de acuerdo con las palabras de Heb 2,10: Convenía que aquel por quien son todas las cosas, que conduciría
muchos hijos a la gloría, perfeccionase al autor de la salvación de
los mismos por medio de la pasión. Y por eso fue conveniente que
el conocimiento consistente en la visión de Dios estuviese presente en
Cristo hombre de modo excelentísimo, porque siempre es necesario que
la causa sea mejor que el efecto.
A las objeciones:
1. La divinidad se unió a la
humanidad en Cristo en la persona, y no en la naturaleza o la esencia;
pero con la unidad de persona permanece la distinción de las
naturalezas. Y por eso el alma de Cristo, que es parte de su
naturaleza humana, fue perfeccionada por una luz participada de la
naturaleza divina en orden a la ciencia bienaventurada, mediante la
que se ve a Dios en esencia.
2. En virtud de la unión, Cristo
hombre es bienaventurado con la bienaventuranza increada, como es Dios
por esa misma unión. Pero fue conveniente que en la naturaleza humana
de Cristo, además de la bienaventuranza increada, existiese una
bienaventuranza creada, por la que su alma entrase en posesión del
último fin de la naturaleza humana.
3. La visión o ciencia beatífica
está de algún modo por encima de la naturaleza del alma racional, es a
saber, en cuanto que ésta no es capaz de conseguirla por sus propias
fuerzas. Pero en otro aspecto es conforme a su naturaleza, a saber, en
cuanto que el alma por su propia naturaleza es capaz de la misma, por
estar hecha a imagen de Dios, como antes se ha dicho (en la sol.). En
cambio, la ciencia increada está por encima de la naturaleza del alma
humana bajo cualquier modo en que se la considere.
Artículo 3:
¿Existió en Cristo una ciencia infusa, además de la ciencia
bienaventurada?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo otra ciencia infusa,
además de la ciencia beatífica.
1. Toda ciencia creada se compara con la ciencia beatífica como lo
imperfecto con lo perfecto. Ahora bien, cuando se tiene el
conocimiento perfecto, queda excluido el conocimiento imperfecto, como
la visión clara facial excluye la visión oscura de la fe, según se
dice en 1 Cor 13,10-12. En consecuencia, por tener Cristo la ciencia
bienaventurada, como queda dicho (
a.2), parece que no pudo darse en él
otra ciencia infusa.
2. El modo menos perfecto de conocimiento dispone para el
más perfecto, como la opinión que, asentada sobre un silogismo
dialéctico, dispone para la ciencia que se logra
mediante el silogismo demostrativo. Y, conseguida la perfección, no se
necesita más la disposición, lo mismo que no es necesario el
movimiento una vez que se ha llegado al término. Así pues, por
compararse todo conocimiento creado con el conocimiento beatífico,
como lo imperfecto con lo perfecto y como la disposición con el
término, parece que, al poseer Cristo el conocimiento beatifico, no
fue necesario que tuviese otra clase de conocimiento.
3. Así como la materia corporal está en potencia para
recibir la forma sensible, así también el entendimiento posible está
en potencia para asimilar la forma inteligible. Pero la materia
corporal no puede recibir a la vez dos formas sensibles, una más
perfecta y otra menos perfecta. Luego tampoco el alma puede recibir
dos ciencias, una más perfecta y otra menos perfecta. Y de esta manera
se llega a la misma conclusión precedente.
Contra esto: está lo que se dice en Col 2,3: En Cristo están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia.
Respondo: Como ya se afirmó (
a.1), convenía que
la naturaleza humana asumida por el Verbo de Dios no fuera imperfecta.
Pero todo lo que está en potencia es imperfecto mientras no se
convierte en acto. Y el entendimiento posible humano está en potencia
para todo lo inteligible. Se convierte en acto mediante las especies
inteligibles, que son ciertas formas que le perfeccionan, como se
comprueba por lo que se dice en el libro III
De
Anima. Y por eso es necesario poner en Cristo una
ciencia infusa, en cuanto que el Verbo de Dios infunde en el alma de
Cristo, personalmente unida a él, las especies inteligibles para todas
las cosas respecto de las que el entendimiento posible está en
potencia, así como también el Verbo divino infundió en la inteligencia
de los ángeles las especies inteligibles desde el principio de la
creación del mundo, como lo enseña Agustín en
De Genesi ad
Litt.. Y, en consecuencia, lo mismo que en los
ángeles, como dice el propio Agustín, se distinguen
dos conocimientos, a saber, uno
matutino, por el que conocen
las cosas en el Verbo, y otro
vespertino, por el que conocen
las cosas en su propia naturaleza por medio de las especies infusas en
ellos, así también existe en Cristo, en conformidad con su alma,
aparte de la ciencia divina increada, la ciencia beatífica, por la que
conoce al Verbo y en éste las cosas, y, además, la ciencia inspirada o
infusa, por la que conoce las cosas en su propia naturaleza mediante
las especies inteligibles proporcionadas a la inteligencia
humana.
A las objeciones:
1. La visión imperfecta de la fe
incluye, por su propia naturaleza, lo contrario de la visión
manifiesta, porque, como ya se dijo en la
Segunda Parte (
2-2 q.1 a.4), es propio de la fe tener por objeto las cosas no vistas.
Pero el conocimiento obtenido por medio de las especies infusas no
incluye nada opuesto al conocimiento beatífico. Y, por tanto, no se
trata del mismo problema en uno y otro caso.
2. La disposición se relaciona con
la perfección de dos modos: uno, como camino que conduce a la
perfección; otro, como efecto procedente de ésta. Por el calor queda
dispuesta la materia para recibir la forma del fuego, y, cuando éste
llega, el calor no cesa, sino que permanece como un efecto de esa
forma. Y, de manera semejante, la opinión, efecto del silogismo
dialéctico, es camino para la ciencia que se adquiere por medio de la
demostración; pero, una vez obtenida la ciencia, puede permanecer el
conocimiento conseguido mediante el silogismo dialéctico como una
consecuencia de la ciencia demostrativa, lograda por el conocimiento
de la causa; porque quien conoce la causa, con mayor razón puede
conocer los signos probables, de los que se origina el silogismo
dialéctico. Y, de manera semejante, en Cristo, junto con la ciencia
beatífica, subsiste la ciencia infusa, no como camino para la
bienaventuranza, sino como confirmada por ésta.
3. El conocimiento beatífico no se
consigue mediante una especie que sea imagen de la esencia divina, o
de las cosas conocidas en ésta, como es manifiesto por lo dicho en la
Primera Parte (
q.12 a.2 y
9); sino que es un conocimiento
inmediato de la propia esencia divina, porque ésta se une al espíritu
bienaventurado como lo inteligible al que entiende. La esencia divina
es una forma que sobrepasa toda proporción respecto de cualquier
criatura. De ahí que nada impide que, junto con esta
forma excelentísima, subsistan en el alma racional las especies
inteligibles proporcionadas a su naturaleza.
Artículo 4:
¿Tuvo Cristo alguna ciencia experimental adquirida?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo no existió una ciencia
experimental adquirida.
1. Cristo poseyó de forma excelentísima todo lo que fue conveniente
para él. Pero no tuvo en plenitud la ciencia adquirida, puesto que no
se dedicó al estudio de las letras, por el que se adquiere
perfectísimamente la ciencia, ya que se lee en Jn 7,15: Los judíos
se admiraban, comentando: ¿Cómo sabe de letras sin haberlas
estudiado? Luego parece que en Cristo no se dio ciencia
adquirida.
2. A lo saturado nada se le puede añadir. Pero la potencia
del alma de Cristo estuvo llena de especies inteligibles divinamente
infundidas. Por consiguiente, no pudieron añadirse a su alma especies
adquiridas de ninguna clase.
3. El que tiene ya el hábito de la ciencia, no consigue un
nuevo hábito por medio de las cosas que adquiera a través de los
sentidos, porque, en tal caso, habría simultáneamente dos formas de la
misma especie en un mismo sujeto; sino que el hábito anteriormente
poseído se consolida y aumenta. Luego, al poseer Cristo el hábito de
la ciencia infusa, parece que no adquirió una nueva ciencia mediante
las cosas percibidas a través de los sentidos.
Contra esto: está lo que se dice en Heb 5,8: Aunque era Hijo de Dios,
aprendió por sus padecimientos la obediencia. La Glosa interpreta: esto es, experimentó. Luego
Cristo tuvo alguna ciencia experimental, que es ciencia
adquirida.
Respondo: Como resulta de lo expuesto
anteriormente (q.4 a.2 arg.2;
q.5), nada de
lo que Dios plantó en
nuestra naturaleza faltó a la naturaleza humana asumida por el
Verbo de Dios. Y es manifiesto que Dios puso en la naturaleza humana
no sólo el entendimiento posible, sino también el entendimiento
agente. Por lo que es necesario decir que en el alma de Cristo existió
no sólo el entendimiento posible, sino también el entendimiento
agente. Si, como dice el Filósofo en el libro I
De cáelo et
mundo,
Dios y la naturaleza nada hicieron en
vano, mucho menos existió en el alma de Cristo nada que fuese en
vano. Es vano lo que carece de operación propia, pues
todo ser está
ordenado a su operación, como se escribe en el libro II
De
cáelo et mundo. Y la operación propia del
entendimiento agente es convertir en acto las especies inteligibles,
abstrayéndolas de las imágenes, por lo que se dice en el libro III
De Anima que
es propio del entendimiento agente
hacer [inteligibles] todas las cosas. Así pues, es necesario
afirmar que en Cristo se dieron algunas especies inteligibles
recibidas en el entendimiento posible por la acción del entendimiento
agente. Esto equivale a decir que existió en él ciencia adquirida,
llamada por algunos ciencia experimental.
Y por esta razón, aunque en otra ocasión yo escribí de forma
distinta, hay que decir que Cristo tuvo ciencia
adquirida. Tal ciencia, hablando con propiedad, es una ciencia al modo
humano, no sólo por parte del sujeto que la recibe, sino también por
parte de la causa que la produce, ya que esa ciencia se atribuye a
Cristo por razón de la luz del entendimiento agente, que es
connatural a la naturaleza humana. En cambio, la ciencia
infusa se atribuye al alma humana en virtud de una luz infundida desde
lo alto; y este modo de conocer es proporcionado a la naturaleza
angélica. Pero la ciencia beatífica, por la que se contempla la misma
esencia de Dios, sólo es propia y connatural a Dios, como se dijo en
la Primera Parte (q.12 a.4).
A las objeciones:
1. Dos son los modos de adquirir la
ciencia, a saber: la investigación y el aprendizaje; la investigación
es el principal, y el aprendizaje es el secundario. Por eso se dice en
el libro I Ethic.: Es óptimo el que lo
comprende todo por sí mismo, mientras que es bueno el que obedece a
quien bien enseña. Y, por tanto, a Cristo le competía más tener la
ciencia adquirida por investigación que por disciplina, especialmente
habiéndole dado Dios como Doctor de todos los hombres, según las
palabras de Jl 2,23: Alegraos en el Señor Dios vuestro, porque os
dio un maestro de justicia.
2. La inteligencia humana tiene
una doble orientación. Una, hacia las realidades superiores, y en este
sentido el alma de Cristo obtuvo la plenitud en virtud de la ciencia
infusa. Otra, hacia las realidades inferiores, esto es, hacia las
imágenes, que están destinadas a mover la inteligencia humana mediante
el poder del entendimiento agente. Y fue conveniente que el alma de
Cristo estuviese llena de ciencia también desde este punto de vista,
no porque no fuese suficiente por sí misma la plenitud para llenar la
inteligencia humana, sino porque convenía que ésta fuese perfecta
también por relación a las imágenes.
3. Una es la naturaleza del hábito
adquirido y otra la del hábito infuso. Adquiriéndose el hábito de la
ciencia por relación de la inteligencia humana con las imágenes, se
sigue que no puede adquirirse otro hábito de la misma naturaleza por
segunda vez. Sin embargo, el hábito de la ciencia infusa es de
distinta naturaleza, porque desciende al alma de lo alto, no por
relación con las imágenes. Y, por tanto, ambos hábitos no son de la
misma naturaleza.