Artículo 1:
¿Es el bien el objeto del temor o lo es el mal?
lat
Objeciones por las que parece que el bien es objeto del
temor.
1. En efecto, dice San Agustín en el libro Octoginta trium
quaest. que nada tememos, sino perder lo que
amamos y poseemos o no conseguir lo que esperamos. Pero lo que
amamos es el bien. Luego el temor mira al bien como a su objeto
propio.
2. Dice el Filósofo en II Rhetoric.
que el poder y el mismo estar sobre otro es terrible. Pero eso
es un bien. Luego el bien es el objeto del temor.
3. En Dios no puede haber nada malo. Pero se nos manda
temer a Dios, según aquello del Sal 33,10: Temed al Señor todos sus
santos. Luego también el temor es acerca del bien.
Contra esto: está lo que dice el Damasceno en el libro II, que el temor es del mal futuro.
Respondo: El temor es un movimiento de la
potencia apetitiva. Ahora bien, la prosecución y la huida son propias
del temor, según dice VI
Ethic. Mas la
prosecución es del bien, y la huida, del mal. Por consiguiente, todo
movimiento de la potencia apetitiva que implica prosecución tiene un
bien como objeto, mientras todo movimiento que implica huida tiene un
mal como objeto. Luego, implicando el temor una huida, mira al mal
primera y directamente como a su objeto propio.
Por otra parte, también puede mirar al bien en cuanto guarda relación
con el mal. Esto puede tener lugar de dos maneras. Una, en cuanto por
el mal se priva del bien, pues algo es malo por lo mismo que priva del
bien. Por consiguiente, al rehuirse el mal por ser mal, sigúese que se
rehuye porque priva del bien, el cual se prosigue por el amor. Y en
este sentido dice San Agustín que no hay motivo de
temer, sino el de perder el bien amado.
De otra manera se compara el bien con el mal como causa de éste, es
decir, en cuanto algún bien por su poder puede producir algún daño en
el bien amado. Y, por tanto, del mismo modo que la esperanza, según se
ha dicho anteriormente (q.40 a.7), mira a dos cosas, esto es, al bien
al que tiende y a aquello mediante lo cual espera conseguir el bien
deseado; así también el temor mira a dos cosas, esto es, al mal que
rehuye y a aquel bien que por su poder puede infligir un mal. De este
modo teme a Dios el hombre, en cuanto puede infligir una pena
espiritual o corporal. Así se teme también la potestad de un hombre,
sobre todo cuando ha sido ofendida o cuando es injusta, porque
entonces tiene a la mano el causar daño. Asimismo se teme estar
sobre otro, esto es, apoyarse en otro, de suerte que está en su
poder hacernos daño, como de quien conoce un crimen se teme que lo
revele.
A las objeciones: es evidente por lo expuesto.
Artículo 2:
¿Es el mal de la naturaleza objeto de temor?
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Objeciones por las que parece que el temor no tiene por objeto el mal de
la naturaleza.
1. En efecto, dice el Filósofo en II Rhetoric.
que el temor dispone al consejo. Pero nosotros no nos
aconsejamos sobre las cosas que suceden naturalmente, como dice III Ethic. Luego el temor no es del mal de la
naturaleza.
2. Los defectos naturales, como la muerte y otras cosas
similares, amenazan siempre al hombre. Si, pues, hubiera temor de
estos males, sería necesario que el hombre estuviese siempre con
temor.
3. La naturaleza no mueve a cosas contrarias. Pero el mal
de la naturaleza proviene de la naturaleza. Luego que alguien rehuya
este mal por temor no proviene de la naturaleza. Luego el temor
natural no es del mal de la naturaleza, al cual, sin embargo, parece
pertenecer este mal.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic., que lo más terrible de todo es la muerte, que es un mal de la naturaleza.
Respondo: Como afirma el Filósofo en II
Rhetoric., el temor proviene
de la imaginación
de un mal futuro que destruye o contrista. Ahora bien, así como el
mal que contrista es lo que contraría a la voluntad, así el mal que
destruye es lo que contraría a la naturaleza. Y éste es el mal de la
naturaleza. Por tanto, puede haber temor del mal de la
naturaleza.
Pero hay que observar que el mal de la naturaleza a veces proviene de
una causa natural, y entonces se llama mal de la naturaleza, no
solamente porque priva de un bien de la naturaleza, sino también por
ser efecto de la naturaleza, como la muerte natural y otros defectos
semejantes. Otras veces, en cambio, el mal de la naturaleza proviene
de una causa no natural, como la muerte que causa violentamente el
perseguidor. Y en ambos casos el mal de la naturaleza en cierto modo
se teme y en cierto modo no. En efecto, proviniendo el temor de la
imaginación de un mal futuro, como dice el Filósofo, aquello que aparta la fantasía del mal futuro excluye también el
temor. Y el que no aparezca un mal como futuro puede suceder de dos
maneras. Primera, porque está remoto y distante, pues, por razón de la
distancia, nos imaginamos que no ocurrirá. Y, por consiguiente, o no
lo tememos o lo tememos poco. Porque, como dice el Filósofo en II Rhetoric., lo que está muy lejos no se teme,
pues todos saben que morirán, pero como no está cerca, no se
preocupan. Segunda, se estima un mal futuro como no futuro por
razón de la necesidad, que hace estimarlo como presente. Por lo cual
dice el Filósofo en II Rhetoric. que aquellos
a los que se va a decapitar no temen, viendo que es inminente para
ellos la necesidad de morir, pues para que uno tema es preciso que
haya alguna esperanza de salvación.
Así, pues, no se teme el mal de la naturaleza, porque no se aprehende
como futuro. En cambio, si el mal de la naturaleza, que es destructor,
se aprehende como cercano, pero con alguna esperanza de evadirlo,
entonces será temido.
A las objeciones:
1. El mal de la naturaleza algunas
veces no proviene de la naturaleza, como queda dicho (en la sol.).
Pero, en cuanto proviene de la naturaleza, aun cuando no pueda
evitarse del todo, puede, no obstante, retardarse. Y con esta
esperanza es posible el consejo para evitarlo.
2. Aunque el mal de la naturaleza
siempre amenaza, sin embargo, no siempre amenaza de cerca. Y, por eso,
no siempre es temido.
3. La muerte y los otros defectos
de la naturaleza provienen de la naturaleza universal,
a los cuales se opone, en cuanto puede, la naturaleza
particular. Y así, por la inclinación de la naturaleza particular hay
dolor y tristeza por tales males cuando están presentes, y temor si
amenazan para el futuro.
Artículo 3:
¿Hay temor del mal de culpa?
lat
Objeciones por las que parece que puede haber temor del mal de
culpa.
1. En efecto, dice San Agustín en Super canonicam
loan. que el hombre teme con casto temor la
separación de Dios. Pero nada nos separa de Dios sino la culpa,
según aquello de Is 59,2: Vuestros pecados han puesto separación
entre vosotros y vuestro Dios. Luego puede haber temor del mal de
culpa.
2. Dice Tulio en IV De tusculanis quaest. que tememos aquellas cosas cuya presencia nos entristece. Pero uno puede dolerse o entristecerse del mal de culpa. Luego también puede uno temer el mal de culpa.
3. La esperanza se opone al temor. Pero la esperanza puede
referirse al bien de la virtud, como es evidente por el Filósofo en
IX Ethic. Y el Apóstol dice Gál
5,10: Yo confío de vosotros en el Señor que no tendréis otros
sentimientos. Luego también puede haber temor del mal de
culpa.
4. Asimismo, la vergüenza es una especie de temor, como se ha dicho
anteriormente (
q.41 a.4). Pero la vergüenza versa sobre un hecho
torpe, que es un mal de culpa. Luego también el temor.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II Rhetoric., que no todos los males se temen; por ejemplo, ser uno injusto o tardo.
Respondo: Según se ha indicado anteriormente
(
q.40 a.1;
q.41 a.2), como el objeto de la esperanza es el bien futuro
arduo que uno puede conseguir, así el temor es de un mal futuro arduo
que no puede evitarse fácilmente. De lo cual puede concluirse que lo
que está sujeto absolutamente a nuestro poder y voluntad, no tiene
naturaleza de terrible, sino que sólo es terrible lo que depende de
una causa extrínseca. Ahora bien, el mal de culpa tiene como causa
propia la voluntad humana y, por consiguiente, no tiene propiamente
razón de terrible.
Pero como la voluntad humana puede ser inclinada a pecar por una
causa externa, si esta causa posee gran fuerza para inclinarla,
entonces podrá haber temor del mal de culpa en cuanto depende de una
causa externa; por ejemplo, cuando uno teme vivir en compañía de los
malos, no sea que le induzcan a pecar. Pero, propiamente hablando, en
tal disposición el hombre teme más la seducción que la culpa
considerada en su naturaleza, es decir, en cuanto voluntaria, pues
bajo este aspecto no es de temer.
A las objeciones:
1. La separación de Dios es una
pena consiguiente al pecado, y toda pena procede de algún modo de una
causa exterior.
2. La tristeza y el temor
convienen en una cosa, pues ambas tienen por objeto el mal, pero
difieren en dos. Primera, porque la tristeza es del mal presente, y el
temor, del mal futuro. Segunda, porque la tristeza, residiendo en el
concupiscible, mira al mal absolutamente, y, en consecuencia, puede
ser de cualquier mal, pequeño o grande. En cambio, el temor,
hallándose en el irascible, mira al mal acompañado de cierta arduidad
o dificultad, que desaparece en cuanto una cosa está sometida a la
voluntad. Y, por tanto, no tememos todas las cosas futuras que cuando
están presentes nos entristecen, sino sólo algunas, esto es, las que
son arduas.
3. La esperanza es del bien
asequible. Ahora bien, alguien puede conseguir el bien por sí mismo o
por otro, y, por consiguiente, la esperanza puede ser de un acto de
virtud, que está en nuestra facultad realizar. En cambio, el temor es
de un mal que no está sometido a nuestra potestad, y, por tanto, el
mal que se teme proviene siempre de una causa extrínseca, mientras el
bien que se espera puede provenir tanto de una causa
intrínseca como de una causa extrínseca.
4. Como se ha indicado
anteriormente (
q.41 a.4 ad 2 y
3), la vergüenza no es el temor del
acto mismo del pecado, sino de la deshonra o ignominia que le sigue y
que proviene de una causa extrínseca.
Artículo 4:
¿Puede ser temido el temor mismo?
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Objeciones por las que parece que el temor no puede ser
temido.
1. En efecto, todo lo que se teme es custodiado con temor para no
perderlo, como el que teme perder la salud, la guarda temiendo. Si,
pues, el temor es temido, temiendo se guardará el hombre de temer, lo
cual parece inadmisible.
2. El temor es una huida. Pero nadie huye de sí mismo. Luego
el temor no teme al temor.
3. El temor es de lo futuro. Pero el que teme, ya tiene
temor. Luego no puede temer al temor.
Contra esto: está que el hombre puede amar el amor y dolerse del dolor.
Luego también, por la misma razón, puede temer al temor.
Respondo: Como se ha indicado (
a.3), solamente
tiene razón de terrible lo que proviene de una causa extrínseca, mas
no lo que proviene de nuestra voluntad. Ahora bien, el temor en parte
proviene de una causa extrínseca y en parte está sometido a nuestra
voluntad. Proviene, ciertamente, de una causa extrínseca, en cuanto es
una pasión que sigue a la imaginación de un mal inminente. Y conforme
a esto puede uno temer al temor, es decir, que le amenace la necesidad
de temer a causa del ataque de un mal notable. Está sometido a la
voluntad en cuanto el apetito inferior obedece a la razón, por lo que
el hombre puede rechazar el temor, y en este sentido el temor no puede
ser temido, como dice San Agustín en el libro
Octoginta trium
quaest. Pero como alguien podría valerse de las
razones que aduce para probar que el temor no es temido de ningún
modo, por eso hay que responder a ellas.
A las objeciones:
1. No todo temor es idéntico, sino
que hay diversos temores según las diversas cosas que se temen. Nada
impide, pues, que por un temor se preserve alguien de otro temor, y de
esta manera se guarda de temer por dicho temor.
2. Siendo uno el temor con que se
teme al mal inminente, y otro el temor con que se teme al mismo temor
del mal inminente, no se sigue que una cosa huya de sí misma o sea la
huida de sí misma.
3. Por la diversidad de temores ya
mencionada (ad 2), puede el hombre temer con temor actual un temor
futuro.
Artículo 5:
¿Son más temidas las cosas repentinas?
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Objeciones por las que parece que las cosas insólitas y repentinas no
son más temidas.
1. En efecto, así como la esperanza es respecto del bien, así el
temor es acerca del mal. Pero la experiencia contribuye a aumentar la
esperanza de los bienes. Luego también contribuye a aumentar el temor
de los males.
2. Dice el Filósofo en II Rhetoric.
que son más temidos no los que son prontos a la ira, sino los
apacibles y astutos. Ahora bien, consta que los iracundos
tienen movimientos más repentinos. Luego lo que es repentino es menos
terrible.
3. Las cosas que suceden súbitamente pueden considerarse
menos. Pero tanto más se temen las cosas cuanto más se las considera;
por lo cual dice el Filósofo en III Ethic.
que algunos parecen valientes a causa de su ignorancia, los cuales,
si llegan a conocer que las cosas son distintas de como sospechan,
huyen. Luego las cosas repentinas se temen menos.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en II Confess.: El temor se espanta de las cosas insólitas y repentinas contrarias a las cosas amadas y se preocupa de la seguridad.
Respondo: Como se ha indicado anteriormente
(
a.3;
q.41 a.2), el objeto del temor es el mal inminente que no se
puede rechazar con facilidad. Y esto proviene de dos cosas: de la
magnitud del mal y de la debilidad del que teme. Ahora bien, a ambas
cosas contribuye el que algo sea insólito y repentino. En primer
lugar, contribuye a que aparezca mayor el mal inminente. En efecto,
todas las cosas corporales, tanto buenas como malas, aparecen menores
cuanto más se las considera. Y por eso, así como el dolor del mal
presente se mitiga por razón de su larga duración, así también el
temor del mal futuro se aminora mediante su consideración anticipada.
En segundo lugar, al ser algo insólito y repentino, contribuye a la
debilidad del que teme, en cuanto que le priva de los remedios de que
el hombre puede proveerse para rechazar el mal futuro, por no poder
disponer de ellos cuando el mal surge de improviso.
A las objeciones:
1. El objeto de la esperanza es el
bien que uno puede conseguir. Y, por tanto, lo que aumenta el poder
del hombre, naturalmente aumenta la esperanza, y, por la misma razón,
disminuye el temor, porque el temor es de un mal al que no se puede
resistir con facilidad. Así, pues, como la experiencia hace al hombre
más poderoso para obrar, por eso, del mismo modo que aumenta la
esperanza, también disminuye el temor.
2. Los iracundos no ocultan su ira
y, por eso, el daño que causan no es tan repentino que no se prevea.
Pero los hombres apacibles y astutos ocultan su ira, y así el daño
inminente por parte de ellos no puede preverse, sino que llega de
improviso. Y por esta razón dice el Filósofo que tales
hombres son más temidos.
3. De suyo, los bienes o males
corporales al principio parecen mayores. La razón de esto es porque
una cosa resalta más puesta al lado de su contraria. Por eso, cuando
alguien pasa de repente de la pobreza a la riqueza, aprecia más la
riqueza debido a la pobreza anterior; y, al contrario, los ricos que
caen de repente en la pobreza, la encuentran más horrible. Y por esta
razón se teme más el mal repentino, porque parece ser mayor mal. Pero
puede suceder por alguna circunstancia que la magnitud del mal
permanezca oculta; por ejemplo, cuando los enemigos se esconden
insidiosamente. Y entonces es verdad que una consideración diligente
hace más terrible el mal.
Artículo 6:
¿Se teme más lo que no tiene remedio?
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Objeciones por las que parece que no debe temerse más lo que no tiene
remedio.
1. En efecto, para que haya temor se requiere que quede alguna
esperanza de salvación, como se ha dicho antes (
a.3;
q.41 a.2). Pero
en los males irremediables no queda ninguna esperanza de salvación.
Luego tales males no se temen en absoluto.
2. Ningún remedio puede aplicarse al mal de la muerte,
porque naturalmente no es posible el retorno de la muerte a la vida.
Sin embargo, no es la muerte lo más temido, como dice el Filósofo
en Rhetoric. Luego no se teme más lo que no
tiene remedio.
3. Dice el Filósofo en I Ethic.
que no es mayor el bien que dura mucho que el de un solo día, ni el
perpetuo que el que no lo es. Luego, por la misma razón, tampoco
es peor el mal. Pero las cosas que no tienen remedio no parecen
diferenciarse de las otras sino por su larga duración o perpetuidad.
Luego no son por esto peores o más terribles.
Contra esto: está lo que el Filósofo dice en II Rhetoric., que todo lo temible es más terrible aun cuando, una vez cometida la falta, no puede corregirse; o que no tiene socorro, o éste no es fácil.
Respondo: El objeto del temor es el mal; por
consiguiente, lo que contribuye a aumentar el mal,
contribuye a aumentar el temor. Pero el mal no sólo se aumenta según
su especie, sino también según las circunstancias, como es manifiesto
por lo dicho anteriormente (
q.18 a.3). Y entre las demás
circunstancias, la larga duración o incluso la perpetuidad parecen
contribuir más a aumentar el mal. En efecto, las cosas que existen en
el tiempo se miden en cierto modo por la duración del tiempo. Por lo
cual, si padecer algo en un determinado tiempo es un mal, padecer lo
mismo en doble tiempo se aprehende como duplicado. Y por esta razón,
padecer la misma cosa durante un tiempo infinito, que es padecerla
perpetuamente, implica en cierto modo un aumento infinito. Ahora bien,
los males que, después de hacerse presentes, no pueden tener remedio o
no lo tienen con facilidad, se consideran como perpetuos o de larga
duración. Y, por lo tanto, se hacen sumamente terribles.
A las objeciones:
1. El remedio del mal es doble.
Uno, mediante el cual se impide que venga el mal futuro. Y, suprimido
tal remedio, desaparece la esperanza y, en consecuencia, el temor. De
ahí que no hablemos ahora de tal remedio. Hay otro remedio del mal,
mediante el cual se aleja el mal ya presente. Y de este remedio
tratamos aquí.
2. Aunque la muerte sea un mal
irremediable, sin embargo, como no amenaza de cerca, no se teme, según
se ha dicho antes (
a.2).
3. El Filósofo habla
allí del bien en sí mismo, que es el bien según su
especie. Pero en este sentido no se aumenta el bien por la larga
duración o la perpetuidad, sino por la naturaleza del mismo
bien.