Marzo 2009 Archives
Buxton protestó. ¿Era acaso un esclavo? Eso era lo que quería saber Buxton. Estaba seguro de que la escuela no tenía ninguna regla contra el uso de esencias como precaución contra los gérmenes. Él no quería tener gérmenes. Estaba seguro de que su a madre no le gustaría que tuviese gérmenes. Era una vergüenza que lo enviasen a uno a escuelas donde se obligaba a los chicos a tener gérmenes.
Nuestro ya clásico cuento semanal es en esta ocasión Tratamiento homeopático, una curiosa historia escolar sobre el uso de esencias con fines más o menos delictivos.
Al pasar por el estudio de Milton una figura blanca salió de él. Todo lo que alguna vez había oído o leído sobre fantasmas acudió al cerebro petrificado de Shoeblossom. Deseó ardientemente estar de nuevo en su cama. Deseó no haber salido nunca de ella. Deseó haber llevado una vida mejor y más noble. Deseó no haber nacido jamás.
En El bate de oro agregamos los cuatro capítulos siguientes: IX-XII.
Esa noche en particular todo salía absolutamente perfecto. Yo estaba muy linda. Sé que una no puede darse cuenta, pero tanto papá como Tía Edith me lo dijeron, y lo mismo hicieron al menos la mitad de mis compañeros de baile, así que hubo una buena masa de evidencia corroborativa, como suele decir papá. Además, la pista estaba maravillosa, y todos parecían bailar bien excepto un joven que había venido de Cambridge para el baile. Danzaba muy mal, pero no parecía en absoluto que eso hiciera mella en su espíritu. Estaba extremadamente animado.
–¿Prefiere usted –me preguntó– que me disculpe cada vez que la piso, o es mejor que vaya llevando la cuenta y me disculpe colectivamente al final?
Joan Romney le da una mano a su hermano Bob, que quiere entrar en el equipo de fútbol de Oxford, con insospechadas consecuencias. ¡Comenzó el partido, y se juega en nuestro cuento semanal, La influencia de unas enaguas!
En una esquina del aula había un globo terráqueo gigantesco. El problema de cómo había entrado en el aula había dado pasto a las mentes de muchas generaciones de wrykinianos. Era demasiado grande como para entrar por la puerta. Algunos pensaban que el edificio se había construido en torno a él; otros, que lo habían puesto en esa habitación en su infancia, y luego había crecido. En seis casos de cada diez, plantear la pregunta ante Mr. Morgan implicaba expulsión inmediata del aula. Pero para asegurar esta circunstancia era necesario asir fuertemente el globo y hacerlo girar sobre su eje. Esto siempre resultaba. Mr. Morgan saltaba de su estrado, reprendía al malhechor en términos airados, y le daba las instrucciones para partir de inmediato y sin ocasionar más disturbios.
Arrancamos la nueva semana sacando a la luz los capítulos V-VIII de El bate de oro, novela escolar.
El Comité de Deportes de Wrykyn (es decir, de la escuela situada a media milla de la localidad cuyo nombre había tomado) no era pródigo en sus gastos con respecto a los vestuarios del pabellón. Cada dos números del Wrykiniano aparecían cartas –algunas breves, otras largas, algunas de miembros de la escuela, otras de Ex-Alumnos–, siempre protestando por las condiciones de los vestuarios del primer, el segundo y el tercer quince. "Indignado" preguntaba con acidez, a lo largo de media página de letra chica, si el editor era consciente de que en la segunda sala no había cepillo para el cabello, y sólo medio peine. "Ex.-W. Disgustado" indicaba que, cuando había venido con los Wandering Zephyrs a jugar contra el tercer quince, el agua se había cortado de modo misterioso y repentino, y que los W.Z. habían debido regresar a casa como estaban, en un estado de mugre primitiva; y que, en su opinión, tal cosa era "algo muy malo para una escuela de más de seiscientos alumnos", aunque no llegaba a explicar qué tenía que ver el número de alumnos con el hecho de que no hubiese agua. El editor solía manifestarse apenado entre paréntesis y las cosas seguían como antes.
Publicamos los cuatro primeros capítulos de una nueva novela escolar, El bate de oro, sobre las desventuras del buen Trevor en Wrykyn –no del todo desligada del cuento que publicamos esta misma semana. Para que nuestro público lector no pierda la trama, la completaremos regularmente en el transcurso de marzo y abril.
Si le hubieseis dicho a Henfrey que el Banco de Inglaterra acababa de quebrar sólo hubiese respondido "¡Oh!"
Si le hubieseis dicho que el país estaba al borde de una guerra hubiese replicado: "¿En serio? Pásame más tarde ese diario". Pero decidle, la noche anterior al partido contra Ripton, que su mejor bateador tiene que quedar en extra, y habréis captado verdaderamente su atención.
Mientras todavía duran los efectos de la inauguración del sitio, para golpear sobre caliente, hacemos el firme propósito de publicar un cuento semanal. El primero, en el marco de los Cuentos escolares, será la historia de cómo Wrykyn derrotó a Ripton en cricket; o, dicho de otro modo, El extra de Jackson.