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El curso de Pascua se aproximaba a su fin. Todo el rugby había terminado, con excepción de la final entre residencias, de modo que la vida era un poco menos alegre de lo que había sido. En ciertos aspectos las últimas semanas anteriores a las vacaciones de Pascua son muy agradables. Uno puede ponerse shorts de gimnasia y un blazer y trotar por los terrenos de la escuela, sintiéndose fuerte y atlético y haciéndose la idea de que está entrenando. Diez minutos con el salto en largo, cinco con el lanzamiento de pesos, unos pocos piques en la pista: todo muy divertido e inofensivo, pero al cabo de un tiempo se vuelve monótono. Y si el tiempo tiende a refrescar las ocupaciones de este tipo se tornan imposibles.

A Charteris las cosas le resultaban especialmente aburridas. En promedio era un buen corredor, pero había otros mucho mejores para todas las distancias, de modo que no tenía sentido mortificar la carne con un entrenamiento estricto. Por otra parte, puesto que la final entre residencias todavía estaba por jugarse, y que Merevale's era uno de los dos equipos que participarían, correspondía que se mantuviese más o menos en forma. El muffin*Molletes. amigo y el alegre crumpet* todavía eran cosas que debían evitarse. Así, al parecer, se encontraba en una situación en que las pocas ocupaciones a que todavía le era posible entregarse le estaban vedadas, y el resultado era una ligera sensación de aburrimiento.

Para empeorar las cosas, el resto de su compañía estaba dedicado de lleno a sus varios quehaceres y no tenía tiempo libre para distraerlo. Welch practicaba piques de cien yardas todos los días y se imaginaba que le haría un gran obsequio a Charteris permitiéndole tomar el tiempo. Así que le daba un cronómetro, lo conducía hasta el extremo de la pista y a su señal salía disparado con el estilo americano aprobado. Por regla general, para cuando llegaba a la cinta que dos juniors de Merevale's sostenían sumisos, la atención de Charteris ya se había desviado en otra dirección.

–¿Qué tiempo hice? –jadeaba Welch.

–Por Júpiter –comentaba Charteris mansamente–, me olvidé de mirar. Cosa de un minuto y cuarto, me parece.

Ante lo cual Welch, que siempre tenía la sensación de que justo esa vez, al menos, había hecho diez con veinte centésimas, debía disimular su alegría y sugerir que algún otro tomase el cronómetro. Luego estaba Jim Thomson, que habitualmente era una mina repleta de plática estimulante. Se había anotado para la milla y también para la media, y rehusaba de plano hablar de otra cosa que no fueran esas distancias y del mejor método para recorrerlas en tiempo mínimo. Charteris comenzó a sentir que se apoderaba de él un espíritu melancólico. Después, el Bebé. El Bebé podría haberlo ayudado a sobrellevar las largas horas, pero por desgracia se le había metido en la cabeza la idea de que iba a ganar la carrera a campo traviesa; y cuando, por añadidura, se vio poseído por un temor pánico con respecto a las posibilidades del equipo de la residencia en la final y comenzó a esparcir indirectas acerca de un entrenamiento estricto, Charteris decidió que era una persona a la que convenía evitar. Si acudía al Bebé en busca de simpatía, lo más probable era que éste lo invitara a acompañarlo en un paseo de diez millas, a fin de ponerse en forma para la final. A Charteris le sobrevenía un desmayo de sólo pensar en un paseo de diez millas. Y, por fin, estaba Tony. Pero Tony constituía la peor de las compañías. Andaba con el brazo en cabestrillo; y rechazaba todo consuelo. De no haber sido por su fractura estaría entrenando ahora para la Competencia de Box de Aldershot*Evento de competición deportiva para escuelas., y el hecho de haber quedado definitivamente fuera de ésta lo deprimía profundamente. Ganduleaba taciturno por el gimnasio, mirando cómo Menzies, que iba a ocupar su lugar, entrenaba con el instructor; y rehusaba todo consuelo. En conjunto, la vida le parecía a Charteris un bodrio.

Había llegado a tal extremo en su aburrimiento que un miércoles por la tarde en que no conseguía nada para hacer se encontró trabajando en un artículo burlesco y notablemente difamatorio sobre "El Cuerpo Docente, por alguien que ha sufrido", que planeaba insertar en La Luciérnaga, un periódico no oficial que él mismo había fundado para diversión de la Escuela y provecho de su propio bolsillo y el de sus contribuyentes. Comenzaba a compenetrarse con su tarea y a disfrutarla, cuando la puerta se abrió sin que precediera la llamada de costumbre. Con destreza, Charteris deslizó una hoja de papel secante sobre el manuscrito, porque Merevale a veces entraba a los estudios de ese modo. Y aunque el artículo no decía nada particular sobre Merevale, a Charteris le pareció que tal vez sería mejor que no llegara a verlo. Pero no era Merevale, sino algo mucho peor: el Bebé.

Adornaba su cuerpo con ropas de rugby, y su rostro con una mirada de sacro entusiasmo. Charteris sabía lo que significaba esa mirada. Significaba que el Bebé iba a tratar de arrastrarlo a una carrera.

–Vete, Bebé –dijo–; estoy ocupado.

–¿Cómo cuernos puedes estar holgazaneando aquí, con la tarde preciosa que hace afuera?

–¡Holgazaneando! –dijo Charteris–. Ésa sí que es buena. Estoy haciendo trrabajarr el cerrebrro, Bebé. Estoy escribiendo un artículo sobre los profesores y sus costumbres, un artículo que ha de causar profunda conmoción en la Sala Común. O que lo haría, si alguna vez llegara a ella, pero no llegará. O así lo espero, por su propio bien, y también por el mío. De modo que corre, Bebé querido, y no molestes a tu tío que está ocupado.

–Gansadas –dijo el Bebé con firmeza–, hace una semana que no haces ejercicio.

Charteris respondió con orgullo que la noche anterior, sin ir más lejos, había dado cuerda a su reloj. El Bebé se rehusó a aceptar que la acotación fuese pertinente al asunto que tenían entre manos.

–Escucha, Concejal –dijo, sentándose en la mesa y clavando la mirada en su víctima–, todo eso está muy bien, sabes, pero la final es dentro de pocos días, y sabes perfectamente que no estás para nada en forma.

–Lo estoy –dijo Charteris–, como un aspirante al título. Rebosante. Tantéame las costillas.

El Bebé rechazó el ofrecimiento.

–No, pero mira –dijo quejumbroso–, me gustaría que te lo tomases en serio. Porque es verdaderamente serio. Si Dacre's vuelve a ganar la copa este año, serán cuatro veces seguidas.

–No será –dijo Charteris, como aquel marino de recursos y sagacidad sin límite–. No será, sino muy por el contrario* Cita del cuento "How the Whale Got his Throat", en Just So Stories de Rudyard Kipling.. Serán sólo tres.

–Bueno, ya está bastante mal con tres.

–En verdad, oh rey, que está bastante mal con tres.

–Entonces, ahí tienes. ¿Ahora lo ves?

Charteris parecía confundido.

–¿Te molestaría explicar ese comentario? –dijo–. Lentamente.

Pero el Bebé había abandonado la mesa y ahora merodeaba por la habitación abriendo armarios y cajas.

–¿A qué estás jugando? –preguntó Charteris.

–¿Dónde guardas tu equipo de rugby?

–¿Y para qué quieres mi equipo de rugby, si puedo preguntar?

–Te voy a ayudar a ponértelo, y luego saldremos a correr.

–Oh –dijo Charteris.

–Sí. Sólo un paseo liviano para mantenerte en forma. ¡Hola! Parece que acá está.

Hundió ambas manos en una caja cerca de la ventana y tironeó de un revoltijo de ropas de rugby. A Charteris le recordó a un terrier excavando en una conejera.

Protestó.

–Por favor, Bebé, no hagas eso. Trátalo con ternura. Vas a arruinar la raya de esos pantalones, si los doblas así. Sabes, mi apariencia en el campo de juego no es un asunto menor. A mí al menos sí me enseñaron a vestirme como un caballero, por así decirlo. Bueno, ya los has visto; ahora guárdalos.

–Póntelos –dijo el Bebé con firmeza.

–Eres una bestia, Bebé. No quiero ir a correr. Ya estoy viejo para estos ejercicios violentos.

–Date prisa –dijo el Bebé–. No debemos dejar pasar las oportunidades. Ahora que Tony no puede jugar, tendremos que hacer un esfuerzo extra si queremos ganar.

–No veo la necesidad de ponerse nervioso sobre el tema. Teniendo en cuenta que tenemos a tres de la línea de tres-cuartos del Primer Quince, y al back del Segundo, nos tendría que ir bastante bien.

–Pero mira el scrum de Dacre's. Por empezar, está Prescott. Vale por cualesquiera dos que le pongas delante. Luego tienen a Carter, Smith y Hemming del Primer Quince, y a Reeve-Jones del Segundo. Y sus outsides no son tan malos, si lo piensas. Bannister está en el Primero, y todos los demás tres-cuartos son buenos. Y tienen a los dos halves del Segundo. Ahora que Tony se quebró prácticamente tendrás que encargarte tú solo de los dos. Y Baddeley ha mejorado mucho durante este curso.

–Bebé –dijo Charteris–, te asiste la razón. Pasaré a una nueva página. Seré bueno. Dame mis cosas e iré a correr. Pero te pido sólo una cosa: por favor, que no sean más de veinte millas.

–Buen chico –dijo el Bebé, agradecido–. No iremos lejos y nos lo tomaremos con calma.

–Te diré qué –dijo Charteris–. ¿Conoces un sitio llamado Worbury? Ya suponía que no. No es más que un caserío, con dos cabañas, tres hosterías y una laguna, y otras cosas por el estilo. Lo conozco porque Welch y yo fuimos a correr allí el año pasado. Está yendo hacia Badgwick, a unas tres millas sobre el camino, por lo llano en su mayor parte. Voto porque nos enfundemos bien, con blazers y sweaters y demás, y vayamos a Worbury, tomemos el té en una de las cabañas, y volvamos a tiempo para el cierre. ¿Cómo te suena?

–Bien. ¿Cómo es lo del té? ¿Estás seguro de que se puede conseguir?

–Muy seguro. El Habitante Más Anciano es compinche mío.

El círculo de conocidos de Charteris no dejaba de asombrar al Bebé y a otros merevalianos. Parecía que conocía a todo el mundo en el condado.

Una vez embarcado en cualquier empresa, fuese física o mental, por regla general Charteris se desempeñaba bien. Lo que le costaba era arrancar. Ahora que estaba en movimiento comenzó a disfrutarlo. Se preguntó por qué demonios había sido tan reacio a salir a correr. Saber que tenía tres millas por delante y que no tendría dificultad para superarlas lo hacía sentir como nuevo. Se sentía en forma. Y no hay nada como sentirse en forma para disipar el aburrimiento. Se mantuvo a la par del Bebé con paso firme.

–Ésa es la cabaña –dijo, cuando doblaron un recodo del camino y Worbury apareció un centenar de yardas más adelante–. Piquemos. –Lo hicieron, y llegaron a la puerta de la cabaña con no más de una yarda de diferencia, para admiración del Habitante Más Anciano, que estaba fumando una pipa meditabunda en el jardín. Mrs. Habitante Más Anciano salió de la cabaña al oír las voces, y Charteris planteó la cuestión del té. El menú era abundante y variado, y ni siquiera el Bebé, con toda su devoción por el entrenamiento estricto, pudo evitar sonreír con felicidad al oír hablar de tartas calientes.

Durante el mauvais quart d'heure que precedió a la merienda Charteris mantuvo una animada conversación con el Habitante Más Anciano, y el Bebé contribuía cada tanto, cuando se le ocurría algo para decir. Charteris parecía estar en muy buenos términos con toda la familia. Preguntó por el reuma del Habitante Más Anciano. Lo reconfortaba saber que se encontraba mucho mejor. ¿Cómo había andado Mrs. H.M.A. desde su última visita? ¿Tirando bien? Excelente. ¿Y cómo estaba el sobrino del H.M.A.?

Al oír mencionar a su sobrino el H.M.A. se puso verborrágico. Informó a su auditorio de todo lo que había sucedido en relación con el antedicho sobrino durante los últimos años. Luego comenzó a describir lo que era probable que hiciera en el futuro. Entre otras cosas, la semana siguiente habría competencias deportivas en Rutton, y su sobrino iba a tratar de ganar lo que el Habitante Más Anciano describió vagamente como "una carrera". La había ganado el año anterior. Que sí, que su sobrino era un corredor de los buenos. El Bebé quiso saber, ¿dónde queda Rutton? A unas ocho millas después de Stapleton, respondió Charteris, que dominaba la geografía local. Se iba en tren. Era la estación que seguía.

Mrs. H.M.A. salió a decir que el té estaba listo, y ya metida en la conversación sobre la competencia de Rutton sacó a relucir un programa que le había enviado su sobrino. Con éste a la vista se supo que el evento "estrella" del sobrino era la carrera del huevo y la cuchara. Un asterisco junto al nombre lo señalaba como el ganador del año anterior.

–Hey –dijo Charteris–, veo que hay una milla para forasteros. Cuando me encolerizo me convierto en un demonio de la milla. Creo que voy a participar.

Devolvió el programa y comenzó con su té.

–Sabes, Bebé –dijo durante el regreso, por la tarde–, de veras creo que me voy a anotar para esa carrera. Será espantosamente divertido. Y es el día antes del partido de residencias, así que me pondrá en forma.

–No digas estupideces –dijo el Bebé–. Si te descubren habrá una bronca tremenda. Te meterán extra por el resto de tu vida.

–Bueno, la final entre residencias cae en jueves, así que no se verá afectada.

–Sí, pero aun así...

–Voy a pensarlo –dijo Charteris–. No hace falta que se lo digas a nadie.

–Si quieres seguir mi consejo, abandona la idea.

–Se ha tomado nota de su sugerencia, que será considerada con la debida atención –dijo Charteris–. Apretemos el paso.

Estiraron el tranco, y la conversación terminó abruptamente.

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