Anterior: Capítulo 5  

Por solicitud expresa de Charteris el doctor lo dejó a unos cien metros de la puerta de Merevale's.

–Buenas noches –dijo–. No espero que sigas mi consejo, pero te lo daré igual. Te recomiendo que termines con este juego. La próxima vez podría llegar a pasarte algo.

–Por Júpiter, es cierto –dijo Charteris, mientras descendía dolorosamente del coche–, y voy a seguir su consejo. A partir de este día soy un hombre reformado. Todo esto no vale la pena. Y ahí suena la campana de cierre. Buenas noches, doctor, y todas las gracias del mundo por el viaje. Fue muy amable de su parte.

–Olvídalo –dijo el Dr. Adamson–, siempre será un privilegio tenerte como compañía. ¿Cuando volverás a tomar el té a casa?

–Cuando usted quiera recibirme. Pero esta vez tendré que pedir permiso aquí.

–Sí. De paso, ¿cómo está Graham? Era Graham, ¿no? El que se rompió la clavícula.

–Oh, evoluciona perfectamente. Todavía tiene un cabestrillo, pero ya casi está curado. Y ahora tengo que irme. Buenas noches.

–Buenas noches. Ven a tomar el té el próximo lunes.

–Bien –dijo Charteris–. Gracias otra vez.

Fue cojeando hasta la puerta de Merevale's y subió a su estudio. Allí estaban el Bebé y Welch, charlando.

–Hola –dijo el Bebé–, aquí llega Charteris.

–Lo que queda de él –dijo Charteris.

–¿Cómo te fue?

–Por favor, ahora no.

–¿Ganaste? –preguntó Welch.

–No. Segundo. Por un metro. ¡Señor!, estoy muerto.

–¿Fue duro?

–Vaya que sí. Pero no fue eso. Tuve que picar todo el trecho hasta la estación, y al final terminé perdiendo el tren por diez segundos.

–Entonces, ¿cómo llegaste hasta aquí?

–Ése fue el único golpe de suerte que tuve esta tarde. Empecé a volver caminando, y después de un cuarto de milla me alcanzó Adamson con su coche. Le sugerí que sería un acto de caridad cristiana de su parte traerme, y lo hizo. Me acordaré de Adamson en mi testamento.

–Dinos qué sucedió.

–Voy a deciros cuanto esté en mi mano –dijo Charteris–. Poco hay para contar. Encontré a un hombre anciano, muy anciano, sentado en un umbral*. ¿Por dónde comienzo?

–Por el comienzo. Y sin vueltas.

–Yo nací –comenzó Charteris– de padres pobres pero honrados, que en mi tierna infancia me enviaron a la escuela para absorber las lenguas griega y latina, hoy obsoletas. Yo...

–¿Cómo fue que perdiste? –preguntó el Bebé.

–El otro tipo me derrotó. Si no lo hubiera hecho, yo habría ganado, y eso es una certeza. Ah, de paso, adivinen a quién encontré en Rutton.

–¿A uno de los picos?

–No tan malo como eso, pero casi. Al Bargee que me siguió desde Stapleton. El que quebró a Tony.

–¡Gran Scott! –gritó el Bebé–. ¿Te reconoció?

–Y muy bien. Tuvimos un diálogo de lo más placentero.

–Si te denuncia... –empezó a decir el Bebé.

–¿Quién es ese que veo?

Charteris levantó la vista. Tony Graham había entrado al estudio.

–¡Hola, Tony! Adamson te ha enviado saludos.

–¿Así que volviste?

Charteris confirmó esta osada suposición.

–Pero ¿qué estabas diciendo, Bebé? –dijo Tony–. ¿Quién va a ser denunciado, y quién va a ser el denunciante?

En pocas palabras el Bebé explicó la situación.

–Si ese tipo –dijo– lo denuncia, Charteris puede llegar a quedar castigado mañana, y entonces tendremos a nuestros dos halves fuera del partido contra Dacre's. Charteris, eres un imbécil, con todo eso andar escapándote.

–Pues no, seca esa lágrima que comienza a asomar* –dijo alegre Charteris–. En primer lugar, no me castigarían un jueves: más bien quedaría extra el próximo sábado. Y además me las ingenié para dar a entender al Bargee que estaba en Rutton con permiso especial.

–Tiene que saber que eso no puede ser cierto –dijo Tony.

–Bueno, le dije que lo meditara. Verás: la última vez que intentó maquinar mi desgracia quedó tan mal parado que no me extrañaría que lo dejara pasar esta vez.

–Esperemos –dijo el Bebé con tono sombrío.

–Así me gusta, Bebito –acotó Charteris asintiendo y tratando de animar a aquel pesimista–. Fuerza, y trata de mirar el lado positivo. Todo saldrá bien, ya verás. Si tengo que quedar en castigo, lo haré. Y mañana estaré terriblemente en forma, después de todo el ajetreo de hoy. No tengo encima ni una onza de carne de más. Soy un ejemplar sano y robusto de la fornida juventud inglesa. Y mañana, Bebé, pienso hacer un juego muy egoísta.

–Por lo que más quieras, ¡no! –en el rostro del Bebé se dibujó una expresión de horror. Llevaba el éxito del equipo de su residencia muy dentro del corazón. No comprendía que alguien pudiese bromear sobre el tema. Charteris se compadeció de su angustia y procedió a aliviarla de inmediato.

–Era una broma –dijo–. Teniendo en cuenta que nuestro único punto fuerte es la línea de tres-cuartos, seguramente no mantendré la pelota lejos de ellos, si tengo oportunidad de sacarla. Sosiega tu espíritu, Bebé.

La final del torneo entre residencias era siempre un juego caliente. Había mucha rivalidad entre las distintas residencias, y la copa de rugby en especial se disputaba con todo el entusiasmo. Además, ese partido era la última fecha de la temporada, y en todos los equipos existía la sensación de que si llegaban a lesionar a uno o dos hombres no importaría demasiado. El herido, de todos modos, no sería requerido para partidos entre residencias durante seis meses. Como resultado de esta reflexión filosófica el tacleo era un tanto enérgico y el handing-off se llevaba a cabo con vigor.

El toque final lo daba el hecho de que este año hubiese cierta animosidad entre Dacre's y Merevale's. La razón de ésta era el Bebé. Hasta comienzos de ese curso, había sido un day boy. Entonces comenzó a circular la noticia de que iba a pasar a interno, en Dacre's o en Merevale's. Se decidió por esta última, lo que ocasionó cierto resentimiento en Dacre's. Algunos de los espíritus menos deportivos de la residencia habían propuesto elevar una protesta para que no se le permitiera jugar, pero (afortunadamente para el buen nombre de Dacre's) Prescott, capitán del Quince de la residencia, había aplastado la sugerencia enfáticamente. Observó con sabiduría que había ciertas cosas que era mala educación hacer, y ésa era una de ellas. Si el equipo quería manifestar su desacuerdo, dijo, que lo hiciese en el campo de juego tacleando con alma y vida. Él, personalmente, iba a dar lo mejor de sí, y les recomendaba que hicieran lo mismo.

De algún modo misterioso, el rumor de esta mala sangre se había esparcido por la Escuela, así que cuando Swift, el único forward del Primer Quince en Merevale's, dio el puntapié inicial, había en torno al campo una inmensa multitud. Desde el comienzo resultaba evidente que iba a ser un buen juego.

Como equipo, Dacre's era mejor. No tenían nigún punto débil. Pero la extraordinaria fuerza de la línea de tres-cuartos de Merevale's compensaba algo su inferioridad en el scrum. Y el hecho de que el Bebé estuviese en el centro valía lo suyo.

Dacre's comenzó presionando. Tenían un pack extraordinariamente pesado para ser un equipo de residencia, y lo usaban en toda su capacidad. Fueron llevando la pelota con ataques cortos hasta que estuvieron en el veinticinco de Merevale's. Entonces comenzaron a empujar, y si antes las cosas habían estado movidas para los merevalianos ahora la diversión se duplicó. El campo estaba seco, lo mismo que la pelota, y en consecuencia el juego era rápido. Cada tanto, la pelota salía por la línea de tres-cuartos de Dacre's, sólo para verse arrojada al touch, junto con el wing que la transportaba. En ocasiones los centrales, en vez de proveer a sus wings, trataban de abrirse camino por sí mismos. Allí entraba en escena el Bebé. Era conocido como el mejor tacleador de la Escuela, pero en esta ocasión se superó. En ningún caso su hombre tuvo oportunidad de pasar. Por fin, una pelota pateada al touch por sobre las cabezas de los espectadores dio a los jugadores unos segundos de descanso.

El Bebé fue hasta Charteris.

–Mira –dijo–, ya sé que es arriesgado, pero me parece que vamos a tratar de sacar la pelota.

–¿Dentro de nuestro propio veinticinco?

–Donde sea. Creo que va a salir bien. Al menos, lo intentaremos. Díselo a los forwards.

Los forwards que juegan contra un pack mucho más pesado que ellos mismos encuentran que es más fácil hablar de sacar la pelota que hacerlo. La primera media docena de veces que el scrum de Merevale's trato de empujar terminó con Merevale's literalmente barrido y con la pelota saliendo por el lado contrario. Pero el séptimo intento tuvo éxito. Daintree, que había entrado por Tony, la cruzó para Charteris. Charteris esquivó al half que lo estaba marcando y echó a correr. Presionar y pasar dentro del propio veinticinco es algo parecido a fumar: una cosa excelente, siempre que se haga con moderación. Esta vez salió de maravillas. Charteris corrió hasta la línea media y dejó la pelota en manos del Bebé. El Bebé recibió un tacle desde atrás y la pasó a Thomson. Thomson esquivó a su hombre, y la pasó a Welch sobre el wing. Welch tenía el pique más rápido de toda la Escuela. Si uno no tenía la desgracia de pertenecer al equipo contrario, era todo un placer verlo correr hasta la línea final. Salió como una flecha. El back de Dacre's hizo un intento inútil por alcanzarlo. Welch le podría haber dado quince mentros de ventaja sobre cien. Lo rodeó y, envuelto en el tremendo aplauso de la facción pro-Merevale's del público, anotó entre los postes. El Bebé pateó y convirtió sin dificultad. Cinco minutos después, el silbato indicó que llegaba el entretiempo.

El resto del juego no exige que entremos en detalles. Dacre's presionó constantemente durante la última media hora, pero la pelota volvió a salir dos veces hacia la línea de tres-cuartos de Merevale's. En una ocasión fue el Bebé quien anotó con una corrida desde su propia línea de fondo, y en otra Charteris partió desde la mitad y esquivó a todo el equipo contrario. En los últimos diez minutos el juego se caracterizó por un ligero exceso de energía por ambas partes. Los forwards de Dacre's estaban decididamente de mal humor, peleando como tigres para poder pasar, y Merevale's no se quedó atrás en lo que se refiere a espíritu. El Bebé estaba todo el tiempo arrojándose a los pies de los forwards y Charteris sentía que al menos diez huesos de distintas regiones de su anatomía estaban quebrados. El juego terminó junto a la línea final de Merevale's, que había ganado el match por dos goles y un try a cero.

Charteris salió del campo de juego cojeando, alegre pero averiado. Le dolía todo, y llevaba un enorme raspón en la mejilla izquierda. Él y el Bebé se dirigían a la residencia cuando observaron que el Director les estaba haciendo señas.

–Bueno, MacArthur, ¿cuál ha sido el resultado del partido?

–Ganamos, señor –tronó el Bebé–. Dos goles y un try a cero.

–¿Se ha lastimado la mejilla, Charteris?

–Sí, señor.

–¿Cómo sucedió?

–Recibí una patada, señor, en uno de los ataques.

–Ah. Yo diría que se la lavara, Charteris. Con vigor. Espero que no duela mucho. Lávela bien con agua tibia.

Siguió adelante.

–Sabes –dijo Charteris al Bebé, mientras entraban a la residencia–, el Viejo no es tan mala persona, después de todo. Tiene sus cosas buenas, ¿no crees?

El Bebé dijo que sí creía.

–Voy a reformarme, ¿sabes? –siguió Charteris en tono confidencial.

–Ya era hora –dijo el Bebé–. Puedes bañarte primero, si quieres. Pero date prisa.

Charteris se hirvió durante unos diez minutos y luego llevó sus cansados miembros al estudio. Mientras estaba sentado en una tumbona, comiendo bizcochos variados y preguntándose si alguna vez lograría reunir las fuerzas suficientes para volver a ponerse las prendas de la civilización, alguien llamó a la puerta.

–Sí –gritó Charteris–, ¿quién es? No entre. Me estoy cambiando.

La melodiosa voz de soprano de maese Crowinshaw, su fag*Estudiante de los cursos inferiores que hace de sirviente para otro de los cursos superiores., penetró por el ojo de la cerradura.

–El Director me dijo que te dijera que quería verte en la Residencia Central apenas puedas.

–Muy bien –gritó Charteris–. Gracias.

–Y ahora –siguió diciendo para sí–, ¿qué querrá el Viejo? Tal vez quiera asegurarse de que me he lavado bien la mejilla con agua tibia. Supongo que debo ir, de todos modos.

Un cuarto de hora después se presentó ante la puerta directorial. Parker, el sosegado mayordomo del Director que siempre daba a Charteris deseos de hundirle un puño en las costillas sólo para ver qué sucedía, lo acompañó hasta el estudio.

Cuando Charteris entró, el Director estaba leyendo a la luz de una lámpara. Dejó el libro e hizo que el joven se sentase; y luego hubo una pausa incómoda.

–Acabo de recibir –comenzó por fin el Director– una comunicación de lo más desagradable. Muy desagradable. Ignoro de quién pueda provenir. De hecho, es... este... anónima. Lamento haberla leído.

Se detuvo. Charteris no hizo ningún comentario. Ya adivinaba lo que se venía. Él también lamentaba que el Director hubiese leído la carta.

–El que la escribió dice que lo vio a usted, y que llegó a hablar con usted, en la competencia atlética que se realizó ayer en Rutton. Lo he mandado a llamar para que me diga si es cierto.

El Director fijó un ojo acusador sobre su interlocutor.

–Es totalmente cierto, señor –dijo Charteris con firmeza.

–¡Qué! –exclamó el Director–. ¿Estuvo usted en Rutton?

–Sí, señor.

–Supongo que sabía perfectamente que al ir allí estaba violando las reglas de la Escuela, ¿no, Charteris? –preguntó el Director con frialdad.

–Sí, señor.

Hubo otra pausa.

–Esto es muy serio –comenzó a decir el Director–. No puedo pasarlo por alto. Voy a...

Hubo un leve rumor de pies en el corredor, afuera. La puerta se abrió con violencia, y entró una jovencita. Charteris la reconoció de inmediato: era la desconocida del día anterior, la jovencita de la bicicleta.

–Tío –dijo–, ¿has visto mi libro por aquí? ¡Buenas! –exclamó, cuando su mirada cayó sobre Charteris.

–¡Buenas! –dijo Charteris afable, no dispuesto a quedarse atrás en cortesía.

–¿Llegaste a tomar el tren?

–No. Lo perdí.

–¡Bueno! ¿Qué te ha pasado en la mejilla?

–Recibí una patada.

–¡Oh! ¿Duele?

–No mucho, gracias.

Aquí metió baza el Director, que se sentía un tanto excluido de la conversación.

–Dorothy, no puedes entrar ahora. Estoy ocupado. ¿Y cómo es que tú y Charteris se conocen, si puedo preguntar?

–Vaya, pues si es él –dijo Dorothy con toda lucidez.

El Director parecía confundido.

–Él. Tú sabes, ese muchacho.

Habla muy en favor del Director el que pudiese captar el significado de estas palabras. Los años de dedicación a los clásicos habían aguzado su capacidad de descubrir algún sentido allí donde no había ninguno. La luz se hizo sobre él.

–¿Pretendes decirme, Dorothy, que fue Charteris quien te auxilió ayer?

Dorothy asintió con firmeza.

–Les dio a esos tipos lo suyo –dijo–. De veras que lo hizo –siguió, sin prestar atención a la mirada de horror que se iba dibujando en el rostro del Director–. Usó la izquierda y la derecha con suma efectividad.

El hermano de Dorothy, asiduo seguidor de las actividades del ring, había tenido unos días antes la amabilidad de leer a la niña extractos del Sportsman acerca de un encuentro en el National Sporting Club, y la lectura había sido muy de su agrado. La consideraba una obra maestra de las letras inglesas.

–Dorothy –dijo el Director–, corre a la cama. –Ella se burló de la sugerencia, porque todavía faltaban dos horas para lo que, según dictaba la ley, era su hora de acostarse–. Debo hablar con tu madre acerca de este deplorable hábito de usar un lenguaje vulgar. Por amor de Dios, ciertamente debo hablar con ella.

Y Dorothy se retiró, con un descaro que hubiese debido causarle vergüenza.

Tras su partida, el Director guardó silencio durante unos minutos; luego se volvió a Charteris.

–Tomando esto en consideración, Charteris voy a... ejem... mitigar levemente el castigo que tenía intención de darle a usted.

Charteris emitió un murmullo de gratitud.

–Pero –continuó el Director– no puedo pasar por alto la ofensa. También tengo que tener en cuenta mi propio deber. Por lo tanto me copiará usted... este... diez versos de Virgilio para mañana a la tarde, Charteris.

–Sí, señor.

–En latín y en inglés –dijo aquel implacable pedagogo.

–Sí, señor.

–Y además, Charteris... ahora hablo, digamos, extraoficialmente, no en mi calidad de director... si en el futuro se abstuviera usted de violar las reglas de la Escuela sólo por principio, puesto que, según me parece, no se reduce más que a eso, yo... ejem... creo que nos llevaríamos mucho mejor. Por mi parte al menos, este... yo diría, ¿no deseamos tal fin con devoción?* Buenas noches, Charteris.

–Buenas noches, señor.

El Director tendió una de sus amplias manos. Charteris la estrechó y se retiró.

El Director volvió a abrir su libro y pasó a una nueva página. En ese preciso instante Charteris, mientras caminaba lentamente hacia Merevale's, estaba decidiendo hacer exactamente lo mismo en el futuro. Y lo hizo.

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