Artículo 1:
¿La fortaleza es virtud?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no es
virtud.
1. Dice el Apóstol (2 Cor 12,9): La virtud se perfecciona en la
debilidad. Pero la fortaleza se opone a la debilidad. Luego la
fortaleza no es virtud.
2. De ser virtud, o es teologal o intelectual o moral. Pero
la fortaleza no se enumera ni entre las virtudes teologales ni entre
las intelectuales, como arriba quedó demostrado (
1-2 q.57 a.2;
q.62 a.3). Tampoco parece que sea virtud moral, porque, según el Filósofo
en III
Ethic., algunos son fuertes, según
parece, por ignorancia; otros por experiencia, como los soldados —y
la experiencia es más propia del arte que de la virtud moral—; y
también los hay que dan la impresión de ser fuertes por ciertas
pasiones, por ejemplo, por temor a las amenazas o a la deshonra, o
incluso por la tristeza o la ira o por la esperanza; ahora bien: la
virtud moral no actúa a impulsos de la pasión, sino por una elección,
como dijimos (
1-2 q.59 a.1). Luego la fortaleza no es virtud.
3. La virtud humana reside ante todo en el alma, ya que
se ha dicho (
1-2 q.55 a.4) que es
una buena cualidad del alma.
La fortaleza, a su vez, parece residir en el cuerpo, o al menos
acompañar a su complexión. Por tanto, parece que la fortaleza no es
virtud.
Contra esto: está el que San Agustín, en su libro De Moribus
Eccl., cita la fortaleza entre las
virtudes.
Respondo: Según el Filósofo, en II Ethic., la virtud es la que hace bueno al que
la posee y a sus obras buenas; de donde se sigue que la virtud
humana, de la que estamos hablando, hace bueno al hombre y
buenas a sus obras. Pero el bien del hombre está en conformarse a
la razón, como dice Dionisio en IV De Div. Nom.. Por lo cual compete a la virtud humana hacer que el hombre y sus
obras estén de acuerdo con la razón. Esto sucede de tres modos:
primero, en cuanto la misma razón es rectificada, y esto lo realizan
las virtudes intelectuales; segundo, en cuanto esa recta razón se
establece en las relaciones humanas, y esto es propio de la justicia;
tercero, en cuanto se quitan los obstáculos de esta rectitud que se
exige en las relaciones humanas. Ahora bien: hay dos clases de
obstáculos que impiden a la voluntad seguir la rectitud de la razón.
Uno, cuando es atraída por un objeto deleitable hacia lo que se aparta
de la recta razón: este obstáculo lo elimina la virtud
de la templanza. El segundo, cuando la voluntad se
desvía de la razón por algo difícil e inminente. En la supresión de
este obstáculo se requiere la fortaleza del alma para hacer frente a
tales dificultades, lo mismo que el hombre por su fortaleza corporal
vence y rechaza los obstáculos corporales. Por lo cual es evidente que
la fortaleza es una virtud, en cuanto hace al hombre obrar según la
razón.
A las objeciones:
1. La virtud del alma no se
perfecciona en la debilidad del alma, sino de la carne, que es a la
que se refería el Apóstol. Ahora bien: es a la fortaleza del alma a la
que corresponde soportar con valentía la debilidad de la carne, lo
cual es propio de la virtud de la paciencia o fortaleza. Y el
reconocer la propia debilidad pertenece a la perfección que llamamos
humildad.
2. A veces algunos, sin poseer la
virtud y por un motivo distinto de ella, realizan su acto externo. Por
esto el Filósofo, en III Ethic., enumera cinco
casos en que, por un cierto paralelismo, parecen fuertes quienes obran
por un motivo distinto de la fortaleza. Esto sucede de tres modos. En
primer lugar, porque se lanzan a lo difícil como si no lo fuera. Lo
cual puede provenir de tres causas: bien de la ignorancia, porque no
se percibe la magnitud del peligro; bien de la esperanza de vencer los
peligros, porque se considera experto en evitarlos; o bien de un
cierto arte o habilidad, como acontece en los soldados, que por su
pericia y ejercicio de las armas no estiman como graves los peligros
de la guerra, pensando que por su habilidad son capaces de eludirlos,
como dice Vegecio en su libro De Re Militan: Nadie teme hacer lo que cree haberlo aprendido bien. En segundo
lugar, uno puede realizar un acto de fortaleza sin tener la virtud a
impulsos de una pasión, como puede ser la tristeza que se intenta
superar o la ira. En tercer lugar, por una elección, pero no de un fin
legítimo, sino con el fin de conseguir algún beneficio temporal, como
puede ser el honor, el placer o la riqueza; o de evitar algún mal,
como el vituperio, la aflicción o el daño.
3. La virtud que llamamos
fortaleza del alma recibe su nombre por semejanza con la fortaleza del
cuerpo, según acabamos de decir. Y tampoco va contra la razón
de virtud el que uno tenga hacia ella una inclinación natural por su
complexión corporal, como también se ha dicho (
1-2 q.63 a.1).
Artículo 2:
¿La fortaleza es virtud especial?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no es virtud
especial.
1. En el libro de la Sab 8,7 leemos que la sabiduría enseña la
templanza y la prudencia, la justicia y la virtud, y aquí se
dice virtud en lugar de fortaleza. Por consiguiente, si
el vocablo virtud se aplica a todas las virtudes, parece que
la fortaleza es virtud general.
2. Dice San Ambrosio en el I De Offic.: Es propia de un alma nada mediocre la fortaleza, la cual por sí
sola defiende la belleza de todas las virtudes y custodia los juicios;
lucha implacablemente contra todos los vicios. Incansable en el
trabajo, fuerte en el peligro, inflexible contra el placer, pone en
fuga a la avaricia, como una peste que debilita la virtud. Y otro
tanto añade a continuación de los demás vicios. Pero esto no puede
afirmarse de una virtud especial. Luego la fortaleza no es virtud
especial.
3. El nombre de fortaleza deriva, al parecer, de
firmeza. Pero mantenerse firme es propio de toda virtud, como
se lee en II Ethic.. Luego la fortaleza es
virtud general.
Contra esto: está el que San Gregorio, en el XXII Moral., la enumera entre las virtudes.
Respondo: Como antes hemos expuesto (
1-2 q.61 a.34), el término
fortaleza puede tomarse en dos sentidos.
Primero, en cuanto supone una firmeza de ánimo en abstracto. Si la
entendemos así, es virtud general o más bien condición de toda virtud,
ya que, según el Filósofo, en II
Ethic., para
la virtud se exige obrar
firme y constantemente. En una
segunda acepción puede entenderse la fortaleza en cuanto implica una
firmeza de ánimo para afrontar y rechazar los peligros en los cuales
es sumamente difícil mantener la firmeza. De ahí el que Tulio diga en
Rhetorica que
se considera fortaleza el
aguantar los peligros y el soportar los trabajos. Es en este
sentido como se cita la fortaleza como virtud especial, porque tiene
materia determinada.
A las objeciones:
1. Según el Filósofo, en I De
caelo, el vocablo virtud indica lo
último de la potencia. Pero llamamos potencia natural, por un
lado, a aquella mediante la cual uno puede resistir los elementos
corruptivos, y por otro, a la que es principio de operación, como
consta en V Metaphys.. Por tanto, como este
último sentido es más general, la palabra virtud, en cuanto
implica lo último de la potencia, es también general, pues la virtud
en sentido general no es otra cosa sino el hábito que capacita para
obrar bien. Pero en cuanto implica lo último de una potencia,
entendida en el primer sentido, que es sin duda más especial, la
palabra virtud se asigna a una virtud especial, la fortaleza,
cuyo objeto es mantenerse firme contra todos los ataques.
2. San Ambrosio
entiende la fortaleza en sentido amplio, en cuanto implica la firmeza
de ánimo respecto de cualquier ataque. Aun así, incluso como virtud
especial que posee una materia determinada, ayuda a resistir los
ataques de todos los vicios, porque quien puede mantenerse firme en
situaciones difíciles de resistir, lógicamente estará mejor preparado
para resistir otras situaciones que ofrecen menor dificultad.
3. La objeción arguye tomando la
fortaleza en la primera acepción.
Artículo 3:
¿La fortaleza tiene por objeto los temores y las audacias?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no tiene por objeto
los temores y las audacias.
1. Dice San Gregorio en VII Moral.: La
fortaleza de los justos está en vencer la carne, combatir los propios
placeres, extinguir el goce de la vida presente. Por tanto, el
objeto de la fortaleza parece ser el placer más que los temores y las
audacias.
2. Dice Tulio, en Rhetorica, que es
propio de la fortaleza aguantar los peligros y soportar los
trabajos. Pero no parece referirse a la pasión del temor ni de la
audacia, sino más bien a las acciones humanas difíciles y a los
peligros externos. Por tanto, la fortaleza no tiene por objeto los
temores y las audacias.
3. Al temor no sólo se opone la audacia, sino también la
esperanza, como dijimos (
1-2 q.23 a.2;
q.45 a.1 ad 2) al tratar de las
pasiones. Luego la fortaleza no ha de versar más sobre la audacia que
sobre la esperanza.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II y
III Ethic.: la fortaleza tiene por objeto el temor
y la audacia.
Respondo: Como hemos expuesto (
a.1), a la
virtud de la fortaleza corresponde eliminar el obstáculo que retrae a
la voluntad de seguir la razón. Pero el que uno se retraiga de algo
difícil pertenece al temor, que implica el alejamiento de un mal
difícil, como se explicó al tratar de las pasiones (
1-2 q.41 a.2). Por
tanto, se ocupa sobre todo del temor a las cosas difíciles, que pueden
retraer a la voluntad de seguir la razón. Por otra parte, es necesario
no sólo soportar con firmeza la embestida de estas dificultades
reprimiendo el temor, sino también atacar moderadamente, por ejemplo,
cuando sea necesario eliminar esas dificultades para tener seguridad
en el futuro. Y esto parece propio de la audacia. Por tanto, la
fortaleza tiene por objeto los temores y audacias en
cuanto reprime los primeros y modera las segundas.
A las objeciones:
1. San Gregorio habla en ese texto
de la fortaleza de los justos en cuanto tiene que ver con toda virtud
en general. De ahí el que señale antes aspectos relativos a la
templanza, según hemos dicho (arg.1); y añada otros que pertenecen
propiamente a la fortaleza como virtud especial, al
decir: amar las asperezas de este mundo por los
premios eternos.
2. Los peligros y los trabajos
no apartan la voluntad del camino de la razón a no ser en cuanto son
objeto de temor. Y, por tanto, es necesario que la fortaleza tenga por
objeto los temores y las audacias, y de modo mediato los peligros y
trabajos como objeto de tales pasiones.
3. La esperanza se opone al temor
por parte del objeto: porque la esperanza tiene por objeto el bien y
el temor el mal. En cambio, la audacia tiene el mismo objeto que el
temor, pero se opone a él como el acceso y el receso, según hemos
dicho (arg.3). Y puesto que la fortaleza se refiere con propiedad a
los males temporales que apartan de la virtud, como queda claro por la
definición de Tulio, de ahí se deduce que la fortaleza
tiene como objeto propio el temor y la audacia, y no la esperanza, a
no ser en cuanto conectada con la audacia, como quedó dicho (
1-2 q.45 a.2).
Artículo 4:
¿La fortaleza se ocupa sólo de los peligros de muerte?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no se ocupa sólo de
los peligros de muerte.
1. Porque dice San Agustín, en el libro De Moribus
Eccl., que la fortaleza es el amor que soporta
fácilmente todo por el objeto amado. Y en VI Musicae añade que la fortaleza es amor al que no
intimidan las adversidades ni la muerte. Luego la fortaleza no se
ocupa únicamente de los peligros de muerte, sino de cualquier otra
adversidad.
2. Es necesaria una virtud que ponga todas las pasiones del
alma en el justo medio. Pero no existe una virtud que mantenga en el
justo medio los otros temores. Por tanto, la fortaleza no sólo se
ocupa de los peligros de muerte, sino también de los
otros.
3. Ninguna virtud está en los extremos. Pero el temor de
la muerte está en el extremo, porque es el mayor de los temores, según
leemos en III Ethic.. Por tanto, la virtud de
la fortaleza no tiene por objeto el temor de la muerte.
Contra esto: está lo que dice Andrónico: la
fortaleza es una virtud del apetito irascible que no se arredra ante
los temores de la muerte.
Respondo: Como antes ha quedado expuesto
(
a.3), es propio de la virtud de la fortaleza proteger la voluntad del
hombre para que no se aparte del bien de la razón por temor a un mal
corporal. Pero es preciso mantener con firmeza este bien de la razón
contra cualquier clase de mal, porque ningún bien corporal puede
compararse con el bien de la razón. Por tanto, es necesario que la
virtud que llamamos fortaleza sea la que conserve la voluntad del
hombre en el bien racional contra los males mayores: ya que quien se
mantiene firme ante ellos, lógicamente resistirá los males menores,
pero no viceversa; y también es propio del concepto de virtud tender a
lo máximo. Pero entre los males corporales, el más terrible es la
muerte, que suprime cualquier bien temporal. Por eso dice San Agustín,
en su libro
De Moribus Eccl., que
el
vínculo corporal sacude al alma con el temor del trabajo y del dolor,
para verse libre de golpes y vejaciones; al alma, en cambio, con el
temor a morir, para que no se separe del cuerpo y sobrevenga la
muerte. Por tanto, la virtud de la fortaleza tiene
por objeto el temor a los peligros de muerte.
A las objeciones:
1. Es cierto que la fortaleza
tiene que ver con la tolerancia de cualquier adversidad. Pero del
hecho de que el hombre aguante cualquier adversidad no se sigue que
sea fuerte de modo absoluto, sino sólo cuando soporta también los
máximos males. En los otros casos, será fuerte de modo
relativo.
2. Como el temor nace del amor,
toda virtud que modere el amor de ciertos bienes debe, en
consecuencia, moderar el temor de los males contrarios. Por ejemplo,
la liberalidad, que modera el amor a las riquezas, modera por lógica
el temor a perderlas. Y lo mismo se ve en la templanza y demás
virtudes. Pero amar la propia vida es algo natural. Luego debe haber
una virtud que modere el temor a la muerte.
3. En las virtudes se llama
extremo a lo que excede la recta razón. Por tanto, el afrontar los
máximos peligros conforme a la razón no va contra la
virtud.
Artículo 5:
¿La fortaleza tiene como objeto propio los peligros de muerte que
aparecen en las guerras?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no tiene por objeto
propio los peligros de muerte que aparecen en las guerras.
1. Los mártires son alabados ante todo por su fortaleza, no por las
guerras. Por tanto, la fortaleza no se refiere propiamente a los
peligros de muerte que se dan en la guerra.
2. Dice San Ambrosio en I De Offic.
que la fortaleza se da en asuntos bélicos o domésticos.
Asimismo dice Tulio, en I De Offic., que aunque la mayoría crea que los asuntos de guerra son más importantes
que los civiles, esta opinión no es del todo verdadera, porque, si
juzgamos con objetividad, ha habido asuntos civiles de mayor
importancia y más preclaros que los bélicos. Pero mayor fortaleza
habrá cuando el objeto sea más importante. Por tanto, la fortaleza no
tiene por objeto propio la muerte en la guerra.
3. La guerra se ordena a la conservación de la paz
temporal de la república, porque dice San Agustín en XIX De Civ.
Dei que las guerras se hacen para conseguir la
paz. Pero no parece lógico el que uno se exponga a los peligros de
muerte por la paz temporal de la república, cuando esta paz es ocasión
de muchas lascivias. Por tanto, parece que la virtud de la fortaleza
no consiste en los peligros de muerte en la guerra.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic.: que la fortaleza tiene por objeto sobre
todo la muerte en la guerra.
Respondo: Como acabamos de ver (
a.4), la
fortaleza confirma el ánimo del hombre contra los máximos peligros,
que son los de la muerte. Pero, como la fortaleza es una virtud a la
que compete tender siempre al bien, se sigue que el hombre no debe
rehuir los peligros de muerte si está en juego la consecución de un
bien. Pero los peligros de la muerte que sobreviene por enfermedad, o
por naufragio, o por el asalto de los ladrones, o por casos similares,
no parecen amenazar directamente a uno en la consecución de un bien.
En cambio, los peligros de muerte en la guerra sí amenazan
directamente al hombre en la consecución de un bien, como es defender
el bien común en guerra justa. Ahora bien: la guerra puede ser justa
por dos motivos. Uno, general, cuando se lucha en el campo de batalla.
Otro, particular: por ejemplo, cuando el juez, o incluso una persona
privada, no se aparta del juicio justo por temor a la espada inminente
o cualquier otro peligro, aunque le acarree la muerte. Por
eso es propio de la fortaleza proporcionar firmeza de
ánimo no sólo contra los peligros de muerte inminentes de la guerra
común, sino también de la lucha particular, que también puede recibir
el nombre común de guerra. Según esto, debe admitirse que la fortaleza
trata con propiedad de los peligros de muerte que se dan en la
guerra.
Pero también el fuerte se comporta como tal ante los peligros de
cualquier otra clase de muerte, sobre todo porque al hombre le pueden
acechar diversos peligros de muerte a causa de la virtud, por ejemplo,
el no rehuir la asistencia a un amigo enfermo por temor a un contagio
mortal, o el no dejar de encaminarse a una obra piadosa por temor al
naufragio o a los ladrones.
A las objeciones:
1. Los mártires sufren ataques
personales por el sumo bien que es Dios. Por lo cual se recomienda
encarecidamente su fortaleza, la cual no cae fuera del ámbito de la
fortaleza que dice relación a las guerras. De ahí que en Heb 11,34 se
nos dice: se hicieron fuertes en la guerra.
2. Los asuntos domésticos o
civiles se distinguen de los bélicos, que se refieren a la guerra
común. Pero en los mismos asuntos domésticos o civiles pueden ser
inminentes los peligros de muerte debido a ciertos combates que son
guerras particulares. En este sentido, la fortaleza propiamente dicha
puede ocuparse también de ellos.
3. La paz de la sociedad es buena
en sí misma, y no se convierte en mala porque unos hagan mal uso de
ella. También hay muchos que hacen buen uso: y en tiempo de paz se
evitan males mucho mayores, como pueden ser homicidios y sacrilegios,
que los que de ella se originan, que son sobre todo los pecados de la
carne.
Artículo 6:
¿El resistir es el acto principal de la fortaleza?
lat
Objeciones por las que parece que el resistir no es el acto principal
de la fortaleza.
1. La virtud tiene por objeto lo difícil y lo bueno, como
leemos en II Ethic.. Pero es más difícil atacar
que resistir. Por tanto, resistir no es el acto principal de la
fortaleza.
2. Parece que es propio de una potencia mayor el poder
actuar contra una cosa que el no inmutarse ante ella. Pero atacar es
pasar a la acción contra algo, mientras que el resistir es permanecer
inmóvil. Por tanto, dado que la fortaleza implica la perfección de la
potencia, parece más propio de ella el atacar que el
resistir.
3. Hay mayor distancia entre dos contrarios que entre
uno de ellos y su simple negación. Pero el que resiste se contenta
sencillamente con no temer, mientras que el que ataca se mueve en
dirección contraria al que teme, porque se enfrenta al peligro. Por
tanto, si la fortaleza retrae al alma lo más posible del temor, parece
que es más propio de ella el atacar que el resistir.
Contra esto: está lo que dice el Filosofo en III Ethic.: se dice de algunos que son fuertes,
sobre todo por resistir a la tristeza.
Respondo: Como se ha probado (
a.3) y enseña el
Filósofo en III
Ethic., la fortaleza tiene por
objeto reprimir los temores más que moderar las audacias, ya que lo
primero es más difícil que lo segundo, pues el mismo peligro, objeto
de la audacia y del temor, nos lleva por sí mismo a moderar la
audacia, pero también aumenta el temor. Pero el atacar corresponde a
la fortaleza en cuanto modera la audacia; en cambio, el resistir es
consecuencia de la represión del temor. Por tanto, más que el atacar,
el acto principal de la fortaleza es el resistir, es
decir, permanecer inconmovible ante los peligros.
A las objeciones:
1. Resistir es más difícil que
atacar por tres razones. Primera, porque la resistencia se hace, al
parecer, ante uno más fuerte que nos ataca; en cambio, si atacamos es
porque somos más fuertes. Pero es más difícil luchar contra uno más
fuerte que contra uno más débil. Segunda, porque el que resiste ya
siente inminente el peligro, mientras que el que ataca lo ve como
futuro. Tercera, porque la resistencia implica un tiempo prolongado,
pero el ataque puede surgir de un movimiento repentino. Pero es más
difícil permanecer inmóvil mucho tiempo que dejarse llevar a una
acción ardua por un movimiento súbito. De ahí que diga el Filósofo en
III Ethic. que algunos se lanzan rápidamente
a los peligros, pero cuando están en ellos se retiran; lo contrario de
lo que hacen los fuertes.
2. El resistir supone
efectivamente una pasión corporal, pero también un acto del alma que
se adhiere fuertemente al bien; y de ahí que no ceda ante la pasión
corporal ya inminente. Pero la virtud se refiere al alma más que al
cuerpo.
3. El que resiste no teme porque
ya está presente la causa del temor, la cual no lo está en el que
ataca.
Artículo 7:
¿El fuerte actúa por el bien de su propio hábito?
lat
Objeciones por las que parece que el fuerte no actúa por el bien de
su propio hábito.
1. En las acciones, el fin, aunque es primero en la intención, es
último en la ejecución. Pero el acto de fortaleza en la ejecución es
posterior a su mismo hábito. Por tanto, no puede ser que el fuerte
obre por el bien de su propio hábito.
2. San Agustín dice en XIII De Trin.: hay quienes se atreven a persuadirnos de que cuando amamos las
virtudes sólo por la bienaventuranza -insinuando que debemos
amarlas por sí mismas- no amamos la bienaventuranza misma. Si nos
convencieran dejaríamos de amar también esas mismas virtudes, porque
no amamos la bienaventuranza, que es el motivo de su amor. Pero la
fortaleza es una virtud. Por tanto, el acto de fortaleza no ha de
referirse a ella misma, sino a la bienaventuranza.
3. Dice San Agustín en De Moribus
Eccl. que la fortaleza es un amor que soporta
fácilmente todo por Dios. Pero Dios no es el hábito mismo de la
fortaleza, sino algo mejor, porque hay que admitir que el fin sea
mejor que los medios. Por tanto, el fuerte no obra por el bien de su
propio hábito.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic.: para el fuerte la fortaleza es a la
vez su bien y su fin.
Respondo: Existe un doble fin: último y
próximo. El fin próximo de todo agente es producir en otro una forma
semejante a la suya, como el fin del fuego al calentar es producir una
semejanza de su calor en el sujeto, y el fin del constructor es
producir en la materia una semejanza de su arte. En cambio, cualquier
otro bien que de él se siga, aunque sea intentado, puede denominarse
fin remoto del agente. Y así como en el área de lo factible la materia
externa es ordenada por el arte, así en el campo de lo agible los
actos humanos son ordenados por la prudencia. Hay que decir, por
tanto, que el fuerte intenta, como fin próximo, expresar en el acto
una semejanza de su hábito, pues pretende obrar según la conveniencia
de su hábito. En cambio, el fin remoto es la bienaventuranza o
Dios.
A las objeciones: Aparece clara con lo que acabamos de
decir. Porque la primera argumentaba como si la misma esencia del
hábito fuese el fin, y no su semejanza en el acto, como queda dicho.
Las otras dos arguyen por el fin último.
Artículo 8:
¿El fuerte se deleita en su acto?
lat
Objeciones por las que parece que el fuerte se deleita en su
acto.
1. La delectación es la operación connatural del hábito no
impedida, según leemos en el X Ethic..
Pero la operación del fuerte procede del hábito que obra a modo de
naturaleza. Por tanto, el fuerte encuentra placer en su
acto.
2. San Ambrosio, comentando el texto de San
Pablo, Gál 5,22: Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo,
paz, dice que las obras de las virtudes se llaman frutos porque confortan la mente humana con un deleite santo y sincero.
Pero el fuerte realiza obras de virtud. Luego encuentra placer en su
acto.
3. Lo más débil se vence con lo más fuerte. Pero el
fuerte ama más el bien de la virtud que su propio cuerpo, al que
expone a peligros de muerte. Por tanto, el placer en el bien de la
virtud elimina el dolor corporal, y así obra con plena
delectación.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic.: que el fuerte no parece encontrar nada
deleitable en su acto.
Respondo: Como hemos visto al hablar de las
pasiones (
1-2 q.31 a.3), existe una doble delectación: una corporal,
que acompaña al tacto corporal, y otra anímica, que sigue a la
aprehensión del alma. Y ésta es la que propiamente acompaña a las
obras de las virtudes, porque en ellas se considera el bien de la
razón. Pero el acto principal de la fortaleza es soportar tristezas
según la aprehensión del alma, como es perder la vida corporal (que el
virtuoso ama no sólo en cuanto bien natural, sino también en cuanto
necesaria para las obras virtuosas) y lo que a ella se refiere, y al
mismo tiempo soportar dolores según el tacto corporal, como heridas o
azotes. Y por eso el fuerte tiene, por una parte, motivos para
deleitarse con un placer propio del alma, es decir, el acto de la
virtud y su fin; por otro lado, tiene motivos para sufrir: por parte
del alma, al considerar la pérdida de la propia vida, y también del
cuerpo. Así leemos que dijo Eleazar (2 Mac 6,30):
Sufro crueles
dolores en el cuerpo, pero mi alma los sufre gozosa por el temor a
ti.
Ahora bien: el dolor sensible corporal impide al alma sentir el
placer de la virtud, a no ser por la sobreabundancia de la gracia
divina, que eleva el alma a las cosas de Dios, en que se deleita, con
más fuerza de lo que se ve afectada por el sufrimiento corporal. Es
por lo que San Tiburcio, caminando con los pies desnudos sobre
carbones encendidos, dijo que le parecía andar sobre
rosas. Pero la virtud de la fortaleza hace que la
razón no sea absorbida por los dolores corporales. En cambio, el
placer de la virtud supera la tristeza del alma, en cuanto que el
hombre antepone el bien de la virtud a la vida corporal y lo que a
ésta se refiere. Por eso dice el Filósofo en III Ethic. que al fuerte no se le pide que se deleite
como si sintiera el placer, sino que le es suficiente con no estar
triste.
A las objeciones:
1. La vehemencia del acto o de la
pasión de una potencia impide a otra la realización de su acto. Por
ello, el dolor de los sentidos impide al alma del fuerte sentir el
placer en su propia operación.
2. Las obras de las virtudes son
deleitables sobre todo por el fin, pero pueden ser tristes por su
naturaleza. Ésto sucede particularmente con la fortaleza; de ahí el
que el Filósofo diga, en III Ethic., que no en todas las virtudes se da el placer en la operación, excepto si
se alcanza el fin.
3. La tristeza del alma es
vencida en el fuerte por el placer de la virtud. Pero, puesto que el
dolor corporal es más sensible y la aprehensión sensitiva aparece en
el hombre con más claridad, de ahí el que ante la magnitud del dolor
corporal como si se desvaneciera en cierto modo
el placer espiritual, que es el fin de la virtud.
Artículo 9:
¿La fortaleza se ejerce principalmente en los casos
repentinos?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no se ejerce en los
casos repentinos.
1. Repentino es, a lo que parece, lo que sucede inesperadamente. Pero
Tulio dice en su Rhetorica que la fortaleza
es la premeditada aceptación de los peligros y la tolerancia de los
trabajos. Luego la fortaleza no se da principalmente en los casos
repentinos.
2. Dice San Ambrosio en I De Offic.: Es propio del hombre fuerte no disimular cuando amenaza algún
peligro, sino adelantarse a él, y, como desde la atalaya de la mente,
afrontar el futuro con meditada previsión, no sea que luego tenga que
decir: Caí en él porque no pensaba que pudiera sobrevenir. Pero
cuando se da algo súbito no puede preverse el futuro. Por tanto, la
operación de la fortaleza no se da en los casos repentinos.
3. Dice el Filósofo en III Ethic.
que el fuerte posee buena esperanza. Pero la esperanza espera
algo para el futuro, lo cual se opone a lo repentino. Por tanto, la
operación de la fortaleza no se refiere a lo repentino.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic.: la fortaleza se refiere principalmente
a todo lo que puede causar la muerte de forma repentina.
Respondo: En la operación de la fortaleza
debemos considerar dos aspectos. Uno, la elección, y entonces la
fortaleza no versa sobre lo repentino, pues el fuerte elige la
premeditación de los peligros que pueden amenazar para poder
ofrecerles resistencia o soportarlos con más facilidad, ya que, como
dice San Gregorio en una
Homilía:
Los
dardos que se ven venir hieren menos, y soportamos más fácilmente los
males del mundo si nos armamos contra ellos con el escudo de su
conocimiento previo.
Otro aspecto que debemos considerar en la operación de la fortaleza
es la manifestación del hábito virtuoso. Y en este sentido la
fortaleza se refiere en grado máximo a lo repentino, ya que según el
Filósofo, en III Ethic., en los peligros
súbitos es donde mejor se manifiesta el hábito de la fortaleza. En
efecto, el hábito obra a modo de naturaleza. De ahí que el realizar
actos virtuosos con premeditación, cuando urge la necesidad por los
peligros repentinos, es manifestación clarísima de que la fortaleza
está enraizada en el alma de modo habitual. También puede uno que no
tiene el hábito de la fortaleza, tras una larga premeditación,
preparar su ánimo contra los peligros. De esta preparación también se
vale el fuerte cuando tiene tiempo para ello.
A las objeciones: Aparece clara por lo que acabamos de
decir.
Artículo 10:
¿El fuerte se sirve de la ira en su acto?
lat
Objeciones por las que parece que el fuerte no se sirve de la ira en
su acto.
1. Nadie debe tomar como instrumento de su acción aquello que no
puede usar a su antojo. Pero el hombre no puede usar de la ira a su
elección, de modo que pueda tomarla o dejarla cuando quiera; pues como
dice el Filósofo en su libro De Memoria,
cuando una pasión corporal está en efervescencia no se calma cuando
uno quiere. Por tanto, el fuerte no debe tomar la ira para su
operación.
2. Cuando uno se basta por sí mismo para realizar algo no
debe tomar como ayuda lo que es más débil e imperfecto. Pero la razón
es suficiente por sí sola para ejercer el acto de fortaleza, en el que
no hace falta la ira. De ahí que diga Séneca en De
ira: No sólo para prever las cosas, sino
para realizarlas se basta a sí misma la razón. ¿ Y qué
puede haber más necio que el que ésta pida ayuda a la ira, lo estable
a lo incierto, lo fiel a lo infiel, lo sano a lo enfermo? Por
tanto, la fortaleza no debe hacer uso de la ira.
3. Así como algunos, por medio de la ira, realizan con
más ímpetu las obras de fortaleza, así también otros lo hacen por
medio de la tristeza o de la concupiscencia. Es por lo que dice el
Filósofo en III Ethic.: Los animales se
exponen a los peligros animados por la tristeza o dolor, y los
adúlteros se lanzan a la aventura audazmente a causa de la
concupiscencia. Pero la fortaleza no usa en su acto de la tristeza
ni de la concupiscencia. Luego, por la misma razón, no debe hacer uso
de la ira.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en III Ethic.: la ira viene bien a los
fuertes.
Respondo: De la ira y demás pasiones del alma,
conforme hemos visto (
1-2 q.24 a.2), los peripatéticos tienen una
opinión distinta de la de los estoicos. Pues los estoicos excluían del
alma del sabio o virtuoso la ira y demás pasiones. Los peripatéticos,
en cambio, a la cabeza de los cuales está Aristóteles, las admitían en
los virtuosos, aunque en proporción moderada. Y es posible que no haya
una diferencia real sino en cuanto al modo de hablar. Porque los
peripatéticos llamaban pasiones del alma a todos los movimientos del
apetito sensitivo, fueran del tipo que fueran, según hemos visto
(ibid.): y como el apetito sensitivo es movido por el imperio de la
razón para cooperar a que la acción se realice con más prontitud, por
eso decían que la ira y demás pasiones del alma debían ser empleadas
por los virtuosos, aunque moderadas según el imperio de la razón. Por
el contrario, los estoicos llamaban pasiones del alma a ciertos
afectos inmoderados del apetito sensitivo («dolores» o «enfermedades»
las llamaban) y, por tanto, las excluían totalmente de la virtud. En
consecuencia, el fuerte utiliza para su acto la ira moderada, no la
inmoderada.
A las objeciones:
1. La ira moderada por
la razón está sometida a su imperio. Por tanto, el
hombre puede usar de ella libremente, pero no podría si fuese
inmoderada.
2. La razón no asume la ira para
su obrar como si recibiera ayuda de ella, sino porque usa el apetito
sensitivo como instrumento, lo mismo que los miembros del cuerpo. Y no
hay ningún inconveniente en que el instrumento sea más imperfecto que
el agente principal, como lo es el martillo con relación al
carpintero. Pero Séneca es partidario de los estoicos, y escribe las
palabras citadas directamente contra Aristóteles.
3. Según lo expuesto (
a.3.6), al
tener la fortaleza dos actos, resistir y atacar, no usa la ira para
resistir —esto lo hace la razón por sí sola—, sino para atacar. En
esto utiliza la ira con preferencia a otras pasiones, porque es propio
de la ira revolverse contra lo que causa tristeza, y así colabora
directamente con la fortaleza en el acto de atacar. La tristeza, en
cambio, por su propia razón, sucumbe a lo que causa daño, aunque
accidentalmente ayuda a atacar; bien sea en cuanto que la tristeza es
causa de la ira, como dijimos (
1-2 q.47 a.3), bien en cuanto que uno
se expone al peligro para huir de la tristeza. Igualmente la
concupiscencia, según su propia razón, tiende al bien deleitable, al
cual repugna de suyo el acometer los peligros, pero accidentalmente
ayuda a veces a atacar, en cuanto que uno prefiere incurrir en los
peligros a estar privado del placer. Es por lo que dice el Filósofo en
III
Ethic. que entre las clases de fortaleza
que nacen de la pasión
parece ser la más natural la que obra por
medio de la ira: la cual, si es deliberada y se ordena a un fin bueno,
llega a hacer verdadera la fortaleza.
Artículo 11:
¿La fortaleza es virtud cardinal?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no es virtud cardinal.
1. Como se ha dicho (
a.10), la ira tiene muchísima afinidad con la
fortaleza. Pero la ira no se considera pasión principal, ni tampoco la
audacia, que pertenece a la fortaleza. Por tanto, tampoco debe
colocarse la fortaleza entre las virtudes cardinales.
2. La virtud se ordena al bien. Pero la fortaleza no se
ordena directamente al bien, sino al mal, es decir, a soportar los
peligros y trabajos, como dice Tulio. Por tanto,
la fortaleza no es virtud cardinal.
3. La virtud cardinal se ocupa de aquello en torno a lo
cual gira principalmente la vida humana, como la puerta gira sobre su
quicio. Pero la fortaleza versa sobre los peligros de muerte, que rara
vez ocurren en la vida humana. Por tanto, la fortaleza no debe citarse
como virtud cardinal o principal.
Contra esto: está el que San Gregorio (XXII Moral.), San Ambrosio (Super Lc.) y San Agustín (De Moribus Eccl.) enumeran la fortaleza entre las cuatro virtudes cardinales o principales.
Respondo: Según hemos visto (
1-2 q.61 a.3.4),
se llaman virtudes cardinales o principales las que reclaman para sí
lo que conviene a las virtudes en general. Y una de las condiciones
comunes de la virtud es
obrar con firmeza, como se prueba en
II
Ethic.. Ahora bien: la fortaleza reclama
más que ninguna la gloria de la firmeza, pues tanto más es alabado el
que se mantiene con firmeza cuanto mayor es el obstáculo que le
impulsa a sucumbir o a retroceder. Pero al hombre le impele a
apartarse de la recta razón tanto el bien placentero como el mal
aflictivo, y más el dolor corporal que el placer, según nos dice San
Agustín en su libro
Octoginta trium quaest.:
Nadie hay que no rehuya el dolor más de lo que ama el placer, ya
que vemos a las bestias más crueles huir de los mayores placeres por
miedo al dolor. Y entre los dolores y peligros del alma se temen
especialmente los que conducen a la muerte, contra los cuales el
fuerte se mantiene firme. Por tanto, la fortaleza es virtud
cardinal.
A las objeciones:
1. La audacia y la ira no ayudan a
la fortaleza en su acto propio, que es resistir, en el que se alaba
sobre todo su firmeza. Pues por este acto el fuerte cohibe el temor,
que es pasión principal, como queda dicho (
1-2 q.25 a.4).
2. La virtud se ordena al bien
racional, que es preciso conservar contra los asaltos de los males.
Pero la fortaleza se ordena a los males corporales como contrarios a
los que resiste; y, en cambio, se ordena al bien de la razón como a su
fin, que intenta mantener.
3. Si bien los peligros de muerte
no son muy frecuentes, sin embargo sí lo son las ocasiones de tales
peligros, porque al hombre le surgen enemigos mortales por la búsqueda
de la justicia y la práctica de las buenas obras.
Artículo 12:
¿La fortaleza es la más excelente de todas las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza es la más excelente de
todas las virtudes.
1. Según San Ambrosio, en I De Offic.: la
fortaleza es como más excelsa que las demás virtudes.
2. La virtud trata de lo difícil y lo bueno. Pero la
fortaleza se ocupa de lo más difícil. Por tanto, es la mayor de las
virtudes.
3. Es más digna la persona humana que sus cosas. Pero la
fortaleza se ocupa de la persona humana, la cual queda expuesta al
peligro de muerte por el bien de la virtud; la justicia, en cambio, y
las otras virtudes morales se ocupan de cosas externas. Por tanto, la
fortaleza es la principal entre las virtudes morales.
Contra esto: está, en primer lugar, lo que dice Tulio en I
De
Offic.:
El máximo esplendor de la virtud se da
en la justicia, por la cual los hombres reciben el nombre de
buenos.
Además, en segundo lugar, dice el Filósofo en I Rhet.: Las virtudes más útiles para los demás
han de ser necesariamente más excelentes. Pero la liberalidad
parece más útil que la fortaleza. Luego es más excelente.
Respondo: Según San Agustín en VI De Trín., en las cosas cuya magnitud no se mide
por la cantidad, lo mayor equivale a lo mejor. Por consiguiente,
tanto mayor es una virtud cuanto mejor sea. Por otra parte, el bien de
la razón es el bien del hombre, conforme a las palabras de Dionisio
(IV De Div. Nom.). Pero este bien lo posee
esencialmente la prudencia, que es la perfección de la razón. La
justicia, a su vez, realiza este bien en cuanto le corresponde
establecer el orden racional en todos los actos humanos. Y las demás
virtudes conservan este bien en cuanto moderan las pasiones para que
no aparten al hombre del bien de la razón. Y entre estas últimas ocupa
un lugar primordial la fortaleza, porque el temor de los peligros de
muerte es sumamente eficaz para apartar al hombre del bien de la
razón. Después viene la templanza, porque también los placeres del
tacto impiden más que otros el bien de la razón. Pero el poseer una
cosa esencialmente es mejor que realizarla, y el realizarla mejor que
conservarla suprimiendo los obstáculos. Por tanto, entre las virtudes
cardinales la primera es la prudencia; la segunda, la justicia; la
tercera, la fortaleza; la cuarta, la templanza. Y después vienen las
demás virtudes.
A las objeciones:
1. San Ambrosio antepone la
fortaleza a las demás virtudes por una cierta utilidad general: en
cuanto es útil para la guerra y para los asuntos civiles o domésticos.
Por eso dice en ese pasaje: Tratemos ahora de la
fortaleza, que, como más excelsa que las demás, se divide en fortaleza
de asuntos bélicos y domésticos.
2. La razón de la virtud consiste
en lo bueno más que en lo difícil. Por tanto, se debe medir la
excelencia de una virtud por la razón de bien más que por la de
dificultad.
3. El hombre no expone su persona
a los peligros de muerte si no es por conservar la justicia. Y por eso
la gloria de la fortaleza depende en cierto modo de la justicia. Es
por lo que dice San Ambrosio, en I De Offic.: la fortaleza sin la justicia es materia de iniquidad, ya que
cuanto más poderosa más pronta está para oprimir al
inferior.
4. Estamos de
acuerdo.
5. La liberalidad es útil
para algunos beneficios particulares. Pero la fortaleza tiene utilidad
general para conservar todo el orden de la justicia. Es por lo que
dice el Filósofo, en I Rhet., que los
justos y los fuertes son los más queridos, porque son los más útiles
en la guerra y en la paz.