Artículo 1:
¿Deben llamarse cardinales o principales las virtudes
morales?
lat
Objeciones por las que parece que las virtudes morales no deben
llamarse cardinales o principales.
1. Las cosas que se dividen por oposición son simultáneas en
naturaleza, como se dice en los Predicamentos, y así no es una más principal que otra. Pero todas las virtudes
dividen por oposición el género de virtud. Luego ninguna de ellas debe
llamarse principal.
2. El fin es más principal que las cosas que se ordenan al fin. Pero
las virtudes teologales versan sobre el fin, mientras que las virtudes
morales versan sobre los medios para el fin. Luego no deben llamarse
virtudes principales o cardinales las virtudes morales, sino más bien
las teologales.
3. Es más principal aquello que es tal por esencia que lo que lo es
por participación. Pero las virtudes intelectuales pertenecen a lo que
es racional por esencia, mientras que las virtudes morales pertenecen
a lo que es racional por participación, según se ha dicho
anteriormente (
q.56 a.6 ad 2;
q.58 a.3;
q.59 a.4 obj.2). Luego no son
las principales las virtudes morales, sino más bien las
intelectuales.
Contra esto: dice San Ambrosio, en Super Lucam,
al exponer aquello de «bienaventurados los pobres de espíritu»: Sabemos que hay cuatro virtudes cardinales, a saber: la templanza, la
justicia, la prudencia y la fortaleza. Pero éstas son virtudes
morales. Luego las virtudes morales son virtudes cardinales.
Respondo: Cuando hablamos de la virtud, sin
más, se entiende que nos referimos a la virtud humana. Pero, según se
ha dicho anteriormente (
q.56 a.3), virtud humana, según la razón
perfecta de virtud, es aquella que requiere rectitud del apetito, pues
tal virtud no sólo confiere facultad de obrar bien, sino que causa
también el uso de la buena obra. En cambio, según la razón imperfecta
de virtud, se dice también virtud aquella que no requiere rectitud del
apetito, porque sólo confiere facultad de obrar bien, sin causar el
ejercicio de la buena obra. Ahora bien, es sabido que lo perfecto es
más principal que lo imperfecto. Por consiguiente, las virtudes que
implican rectitud del apetito son principales. Tales son las virtudes
morales, y, entre las intelectuales, la prudencia, que es también de
algún modo virtud moral, por razón de la materia, según consta por lo
dicho anteriormente (
q.57 a.4;
q.58 a.3 ad 1). Por consiguiente, las
llamadas virtudes principales o cardinales están convenientemente
colocadas entre las virtudes morales.
A las objeciones:
1. Cuando un género unívoco se
divide en sus especies, entonces las partes de la división son iguales
en cuanto a la razón genérica, si bien en cuanto a la naturaleza real
una especie es más principal y más perfecta que la otra, como el
hombre respecto de los demás animales. Pero cuando se trata de la
división de un todo análogo, que se predica de sus partes según un
orden de prioridad y posterioridad, entonces nada prohibe que una sea
más principal que otra, incluso en cuanto a la razón común, como la
sustancia se dice ente de modo más principal que el accidente. Y tal
es la división de las virtudes en diversos géneros de virtudes, ya que
el bien de la razón no se da en todas ellas según el mismo
orden.
2. Las virtudes teológicas están
por encima del hombre, según se ha dicho anteriormente (
q.58 a.3 ad 3). Por eso no son propiamente virtudes humanas, sino
sobrehumanas o divinas.
3. Aunque las demás virtudes
intelectuales, distintas de la prudencia, sean más principales que las
morales en cuanto al sujeto, sin embargo, no son más principales en
cuanto a la razón de virtud, que se refiere al bien, que es el objeto
del apetito.
Artículo 2:
¿Son cuatro las virtudes cardinales?
lat
Objeciones por las que parece que las virtudes cardinales no son
cuatro.
1. La prudencia dirige a las demás virtudes morales, según consta por
lo dicho anteriormente (
q.58 a.4). Pero lo que dirige otras cosas es
principal. Luego sólo la prudencia es virtud principal.
2. Las virtudes principales son de algún modo morales. Pero a las
operaciones morales somos dirigidos por la razón práctica y por el
apetito recto, según se dice en el libro VI Ethic. Luego sólo hay dos virtudes cardinales.
3. También entre otras virtudes una es más principal que otra. Pero
para que una virtud se llame principal no se requiere que sea
principal respecto de todas, sino respecto de algunas. Luego parece
que son muchas más las virtudes principales.
Contra esto: está la afirmación de San Gregorio, en el libro II Moral.: Toda la estructura del bien obrar se
levanta sobre cuatro virtudes.
Respondo: El número de determinadas cosas puede
tomarse, bien atendiendo a los principios formales, bien a los sujetos
en que se dan. De uno y otro modo resultan ser cuatro las virtudes
cardinales. Efectivamente, el principio formal de la virtud, de la que
ahora hablamos, es el bien de la razón. Y éste puede considerarse de
dos modos. Uno, en cuanto que consiste en la misma consideración de la
razón, y así habrá una virtud principal, que se llama
prudencia. De otro modo, en cuanto que el orden de la razón se
realiza en alguna otra cosa; bien sean las operaciones, y así resulta
la
justicia; bien sean las pasiones, y así es necesario que
existan dos virtudes, porque es necesario poner el orden de la razón
en las pasiones, habida cuenta de su repugnancia a la razón, que se
manifiesta de dos modos: uno, en cuanto que la pasión impulsa a algo
contrario a la razón; y así es necesario que la pasión sea reprimida,
de donde le viene el nombre a la
templanza; de otro modo, en
cuanto que la pasión retrae de realizar lo que la razón dicta, como es
al temor de los peligros y de los trabajos, y así es necesario que el
hombre se afiance en lo que dicta la razón para que no retroceda, de
donde le viene el nombre a la
fortaleza.
De modo parecido resulta el mismo número atendiendo al sujeto, pues
el sujeto de la virtud, de la que hablamos ahora, es cuádruple, a
saber: el que es racional por esencia, al que perfecciona la prudencia; y el que es racional por participación, que se divide
en tres: la voluntad, que es el sujeto de la justicia; el
apetito concupiscible, que es el sujeto de la templanza; y el
apetito irascible, que es el sujeto de la fortaleza.
A las objeciones:
1. La prudencia es
absolutamente la más principal de todas; pero las
demás son principales cada una en su género.
2. El sujeto racional por
participación es triple, según queda dicho (en la sol.).
3. Todas las otras virtudes, de
las cuales una es más principal que otra, se reducen a las cuatro
mencionadas, lo mismo en cuanto al sujeto que en cuanto a las razones
formales.
Artículo 3:
¿Deben llamarse principales otras virtudes más bien que
éstas?
lat
Objeciones por las que parece que otras virtudes deben llamarse
principales más que éstas.
1. Aquello que es máximo en cada género parece ser lo más principal.
Pero la magnanimidad obra lo grande en todas las virtudes,
según se dice en el libro IV Ethic. Luego la
magnanimidad debe llamarse, más que ninguna otra, virtud
principal.
2. Aquello por lo que las demás virtudes se afianzan parece que es
virtud principalísima. Pero tal es la humildad, pues dice San
Gregorio que quien posee las demás virtudes sin la
humildad es como quien lleva pajas contra el viento. Luego parece
que la humildad es la virtud principalísima.
3. Aquello que es perfectísimo parece ser lo principal. Pero eso es
propio de la paciencia, según aquello de Sant 1,4: La paciencia
tiene obra perfecta. Luego la paciencia debe tenerse por virtud
principal.
Contra esto: Tulio Cicerón, en su Rhetorica,
reduce todas las otras a estas cuatro.
Respondo: Según se ha dicho anteriormente
(
a.2), estas cuatro virtudes cardinales se toman según las cuatro
razones formales de virtud en el sentido en que hablamos ahora de
ella; razones que en algunos actos y pasiones se dan de manera
principal. Así, el bien que consiste en la consideración de la razón,
se encuentra principalmente en el mismo imperio de la razón, no en el
consejo ni en el juicio, según queda dicho (
q.57 a.6). De modo
parecido, el bien de la razón tal como se realiza en las operaciones
en cuanto rectas y debidas se encuentra principalmente en los cambios
y distribuciones que se tienen con otros en igualdad. El bien de
refrenar las pasiones se encuentra principalmente en las pasiones que
son más difíciles de reprimir, que son las delectaciones del tacto. Y
el bien de la firmeza para mantenerse en el bien de la razón frente al
ímpetu de las pasiones se manifiesta principalmente en los peligros de
muerte, contra los cuales es muy difícil mantenerse
firme.
Así, pues, podemos considerar las cuatro antedichas virtudes de dos
modos. Uno, en cuanto a las razones formales comunes, y en este
sentido se llaman principales, como generales a todas las virtudes, de
manera que toda virtud que obre el bien en la consideración de la
razón se llame prudencia; y que toda virtud que obra el bien debido y
recto se llame justicia; y que toda virtud que cohibe y reprime las
pasiones se llame templanza; y que toda virtud que fortalece el alma
contra cualquier pasión se llame fortaleza. Y en este sentido hablan
muchos de estas virtudes, tanto doctores sagrados como
filósofos. De este modo, las otras virtudes están
contenidas en éstas. Teniendo esto en cuenta, cesan todas las
objeciones.
Pero también pueden considerarse de otro modo, en cuanto que estas
virtudes reciben su denominación de aquello que es principal en cada
materia, y así son virtudes especiales, contradivididas de las demás.
Se llaman, sin embargo, principales respecto de las otras por la
principalidad de la materia. Así se llama prudencia a la que es
preceptiva; se llama justicia a la que versa sobre las acciones
debidas entre iguales; se llama templanza a la que reprime la
concupiscencia de los placeres del tacto; y se llama
fortaleza a la que causa firmeza ante los peligros de
muerte.
A las objeciones: es evidente por lo expuesto. Porque si
otras virtudes pueden ofrecer otros modos de principalidad, éstas, sin
embargo, se llaman principales por razón de la materia, según queda
dicho (sol.).
Artículo 4:
¿Se distinguen entre sí las cuatro virtudes cardinales?
lat
Objeciones por las que parece que las cuatro antedichas virtudes no
son virtudes diversas ni distintas entre sí.
1. Dice San Gregorio, en el libro XXII Moral.,
que la prudencia no es verdadera si no es justa, templada y fuerte;
ni es perfecta la templanza si no es fuerte, justa y prudente; ni es
íntegra la fortaleza si no es prudente, templada y justa; ni es
verdadera la justicia si no es prudente, fuerte y templada. Pero
esto no ocurriría si las dichas cuatro virtudes fuesen distintas entre
sí, pues las diversas especies de un mismo género no se denominan
mutuamente. Luego dichas virtudes no se distinguen entre
sí.
2. Tratándose de cosas distintas entre sí, lo que es propio de una no
se atribuye a otra. Pero lo que es de la templanza se atribuye a la
fortaleza, pues dice San Ambrosio, en el libro I De
offic.: Con razón se habla de fortaleza cuando
cada uno se vence a sí mismo, y no se deja ablandar y doblegar por
ningún atractivo. Y de la templanza también dice
que guarda la medida u orden en todas las cosas que juzgamos que
han de ser hechas o dichas. Luego parece que estas virtudes no son
distintas entre sí.
3. Dice el Filósofo, en el libro II Ethic.,
que para la virtud se requieren estas cosas: primero, que sepa lo
que hace; segundo, que elija, y que elija por un fin determinado;
tercero, que se mantenga firme e inmóvil en el obrar. Pero la
primera condición parece pertenecer a la prudencia, que es la recta
razón de lo agible; la segunda, esto es, el elegir, parece pertenecer
a la templanza, por la que uno no obra por pasión, sino por elección,
refrenando las pasiones; la tercera, el que uno obre por el fin
debido, alude a una cierta rectitud, que parece pertenecer a la
justicia; la última, esto es, la firmeza e inmovilidad, pertenece a la
fortaleza. Luego cualquiera de estas virtudes es condición general de
todas las virtudes. Luego no se distinguen entre sí.
Contra esto: dice San Agustín, en el libro De moribus
Eccles., que la virtud es cuádruple debido al
afecto vario del amor, y a continuación habla de las cuatro
antedichas virtudes. Luego esas cuatro virtudes son distintas entre
sí.
Respondo: Según se ha dicho anteriormente (
a.3), las antedichas cuatro virtudes son tomadas en dos acepciones por
los diversos autores. Unos las toman en cuanto
significan ciertas condiciones generales del alma humana, que se
encuentran en todas las virtudes, de modo que la prudencia no es otra
cosa que cierta rectitud de discreción en toda clase de actos y de
materias; la justicia, cierta rectitud de alma por la que el hombre
obra lo que debe en cualquier materia; la templanza, cierta
disposición del alma que modera cualquier pasión u operación, para que
no traspasen los límites debidos; la fortaleza, cierta disposición del
alma por la que se afianza en lo que es conforme a la razón frente a
cualquier ímpetu pasional o al cansancio de las operaciones. Ahora
bien, estas cuatro condiciones distinguidas de este modo no importan
diversidad de hábitos virtuosos en cuanto a la justicia, la templanza
y la fortaleza. En efecto, a cualquier virtud moral, por el hecho de
ser hábito, le corresponde cierta firmeza, para no dejarse mover en
contrario, lo cual se ha dicho que pertenece a la fortaleza. Por ser
virtud, ha de ordenarse al bien, en lo cual va implícita la razón de
rectitud o débito, que se decía pertenecer a la justicia. Por ser
virtud moral que participa de la razón ha de mantener el modo de la
razón en todo sin extralimitarse, que se decía
pertenecer a la templanza. Tan sólo el tener discreción, que se
atribuía a la prudencia, parece distinguirse de las otras tres
condiciones, en cuanto que esto pertenece a la misma razón por
esencia, mientras que las otras tres condiciones importan cierta
participación de la razón, a modo de cierta aplicación a las pasiones
u operaciones. Así, pues, según esto, la prudencia sería virtud
distinta de las otras tres; mas las otras tres no serían virtudes
distintas entre sí, pues es claro que una misma e idéntica virtud es
hábito y es virtud y es moral.
Otros, en cambio, con más acierto, toman estas cuatro
virtudes en su determinación a materias especiales, de modo que cada
una de ellas se concreta en una materia en la que es de alabar
principalmente aquella condición general que da nombre a la virtud,
conforme se ha dicho anteriormente (a.3). Y en este aspecto es
manifiesto que dichas virtudes son hábitos diversos, distintos según
la diversidad de objetos.
A las objeciones:
1. San Gregorio habla de las cuatro
virtudes mencionadas según la primera acepción. O también puede
decirse que estas cuatro virtudes se intercambian la denominación por
cierta redundancia, pues lo que es propio de la prudencia redunda en
las otras virtudes en cuanto que están dirigidas por la prudencia. Y
cada una de las demás redunda en las otras en el sentido de que quien
puede lo que es más difícil puede también lo que es menos difícil. De
ahí que quien puede refrenar las concupiscencias de los placeres del
tacto para que no se excedan en el modo, lo que es dificilísimo, se
habilita por lo mismo para refrenar la audacia de cara a los peligros
de muerte, para que no acometa inmoderadamente, lo cual es mucho más
fácil, y en este sentido se habla de fortaleza temperada. A su vez, se
dice que la templanza es fuerte por la redundancia de la fortaleza en
ella, en el sentido de que quien tiene, por la fortaleza, el ánimo
firme frente a los peligros de muerte, cosa dificilísima, está
habilitado para mantenerse firme frente a los ímpetus de las
delectaciones, pues, como dice Tulio Cicerón, en el libro I De
offic., no es razonable que quien no se doblega
por el miedo, sea vencido por la concupiscencia; ni que sea vencido
por el placer quien se muestra invicto en el trabajo.
2. Por lo dicho ya es clara la
respuesta a la segunda objeción, pues la templanza guarda la
moderación en todo, y la fortaleza mantiene el ánimo inflexible contra
el atractivo de los placeres, bien en cuanto que estas virtudes
significan ciertas condiciones generales de las virtudes, bien por
redundancia, según queda explicado.
3. Aquellas cuatro condiciones
generales de las virtudes que señala el Filósofo no son propias de las
virtudes de que estamos hablando, aunque pueden apropiarse a ellas
conforme se ha explicado.
Artículo 5:
¿Se dividen convenientemente las virtudes cardinales en virtudes
políticas, purgativas, de alma purificada y ejemplares?
lat
Objeciones por las que parece que estas cuatro virtudes no se dividen
convenientemente en virtudes ejemplares, de alma purificada,
purgativas y políticas.
1. Según dice Macrobio, en el libro I Super somnium ScipionisTM,
las virtudes ejemplares son las que existen en la misma mente
divina. Pero dice el Filósofo, en el libro X Ethic., que es ridículo atribuir a Dios
justicia, fortaleza, templanza y prudencia. Luego estas virtudes
no pueden ser ejemplares.
2. Se llaman virtudes de alma purificada las que existen sin
pasiones, pues dice Macrobio que
es propio de la
templanza de alma purificada no reprimir las concupiscencias terrenas,
sino olvidarlas totalmente; y de la fortaleza, ignorar las pasiones,
no vencerlas. Ahora bien, se ha dicho anteriormente (
q.59 a.5) que
estas virtudes no pueden darse sin pasiones. Luego las
virtudes cardinales no pueden ser virtudes de alma
purificada.
3. Llama purgativas a las virtudes de aquellos
hombres que con cierta huida de las cosas humanas se entregan
exclusivamente a las divinas. Pero esto parece vicioso, pues dice
Tulio Cicerón, en el libro I De offic., que a quienes dicen despreciar lo que la mayoría admira, el poder y la
magistratura, pienso que no sólo no se les ha de alabar, sino que más
bien se les ha de vituperar. Luego no hay virtudes
purgativas.
4. Llama virtudes políticas a aquellas por las que
los buenos varones trabajan por el bien de la república y por la
seguridad de la ciudad. Pero al bien común tan sólo se ordena la
justicia legal, según dice Aristóteles, en el libro V Ethic. Luego, las otras virtudes no deben llamarse
políticas.
Contra esto: dice Macrobio en el lugar citado: Plotino, príncipe con Platón entre los maestros de filosofía, dice que
«son cuatro los géneros de las virtudes cuaternas. Las primeras de
ellas se llaman políticas; las segundas, purgativas; las terceras, de
alma purificada; las cuartas, ejemplares».
Respondo: Como dice San Agustín, en el libro
De moribus Eccles.,
es necesario que el alma
vaya en pos de algo para que pueda nacer en ella la virtud; y esto es
Dios, cuyo seguimiento nos hace vivir bien. Es necesario, por
tanto, que el ejemplar de la virtud humana preexista en Dios, lo mismo
que en El preexisten las razones de todas las cosas. Así, pues, la
virtud puede ser considerada en cuanto existiendo ejemplarmente en
Dios; y, en este sentido, se habla de virtudes
ejemplares, de
modo que la misma mente divina se llame en Dios prudencia; templanza,
la conversión de la intención divina sobre sí mismo, al modo como en
nosotros entendemos por templanza la conformidad del apetito
concupiscible con la razón; la fortaleza de Dios es su inmutabilidad;
y la justicia de Dios es el cumplimiento de la ley eterna en sus
obras, tal como dijo Plotino.
Y dado que el hombre es por naturaleza animal político, estas
virtudes, en cuanto que existen en el hombre según la condición de su
naturaleza, se llaman políticas, por cuanto el hombre mediante
estas virtudes se comporta rectamente en las actividades humanas. En
tal sentido hemos hablado de estas virtudes hasta aquí.
Pero como pertenece también al hombre tender cuanto puede a las cosas
divinas, según dice también el Filósofo, en el libro X Ethic., y nos lo recomienda de muchas maneras la
Sagrada Escritura, como aquel pasaje de Mt 5,48: Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto, es necesario poner algunas
virtudes medias entre las políticas, que son virtudes humanas, y las
ejemplares, que son virtudes divinas. Estas virtudes intermedias se
distinguen según la diversidad que hay entre el movimiento y el
término. Es decir, que unas son las virtudes de los que están en
camino tendiendo a la semejanza divina, y se llaman virtudes
purgativas. Entonces, la prudencia, mediante la contemplación
de las cosas divinas, se desentiende de todas las cosas mundanas, y
dirige todo el pensamiento del alma a Dios; la templanza abandona, en
cuanto lo permite la naturaleza, los cuidados que pide el cuerpo; la
fortaleza hace que el alma no tema abandonar el cuerpo y elevarse a
las cosas superiores; y la justicia hace que el alma consienta
totalmente seguir el camino de tal propósito. Otras son las virtudes
de los que ya han conseguido la semejanza divina, y éstas se llaman
virtudes del alma ya purificada. Entonces la prudencia se ocupa
tan sólo en contemplar las cosas divinas; la templanza desconoce los
deseos terrenos; la fortaleza ignora las pasiones; la justicia,
imitando la mente divina, se asocia con ella en alianza perpetua. Se
trata de las virtudes de los bienaventurados, o de algunas personas
muy perfectas de este mundo.
A las objeciones:
1. El Filósofo habla de estas
virtudes referidas a las cosas humanas, por ejemplo, la justicia que
versa sobre las compras y ventas; la fortaleza, que versa sobre los
temores, y la templanza que versa sobre las concupiscencias; pues en
este sentido es ridículo atribuirlas a Dios.
2. Las virtudes humanas, es decir,
las virtudes de los hombres que viven en este mundo, versan sobre las
pasiones. Pero las virtudes de los hombres que han conseguido la plena
bienaventuranza se dan sin las pasiones. Por eso dice
Plotino que las virtudes políticas suavizan las
pasiones, es decir, las reducen al medio; las segundas, es
decir, las purgativas, las quitan; las terceras, que son las
del alma purgada, las olvidan; en las cuartas, es decir, en las
ejemplares, no se permite nombrarlas. Aunque también pueda
decirse que habla aquí de las pasiones en cuanto significan ciertos
movimientos desordenados.
3. Descuidar las cosas humanas
cuando la necesidad se impone, es vicioso. En otros casos es virtuoso.
Por eso dice Tulio Cicerón poco antes: Quizás
haya que tener concesiones con los que no se ocupan de la república,
porque, dotados de excelente ingenio, se dedicaron a la enseñanza; y
también con aquellos que, por su débil salud o impedidos por alguna
causa más grave, se retiraron de la vida pública, cediendo a otros el
poder y la gloria de su administración. Lo cual concuerda con
aquello que dice San Agustín, en el libro XIX De civ.
Dei: La caridad de la verdad busca el ocio
santo; la necesidad de la caridad asume el negocio justo. Si nadie
impone esta carga, uno se ha de dedicar a la búsqueda y contemplación
de la verdad; pero si se impone, uno ha de aceptarla por la necesidad
de la caridad.
4. Sólo la justicia legal mira
directamente al bien común; pero ella, por el imperio, convoca a todas
las demás virtudes al bien común, según dice el Filósofo, en el libro
V Ethic. Pues hay que tener en cuenta que a las
virtudes políticas, tal como se entienden aquí, pertenece no sólo
obrar bien en orden al bien común, sino también respecto de las partes
del bien común, como son las familias y las personas en
particular.