Artículo 1:
¿Nos es dada la virtud por la naturaleza?
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Objeciones por las que parece que la virtud nos es dada por la
naturaleza.
1. Dice San Juan Damasceno, en el libro III: Las
virtudes son naturales, y se dan por igual en todos. Y San Antonio
dice a su vez, en el sermón a los monjes : Si la
voluntad cambia la naturaleza, hay perversidad; consérvese su
condición, y hay virtud. Y sobre aquello de Mt 4,23: Recorría
Jesús, etcétera, dice la Glosa: Enseña
las justicias naturales, es decir, la castidad, la justicia, la
humildad, que el hombre posee naturalmente.
2. El bien de la virtud consiste en ser conforme a la razón, según
consta por lo dicho (
q.55 a.4 ad 2). Pero lo que es conforme a la
razón es natural al hombre, ya que la razón es la naturaleza del
hombre. Luego la virtud es dada al hombre por la naturaleza.
3. Se dice que nos es natural aquello que tenemos desde el
nacimiento. Pero algunos tienen las virtudes desde el nacimiento, pues
en Job 31,18 se dice: Desde la infancia creció conmigo la
misericordia, y salió conmigo del vientre de mi madre. Luego la
virtud es dada al hombre por la naturaleza.
Contra esto: lo que es dado al hombre por la naturaleza es común a
todos los hombres y no se pierde por el pecado, pues hasta en los
demonios permanecen los bienes naturales, según dice Dionisio en el
capítulo 4 De div. nom. Pero la virtud no se da
en todos los hombres, y se pierde por el pecado. Luego la virtud no es
dada al hombre por la naturaleza.
Respondo: Respecto de las formas corporales,
algunos dijeron que proceden totalmente de adentro, pensando así los
que ponían formas latentes. Otros, por el contrario,
dijeron que proceden totalmente de afuera, como aquellos que pensaban
que las formas corporales proceden de alguna causa separada. Otros, en
fin, dijeron que proceden en parte de adentro, en cuanto que existen
potencialmente en la materia, y en parte de afuera, en cuanto que son
reducidas al acto por un agente.
Así también, respecto de las ciencias y de las virtudes, algunos
afirmaron que proceden totalmente de adentro, de modo que todas las
virtudes y todas las ciencias preexisten naturalmente en el alma; pero
que es mediante la disciplina y el ejercicio como se vencen los
impedimentos de la ciencia y de la virtud, ocasionados al alma por la
gravedad del cuerpo, de modo parecido a como se hace brillar al hierro
mediante la limación. Tal fue la opinión de los platónicos. Otros dijeron que proceden totalmente de afuera, esto es, del influjo de la inteligencia agente, como afirma Avicena. Otros, en fin, dijeron que las ciencias y las virtudes nos son dadas por la naturaleza en cuanto a la aptitud, no en cuanto a su realización, tal como dice el Filósofo en el libro II Ethic. Y esto es más verdadero.
Para cuyo esclarecimiento es necesario tener en cuenta que algo se
dice que es natural a algún hombre de dos modos. Uno, según la
naturaleza específica; otro, según la naturaleza individual. Y como
cada cosa se constituye en especie según su forma, pero se constituye
en individuo según la materia; y, a su vez, la forma del hombre es el
alma racional, siendo el cuerpo su materia, lo que corresponde al
hombre según el alma racional le es natural según la naturaleza
específica, mientras que lo que le es natural según la determinada
complexión del cuerpo le es natural según la naturaleza individual,
pues lo que es natural al hombre por parte del cuerpo según la
especie, se refiere en cierto modo al alma, en cuanto que tal cuerpo
es proporcionado a tal alma.
De uno y otro modo la virtud es natural al hombre según cierta
incoación. Según la naturaleza específica, en cuanto que en la razón
lleva el hombre naturalmente ciertos principios naturalmente
conocidos, tanto de orden especulativo como de orden práctico, los
cuales son ciertas semillas de las virtudes intelectuales y morales; y
en cuanto que en la voluntad se da cierto apetito natural del bien que
es según la razón. Y según la naturaleza individual, en cuanto que por
la disposición del cuerpo unos están mejor o peor dotados para ciertas
virtudes en razón de que ciertas facultades sensitivas son actos de
ciertas partes del cuerpo, que, por su disposición, ayudan o impiden a
dichas facultades en sus actos, y, consiguientemente, a las facultades
racionales, a las que sirven las facultades sensitivas. Así es como un
hombre tiene aptitud natural para la ciencia, otro la tiene para la
fortaleza, y otro la tiene para la templanza. Y de estos modos, tanto
las virtudes intelectuales como las morales, nos son dadas por la
naturaleza según cierta incoación de aptitud. Pero no en su
consumación, porque la naturaleza está determinada a una sola cosa,
mientras que la consumación de estas virtudes no es según un único
modo de acción, sino varia, según las diversas materias sobre las que
operan las virtudes y según las diversas circunstancias.
Resulta, pues, claro que las virtudes están por naturaleza en
nosotros sólo aptitudinal e incoativamente, no de modo perfecto,
excepto las virtudes teológicas, que proceden totalmente de
afuera.
A las objeciones: Según lo dicho resulta clara la respuesta a las objeciones. Pues las dos primeras razones se basan
en que existen en nosotros naturalmente las semillas de las virtudes
en cuanto que somos racionales. Y la tercera razón se basa en que,
debido a la disposición natural del cuerpo, habida desde el
nacimiento, uno tiene aptitud para la misericordia, otro la tiene para
vivir moderadamente, y otro para otra virtud.
Artículo 2:
¿Es causada en nosotros alguna virtud por la costumbre de las
obras?
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Objeciones por las que parece que las virtudes no pueden ser causadas
en nosotros por la costumbre de las obras.
1. Comentando aquello de Rom 14,23: Todo lo que no procede de la
fe es pecado, dice la Glosa de San Agustín: Toda
la vida de los infieles es pecado: y nada es bueno sin el bien sumo.
Donde falta el conocimiento de la verdad, es falsa la virtud, incluso
en las óptimas costumbres. Pero la fe no puede adquirirse por las
obras, sino que es causada por Dios en nosotros, según aquello de Ef
2,8: De gracia habéis sido salvados por la fe. Luego ninguna
virtud puede ser adquirida en nosotros por la costumbre de las
obras.
2. El pecado, al ser contrario a la virtud, no es compatible con
ella. Pero el hombre no puede evitar el pecado sino
por la gracia de Dios, según aquello de Sab, 8,21: Conocí que no
puedo ser continente a no ser que me lo conceda Dios. Luego
tampoco las otras virtudes pueden ser causadas en nosotros por la
costumbre de las obras, sino tan sólo por donación de
Dios.
3. Los actos encaminados a la virtud no tienen la perfección de la
virtud. Ahora bien, el efecto no puede ser más perfecto que la causa.
Luego la virtud no puede ser causada por los actos que la
preceden.
Contra esto: dice Dionisio, en el capítulo 4 De div.
nom., que el bien es más fuerte que el mal. Pero
por los malos actos se engendra el hábito de los vicios. Luego mucho
más por los actos buenos pueden ser causados los hábitos de las
virtudes.
Respondo: Sobre la generación de los hábitos
por los actos ya se ha tratado anteriormente en general (
q.51 a.2.3).
Tratando ahora de la virtud en especial, hay que considerar que, según
se ha dicho anteriormente (
q.55 a.3.4), la virtud del hombre le
perfecciona en orden al bien. Pero como la razón de bien consiste
en
el modo, la especie y el orden, según dice San Agustín en el
libro
De natura boni, o en
el número, el
peso y la medida, según se dice en Sab, 11,21, es necesario que el
bien del hombre se considere conforme a alguna regla; la cual es
doble, según se ha dicho anteriormente (
q.19 a.3.4), a saber, la razón
humana y la ley divina. Y como la ley divina es regla superior, se
extiende a más cosas, de suerte que lo que es regulado por la razón
humana, es regulado también por la ley divina, pero no a la
inversa.
Por consiguiente, la virtud del hombre ordenada al bien, cuyo modo lo
establece la regla de la razón humana, puede ser causada por los actos
humanos, en cuanto que estos actos proceden de la razón, bajo cuya
potestad y regla se establece tal bien. Pero la virtud que ordena al
hombre al bien, cuyo modo lo establece la ley divina, y no la ley
humana, no puede ser causada por los actos humanos, cuyo principio es
la razón, sino que es causada en nosotros únicamente por la acción
divina. Por eso, refiriéndose a esta clase de virtudes, ponía San
Agustín en la definición de virtud: que Dios causa
en nosotros sin nosotros.
A las objeciones:
1. La primera razón procede de
tomar las virtudes en el último sentido señalado.
2. La virtud divinamente infusa,
máxime si se considera en su perfección, no es compatible con pecado
mortal alguno. Pero la virtud adquirida humanamente puede ser
compatible con algún acto de pecado, aunque sea mortal, porque el uso
del hábito está en nosotros sujeto a nuestra voluntad, según se ha
dicho anteriormente (
q.49 a.3 sedcontra), y por un acto de pecado no
se corrompe el hábito de la virtud adquirida, ya que al hábito no le
es directamente contrario el acto, sino el hábito. Por eso, aunque sin
la gracia el hombre no pueda evitar el pecado mortal de modo que no
peque nunca mortalmente, sin embargo, no está incapacitado para
adquirir el hábito de virtud por la cual se abstenga de las malas
obras en la mayoría de los casos, sobre todo de aquellas que son muy
contrarias a la razón. Hay también ciertos pecados mortales que el
hombre no puede evitar en modo alguno sin la gracia, que son aquellos
que se oponen directamente a las virtudes teológicas, que existen en
nosotros por don de gracia. Pero esto se explicará más adelante (
q.109 a.4).
3. Según se ha dicho (a.1 q.51 a.1), preexisten en nosotros, dadas por la naturaleza, ciertas
semillas o principios de las virtudes adquiridas, las cuales son más
nobles que las virtudes adquiridas por fuerza de ellos, como el
entendimiento de los principios es más noble que la ciencia de las
conclusiones; y la rectitud natural de la razón es más noble que la
rectificación del apetito, que lo es por participación de la razón,
rectitud que pertenece a la virtud moral. Así, pues, los actos
humanos, en cuanto proceden de principios más altos, pueden causar las
virtudes adquiridas humanas.
Artículo 3:
¿Hay en nosotros algunas virtudes morales infusas?
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Objeciones por las que parece que, además de las virtudes teológicas,
no hay en nosotros otras virtudes infundidas por Dios.
1. Las cosas que pueden ser hechas por las causas segundas, no las
hace inmediatamente Dios, a no ser alguna vez milagrosamente, porque,
como dice Dionisio,
es ley de la divinidad conducir
a las cosas últimas por las intermedias. Pero las virtudes
intelectuales y morales pueden ser causadas en nosotros por nuestros
propios actos, según queda dicho (
a.2). Luego no es conveniente que
sean causadas en nosotros por infusión.
2. En las obras de Dios existe mucho menos lo superfluo que en las
obras de la naturaleza. Pero para ordenarnos al bien sobrenatural
bastan las virtudes teológicas. Luego no existen otras virtudes
sobrenaturales que deban ser causadas en nosotros por
Dios.
3. La naturaleza no hace por dos medios lo que puede hacer por uno; y
mucho menos Dios. Pero Dios depositó en nuestra alma las semillas de
las virtudes, según dice la Glosa sobre Heb 1,6. Luego
no es necesario que cause en nosotros otras virtudes por
infusión.
Contra esto: se dice en Sab 8,7: Enseña la sobriedad y la
justicia, la prudencia y la fortaleza.
Respondo: Es necesario que los efectos sean
proporcionados a sus causas y principios. Pero todas las virtudes,
tanto intelectuales como morales, que adquirimos por nuestros actos,
proceden de ciertos principios naturales que preexisten en nosotros,
según se ha dicho anteriormente (
a.1;
q.51 a.1). En lugar de esos
principios naturales, nos son conferidas por Dios las virtudes
teológicas, que nos ordenan al fin sobrenatural, según queda dicho
(
q.62 a.1). Por consiguiente, es necesario que a estas virtudes
teológicas respondan también otros hábitos causados divinamente en
nosotros, que estén respecto de las virtudes teológicas en la relación
en que están las virtudes morales e intelectuales respecto de los
principios naturales de las virtudes.
A las objeciones:
1. Algunas virtudes morales e
intelectuales pueden ser causadas en nosotros por nuestros actos; pero
ellas no son proporcionadas a las virtudes teológicas. Por eso es
necesario que haya otras, proporcionadas a éstas, causadas
inmediatamente por Dios.
2. Las virtudes teológicas nos
ordenan suficientemente al fin sobrenatural, según cierta incoación,
esto es, respecto del mismo Dios inmediatamente. Pero es necesario que
el alma sea perfeccionada por otras virtudes infusas respecto de las
demás cosas, aunque en orden a Dios.
3. La fuerza de aquellos
principios naturalmente impresos no se extiende más allá de la
proporción de la naturaleza. De ahí que, en orden al fin sobrenatural,
necesite el hombre ser perfeccionado por otros principios
sobreañadidos.
Artículo 4:
¿Es la virtud que adquirimos por la costumbre de las obras de la
misma especie que la virtud infusa?
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Objeciones por las que parece que las virtudes infusas no son de
distinta especie que las virtudes adquiridas.
1. La virtud adquirida y la virtud infusa, según lo dicho
anteriormente (
a.3), no parecen diferir sino por el orden al último
fin. Pero los hábitos y actos humanos no reciben la especie del último
fin, sino del fin próximo. Luego las virtudes morales e intelectuales
infusas no difieren específicamente de las adquiridas.
2. Los hábitos se conocen por sus actos. Pero es el mismo el acto de
la templanza infusa y de la templanza adquirida, a saber, moderar las
concupiscencías del tacto. Luego no difieren
específicamente.
3. La virtud adquirida y la virtud infusa difieren como lo hecho
inmediatamente por Dios y lo hecho por la creatura. Pero es el mismo
específicamente el hombre que formó Dios y el hombre que engendra la
naturaleza; el ojo que dio al ciego de nacimiento y el ojo que causa
la fuerza formativa. Luego parece que es específicamente la misma la
virtud adquirida y la virtud infusa.
Contra esto: cualquier diferencia introducida en la definición hace
variar la especie. Pero en la definición de la virtud infusa se
pone:
que Dios obra en nosotros sin nosotros, según se ha dicho
anteriormente (
a.2;
q.55 a.4). Luego la virtud adquirida, a la que no
le corresponde esto, no es de la misma especie que la virtud
infusa.
Respondo: Los hábitos se distinguen
específicamente de dos modos. Uno, según las razones formales y
especiales de los objetos, según se ha dicho anteriormente (
q.54 a.2;
q.56 a.2;
q.60 a.1). Pues bien, el objeto de cualquier virtud es el
bien considerado en la propia materia, como el objeto de la templanza
es el bien de las cosas placenteras en las concupiscencias del tacto.
La razón formal de este objeto es el modo que establece la razón en
estas concupiscencias, mientras que el objeto material es lo que hay
por parte de las concupiscencias. Pero es manifiesto que es de otra
naturaleza el modo que se impone a estas concupiscencias según la
regla de la razón humana y según la regla divina. Por ejemplo, en la
toma de alimentos, el modo que establece la razón humana es que no se
dañe a la salud corporal ni entorpezca el acto de la razón; mientras
que, según la regla de la ley divina, se requiere que el hombre
castigue su cuerpo y lo someta a servidumbre (1 Cor 9,27),
mediante la abstinencia de la comida y de la bebida y otras cosas
parecidas. De donde resulta manifiesto que la templanza infusa y la
templanza adquirida difieren específicamente. Y lo mismo hay que decir
de las demás virtudes.
Otro modo de distinguirse específicamente los hábitos es por el fin a
que se ordenan, pues no es de la misma especie la salud del hombre y
la salud del caballo, debido a las diversas naturalezas a que se
ordenan. Y de ese mismo modo dice el Filósofo, en el libro III Polit., que son diversas las virtudes de los
ciudadanos según su buen comportamiento según los diversos gobiernos.
De este modo difieren también específicamente las virtudes morales
infusas, por las cuales los hombres se comportan bien en orden a
ser conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2,19),
y las otras virtudes adquiridas, por las cuales el hombre se comporta
bien en orden a las cosas humanas.
A las objeciones:
1. La virtud infusa y la virtud
adquirida no sólo difieren según el orden al último fin, sino también
según el orden a los objetos propios, como queda dicho.
2. La templanza adquirida y la
templanza infusa moderan las concupiscencias de los placeres del tacto
según razones distintas, como queda dicho. Por lo tanto, no
tienen el mismo acto.
3. Dios hizo el ojo del ciego de
nacimiento para el mismo acto al que se ordenan los ojos formados
naturalmente. Era, pues, de la misma especie. Lo mismo habría que
decir si Dios quisiera causar milagrosamente en el hombre virtudes
como las que se adquieren por los actos. Pero no es esta la cuestión,
según queda dicho.