Trataremos a continuación del don correspondiente a la virtud de la
fortaleza (q.123 intr), es decir, del don de
fortaleza.
Sobre esta materia planteamos dos problemas:
Artículo 1:
¿La fortaleza es un don?
lat
Objeciones por las que parece que la fortaleza no es un
don.
1. Las virtudes son diferentes de los dones. Pero la fortaleza es
virtud. Luego no se la debe considerar como don.
2. Los actos de los dones, como se ha dicho (1-2 q.68 a.6),
permanecen en la patria celestial. Pero los actos de la fortaleza no;
pues dice San Gregorio, en Moral., que la
fortaleza da confianza al que tiembla ante la adversidad, y en el
cielo no hay adversidades. Luego la fortaleza no es
don.
3. San Agustín dice en II De Doctr.
Chrísi. que es propio de la fortaleza apartarse
de todos los goces de lo pasajero, que matan el alma. Pero de
estos goces o deleites se ocupa más bien la templanza que la
fortaleza. Luego, según parece, no es el don correspondiente a la
virtud del mismo nombre.
Contra esto: está el que en Is 11,2 se menciona como uno más la
fortaleza entre los dones del Espíritu Santo.
Respondo: Que la fortaleza, como hemos dicho
antes (q.123 a.2; 1-2 q.61 a.3), implica una cierta firmeza de ánimo,
requerida no sólo para hacer el bien, sino también para soportar el
mal, principalmente si se trata de bienes o males arduos. Y que el
hombre, según su modo propio y connatural, puede tener tal firmeza en
lo uno y en lo otro, que no desfallezca en la práctica del bien a
pesar de la dificultad que entrañe la realización de ciertas obras
arduas o el aguante de ciertos males graves. Tal es la razón por la
que a la fortaleza se la considera como virtud especial o general,
como dijimos (q.123 a.2). Pero, a un nivel superior, el Espíritu Santo
mueve interiormente al hombre para que lleve a término cualquier obra
comenzada y se vea libre de cualquier peligro que le amenaza. Esto
rebasa la capacidad de la naturaleza humana, ya que hay casos en que
el hombre no puede llevar a cabo sus obras o escapar de los males o
peligros, pues a veces le agobian hasta causarle la muerte. Ahora
bien: esto lo realiza el Espíritu Santo en el hombre guiándolo en todo
hacia la vida eterna, que es término de toda obra buena y la
liberación de todos los peligros. Para ello infunde en el alma el
Espíritu Santo una confianza especial que excluye todo temor
contrario. Tal es la razón por la que la fortaleza es considerada como
don del Espíritu Santo, pues ya dijimos antes (1-2 q.68 a.1) que los
dones tienen por objeto la moción del alma por el Espíritu
Santo.
A las objeciones:
1. La fortaleza como virtud da
una fuerza especial al alma para soportar toda clase de peligros; pero
no basta para que confíe uno en que podrá salir bien de todos ellos;
esto es lo propio del don del Espíritu Santo que llamamos
fortaleza.
2. Los dones no tienen los mismos
actos en la patria celestial que a lo largo de nuestro camino hacia la
eternidad, sino que los allí ejercidos tienen por objeto el goce
completo del fin. De ahí el que el acto de la fortaleza allí
consistirá en disfrutar sin límites del verse del todo libres de
trabajos y de males.
3. El don de fortaleza guarda
estrecha relación con la virtud del mismo nombre, no sólo
porque, como ella, consiste en soportar peligros, sino
también en cuanto que consiste en la realización de cualquier obra
difícil. Por eso el don de fortaleza obra bajo la dirección del don de
consejo, cuyo objeto, según parece, son primordialmente los bienes más
excelentes.
Artículo 2:
La cuarta bienaventuranza, que dice: «Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia», ¿corresponde al don de fortaleza?
lat
Objeciones por las que parece que la cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia (Mt 5,6),
no corresponde al don de fortaleza.
1. A la virtud de la justicia no le corresponde el don de fortaleza,
sino más bien el de piedad. Pero el tener hambre y sed de justicia son
actos propios de la justicia. Luego esta bienaventuranza pertenece más
al don de piedad que al don de fortaleza.
2. El hambre y sed de justicia suponen deseo del bien. Pero
esto es propio de la caridad, a la cual no corresponde el don de
fortaleza, sino más bien el de sabiduría, como antes dijimos (q.45).
Luego esta bienaventuranza no corresponde al don de fortaleza, sino al
de sabiduría.
3. Los frutos acompañan a las bienaventuranzas, porque
el deleite es esencial a las mismas, como se dice en I
Ethic.. Pero en los frutos no hay, según parece,
nada que tenga poco o mucho que ver con la fortaleza. Luego tampoco le
corresponde ninguna bienaventuranza.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en el libro De Serm. Dom.
in Monte: La fortaleza les viene muy bien a los
hambrientos, ya que ellos sufren deseando gozar de los verdaderos
bienes y queriendo apartar su amor de las cosas terrenas.
Respondo: Que, como hemos dicho (q.121 a.2),
San Agustín relaciona las bienaventuranzas con los dones según el
orden de enumeración, aunque teniendo en cuenta ciertas conveniencias.
Por eso atribuye la cuarta bienaventuranza, la del hambre y sed de
justicia, al cuarto don, o sea, al don de fortaleza. Porque, aunque
parezca que no, hay entre ellos alguna conveniencia, ya que, como
dijimos (a.1), la fortaleza tiene por objeto lo arduo. Y práctica muy
ardua es no sólo el realizar obras virtuosas, sino el realizarlas con
deseo insaciable, deseo que puede expresarse con los nombres de hambre
y sed.
A las objeciones:
1., como dice el Crisóstomo (Super Mt.), la justicia aquí puede
considerarse no sólo como virtud particular, sino también como virtud
universal, que se extiende a toda obra virtuosa, como leemos en V Ethic.. En ellas, el don de fortaleza tiene por
objeto lo arduo.
2. La caridad es la raíz de los
dones y virtudes, como hemos dicho (q.23 a.8 ad 2; 1-2 q.68 a.4 ad 3).
Por eso, todo lo que pertenece a la fortaleza puede pertenecer también
a la caridad.
3. Entre los frutos hay dos
no poco relacionados con el don de fortaleza: la paciencia,
cuyo objeto es el aguante de los males, y la longanimidad,
capaz de ocuparse con especial interés de la prolongada espera y la
práctica del bien.