Artículo 1:
¿Es siempre el motivo de la ira algo hecho contra el que se
irrita?
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Objeciones por las que parece que no siempre se irrita uno por algo
hecho contra él.
1. En efecto, el hombre pecando nada puede hacer contra Dios, pues
dice Job 35,6: Si multiplicares tus delitos, ¿qué harás contra
El? Se dice, sin embargo, que Dios se enoja contra los hombres a
causa de sus pecados, según aquello del Sal 105,40: Se encendió el
furor del Señor contra su pueblo. Luego no siempre se irrita uno
por algo hecho contra él.
2. La ira es un deseo de venganza. Pero alguno desea
vengarse también de lo que se hace contra otros. Luego no siempre el
motivo de la ira es algo hecho contra nosotros.
3. Como dice el Filósofo en II Rhetoric., los hombres se irritan principalmente contra los que desprecian aquello en lo que ellos se ocupan especialmente, como los estudiosos de la filosofía se irritan contra los que desprecian la filosofía, e igualmente en otras cosas. Pero despreciar la filosofía no es causar daño al que estudia. Luego no siempre nos airamos por lo que se hace contra nosotros.
4. Asimismo, el que guarda silencio ante el que le insulta, le
provoca más a la ira, como dice el Crisóstomo. Pero por
el hecho de callar nada hace contra él. Luego no siempre se provoca la
ira de uno por algo que se hace contra él.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II Rhetoric., que la ira se produce siempre por cosas que afectan a uno mismo. Pero la enemistad también cabe sin éstas, porque si juzgamos que alguien es tal o cual cosa, le odiamos.
Respondo: Como se ha indicado anteriormente
(
q.46 a.6), la ira es el deseo de causar daño a otro bajo la razón de
justa venganza. Pero la venganza no tiene lugar sino donde ha
precedido la injuria. Y no toda injuria incita a la venganza, sino
solamente la que afecta al que desea la venganza, porque así como cada
ser apetece naturalmente el bien propio, así también rechaza
naturalmente el mal propio. Ahora bien, la injuria hecha por alguien
no afecta a uno, a no ser que de algún modo la haga contra
él.
A las objeciones:
1. La ira no se atribuye a Dios
como pasión del alma, sino como juicio de su justicia, en cuanto
quiere tomar venganza del pecado. Porque el pecador no puede causar
ningún daño real a Dios pecando. Por su parte, sin embargo, obra
contra Dios de dos maneras. Primeramente, en cuanto le desprecia en
sus mandamientos. En segundo lugar, en cuanto causa daño a alguien,
sea a sí mismo sea a otro, lo cual redunda en Dios, por cuanto el
perjudicado está comprendido bajo la providencia y protección de
Dios.
2. Nos airamos contra aquellos que
perjudican a otros, y deseamos la venganza en cuanto
los dañados nos pertenecen de alguna manera, bien por afinidad o
amistad, o bien, al menos, por la comunidad de naturaleza.
3. Aquello en lo que
principalmente nos ocupamos, lo consideramos como un bien propio. Y
por eso, cuando es despreciado, pensamos que también nosotros somos
despreciados y nos damos por ofendidos.
4. El que calla provoca la ira del
que le injuria, cuando parece callar por desprecio, como si tuviese en
poco la ira del otro. Y ese desdén es un acto.
Artículo 2:
¿Es sólo el menosprecio o desdén el motivo de la ira?
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Objeciones por las que parece que no sólo el menosprecio o desdén es
motivo de ira.
1. En efecto, dice el Damasceno que nos irritamos
cuando hemos sufrido una injuria o creemos sufrirla. Pero el
hombre puede sufrir una injuria aun sin menosprecio o desdén. Luego no
sólo el desdén es motivo de ira.
2. Es propio del mismo sujeto desear el honor y
entristecerse por el desdén. Pero los animales no desean el honor. Por
consiguiente, no se contristan por el desdén. Y, sin embargo, se
provoca en ellos la ira cuando son heridos, como dice el Filósofo
en III Ethic. Luego no sólo el desdén parece ser
motivo de la ira.
3. El Filósofo en II Rhetoric. señala
otras muchas causas de la ira; por ejemplo, el olvido y el
alegrarse en las desgracias, el anuncio de males, el impedir conseguir
lo que uno quiere. Luego no sólo el desdén es provocador de la
ira.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II Rhetoric., que la ira es el deseo de castigo con tristeza, a causa de un menosprecio que aparece hecho indebidamente.
Respondo: Todas las causas de la ira se reducen
al menosprecio. Hay, en efecto, tres especies de menosprecio, como
dice II
Rhetoric., a saber:
el desdén, la
oposición o impedimento para cumplir la propia voluntad y
la
contumelia. Y todos los motivos de la ira se reducen a estos tres,
por una doble razón. La primera, porque la ira desea el daño de otro
en cuanto tiene razón de justa venganza, y, en tanto busca la venganza
en cuanto parece ser justa. Y no se toma justa venganza sino de lo que
ha sido hecho injustamente. De ahí que lo que provoca la ira sea
siempre algo bajo la razón de injusto. Por lo cual dice el Filósofo en
II
Rhetoric. que
los hombres no se irritan, si
piensan que sufren justamente de parte de quien les causa daño, porque
la ira no surge contra lo justo. Ahora bien, se puede hacer daño a
uno de tres maneras; a saber: por ignorancia, por pasión y por
elección. Y entonces comete uno mayor injusticia cuando causa daño por
elección, o de propósito o con malicia cierta, como dice V
Ethic. Y por eso nos irritamos especialmente contra
aquellos que pensamos nos han perjudicado de propósito. Porque si
juzgamos que algunos nos han injuriado por ignorancia o pasión, o no
nos enojamos contra ellos, o mucho menos, pues el hacer algo por
ignorancia o pasión disminuye la razón de injuria y, en cierto modo,
mueve a misericordia y a perdón. En cambio, los que de propósito
causan daño parecen pecar por desprecio, y por eso nos enojamos
grandemente contra ellos. Por lo que dice el Filósofo en II
Rhetoric. que
contra los que hicieron algo con
ira, o no nos enojamos o nos enojamos menos, pues no parecen haber
obrado por menosprecio.
La segunda razón es porque el menosprecio se opone a la excelencia
del hombre, pues los hombres menosprecian las cosas que de nada son
dignas, como dice II Rhetoric. Ahora bien,
nosotros buscamos alguna excelencia en todos nuestros bienes. Y, por
consiguiente, cualquier daño que se nos infiera, en cuanto rebaja
nuestra excelencia, parece pertenecer al menosprecio.
A las objeciones:
1. Cualquier otra causa que no sea
el desprecio, por la que alguien sufre una injuria, disminuye la razón
de injuria. Sólo el desdén o menosprecio la aumenta. Y, por tanto, es
de suyo causa de la ira.
2. Aunque el animal no desee el
honor como tal, apetece, sin embargo, naturalmente una cierta
excelencia, y se irrita contra aquello que se la impide.
3. Todas esas causas se reducen al
menosprecio. El olvido, en efecto, es señal evidente de menosprecio,
pues las cosas que apreciamos mucho, las grabamos más en la memoria.
Igualmente, proviene de cierto menosprecio no temer contristar a
alguien, anunciándole cosas infaustas. El que muestra señales de
alegría en las desgracias de alguien, también parece preocuparse poco
del bien o mal del mismo. De igual modo, el que impide a alguien
conseguir su propósito sin obtener provecho alguno para sí, no parece
preocuparse mucho de su amistad. Y, por lo tanto, todas esas cosas, en
cuanto son señales de menosprecio, provocan la ira.
Artículo 3:
¿Es la excelencia del que se enoja causa de ira?
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Objeciones por las que parece que la excelencia no es causa de
enojarse más fácilmente.
1. En efecto, dice el Filósofo en II Rhetoric.
que algunos se irritan, sobre todo, cuando están tristes, como los
enfermos, los indigentes y los que no tienen lo que desean. Pero
todas estas cosas parecen implicar defecto. Luego el defecto inclina
más a la ira que la excelencia.
2. Dice el Filósofo en el mismo lugar que algunos se enojan, sobre todo, cuando se desprecia en ellos aquello de
lo que puede sospecharse que o no lo poseen o lo poseen escasamente,
pero cuando creen que sobresalen mucho en aquello en que son
despreciados, no se preocupan. Pero dicha sospecha proviene de un
defecto. Luego el defecto más bien que la excelencia es causa de que
uno se enoje.
3. Las cosas que pertenecen a la excelencia hacen a los
hombres especialmente afables y esperanzados. Pero dice el Filósofo en
II Rhetoric. que en el juego, en la risa, en
la fiesta, en la prosperidad, en la culminación de las obras, en el
placer honesto y en la esperanza bien fundada no se irritan los
hombres. Luego la excelencia no es causa de la ira.
Contra esto: está que el Filósofo, en el mismo libro,
dice que los hombres se indignan a causa de su excelencia.
Respondo: La causa de la ira en el que se enoja
puede considerarse de dos modos. Uno, por la relación al motivo de la
ira. Y en este sentido la excelencia es causa de que uno se irrite con
facilidad. Porque el motivo de la ira es el menosprecio injusto, como
se ha dicho (
a.2). Ahora bien, consta que, cuanto más excelente es
uno, más injustamente es menospreciado en aquello en que sobresale. Y,
por tanto, aquellos que sobresalen en alguna cosa se enojan
grandemente si son menospreciados; por ejemplo, si el rico es
menospreciado en su riqueza y el orador en su elocuencia, y así
respecto de otros.
El segundo modo de considerar la causa de la ira en el que se enoja
es por parte de la disposición producida en él por tal motivo. Es
evidente que nada mueve a la ira sino el daño que contrista. Ahora bien,
las cosas que implican defecto son especialmente contristantes, porque
los hombres sujetos a deficiencias son más fácilmente agraviados. Y
ésta es la causa por la que los hombres débiles o que adolecen de
otros defectos se irritan más fácilmente, porque se contristan con más
facilidad.
A las objeciones:
1. La respuesta es evidente por lo dicho.
2. El que es despreciado en lo que
manifiestamente sobresale en gran manera, no considera sufrir por ello
daño alguno y, por eso, no se constrista. Y en este sentido se enoja
menos. Pero, por otro lado, en cuanto es más indigno
el desprecio, tiene mayor razón para irritarse. A menos que piense que
no es envidiado o escarnecido por desprecio, sino por ignorancia u
otra cosa parecida.
3. Todas esas cosas impiden la
ira, en cuanto impiden la tristeza. Pero, por otra parte, son aptas
naturalmente para provocar la ira, porque hacen que un nombre sea
impropiamente despreciado.
Artículo 4:
¿Es el defecto de otro causa de que nos enojemos más fácilmente
contra él?
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Objeciones por las que parece que el defecto de alguien no es causa
para enojarnos más fácilmente contra él.
1. En efecto, dice el Filósofo en II Rhetoric.
que no nos enojamos con los que confiesan y se arrepienten y se
humillan, sino más bien nos amansamos para con ellos. Por eso los
perros no muerden a los que se están quietos. Pero estas cosas
pertenecen a la pequeñez y al defecto. Luego la pequeñez de uno es
causa de que nos enojemos menos contra él.
2. No hay defecto mayor que el de la muerte. Pero la ira
cesa respecto de los muertos. Luego el defecto de uno no es causa que
provoque la ira contra él.
3. Nadie tiene a uno en poco por ser amigo suyo. Pero nos
enojamos más con los amigos si nos ofenden, o si no nos ayudan. Por lo
que dice Sal 54,13: Si mi enemigo me hubiese maldecido, lo habría
soportado, ciertamente. Luego el defecto de uno no es causa para
irritarnos más fácilmente contra él.
Contra esto: está que el Filósofo dice II Rhetoric. que el rico se irrita contra el pobre si éste le desprecia, y el que gobierna contra el súbdito.
Respondo: Como se ha indicado anteriormente
(
a.2 y
3), el desprecio indigno provoca especialmente la ira. El
defecto, pues, o la pequeñez de aquel contra quien nos enojamos
contribuye a aumentar la ira, en cuanto aumenta el desprecio indigno.
Porque, así como cuanto mayor es uno tanto más indignamente es
despreciado, así cuanto menor es uno tanto más indignamente desprecia.
Y por eso los nobles se irritan si son despreciados por los rústicos,
o los sabios por los ignorantes, o los señores por los
siervos.
En cambio, si la pequeñez o el defecto disminuye el desprecio
indigno, tal parvedad no aumenta, sino que disminuye la ira. Y de este
modo los que se arrepienten de las injurias hechas y confiesan que
obraron mal, y se humillan y piden perdón, aplacan la ira, según
aquello de Prov 15,1: La respuesta suave quebranta la ira, en
cuanto parece que no desprecian, sino más bien estiman en mucho a
aquellos ante quienes se humillan.
A las objeciones:
1. La respuesta es evidente por lo dicho.
2. Existen dos motivos por los que
cesa la ira con respecto a los muertos. Primero, porque no pueden
dolerse ni sentir, que es lo que pretenden principalmente los airados
en aquellos con quienes se irritan. Segundo, porque ya parecen haber
llegado al límite de sus males. De ahí que también cese la ira con
respecto a cualesquiera gravemente heridos, porque su mal sobrepasa la
medida de la justa retribución.
3. También el desprecio que
proviene de los amigos parece ser más indigno. Y por eso, si nos
desprecian perjudicándonos o no ayudándonos, nos enojamos más contra
ellos por igual razón que lo hacemos también contra los
inferiores.