Artículo 1:
¿Se deben dar algunos preceptos sobre la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que no se debe dar ningún precepto
sobre la caridad:
1. La caridad, por ser forma de las virtudes, da a todos sus actos el
modo, como hemos expuesto (
q.23 a.8). Ahora bien, se dice generalmente
que el modo no cae bajo precepto. Por tanto, no se deben dar preceptos
sobre la caridad.
2. La caridad derramada en nuestros corazones por el
Espíritu Santo (Rom 5,5) nos hace libres porque donde está el
Espíritu, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Pues bien, la
obligación que nace del precepto se opone a la libertad, porque impone
una necesidad. En consecuencia, no se deben dar preceptos sobre la
caridad.
3. La caridad es la principal de las virtudes, a las
cuales se ordenan los preceptos, como quedó
demostrado en otro lugar (
1-2 q.100 a.9 ad 2); por tanto, si se dieran
preceptos sobre la caridad, deberían estar comprendidos entre los
preceptos mayores, que son los del decálogo, y, sin embargo, no lo
están. Por tanto, no se deben dar preceptos sobre la
caridad.
Contra esto: está el hecho de que, cuanto pide Dios de nosotros, cae
bajo precepto. Ahora bien, Dios pide del hombre que le ame,
como se ve en la Escritura (Dt 10,12). Por tanto, se deben dar
preceptos sobre el amor de caridad, que es el amor de
Dios.
Respondo: Como ya quedó expuesto (
1-2 q.99 a.1 y
5;
q.100 a.5 ad 2), el precepto implica razón de deuda. Por tanto,
una cosa cae bajo precepto en la medida en que reviste formalidad de
adeudada. Ahora bien, una cosa resulta adeudada de dos maneras: en sí
misma y por otra. En sí mismo es obligatorio, en cualquier menester,
todo lo que es fin, ya que, por definición, el fin entraña razón de
bien. Es, en cambio, obligación, por razón de otra cosa, cuanto se
ordena al fin, como es deber del médico, de suyo, curar; por razón de
otra cosa, diagnosticar el remedio adecuado. Pues bien, el fin de la
vida espiritual es que el hombre se una a Dios, lo cual se logra por
la caridad; y a ello se ordena, como a su fin, todo cuanto afecta a la
vida espiritual. Por eso escribe el Apóstol:
El fin de este mandato
es la caridad, que procede de un corazón limpio, de una conciencia
recta y de una fe sincera (1 Tim 1,5). De hecho, todas las
virtudes, cuyos actos son objeto de precepto, están ordenadas o a
purificar el corazón del torbellino de las pasiones, y es el caso de
las virtudes que conciernen a las pasiones; o al menos se ordenan a
proporcionar una buena conciencia, como es el caso de las virtudes que
recaen sobre la acción; o, por último, se ordenan a engendrar la
rectitud de fe, y es el caso de las virtudes que atañen al culto
divino. Mas para amar a Dios se requieren estas tres cosas, porque, en
efecto, el corazón impuro aparta del amor de Dios a causa de la pasión
que inclina hacia las cosas de la tierra; la mala conciencia, por su
parte, hace tener horror a la justicia divina por el temor de la pena;
finalmente, la fe fingida arrastra el efecto hacia una divinidad
ficticia, apartándolo de la verdad de Dios. Por tanto, dado que, en
cualquier género, lo que es en sí mismo tiene más valor que lo que es
por otro, sigúese de ello que el mandamiento máximo tiene por objeto
la caridad, como se ve en la Escritura (Mt 22,38).
A las objeciones:
1. Como quedó expuesto al tratar de
los preceptos (
1-2 q.100 a.10), el modo del amor no cae bajo los
preceptos, cuyo objeto son los demás actos de las virtudes. Por
ejemplo, en el precepto
honra a tu padre y a tu madre (Ex
20,12), no está incluido que se haga por caridad. Sin embargo, el acto
del amor se incluye en preceptos especiales.
2. La obligación del precepto no
se opone a la libertad más que en aquel cuya mente es opuesta a lo
mandado, como se ve en quienes guardan los mandamientos por temor.
Ahora bien, el precepto de la caridad no se puede cumplir sino por
propia voluntad, y por eso no repugna a la libertad.
3. Todos los preceptos del
decálogo se ordenan al amor de Dios y del prójimo. Por eso los
preceptos de la caridad no están referidos entre los del decálogo,
sino que van incluidos en todos.
Artículo 2:
¿Se debieron dar dos preceptos sobre la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que no se debieron dar dos preceptos
sobre la caridad:
1. Según hemos expuesto (a.2 arg.3), los preceptos de la ley se
ordenan a la virtud. Pues bien, la caridad constituye una sola virtud,
como hemos dicho (
q.23 a.5). Por tanto, no se debió dar más que un
precepto sobre ella.
2. Como afirma San Agustín en I De doct.
christ., la caridad no ama sino a
Dios y al prójimo. Ahora bien, nosotros estamos suficientemente
ordenados a amar a Dios con el precepto amarás al Señor, tu
Dios (Dt 6,5). En consecuencia no fue preciso añadir otro precepto
sobre el amor al prójimo.
3. A preceptos distintos se oponen pecados distintos. Pero
no se peca si, dando de lado el amor al prójimo, no se traspasa el
amor de Dios; antes bien, se lee en la Escritura: Si alguien
viniere a mí y no odia a su padre y a su madre, no puede ser discípulo
mío (Lc 14,26). Por tanto, no es distinto el amor de Dios y el del
prójimo.
4. Finalmente, tenemos el testimonio del Apóstol: Quien ama al
prójimo ha cumplido la ley (Rom 13,8). Pero la ley no se cumple
sino observando todos los preceptos. Por lo mismo, todos ellos van
incluidos en el amor al prójimo. En consecuencia, basta ese único
precepto sobre el amor al prójimo. No debe haber, pues, dos preceptos
sobre la caridad.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Este mandamiento
hemos recibido del Señor: que quien ama a Dios ame también al
prójimo (1 Jn 4,21).
Respondo: Según quedó expuesto al tratar el
tema de los preceptos (
1-2 q.91 a.3;
q.100 a.1), éstos desempeñan en
la ley la misma función que las proposiciones en las ciencias
especulativas. En éstas, las conclusiones se encuentran contenidas
virtualmente en los primeros principios. De ahí que quien conociera
perfectamente los primeros principios en toda su virtualidad, no
tendría necesidad de que se le propusieran por separado las
conclusiones. Mas dado que no todos los que conocen los principios
están en condiciones de considerar lo que se encuentra virtualmente en
ellos, se hace necesario que, en atención a ellos, las conclusiones
sean deducidas de los principios. Pues bien, en el plano de la acción
en el que nos dirigen los preceptos de la ley, el fin tiene razón de
principio, como hemos expuesto (
q.23 a.7 ad 2;
q.26 a.1 ad 1); y el
amor de Dios es el fin al que se ordena el amor al prójimo. De ahí que
no sólo es menester dar preceptos sobre el amor de Dios, sino también
sobre el amor al prójimo, en atención a quienes, por menos capaces, no
captarían fácilmente la realidad de que uno de esos preceptos está
incluido en el otro.
A las objeciones:
1. Aunque la caridad sea una sola
virtud, tiene, sin embargo, dos actos, uno de los cuales se ordena al
otro como fin. Ahora bien, los preceptos tienen por objeto los actos
de las virtudes, y por eso fue necesario que hubiera más preceptos
sobre la caridad.
2. Dios es amado en el prójimo
como el fin en lo que conduce a él. Sin embargo, convino dar
explícitamente dos preceptos sobre ambos por la razón
expuesta.
3. Lo que está ordenado al fin
tiene razón de bien en orden al fin. Según eso, apartarse del fin, y
no de otro modo, tiene razón de mal.
4. En el amor de Dios va incluido
el amor al prójimo, como el fin en lo que está ordenado a él, y
viceversa. Fue, sin embargo, necesario dar explícitamente uno y otro
precepto por la razón expuesta.
Artículo 3:
¿Son suficientes los dos preceptos de la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que no son suficientes los dos
preceptos de la caridad:
1. Los preceptos se dan acerca de los actos de las virtudes. Pues
bien, los actos se distinguen por sus objetos, y dado que el hombre
debe amar con caridad cuatro objetos, o sea, a Dios, a sí mismo, al
prójimo y al propio cuerpo, como ya hemos expuesto (
q.25 a.12), parece
que debe haber cuatro preceptos de la caridad. Por consiguiente, no
son suficientes dos.
2. El acto de caridad no es solamente el amor, sino también
el gozo, la paz y la beneficencia. Ahora bien, debe haber preceptos
sobre todos los actos virtuosos. Luego no son suficientes los dos de
la caridad.
3. Incumbe a la virtud tanto hacer el bien como apartarse
del mal. Pero nosotros somos inducidos a hacer el bien por los
preceptos positivos, y apartarnos del mal por los negativos. En consecuencia, hubiera sido necesario que sobre la caridad se dieran preceptos no sólo positivos, sino también negativos. De ahí que no son suficientes los dos preceptos de la caridad referidos.
Contra esto: está la afirmación del Señor: De estos dos mandamientos
penden la ley y los profetas (Mt 22,40).
Respondo: Como ya hemos expuesto (
q.23 a.1), la
caridad es un tipo de amistad. Pues bien, la amistad hace referencia a
otro, y por eso escribe San Gregorio en una homilía que
la caridad
no se da menos que entre dos. Y cómo se ame uno a
sí mismo con caridad lo hemos dicho en otro lugar (
q.25 a.4). Por otra
parte, dado que la dilección y el amor tienen por objeto el bien, y el
bien no es otra cosa que el fin o lo que a él conduce, es conveniente
que no haya más que dos preceptos de la caridad: uno que mueve a amar
a Dios como fin, y otro que nos mueva a amar al prójimo por Dios, como
por último fin.
A las objeciones:
1. Como escribe San Agustín en I De Doct. Christ.: Aunque sean cuatro las cosas
que hay que amar con caridad, no fue menester dar precepto alguno
sobre la segunda y la cuarta, es decir, sobre el amor a sí mismo y al
propio cuerpo, pues por mucho que se aparte el hombre de la verdad,
siempre le queda el amor a sí y a su cuerpo. Sin embargo, se debe
intimar al hombre el modo de amar, a efectos de que se ame a sí mismo
y a su propio cuerpo de manera ordenada, y esto se cumple
efectivamente amando a Dios y al prójimo.
2. Los demás actos de la caridad
se siguen, como efectos, del acto del amor, como ya hemos dicho (
q.28 a.1 y
4;
q.29 a.3;
q.31 a.1). Por eso, en los preceptos del amor van
incluidos virtualmente los preceptos de los demás actos. No obstante,
y en atención hacia los más lentos en comprender, hay preceptos
explícitos sobre cada uno de esos actos. Y así, sobre el gozo
tenemos:
Gozad siempre en el Señor (Flp 4,4); sobre la
paz:
Procurad la paz todos (Heb 12,14); sobre la beneficencia:
Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos (Gál
6,10). De cada una de las partes de la beneficencia hay preceptos en
la Escritura, como resulta evidente para quien la leyere con
atención.
3. Mejor es hacer el bien que
evitar el mal. Por eso, en los preceptos positivos van incluidos
virtualmente los negativos. Sin embargo, hay preceptos dados
explícitamente contra los vicios opuestos a la caridad. Y así, en
contra del odio se dice: No odies a tu hermano en tu corazón
(Lev 10,17); contra la acidia: No te molesten tus ataduras
(Eclo 6,26); contra la envidia: No seamos codiciosos de vanagloria,
provocándonos y envidiándonos mutuamente (Gál 5,26); contra la
discordia: Decid todos lo mismo y no haya entre vosotros
discusiones (1 Cor 1,10), y contra el escándalo: No pongáis
tropiezo o escándalo al hermano (Rom 14,13).
Artículo 4:
¿Está bien preceptuado amar a Dios con todo el corazón?
lat
Objeciones por las que parece que no está convenientemente
preceptuado amar a Dios con todo el corazón:
1. El modo del acto virtuoso no va incluido en el precepto, según
hemos expuesto en otro lugar (
1-2 q.100 a.9). Ahora bien, la
expresión
con todo el corazón expresa el modo del amor
divino. Luego no está convenientemente preceptuado que Dios sea amado
con todo el corazón.
2. Todo y perfecto es aquello a lo que no falta nada,
como vemos en el libro III de los Físicos. Por
tanto, si cae bajo el precepto que Dios sea amado con todo el corazón,
cualquiera que haga algo que no corresponda al amor de Dios actúa
contra el precepto, y, por tanto, peca mortalmente. Pues bien, el
pecado venial no atañe al amor de Dios. Por tanto, el pecado venial se
torna en mortal, y esto es inadmisible.
3. Amar a Dios con todo el corazón entra en el plano de
la perfección, ya que, según el Filósofo, todo y perfecto son lo mismo. Pero lo que atañe al plano de
la perfección no cae bajo precepto, sino que es de consejo. Por
consiguiente, no debe preceptuarse que Dios sea amado con todo el
corazón.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón (Dt
6,5).
Respondo: Dado que los preceptos tienen por
objeto los actos de las virtudes, un acto cae bajo precepto en cuanto
es acto de la virtud. Ahora bien, para ser acto se requiere no
solamente que verse sobre la debida materia, sino que también esté
rodeado de las debidas circunstancias que guardan la proporción
adecuada con esa materia. Pues bien, Dios debe ser amado como fin
último, al cual debe ir encaminado todo. Por eso fue necesario que en
el precepto del amor de Dios quedara señalada una cierta
totalidad.
A las objeciones:
1. Bajo el precepto que tiene por
objeto el acto de una virtud no cae el modo que este acto recibe de
una virtud superior. Cae, sin embargo, bajo precepto el modo que
corresponde a la esencia misma de la propia virtud. Ese modo es el que
está expresado con las palabras con todo el corazón.
2. Se puede amar a Dios con todo
el corazón de dos maneras. Primero, en acto, es decir, que el corazón
del hombre esté siempre y de manera total orientado hacia Dios. Tal es
la perfección de la patria. El segundo modo es en el sentido de que el
corazón del hombre esté totalmente orientado hacia Dios a nivel de
hábito, de tal manera que no acepte nada contra el amor de Dios. Asi
es la perfección del estado de viadores. A esta perfección no
contraría el pecado venial, pues no destruye el hábito de la caridad,
ya que no se dirige hacia un objeto opuesto, sino que solamente impide
el uso de la caridad.
3. La perfección de la caridad a
la que se ordenan los consejos ocupa una posición intermedia entre las
dos perfecciones referidas. Significa que el hombre, dentro de lo
posible, prescinda de las cosas temporales, incluso licitas, cuya
preocupación retarda el impulso actual del corazón hacia
Dios.
Artículo 5:
¿Es congruente que a las palabras «amarás al Señor, tu Dios, con todo
el corazón» se añadan estas otras: «y con toda el alma y con todas tus
fuerzas»?
lat
Objeciones por las que parece que no es congruente añadir a las
palabras amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón estas
otras: y con toda el alma y con todas tus fuerzas.
1. La palabra corazón no se toma aquí en el sentido físico de
órgano corporal, ya que amar a Dios no es acto del cuerpo. Se le debe,
pues, tomar, en sentido espiritual. Ahora bien, en sentido espiritual,
el corazón es el alma o algo del alma. Fue, pues, superfluo poner
ambas cosas (corazón y alma).
2. La fortaleza del hombre depende principalmente del
corazón, sea en sentido espiritual, sea en sentido corporal. Por lo
tanto, después de decir amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, sobraba añadir con todas tus fuerzas.
3. El texto de San Mateo dice también con toda tu
mente, lo cual no está expresado aquí. No parece, pues, que ese
precepto esté debidamente expresado en el Deuteronomio (Dt
6,5).
Contra esto: está el testimonio de la autoridad de la
Escritura.
Respondo: Este precepto se encuentra
transmitido de diversas maneras y en lugares diferentes. Así, como
hemos indicado (arg.1), en el Deuteronomio encontramos estas tres
expresiones:
con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus
fuerzas. San Mateo pone dos:
con todo el corazón y
con
toda el alma, y omite
con todas tus fuerzas, añadiendo, en
cambio,
con toda tu mente. San Marcos, por su parte, ofrece las
cuatro expresiones:
con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente y con todo tu poder (Mc 12,30),
que es lo mismo que fuerzas. Estas cuatro expresiones las vemos
también en San Lucas (Lc 10,27), aunque en lugar de la palabra
fortaleza o
poder pone
con todas tus fuerzas.
Resulta, por lo mismo, necesario asignar una razón a esas cuatro
expresiones, pues si en algún lugar se omite una de ellas es por
entenderse en las otras. En realidad hay que tener presente que el
amor es acto de la voluntad, designada aquí con la palabra
corazón. En efecto, lo mismo que el corazón, órgano corporal,
es principio de todos los movimientos del cuerpo, lo es la voluntad de
todos los movimientos espirituales, y, sobre todo, de la intención del
último fin, objeto de la caridad. Ahora bien, hay tres principios de
acción sometidos a la moción de la voluntad: el entendimiento,
expresado por la
mente; la potencia apetitiva inferior,
expresada por el
alma, y la potencia ejecutiva exterior,
expresada por la
fortaleza, poder o
energías. En
consecuencia, se nos manda que toda nuestra intención vaya orientada
hacia Dios, y esto lo expresan las palabras
con todo el
corazón; que toda nuestra inteligencia esté sometida a Dios lo
recogen las palabras
con toda tu mente; que todo nuestro
apetito esté regulado según Dios es el sentido de
con toda tu
alma; y que nuestra acción exterior le obedezca a Dios lo indican
las expresiones
con todas las fuerzas, o
con todo poder,
o
con todas las energías,
Sin embargo, San Juan Crisóstomo, en su comentario a San
Mateo, entiende corazón y alma en sentido
inverso al que acabamos de exponer. San Agustín, en cambio, I De
doct. christ., relaciona corazón con los
pensamientos; alma, con la vida; mente, con el
entendimiento. Otros, a su vez, entienden por corazón la
inteligencia; por alma, la voluntad; por mente, la
memoria. San Gregorio Niseno, por su parte, entiende
también por corazón el alma vegetativa; por alma, la
sensitiva, y por mente, la intelectiva: porque debemos referir
a Dios el hecho de nutrirnos, el sentir y el entender.
A las objeciones: Con lo dicho quedan contestadas.
Artículo 6:
¿Se puede cumplir en esta vida el precepto de amar a
Dios?
lat
Objeciones por las que parece que el precepto del amor de Dios se
puede cumplir en esta vida:
1. Según San Jerónimo, en Expos. cathol. fid.: ¡Maldito quien afirma que Dios nos manda cosas imposibles!
Ahora bien, Dios ha dado ese precepto, como consta con toda evidencia
del testimonio de la Escritura (Dt 6,5). Luego se puede cumplir ese
precepto en esta vida.
2. Quienquiera que no cumple un mandamiento, peca
mortalmente, ya que, como escribe San Ambrosio, el
pecado no es otra cosa que la transgresión de la ley divina y de la
desobediencia de los mandamientos. Si, pues, no se pudiera cumplir
ese precepto, se seguiría que nadie podría estar en esta vida sin
pecado mortal, lo cual, a su vez, va contra la afirmación del Apóstol,
que escribe: Os confirmará hasta el fin sin crimen (1 Cor 1,8),
y también: Ministren quienes no tengan crimen alguno (1 Tim
3,10).
3. Los preceptos se dan para dirigir al hombre en el
camino de la salvación, conforme a las palabras de la Escritura: El
precepto del Señor es luminoso e ilumina los ojos (Sal 18,9). Pues
bien, resultaría inútil encaminar a alguien hacia lo imposible. Por lo
mismo, no es imposible el cumplimiento de ese precepto en esta
vida.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De
Perfect. lustit.: En la plenitud de la caridad
de la patria se cumplirá el precepto: amarás al Señor tu Dios..., pues
mientras haya que frenar por continencia algún movimiento de
concupiscencia carnal, Dios no es amado con toda el
alma.
Respondo: Un precepto se puede cumplir de dos
maneras: perfecta o imperfecta. Se cumple perfectamente cuando se
llega hasta el fin que se propone quien da el precepto. Se cumple, en
cambio, imperfectamente cuando, aunque no se llegue hasta el fin
propuesto, sin embargo, no se aparta del orden que
lleva ese fin, como cuando el general intima a los soldados a luchar:
cumple perfectamente la orden el que triunfa del enemigo combatiendo,
que ésa era la intención del jefe; la cumple, en cambio, también,
aunque de manera imperfecta, quien sin lograr la victoria combatiendo,
no actúa, sin embargo, contra la disciplina militar. Pues bien, Dios
quiere con este precepto que el hombre esté unido totalmente a El,
hecho que tendrá lugar en la patria, cuando Dios será todo en
todos (1 Cor 15,28), y por eso se cumplirá de manera plena y
perfecta allí. En esta vida, en cambio, se cumple también, aunque de
manera imperfecta, y hay quien lo cumple con más perfección que otro
cuanto más se asemeja a la perfección de la patria.
A las objeciones:
1. Esa razón prueba que el precepto
se puede cumplir de alguna manera, aunque imperfecta, en esta
vida.
2. Al igual que el soldado que
lucha como debe, aunque no venza, ni es inculpado ni merece castigo,
quien en esta vida cumple el precepto no haciendo nada contra el amor
de Dios, no incurre en pecado mortal.
3. Como escribe San Agustín en el
libro De Perfect. lustit.: ¿Por qué no se
mandaría al hombre esa perfección, aunque nadie la alcance en esta
vida? Pues no se corre a derechas en una dirección si no se sabe
adonde hay que ir. ¿Mas cómo se sabría si no se mostrase con algún
precepto?
Artículo 7:
¿Está bien dado el precepto de amor al prójimo?
lat
Objeciones por las que parece que no está bien dado el precepto de
amor al prójimo:
1. El amor de caridad abarca a todos los hombres, inclusive a los
enemigos, como se ve en San Mateo (5,44). Ahora bien, el concepto de
prójimo indica cercanía, que no parece existir respecto a todos los
hombres. Por tanto, parece que no está bien dado ese
precepto.
2. Según el Filósofo en IX Ethic.: El amor hacia los demás procede del que se tiene a sí mismo.
Parece, pues, según eso, que el amor de sí mismo es el principio del
amor al prójimo. Pues bien, el principio tiene más valor que lo que de
él procede. Por tanto, el hombre no debe amar al prójimo como a sí
mismo.
3. El hombre se ama naturalmente a sí mismo; al prójimo,
en cambio, no. No es, pues, aceptable el precepto de que el hombre ame
al prójimo como a sí mismo.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: El segundo
mandamiento es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti
mismo (Mt 23,39).
Respondo: Este precepto está ordenado de manera
aceptable, ya que expresa a la vez el motivo que hay para amar y el
modo. El motivo de amar está expresado en la palabra misma
prójimo. En efecto, debemos amar a los demás con caridad por
estar próximos a nosotros tanto por razón de la imagen natural de Dios
como por la capacidad de entrar un día en la gloria. Y no obsta en
absoluto que se diga
próximo o
hermano, como en la
primera carta de San Juan (4,20-21), o
amigo, como en el
Levítico (19,18), ya que con todas esas palabras se designa la misma
afinidad.
El modo del amor queda expresado en las palabras como a ti
mismo. Y eso no se debe entender en el sentido de que sea amado
con igualdad, tanto como a uno mismo, sino de la misma manera. Esto se
realiza de tres formas:
Primera: considerando el fin. Se ama al prójimo por Dios como se debe
amar uno a sí mismo por Dios, para que así el amor al prójimo sea santo.
En segundo lugar, considerando la regla del amor: se debe concordar
con el prójimo no en el mal, sino en el bien, para que así el amor del
prójimo sea justo.
Por último, considerando el motivo del amor: no se ama al prójimo por
propia utilidad y placer, sino simplemente porque, para el prójimo,
como para uno mismo, se quiere el bien, a efectos de que el amor al
prójimo sea verdadero. En efecto, quien ama al prójimo por
propia utilidad y placer, no ama en realidad al prójimo, sino que se
ama a sí mismo.
A las objeciones: Está dada con lo expuesto.
Artículo 8:
¿Cae bajo precepto el orden de la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que no cae bajo precepto el orden de la
caridad:
1. Quien transgrede un mandamiento comete una injusticia. Pues bien,
amando a otro cuanto se debe, a nadie se le infiere injusticia si se
ama más a un tercero. Por ello no transgrede el precepto. Por tanto,
el orden de la caridad no cae bajo precepto.
2. Lo que cae bajo precepto está suficientemente indicado en
la Escritura. Ahora bien, el orden de la caridad de que hablamos en
otro lugar (
q.26) no está indicado en ninguna parte de la Escritura.
Luego el orden de la caridad no cae bajo precepto.
3. El orden implica siempre alguna distinción. Pero el
amor al prójimo se ordena indistintamente al decir amarás al
prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). Por consiguiente, no cae bajo
precepto el orden que debe haber en la caridad.
Contra esto: está el hecho de que, según el testimonio de Jeremías, Dios
nos enseña con preceptos lo que El hace en nosotros con su gracia: Pondré —dice— mi ley en vuestros corazones (Jer 31,33).
Pues bien, Dios causa en nosotros el orden que debemos poner en la
caridad, conforme al texto de la Escritura: Ordenó en mí la
caridad (Cant 2,4). En consecuencia, el orden de la caridad cae
bajo precepto.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
a.4 ad 1), el
modo que forma parte esencial del acto virtuoso cae bajo el precepto
que nos impone la virtud. Pues bien, el orden de la caridad forma
parte esencial de la virtud, puesto que pertenece a la proporción que
debe guardar el amor con el objeto amado, como se ve en lo que hemos
expuesto (
q.26 a.4 ad 1;
a.7 y
9). Resulta, pues, evidente que el
orden de la caridad debe caer bajo precepto.
A las objeciones:
1. El hombre da más satisfacción a
quien más ama. Y así, si se ama menos a quien se debería amar más, se
querrá satisfacer más a quien debe satisfacer menos. En ese caso se
inferiría injuria a quien habría que amar más.
2. El orden a seguir entre las
cuatro cosas que se deben amar está indicado en la Escritura. En
efecto, cuando se nos manda amar a Dios con todo el corazón, se nos da
a entender que debemos amarle sobre todas las cosas. En cambio, cuando
se manda amar al prójimo como a uno mismo, al amor del prójimo se
antepone el amor a uno mismo. Del mismo modo, cuando se manda que debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 3,16), es decir, la
vida corporal, se da a entender que debemos amar al prójimo más que a
nuestro cuerpo. Finalmente, cuando se intima que sobre todo obremos
el bien con los domésticos en la fe (Gál 6,10), se reprocha al que no tiene cuidado de los suyos, y en especial de sus
parientes (1 Tim 5,8). Con ello se nos indica que, entre el
prójimo, debemos amar a los mejores y a los más allegados a
nosotros.
3. La expresión amarás a tu
prójimo nos hace presente, en consecuencia, que han de ser más
amados quienes son más prójimos.