Artículo 1:
El amor de caridad, ¿termina en Dios o se extiende también al
prójimo?
lat
Objeciones por las que parece que el amor de caridad termina en Dios
y no se extiende al prójimo:
1. Así como a Dios debemos amor, le debemos también temor, a tenor de
estas palabras de la Escritura:
Y ahora, Israel, ¿qué te pide el
Señor sino que le temas y le ames? (Dt 10,12). Ahora bien, es
distinto el temor que inspira el hombre, o temor humano, del que
inspira Dios, que es o servil o filial, como hemos expuesto (
q.19 a.2). Es, pues, distinto el amor de caridad con que amamos a Dios y el
amor con que amamos al prójimo.
2. Según el Filósofo en VIII Ethic., ser amado es ser
honrado. Y es distinto el honor debido a Dios, que
es honor de latría, y el debido a la criatura, honor de dulía. Es, por
lo mismo, distinto el amor de Dios y el amor del prójimo.
3. La esperanza —según la Glosa— engendra la
caridad. Pero la esperanza se ha de poner en Dios
de tal forma, que son reprendidos quienes la ponen en el hombre, según
la Escritura: Maldito el hombre que espera en el hombre (Jer
17,5). En consecuencia, a Dios se le debe una caridad que no se
extiende al prójimo.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Mandamiento tenemos
de Dios: que el que le ame ha de amar a su hermano (1 Jn
4,21).
Respondo: Según hemos expuesto (
1-2 q.54 a.3),
los hábitos no se diferencian sino porque cambia la especie de sus
actos; todos los actos de una especie pertenecen al mismo hábito. Pues
bien, dado que el carácter específico de un acto lo constituye la
razón formal de su objeto, por fuerza han de ser de la misma especie
el acto que versa sobre la razón formal del objeto y el
que recae sobre un objeto bajo tal razón formal, como
son específicamente lo mismo la visión con que se ve la luz y la
visión con que se ve el color por medio de la luz. Ahora bien, la
razón del amor al prójimo es Dios, pues lo que debemos amar en el
prójimo es que exista en Dios. Es, por lo tanto,
evidente que son de la misma especie el acto con que amamos a Dios y
el acto con que amamos al prójimo. Por eso el hábito de la caridad
comprende el amor, no sólo de Dios, sino también el del
prójimo.
A las objeciones:
1. El prójimo tanto puede ser
temido como amado de dos maneras. Primera, por lo propio de él, como
el tirano es o temido por su crueldad o amado por el deseo de
conseguir algo de él. En este sentido, el temor y el amor humano se
distinguen del temor y del amor de Dios. En segundo lugar, también es
temido y amado el hombre por lo que hay de Dios en él. Y así, es
temido el brazo secular, porque ha recibido de Dios la misión de
castigar al malhechor, y es amado por justicia. Este temor y amor del
hombre no se distinguen del temor de Dios, como tampoco de su
amor.
2. El amor se refiere al bien en
general, mientras que el honor se refiere el bien propio de la persona
honrada, ya que se le tributa como testimonio de la propia virtud. Por
eso el amor no se diferencia específicamente por la diversidad de
bienes diferenciados con tal que se refieran a un bien común; el
honor, en cambio, se diferencia por los bienes particulares de cada
uno. Según eso, amamos con el mismo amor de caridad a todos los
prójimos, en cuanto les referimos a un bien común que es Dios,
mientras que les rendimos honores distintos según la cualidad
intransferible de cada uno. Igualmente, tributamos a Dios el honor
especial de latría por su excelencia única.
3. Son vituperados los hombres que
esperan en el hombre como principal autor de salvación; mas no los que
esperan en él como instrumento en dependencia de Dios. Sería asimismo
reprensible quien amara al prójimo como fin principal; pero no quien
lo ame por Dios, lo cual es propio de la caridad.
Artículo 2:
¿Se ha de amar la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no debe ser amada por
caridad:
1. Qué debamos amar por caridad está expresado en los dos preceptos
de la caridad que vemos en San Mateo (22,37ss). Ahora bien, en ninguno
de ellos está la caridad, pues la caridad no es ni Dios ni el prójimo.
Por consiguiente, no se debe amar la caridad por caridad.
2. Según hemos visto (
q.23 a.1 y
5), la caridad está fundada
sobre la comunicación de la bienaventuranza. Pues bien, la caridad no
puede participar de esa bienaventuranza. En consecuencia, la caridad
no puede ser amada por caridad.
3. La caridad, según queda expuesto (
q.23 a.1), es una
amistad. Pero nadie puede tener amistad con la caridad ni con
cualquier accidente, dado que entre ellas no hay reciprocidad de amor,
elemento esencial de la amistad, como se lee en VIII
Ethic. Por consiguiente, la caridad no deber ser
amada por caridad.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en VIII De Trin.: El que
ama al prójimo, debe amar también, en consecuencia, el amor mismo. Al prójimo se le ama por caridad. Luego se ha de
amar también la caridad por la caridad.
Respondo: La caridad es amor, y el amor, por la
naturaleza de la potencia de que es acto, puede volver sobre sí mismo.
En efecto, dado que el objeto de la voluntad es el bien universal,
puede caer bajo el acto de la misma todo cuanto tenga
razón de bien. Pues así como el acto de querer es un bien, la voluntad
puede querer el querer, lo mismo que el entendimiento, cuyo objeto es
la verdad, entiende que entiende, porque también esto es una verdad.
El amor igualmente, por razón de su naturaleza específica, puede
volver sobre sí, ya que es impulso espontáneo de quien ama hacia el
ser amado. Por el hecho, pues, de que uno ame, ama el
amar.
Pero la caridad, según hemos visto (q.23 a.1), no es solamente amor;
es también amistad. Y en la amistad amamos dos cosas. La primera, al
amigo con el que tenemos la amistad y para el que queremos el bien; la
segunda, el bien que le deseamos. De este modo, y no del primero, se
ama la caridad por caridad, pues la caridad es el bien que
deseamos para cuantos amamos en caridad. Por esta misma
razón, amamos la bienaventuranza y las demás virtudes.
A las objeciones:
1. Dios y el prójimo son aquellos
con quienes tenemos amistad. Ahora bien, nuestro amor hacia ellos
entraña el amor de la caridad. Efectivamente, amamos a Dios y al
prójimo en cuanto que lo que amamos es el amor que nosotros y el
prójimo tenemos a Dios, lo cual es amar la caridad.
2. La caridad es comunicación
misma de vida espiritual, que lleva a la bienaventuranza. Por eso es
amada como el bien que deseamos a cuantos amamos por
caridad.
3. Esa objeción procede de creer
que son amados con amistad aquellos con quienes la
tenemos.
Artículo 3:
¿Se deben amar por caridad incluso las criaturas irracionales?
lat
Objeciones por las que parece que se deben amar con caridad incluso
las criaturas irracionales:
1. Por caridad nos conformamos en grado sumo con Dios. Pues bien,
Dios ama a las criaturas irracionales, como se ve en la Escritura: Ama todas las cosas que existen (Sab 11,25), y cuanto ama lo ama
por sí mismo, que es caridad. Por tanto, también nosotros debemos amar
por caridad a las criaturas irracionales.
2. La caridad se dirige principalmente hacia Dios; a los
demás, en cambio, sólo en cuanto pertenecen a El. Dado, pues, que la
criatura racional pertenece a Dios en cuanto tiene la semejanza de su
imagen, también le pertenece la criatura irracional por tener la
semejanza de su huella. En consecuencia, la caridad se extiende
también a las criaturas irracionales.
3. Como el objeto de la caridad es Dios, lo es igualmente
de la fe. Ahora bien, la fe se extiende a las criaturas irracionales,
pues creemos que el cielo y la tierra han sido creados por Dios; y que
los peces y las aves han sido producidos de las aguas, y de la tierra
los animales que andan y las plantas. Por tanto, la caridad se
extiende también a las criaturas irracionales.
Contra esto: está el hecho de que la caridad comprende solamente a Dios
y al prójimo, y con el nombre de prójimo no puede entenderse la
criatura irracional, pues no comunica con el hombre en la vida
racional. Por consiguiente, la caridad no se extiende a las criaturas
irracionales.
Respondo: La caridad, según hemos expuesto
(
q.23 a.1), es una amistad, y en ésta se incluyen dos cosas: el amigo
con el que se tiene la amistad, y los bienes que se le desean. Del
primer modo, ninguna criatura irracional puede ser amada por caridad,
por tres razones. Las dos primera atañen a la amistad en general, que
es imposible tener con las criaturas irracionales. En primer lugar,
porque se tiene amistad con aquel al que queremos el bien, y
propiamente no puedo querer el bien a la criatura irracional.
Efectivamente, la criatura irracional no es apta
para poseer como propio el bien, sino que este privilegio está
reservado a la criatura racional, la única que, por libre albedrío,
puede disponer del bien que posee. Por eso afirma el Filósofo en II
Physic. que, hablando de las criaturas irracionales,
no afirmamos que les suceda algo bueno o malo sino por analogía. En
segundo lugar, porque toda amistad se basa en alguna comunicación de
vida, ya que
nada hay tan propio de la amistad como convivir,
según afirma el Filósofo en VIII
Ethic.; y las
criaturas irracionales no pueden tener comunicación en la vida, que es
por esencia racional. No es, pues, posible tener amistad con ellos
sino metafóricamente. La tercera razón es propia de la caridad, porque
ésta se funda en la comunicación de la bienaventuranza eterna, de la
cual no es capaz la criatura irracional. En consecuencia, con la
criatura irracional no se puede entablar amistad de caridad. Se puede,
sin embargo, amar por caridad a las criaturas irracionales, como
bienes que queremos para otros, en el sentido de que por caridad
queremos su conservación para honor de Dios y utilidad de los
hombres. De esta manera, las ama también Dios en
caridad.
A las objeciones:
1. Con lo expuesto queda dada la
respuesta.
2. La semejanza de huella no da
capacidad de vida eterna como la semejanza de imagen. No hay, pues,
paridad de razones.
3. La fe se puede extender a
cuanto de alguna manera es verdadero. La amistad de caridad, en
cambio, abarca solamente lo ordenado a poseer el bien de la vida
eterna. De ahí que no sea lo mismo.
Artículo 4:
¿Debe amarse a sí mismo el hombre por caridad?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no se ama a sí mismo por
caridad:
1. Dice San Gregorio en una homilía que la caridad no puede darse
sino al menos entre dos. En consecuencia, nadie
tiene caridad consigo mismo.
2. La amistad, en su esencia, entraña reciprocidad e
igualdad, como consta en VIII
Ethic., dos cosas
que no las puede tener respecto de sí mismo el hombre. Ahora bien,
como hemos dicho (
q.23 a.1), la caridad es cierta amistad. Por tanto,
no la puede tener el hombre consigo mismo.
3. No puede ser vituperable lo concerniente a la caridad,
porque la caridad no daña ( 1 Cor 13,4). Es, sin embargo,
vituperable amarse a sí mismo, según el testimonio del Apóstol: En
los últimos días correrán tiempos peligrosos y serán los hombres
amadores de sí mismos (2 Tim 3,1-2). Por tanto, el hombre no se
puede amar a sí mismo por caridad.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Amarás a tu amigo
como a ti mismo (Lev 19,18). Y como al amigo le amamos por
caridad, por caridad debemos amarnos también a nosotros
mismos.
Respondo: Siendo la caridad, como hemos visto
(
q.23 a.1), amistad, podemos hablar de ella en dos sentidos. Uno, bajo
la razón común de la amistad. En este sentido hay que decir que
propiamente uno no tiene amistad consigo mismo, sino otra cosa mayor
que ella. La amistad, en efecto, entraña cierta unión,
ya que, como escribe Dionisio, el amor
es un poder
unitivo, y cada uno tiene en sí mismo una unidad superior a la
unión. Y así como la unidad es principio de unión, el amor con que uno
se ama a sí mismo es forma y raíz de la amistad, ya que con los demás
tenemos amistad en cuanto nos comportamos con ellos como con nosotros
mismos:
Lo amistoso para con otro —escribe el Filósofo—
proviene de lo amistoso para con uno mismo; como
tampoco hay ciencia sobre los principios, sino algo mayor, es decir,
el entendimiento.
En otro sentido podemos hablar también de la caridad según su
naturaleza propia, es decir, en cuanto es principalmente amistad del
hombre con Dios, y, como consecuencia, con todas las cosas de Dios,
entre las cuales está también el hombre mismo que tiene caridad. De
esta forma, entre las cosas que por caridad ama el hombre como
pertenecientes a Dios, está que se ame también a sí mismo por
caridad.
A las objeciones:
1. San Gregorio habla de la caridad
conforme a la razón común de amistad.
2. Procede en el mismo sentido que
la anterior.
3. Son vituperados quienes se aman
a sí mismos por amarse en conformidad con la naturaleza sensible a la
que obedecen. Y eso no es amarse verdaderamente a sí mismo según la
naturaleza racional, que dicta que amemos para nosotros los bienes que
atañen a la perfección de la razón. De este segundo modo
principalmente atañe a la caridad amarse a sí mismo.
Artículo 5:
¿Debe amar el hombre su cuerpo por caridad?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe amar su cuerpo
por caridad:
1. No amamos aquello con lo que no podemos convivir. Pues bien,
quienes tienen caridad huyen la convivencia con el cuerpo, según
enseña el Apóstol: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
(Rom 7,24); y en otro lugar: Tengo deseo de morir y estar con
Cristo (Flp 1,23). No se debe, pues, amar el cuerpo por
caridad.
2. La amistad de caridad se funda en la comunicación del
gozo divino, y de éste no puede participar el cuerpo. Por lo tanto, no
se le puede amar por caridad.
3. Por ser amistad, tenemos caridad con quienes somos
capaces de reciprocidad. Pues bien, nuestro cuerpo no puede aportarnos
esa reciprocidad. Luego no se le debe amar por caridad.
Contra esto: está la enseñanza de San Agustín, que en I De doctr.
christ. señala cuatro cosas que se deben amar por caridad, y entre
ellas pone el propio cuerpo.
Respondo: Nuestro cuerpo puede ser considerado
bajo dos aspectos. Primero, en su naturaleza; segundo, en su
corrupción de culpa y de pena. Ahora bien, la naturaleza de nuestro
cuerpo no ha sido creada por un principio malo, como cuentan los
maniqueos. Por eso podemos usarlo en servicio de Dios,
a tenor de lo que escribe el Apóstol: Usad vuestros cuerpos como
arma de justicia para Dios (Rom 6,13). De ahí que podamos amar
también nuestro cuerpo con el amor de caridad con que amamos a Dios.
No debemos, sin embargo, amar en él la infracción de la culpa y la
corrupción de la pena; debemos, más bien, anhelar la extirpación de
estos males con el deseo de caridad.
A las objeciones:
1. El Apóstol no rehuía la comunión
con el cuerpo en cuanto a su naturaleza; antes bien, bajo este
aspecto, en manera alguna quería verse despojado de él, como lo
declara en estas palabras: No queremos desnudarnos, sino
revestirnos (2 Cor 5,4). Quería, empero, carecer de la infección
de la concupiscencia, que permanece en el cuerpo, y de la corrupción
que grava al alma (Sab 9,15), impidiéndole ver
a Dios. Por eso expresamente dijo de este cuerpo de
muerte.
2. Aunque nuestro cuerpo no puede
gozar de Dios conociéndole y amándole, sin embargo, por las obras que
hacemos con él, podemos llegar a la acabada fruición de Dios. Por eso,
del gozo del alma redunda cierta bienaventuranza en el cuerpo, es
decir, vigor de salud y de incorrupción, en expresión de San Agustín
en la epístola Ad Diosc.. De esta manera,
porque el cuerpo participa en cierto modo de la bienaventuranza, puede
ser amado con amor de caridad.
3. La reciprocidad tiene lugar en
la amistad con otro, mas no en la amistad con uno mismo, sea en cuanto
al alma, sea en cuanto al cuerpo.
Artículo 6:
¿Se ha de amar a los pecadores por caridad?
lat
Objeciones por las que parece que los pecadores no han de ser amados
por caridad:
1. En el salmo se dice: Tuve odio a los inicuos (Sal 118,113).
Ahora bien, David tenía caridad. Luego los pecadores más han de ser
odiados que amados.
2. En expresión de San Gregorio en la homilía de Pentecostés, la prueba del amor es la acción visible. Ahora bien, a los pecadores, los justos, lejos de obras de amor, les dan muestras de odio, como vemos en el salmo: Desde la mañana mataba a todos los pecadores de la tierra (Sal 100,8); y el Señor, por su parte, ordenó: No consentirás que viva el malhechor (Ex 22,18). En consecuencia, los pecadores no deben ser amados con caridad.
3. Corresponde a la amistad querer y desear el bien para
los amigos. Mas, a título de caridad, los santos desean el mal para
los pecadores, según la Escritura: Vayanse al infierno los
pecadores (Sal 9,18). Luego éstos no deben ser amados con
caridad.
4. Es propio de los amigos gozarse y querer lo mismo.
Pues bien, la caridad no hace querer lo que los pecadores quieren ni
gozarse en lo que ellos se gozan, sino más bien al contrario. En
conclusión, los pecadores no deben ser amados con caridad.
5. Finalmente, es propio de los amigos convivir, como se dice
en VIII Ethic. Pero el Apóstol amonesta a no
convivir con los pecadores diciendo: Salid de en medio de ellos
(2 Cor 6,17). Por tanto, no se debe amar a los pecadores por
caridad.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en I De doctr.
christ.: Amarás a tu prójimo, lo cual
equivale a hay que tener a todo hombre por prójimo. Pues bien,
los pecadores no dejan de ser hombres, ya que el pecado no destruye la
naturaleza. Luego los pecadores deben ser amados por
caridad.
Respondo: En los pecadores se pueden considerar
dos cosas; a saber: la naturaleza y la culpa. Por su naturaleza,
recibida de Dios, son en verdad capaces de la bienaventuranza, en cuya
comunicación está fundada la caridad, como hemos visto (
a.3;
q.23 a.1 y
5). Desde este punto de vista, pues, deben ser amados con caridad.
Su culpa, en cambio, es contraria a Dios y constituye también un
obstáculo para la bienaventuranza. Por eso, por la culpa que les sitúa
en oposición a Dios, han de ser odiados todos, incluso el padre, la
madre y los parientes, como se lee en la Escritura (Lev 14,26).
Debemos, pues, odiar en los pecadores el serlo y amarlos como capaces
de la bienaventuranza. Esto es verdaderamente amarles en caridad por
Dios.
A las objeciones:
1. El profeta odió a los inicuos en
cuanto tales, detestando su iniquidad, que es su maldad. Este es el
odio perfecto del que dice: Con odio perfecto les odié (Sal
138,22). En verdad, el mismo motivo hay para detestar el mal de uno
que para amar su bien. Por lo tanto, incluso ese odio perfecto
pertenece a la caridad.
2. A los amigos que incurren en
pecado, según el Filósofo en IX Ethic., no se
les debe privar de los beneficios de la amistad en tanto haya
esperanza de su curación. Al contrario, mayor auxilio se les debe
prestar para recuperar la virtud que para recuperar el dinero, si lo
hubieran perdido, dado que la virtud es más afín a la amistad que el
dinero. Mas cuando incurren en redomada malicia y se tornan
incorregibles, no se les debe dispensar la familiaridad de amistad.
Por eso, esta clase de pecadores, de quienes se supone que son más
perniciosos para los demás que susceptibles de enmienda, la ley divina
y humana prescriben su muerte. Esto, sin embargo, lo sentencia el
juez, no por odio hacia ellos, sino por el amor de caridad, que
antepone el bien público a la vida de una persona privada. No
obstante, la muerte infligida por el juez aprovecha al pecador: si se
convierte, como expiación de su culpa; si no se convierte, para poner
término a su culpa, ya que con eso se le priva de la posibilidad de
pecar más.
3. Las imprecaciones que vemos en
la Escritura se pueden interpretar de tres maneras. La primera, a modo
de presagio, no como deseo; así vayan los pecadores al infierno
quiere decir: los pecadores irán al infierno. La segunda, como
deseo, con tal de que el anhelo del que desea no se refiera al castigo
de los hombres, sino a la justicia de quien castiga, conforme al salmo
57,11; Se alegrará el justo al ver la venganza. Ciertamente, ni
el mismo Dios castigador se alegra con la perdición de los
impíos, como afirma también la Escritura (Sab 1,13), sino en su
justicia, como afirma el salmo: Porque el Señor es justo y ama la
justicia (Sal 10,8). La tercera, como deseo de remoción de la
culpa, y no como deseo de la pena misma: se desea que sean eliminados
los pecados y que vivan los hombres.
4. Por caridad amamos a los
pecadores, no para querer lo que quieren ellos, o gozarnos de lo que
ellos gozan, sino para llevarlos a querer lo que queremos nosotros y a
gozarse de lo que nos gozamos. De ahí estas palabras de Jeremías
(15,19): Ellos se convertirán a ti y tú no te convertirás a
ellos.
5. Se debe evitar, ciertamente, que
los débiles convivan con los pecadores por el peligro que corren de
verse pervertidos por ellos. En cuanto a los perfectos, en cambio,
cuya corrupción no se teme, es laudable que mantengan relaciones con
los pecadores para convertirlos. Así el Señor comía y bebía con ellos,
como consta en la Escritura (Mt 9,10-11). Sin embargo, se debe evitar
la convivencia con los pecadores en un consorcio de pecado. Así dice
el Apóstol: Salid de en medio de ellos y no toquéis nada inmundo
(2 Cor 6,17), o sea, el consentimiento en el pecado.
Artículo 7:
¿Se aman a sí mismos los pecadores?
lat
Objeciones por las que parece que los pecadores se aman a sí
mismos:
1. Lo que es principio de pecado se encuentra sobre todo en los
pecadores. Pues bien, el amor propio es principio de pecado, según el
testimonio de San Agustín en XIV De civ. Dei, que dice:
Forma la ciudad de Babilonia. Luego los
pecadores se aman extraordinariamente a sí mismos.
2. El pecado no destruye la naturaleza. Pues bien, a todos
atañe por naturaleza amarse a sí mismos, y por eso incluso las
criaturas irracionales apetecen, por naturaleza, su bien propio, como
es la conservación en el ser y cosas semejantes. Por tanto, los
pecadores se aman a sí mismos.
3. Según Dionisio en el cap.4 De div. nom.: A todos es
amable el bien, y hay muchos pecadores que se
consideran buenos. En consecuencia, muchos pecadores se aman a sí
mismos.
Contra esto: está la afirmación de la Escritura: El que ama la
iniquidad odia su alma (Sal 10,6).
Respondo: Amarse a sí mismo en un sentido es
común a todos; en otro sentido, es peculiar de los
buenos, y en otro es característico de los malos. Que uno ame lo que
tiene como su propio ser, es común a todos. Pues bien, se dice que el
hombre es algo de dos maneras. La primera, en lo que afecta a su
sustancia y naturaleza. En este sentido, todos se estiman en lo que
son, es decir, compuestos de cuerpo y alma. De esta forma se aman
todos los hombres, buenos y malos, porque desean la conservación de sí
mismos. En segundo lugar, se dice que el hombre es algo según su
principalidad, como del príncipe de la ciudad se dice que es la ciudad
misma, y por eso lo que hace el príncipe se dice que lo hace la
ciudad. De este modo no todos se tienen en lo que son. Efectivamente,
lo principal que hay en el hombre es su alma racional, y es, en
cambio, secundario su naturaleza sensible y corporal, llamando el
Apóstol a la primera
hombre interior, y a la segunda,
exterior (2 Cor 4,16). Los buenos aprecian en sí mismos como
principal su naturaleza racional, es decir, el hombre interior, y se
estiman en ello; los malos, en cambio, consideran que lo principal es
la naturaleza sensible y corporal, o sea, el hombre exterior. Por eso,
al no conocerse bien, no se aman de verdad a sí mismos, sino que aman
lo que creen que son. Los buenos, en cambio, conociéndose bien, se
aman de verdad.
Esto lo demuestra el Filósofo en IX Ethic. por
cinco condiciones propias de la amistad. Cada uno de los amigos
quiere: 1.° la existencia de su amigo y que viva; 2.° le quiere
bienes; 3.° le hace el bien; 4.° convive con él plácidamente; 5.°
coincide con sus sentimientos contristándose o deleitándose con él.
Conforme a esto, los buenos se aman a sí mismos según el hombre
interior: quieren que se conserve en su entereza y le desean sus
bienes, que son espirituales; trabajan para alcanzarlos, y
gustosamente se vuelven a su corazón, pues en él encuentran buenos
pensamientos al presente, y el recuerdo de bienes pasados y la
esperanza de los futuros, con que también reciben placer. De igual
manera no toleran en sí mismos división de la voluntad, porque toda su
alma tiende a una sola cosa. Los malos, por el contrario, no quieren
conservar la integridad de su hombre interior, ni aspiran a los bienes
espirituales, ni trabajan por alcanzarlos, ni les deleita convivir
consigo mismos, volviéndose al corazón en el que encuentran males
presentes, pasados y futuros que detestan; ni siquiera están en paz
consigo mismos por los remordimientos de su conciencia, a tenor de las
palabras de la Escritura: Te argüiré y me opondré a tu paz (Sal
49,21). Con esto mismo se puede probar que los malos se aman a sí
mismos según la corrupción del hombre exterior. Los buenos no se aman
de esta manera.
A las objeciones:
1. El amor propio, principio del
pecado, es el característico de los pecadores, que llegan hasta el
desprecio de Dios, como allí mismo se dice, pues
los malos de tal modo codician los bienes externos que menosprecian
los espirituales.
2. El amor natural, aunque no
quede del todo destruido en los malos, está, sin embargo, degradado
del modo expuesto.
3. Los malos, en cuanto se
consideran buenos, participan algo en el propio amor. Sin embargo, ni
siquiera éste es un amor verdadero, sino aparente. Pero en los muy
malos ni siquiera es posible este amor.
Artículo 8:
¿Obliga la caridad a amar a los enemigos?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no obliga a amar a los
enemigos:
1. Dice San Agustín en Enchir.: Este gran don (amar a los
enemigos) no lo tienen cuantos creemos que son escuchados al decir
en la oración «perdónanos nuestras ofensas». Pues
bien, a nadie se le perdona el pecado sin caridad, a tenor de lo que
leemos en la Escritura: La caridad cubre los pecados (Prov
10,12). Por tanto, no es exigencia de caridad amar a los
enemigos.
2. La caridad no destruye la naturaleza. Ahora bien, todas
las cosas, incluso las irracionales, odian naturalmente a sus
contrarios: el lobo a la oveja; el agua al fuego. La caridad, pues, no
hace amar a los enemigos.
3. La caridad no obra de manera perversa (1 Cor
13,4). Pero sería ciertamente perverso amar a los enemigos, igual que
odiar a los amigos. Por eso, reprobándolo, dijo Joab a David: Amas
a quienes te odian y odias a quienes te aman (2 Sam 19,6). La
caridad, pues, no hace amar a los enemigos.
Contra esto: está lo que dice el Señor: Amad a a vuestros
enemigos (Mt 5,44).
Respondo: El amor a los enemigos se puede
entender de tres maneras. Primero, amarles en cuanto enemigos. Esto es
malo y contrario a la caridad, pues sería amar la maldad ajena.
Segundo, se puede tomar el amor a los enemigos como amor universal por
la naturaleza común que tenemos con ellos. Desde este punto de vista,
el amor a los enemigos es exigencia necesaria de caridad en el sentido
de que quien ama a Dios y al prójimo no puede excluir a sus enemigos
del amor general al prójimo. En tercer lugar, el amor a los enemigos
puede entenderse en sentido particular, es decir, como un movimiento
especial de amor de alguien hacia su enemigo. Esto no es en absoluto
exigencia necesaria de la caridad, ya que esta virtud no implica amor
especial a cada uno de nuestros semejantes en particular, extremo que
resultaría imposible. No obstante, ese amor especial, entendido como
disposición de ánimo, es exigencia necesaria de la caridad en el
sentido de estar dispuesto a amar a un enemigo en particular si
hubiera necesidad. El hecho de que, fuera de un caso de necesidad, se
dé testimonio, con obras, del amor hacia el enemigo por amor de Dios,
pertenece a la perfección de la caridad.
Efectivamente, amando en caridad al prójimo por Dios, cuanto más se
ama a Dios, tanto mayor se muestra el amor hacia el prójimo, a pesar
de cualquier enemistad. Es lo que sucede cuando se ama mucho a una
persona: por este amor se ama también a sus hijos, incluso aunque
fueran nuestros enemigos. En este sentido se expresa San
Agustín.
A las objeciones:
1. Con lo expuesto queda dada la respuesta a la primera.
2. Todas las cosas odian a sus
contrarios en cuanto tales, y nuestros enemigos, en cuanto tales, son
nuestros contrarios. Eso es lo que debemos odiar en ellos: nos debe
desagradar que sean enemigos. Pero no son enemigos nuestros en cuanto
hombres, capaces también de la bienaventuranza. Desde este punto de
vista debemos amarles.
3. Es vituperable amar a los
enemigos en cuanto enemigos, y esto, como hemos expuesto, no lo hace
la caridad.
Artículo 9:
La caridad, ¿debe dar necesariamente señales o muestras de amor al
enemigo?
lat
Objeciones por las que parece que es necesidad de la caridad dar
señales o muestras de amor al enemigo:
1. Dice San Juan: No amemos de palabra, sino en verdad y con
obras (1 Jn 3,18). Pues bien, se ama de obra dando
muestras y señales de amor a quien se ama. Por tanto, es exigencia
necesaria de caridad dar muestras y señales de amor a los
enemigos.
2. El Señor dice, al mismo tiempo: Amad a vuestros
enemigos y haced bien a los que os odian (Mt 5,44). Ahora
bien, es exigencia de la caridad amar a los enemigos. Por tanto, lo es
también beneficiarles.
3. Por caridad amamos no sólo a Dios, sino también al
prójimo. San Gregorio escribe en la homilía de Pentecostés
que el amor de Dios no puede estar ocioso; si existe, hace cosas
grandes; si deja de obrar, no es amor. En
consecuencia, el amor al prójimo no puede ser inoperante. Ahora bien,
dado que la caridad exige necesariamente amar al prójimo, incluso al
enemigo, es también necesario extender hasta ellos las señales y
muestras del amor.
Contra esto: está el hecho de que, a propósito de lo que escribe San
Mateo (5,44): Haced bien a los que os odian, comenta la Glosa: Hacer bien a los enemigos es el culmen de la
perfección. Pues bien, lo que atañe a la
perfección de la caridad no es exigencia necesaria de ella. Luego no
es exigencia necesaria de la caridad dar muestras y señales de amor a
los enemigos.
Respondo: Las pruebas y señales de caridad
provienen del amor interno y le son proporcionadas. Es de necesidad
absoluta de precepto el amor interno general a los enemigos; no lo es,
sin embargo, el amor a un enemigo particular, sino sólo como
disposición de ánimo, según hemos visto (
a.8). Otro tanto debemos
decir de las muestras y señales exteriores de amor. Hay, es verdad,
ciertos beneficios y pruebas de amor que deben darse al prójimo en
general, por ejemplo, orar por todos los fieles o por todo el pueblo,
o beneficiar a toda la comunidad. Es entonces de necesidad de precepto
mostrar esas señales a los enemigos. Si así no se hiciera, se
achacaría al odio de la venganza, contra lo cual pone en guardia la
Escritura en estos términos:
No busques la venganza ni te acuerdes
de las injurias de tus conciudadanos (Lev 19,18).
Hay, sin embargo, otros beneficios y pruebas de amor que se dan en
particular a determinadas personas. Comportarse de esta manera con los
enemigos no es necesario para salvarse, sino en la disposición del
ánimo, o sea, que se esté dispuesto a socorrerles en caso de
necesidad, como indica la Escritura: Si tuviere hambre tu enemigo,
dale de comer; si tiene sed, dale de beber (Prov 25,21). Ahora
bien, el hecho de dar semejantes muestras de amor al enemigo, fuera
del caso de necesidad, atañe a la perfección de la caridad, ya que, no
satisfecho con no dejarse vencer por el mal, exigencia
necesaria, quiere incluso vencer al mal con el bien (Rom
12,21), y esto es ya de perfección. Efectivamente, no sólo se precave
de llegar al odio por la injuria recibida, sino que incluso con los
beneficios se esfuerza por traer a su amor al enemigo.
A las objeciones: Con lo expuesto se da respuesta a todas
las objeciones.
Artículo 10:
¿Debemos amar por caridad a los ángeles?
lat
Objeciones por las que parece que no debemos amar por caridad a los
ángeles:
1. San Agustín, en el libro De doctr. christ., afirma: Es
doble el amor de caridad, a saber, Dios y el prójimo. Pues bien, el amor a los ángeles no va incluido
en el amor a Dios, ya que son seres creados, ni en el amor al prójimo,
ya que no son de la misma especie que nosotros. No deben, pues, ser
amados por caridad.
2. Nos parecemos más a los animales brutos que a los
ángeles, ya que estamos en el mismo género próximo que los animales.
Ahora bien, hemos dicho (
a.3) que no tenemos caridad con los animales.
En consecuencia, tampoco con los ángeles.
3. Y también, como se escribe en VIII Ethic.: Lo más propio de
amigos es convivir. Pues bien, los
ángeles ni conviven con nosotros ni les podemos ver. Por lo tanto,
tampoco podemos tener con ellos amistad de caridad.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en XI De civ. Dei: A
quien debemos dar o de quien podemos recibir favor de misericordia,
justamente se le llama prójimo. Es evidente que en el precepto en el
que se nos manda amar al prójimo va comprendido también el amor a los
santos ángeles, que nos hacen muchos favores de misericordia.
Respondo: Como queda expuesto (
a.3 y
6;
q.23 a.1 y
5), la amistad de caridad se funda en la comunicación de la
bienaventuranza eterna, en cuya participación comunican los hombres
con los ángeles, según el testimonio de San Mateo (22,30):
En la
resurrección serán los hombres igual que los ángeles. Por lo
mismo, es evidente que la amistad de caridad se extiende también a los
ángeles.
A las objeciones:
1. La denominación de prójimo se apoya en la comunicación no sólo en la especie, sino
también en la comunicación de beneficios que pertenecen a la vida
eterna, en la cual se funda la amistad de caridad.
2. Los animales brutos conviven
con nosotros en el género próximo de la naturaleza sensitiva, por la
cual no somos partícipes de la bienaventuranza eterna; lo somos por la
naturaleza racional, que nos pone en comunicación con los
ángeles.
3. Los ángeles no conviven con
nosotros la vida exterior que resulta de nuestra naturaleza sensitiva.
Convivimos, sin embargo, con ellos según la mente: de manera
imperfecta, en esta vida; de manera, en cambio, perfecta, en la
patria, como ya hemos dicho (
q.23 a.1 ad 1).
Artículo 11:
¿Debemos amar a los demonios en caridad?
lat
Objeciones por las que parece que debemos amar a los demonios en
caridad:
1. Los ángeles son en realidad nuestros prójimos por tener en común
con ellos la mente racional. Pero también los demonios tienen de común
con nosotros la mente racional, puesto que sus dones naturales
permanecen íntegros, según el parecer de Dionisio en el c.4 De div.
nom. Por tanto, debemos amar con caridad a los
demonios.
2. Los demonios se diferencian de los ángeles
bienaventurados en el pecado, igual que los pecadores se diferencian
de los justos. Ahora bien, los hombres justos aman con caridad a los
pecadores. En conclusión, también deben amar con caridad a los
demonios.
3. Debemos amar con caridad como prójimos a cuantos nos
hacen beneficios, como se echa de ver por la autoridad de San Agustín
antes aducida (
a.10 sedcontra). Pues bien, los demonios nos son útiles
en muchas cosas, ya que,
tentándonos, nos entretejen coronas,
como escribe San Agustín en XI
De civ. Dei. Por
lo tanto, debemos amar a los demonios en caridad.
Contra esto: está lo que afirma la Escritura: Vuestro pacto con la
muerte quedará roto, y no tendrá vigor vuestro pacto con el
infierno (Is 28,18). Ahora bien, la perfección de la paz y de la
alianza se hacen por caridad. Por consiguiente, no debemos caridad a
los demonios moradores del infierno y procuradores de la
muerte.
A las objeciones:
1. Es incompatible con la mente de
los ángeles la imposibilidad de la bienaventuranza eterna, no así con
la mente de los demonios. De ahí que la amistad de caridad, fundada
más sobre la comunidad de la vida eterna que sobre la comunidad de
naturaleza, se tiene con los ángeles, no con los demonios.
2. Los pecadores tienen en esta
vida la posibilidad de llegar a la bienaventuranza eterna. No la
tienen, en cambio, quienes están condenados en el infierno. En este
sentido vale la misma razón que para los demonios.
3. La utilidad que nos reportan
los demonios no proviene de su intención, sino por ordenación de la
divina providencia. Por eso no nos compele a su amistad, sino a ser
amigos de Dios, que torna su perversa intención en provecho
nuestro.
Artículo 12:
¿Están bien enumeradas las cuatro cosas que han de ser amadas con
caridad, a saber: Dios, el prójimo, nuestro cuerpo, nosotros
mismos?
lat
Objeciones por las que parece que no están bien enumeradas las cuatro
cosas que debemos amar con caridad, a saber: Dios, el prójimo, nuestro
cuerpo, nosotros mismos:
1. San Agustín dice: Quien no ama a Dios, tampoco se ama a sí
mismo. Ahora bien, en el amor de Dios va incluido
el amor a uno mismo. En conclusión, no hay lugar para distinguir el
uno del otro.
2. La parte no debe contradividirse con el todo. Pues bien,
nuestro cuerpo es una parte de nosotros mismos. Por lo tanto, no se
puede dividir nuestro cuerpo como objeto que debamos amar distinto de
nosotros mismos.
3. Como nosotros tenemos cuerpo, lo tiene también nuestro
prójimo. De ahí que, como el amor con que amamos al prójimo se
distingue del amor con que nos amamos a nosotros mismos, también el
amor con que uno ama el cuerpo del prójimo debe distinguirse del amor
con que ama el suyo. En conclusión, no está bien hecha la división de
las cuatro cosas que hay que amar.
Contra esto: está lo que expone San Agustín en De doctr. christ.:
Cuatro cosas hay que amar: al que está sobre nosotros, Dios; al que es
nosotros mismos; lo que está junto a nosotros (el prójimo); lo que
está por debajo de nosotros, nuestro cuerpo.
Respondo: Según hemos expuesto (
a.3, 6 y
10;
q.23 a.1 y
5), la amistad de caridad se funda en la comunicación de la
bienaventuranza. Pues bien, en esa comunicación hay en realidad algo
que se debe considerar como principio efectivo de la bienaventuranza,
es decir, Dios; hay también algo que la participa directamente, o sea,
el hombre y el ángel; y, por fin, aquello hacia lo que deriva por
redundancia, a saber, el cuerpo humano. El que establece la
bienaventuranza es digno de ser amado por la razón de que es la causa
de la misma. En cambio, el que participa de ella puede ser amado por
doble motivo: o porque es uno con nosotros, o porque está asociado a
nosotros en la participación. Bajo este aspecto hay dos cosas dignas
de ser amadas con caridad: el hombre que se ama a sí mismo y el
prójimo.
A las objeciones:
1. La diversa relación que hay
entre el sujeto que ama y los objetos amados por él
funda el motivo distinto del amor. Según eso, ya que quien ama tiene
relación distinta con Dios y consigo mismo, esto da lugar a establecer
dos objetos dignos de amor, pues el amor de uno es causa del amor del
otro. Por eso, eliminada una, desaparece la otra.
2. El sujeto de la caridad es el
alma racional, que puede ser capaz de bienaventuranza; de ella no
participa directamente el cuerpo, sino sólo por cierta redundancia.
Por consiguiente, se ama el hombre con caridad de una manera distinta
en cuanto al alma racional, que es lo principal en él, de la que ama
su propio cuerpo.
3. El hombre ama al prójimo no
sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo por razón del
consorcio en la bienaventuranza. En consecuencia, por parte del
prójimo es uno solo el motivo de amor. De ahí que el cuerpo del
prójimo no figure como objeto especial que se deba amar
aparte.