Corresponde a continuación tratar el tema de los vicios opuestos a la
caridad. El primero, el odio, opuesto al amor mismo. El segundo, la
acidia y la envidia, opuestas al gozo de la caridad (q.35). El
tercero, la discordia y el cisma, opuestas a la paz (q.37). El cuarto,
la ofensa y el escándalo, opuestos a la beneficencia y a la corrección
fraterna (q.43).
Sobre el odio se formulan seis preguntas:
Artículo 1:
¿Puede alguien odiar a Dios?
lat
Objeciones por las que parece que nadie puede odiar a
Dios:
1. Según Dionisio en De div. nom. c.4: El
bien y la hermosura son amables a todos. Pues bien, Dios es la
bondad y la belleza mismas. Nadie, pues, puede odiarle.
2. En los apócrifos de Esdras se lee que todos invocan la verdad y se hacen benignos con sus obras. Ahora
bien, Dios es la verdad misma, como escribe San Juan 14,6. Por tanto,
todos aman a Dios y nadie puede odiarle.
3. El odio es aversión. Pero, según Dionisio en De div.
nom. c.4, Dios atrae todo hacia sí mismo. Ninguno, pues, puede odiarle.
Contra esto: está el testimonio del salmo 73,23: Creció siempre la
soberbia de quienes te odiaron, y San Juan 15,24: Ahora han
visto y me han odiado a mí y a mi Padre.
Respondo: Por lo dicho en otro lugar (1-2 q.29 a.1), está claro que el odio es impulso de la potencia apetitiva que
se mueve sólo por la aprensión de algo. Ahora bien, Dios puede ser
aprehendido por el hombre de dos maneras. La primera, en sí mismo; por
ejemplo, cuando lo ve por esencia; la otra, por sus efectos. Lo
invisible de Dios desde la creación del mundo se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras (Rom 1,20). Pues bien, Dios es
por esencia la bondad misma, a la que nadie puede odiar, ya que, por
definición, el bien es lo que se ama. Por eso resulta imposible que
quien ve por esencia a Dios le odie.
Con respecto a sus efectos, hay algunos que no pueden ser contrarios a la voluntad humana; por ejemplo, ser, vivir, entender. Son cosas apetecibles y amables para todos, y son efectos de Dios. Por eso mismo, en cuanto Dios es aprehendido como autor de esos efectos, no puede ser odiado.
Pero hay efectos que contrarían a la voluntad humana desordenada, como, por ejemplo, la inflicción de un castigo, la cohibición de los pecados por la ley divina que contraría a la voluntad depravada por el pecado. Ante la consideración de estos efectos puede haber quien odie a Dios, porque le considera como quien prohíbe pecados e inflige castigos.
A las objeciones:
1. Esa razón es válida para quienes
ven la esencia de Dios, que es la bondad misma.
2. Esa objeción está tomada en el
sentido de que Dios es aprehendido como causa de los efectos
naturalmente deseados por todos, y entre ellos están las obras de la
verdad ofreciendo su conocimiento a todos los hombres.
3. Dios atrae todo hacia sí mismo
en cuanto principio del ser, ya que todas las cosas, por el hecho de
existir, tienden a asemejarse a Dios, que es el ser
mismo.
Artículo 2:
¿Es el odio el mayor de los pecados?
lat
Objeciones por las que parece que el odio a Dios no es el mayor de
los pecados:
1. El mayor de los pecados es contra el Espíritu Santo, que es
irremisible, según consta en San Mateo 12,31-32. Ahora bien, el odio a
Dios, según hemos visto (q.14 a.2), se considera como especie de
pecado contra el Espíritu Santo. Luego el odio a Dios no es el mayor
de los pecados.
2. El pecado consiste en el alejamiento de Dios. Ahora bien,
parece que está más alejado de Dios el infiel, que ni siquiera tiene
conocimiento de Dios, que el fiel; éste, al menos, aunque odie a Dios,
le conoce. Parece, pues, que es mayor el pecado de infidelidad que el
de odio contra Dios.
3. Se odia a Dios solamente por los efectos que repugnan a
la voluntad, el principal de los cuales es el castigo. Pero odiar el
castigo no es el mayor de los pecados. Luego tampoco lo es el odio a
Dios.
Contra esto: está el hecho de que lo pésimo se opone a lo óptimo,
según el Filósofo en VIII Ethic. Ahora bien, el
odio a Dios se opone a su amor, que es lo mejor del hombre. Por tanto,
el odio a Dios es el pecado pésimo del hombre.
Respondo: Ha quedado expuesto (q.10 a.3) que el
defecto del pecado está en la aversión a Dios, y esta aversión no
sería culpable si no fuera voluntaria. Por eso la falta consiste
esencialmente en la aversión voluntaria de Dios. Ahora bien, esta
aversión voluntaria de Dios va en realidad implicada en el odio a
Dios; en los demás pecados, en cambio, por participación e
indirectamente. En efecto, la voluntad, de suyo, se adhiere a lo que
ama, lo mismo que también rechaza lo que odia. Por eso, cuando alguien
odia a Dios, la voluntad, de suyo, se aparta de Él. En los demás
pecados, empero, por ejemplo, en la fornicación, no se aparta de Dios
directa, sino indirectamente, es decir, en cuanto se orienta hacia un
placer desordenado que conlleva la aversión de Dios. Pero siempre lo
que es de suyo es más importante que lo que es por otro. En
consecuencia, el odio a Dios es el más grave de los
pecados.
A las objeciones:
1. Como afirma San Gregorio en
XXV Moral.: Una cosa es no obrar bien y otra odiar al dador de
todos los bienes, lo mismo que es diferente pecar por precipitación
que pecar con deliberación. Con ello da a entender
que odiar a Dios, dador de todos los bienes, es pecar con
deliberación, que es pecado contra el Espíritu Santo. Resulta, pues,
evidente que ese tipo de pecado indica un género especial. Con todo,
no se computa entre las especies de pecado contra el Espíritu Santo
porque generalmente se encuentra en todo tipo específico de ese
pecado.
2. La infidelidad misma no es
culpable sino en la medida en que es voluntaria; por eso es tanto más
grave cuanto más voluntaria. Pero el hecho de ser voluntaria proviene
de odiar la verdad que se proponga. Es, por lo mismo,
evidente que la formalidad del pecado de infidelidad está en el odio a
Dios, sobre cuya verdad versa la fe. De ahí que, como
la causa es más importante que el efecto, el odio a Dios es mayor
pecado que la infidelidad.
3. No todo el que odia el castigo
odia a Dios, autor del mismo, pues hay muchos que odian las penas y,
no obstante, las sufren con paciencia por reverencia hacia la justicia
divina. Por eso afirma San Agustín en X Confess. que los males
penales Dios manda tolerarlos, no amarlos. Ahora
bien, cuando se prorrumpe en odio contra Dios, que castiga, se odia la
justicia divina misma, y esto es pecado gravísimo. Por eso escribe San
Gregorio en XXV Moral.: Así como no pocas veces es más pecado amar
el pecado que perpetrarlo, es también más inicuo odiar la justicia que
no obrarla.
Artículo 3:
¿Es pecado todo odio al prójimo?
lat
Objeciones por las que parece que no todo odio al prójimo es
pecado:
1. Ningún pecado se encuentra entre los preceptos o consejos de la
ley divina, a tenor de estas palabras de Prov 8,8: Justos son todos
los dichos de mi boca; nada hay en ellos astuto ni tortuoso. Pero
en San Lucas 14,26 leemos que si alguno viene a mí y no odia a su
padre y a su madre, no puede ser mi discípulo. Por tanto, no todo
odio al prójimo es pecado.
2. No puede haber pecado en imitar a Dios. Ahora bien,
odiamos a algunos imitando a Dios, a tenor de lo que escribe el
Apóstol en Rom 1,30: Calumniadores, aborrecidos de Dios. En
consecuencia, podemos odiar a algunos sin pecado.
3. Nada natural es pecado, porque, como escribe el
Damasceno en el II libro, el pecado consiste en el apartamiento de
lo que es conforme a la naturaleza. Ahora bien, es
connatural a cualquiera odiar lo que le es contrario y trabajar por su
destrucción. No parece, pues, que sea pecado que uno odie a su
enemigo.
Contra esto: está el testimonio de 1 Jn 2,9 que dice: Quien odia a su
hermano anda en tinieblas. Las tinieblas espirituales son el
pecado. En consecuencia, no se puede odiar al prójimo sin
pecado.
Respondo: El odio se opone al amor, como ya
hemos expuesto (1-2 q.29 a.1, sedcontra; a.2 arg.1 y ad 2). Luego
tanta razón de mal tiene el odio cuanto de bien tiene el amor. Pues
bien, al prójimo se le debe amor por lo que ha recibido de Dios, o
sea, por la naturaleza y por la gracia, y no por lo que tiene de sí
mismo o del diablo, o sea, por el pecado y la falta de justicia. Por
eso es lícito odiar en el hermano el pecado y lo que conlleva de
carencia de justicia divina; no se puede, empero, odiar en él, sin
incurrir en pecado, ni la naturaleza misma ni la gracia. Pero el hecho
mismo de odiar en el hermano la culpa y la deficiencia de bien
corresponde también al amor del mismo, ya que igual motivo hay para
amar el bien y odiar el mal de una persona. De ahí que el odio al
hermano en absoluto es siempre pecado.
A las objeciones:
1. Por mandamiento de Dios debemos
honrar a los padres en cuanto están unidos a nosotros por la
naturaleza y por la afinidad, como aparece en Éxodo 20,12. Deben ser
odiados si constituyen para nosotros impedimento para allegarnos a la
perfección de la justicia divina.
2. En los calumniadores, Dios odia
la culpa, no la naturaleza. Por eso podemos odiar sin culpa a los
calumniadores.
3. Los hombres no se oponen a
nosotros por los bienes que reciben de Dios; bajo este aspecto debemos
amarles. Se oponen, en cambio, por promover enemistades contra
nosotros, y esto es culpa de ellos. Bajo este aspecto
debemos odiarles, ya que debemos odiar en ellos aquello que les hace
enemigos nuestros.
Artículo 4:
El odio al prójimo, ¿es el más grave de los pecados que se pueden
cometer contra él?
lat
Objeciones por las que parece que el odio al prójimo es el más grave
de los pecados que se pueden cometer contra él:
1. Según 1 Jn 3,15: El que odia a su hermano es un homicida.
El homicidio es el pecado mayor contra el prójimo. Luego también el
odio.
2. Lo pésimo se opone a lo óptimo. Pues bien, el amor es la
muestra mejor que ofrecemos al prójimo, ya que todo lo demás se
encamina al amor. En consecuencia, lo peor es el odio.
Contra esto: está el hecho de que, según San Agustín, llamamos mal a
lo que daña. Pero hay pecados que dañan al prójimo
más que el odio; por ejemplo, el hurto, el homicidio, el adulterio. En
consecuencia, el odio no es el más grave de los pecados. Además, el
Crisóstomo, exponiendo el texto de San Mateo 5,19: El que
traspasare uno de estos mandatos mínimos, comenta: Los
preceptos de Moisés: no matar, no adulterar, en el premio son
pequeños, pero grandes en el pecado. Los mandamientos, empero, de
Cristo: no te aires, no codicies, son grandes en el premio y pequeños
en el pecado. Pues bien, el odio se encuentra
entre los impulsos interiores, como la ira y la concupiscencia. Por
consiguiente, el odio al prójimo es menor pecado que el
homicidio.
Respondo: El pecado cometido contra el prójimo
reviste carácter de mal por dos razones. La primera, por el desorden
del que peca; la segunda, por el perjuicio inferido a aquel contra
quien peca. En el primer sentido, el odio es pecado mayor que las
acciones exteriores que perjudican al prójimo. Efectivamente, el odio
implica desorden en la voluntad del hombre, que es lo mejor que tiene
y de la cual procede el pecado. De ahí que, incluso cuando hay
desorden en las acciones exteriores, pero no lo hay en la voluntad, no
hay pecado. Es el caso, por ejemplo, de quien mata a otro por
ignorancia o por celo de la justicia. De ahí que si hay culpa en los
pecados exteriores cometidos contra el prójimo, la raíz está en el
interior del hombre. Pero si se considera el daño infligido al
prójimo, los pecados exteriores son más graves que el odio
interior.
A las objeciones: Con esto se da respuesta a las
objeciones.
Artículo 5:
¿Es pecado capital el odio?
lat
Objeciones por las que parece que el odio es pecado
capital:
1. El odio se opone directamente a la caridad. Pero la caridad es la
principal entre las virtudes y madre de ellas. Por tanto, el odio es
el máximo pecado capital y principio de todos los otros.
2. Los pecados se originan en el hombre de la inclinación de
las pasiones, según afirma el Apóstol en Rom 7,5: Las pasiones de
los pecados obraban en nuestros miembros para fructificar para la
muerte. Pues bien, como ya hemos expuesto (1-2 q.27 a.4; q.28 a.6 ad 2; q.41 a.2), en el plano de las pasiones del alma parece que todas
provienen del amor y del odio. En consecuencia, el odio debe figurar
entre los pecados capitales.
3. El pecado es el mal moral. Ahora bien, en el orden
moral el odio tiene la primacía sobre las demás pasiones. Parece,
pues, que el odio debe figurar entre los siete pecados
capitales.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio, en XXXI Moral.,
no cuenta el odio entre los pecados capitales.
Respondo: Como queda expuesto (1-2 q.84 a.3 y 4) pecado capital es aquel del que con mayor frecuencia nacen otros
pecados. Ahora bien, por una parte, el pecado va contra la naturaleza
del hombre en cuanto animal racional; por otra, cuando se actúa
contra la naturaleza lentamente se va corrompiendo
lo que le pertenece, porque lo primero en la construcción es lo último
en el derribo. Pues bien, lo primero y más natural en el hombre es
amar el bien divino y el bien del prójimo. De ahí que el odio, que se
opone a ese bien, no es lo primero en la destrucción de la virtud
causada por los vicios, sino lo último. Por todo ello, el odio no es
pecado capital.
A las objeciones:
1. Según escribe el Filósofo en
VII Ethic.: La virtud de cada cosa consiste en estar en buena
disposición respecto de la naturaleza. De ahí que
lo primero y principal en la virtud debe ser lo primero y principal en
el orden natural. Por esa razón es considerada la caridad como la
principal entre las virtudes. Por la misma razón, el odio no puede ser
el principal entre los pecados, como hemos expuesto.
2. El odio al mal que contraría al
bien natural es primero entre las pasiones del alma, lo mismo que el
amor del bien natural. Pero el odio del bien connatural no puede ser
primero, sino que viene en último lugar, porque ese odio da testimonio
de la corrupción, ya lograda, de la naturaleza, igual que el amor del
bien extraño.
3. El mal es doble. Está el mal
verdadero, que repugna al bien natural. El odio de este mal puede
tener razón de prioridad entre las pasiones. Pero hay también otro mal
no verdadero, sino aparente. Se trata de un bien verdadero y
connatural, que es considerado como mal a causa de la corrupción de la
naturaleza. El odio de este mal es por necesidad el último y no el
primero, por tratarse de un odio pecaminoso.
Artículo 6:
¿El odio nace de la envidia?
lat
Objeciones por las que parece que el odio no nace de la
envidia:
1. La envidia, en efecto, es tristeza del bien ajeno. Ahora bien, el
odio no nace de la tristeza, sino al contrario, ya que sentimos
tristeza ante la presencia de los males que odiamos. El odio, pues, no
nace de la tristeza.
2. El odio se opone al amor. Pues bien, el amor al prójimo
responde al amor de Dios, como quedó ya demostrado (q.25 a.1; q.26 a.2). Luego el odio del prójimo se cuenta también en el odio a Dios.
Pero el odio a Dios no procede de la envidia, ya que no odiamos a
quienes se encuentran a infinita distancia de nosotros, sino a quienes
parece que están cerca, como lo muestra el Filósofo en II Rhet. Por tanto, el odio no brota de la
envidia.
3. Un único efecto no tiene más que una causa única. Pues
bien, el odio es causado por la ira, ya que, según San Agustín, en
la Regla: La ira aumenta el odio. Luego
el odio no tiene por causa la envidia.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio afirma, en XXXI Moral., que el odio nace de la
envidia.
Respondo: Según hemos dicho (a.5), el odio al
prójimo ocupa el último eslabón en el proceso de desarrollo del pecado
por el hecho de que se opone al amor, que es un sentimiento natural
hacia el prójimo. El hecho, en cambio, de alejarse de lo natural
acaece porque se intenta evitar algo que por su naturaleza se debe
rehuir. Pues bien, es natural al animal rehuir la tristeza y buscar el
placer, como demuestra el Filósofo en VII y X Ethic. De ahí que el amor tiene por causa el
placer, lo mismo que el odio tiene por causa la tristeza. En efecto,
somos inducidos a amar lo que nos deleita en cuanto es aceptado como
bueno, del mismo modo que sentimos impulso a odiar lo que nos
contrista, porque lo consideramos como malo. En conclusión, siendo la
envidia tristeza provocada por el bien del prójimo, conlleva como
resultado hacernos odioso su bien, y ésa es la causa
de que la envidia dé lugar al odio.
A las objeciones:
1. La potencia apetitiva, lo mismo
que la aprehensiva, se proyecta sobre los actos, y por eso en los
movimientos de aquélla hay cierto movimiento circular. En efecto, a
tenor del primer proceso del impulso apetitivo, el deseo deriva del
amor, y de éste procede el placer cuando se consigue el objeto
deseado. Y dado que el hecho de deleitarse en el bien amado se
presenta igualmente como bien, se sigue que el deleite cause el amor.
Por la misma razón, la tristeza causa el odio.
2. Las cosas no se presentan de la
misma manera según que se trate del amor o del odio. En efecto, el
amor tiene por objeto el bien, que procede de Dios a la criatura. Por
eso el amor recae primero sobre Dios y después sobre el prójimo. El
objeto, en cambio, del odio es el mal, que no tiene lugar en Dios
mismo, sino en sus efectos. Por eso dijimos antes (a.1) que no cabe el
odio a Dios sino como aprehendido en sus efectos. Por idéntica razón,
recae el odio sobre el prójimo antes que sobre Dios. En consecuencia,
dado que la envidia hacia el prójimo es la madre del odio hacia el
mismo, se convierte, como consecuencia, en causa de odio a
Dios.
3. No hay inconveniente en que,
por títulos diferentes, la misma cosa proceda de diferentes causas. A
tenor de esto, el odio parece originarse no sólo de la ira, sino
también de la envidia. Nace, sin embargo, más directamente de la
envidia, que hace entristecedor el bien del prójimo, y, por
consiguiente, lo hace odioso. De la ira, en cambio, nace el odio por
el acrecentamiento que recibe. En efecto, primero la ira nos induce a
desear el mal del prójimo en cierta medida, es decir, en cuanto que
implica razón de venganza. Pero después, si la ira persiste, hace
llegar al extremo de que el hombre desee pura y simplemente el mal del
prójimo, y esto, por definición, es odio. Resulta, pues, evidente que,
formalmente, el odio nace de la envidia por razón del objeto; de la
ira, en cambio, a título de disposición.