Artículo 1:
¿Disminuye el pecado el bien de la naturaleza?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado no disminuye el bien de
la naturaleza:
1. El pecado del hombre no es más grave que el del demonio. Pero los
bienes naturales permanecen íntegros en los demonios después del
pecado, como dice Dionisio en el capítulo 4 De div.
nom. Luego tampoco el pecado del hombre disminuye el
bien de la naturaleza humana.
2. Además, cuando se cambia lo posterior, no sufre mutación lo que le
precede: cambiados los accidentes permanece la misma sustancia. Ahora
bien, la naturaleza preexiste antes que la acción voluntaria. Luego,
producido el desorden por el pecado acerca de la acción voluntaria, no
por ello se cambia la naturaleza, de modo que el bien de la misma
disminuya.
3. El pecado es un acto, y la disminución, una pasión. Mas
ningún agente, por el hecho mismo de actuar, es objeto de pasión:
aunque puede ocurrir que actúe por un lado y sea pasivo por otro.
Luego el que peca no disminuye el bien de su naturaleza por el
pecado.
4. Ningún accidente obra sobre su sujeto, ya que lo que
es sujeto de pasión es un ser en potencia; mas lo que es sujeto de un
accidente, ya es un ser en acto según dicho accidente. Ahora bien, el
pecado está en el bien de la naturaleza como un accidente en su
sujeto. Luego el pecado no disminuye el bien de la naturaleza: pues
hacer disminuir es un cierto obrar.
Contra esto: está lo que se dice en Lc 10,30: Un hombre, bajando de
Jerusalén a Jericó —es decir— al defecto del pecado, es
despojado de las cosas gratuitas y es vulnerado en las naturales,
como expone Beda. Luego el pecado disminuye el bien de
la naturaleza.
Respondo: El bien de la naturaleza humana se
puede entender en un sentido triple: 1) Los principios mismos de la
naturaleza, por los que está constituida la misma, y las propiedades
causadas por ella, como las potencias del alma y otras cosas
semejantes. 2) Puesto que el hombre por su naturaleza tiene
inclinación a la virtud, según hemos expuesto más
arriba (
q.51 a.1;
q.63 a.1), la misma inclinación a la virtud es un
bien natural. 3) Puede llamarse bien de la naturaleza el don de la
justicia original, que en el primer hombre fue conferido a toda la
naturaleza humana.
Pues bien, el primer bien de la naturaleza ni se suprime ni se
disminuye por el pecado. En cambio, el tercer bien de la naturaleza
fue totalmente eliminado por el pecado del primer padre. Mas el bien
intermedio de la naturaleza, a saber, la misma inclinación natural a
la virtud, disminuye por el pecado. Pues por los actos humanos se crea
una inclinación a actos semejantes, según expusimos anteriormente
(q.50 a.1). Mas por el hecho de que uno se incline a uno de los
contrarios, disminuye necesariamente su inclinación al otro. Por
consiguiente, como el pecado es contrario a la virtud, por el hecho
mismo de que el hombre peca, disminuye ese bien de la naturaleza, que
es la inclinación a la virtud.
A las objeciones:
1. Dionisio habla del
bien primero de la naturaleza, que es ser, vivir y entender,
como es claro para el que vea sus palabras.
2. Aunque la naturaleza sea
anterior a la acción voluntaria, sin embargo, tiene inclinación a
cierta acción voluntaria. Por consiguiente, la naturaleza misma en sí
no cambia por la variación de la acción voluntaria; pero cambia la
inclinación en cuanto se ordena a un término.
3. La acción voluntaria procede de
diversas potencias, de las cuales una es activa y otra pasiva. Y por
esto acontece que por las acciones voluntarias se produce o se le
quita algo al hombre que obra así, como hemos dicho anteriormente
(
q.51 a.2), tratando de la génesis de los hábitos.
4. El accidente no obra en su
sujeto como causa eficiente, pero obra formalmente en él, en el
sentido en que se dice que la blancura hace blanco. Y así nada impide
que el pecado disminuya el bien de la naturaleza, en el sentido, sin
embargo, que tiene esa disminución del bien de la naturaleza: en
cuanto es un desorden del acto. Mas en cuanto al desorden del agente
hay que decir que tal desorden se produce por el hecho de que en los
actos del alma hay algo que es activo y algo que es pasivo: así lo
sensible mueve el apetito sensitivo; y el apetito sensitivo inclina la
razón y la voluntad, como hemos dicho anteriormente (
q.77 a.1 y
2). Y
el resultado de esto es el desorden, no ciertamente de modo que el
accidente obre sobre su sujeto, sino porque el objeto obra en la
potencia, y una potencia obra en otra y la desordena.
Artículo 2:
¿Puede destruir el pecado todo el bien de la naturaleza
humana?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado puede destruir todo el
bien de la naturaleza humana:
1. El bien de la naturaleza humana es finito, ya que ella misma es
finita. Mas cualquier cosa finita se consume totalmente con una
sustracción continua. Luego como el bien de la naturaleza puede
disminuirse continuamente por el pecado, parece que alguna vez pueda
consumirse totalmente.
2. Además, la razón de aquellas cosas que son de naturaleza idéntica
vale igualmente para el todo y para las partes: como se ve por el
aire, el agua y la carne y todos aquellos cuerpos de partes
semejantes. Mas el bien de la naturaleza es totalmente uniforme. Si,
pues, se puede perder una parte por el pecado, parece que también
puede perderse el todo por el mismo.
3. El bien de la naturaleza que disminuye
por el pecado es la disposición para la virtud. Pero en algunos tal
disposición es totalmente eliminada por el pecado, como es claro por
los condenados, que no pueden rehacerse para la virtud, así como
tampoco el ciego para ver. Luego el pecado puede eliminar totalmente
el bien de la naturaleza.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el Enchirid.: que el mal no está sino en el bien. Pero el mal de la culpa no puede estar en el bien de la virtud o de la gracia, porque le es contrario. Luego tiene que estar en el bien de la naturaleza. Por consiguiente, no lo elimina totalmente.
Respondo: Como acabamos de exponer (
a.1), el
bien natural que disminuye por el pecado es la inclinación natural a
la virtud. La cual a la verdad conviene al hombre por ser racional:
de ahí le viene el que obre según la razón, lo cual es obrar según la
virtud. Mas por el pecado no se le puede quitar al hombre totalmente
que sea racional, porque ya no sería capaz de pecado. Por
consiguiente, no es posible que el susodicho bien natural se le quite
totalmente.
Mas, como se ve que este bien disminuye constantemente por el pecado,
algunos, para explicar esto, se valieron de un ejemplo,
en el que se ve que algo finito disminuye hasta el infinito, pero sin
consumirse nunca totalmente. Pues dice el Filósofo en el libro III de
los Físicos que si a una magnitud finita se le
quitara continuamente algo según la misma cantidad, finalmente se
consumiría del todo: por ejemplo, si yo sustrajera siempre la medida
de un palmo a cualquier cantidad finita. Pero si la sustracción se
hiciera siempre según la misma proporción y no según la misma cantidad
—v. gr., si la cantidad se divide en dos partes y a la mitad se le
sustrajese la mitad—, así se podría proceder hasta el infinito, de
modo, sin embargo, que lo que posteriormente se sustrae siempre será
menor que lo sustraído antes. Mas esto no tiene lugar en nuestro caso:
pues el pecado siguiente no disminuye menos el bien de la naturaleza
que el precedente, sino acaso más, si es más grave.
Por consiguiente, hay que explicarlo de otra manera, diciendo que la
susodicha inclinación es intermedia entre dos cosas: pues se funda,
como en su raíz, en la naturaleza racional, y tiende al bien de la
virtud como a su término y fin. De dos maneras, pues, se puede
entender su disminución: 1) por parte de la raíz; y 2) por parte del
término. Del primer modo no disminuye por el pecado: porque el pecado
no disminuye la naturaleza misma, como dijimos antes (a.1). Pero se
disminuye del segundo modo; a saber: en cuanto se pone un impedimento
para llegar al término. Si disminuyera del primer modo, debería
consumirse totalmente alguna vez, consumida totalmente la naturaleza
racional. Mas, puesto que disminuye por parte del impedimento que se
interpone para que no llegue a su término, es evidente que puede
disminuirse hasta el infinito; porque se pueden poner obstáculos
indefinidamente, en cuanto que el hombre puede añadir pecado a pecado
indefinidamente. Sin embargo, no puede consumirse totalmente, porque
permanece siempre la raíz de tal inclinación. Como se ve por un cuerpo
transparente: que siempre tiene la inclinación (o
aptitud) para recibir la luz por el hecho mismo de ser transparente;
más disminuye dicha inclinación (o aptitud) por razón de las nieblas
que sobrevienen, aunque perdura siempre en la raíz de su
naturaleza.
A las objeciones:
1. Dicha objeción vale si se
hiciera la disminución por sustracción. Mas aquí la disminución ocurre
por adición de obstáculos, lo cual ni quita ni disminuye la raíz de la
inclinación, como hemos dicho (en sol.).
2. Ciertamente, la inclinación es
totalmente uniforme; sin embargo, tiene su relación tanto con el
principio como con el término, según cuya diversidad en cierto modo
disminuye y en cierto modo no.
3. También en los condenados
permanece la inclinación natural a la virtud; en otro caso no habría
en ellos remordimiento de conciencia. El que no pase al acto es
porque, según la justicia divina, les falta la gracia. Así también en
el ciego queda la aptitud para ver en la misma raíz de la naturaleza,
en cuanto que es un animal que por su naturaleza tiene vista; pero no
se reduce al acto, porque falta la causa que lo podría reducir,
formando el órgano que se requiere para ver.
Artículo 3:
¿Es adecuada la enumeración de las heridas de la naturaleza
consiguientes al pecado: la debilidad, la ignorancia, la malicia y la
concupiscencia?
lat
Objeciones por las que parece que no es adecuado afirmar que las
heridas de la naturaleza consiguientes al pecado son: la debilidad, la
ignorancia, la malicia y la concupiscencia:
1. No es lo mismo el efecto y su causa. Pero estas cuatro heridas se
ponen como causas de los pecados, según es claro por lo dicho antes
(
q.76 a.1;
q.77 a.3 y
5;
q.78 a.1). Luego no deben ponerse como
efectos del pecado.
2. Además, la malicia designa un pecado. No se debe, pues, poner
entre los efectos del pecado.
3. La concupiscencia es algo natural, pues es acto de la
facultad concupiscible. Mas lo que es natural no debe ponerse como
herida de la naturaleza. Luego la concupiscencia no debe ponerse como
herida de la naturaleza.
4. Hemos dicho (
q.77 a.3) que es lo mismo pecar por
debilidad que por pasión. Mas la concupiscencia es una pasión. Luego
no debe contradistinguirse de la debilidad.
5. Agustín, en el libro De natura et
gratia, pone dos penalidades en el alma
pecadora, esto es, la ignorancia y la dificultad, de las
que nacen el error y el tormento. Mas esas cuatro cosas no
concuerdan con las otras cuatro en cuestión. Luego parece que el poner
alguna de ellas no es adecuado.
Contra esto: la autoridad de Beda está a favor de
ellas.
Respondo: Por la justicia original, la razón
controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón
misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba. Pero esta justicia original
nos fue arrebatada por el pecado del primer padre, según hemos dicho
ya (
q.81 a.2). Y por ello todas las fuerzas del alma quedan como
destituidas de su propio orden, con el que se ordenan naturalmente a
la virtud: la misma destitución se llama herida de la naturaleza. Mas
son cuatro las potencias del alma que pueden ser sujeto de las
virtudes, como dijimos más arriba (
q.61 a.2); a saber: la razón, en la
cual reside la prudencia; la voluntad, en la cual reside la justicia;
la irascible, en la cual reside la fortaleza; y la concupiscible, en
la cual reside la templanza. Pues en cuanto la razón está destituida
de su orden a lo verdadero, está la herida de la ignorancia; en cuanto
la voluntad está destituida de su orden al bien, está la herida de la
malicia; en cuanto la irascible esté destituida de su orden a lo
arduo, está la herida de la debilidad; en cuanto la concupiscible está
destituida de su orden a lo deleitable, moderado por la razón, está la
herida de la concupiscencia.
Así, pues, éstas son las cuatro heridas infligidas a toda la
naturaleza humana por el pecado del primer padre. Mas, puesto que la
inclinación al bien de la virtud disminuye en cada uno por el pecado
actual, como es claro por lo dicho (a.1 y 2), éstas son también cuatro
heridas consiguientes a otros pecados: a saber, en cuanto que por el
pecado la razón se embota, especialmente en las cosas que debemos
practicar; y la voluntad se endurece respecto del bien; y aumenta la
dificultad de obrar bien; y la concupiscencia se enciende
más.
A las objeciones:
1. Nada impide que lo que es efecto
de un pecado sea causa de otro pecado. Pues por el hecho de
desordenarse el alma por un pecado precedente, se inclina más
fácilmente a pecar.
2. (El término) malicia no se toma
aquí como un pecado, sino como propensión de la voluntad al mal, según
lo que se dice en Gen 8,21: Inclinados al mal están los sentidos
del hombre desde su adolescencia.
3. Según hemos explicado antes
(
q.82 a.3 ad 1), la concupiscencia en tanto es natural al hombre en
cuanto está subordinada a la razón. Mas el que traspase los límites de
la razón es contra la naturaleza del hombre.
4. Toda pasión se puede llamar
debilidad en cuanto debilita la fuerza del alma y obstaculiza a la
razón. Pero Beda toma debilidad en sentido estricto, como opuesta a la
fortaleza, que pertenece a la irascible.
5. La dificultad del libro de
Agustín, que se aduce, incluye estas tres cosas pertenecientes a las
potencias apetitivas: a saber, la malicia, la debilidad y la
concupiscencia; pues por estas tres cosas ocurre que uno no tienda
fácilmente al bien. Mas el error y el sufrimiento son heridas
consecuentes; pues uno sufre porque se siente débil para (lograr)
aquello que desea.
Artículo 4:
¿Son efectos del pecado la privación de medida, belleza y
orden?
lat
Objeciones por las que parece que la privación de medida, belleza y
orden no son efecto del pecado:
1. Dice Agustín en el libro De natura boni
que donde estas tres cosas son grandes, hay un gran bien; donde son
pequeñas, uno pequeño; y donde son nulas, ninguno. Mas el pecado
no anula el bien de la naturaleza. Luego no despoja de la medida, la
belleza y el orden.
2. Además, ninguna cosa es causa de sí misma. Pero el pecado mismo
es privación de medida, belleza y orden, como dice Agustín en
el libro De natura boni. Luego la privación de
medida, belleza y orden no es efecto del pecado.
3. Los diversos pecados tienen diversos efectos. Mas a la
medida, la belleza y el orden, siendo cosas diversas, parece que les
deben corresponder privaciones diversas. Luego son eliminados por
pecados diversos. No es, pues, efecto de cada uno de los pecados la
privación de medida, belleza y orden.
Contra esto: está el hecho de que el pecado está en el alma como la
enfermedad en el cuerpo, según aquello del salmo 6,3: Ten piedad de
mí, Señor, porque estoy enfermo. Mas la enfermedad priva de la
medida, la belleza y el orden del mismo cuerpo. Luego el pecado priva
de la medida, la belleza y el orden del alma.
Respondo: Como expusimos en la primera parte
(
q.5 a.5), la medida, la belleza y el orden son propiedades que
acompañan a cada ser creado en cuanto tal, y aun a todo ser. Pues todo
ser y bien es considerado (como tal) por una forma que
le confiere su hermosura. Y la forma de cada una de las cosas,
cualquiera que sea, sustancial o accidental, es según una medida: de
ahí que en el libro VIII de los
Metafísicas se
diga que
las formas de las cosas son como los números. Por
ello tienen un cierto modo de ser correspondiente a su medida. Y por
su forma, en fin, cada cosa se ordena a otra.
Así, pues, según los diversos grados de bienes hay grados diversos de
medida, belleza y orden. Por consiguiente, hay un bien perteneciente a
la esencia misma de la naturaleza, que tiene su medida, belleza y
orden: y de él no despoja ni le disminuye el pecado. Hay también un
bien de la inclinación natural, que igualmente tiene su medida,
belleza y orden: éste lo aminora el pecado, como hemos dicho (a.1 y 2); pero no queda eliminado totalmente. Y hay también un bien de la
virtud y la gracia, que tiene asimismo su medida, belleza y orden: y
éste es totalmente eliminado por el pecado mortal. Hay, finalmente, un
bien que es el mismo acto ordenado, el cual tiene igualmente su
medida, belleza y orden: la privación de éste es esencialmente el
pecado mismo. Y así es claro cómo el pecado es privación de medida,
belleza y orden; y que despoja y disminuye la medida, la belleza y el
orden.
A las objeciones:
1-2. Por lo dicho es clara la respuesta a las dos primeras
objeciones.
3. La medida, la belleza y el
orden se siguen uno de otro, como es claro por lo dicho (en sol.). Por
consiguiente, su privación y disminución son simultáneas.
Artículo 5:
¿Son efecto del pecado la muerte y demás males corporales?
lat
Objeciones por las que parece que la muerte y demás males corporales
no son efecto del pecado:
1. Si la causa fuere igual, también será igual el efecto. Mas estos
males no son iguales en todos, sino que en algunos son más abundantes,
siendo, sin embargo, según se ha dicho (
q.82 a.4), igual el pecado
original, del cual estos males parecen ser especialmente el efecto.
Luego la muerte y estos males no son efecto del pecado.
2. Además, quitada la causa, se quita el efecto. Pero quitado todo
pecado por el bautismo y la penitencia, no desaparece en estos males.
Luego no son efecto del pecado.
3. El pecado actual tiene más razón de culpa que el
original. Mas el pecado actual no cambia la naturaleza del cuerpo
(sujetándola) a algún mal. Luego el pecado original mucho menos. Por
consiguiente, la muerte y demás males corporales no son efecto del
pecado.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 5,12: Por un hombre
entró el pecado en el mundo; y por el pecado, la muerte.
Respondo: Una cosa es causa de otra de dos
modos: directa e indirectamente. Es causa directa de otra aquello que
por virtud de su naturaleza o forma produce el efecto: por donde se
sigue que el efecto es directamente intentado por la causa. Por
consiguiente, dado que la muerte y estos males acaecen al margen de la
intención del que peca, es evidente que el pecado no es causa directa
de estos males.
Mas una cosa es causa indirecta de otra, si es causa que remueve los
obstáculos: así se dice en el libro VIII de los Físicos que quien retira una columna,
indirectamente remueve la piedra superpuesta (a la misma). Y de este
modo el pecado del primer padre es la causa de la muerte y de todos
los males de la naturaleza humana, en cuanto que por el pecado del
primer padre (nos) fue arrebatada la justicia original, por la que se
mantenían bajo el control de la razón, sin desorden alguno, no sólo
las facultades inferiores del alma, sino también el cuerpo entero se
mantenía bajo el control del alma sin ningún fallo, como hemos
expuesto en la primera parte (q.97 a.1). Por esto, sustraída esta
justicia original por el pecado del primer padre,
así como fue vulnerada la naturaleza humana en cuanto al alma por el
desorden de sus potencias, según dijimos más arriba (a.3; q.82 a.3),
así también se hizo corruptible por el desorden el cuerpo
mismo.
Mas la sustracción de la justicia original tiene razón de castigo,
como también la sustracción de la gracia. Por consiguiente, la muerte
y todos los males corporales consecuentes son ciertos castigos del
pecado original. Y aunque estos males no fueran intentados por el
pecador, sin embargo, han sido ordenados por la justicia de Dios, que
castiga (por el pecado).
A las objeciones:
1. La igualdad de causas directas
produce un efecto igual: aumentada, pues, o disminuida la causa
directa, aumenta o disminuye el efecto. Mas la igualdad de las causas
que remueven los obstáculos no requiere igualdad de efectos. Pues si
uno retira con igual impulso dos columnas, no se sigue que las piedras
que estaban sobre ellas se muevan igualmente; sino que la que fuere
más pesada se moverá más velozmente según la propiedad de su
naturaleza, a la cual es dejada removido el obstáculo. Así, pues,
quitada la justicia original, la naturaleza del cuerpo humano fue
dejada a sí misma; y en conformidad con esto los cuerpos de algunos
están sujetos a más males y los de otros a menos, según la diversidad
de la complexión natural, aunque el pecado original sea
igual.
2. La culpa original y actual es
quitada por el mismo que (nos) quitará estos males, según aquello del
Apóstol en Rom 8,11: Vivificará vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu Santo, que habita en vosotros. Pero ambas cosas se
realizan a su tiempo según el orden de la divina sabiduría. Pues es
necesario que lleguemos a la inmortalidad y a la impasibilidad de la
gloria, incoada ya en Cristo, y que El nos adquirió, conformándonos
antes a sus sufrimientos. Por lo tanto, es necesario que permanezca la
pasibilidad en nuestros cuerpos por algún tiempo para merecer la
impasibilidad de la gloria a ejemplo de Cristo.
3. En el pecado actual podemos
considerar dos cosas; a saber: la sustancia misma del acto y la razón
de culpa. Por parte de la sustancia del acto, el pecado actual puede
causar algún mal corporal; así algunos enferman y mueren por exceso de
alimentos. Mas por parte de la culpa priva de la gracia, que se da al
hombre para rectificar los actos del alma, mas no para impedir los
males corporales, como los impedía la justicia original. Y por
consiguiente, el pecado actual no causa los males susodichos como el
original.
Artículo 6:
¿Son naturales al hombre la muerte y los otros males?
lat
Objeciones por las que parece que la muerte y estos males son
naturales al hombre:
1. Lo corruptible y lo incorruptible difieren en el género,
como se dice en el libro X de los Metafísicas.
Pero el hombre es del mismo género que los otros animales, que son
corruptibles por naturaleza. Luego el hombre es naturalmente
corruptible.
2. Además, todo lo que está compuesto de (elementos) contrarios es
naturalmente corruptible, por tener en sí mismo la causa de su
corrupción. Pero tal es el cuerpo humano. Luego es naturalmente
corruptible.
3. Lo cálido, naturalmente, consume a lo húmedo. Mas la vida
del hombre se conserva por lo cálido y lo húmedo. Mas puesto que las
funciones vitales se llevan a cabo por la acción del calor natural,
según se dice en el libro II De anima, parece
que la muerte y los males susodichos son naturales al
hombre.
Contra esto: está que Dios hizo en el hombre todo lo que es natural al
hombre. Pero
Dios no hizo la muerte, como dice Sab 1,13. Luego
la muerte no es natural al hombre.
2. Además, lo que es según la naturaleza no puede llamarse castigo ni
mal: porque a cada cosa le conviene lo que es natural para ella. Pero
la muerte y los males susodichos son castigo del pecado original,
según acabamos de decir (a.5). Luego no son naturales al
hombre.
3. Más aún: La materia está adaptada a la forma; y cada cosa, a su
fin. Mas el fin del hombre es la bienaventuranza perpetua, como hemos
dicho anteriormente (q.2 a.7; q.5 a.3 y 4). Y la forma del cuerpo
humano es el alma racional, que es incorruptible, según hemos expuesto
en la primera parte (q.75 a.6). Luego el cuerpo humano es naturalmente
incorruptible.
Respondo: De cada una de las realidades
corruptibles podemos hablar de dos modos: 1) según la naturaleza
universal, y 2) según la naturaleza particular. La naturaleza
particular es la virtud activa y conservativa de cada cosa. Y respecto
a ésta toda corrupción y mal es contra la naturaleza, como se dice en
el libro II
De caelo porque dicha virtud intenta
el ser y la conservación de aquella realidad cuya es.
Mas la naturaleza universal es la virtud activa (existente) en algún
principio universal de la naturaleza, como, por ejemplo, en alguno de
los cuerpos celestes; o de alguna sustancia superior, en cuyo sentido
dicen algunos que Dios es «natura naturans» (la
naturaleza naturante o que hace la naturaleza). Esta virtud, en
efecto, intenta el bien y la conservación del universo, para lo cual
se requiere la alternancia de generación y corrupción en las cosas. Y
en este sentido son naturales las corrupciones y males de las cosas;
no ciertamente por la inclinación de la forma, que es el principio del
ser y de la perfección, sino según la inclinación de la materia, que
se le asigna proporcionalmente a tal forma según la distribución del
agente universal. Y aunque toda forma pretenda el ser perpetuo en
cuanto puede, sin embargo, ninguna forma de la realidad corruptible
puede lograr su perpetuidad, exceptuada el alma racional: porque ésta
no está sujeta del todo a la materia corporal, como otras formas, sino
que antes, por el contrario, tiene su propia acción inmaterial, según
expusimos en la primera parte (q.75 a.2). Por consiguiente, por parte
de su forma, la incorrupción le es más natural al hombre que a las
otras cosas corruptibles. Pero puesto que también ella (la forma del
hombre) tiene una materia compuesta de (elementos) contrarios, de la
inclinación de la materia se sigue la corruptibilidad del todo. Y
según esto, el hombre es naturalmente corruptible según la naturaleza
de la materia dejada a sí misma, mas no según la naturaleza de su
forma.
Las tres primeras razones (u objeciones del artículo) arguyen por
parte de la materia; y las otras tres (del sed contra o en
cambio), por parte de la forma. De ahí que para su resolución haya
que tener en cuenta que la forma del hombre, que es el alma racional,
según su incorruptibilidad, está adaptada a su fin, que es la
bienaventuranza perpetua. Mas el cuerpo humano, que es corruptible
considerada su naturaleza, en cierto modo está adaptado a su forma y
en cierto modo no. En una materia dada se puede atender
a una doble condición: una elegida por el agente; y
otra que no es elegida por el agente, sino que es según la condición
natural de la materia. Así, el artesano, para hacer un cuchillo, elige
una materia dura y flexible, que pueda aguzarse a fin de que sea apta
para cortar. Según esta condición, el hierro es la materia apta para
el cuchillo. Pero el hecho de que el hierro sea rompible y contraiga
herrumbre se sigue de la disposición natural del hierro y no lo elige
el artesano herrero, sino que más bien lo evitaría si pudiese. Por
tanto, esta disposición de la materia no es adecuada a la intención
del artífice ni a la del arte. Análogamente, el cuerpo humano es la
materia elegida por la naturaleza por ser de una complexión apropiada
para que pueda ser el órgano convenientísimo del tacto y de las otras
facultades sensitivas y motoras. Pero el que sea corruptible, esto es
por la condición de la materia y no es elegido por la naturaleza:
antes, por el contrario, la naturaleza elegiría más bien una materia
incorruptible si pudiese. Mas Dios, a quien está sujeta toda la
naturaleza, en la creación del hombre, suplió el defecto de la
naturaleza y con el don de la justicia original dio al cuerpo cierta
incorruptibilidad, como hemos dicho en la primera parte (q.97 a.1). Y
en este sentido se dice que Dios no hizo la muerte y que la
muerte es castigo del pecado.
A las objeciones: es evidente por lo expuesto.