Artículo 1:
¿Puede el hombre conseguir la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no puede conseguir la
bienaventuranza.
1. La naturaleza espiritual está sobre la racional, como la racional
sobre la sensible, como demuestra Dionisio en el libro De div.
nom. en muchos lugares. Pero los animales brutos,
que sólo tienen naturaleza sensible, no pueden llegar al fin de la
naturaleza racional. Luego tampoco el hombre, que es de naturaleza
racional, puede llegar al fin de la naturaleza intelectual, que es la
bienaventuranza.
2. Además, la bienaventuranza verdadera consiste en la visión de
Dios, que es la verdad pura. Pero es connatural al hombre el ver la
verdad en las cosas materiales; por eso entiende las especies
inteligibles en las imágenes (phantasmata), como se dice en el
III De anima. Luego no puede llegar a la
bienaventuranza.
3. Además, la bienaventuranza consiste en la adquisición del bien
sumo. Pero nadie puede llegar a lo sumo sin superar lo
medio. Luego, como entre Dios y la naturaleza humana media la
naturaleza angélica, que el hombre no puede superar, parece que no
puede adquirir la bienaventuranza.
Contra esto: está lo que se dice en el Sal 93,12: Bienaventurado
aquel a quien tú educas, Señor.
Respondo: La bienaventuranza significa la
adquisición del bien perfecto. Por consiguiente, quien es capaz de
recibir el bien perfecto puede llegar a la bienaventuranza. Pero se ve
que el hombre es capaz de recibir el bien perfecto, porque no sólo su
entendimiento puede alcanzar el bien universal y perfecto, sino
también su voluntad desearlo. Por tanto, el hombre puede alcanzar la
bienaventuranza. Se advierte también lo mismo por el hecho de que el
hombre es capaz de la visión de la esencia divina, como se
determinó en la primera parte (
q.12 a.1); y hemos dicho (
q.3 a.8) que
la bienaventuranza perfecta del hombre consiste precisamente en esta
visión.
A las objeciones:
1. La naturaleza racional supera a
la naturaleza sensitiva de modo distinto a como la intelectual supera
a la racional. Porque la naturaleza racional supera a la sensitiva en
cuanto al objeto del conocimiento, ya que los sentidos de ningún modo
pueden conocer lo universal, cuya razón es cognoscitiva. Pero la
naturaleza intelectual supera a la racional en cuanto al modo de
conocer la misma verdad inteligible, pues la naturaleza racional llega
a ella mediante la investigación de la razón, como se desprende de lo
dicho en la primera parte (
q.58 a.3;
q.79 a.8). Y por eso, la razón
llega mediante cierto movimiento a lo que el entendimiento comprende.
Por consiguiente, la naturaleza racional puede conseguir la
bienaventuranza, que es la perfección de la naturaleza intelectual,
aunque de modo distinto a como lo hacen los ángeles. Pues los ángeles
la consiguieron inmediatamente después de su creación, mientras que
los hombres llegan a ella a través del tiempo. Pero la naturaleza
sensitiva de ningún modo puede conseguir este fin.
2. Según el estado de la vida
presente, le es connatural al hombre el modo de conocer la verdad
inteligible mediante imágenes. Pero después del estado de esta vida,
tiene otro modo connatural, como se dijo en la primera parte (
q.84 a.7;
q.89 a.1).
3. El hombre no puede superar a
los ángeles en grado de naturaleza, es decir, siendo por naturaleza
superior a ellos. Pero puede superarlos mediante la operación del
entendimiento, al entender que algo está sobre los ángeles, y esto
hace a los hombres bienaventurados; y cuando lo consiga perfectamente,
será perfectamente bienaventurado.
Artículo 2:
¿Puede un hombre ser más bienaventurado que otro?
lat
Objeciones por las que parece que un hombre no puede ser más
bienaventurado que otro.
1. La bienaventuranza es el premio de la virtud, como dice el
Filósofo en I Ethic. Pero se da a todos la misma
recompensa por las obras de las virtudes, pues se dice en Mt 20,10 que
todos los trabajadores en la viña recibieron cada uno un
denario; porque, como dice Gregorio, consiguieron la misma retribución de vida eterna. Luego uno no
será más bienaventurado que otro.
2. Además, la bienaventuranza es el bien sumo. Pero no puede haber
algo mayor que lo sumo. Luego no puede haber otra bienaventuranza
mayor que la bienaventuranza de un hombre.
3. Además, la bienaventuranza, por ser un bien perfecto y
suficiente, aquieta el deseo del hombre. Pero no se
aquieta el deseo si falta algún bien que pudiera añadirse. Ahora bien,
si no falta nada que pueda añadirse, no podrá haber un bien distinto
mayor. Luego o el hombre no es bienaventurado, y, si sí lo es, no
puede haber una bienaventuranza mayor que otra.
Contra esto: está lo que se dice en Jn 14,2: En la
casa de mi Padre hay muchas moradas, que, como señala
Agustín, significan distintas dignidades de méritos
en la vida eterna. Pero la dignidad de vida eterna, que se da por
los méritos, es la bienaventuranza misma. Luego hay diversos grados de
bienaventuranza, y no todos tienen igual bienaventuranza.
Respondo: Como se dijo antes (
q.1 a.8;
q.2 a.7), en la razón de bienaventuranza se incluyen dos cosas: el fin
último, que es el bien sumo, y la consecución o fruición de este bien.
En cuanto al bien, que es objeto y causa de la bienaventuranza, no
puede haber una bienaventuranza mayor que otra, porque no hay más que
un bien sumo, Dios, con cuya fruición los hombres son bienaventurados.
Pero en cuanto a la consecución o fruición de este bien, uno puede ser
más bienaventurado que otro, pues cuando más disfruta de este bien,
más bienaventurado es. Ahora bien, sucede que uno puede disfrutar de
Dios más perfectamente que otro, porque está mejor dispuesto u
ordenado a su fruición. Y de acuerdo con esto, uno puede ser más
bienaventurado que otro.
A las objeciones:
1. La unidad del denario significa
la unidad de la bienaventuranza por parte del objeto. Pero la
diversidad de mansiones significa la diversidad de bienaventuranza
según el diverso grado de fruición.
2. Se afirma que la
bienaventuranza es el bien sumo, en cuanto que es la posesión o
fruición perfecta del bien sumo.
3. A ningún bienaventurado le
falta algún bien que pueda desear, pues tiene al mismo bien infinito
que es el bien de todo bien, como dice Agustín.
Pero se dice que uno es más bienaventurado que otro por la distinta
participación en este bien. Sin embargo, la adición de otros bienes no
aumenta la bienaventuranza, por eso dice Agustín en V Confess.: Quien te conoce a Ti y las otras
cosas, no es más bienaventurado por las otras cosas, sino que es
bienaventurado por Ti solo.
Artículo 3:
¿Puede alguien ser bienaventurado en esta vida?
lat
Objeciones por las que parece que puede tenerse la bienaventuranza en
esta vida.
1. Se dice en Sal 118,1: Bienaventurados los de conducta
intachable, porque caminan en la ley del Señor. Pero esto sucede
en esta vida. Luego alguno puede ser bienaventurado en esta
vida.
2. Además, la participación imperfecta del bien sumo no quita razón
de bienaventuranza; de lo contrario, uno no sería más bienaventurado
que otro. Pero, en esta vida, los hombres pueden participar del bien
sumo, conociendo y amando a Dios, aunque sea imperfectamente. Luego el
hombre puede ser bienaventurado en esta vida.
3. Además, lo que afirman muchos no puede ser del todo falso, pues
parece que es natural lo que hay en muchos, y la naturaleza no falla
del todo. Pero muchos encuentran la bienaventuranza en esta vida, como
se demuestra por lo que dice Sal 143,15: Llamaron bienaventurado al
pueblo que tiene esto, es decir, los bienes de la vida presente.
Luego alguno puede ser bienaventurado en esta vida.
Contra esto: está lo que se dice en Job 14,1: El hombre nacido de
mujer vive poco tiempo y se llena de miserias. Pero la
bienaventuranza excluye la miseria. Luego en esta vida no se puede ser
bienaventurado.
Respondo: En esta vida se puede tener alguna
participación de la bienaventuranza, pero no se puede
tener la bienaventuranza perfecta y verdadera. Y
esto se puede comprender de dos modos. En primer lugar, por la misma
razón común de bienaventuranza, pues la bienaventuranza excluye todo
mal y colma todo deseo, por ser
el bien perfecto y suficiente. Pero la vida presente está sometida a muchos males que
no pueden evitarse: tanto la ignorancia por parte del entendimiento,
como el deseo desordenado por parte del apetito, y múltiples
penalidades por parte del cuerpo, que enumera minuciosamente Agustín
en XIX
De civ. Dei. Igualmente tampoco el deseo
de bien puede saciarse en esta vida, pues el hombre desea naturalmente
la permanencia del bien que tiene. Pero los bienes de la vida presente
son transitorios, puesto que la vida misma pasa y la deseamos
naturalmente, queremos que permanezca sin interrupción, porque el
hombre rehúye naturalmente la muerte. Por consiguiente, es imposible
tener en esta vida la verdadera bienaventuranza.
En segundo lugar, si se considera aquello en lo que consiste
especialmente la bienaventuranza, es decir, la visión de la esencia
divina, que no puede ocurrirle al hombre en esta vida, como se
demostró en la primera parte (q.12 a.2). Según esto, queda claro que
nadie puede conseguir la bienaventuranza verdadera y perfecta en esta
vida.
A las objeciones:
1. Se llama a algunos
bienaventurados en esta vida, bien por la esperanza de conseguir la
bienaventuranza en la vida futura, según Rom 8,24: En esperanza
hemos sido salvados; o bien por alguna participación de la
bienaventuranza, según alguna fruición del sumo bien.
2. La participación de la
bienaventuranza puede ser imperfecta de dos modos. Uno, por parte del
objeto mismo de la bienaventuranza, al que ciertamente no se ve según
su esencia. Y esta imperfección quita la razón de verdadera
bienaventuranza. De otro modo, puede ser imperfecta por parte del
mismo que participa, quien ciertamente llega a alcanzar el objeto
mismo de la bienaventuranza, es decir, a Dios, pero imperfectamente,
en comparación con el modo como Dios disfruta de sí mismo. Y esta
imperfección no quita la verdadera razón de bienaventuranza, porque,
al ser la bienaventuranza una operación, como se dijo (
q.3 a.2), se
considera la verdadera razón de bienaventuranza a partir del objeto,
que da la especie al acto, pero no a partir del sujeto.
3. Los hombres consideran que en
esta vida hay alguna bienaventuranza por alguna semejanza con la
bienaventuranza verdadera. Y así no se equivocan del todo en su
apreciación.
Artículo 4:
¿Puede perderse la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que puede perderse la
bienaventuranza.
1. La bienaventuranza es una perfección. Pero toda perfección está en
el ser perfectible según su modo de ser. Y, puesto que el hombre según
su naturaleza es mudable, parece que el hombre participa de la
bienaventuranza de un modo mudable. Y así parece que el hombre puede
perder la bienaventuranza.
2. Además, la bienaventuranza consiste en una acción del
entendimiento, que está sometido a la voluntad. Pero la voluntad se
relaciona con cosas opuestas. Luego parece que puede desistir de la
operación que hace al hombre bienaventurado, y así dejar el hombre de
ser bienaventurado.
3. Además, el fin se corresponde con el principio. Pero la
bienaventuranza del hombre tiene principio, pues el hombre no siempre
fue bienaventurado. Luego parece que tendrá fin.
Contra esto: está lo que se dice en Mt 25,46, acerca de los justos,
que
irán a la vida eterna, que es la bienaventuranza de los
santos, como se dijo (
a.2 sedcontra). Pero lo que es eterno no
termina. Luego no puede perderse la bienaventuranza.
Respondo: Si hablamos de la bienaventuranza
imperfecta, cual puede tenerse en esta vida, ciertamente puede
perderse. Y esto es manifiesto en la bienaventuranza contemplativa,
que puede perderse bien por olvido, por ejemplo: cuando una enfermedad
destruye la ciencia; o bien por otras ocupaciones, que distraen a uno
totalmente de la contemplación. Y también es claro en la felicidad
activa, pues la voluntad del hombre puede transformarse hasta pasar de
la virtud, en cuyo acto consiste fundamentalmente la felicidad, al
vicio. Pero si la virtud permanece íntegra, los cambios exteriores
pueden, ciertamente, perturbar esta bienaventuranza, en cuanto que
impiden muchas operaciones de las virtudes; pero no pueden quitarla
del todo, porque siempre permanece la operación de la virtud mientras
el hombre soporte satisfactoriamente las adversidades. Y porque la
bienaventuranza de esta vida puede perderse, y esto parece que está en
contra de la razón de bienaventuranza, por eso dice el Filósofo en
I
Ethic., que algunos son bienaventurados en
esta vida, pero no absolutamente, sino
como hombres, cuya
naturaleza está sometida al cambio.
Ahora bien, si hablamos de la bienaventuranza perfecta que esperamos
después de esta vida, hay que recordar lo que afirmó
Orígenes, siguiendo el error de algunos platónicos,
que después de la última bienaventuranza el hombre puede llegar a ser
miserable.
Pero se ve claramente que esto es falso de dos formas. Una, por la
misma razón común de bienaventuranza. Pues por ser la
bienaventuranza el bien perfecto y suficiente (a.2 arg.3),
es necesario que aquiete el deseo del hombre y excluya todo mal. Pero
el hombre desea naturalmente retener el bien que tiene y conseguir la
seguridad de retenerlo, de lo contrario, es necesario que se atormente
con el temor de perderlo o con el dolor por la certeza de la pérdida.
Se requiere, por tanto, para la verdadera bienaventuranza, que el
hombre tenga la certeza de que el bien que tiene, nunca lo va a
perder. Y si esta certeza es verdadera, nunca se perderá la
bienaventuranza. Pero si es falsa, ya es un mal el hecho mismo de
tener una opinión falsa, pues lo falso es un mal del entendimiento,
del mismo modo que lo verdadero es un bien suyo, como se dice en VI Ethic. Así, pues, ya no será verdaderamente
bienaventurado si hay algo malo en él.
La segunda concluye lo mismo, si se considera la razón de la
bienaventuranza en especial. Pues se demostró antes (q.3 a.8) que la
bienaventuranza perfecta del hombre consiste en la visión de la
esencia divina. Pero es imposible que quien ve la esencia divina
quiera no verla. Porque uno desea privarse de un bien que ya tiene
cuando es insuficiente y busca en su lugar otro más completo, o
cuando está asociado con alguna incomodidad que
provoca hastío. Ahora bien, la visión de la esencia divina llena al
alma con todos los bienes, pues la une a la fuente de toda bondad; por
eso se dice en Sal 16,15: Me saciaré cuando aparezca tu gloria;
y en Sab 7,11: Me vinieron todos los bienes juntamente con
ella, es decir, con la contemplación de la sabiduría. De igual
modo, tampoco tiene asociada ninguna incomodidad, porque de la
contemplación de la sabiduría se dice, en Sab 8,16: No es amarga su
conversación, ni tediosa su convivencia. Así, por tanto, queda
claro que el bienaventurado no puede dejar la bienaventuranza por
propia voluntad. De igual modo, tampoco puede perderla porque se la
quite Dios. Porque, al ser su sustracción una pena, Dios, que es juez
justo, no puede producirla si no hay alguna culpa; y no puede incurrir
en culpa quien ve la esencia de Dios, pues acompaña necesariamente a
esta visión la rectitud de la voluntad, como ya se demostró (q.4 a.4).
Tampoco ningún otro agente puede apartar de ella, porque la mente
unida a Dios se eleva sobre todas las demás cosas, y así ningún otro
agente puede excluirla de esta unión. En consecuencia, parece
inaceptable que a lo largo de ciertas alteraciones de los tiempos el
hombre pase de la bienaventuranza a la miseria, y al contrario; porque
estas alteraciones temporales sólo pueden afectar a las cosas que
están sometidas al tiempo y al movimiento.
A las objeciones:
1. La bienaventuranza es la
perfección consumada, que excluye todo defecto del bienaventurado. Y,
por eso, llega a quien la tiene sin mutabilidad, mediante el poder
divino, que eleva al hombre hasta la participación de la eternidad,
que supera toda mutación.
2. La voluntad se relaciona con
cosas opuestas en lo que se ordena a un fin, pero se ordena por
necesidad natural al fin último. Y esto es claro por el hecho de que
el hombre no puede no querer ser bienaventurado.
3. La bienaventuranza tiene
principio por la condición de quien participa, pero carece de fin por
la condición del bien cuya participación hace bienaventurado. Por eso
se debe a una cosa el comienzo de la bienaventuranza, y a otra el que
carezca de fin.
Artículo 5:
¿Puede el hombre adquirir la bienaventuranza por sus medios
naturales?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre puede conseguir la
bienaventuranza por sus medios naturales.
1. La naturaleza no falla en las cosas necesarias. Pero nada hay más
necesario para el hombre que aquello por lo que se consigue el fin
último. Luego no falta esto a la naturaleza humana. Por consiguiente,
el hombre puede conseguir la bienaventuranza por sus medios
naturales.
2. Además, el hombre, por ser más noble que las criaturas
irracionales, parece que es más suficiente. Pero las criaturas
irracionales pueden conseguir sus fines mediante sus medios naturales.
Luego mucho más el hombre puede conseguir la bienaventuranza por sus
medios naturales.
3. Además, la bienaventuranza es la operación perfecta, según
el Filósofo. Pero corresponde al mismo comenzarla y
llevarla a cabo. Por consiguiente, como la operación imperfecta, que
es como el principio en las operaciones del hombre, está sometida al
poder natural del hombre, por el cual es dueño de sus actos, parece
que podrá alcanzar la operación perfecta, que es la bienaventuranza,
mediante el poder natural.
Contra esto: el hombre es naturalmente el principio de sus actos
mediante el entendimiento y la voluntad. Pero la bienaventuranza
última, que está preparada para los santos, supera el entendimiento y
la voluntad del hombre; pues dice el Apóstol, en 1 Cor 2,9: Ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni ha llegado hasta el corazón del hombre
lo que Dios tiene preparado para quienes le aman. Por
consiguiente, el hombre no puede conseguir la bienaventuranza por sus
medios naturales.
Respondo: La bienaventuranza imperfecta, que
puede tenerse en esta vida, puede adquirirla el hombre por sus medios
naturales, del mismo modo que también puede adquirir la virtud, en
cuya operación consiste; pero de esto se tratará después (
q.63). Sin
embargo, la bienaventuranza perfecta del hombre consiste en la visión
de la esencia divina, como ya se dijo (
q.3 a.8). Ahora bien, ver a
Dios por esencia es superior no sólo a la naturaleza del hombre, sino
también a la de toda criatura, como se demostró en la primera parte
(
q.12 a.4); pues el conocimiento de cualquier criatura es según el
modo de su sustancia, como se dice a propósito de la inteligencia en
el libro
De causis, que conoce lo que está sobre
ella y lo que le es inferior, según el modo de su sustancia. Pero
todo conocimiento según el modo de una sustancia creada es
insuficiente en la visión de la esencia divina, que supera
infinitamente toda sustancia creada. Por consiguiente, ni el hombre,
ni ninguna otra criatura, puede conseguir la bienaventuranza última
por sus medios naturales.
A las objeciones:
1. Lo mismo que la naturaleza no
falla al hombre en lo necesario, no le dio armas ni vestido como a los
otros animales, porque le dio razón y manos para conseguir estas
cosas; así tampoco le falla al hombre en lo necesario, aunque no le
diera un principio con el que pudiera conseguir la bienaventuranza,
pues esto era imposible. No obstante, le dio libre albedrío, con el
que puede convertirse a Dios, para que le haga bienaventurado. Pues
lo que podemos mediante los amigos, de algún modo lo podemos por
nosotros mismos, como se dice en el III Ethic.
2. La naturaleza que puede
conseguir el bien perfecto es de condición más noble, aunque necesite
el auxilio exterior para conseguirlo, que la naturaleza que no puede
conseguir el bien perfecto, sino que consigue un bien imperfecto,
aunque para su consecución no necesite auxilio exterior, como dice el
Filósofo en el II De caelo. Del mismo modo que
está mejor dispuesto para la salud quien puede adquirir la salud
perfecta, aunque sea con la ayuda de la medicina, que quien sólo puede
adquirir una salud imperfecta sin ayuda de la medicina. Y por eso, la
criatura racional, que puede conseguir el bien perfecto de la
bienaventuranza, aunque necesite para ello la ayuda divina, es más
perfecta que la criatura irracional, que no es capaz de conseguir un
bien así, sino que sólo consigue un bien imperfecto con los recursos
de su naturaleza.
3. Cuando lo perfecto y lo
imperfecto son de la misma especie, pueden estar causados por la misma
virtud. Pero esto no es necesario si son de distinta especie, pues
todo lo que puede causar la disposición de la materia no puede
conferir la última perfección. Ahora bien, una operación imperfecta,
que está bajo el poder natural del hombre, no es de la misma especie
que la operación perfecta que es la bienaventuranza del hombre, pues
la especie de la operación depende del objeto. Por consiguiente, el
argumento no procede.
Artículo 6:
¿Consigue el hombre la bienaventuranza por la acción de una criatura
superior?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre puede llegar a ser
bienaventurado por la acción de una criatura superior, es decir, de
los ángeles.
1. Puesto que se encuentra en las cosas un orden doble: uno de las
partes del universo entre sí, y otro de todo el universo al bien que
está fuera de él; el primer orden se ordena al segundo como a fin,
según se dice en XII
Metaphys.; por ejemplo, el
orden de las partes de un ejército entre sí es por el orden de todo el
ejército al jefe. Pero el orden de las partes del universo entre sí se
aprecia porque las criaturas superiores actúan sobre las inferiores,
como se dijo en la primera parte (
q.19 a.5 ad 2;
q.48 a.1 ad 5;
q.109 a.2). Ahora bien, la bienaventuranza consiste en el
orden del hombre al bien que está fuera del universo, que es Dios.
Luego el hombre llega a ser bienaventurado mediante la acción de la
criatura superior, es decir, del ángel, en él.
2. Además, lo que es algo en potencia, puede ser llevado a acto por
lo que es eso mismo en acto; por ejemplo, lo que es cálido en potencia
pasa a ser cálido en acto mediante lo que es cálido en acto. Pero el
hombre es bienaventurado en potencia. Luego puede llegar a ser
bienaventurado en acto mediante el ángel, que es bienaventurado en
acto.
3. Además, la bienaventuranza consiste en una operación del
entendimiento, como antes se dijo (
q.3 a.4). Pero el ángel puede
iluminar el entendimiento del hombre, como se estudió en la primera
parte (
q.111 a.1). Luego el ángel puede hacer al hombre
bienaventurado.
Contra esto: está lo que se dice en Sal 83,12: El Señor dará la
gracia y la gloria.
Respondo: Como toda criatura está sometida a
las leyes de la naturaleza, puesto que tiene una virtud y una acción
limitadas, la virtud de una criatura no puede llevar a cabo lo que
excede la naturaleza creada. Por eso, si es necesario hacer algo que
supera la naturaleza, eso lo hace inmediatamente Dios, como resucitar
un muerto, dar la vista a un ciego, y cosas así. Ahora bien, se ha
demostrado (
a.5) que la bienaventuranza es un bien que supera la
naturaleza creada. Por consiguiente, no es posible que se proporcione
por la acción de criatura alguna, sino que Dios sólo es el agente que
hace al hombre bienaventurado, si hablamos de la bienaventuranza
perfecta. Pero si hablamos de la bienaventuranza imperfecta, sí hay
proporción entre ésta y la virtud, en cuyo acto consiste.
A las objeciones:
1. Normalmente sucede, en las
potencias activas ordenadas, que pertenece a la potencia suprema el
conducir al fin último, mientras que las potencias inferiores ayudan a
la consecución de este fin disponiendo; por ejemplo, el uso de una
nave, que es para lo que se la construye, pertenece al arte de la
navegación, que preside el arte de la construcción naval. Lo mismo,
pues, ocurre también en el orden del universo: los ángeles ayudan,
ciertamente, al hombre a conseguir el fin último mediante algunas
cosas preparatorias que lo disponen a su consecución; pero el hombre
consigue el último fin mediante el primer agente mismo, que es
Dios.
2. Cuando una forma existe en acto
en alguna cosa según el ser perfecto y natural, puede ser principio de
acción para otra cosa; por ejemplo, lo cálido calienta mediante el
calor. Pero si la forma existe en algo imperfectamente, y no según el
ser natural, no puede ser principio de su comunicación a otro; así, la
visión de un color que está en la pupila no puede dar color a otra
cosa; tampoco todo lo que está iluminado y caliente puede iluminar y
calentar otras cosas, pues así las acciones de iluminar y calentar
serían hasta el infinito. Ahora bien, la luz de gloria, con la que se
ve a Dios, está en El, ciertamente, de un modo perfecto según el ser
natural, pero en las criaturas está imperfectamente y según un ser
figurado o participado. Por consiguiente, ninguna criatura
bienaventurada puede comunicar su bienaventuranza a
otra.
3. El ángel bienaventurado ilumina
el entendimiento del hombre, o incluso el ángel inferior, en lo
referente a algunas razones de las obras divinas, pero no en cuanto a
la visión de la esencia divina, como se dijo en la primera parte
(
q.106 a.1). Pues Dios ilumina inmediatamente a todos, para que vean
su esencia.
Artículo 7:
¿Se requiere alguna obra buena para que el hombre consiga de Dios la
bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que no se requiere ninguna obra del
hombre para que éste consiga de Dios la bienaventuranza.
1. Por ser Dios un agente de virtud infinita en su obrar, no necesita
previamente materia ni disposición de la materia, sino que puede
producir todo al instante. Pero las obras del hombre sólo pueden
requerirse para su bienaventuranza como disposiciones, pues no se
requieren para ella como causa eficiente, según se
ha dicho (
a.6). Luego Dios, que no requiere disposiciones previas en
su obrar, confiere la bienaventuranza sin que precedan
obras.
2. Además, Dios es el autor inmediato de la bienaventuranza, del
mismo modo que lo es de la naturaleza. Pero en la primera disposición
de la naturaleza produjo las criaturas sin que precediera ninguna
disposición o acción de las criaturas, pues al instante hizo todo
perfecto en su especie. Luego parece que conferirá la bienaventuranza
al hombre sin que preceda obra alguna.
3. Además, dice el Apóstol, en Rom 4,6 que la bienaventuranza del
hombre es para quien Dios confiere la justicia sin obras. Por
tanto, no se requiere obra alguna del hombre para conseguir la
bienaventuranza.
Contra esto: está lo que se dice en Jn 13,17: Si sabéis esto, seréis
bienaventurados si lo practicáis. Luego por la acción se llega a
la bienaventuranza.
Respondo: Como se observó más arriba (
q.4 a.4),
se requiere para la bienaventuranza la rectitud de la voluntad, pues
no es otra cosa que el orden debido de la voluntad al último fin; y se
exige esta rectitud para la consecución del último fin como se exige
la disposición debida de la materia para la consecución de la forma.
Pero con esto no se demuestra que alguna operación del hombre deba
preceder a su bienaventuranza, pues Dios podría hacer a la vez que la
voluntad tendiera rectamente al fin y que lo consiguiera; del mismo
modo que a veces dispone la materia e induce la forma a la vez. Pero
el orden de la sabiduría divina exige que no se haga esto, pues, como
se dice en el II
De caelo,
de los seres que
están destinados a tener el bien perfecto, alguno lo tiene sin
movimiento, otros con un solo movimiento, otros con muchos. Ahora
bien, tener el bien perfecto sin movimiento, es propio de quien lo
tiene naturalmente. Pero tener la bienaventuranza naturalmente es
propio de Dios solo. Por eso, es propio de Dios solo que no sea movido
a la bienaventuranza mediante operación precedente alguna. Pero, como
la bienaventuranza excede toda naturaleza creada, ninguna simple
criatura consigue la bienaventuranza convenientemente sin el
movimiento de la operación, mediante la cual tiende a ella. Con todo,
el ángel, que es superior al hombre en el orden de la naturaleza, la
ha conseguido, por disposición de la sabiduría divina, con un solo
movimiento de operación meritoria, como se expuso en la primera parte
(
q.62 a.5). Los hombres, en cambio, la consiguen con muchos
movimientos de operaciones, que se llaman méritos. Por eso también,
según el Filósofo, la bienaventuranza es premio de las
operaciones virtuosas.
A las objeciones:
1. No se exige alguna operación
previa del hombre para conseguir la bienaventuranza por insuficiencia
de la virtud divina beatificante, sino para guardar el orden en las
cosas.
2. Dios produjo al instante las
primeras criaturas perfectas sin que precediera ninguna disposición u
operación de las criaturas, porque Dios estableció los individuos de
las especies de modo que por ellos se propagara la naturaleza a los
descendientes. De igual modo, porque a través de Cristo, que es Dios y
hombre, habría que derivar la bienaventuranza a los hombres, según
aquello del Apóstol en Heb 2,10: Quien había llevado muchos hijos a
la gloria; al instante, desde el principio de su concepción, sin
ninguna operación meritoria precedente, su alma fue bienaventurada.
Pero esto es peculiar en él, y así el mérito de Cristo ayuda a los
niños bautizados a conseguir la bienaventuranza, aunque les falten
méritos propios, porque por el bautismo han sido hechos miembros de
Cristo.
3. El Apóstol está hablando de la
bienaventuranza de la esperanza, que se tiene por gracia justificante
y que no se da porque precedan obras. Pues no tiene razón de término
de movimiento, como la bienaventuranza, sino que más bien es el
principio del movimiento con el que se tiende a la
bienaventuranza.
Artículo 8:
¿Todos los hombres desean la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que no todos desean la
bienaventuranza.
1. Nadie puede desear lo que desconoce, porque el objeto del apetito
es el bien conocido, como se dice en el III De anima. Pero muchos no saben qué es la bienaventuranza; y
esto, como dice Agustín en el XIII De Trin., es
claro, porque algunos pusieron la bienaventuranza en el placer del
cuerpo, otros en la virtud del alma, otros en otras cosas. Luego
no todos desean la bienaventuranza.
2. Además, la esencia de la bienaventuranza es la visión de la
esencia divina, como se dijo (
q.8 a.8). Pero algunos
opinan que es imposible esto, que el hombre vea a Dios por esencia;
por eso no lo desean. Luego no todos los hombres desean la
bienaventuranza.
3. Además, dice Agustín, en el XIII De Trin.,
que bienaventurado es quien tiene todo lo que desea, y nada desea
mal. Pero no todos quieren esto, pues algunos quieren mal algunas
cosas y, sin embargo, quieren quererlas. Luego no todos quieren la
bienaventuranza.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el XIII De Trin.: Si uno
dijera: «todos queréis ser bienaventurados y no queréis ser
desventurados», diría algo que todos reconocen en su
voluntad. Luego todos desean ser
bienaventurados.
Respondo: Se puede considerar la
bienaventuranza de dos modos. Uno, según la razón común de
bienaventuranza. Y así es necesario que todo hombre quiera la
bienaventuranza. La razón común de la bienaventuranza es ser el bien
perfecto, como se dijo (
a.3.4). Ahora bien, como el objeto de la
voluntad es el bien, el bien perfecto de alguien es lo que sacia
totalmente su voluntad. Por eso, desear la bienaventuranza no es otra
cosa que desear que se sacie la voluntad. Y esto lo desea
cualquiera.
Podemos hablar de la bienaventuranza de otro modo, según su razón
especial, en cuanto a aquello en lo que consiste la bienaventuranza. Y
así no todos conocen la bienaventuranza, porque no saben a qué cosa
corresponde la razón común de bienaventuranza. Y, por consiguiente, en
cuanto a esto, no todos la desean.
A las objeciones:
1. Queda respondida con lo dicho.
2. Como la voluntad es consecuencia de la aprehensión del
entendimiento o de la razón, del mismo modo que sucede que algo es
igual en la realidad y, sin embargo, es distinto según la
consideración de la razón, así también sucede que algo es igual en la
realidad, pero se desea de un modo sí y de otro no. La
bienaventuranza, por tanto, puede ser considerada bajo la razón de
bien final y perfecto, que es la razón común de bienaventuranza y,
así, naturalmente y por necesidad, la voluntad tiende a ello, como se
dijo (a.8 y a.4 ad 2). También puede ser considerada según otras
consideraciones especiales: por parte de la misma operación, por parte
de la potencia operativa o por parte del objeto; y así la voluntad no
tiende a la bienaventuranza por necesidad.
3. Esa definición de
bienaventuranza que algunos dieron: Bienaventurado
es quien tiene todo lo que desea, o a quien sucede todo lo
anhelado, es buena y suficiente si se entiende de un modo, pero de
otro modo es imperfecta. Si se entiende con total referencia a todo lo
que desea el hombre con su apetito natural, entonces es verdad que
quien tiene todo lo que desea es bienaventurado, pues únicamente sacia
el apetito natural del hombre el bien perfecto, que es la
bienaventuranza. Pero si se entiende referida a aquellas cosas que
desea el hombre, según la aprehensión de la razón,
entonces tener algunas cosas que desea el hombre no pertenece a la
bienaventuranza, sino más bien a la desventura, porque el tenerlas
impide al hombre alcanzar lo que desea naturalmente; del mismo
modo que el hombre a veces acepta como verdaderas algunas cosas que le
impiden conocer la verdad. Teniendo esto en cuenta,
Agustín añadió, para la perfección de la
bienaventuranza, que no desee nada mal. Aunque lo primero,
que es bienaventurado quien tiene todo lo que desea, podía ser
suficiente si se entiende correctamente.