Artículo 1:
¿Consiste la bienaventuranza del hombre en las riquezas?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en las riquezas.
1. La bienaventuranza, por ser el fin último del hombre, está en lo
que domina totalmente su afecto. Y así son las riquezas, pues dice
Ecle 10,19: Todo obedece al dinero. Por tanto,
la bienaventuranza del hombre consiste en las riquezas.
2. Además, la bienaventuranza es un estado perfecto con la unión
de todos los bienes, como dice Boecio en III De
consol. Pero parece que todo se posee con el dinero,
porque, como dice el Filósofo en el V Ethic., el
dinero se inventó para ser como la fianza de cuanto desee el hombre.
Luego la bienaventuranza consiste en las riquezas.
3. Además, el deseo del bien sumo parece que es infinito, pues nunca
se extingue. Pero esto ocurre sobre todo con la riqueza, porque el
avaro nunca se llenará de dinero, como dice Ecle 5,9. Luego la
bienaventuranza consiste en las riquezas.
Contra esto: el bien del hombre consiste más en conservar la
bienaventuranza que en gastarla. Pero, como dice Boecio en II De
consol.: Lo que da más brillo al dinero no es el
atesorarlo, sino el gastarlo; por eso, la avaricia inspira aversión,
mientras que la generosidad merece el aplauso de la gloria. Luego
la bienaventuranza no consiste en las riquezas.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
del hombre consista en las riquezas. Hay dos clases de riquezas, como
señala el Filósofo en I
Polit., las naturales y
las artificiales. Las riquezas naturales sirven para subsanar las
debilidades de la naturaleza; así el alimento, la bebida, el vestido,
los vehículos, el alojamiento, etc. Por su parte, las riquezas
artificiales, como el dinero, por sí mismas, no satisfacen a la
naturaleza, sino que las inventó el hombre para facilitar el
intercambio, para que sean de algún modo la medida de las cosas
vendibles.
Es claro que la bienaventuranza del hombre no puede estar en las
riquezas naturales, pues se las busca en orden a otra cosa; para
sustentar la naturaleza del hombre y, por eso, no pueden ser el fin
último del hombre, sino que se ordenan a él como a su fin. Por eso, en
el orden de la naturaleza, todas las cosas están subordinadas al
hombre y han sido hechas para el hombre, como dice el salmo 8,8: Todo lo sometiste bajo sus pies.
Las riquezas artificiales, a su vez, sólo se buscan en función de las
naturales. No se apetecerían si con ellas no se compraran cosas
necesarias para disfrutar de la vida. Por eso tienen mucha menos razón
de último fin. Es imposible, por tanto, que la bienaventuranza, que es
el fin último del hombre esté en las riquezas.
A las objeciones:
1. Todas las cosas corporales
obedecen al dinero, por lo que se refiere a la multitud de los necios,
que sólo reconocen bienes corporales, que pueden adquirirse con
dinero. Pero no son los necios, sino los sabios, quienes deben
facilitarnos el criterio acerca de los bienes humanos, del mismo modo
que el criterio acerca de los sabores debemos tomarlo de quienes
tienen el gusto bien dispuesto.
2. El dinero puede adquirir todas
las cosas vendibles, pero no las espirituales, que no pueden venderse.
Por eso dice Prov 17,16: ¿De qué sirve al necio tener riquezas, si
no puede comprar la sabiduría?
3. El deseo de riquezas naturales
no es infinito, porque las necesidades de la naturaleza tienen un
límite. Pero sí es infinito el deseo de riquezas artificiales, porque
es esclavo de una concupiscencia desordenada, que nunca se sacia, como
nota el Filósofo en I Polit. Sin embargo, el
deseo de riquezas y el deseo del bien supremo son distintos, porque
cuanto más perfectamente se posee el bien sumo, tanto más se le ama y
se desprecian las demás cosas. Por eso dice Eclo 24,29: Los que me
comen quedan aún con hambre de mí. Pero con el deseo de riquezas o
de cualquier otro bien temporal ocurre lo contrario: cuando ya se
tienen, se desprecian y se desean otras cosas, como manifiesta Jn
4,13, cuando el Señor dice: Quien bebe de esta agua,
refiriéndose a los bienes temporales, volverá a tener sed. Y
precisamente porque su insuficiencia se advierte mejor cuando se
poseen. Por lo tanto, esto mismo muestra su imperfección y que el bien
sumo no consiste en ellos.
Artículo 2:
¿La bienaventuranza del hombre consiste en los honores?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en los honores.
1. La bienaventuranza o felicidad es el premio de la virtud,
como dice el Filósofo en I Ethic. Pero parece que
el premio más adecuado a la virtud es el honor, como dice el Filósofo
en IV Ethic. Luego la bienaventuranza consiste
propiamente en el honor.
2. Además, parece evidente que la bienaventuranza, que es el bien
perfecto, se identifica con lo propio de Dios y de los seres más
excelentes. Pero así es el honor, como dice el Filósofo en IV
Ethic. También, en 1 Tim 1,17, dice el
Apóstol: A Dios solo el honor y la gloria. Luego la
bienaventuranza consiste en el honor.
3. Además, lo que más desean los hombres es la bienaventuranza. Pero
no parece haber nada más deseable para ellos que el honor, porque,
para evitar el menor detrimento de su honor, los hombres soportan la
pérdida de todas las demás cosas. Luego la bienaventuranza consiste en
el honor.
Contra esto: la bienaventuranza está en el bienaventurado. Pero el
honor no está en quien es honrado, sino más bien en quien
honra, en quien le rinde homenaje, como advierte el Filósofo en
I Ethic. Luego la bienaventuranza no consiste en
el honor.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
consista en el honor, pues se le tributa a alguien por motivo de la
excelencia que éste posee, y así el honor es como signo o testimonio
de la excelencia que hay en el honrado. Pero la excelencia del hombre
se aprecia sobre todo en la bienaventuranza, que es el bien perfecto
del hombre, y en sus partes, es decir, en aquellos bienes por los que
se participa de la bienaventuranza. Por tanto, el honor puede
acompañar a la bienaventuranza, pero ésta no puede consistir
propiamente en el honor.
A las objeciones:
1. Como señala el Filósofo en el
mismo lugar, el honor no es el premio de la virtud por
el que se esfuerzan los virtuosos, sino que los hombres se lo tributan
a modo de premio por no tener nada mejor que dar. Pero el
premio auténtico de la virtud es la misma bienaventuranza, por la que
se esfuerzan los virtuosos. Si se esforzaran por el honor, no habría
virtud, sino ambición.
2. Debemos honor a Dios y a los
seres más excelentes como signo y testimonio de su excelencia previa,
no porque el honor los haga excelentes.
3. Los hombres aprecian mucho el
honor por su deseo natural de bienaventuranza, a la que acompaña el
honor, como se ha dicho (
a.2). Por eso buscan sobre todo que los
honren los sabios, pues con su aprobación se creen excelentes y
felices.
Artículo 3:
¿La bienaventuranza del hombre consiste en la fama o
gloria?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en la gloria.
1. Parece que la bienaventuranza consiste en lo que se da a los
santos por las tribulaciones que padecen en el mundo. Y eso es la
gloria, pues dice el Apóstol, Rom 8,18: Los sufrimientos del
presente tiempo no son comparables con la gloria que se manifestará en
nosotros. Por tanto, la bienaventuranza consiste en la
gloria.
2. Además, el bien es difusivo de sí mismo, como muestra Dionisio en
el capítulo 4 del De div. nom. Pero el bien del
hombre llega al conocimiento de los demás mediante la gloria, porque,
como dice Ambrosio, la gloria es una notoriedad laudatoria. Luego la bienaventuranza del hombre
consiste en la gloria.
3. Además, la bienaventuranza es el más estable de los bienes. Y así
parece ser la fama o gloria, porque por ella los hombres alcanzan de
algún modo la eternidad. Por eso dice Boecio en De
consol.: Vosotros creéis asegurar vuestra
inmortalidad cuando pensáis en vuestra gloria venidera. Por tanto,
la bienaventuranza del hombre consiste en la fama o
gloria.
Contra esto: la bienaventuranza es el verdadero bien del hombre. Pero
la fama o gloria pueden ser falsas, como dice Boecio en el libro
III De consol.: Son muchos los que deben su
renombre a la falsa opinión del vulgo: ¿puede darse algo más
vergonzoso? Pues quien es alabado sin merecimiento forzosamente
sentirá vergüenza de los elogios. Por tanto, la bienaventuranza no
consiste en la fama o gloria.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
del hombre consista en la fama o gloria humana. La gloria se define
como
una notoriedad laudatoria, como dice Ambrosio. Ahora bien, el conocimiento de una cosa es distinto en Dios y en el hombre, pues el conocimiento humano es producido por las cosas conocidas, mientras que el conocimiento divino las produce. Por eso, la perfección del bien humano, que llamamos bienaventuranza, no puede producirla el conocimiento humano, sino que éste procede de la bienaventuranza de alguien y es como causado por ella, sea incoada o perfecta. Por tanto, la bienaventuranza del hombre no puede consistir en la fama o en la gloria. Pero el bien del hombre depende, como de su causa, del conocimiento de Dios. Y, por eso, la bienaventuranza del hombre tiene su causa en la gloria que hay ante Dios, como dice el salmo 90,15-16:
Lo libraré y lo glorificaré, lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación.
Hay que considerar también que el conocimiento humano se equivoca con
frecuencia, sobre todo al juzgar los singulares contingentes, como son
los actos humanos; y, por eso, la gloria humana es frecuentemente
engañosa. En cambio, la gloria de Dios, como Él no puede equivocarse,
es siempre verdadera; por eso se dice en 2 Cor 10,18: Está probado
aquel a quien recomienda el Señor.
A las objeciones:
1. El Apóstol no se refiere a la
gloria que procede de los hombres, sino a la que otorga Dios ante sus
ángeles. De ahí que se diga en Mc 8,38: El Hijo del
hombre lo reconocerá en la gloria de Dios, ante sus
ángeles.
2. El reconocimiento
multitudinario de la bondad de un hombre ilustre, si es verdadero,
debe derivar de la bondad existente en ese hombre y, entonces,
presupone su bienaventuranza, perfecta o sólo iniciada. Pero si este
reconocimiento es falso, no concuerda con la realidad y, por tanto, la
bondad no se encuentra en quien la fama ha hecho célebre. En
consecuencia, queda claro que la fama nunca puede hacer a un hombre
bienaventurado.
3. La fama no tiene estabilidad,
es más, la destruye fácilmente un rumor falso. Si alguna vez permanece
estable es por accidente. Pero la bienaventuranza tiene estabilidad
por sí misma y siempre.
Artículo 4:
¿Consiste la bienaventuranza del hombre en el poder?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza consiste en el
poder.
1. Todas las cosas tienden a asemejarse a Dios, como fin último y
primer principio. Pero los hombres constituidos en poder se parecen
más a Dios por la semejanza del poder; por eso en la Escritura se les
llama incluso dioses, como puede verse en Ex 22,28: No
hablarás mal de los dioses. Luego la bienaventuranza consiste en
el poder.
2. Además, la bienaventuranza es un bien perfecto. Pero lo más
perfecto es que el hombre pueda gobernar también a los demás, y esto
es propio de los que están investidos de poder. Luego la
bienaventuranza consiste en el poder.
3. Además, la bienaventuranza, por ser lo más deseable, se opone a lo
que es más repulsivo. Pero los hombres huyen sobre todo
de la esclavitud, que es lo opuesto al poder. Luego la bienaventuranza
consiste en el poder.
Contra esto: la bienaventuranza es un bien perfecto. Pero el poder es
muy imperfecto, porque, como dice Boecio en III De
consol.: El poder humano no es capaz de impedir
el peso de las preocupaciones, ni de esquivar el aguijón de la
inquietud. Y añade: ¿Llamarás poderoso a quien se rodea de una
escolta y teme más que es temido? Por tanto, la bienaventuranza no
consiste en el poder.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
consista en el poder, por dos razones. La primera, porque el poder
tiene razón de principio, como se ve en V
Metaphys., mientras que la bienaventuranza la tiene de fin último. La segunda, porque el poder vale indistintamente para el bien y para el mal; en cambio, la bienaventuranza es el bien propio y perfecto del hombre. En consecuencia, puede haber algo de bienaventuranza en el ejercicio del poder, más propiamente que en el poder mismo, si se desempeña virtuosamente.
Pueden aducirse, con todo, cuatro razones generales para probar que
la bienaventuranza no puede consistir en ninguno de los bienes
externos de los que venimos hablando. La primera es que, por ser la
bienaventuranza el bien sumo del hombre, no es compatible con algún
mal; y todos esos bienes los encontramos tanto en los buenos como en
los malos. La segunda es que, por ser propio de la bienaventuranza
el ser suficiente por sí misma, como se dice en I Ethic.
19, es de rigor que, una vez alcanzada, no le falte al hombre ningún
bien necesario. Pero, después de lograr cada uno de esos bienes,
pueden faltarle al hombre otros muchos necesarios, como la sabiduría,
la salud del cuerpo, etc. La tercera es que la bienaventuranza no
puede ocasionar a nadie ningún mal, porque es un bien perfecto; pero
esto no sucede con los bienes citados, pues se dice en Ecle 5,12 que
las riquezas se guardan para el mal de su dueño, y lo mismo
ocurre con los otros tres. La cuarta es que el hombre se ordena a la
bienaventuranza por principios internos, pues se ordena a ella por
naturaleza; pero esos cuatro proceden de causas externas y, con
frecuencia, de la fortuna, de ahí que se les llame también bienes de
fortuna. Por tanto, de ningún modo puede consistir la bienaventuranza
en ellos.
A las objeciones:
1. El poder divino se identifica
con su bondad y, por eso, no puede ejercerse mal. Pero esto no ocurre
en los hombres. De ahí que no baste para la bienaventuranza del hombre
el asemejarse a Dios en el poder si no se asemeja también en la
bondad.
2. Del mismo modo que lo mejor es
que alguien desempeñe bien el poder en el gobierno de muchos, lo peor
es que lo desempeñe mal. Es que el poder vale lo mismo para el bien
que para el mal.
3. La esclavitud es un impedimento
para el buen uso del poder y, por eso, los hombres sienten una
aversión natural hacia ella; no porque en el poder humano esté el bien
supremo.
Artículo 5:
¿Consiste la bienaventuranza del hombre en algún bien del
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en los bienes del cuerpo.
1. Dice Eclo 30,16: No hay tesoro mayor que la salud del
cuerpo. Pero la bienaventuranza consiste en lo mejor. Luego
consiste en la salud del cuerpo.
2. Además, dice Dionisio, en el capítulo 5 del De div.
nom., que es mejor ser que vivir, y vivir mejor
que las otras cosas que siguen. Pero para ser y vivir el hombre
necesita la salud del cuerpo. Luego por ser la bienaventuranza el
mayor bien del hombre, parece que la salud del cuerpo es una parte muy
importante de ella.
3. Además, cuanto más común es una cosa, tanto más
elevado es el principio del que depende, porque cuanto más alta es una
causa, a más cosas alcanza su virtualidad. Pero del mismo modo que la
causalidad de la causa eficiente se mide por su influencia, la
causalidad del fin se aprecia por la tendencia hacia él. Por tanto, lo
mismo que la primera causa eficiente es la que influye en todas las
cosas, el último fin es lo que todos desean. Pero lo que todos desean
es ser. Luego la bienaventuranza consiste en lo perteneciente al ser
mismo del hombre, como es la salud del cuerpo.
Contra esto: el hombre aventaja a todos los demás animales en la
bienaventuranza. Pero muchos animales le superan en los bienes del
cuerpo, como el elefante en longevidad, el león en fuerza, el ciervo
en velocidad. Luego la bienaventuranza del hombre no consiste en los
bienes del cuerpo.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
del hombre consista en los bienes del cuerpo, por dos razones. La
primera, porque es imposible que el último fin de una cosa, que tiene
otra como fin, sea su propia conservación en el ser. Así, el
comandante de una nave no busca como último fin la conservación de la
nave que tiene encomendada, porque el fin de la nave es otra cosa,
navegar. Ahora bien, el hombre ha sido entregado a su voluntad y razón
para que lo gobiernen, lo mismo que se entrega una nave a su
comandante, como dice Eclo 15,14:
Dios hizo al hombre desde el
principio y lo dejó en manos de su criterio. Pero es claro que el
hombre tiene un fin distinto de él mismo, pues el hombre no es el bien
supremo. Por tanto, es imposible que el último fin de la razón y de la
voluntad humana sea la conservación del ser humano.
La segunda, porque no se puede decir que el fin del hombre sea algún
bien del cuerpo, aunque se conceda que el fin de la razón y de la
voluntad humana es la conservación del ser humano. Porque el ser del
hombre consta de alma y de cuerpo y, aunque el ser del cuerpo depende
del alma, el ser del alma no depende del cuerpo, como se ha demostrado
antes (1 q.75 a.2; q.76 a.1 ad 5,6; q.90 a.2 ad 2); además, el cuerpo
existe por el alma, como la materia por la forma y los
instrumentos por el motor, para que con ellos realice sus acciones.
Por tanto, todos los bienes del cuerpo se ordenan a los del alma como
a su fin. En consecuencia, es imposible que la bienaventuranza, que es
el fin último del hombre, consista en los bienes del
cuerpo.
A las objeciones:
1. Los bienes exteriores tienen
como fin al cuerpo, lo mismo que el cuerpo al alma. Y, por eso, igual
que el bien del alma es preferible a los del cuerpo, el bien del
cuerpo es preferible, con toda razón, a los bienes exteriores, que son
los señalados con la palabra tesoro.
2. El ser, considerado en sí
mismo, por incluir toda la perfección del ser, vale más que la vida y
todo lo que le sigue, pues el ser así considerado comprende en sí todo
lo que le sigue. Y en este sentido se expresa Dionisio. Pero, si
consideramos el ser como se participa en las cosas concretas, que no
contienen en sí toda la perfección del ser, sino que tienen un ser
imperfecto, como es el ser de toda criatura; entonces es claro que el
ser dotado de más perfección es más eminente. Por eso, también
Dionisio señala en el mismo lugar que los seres
inteligentes son mejores que los vivientes, y éstos, que los sólo
existentes.
3. Porque el fin se corresponde
con el principio, en este argumento se demuestra que el último fin es
el primer principio del ser, en el que se halla toda la perfección del
ser, y cuya semejanza buscan todos según su capacidad: unos sólo en el
existir, otros en el ser vivo, otros en el ser vivo,
inteligente y bienaventurado. Y esto es propio de pocos.
Artículo 6:
¿La bienaventuranza del hombre consiste en el placer?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en el placer.
1. Por ser la bienaventuranza el fin último, no se la desea por otra
cosa, sino que las demás cosas se desean por ella. Pero esto es lo más
propio de la delectación, pues es ridículo preguntarle a uno por
qué quiere deleitarse, como se dice en X Ethic. Por tanto, la bienaventuranza consiste principalmente en el placer y la delectación.
2. Además, la causa primera influye con más vehemencia que la
segunda, como se dice en el libro De causis. Pero el influjo del fin se mide por su deseo.
Luego parece que lo que más mueve al deseo tiene razón de fin último.
Ahora bien, esto ocurre con el placer, y la prueba está en que la
delectación absorbe de tal modo la voluntad y la razón del hombre, que
le hacen despreciar los otros bienes. Luego parece que el último fin
del hombre, que es la bienaventuranza, consiste sobre todo en el
placer.
3. Además, parece que lo mejor es el deseo del bien, de aquello que
todos desean. Pero todos desean la delectación, tanto los sabios como
los necios, incluso los que carecen de razón. Luego la delectación es
lo mejor.
Contra esto: dice Boecio en III De consol.: Quien quiera recordar sus liviandades, comprenderá el triste resultado
de los placeres. Si pudieran proporcionar la felicidad, nada impediría
que las bestias fueran bienaventuradas.
Respondo: Las delectaciones corporales, por ser las
que conoce más gente, acaparan el nombre de placeres, como se dice
en VII
Ethic., aunque hay delectaciones
mejores. Pero tampoco en éstas consiste propiamente la
bienaventuranza, porque en todas las cosas hay que distinguir lo que
pertenece a su esencia y lo que es su accidente propio; así, en el
hombre, es distinto ser animal racional que ser risible. Según esto,
hay que considerar que toda delectación es un accidente propio que
acompaña a la bienaventuranza o a alguna parte de ella, porque se
siente delectación cuando se tiene un bien que es conveniente, sea
este bien real, esperado o al menos recordado. Pero un bien
conveniente, si es además perfecto, se identifica con la
bienaventuranza del hombre; si, en cambio, es imperfecto, se
identifica con una parte próxima, remota o al menos aparente, de la
bienaventuranza. Por lo tanto, es claro que ni siquiera la delectación
que acompaña al bien perfecto es la esencia misma de la
bienaventuranza, sino algo que la acompaña como accidente.
Con todo, el placer corporal no puede acompañar, ni siquiera así, al
bien perfecto, porque es consecuencia del bien que perciben los
sentidos, que son virtudes del alma que se sirve de un cuerpo; pero el
bien que pertenece al cuerpo y es percibido por los sentidos no puede
ser un bien perfecto del hombre. La razón de esto es que, por superar
el alma racional los límites de la materia corporal, la parte de ella
que permanece desligada de órganos corpóreos tiene cierta infinitud
respecto al cuerpo y a sus partes vinculadas al cuerpo; lo mismo que
los seres inmateriales son de algún modo infinitos respecto a los
seres materiales, porque en éstos la forma queda contraída y limitada
de algún modo por la materia y, por eso, la forma desligada de la
materia es en cierto modo ilimitada. Y así, los sentidos, que son
fuerzas corporales, conocen lo singular, que está
determinado por la materia; mientras que el entendimiento, que es una
fuerza desligada de la materia, conoce lo universal, lo que está
abstraído de la materia y se extiende sobre infinitos singulares. Por
consiguiente, es claro que el bien conveniente al cuerpo, que causa
una delectación corporal al ser percibido por los sentidos, no es el
bien perfecto del hombre, sino un bien mínimo comparado con el del
alma. Por eso se dice en Sab 7,9: Todo el oro, en comparación con
la sabiduría, no es más que arena. Así, pues, el placer corporal
ni se identifica con la bienaventuranza ni es propiamente un accidente
de ella.
A las objeciones:
1. La misma razón tenemos para
apetecer el bien que para apetecer la delectación, pues ésta es el
sosiego del apetito en el bien; igual que se debe a la misma fuerza de
la naturaleza que los cuerpos graves desciendan hacia abajo y se
queden ahí. Por eso, igual que el bien se desea por sí mismo, la
delectación es también deseada por sí misma, si por indica
causa final. Pero si indica causa formal, o mejor, motiva, entonces la
delectación es apetecible por otra cosa: por el bien, que es su objeto
y, en consecuencia su principio y quien le da forma, pues se apetece
la delectación precisamente por ser el descanso en un bien
deseado.
2. El apetito vehemente de la
delectación sensible se debe a que las operaciones de los sentidos son
más perceptibles, porque son el principio de nuestro conocimiento. Por
eso también la mayoría desea las delectaciones sensibles.
3. Todos desean la delectación del
mismo modo que desean el bien; sin embargo, desean la delectación en
razón del bien, y no al contrario, como se acaba de decir (ad 1). Por
tanto, no se sigue que la delectación sea el bien máximo y esencial,
sino que acompaña al bien, y una delectación determinada, al bien que
es el máximo y esencial.
Artículo 7:
¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún bien del
alma?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza consiste en
algún bien del alma.
1. La bienaventuranza es el bien del hombre. Pero este bien se divide
en tres: bienes exteriores, bienes del cuerpo y bienes del alma. Ahora
bien, la bienaventuranza no consiste en los bienes exteriores ni en
los del cuerpo, como se demostró antes (
a.4.5). Luego consiste en los
bienes del alma.
2. Además, amamos más a quien le deseamos un bien que al bien que le
deseamos; así, amamos más al amigo al que deseamos dinero que al
dinero. Pero cada uno desea para sí todo el bien. Luego cada uno se
ama a sí mismo más que a todos los demás bienes. Pero la
bienaventuranza es lo que más se ama, como manifiesta el que amamos y
deseamos todas las demás cosas por ella. Por tanto, la bienaventuranza
consiste en algún bien del hombre mismo. Pero no en los del cuerpo.
Luego en los bienes del alma.
3. Además, la perfección es algo del sujeto que se perfecciona. Pero
la bienaventuranza es una perfección del hombre. Luego la
bienaventuranza es algo del hombre. Pero no es algo del cuerpo, como
se demostró (
a.5). Luego la bienaventuranza es algo del alma. Y así,
consiste en bienes del alma.
Contra esto: como dice Agustín en el libro De doctr.
christ., debe ser amado por sí mismo aquello en
que consiste la vida bienaventurada. Pero no debemos amar al
hombre por sí mismo, sino que cuanto hay en el hombre debemos amarlo
por Dios. En consecuencia, la bienaventuranza no consiste en ningún
bien del alma.
Respondo: Como se dijo más arriba (
q.1 a.8), se
llama fin a dos cosas: a la cosa misma que deseamos alcanzar, y a su
uso, consecución o posesión. Por tanto, si hablamos del fin
último del hombre refiriéndonos a la cosa misma que
deseamos como fin último, entonces es imposible que el fin último del
hombre sea su misma alma o algo de ella; porque el alma, considerada
en sí misma, es como existente en potencia, pues de ser sabia en
potencia pasa a ser sabia en acto, y de ser virtuosa en potencia a
serlo en acto. Pero es imposible que lo que en sí mismo es existente
en potencia tenga razón de último fin, porque la potencia existe por
el acto, como por su complemento. Por eso es imposible que el alma sea
el último fin de sí misma.
De igual modo, tampoco puede serlo algo del alma, sea potencia,
hábito o acto, porque el bien que es último fin es un bien perfecto
que sacia el apetito. Pero el apetito humano, que es la voluntad,
tiene como objeto el bien universal, y cualquier bien inherente al
alma es un bien participado y, por consiguiente, particularizado. Por
tanto, es imposible que alguno de ellos sea el fin último del
hombre.
Pero, si hablamos del fin último del hombre en el sentido de la
consecución, posesión o uso de la cosa misma que se apetece como fin,
entonces algo del hombre, por parte del alma, pertenece al último fin,
porque el hombre consigue la bienaventuranza mediante el alma. Por
tanto, la cosa misma que se desea como fin es aquello en lo que
consiste la bienaventuranza y lo que hace al hombre bienaventurado.
Pero se llama bienaventuranza a la consecución de esta cosa. Luego hay
que decir que la bienaventuranza es algo del alma; pero aquello en lo
que consiste la bienaventuranza es algo exterior al
alma.
A las objeciones:
1. Como en esa división se
comprenden todos los bienes que son apetecibles para el hombre, hay
que llamar bien del alma no sólo a la potencia, al hábito o al acto,
sino también al objeto, que es extrínseco. Y, de este modo, nada
impide decir que la bienaventuranza consiste en algo que es un bien
del alma.
2. Ciñéndonos al tema, la
bienaventuranza es lo que más se ama como bien deseado, pero al amigo
se le ama como a quien se le desea un bien; y así también se ama el
hombre a sí mismo. Por tanto, no hay la misma razón de amor en uno y
otro caso. Cuando se trate de la caridad (
2-2 q.26 a.3), será el
momento de considerar si el hombre ama con amor de amistad algo
más que a sí mismo.
3. La bienaventuranza misma, por
ser una perfección del alma, es un bien inherente al alma; pero
aquello en lo que consiste la bienaventuranza, es decir, lo que hace
bienaventurado, es algo exterior al alma, como acabamos de decir
(
a.7).
Artículo 8:
¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún bien
creado?
lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en algún bien creado.
1. Dice Dionisio, en el capítulo 7 del
De div.
nom., que la sabiduría divina
une los fines de
los primeros seres con los principios de los segundos; y de esto
se puede entender que lo sumo de la naturaleza inferior es alcanzar lo
ínfimo de la naturaleza superior. Pero el bien sumo del hombre es la
bienaventuranza. Por tanto, parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en alcanzar de algún modo al ángel, porque el ángel es
superior al hombre en el orden de la naturaleza, como se ha visto en
la primera parte (
q.96 a.1 ad 1;
q.108 a.2 ad 3;
a.8 ad 2;
q.111 a.1).
2. Además, el fin último de cada cosa está en su obra perfecta, por
eso la parte es por el todo, como por su fin. Pero todo el conjunto de
las criaturas, que se llama mundo mayor, se compara con el
hombre, que en el VIII Physic. se le llama mundo menor, como lo perfecto con lo imperfecto. Luego la
bienaventuranza del hombre consiste en todo el conjunto de las
criaturas.
3. Además, lo que calma el deseo natural del hombre es lo que le hace
bienaventurado. Pero el deseo natural del hombre no llega hasta un
bien mayor que el que pueda recibir. Por tanto, parece
que el hombre puede llegar a ser bienaventurado por algún bien creado,
pues no es capaz de un bien que supere los límites de toda la
creación. Y así, la bienaventuranza del hombre consiste en algún bien
creado.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el XIX De civ.
Dei: La vida bienaventurada del hombre es Dios,
como la vida de la carne es el alma; por eso se dice (Sal
143,15): Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza
del hombre esté en algún bien creado. Porque la bienaventuranza es el
bien perfecto que calma totalmente el apetito, de lo contrario no
sería fin último si aún quedara algo apetecible. Pero el objeto de la
voluntad, que es el apetito humano, es el bien universal. Por eso está
claro que sólo el bien universal puede calmar la voluntad del hombre.
Ahora bien, esto no se encuentra en algo creado, sino sólo en Dios,
porque toda criatura tiene una bondad participada. Por tanto, sólo
Dios puede llenar la voluntad del hombre, como se dice
en Sal 102,5: El que colma de bienes tu deseo. Luego la
bienaventuranza del hombre consiste en Dios solo.
A las objeciones:
1. Lo superior del hombre alcanza
ciertamente lo ínfimo de la naturaleza angélica por cierta semejanza,
pero no se detiene allí como en el último fin, sino que se dirige
hasta la misma fuente universal del bien, que es el objeto universal
de la bienaventuranza de todos los bienaventurados, como bien
existente, infinito y perfecto.
2. El fin último de una parte es
algo distinto del mismo todo, si este todo no es último fin, sino que
se ordena a otro fin ulterior. Pero el conjunto de las criaturas, con
quien se relaciona el hombre como la parte con el todo, no es el fin
último, sino que se ordena a Dios como al último fin. Por tanto, el
bien del universo no es el último fin del hombre, sino Dios
mismo.
3. El bien creado no es menor que
el bien del que el hombre es capaz, como cosa intrínseca e inherente;
sin embargo, es menor que el bien del que el hombre es capaz como
objeto, que es infinito. Pero el bien del que participan el ángel y
todo el universo es un bien finito y limitado.