Artículo 1:
¿Es la codicia la raíz de todos los pecados?
lat
Objeciones por las que parece que la codicia no es la raíz de todos
los pecados:
1. La codicia, que es el apetito desordenado de riquezas, se opone a
la virtud de la liberalidad. Pero la liberalidad no es la raíz de
todas las virtudes. Luego la codicia no es la raíz de todos los
pecados.
2. Además, el apetito de aquellas cosas que son para un fin, procede
del apetito del fin. Mas las riquezas, cuyo apetito es la codicia, no
se apetecen sino en cuanto útiles para algún fin, como se dice en el
libro I de los Éticos. Luego la codicia no es la
raíz de todo pecado, sino que procede de alguna raíz
anterior.
3. Se constata frecuentemente que la avaricia, que se llama
(también) codicia, nace de otros pecados, v. gr., cuando uno apetece
el dinero por ambición o para satisfacer la gula. No es, pues, la raíz
de todos los pecados.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en 1 Tim, capítulo último
(6,10): La raíz de todos los males es la codicia.
Respondo: Según algunos, la
codicia puede tomarse en varios sentidos: 1) En cuanto que es apetito
desordenado de las riquezas. Y en este sentido es un pecado especial.
2) En cuanto que significa el apetito desordenado de cualquier bien
temporal. Y así es el género de todo pecado, pues en todo pecado se da
una conversión a los bienes transitorios, según hemos dicho (
q.72 a.2). 3) En un tercer sentido se toma en cuanto significa cierta
tendencia de la naturaleza corrompida a apetecer desordenadamente los
bienes corruptibles. Y así dicen que la codicia es la
raíz de todos los pecados, a semejanza de la raíz del árbol, que
extrae su alimento de la tierra; pues así provienen todos los pecados
del amor de las cosas temporales.
Mas, aunque estas cosas sean verdad, sin embargo, no parecen
corresponder a la intención del Apóstol, quien dijo que la codicia es
la raíz de todos los pecados. Pues, evidentemente, allí habla contra
aquellos que, queriendo hacerse ricos, caen en tentaciones y en el
lazo del diablo, porque la raíz de todos los males es la codicia.
Por donde es evidente que habla de la codicia en
cuanto que es apetito desordenado de las riquezas. Y en este sentido
hay que decir que la codicia, en cuanto que es un pecado especial, se
llama raíz de todos los pecados a semejanza de la raíz del árbol, que
suministra su alimento a todo el árbol. Pues vemos que por las
riquezas el hombre adquiere la facultad de cometer cualquier pecado y
de cumplir el deseo de cualquier pecado: porque el dinero le puede
ayudar a obtener cualquier bien temporal, según dice Ecl 10,19: Todo obedece al dinero. Y en este sentido es claro que la codicia
de las riquezas es la raíz de todos los pecados.
A las objeciones:
1. La virtud y el pecado no nacen
del mismo (principio). Pues el pecado nace del deseo del bien
transitorio; y por eso se dice raíz de todos los pecados el deseo de
aquel bien que ayuda a conseguir todos los bienes temporales. Mas la
virtud nace del deseo del bien eterno; y por eso la caridad, que es el
amor de Dios, se pone como raíz de todas las virtudes, según aquello
de Ef 3,17: Enraizados y fundados en la caridad.
2. El deseo de las riquezas se
dice ser la raíz de los pecados, no porque las riquezas se busquen por
sí mismas como fin último, sino porque son muy buscadas como útiles
para todo fin temporal. Y puesto que un bien universal es más
apetecible que uno particular, de ahí que muevan más el apetito que
algunos bienes singulares, que se pueden tener simultáneamente con
otros muchos por el dinero.
3. Así como en las cosas naturales
no se indaga qué es lo que sucede siempre, sino lo que acontece las
más de las veces, porque la naturaleza de las cosas corruptibles puede
verse impedida de obrar siempre del mismo modo; así también en las
cosas tocantes a la moral se considera lo que acaece las más de las
veces y no lo que ocurre siempre, porque la voluntad no obra por
necesidad. Así, pues, no se dice que la avaricia sea la raíz de todos
los males porque a veces no sea algún otro mal la raíz de ella misma;
sino porque lo más corriente es que de ella nazcan otros males, por la
razón susodicha (en sol. y ad 2).
Artículo 2:
¿Es la soberbia el principio de todo pecado?
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Objeciones por las que parece que la soberbia no es el principio de
todo pecado:
1. La raíz es un principio del árbol; y así parece ser lo mismo la
raíz del pecado y el principio del pecado. Mas la codicia es la raíz
de todos los pecados, como se ha dicho (
a.1). Luego también ella es el
principio de todo pecado y no la soberbia.
2. Además, en Eclo 10,14 se dice: El principio de la soberbia
humana está en apostatar de Dios. Pero el apostatar de Dios es un
pecado. Luego hay un pecado que es principio de la soberbia, y ella no
es el principio de todos.
3. Aquello parece ser el principio de todo pecado que los
produce todos. Mas esto es el amor desordenado de sí mismo, el cual construye la ciudad de Babilonia, como dice Agustín en el libro
XIV De civit. Dei. Luego el amor de sí mismo, y
no la soberbia, es el principio de todo pecado.
Contra esto: está lo que dice Eclo 10,15: El principio de todo pecado
es la soberbia.
Respondo: Algunos dicen que la
soberbia se toma en tres sentidos. Primero, en cuanto que soberbia
significa el deseo desordenado de la propia excelencia. Y así es un
pecado especial. En segundo lugar, en cuanto implica cierto desprecio
actual de Dios respecto al efecto de no someterse a sus preceptos. Y
así dicen que es un pecado genérico. Tercero, en cuanto implica cierta
inclinación a semejante desprecio, debida a la corrupción de la
naturaleza. Y en este sentido dicen que es el principio de todo
pecado. Y difiere de la codicia porque (en) ésta (se) considera el
pecado por parte de la conversión a los bienes
transitorios, de los que el pecado en cierto modo se nutre y se
mantiene, y por esto la codicia se llama
raíz; mas la soberbia
considera el pecado por parte de la aversión de Dios, a cuyos
preceptos el hombre rehusa someterse; y por eso se dice
principio, porque la razón de mal empieza por parte de la
aversión.
Mas aunque, ciertamente, todas estas cosas sean verdaderas, sin
embargo, no son conforme a la intención del Sabio, que dijo: El principio de todo pecado es la soberbia. Pues, evidentemente,
habla de la soberbia en cuanto que es deseo de la propia excelencia,
como es claro por lo que añade (v.17): Dios destruyó los tronos de
los jefes soberbios. Y de esto es de lo que habla casi todo el
capítulo. Por consiguiente, hay que decir que la soberbia, también en
cuanto es un pecado especial, es el principio de todo
pecado.
Hay, pues, que tener en cuenta que en todos los actos voluntarios,
entre los cuales están los pecados, se da un doble orden: el de
intención y el de ejecución. En el primero, el fin tiene razón de
principio, como anteriormente hemos dicho muchas veces (q.1 a.1 ad 1; q.18 a.7 ad 2; q.20 a.1 ad 2; q.25 a.2). Y el fin del hombre en la
adquisición de todos los bienes temporales es lograr por ellos cierta
perfección y excelencia. Por ello, desde este ángulo, se pone como
principio de todos los pecados la soberbia, que es el apetito o deseo
de sobresalir. Mas por parte de la ejecución, lo primero es aquello
que confiere la oportunidad de realizar todos los deseos pecaminosos y
que tiene razón de raíz, a saber: las riquezas. Y por eso, desde este
ángulo, se dice que la avaricia es la raíz de todos los males, como
hemos expuesto (a.1).
A las objeciones:
1. Con esto está clara la respuesta a la primera
objeción.
2. Apostatar de Dios es el
principio de la soberbia por parte de la aversión: por el hecho de no
querer uno someterse a Dios, se sigue querer desordenadamente su
propia excelencia en las cosas temporales. Así que aquí la apostasía
de Dios no se toma como pecado especial, sino más bien como una
condición general de todo pecado, que es la aversión del bien eterno.
O se puede afirmar que apostatar de Dios se dice ser el principio de
la soberbia, porque es la primera especie de soberbia. Pues a la
soberbia pertenece no querer someterse a superior ninguno, y
especialmente no querer sujetarse a Dios; por lo cual ocurre que uno
se eleva indebidamente sobre sí mismo según las otras especies de
soberbia.
3. En esto se ama uno a sí mismo:
queriendo su propia excelencia; pues lo mismo es amarse que querer el
bien para sí. Por consiguiente, el poner como principio de todo pecado
la soberbia o el amor propio se reduce a lo mismo.
Artículo 3:
¿Hay otros pecados especiales que hayan de llamarse capitales, además
de la soberbia y la avaricia?
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Objeciones por las que parece que, además de la soberbia y la
avaricia, no hay otros pecados especiales que se llamen
capitales:
1. En el libro II De anima se dice que la
cabeza parece ser para los animales como la raíz para las plantas,
pues las raíces se parecen a la boca. Si, pues, la codicia se dice la raíz de todos los males, parece que sólo ella deba calificarse
de vicio capital y no algún otro pecado.
2. Además, la cabeza tiene cierto orden a los otros miembros, en
cuanto que desde la cabeza se difunde el sentido y el movimiento. Mas
el pecado denota privación de orden. Luego el pecado no tiene razón de
cabeza. Y por consiguiente, no debe señalarse pecado capital
alguno.
3. Se llaman delitos capitales los que se castigan con la
pena capital. Mas con tal pena se castigan algunos pecados en cada uno
de los géneros. Luego no son vicios capitales algunos pecados
específicamente determinados.
Contra esto: está el hecho de que Gregorio, en el libro XXXI de los Moral., enumera algunos vicios especiales, que dice
ser capitales.
Respondo: Capital viene de
caput, cápitis (cabeza). Y la cabeza, en sentido propio, es cierto
miembro del animal que es el principio y el director del animal
entero. De ahí que todo principio, metafóricamente, se llame cabeza; y
también los hombres que dirigen y gobiernan a otros se dicen cabezas
de los otros. Un vicio, pues, se denomina capital en primer lugar por
la cabeza propiamente dicha: en este sentido se llama pecado capital
el pecado que se castiga con pena capital. Mas ahora no hablamos de
pecados capitales en ese sentido, sino en el otro: en cuanto pecado
capital (derivado de
caput, cápitis) se toma
metafóricamente y significa principio y director de los otros. Y así
se llama vicio capital (aquel) del que nacen otros, principalmente en
calidad de causa final, la cual es el principio formal, según hemos
dicho anteriormente (
q.72 a.6). Y por tanto, el vicio capital no es
sólo principio de otros, sino también director y, en cierto modo, su
remolque: pues siempre el arte o hábito al que pertenece el fin
preside e impera respecto de los medios. De ahí que Gregorio, en el
libro XXXI de los
Moral., compare estos vicios
capitales a los jefes de los ejércitos.
A las objeciones:
1. Capital es una denominación que
se deriva de caput, cápitis (cabeza). Lo cual, a la verdad, es
por una cierta derivación y participación de la (función de la)
cabeza: como poseedor (el vicio capital) de alguna propiedad de la
cabeza, no como cabeza simplemente. Y por eso se llaman vicios
capitales, no sólo aquellos que tienen la razón (o carácter) de origen
primario, como la avaricia, calificada de raíz, y la soberbia,
calificada de principio, sino también aquellos que tienen la
razón (o carácter) de origen próximo respecto de otros muchos
pecados.
2. El pecado carece de orden por
parte de la aversión: por este lado tiene razón de mal; y el mal,
según Agustín, en el libro De natura boni es privación de medida, de belleza y de orden. Mas por parte de la
conversión (a las criaturas) mira a algún bien. Y, por consiguiente,
por este lado puede tener un orden.
3. Dicha objeción se basa en el
pecado capital en cuanto se deriva del reato de la pena. Pero aquí no
lo tomamos en ese sentido.
Artículo 4:
¿Es adecuado hablar de siete vicios (o pecados) capitales?
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Objeciones por las que parece que no haya de deducirse que hay siete
vicios (o pecados) capitales, que son: vanagloria, envidia, ira,
tristeza, avaricia, gula y lujuria:
1. Los pecados se oponen a las virtudes. Mas las virtudes principales
son cuatro, como hemos dicho anteriormente (
q.61 a.2). Luego los
vicios principales o capitales no son más que cuatro.
2. Además, las pasiones del alma son ciertas causas del pecado, según
hemos dicho anteriormente (
q.77). Pero las pasiones principales del
alma son cuatro, de dos de las cuales no se hace mención alguna entre
los susodichos pecados; a saber, de la esperanza y del temor. Mas se
enumeran algunos vicios a los que pertenecen la delectación y la
tristeza; pues la delectación pertenece a la gula y a la lujuria; y la
tristeza, a la pereza y a la envidia. Luego es inadecuada la
enumeración de los pecados principales.
3. La ira no es una pasión principal. No debió, pues,
ponerse entre los vicios principales.
4. Así como la codicia o avaricia es la raíz del pecado,
así también la soberbia es su principio, como hemos dicho más arriba
(
a.2). Mas la avaricia se pone como uno de los siete vicios capitales.
Luego debería enumerarse también la soberbia entre los vicios
capitales.
5. Algunos pecados se cometen que no tienen por causa
ninguno de éstos, v. gr., si uno yerra por ignorancia; o si uno comete
algún pecado con buena intención, como cuando uno roba para dar
limosna. Luego es insuficiente la enumeración de los pecados
capitales.
Contra esto: está en contra la autoridad de Gregorio, que los enumera
así, en el libro XXXI de los Moral.
Respondo: Según hemos indicado (
a.3), se llaman
vicios capitales aquellos de los cuales nacen otros, especialmente en
razón de causa final. Mas este origen puede considerarse de dos modos.
Primero, según la condición del que peca, dispuesto de tal manera que
se siente atraído por un fin, por el cual generalmente pasa a otros
pecados. Pero este modo de originarse no puede caer bajo arte (o
reglas), puesto que las disposiciones particulares de los hombres son
infinitas. El otro modo es según la relación de los mismos fines entre
sí. Y en este sentido, generalmente, un vicio nace de otro. Por donde
este modo de originarse puede ser objeto de arte (o de
reglas).
Según esto, pues, se llaman capitales aquellos vicios cuyos fines
poseen algunas razones primarias para mover el apetito; y según la
diferencia de tales razones se distinguen los vicios capitales. Ahora
bien, una cosa mueve el apetito de dos modos. El primero, directamente
y por sí misma: de este modo mueve el bien al apetito a buscarlo, y el
mal, por la misma razón, a rehuirlo. El segundo, indirectamente y como
por otra cosa, v. gr., si uno busca un mal por razón del bien adjunto
o rehuye un bien por el mal adjunto.
Mas el bien del hombre es triple. En primer lugar hay un bien del
alma que ya por su sola aprehensión es apetecible, a saber, la
excelencia de la alabanza o del honor; y tal bien lo busca
desordenadamente la vanagloria. Otro bien es el del cuerpo; y
éste o pertenece a la conservación del individuo, como la comida y la
bebida, y este bien lo busca desordenadamente la gula; o a la
conservación de la especie, como el coito: y a esto se ordena la
lujuria. El tercer bien es más exterior, a saber, las riquezas: a
éste se ordena la avaricia. Y estos cuatro vicios mismos
rehuyen desordenadamente las cosas contrarias.
O de otra forma. El bien mueve especialmente el apetito, porque
participa algo de la propiedad de la felicidad, la cual todos
naturalmente apetecen. Mas de la razón de ser de ésta es en primer
lugar cierta perfección, pues la felicidad implica el bien perfecto,
al que pertenece la excelencia o la fama, que apetece la
soberbia o vanagloria. En segundo lugar, a su razón (de la
felicidad) pertenece la suficiencia, que apetece la avaricia en
las riquezas que la prometen. En tercer lugar, de su condición es el
placer, sin el cual no puede darse la felicidad, según se dice en el
libro I y en el X de los Éticos: y éste lo apetecen la gula y la lujuria.
Mas el que uno rehuya el bien por causa del mal adjunto acontece de
dos maneras. Porque o esto es por relación al bien propio, y así
(tenemos) la Acedia, que se entristece del bien espiritual por
el trabajo corporal adjunto. O es del bien ajeno: y esto, si no va
acompañado de rebelión, pertenece a la envidia, que se
entristece del bien ajeno, en cuanto impide su propia excelencia; o es
con cierta rebelión, que empuja a la venganza, y tal es la ira.
Y a estos mismos vicios pertenece la atención a los males
opuestos.
A las objeciones:
1. La razón del origen de las
virtudes y de los vicios no es la misma: pues las virtudes tienen su
causa en el orden del apetito a la razón o también al bien inmutable,
que es Dios; mientras los vicios nacen del deseo del bien transitorio.
De ahí que no sea necesario que los vicios principales se opongan a
las virtudes principales.
2. El temor y la esperanza son
pasiones de la irascible. Mas todas las pasiones de la irascible nacen
de las pasiones de la concupiscible, las cuales también se ordenan de
algún modo a la delectación y a la tristeza. Y por eso entre los
pecados capitales se enumeran principalmente la delectación y la
tristeza como pasiones principalísimas, según expusimos más arriba
(
q.25 a.4).
3. Aunque la ira no sea una pasión
principal, se la distingue de los otros vicios capitales, porque, sin
embargo, tiene una razón especial del movimiento apetitivo, en cuanto
uno impugna el bien de otro bajo la razón de honradez, esto es, de
venganza justa.
4. La soberbia se dice ser el
principio de todo pecado según la razón de fin, como hemos dicho
(
a.2). Y bajo esa misma razón se considera la principalidad de los
vicios capitales. Por ello la soberbia, como vicio universal, no se
enumera con los otros, sino que más bien se la pone como una especie
de reina de todos los vicios, según dice Gregorio. La
avaricia se dice raíz según otra razón, como dijimos más arriba (
a.1 y
2).
5. Estos vicios se llaman capitales
porque lo más frecuente es que otros nazcan de ellos. Por
consiguiente, nada impide que a veces algunos pecados provengan de
otras causas. Sin embargo, se puede decir que todos los pecados que
provienen de la ignorancia pueden reducirse a la pereza, a la cual
pertenece la negligencia por la que uno, a causa del trabajo, rehusa
conseguir los bienes espirituales: pues la ignorancia que puede ser
causa de pecado, proviene de la negligencia, según dijimos más arriba
(
q.76 a.2). Mas el que uno cometa un pecado con buena intención parece
reducirse a la ignorancia: en cuanto ignora que no hay que hacer males
para que vengan bienes.