Artículo 1:
¿Es movida la voluntad por la pasión del apetito sensitivo?
lat
Objeciones por las que parece que la voluntad no es movida por la
pasión del apetito sensitivo:
1. Ninguna potencia pasiva es movida más que por su objeto. Mas la
voluntad es juntamente potencia pasiva y activa, en cuanto es motriz y movida, como dice el Filósofo, en el libro III De
anima, hablando en general de la facultad
apetitiva. Luego, no siendo el objeto de la voluntad la pasión del
apetito sensitivo, sino más bien el bien de la razón, parece que la
pasión del apetito sensitivo no mueve a la voluntad.
2. Además, el principio motor superior no es movido por el inferior:
como el alma no es movida por el cuerpo. Mas la voluntad, que es el
apetito racional, se ha al apetito sensitivo como el principio motor
superior al inferior, pues dice el Filósofo, en el libro III De
anima, que el apetito racional mueve al apetito
sensitivo como en los cuerpos celestes una esfera mueve a la otra.
Luego la voluntad no puede ser movida por la pasión del apetito
sensitivo.
3. Ningún ser inmaterial puede ser movido por uno material.
Pero la voluntad es una potencia inmaterial: no se vale de ningún
órgano material, puesto que está en la razón, como se enseña en el
libro III De anima. Y el apetito sensitivo es
una facultad material, cual fundada en un órgano corporal. Luego la
pasión del apetito sensitivo no puede mover al apetito
intelectivo.
Contra esto: está lo que dice Dan 13,56: La concupiscencia trastornó
tu corazón.
Respondo: La pasión del apetito sensitivo no
puede arrastrar o mover a la voluntad directamente, pero puede
(hacerlo) indirectamente. Y esto de dos modos. Uno, por una manera de
abstración. Pues, radicando todas las potencias del alma en la única
esencia de la misma, es necesario que, cuando una potencia se
concentra en su acto, la otra afloje, o también se vea totalmente
impedida en el propio. Ya porque toda la fuerza dispersada en muchas
cosas deviene menor; de donde, por el contrario, cuando se concentra
sobre una, se puede dispersar menos a otras cosas. Ya porque en las
obras anímicas se requiere cierta atención que, si se aplica con
vehemencia a una cosa, no puede atender vehementemente
a la otra. Y de este modo, por cierta distracción, cuando se fortalece
el apetito sensitivo en relación con una pasión, es necesario que
afloje, o sea totalmente impedido, el movimiento propio del apetito
racional, que es la voluntad.
El segundo modo es por parte del objeto de la voluntad, que es el
bien aprehendido por la razón. Como es evidente por los dementes, el
juicio y la aprehensión de la razón, y también el juicio de la
facultad estimativa, son impedidos por la aprehensión vehemente y
desordenada de la imaginación. Pues es claro que la pasión del apetito
sensitivo sigue a la aprehensión de la imaginación; como también el
juicio del gusto sigue a la disposición de la lengua. Por donde vemos
que las personas dominadas por una pasión no apartan fácilmente su
imaginación de aquellas cosas sobre las que están afectadas. De ahí
que, en consecuencia, frecuentemente el juicio de la razón siga a la
pasión del apetito sensitivo y, consiguientemente, el movimiento de la
voluntad, a cuya naturaleza corresponde seguir el juicio de la
razón.
A las objeciones:
1. Aunque la pasión del apetito
sensitivo no sea directamente objeto de la voluntad, dicha pasión del
apetito sensitivo produce cierto cambio acerca del juicio sobre el
objeto de la voluntad, como hemos dicho (en sol.).
2. El superior no es movido
directamente por el inferior; pero puede serlo indirectamente, como
hemos dicho (en sol.).
3. A la tercera, hay que decir algo parecido.
Artículo 2:
¿Puede ser vencida la razón por la pasión contra su propio
conocimiento?
lat
Objeciones por las que parece que la razón no puede ser vencida por
la pasión contra su propio conocimiento:
1. El más fuerte no es vencido por el más débil. Pero el
conocimiento, por su certeza, es lo más fuerte de lo que hay en
nosotros. Luego no puede ser vencido por la pasión, que es débil y
pasa pronto.
2. Además, la voluntad no versa sino sobre el bien real o aparente.
Mas cuando la pasión arrastra a la voluntad a aquello que
verdaderamente es bueno, no inclina a la razón contra su conocimiento.
Y cuando la arrastra a aquello que es un bien aparente y no real, la
arrastra a lo que le parece a la razón: pues lo que le parece a la
razón pertenece a su conocimiento. Luego la pasión nunca inclina a la
razón contra su conocimiento.
3. Si se dice que arrastra a la razón conocedora de algo en
(cuanto) universal para que juzgue lo contrario en particular, en
contra (está) que, si la proposición universal y particular se oponen,
se oponen contradictoriamente: como todo hombre y no todo
hombre. Mas dos opiniones que son de cosas contradictorias son
contrarias, como se dice en el libro II de los Peri
Herm. Si, pues, uno sabiendo una cosa en (cuanto)
universal, pensare lo opuesto en singular, se seguiría que
simultáneamente tendría opiniones contrarias: lo cual es
imposible.
4. Quien conoce lo universal, conoce también lo singular
que ve estar contenido bajo lo universal; así, quien sabe que toda
mula es estéril, sabe que este animal es estéril con tal que sepa que
es una mula, como es evidente por lo que se dice en el libro I de
los Poster. Mas aquel que conoce algo en (cuanto)
universal, v. gr., que no hay que cometer ninguna fornicación, sabe
que este singular —v. gr., que este acto es de fornicación-está
contenido en el universal. Luego parece que lo sabe también en
particular.
5. Y también, según el Filósofo, lo que hay en las
palabras son signos del pensamiento del alma. Pero el hombre
dominado por la pasión, frecuentemente manifiesta que lo que eligió es
malo, también en particular. Luego también tiene conocimiento en
particular. Así, pues, parece que las pasiones no
pueden arrastrar a la razón contra el conocimiento universal, pues no
es posible que tenga un conocimiento universal y juzgue lo contrario
en particular.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol, Rom 7,23: Veo en mis
miembros otra ley que repugna a la ley de mi mente y que me tiene
cautivo en la ley del pecado. Mas la ley que reside en los
miembros es la concupiscencia, de la cual había hablado antes, y
puesto que la concupiscencia es una pasión, parece que la pasión
arrastra a la razón también contra lo que sabe.
Respondo: Fue opinión de Sócrates, según dice
el Filósofo en el libro VII de los
Éticos, que
el conocimiento no puede ser vencido nunca por la pasión. De ahí que
sostuviera que todas las virtudes son ciencia; y todos los pecados,
ignorancia. En lo cual, a la verdad, en cierto modo,
tenía razón. Puesto que, siendo el objeto de la voluntad el bien real
o aparente, nunca se movería la voluntad al mal, si aquello que no es
bueno no se le presentase a la razón como bueno de alguna manera; y
por esto, la voluntad nunca tendería al mal a no ser por alguna
ignorancia o error de la razón. De ahí que se diga en los Prov
14,22:
Yerran los que obran el mal. Mas, como es evidente por
la experiencia que muchos obran contra aquellas cosas de las que
tienen conocimiento —lo cual se confirma también por la autoridad
divina, según aquello de Lc 12,47:
El siervo que conoció la
voluntad de su señor y no la cumplió será acotado con muchos
acotes; y en Sant 4,17 se dice:
Aquel que sabe hacer el bien y
no lo hace, comete pecado—, no dijo toda la verdad, sino que es
necesario distinguir, como enseña el Filósofo en el libro VII de
los
Éticos.
Dirigiéndose, pues, el hombre en la recta operación por un doble
conocimiento, esto es, el universal y el particular,
basta el fallo de uno de ellos para impedir la rectitud de la obra y
de la voluntad, como hemos dicho más arriba (q.76 a.1). Pues acontece
que tenga conocimiento de un modo universal, v. gr., de que no hay que
cometer ningún adulterio, pero que, sin embargo, no sepa en particular
que no hay que hacer este acto, que es fornicación. Y basta esto para
que la voluntad no siga el conocimiento universal de la razón. En
segundo lugar hay que tener en cuenta que nada impide saber
habitualmente algo que, sin embargo, no se considera
actualmente.
Mas el que uno no considere en particular lo que sabe habitualmente,
a veces sólo ocurre por falta de atención; por ejemplo, cuando uno,
sabiendo la geometría, no se preocupa de pensar en las conclusiones de
la geometría, que al punto podría considerar fácilmente. Pero a veces
no tiene uno en cuenta lo que conoce habitualmente por razón de algún
impedimento que le sobreviene; como por alguna ocupación exterior o
por alguna enfermedad corporal. Y de este modo, el que está dominado
por una pasión no considera en particular lo que conoce de un modo
universal, en cuanto que la pasión impide tal consideración.
Y la impide de tres modos. Primero, por una cierta distracción, como
hemos expuesto más arriba (a.1). Segundo, por contrariedad: porque la
pasión frecuentemente inclina a lo contrario de lo que sabe por el
conocimiento universal. Tercero, por una cierta alteración corporal, a
causa de la cual la razón queda ligada de algún modo para no poder
prorrumpir libremente en su acción, así como también el sueño y la
embriaguez, produciendo una transmutación corporal, encadenan el uso
de la razón. Que esto ocurra con las pasiones es evidente por el hecho
de que, a veces, cuando las pasiones se intensifican mucho, el hombre
pierde totalmente el uso de la razón; pues muchos enloquecieron por el
exceso de amor y de ira. Y de este modo, la pasión arrastra a la razón
a juzgar en particular contra el conocimiento que tiene en
general.
A las objeciones:
1. El conocimiento
universal, que es ciertísimo, no tiene su primacía en el obrar, sino
más bien el conocimiento particular, ya que las acciones son acerca de
los singulares. Por lo tanto, no es extraño que en las cosas prácticas
la pasión obre contra el conocimiento universal, faltando la
consideración particular.
2. El hecho mismo de que a la
razón le parezca bueno algo que no lo es, ocurre por alguna pasión. Y,
sin embargo, este juicio particular está en contra del conocimiento
universal de la razón.
3. No puede darse que uno tenga
simultáneamente en acto un conocimiento y opinión verdadera de una
(proposición) universal afirmativa y una opinión falsa de una
(proposición) particular negativa, o viceversa. Pero puede muy bien
ocurrir que uno tenga un conocimiento habitual verdadero de una
(proposición) universal afirmativa, y en acto una opinión falsa de una
particular negativa: pues el acto no contraría directamente al hábito,
sino al acto.
4. A quien tiene el conocimiento en
universal, la pasión le impide poder deducir de esa universal y llegar
a la conclusión; sino que deduce de otra universal, sugerida por la
inclinación de la pasión, y bajo ella concluye. De ahí que el Filósofo
diga en el libro VII de los Éticos que el
silogismo del incontinente tiene cuatro proposiciones: dos
universales, de las cuales una es de la razón —v. gr., no hay que
cometer ninguna fornicación-y otra es la de la pasión —v. gr., hay
que buscar el placer—. La pasión, pues, encadena la razón para que no
asuma la primera y concluya por medio de ella; y por tanto, perdurando
aquélla, asume la segunda y concluye bajo su influjo.
5. Así como el borracho a veces
puede proferir palabras que contienen sentencias profundas, las cuales
él no puede discernir, impedido por la embriaguez, así también el que
está dominado por la pasión, aunque con la boca diga que no hay que
hacer eso, sin embargo, interiormente, en su ánimo, piensa que hay que
hacerlo, como se dice en el libro VII de los Éticos.
Artículo 3:
¿Se puede llamar pecado de debilidad al cometido por
pasión?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado cometido por pasión no se
debe llamar pecado de debilidad:
1. La pasión es un cierto movimiento vehemente del apetito, como
hemos dicho (
a.1). Mas un movimiento vehemente demuestra más bien
fuerza que debilidad. Luego el pecado (cometido) por pasión no debe
llamarse de debilidad.
2. Además, la debilidad del hombre se constata sobre todo atendiendo
a lo que en él es más frágil. Mas esto es la carne, por donde se dice
en el salmo 77,39: Se acordó de que son carne. Luego se debe
llamar pecado de debilidad, más bien, al que proviene de algún defecto
del cuerpo, que no al que lo es por una pasión del
alma.
3. No parece que el hombre pueda ser débil con respecto a
aquellas cosas que están sujetas a su voluntad. Mas hacer o no hacer
aquello a lo que inclina la pasión depende de la voluntad del hombre,
según aquello de Gén 4,7: Bajo ti estará tu apetito, y tú serás
señor de él. Luego el pecado (cometido) por pasión no es de
debilidad.
Contra esto: está el que Tulio, en el libro IV De tuscul.
quaest., llama enfermedades a las pasiones
del alma. Mas las enfermedades, con otro nombre, se llaman flaquezas.
Luego el pecado (cometido) por pasión debe llamarse de
debilidad.
Respondo: La causa propia del pecado es por
parte del alma, en la cual principalmente está el pecado. Y puede
hablarse de enfermedad del alma a semejanza de las enfermedades del
cuerpo. Mas se dice que el cuerpo del hombre está enfermo cuando está
debilitado o impedido en la ejecución de su propia actividad por algún
desorden de sus partes, de modo que los humores y
miembros del sujeto no se sometan a la virtud rectora y motriz del
organismo. De ahí que se califique de enfermo el miembro cuando no
puede realizar la acción de un miembro sano: como el ojo cuando no
puede ver claramente, según dice el Filósofo en el libro X de las
Histor. de los animales. Por donde se habla de
enfermedad del alma cuando está impedida en su propia acción a causa
de algún desorden de sus partes.
Mas así como las partes del cuerpo se dicen desordenadas cuando no
siguen el orden de la naturaleza, así también se dicen desordenadas
las partes del alma cuando no se someten al orden de la razón; pues la
razón es la fuerza rectora de las partes del alma. Así, pues, se dice
que se da el pecado de debilidad cuando la facultad concupiscible o
irascible se ve afectada por alguna pasión fuera del orden de la
razón, y por esto se le presenta un impedimento a la acción debida del
hombre. De ahí que el Filósofo, en el libro I Ethic., compare al incontinente con el paralítico, cuyos miembros se mueven en sentido contrario de lo que él dispone.
A las objeciones:
1. Así como en el cuerpo, cuanto es
más fuerte el movimiento contra el orden de la naturaleza, tanto mayor
es la enfermedad; así cuanto más fuerte fuere el movimiento de la
pasión contra el orden de la razón, tanto mayor será la enfermedad del
alma.
2. El pecado consiste
principalmente en el acto de la voluntad, que no es impedido por la
enfermedad del cuerpo; pues un enfermo corporal puede tener una
voluntad pronta para hacer algo. Mas (por el contrario) es impedido
por la pasión, como hemos dicho arriba (
a.1). De ahí que, cuando se
dice que el pecado es por debilidad, ha de referirse más a la
enfermedad del alma que a la del cuerpo. Sin embargo, la misma
enfermedad del alma se dice también de la carne, en cuanto que las
pasiones se levantan en nosotros por la debilidad de la carne; porque
el apetito sensitivo es una facultad que se sirve de un órgano
corporal.
3. Está, ciertamente, en la
potestad de la voluntad consentir o no consentir en aquellas cosas a
las que le inclina la pasión; y, por lo tanto, se dice que nuestro
apetito está bajo nosotros. Sin embargo, dicho consentimiento o
disentimiento de la voluntad está obstaculizado por la pasión del modo
dicho (
a.1).
Artículo 4:
¿El principio de todo pecado es el amor de sí mismo?
lat
Objeciones por las que parece que el amor de sí mismo no es el
principio de todo pecado:
1. Lo que es de suyo bueno y debido, no es la causa propia del
pecado. Mas el amor de sí mismo, de suyo, es bueno y debido; de ahí
que se le mande al hombre que ame al prójimo como a sí mismo (Lev
19,18). Luego el amor de sí mismo no puede ser la causa propia del
pecado.
2. Además, el Apóstol dice en Rom 7,8:
El pecado, tomando ocasión
por medio del precepto, suscitó en mí toda suerte de
concupiscencia: donde la
Glossa dice que
buena es la ley, la cual, al prohibir la concupiscencia, prohibe
todo mal; lo cual se dice porque la concupiscencia es la causa de
todos los pecados. Mas la concupiscencia es una pasión distinta del
amor, como se explicó anteriormente (
q.23 a.4;
q.30 a.2). Luego el
amor de sí mismo no es la causa de todos los pecados.
3. A propósito de aquello del Salmo (79,17): Abrasada por
el fuego y dispersada, dice Agustín: que todo
pecado es por amor que inflama de mala manera, o por temor que humilla
de mala manera. Por consiguiente, no es sólo el amor de sí mismo
la causa de todo pecado.
4. Así como el hombre a veces peca por el amor
desordenado de sí mismo, así también peca a veces por el amor
desordenado del prójimo. Luego el amor de sí mismo no
es causa de todo pecado.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro XIV De civit.
Dei: que el amor de sí mismo hasta el desprecio
de Dios levanta la ciudad de Babilonia. Mas por cualquier pecado
pertenece uno a la ciudad de Babilonia. Luego el amor de sí mismo es
causa de todo pecado.
Respondo: Como hemos expuesto anteriormente
(
q.75 a.1), la causa propia y directa del pecado hay que tomarla por
parte de la conversión al bien mudable; y a este respecto, en verdad,
todo acto pecaminoso proviene de algún apetito desordenado de algún
bien temporal. Mas el que uno apetezca desordenadamente algún bien
temporal proviene de que se ama desordenadamente a sí mismo; pues esto
es amar a uno, querer el bien para él. Por lo tanto, es evidente que
el amor desordenado de sí mismo es la causa de todo
pecado.
A las objeciones:
1. El amor ordenado de sí mismo, es
decir, que quiera para sí el bien conveniente, es debido y natural.
Mas el amor desordenado de sí mismo, que lleva hasta el desprecio de
Dios, se propone (en el En cambio o sed cont.) según Agustín ser la
causa del pecado.
2. La concupiscencia, por la cual
apetece uno para sí el bien, se reduce al amor de sí mismo como a su
causa, según hemos dicho ya (en sol.).
3. El amar se dice tanto del bien
que uno se desea a sí mismo como de sí mismo, para quien desea el
bien. Así pues, el amor, en cuanto se dice de aquello que se desea, v.
gr., cuando uno dice que le apetece el vino o desea el dinero, admite
como causa el temor, que corresponde a la evasión del mal. Pues todo
pecado proviene o del apetito desordenado de un bien o de la huida
desordenada de un mal. Mas ambas cosas se reducen al amor de sí mismo.
Pues por esto uno apetece el bien o rehuye el mal: porque se ama a sí
mismo.
4. El amigo es otro yo. Y por eso el pecado que se comete por amor al
amigo, parece que se comete por amor a sí mismo.
Artículo 5:
¿Es adecuado afirmar que las causas del pecado son la concupiscencia
de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida?
lat
Objeciones por las que parece que no es adecuado afirmar que las
causas de los pecados son la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida:
1. Porque, según el Apóstol, 1 Tim c. último (6,10): la raíz de
todos los males es la codicia. Pero la soberbia de la vida no está
contenida bajo la codicia. Luego no debe ponerse entre las causas de
los pecados.
2. Además, la concupiscencia de la carne se excita sobre todo por la
visión de los ojos, según aquello de Dan 13,56: La belleza te
engañó. Luego no se debe contradistinguir la concupiscencia de los
ojos de la concupiscencia de la carne.
3. La concupiscencia es el apetito de lo deleitable, como
hemos dicho antes (
q.30 a.1). Mas la delectación ocurre no sólo en
cuanto a la vista, sino también según los otros sentidos. Luego
debería ponerse también la concupiscencia del oído y de los otros
sentidos.
4. Así como uno es inducido a pecar por el deseo
desordenado del bien, también lo es por rehuir desordenadamente el
mal, según hemos dicho (
a.4 ad 3). Mas aquí no se enumera nada que
pertenezca a la huida del mal. Luego esa enumeración de las causas del
pecado es insuficiente.
Contra esto: está lo que dice la 1 Jn 2,16: Todo lo que hay en el
mundo es o concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, o
soberbia de la vida. Se dice que algo está en el mundo por el
pecado; de donde allí mismo (5,19) dice que el mundo entero está en poder del Maligno. Por consiguiente,
las tres cosas susodichas son las causas del pecado.
Respondo: Como ya expusimos (
a.4), el amor
desordenado de sí mismo es la causa de todo pecado. Mas en el amor de sí mismo está incluido el apetito
desordenado del bien: pues cada uno desea el bien para aquel a quien
ama. Por tanto, es evidente que el apetito desordenado del bien es la
causa de todo pecado. Pero el bien es doblemente objeto del apetito
sensible, en el cual están las pasiones del alma: primero, de un modo
absoluto, en cuanto que es objeto de la (parte) concupiscible;
segundo, bajo la razón de arduo, en cuanto es objeto de la irascible,
como dijimos más arriba (
q.23 a.1).
Mas hay una doble concupiscencia, según expusimos anteriormente (q.30 a.3). Una natural, cuyas son las cosas con que se sustenta la
naturaleza del cuerpo, ya en cuanto a la conservación del individuo,
v. gr., la comida y la bebida, y cosas semejantes; ya en cuanto a la
conservación de la especie, como (ocurre) en las cosas venéreas. El
apetito desordenado de (todo) esto se llama concupiscencia de la
carne. Otra es la concupiscencia anímica; esto es: de aquellas
cosas que no procuran sustento o delectación por los sentidos de la
carne, sino que son deleitables por la aprehensión de la imaginación o
por una percepción similar, como son el dinero, el ornato de los
vestidos y cosas semejantes. Esta concupiscencia anímica se llama concupiscencia de los ojos: ya se tome como concupiscencia de los
ojos mismos, esto es, de la visión, que se realiza por medio de los
ojos, de modo que se refiera a la curiosidad, según lo que Agustín
expone en el libro X de las Confes.; ya se
refiera a la concupiscencia de las cosas que externamente se presentan
a los ojos, de modo que designe la codicia, según explican
otros.
Mas el apetito desordenado del bien arduo pertenece a la soberbia
de la vida: pues la soberbia es el apetito desordenado de
excelencia, como diremos más abajo (q.84 a.2; 2-2 q.162 a.1).
Y así es claro que todas las pasiones que son causa del pecado se
pueden reducir a estas tres, pues todas las pasiones de la (parte)
concupiscible se reducen a las dos primeras; y a la tercera, todas las
de la irascible, la cual no se divide en dos, porque todas las
pasiones de la irascible se adaptan a la concupiscencia espiritual (o
anímica).
A las objeciones:
1. La codicia, en cuanto que
generalmente implica el apetito de cualquier bien, abarca también la
soberbia de la vida. Pero se dirá más abajo (
q.84 a.1) de qué modo la
codicia, en cuanto es un vicio especial denominado avaricia, es la
raíz de todos los pecados.
2. No se denomina aquí
concupiscencia de los ojos la concupiscencia de todas las cosas que se
pueden ver con los ojos, sino sólo la de aquellas en las que no se
busca la delectación carnal, que está en relación con el tacto, sino
únicamente la delectación de los ojos, esto es, de cualquier facultad
aprehensiva.
3. El sentido de la vista es el
más excelente de todos los sentidos y que se extiende a más cosas,
como se dice en el libro I Metaphys. Y por eso
su nombre se aplica a todos los otros sentidos y también a las
aprehensiones internas, según dice Agustín en el libro De verbis
Domini.
4. La huida del mal es causada por
el apetito del bien, como hemos dicho anteriormente (
q.25 a.2;
q.29 a.2). Por eso se ponen sólo las pasiones que inclinan al bien como
causas de aquellas que proceden desordenadamente en la huida del
mal.
Artículo 6:
¿La pasión atenúa el pecado?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado no se atenúa por la
pasión:
1. Acrecentada la causa, aumenta el efecto; si lo cálido disuelve, lo
más cálido disuelve más. Pero la pasión es causa del pecado, como
hemos expuesto (
a.1, 2, 3 y
4). Luego cuanto más intensa sea la pasión
tanto mayor es el pecado. Así pues, la pasión no disminuye el pecado,
sino que lo aumenta.
2. Además, como se ha la pasión buena al mérito, así se ha la pasión
mala al pecado. Mas la pasión buena aumenta el mérito, pues tanto más
parece merecer uno cuanto socorre al pobre con mayor misericordia.
Luego también la pasión mala más bien agrava el pecado que lo
atenúa.
3. Tanto más gravemente peca uno cuanto comete el pecado con
una voluntad más intensa. Mas la pasión que impulsa a la voluntad le
hace tender más vehementemente al acto pecaminoso. Luego la pasión
agrava el pecado.
Contra esto: está el que la pasión misma de la concupiscencia se llama
tentación de la carne. Pero tanto menos peca uno cuanto es derribado
por mayor tentación, como es claro por Agustín Luego la
pasión disminuye el pecado.
Respondo: El pecado esencialmente consiste en
un acto del libre albedrío, que es
una facultad de la voluntad y de
la razón. Y la pasión es un movimiento del apetito
sensitivo. Pero el apetito sensitivo puede relacionarse con el libre
albedrío antecedente y consecuentemente. Antecedentemente, en cuanto
que la pasión del apetito sensitivo arrastra o inclina a la razón y a
la voluntad, como hemos dicho más arriba (
a.1 y
2;
q.9 a.2;
q.10 a.3).
Consecuentemente, en cuanto que el movimiento de las facultades
superiores, si es vehemente, redunda en las inferiores; pues la
voluntad no puede moverse intensamente hacia algo sin que se excite
alguna pasión en el apetito sensitivo.
Si, pues, se considera la pasión en cuanto precede al acto
pecaminoso, entonces es necesario que aminore el pecado. Pues el acto
en tanto es pecado en cuanto es voluntario y está en nuestra potestad.
Mas se dice estar algo en nuestra potestad por la razón y la voluntad.
Por tanto, cuanto más obran algo por sí mismas la voluntad y la razón,
no por impulso de la pasión, es más voluntario y en nuestra potestad.
Y en este sentido la pasión disminuye el pecado, en cuanto disminuye
la voluntariedad. Mas la pasión consecuente no disminuye el pecado,
sino que lo aumenta más: o más bien es señal de su magnitud, esto es:
en cuanto demuestra la intensidad de la voluntad respecto del acto
pecaminoso. Y en este sentido es verdad que cuanto uno peca con mayor
liviandad o concupiscencia, tanto más peca.
A las objeciones:
1. La pasión es causa del pecado
por parte de la conversión (a las criaturas). Mas la gravedad del
pecado se mide más bien por parte de la aversión (de Dios); la cual a
la verdad se sigue de dicha conversión accidentalmente, esto es, al
margen de la intención del que peca. Pero las causas indirectas (o
accidentalmente) aumentadas no acrecientan los efectos, sino sólo las
directas.
2. La pasión buena, consiguiente
al juicio de la razón, acrecienta el mérito. Mas, si le precede, de
modo que se mueva a obrar bien más por pasión que por el juicio de la
razón, tal pasión disminuye la bondad y lo laudable del
acto.
3. Aunque el movimiento de la
voluntad excitado por la pasión sea más intenso, sin embargo, así no
es tan propio de la voluntad como si se moviera a pecar por la razón
sola.
Artículo 7:
¿Excusa totalmente de pecado la pasión?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión excusa totalmente de
pecado:
1. Todo lo que es causa de involuntariedad, excusa totalmente de
pecado. Mas la concupiscencia de la carne, que es una cierta pasión,
es causa de involuntariedad según aquello de Gal 5,17: La carne
apetece contra el espíritu, de modo que no hagáis todo lo que
queréis. Luego la pasión excusa totalmente de pecado.
2. Además, la pasión causa cierta ignorancia en cuanto a lo
particular, según hemos dicho (
a.2). Mas la ignorancia de lo
particular excusa totalmente de pecado, como se expuso anteriormente
(
q.19 a.6). Luego la pasión excusa totalmente de pecado.
3. La enfermedad del alma es más grave que la del cuerpo.
Pero la enfermedad del cuerpo excusa totalmente de pecado, como es
claro en los frenéticos. Luego mucho más la pasión, que es enfermedad
del alma.
Contra esto: está que el Apóstol, en Rom 7,5, habla de las pasiones de los pecados, no por otra razón que porque son causa de pecados.
Lo cual no ocurriría si excusasen totalmente de pecado. Luego las
pasiones no excusan totalmente de pecado.
Respondo: Un acto que por su género es malo,
sólo se excusa totalmente de pecado si viene a ser totalmente
involuntario. Por consiguiente, si la pasión es tal que haga
totalmente involuntario el acto que le sigue, excusará totalmente de
pecado; en otro caso, no.
Respecto de lo cual parece que hay que considerar dos cosas. Primero,
que algo puede ser voluntario en sí mismo, v. gr., cuando la voluntad
tiende a ello directamente; o en su causa: cuando la voluntad tiende a
la causa y no al efecto, como es claro en el que se embriaga
voluntariamente —pues por eso se le imputa como si fuese voluntario
lo que comete estando ebrio—. En segundo lugar, hay que tener en
cuenta que una cosa puede decirse voluntaria directa o indirectamente.
Directamente es aquello a lo que tiende la voluntad; indirectamente,
aquello que la voluntad pudo impedir y no impidió.
Según esto, pues, hay que distinguir. Porque la pasión a veces es tan
grande que quita totalmente el uso de la razón: como se ve en los que
están fuera de sí por el amor o por la ira. Y entonces, si tal pasión
desde el principio fue voluntaria, el acto se imputa como pecado,
porque es voluntario en su causa, como dijimos también de la
embriaguez. Mas si la causa no fue voluntaria, sino natural, como si
uno por enfermedad u otra causa parecida cae en tal pasión que le
priva totalmente del uso de la razón (entonces) el acto se vuelve
totalmente involuntario, y, por consiguiente, excusa totalmente de
pecado.
Pero a veces la pasión no es tan grande que sustraiga el uso de la
razón. Y entonces la razón puede eliminar la pasión, volviéndose a
otros pensamientos; o impedir que logre su efecto, porque los miembros
no se aplican a la acción sino por el consentimiento de la razón,
según hemos dicho anteriormente (q.17 a.9). Por consiguiente, tal
pasión no excusa totalmente de pecado.
A las objeciones:
1. El dicho (del Apóstol) de
modo que no hagáis lo que queráis no hay que referirlo a las cosas
que se realizan por un acto externo, sino al movimiento interior de la
concupiscencia: pues desearía uno no anhelar nunca el mal. Así también
se expone lo que dice en Rom 7,15: el mal que odio, es lo que
hago. O puede referirse a la voluntad que precede a la pasión:
como se ve por los continentes, que obran contra su propósito por su
concupiscencia.
2. La ignorancia (de lo)
particular que excusa totalmente es la ignorancia de una circunstancia
que uno no puede conocer puesta la debida diligencia. Mas la pasión es
causa de la ignorancia de la ley en particular al impedir la
aplicación del conocimiento universal a un acto particular. Y esta
pasión puede rechazarla la voluntad, como hemos dicho (en
sol.).
3. La enfermedad del cuerpo es
involuntaria. Sí sería análogo si fuese voluntaria: como hemos dicho
de la embriaguez (en sol.), que es una cierta enfermedad
corporal.
Artículo 8:
¿Puede ser mortal el pecado cometido por pasión?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado cometido por pasión no
puede ser mortal:
1. El pecado venial se contradistingue del mortal. Ahora bien; el
pecado que procede de debilidad es venial, ya que lleva en sí el
motivo de la venia (o indulgencia). Así que, puesto que el pecado
cometido por pasión proviene de la debilidad, parece que no puede ser
mortal.
2. Además, la causa es superior al efecto. Mas la pasión no puede ser
pecado mortal: pues el pecado mortal no está en la parte sensual, como
expusimos anteriormente (
q.74 a.4). Luego el pecado cometido por
pasión no puede ser mortal.
3. La pasión aparta de la razón, como es claro por lo dicho
(
a.1 y
2). Pero es cosa de la razón convertirse a Dios o apartarse de
El, en lo cual consiste la razón de pecado mortal. Luego el pecado que
es por pasión no puede ser mortal.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 7,5: las pasiones de
los pecados obran en nuestros miembros para fructificar para la
muerte. Mas esto es propio del pecado mortal, fructificar para la
muerte. Luego el pecado cometido por pasión puede ser
mortal.
Respondo: El pecado mortal, como hemos dicho
más arriba (
q.72 a.5), consiste en la aversión del último fin, que es
Dios. Tal aversión pertenece a la razón deliberante, a la que
corresponde también ordenar al fin. Eso, pues, sólo puede ocurrir
—esto es: que la inclinación del alma que contraríe al último fin no
sea pecado mortal—, porque la razón deliberante no pueda intervenir:
como acontece en los movimientos repentinos. Mas cuando uno procede
por pasión al acto pecaminoso o al consentimiento deliberado, eso no
sucede repentinamente. Por tanto, la razón deliberante puede hacer
frente: puede, pues, eliminar o al menos impedir la pasión, como hemos
dicho (
a.7;
q.10 a.3 ad 2). Luego, si no lo hace, es pecado mortal;
así, vemos que muchos homicidios y adulterios se cometen por
pasión.
A las objeciones:
1. Lo venial se dice de tres modos:
1) Por la causa, esto es, porque tiene alguna causa (o motivo) de
venia, que aminora el pecado: y así se dice venial el pecado de
fragilidad e ignorancia. 2) Por el evento (del perdón); así, todo
pecado, por la penitencia, deviene venial, esto es, que ha conseguido
la venia. 3) Se puede calificar de venial por su mismo género, v. gr.,
una palabra ociosa. Sólo este venial se opone al mortal; y la objeción
se basa en el primero.
2. La pasión es causa del pecado
por parte de la conversión (a las criaturas): Mas que sea mortal es
por parte de la aversión, que accidentalmente sigue a la conversión,
como hemos dicho (
a.6 ad 1). Por tanto, el argumento no
concluye.
3. La razón no es siempre
totalmente impedida por la pasión en su acto: de ahí que le quede el
libre albedrío para que pueda separarse de Dios o convertirse a El.
Mas si se le quitara (a uno) totalmente el uso de la razón, ya no
habría ni pecado mortal ni venial.