Artículo 1:
La ley eterna, ¿es la razón suprema existente en
Dios?
lat
Objeciones por las que parece que la ley eterna no es la razón
suprema existente en Dios.
1. La ley eterna es solamente una. En cambio, las razones de las
cosas existentes en la mente divina son muchas, pues dice San Agustín
en su libro Octoginta trium quaest. que Dios
creó las cosas según la propia razón de cada una. Luego la ley
eterna no parece que se identifique con la razón existente en la mente
divina.
2. Como ya dijimos (
q.90 a.4;
q.91 a.1 ad 2), la promulgación verbal
es esencial a la ley. Pero en Dios la Palabra o Verbo es un término
personal, mientras que la razón es un término esencial, según se
expuso en la
Parte I (
q.34 a.1). Luego la ley eterna no se
identifica con la razón divina.
3. San Agustín escribe en el libro De vera religione: Es claro que sobre nuestra mente existe una ley, que es la verdad. Mas la ley que existe por encima de nuestra mente es la ley eterna. Luego la verdad y la ley eterna son una misma cosa. Pero como la noción de verdad y de razón no se identifican, sigúese que tampoco la ley eterna se identifica con la suprema razón.
Contra esto: está lo que San Agustín escribe en I De lib.
arb.: La ley eterna es la razón suprema a la que
siempre hay que someterse.
Respondo: Así como en cualquier artífice
preexiste la razón de cuanto produce con su arte, así en el gobernante
tiene que preexistir la razón directiva de lo que han de hacer los que
están sometidos a su gobierno. Y al igual que la razón de lo que se
produce mediante el arte se llama precisamente arte o idea ejemplar de
la obra artística, así la razón directriz de quien gobierna los actos
de sus súbditos es lo que se llama ley, habida cuenta de las demás
condiciones que el concepto de ley entraña, según ya vimos (
q.90).
Ahora bien, Dios es creador de todas las cosas por su sabiduría, y
respecto de esas cosas guarda una relación semejante a la del artífice
respecto de sus artefactos, según expusimos en la
Parte I (
q.14 a.8). El es además quien gobierna todos los actos y movimientos de
cada una de las criaturas, como también dijimos en la misma
Parte I (
q.103 a.5). Por consiguiente, la razón
de la sabiduría divina, al igual que tiene la condición de arte o de
idea ejemplar en cuanto por medio de ella son creadas todas las cosas,
así tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas esas cosas a sus
propios fines. Y según esto, la ley eterna no es otra cosa que la
razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de todo
acto y todo movimiento.
A las objeciones:
1. San Agustín se refiere en ese
pasaje a las razones ideales que corresponden a la naturaleza propia
de cada una de las cosas; por eso en tales ideas se encuentra cierta
distinción y pluralidad en función de su misma relación a cosas
distintas, como vimos en la
Parte I (
q.15 a.2). La ley, en
cambio, según lo ya dicho (
q.90 a.2), tiene por objeto dirigir los
actos al bien común. Pero cosas que en sí mismas son distintas pueden
considerarse como una sola en la medida en que se ordenan a algo
común. Por eso la ley eterna, que es razón o principio de esta
ordenación, es una solamente.
2. En una palabra cualquiera se
pueden considerar dos aspectos: La palabra misma y lo que con ella se
significa. Así, la palabra oral es un sonido proferido por la boca del
hombre, con el cual se expresa todo lo que el hombre quiere
significar. Y lo mismo pasa con la palabra mental humana, que no es
sino algo concebido por la mente con lo que el hombre expresa
interiormente lo que piensa. Pues bien, en Dios la Palabra, que es una
concepción intelectiva del Padre, es término personal, y, sin embargo,
se expresa con él todo lo que hay en la ciencia del Padre, ya sea
esencial o personal, ya también las obras de Dios, como se ve por San
Agustín en XV De Trin. Y entre las cosas
expresadas por esta Palabra está también la ley eterna. Pero de esto
no se sigue que la ley eterna sea en Dios un atributo personal. Si
bien se apropia al Hijo, debido a la afinidad que hay entre razón y
palabra.
3. La razón de las cosas
existentes en el entendimiento divino guarda con las cosas mismas una
relación muy diferente de la de los conceptos humanos. Porque el
entendimiento humano es mensurado por las cosas, de modo que sus
conceptos no son verdaderos por sí mismos, sino en la medida en que se
ajustan a las cosas; y así
el juicio humano es verdadero o falso
según que las cosas sean o no sean. En cambio, el
entendimiento divino es medida de las cosas, pues una cosa en tanto es
verdadera en cuanto imita al entendimiento divino, según expusimos en
la
Parte I (
q.16 a.1). Por eso el entendimiento divino es
verdadero por sí mismo. Y, en consecuencia, la razón divina es la
verdad misma.
Artículo 2:
La ley eterna, ¿es conocida de todos?
lat
Objeciones por las que parece que la ley eterna no es conocida de
todos.
1. Al decir del Apóstol en 1 Cor 2,11, Las cosas de Dios nadie las
conoce sino el Espíritu de Dios. Mas la ley eterna es una razón
que existe en la mente divina. Luego la ley eterna nadie la conoce más
que Dios.
2. Según dice San Agustín en I De lib. arb., la ley eterna es aquella según la cual es justo que
todas las cosas estén perfectamente ordenadas. Pero no todos
conocen de qué manera están las cosas perfectamente ordenadas. Luego
no todos conocen la ley eterna.
3. San Agustín dice en su obra De vera relig.
que la ley eterna es aquella que escapa al juicio de los
hombres. Mas, según el Filósofo en I Ethic., cada uno juzga rectamente acerca de lo que conoce. Luego la
ley eterna no nos es conocida.
Contra esto: San Agustín afirma también en I De lib.
arb. que llevamos impresa en nosotros la noción
de la ley eterna.
Respondo: Una cosa puede ser conocida de dos
maneras: en sí misma y en sus efectos, en los que siempre se contiene
cierta semejanza de ella. El que, por ejemplo, no ve el sol en sí
mismo, puede conocerlo en su irradiación. Ahora bien, es indudable que
la ley eterna nadie la puede conocer tal como es en sí misma, a no ser
los bienaventurados, que contemplan a Dios en su esencia. Sin embargo,
toda criatura racional la conoce en una irradiación suya más o menos
perfecta, pues todo conocimiento de la verdad es una irradiación y
participación de la ley eterna, que es la verdad inconmutable, como
dice San Agustín en su obra De vera relig. Y la
verdad es de alguna manera conocida por todos, al menos en cuanto a
los principios comunes de la ley natural. En lo demás, unos participan
más y otros menos en el conocimiento de la verdad y, a tenor de esto,
conocen más o menos la ley eterna.
A las objeciones:
1. En sí mismas las cosas de Dios
no están al alcance de nuestro conocimiento; sin embargo, se nos
manifiestan en sus efectos, tal como dice el Apóstol en Rom 1,20: Las perfecciones invisibles de Dios son alcanzadas por nuestro
entendimiento a través de las cosas creadas.
2. Si bien cada uno conoce la ley
eterna en la medida de su capacidad, tal como acabamos de explicar, nadie puede alcanzar su perfecta comprensión, puesto que no
puede manifestarse totalmente en sus efectos. Por eso, el que se
conozca la ley eterna de la manera indicada, no quiere decir que se
conozca todo el orden por el que las cosas se encuentran
perfectísimamente ordenadas.
3. Se puede juzgar de las cosas de
dos maneras. Primero, como una potencia cognoscitiva juzga del propio
objeto, según aquello de Job 12,11: ¿No discierne acaso el oído las
palabras, como el paladar del que come discierne el sabor? Y en
este sentido se han de entender las palabras del Filósofo: Cada uno
juzga con acierto de lo que conoce, esto es,
discierne si es verdad lo que se le propone. En segundo lugar, a la
manera en que el superior juzga del inferior mediante un juicio
práctico, esto es, sobre si debe comportarse así o de otro modo. Y en
este sentido nadie puede enjuiciar la ley eterna.
Artículo 3:
¿Deriva toda ley de la ley eterna?
lat
Objeciones por las que parece que no toda ley deriva de la ley
eterna.
1. Hay, según vimos antes (
q.9 a.6), una ley del fomes, que,
ciertamente, no se deriva de una ley divina como la ley eterna, porque
se rige por la prudencia de la carne, de la que dice el Apóstol en Rom
8,7 que
no puede obedecer a la ley divina. Luego no todas las
leyes se derivan de la ley eterna.
2. De la ley eterna no puede derivar nada inicuo, pues, como ya
indicamos (
a.2 obj.2),
la ley eterna es aquella según la cual es
justo que todas las cosas estén perfectamente ordenadas. Ahora
bien, existen leyes inicuas, como recuerdan las
palabras de Isaías, 10,1:
¡Ay de los que dictan leyes inicuas!
Luego no todas las leyes derivan de la ley eterna.
3. San Agustín afirma en I
De Lib. arb. que
la ley escrita para gobernar un pueblo permite justificadamente muchas
cosas que serán castigadas por la divina providencia. Pero la
razón de la divina sabiduría es la ley eterna, como ya expusimos
(
a.1). Luego ni siquiera toda ley justa procede de la ley
eterna.
Contra esto: está lo que la divina sabiduría proclama en las palabras de
Prov 8,15:
Por mí reinan los reyes y los legisladores decretan lo
que es justo. Mas la razón de la sabiduría divina es la ley
eterna, como antes dijimos (
a.1). Luego todas las leyes proceden de la
ley eterna.
Respondo: Según ya vimos (
q.90 a.1-2), la ley
es el designio o razón por el cual los actos son dirigidos a un fin.
Ahora bien, en una serie ordenada de motores el impulso del segundo
tiene que derivarse del impulso del primero, puesto que el segundo no
mueve sino en cuanto es movido por el primero. Por eso esto sucede
también en los distintos niveles de la gobernación, donde vemos que
las normas de gobierno se derivan del jefe superior a sus subalternos.
Por ejemplo, las disposiciones relativas al gobierno de un Estado
derivan del rey mediante las órdenes que imparte a sus ministros. E
igual acontece en el campo de la técnica, donde la dirección de la
obra procede del arquitecto y se transmite a los oficiales inferiores
que la han de realizar con sus manos. Así, pues, siendo la ley eterna
la razón o plan de gobierno existente en el supremo gobernante, todos
los planes de gobierno existentes en los gobernantes inferiores
necesariamente han de derivar de la ley eterna. Y estas
razones o planes de los gobernantes inferiores son todas las demás
leyes menos la ley eterna. Por consiguiente, toda ley, en la medida en
que participa de la recta razón, se deriva de la ley eterna. Por eso
dice San Agustín en I
De Lib. arb. que
nada
hay justo y legítimo en la ley temporal que no hayan tomado los
hombres de la ley eterna.
A las objeciones:
1. El fomes tiene carácter de ley
en el hombre en cuanto es una pena consiguiente a la justicia divina
y, como tal, es claro que se deriva de la ley eterna. Pero en cuanto
inclina al pecado va contra la ley de Dios y, como ya dijimos (
q.91 a.6), no tiene razón de ley.
2. La ley humana tiene carácter de
ley en cuanto se ajusta a la recta razón, y en este sentido es claro
que deriva de la ley eterna. Por el contrario, en la medida en que se
aparta de la razón se convierte en ley inicua y, como tal, ya no es
ley, sino más bien violencia. Sin embargo, en la misma ley inicua
subsiste cierta semejanza con la ley, al estar dictada por un poder
constituido, y bajo este aspecto también emana de la ley eterna, pues,
como se lee en Rom 13,1: toda potestad procede de Dios nuestro
Señor.
3. Se dice que la ley humana
permite ciertas cosas no porque las apruebe, sino porque es incapaz de
someterlas a norma. Y son muchas las cosas que, aunque estén reguladas
por la ley divina, no pueden ser reguladas por la ley humana, pues
siempre la causa inferior es de menos alcance que la superior. Por
eso, el mismo hecho de que la ley humana no se ocupe de aquello que no
alcanza a regular se deriva de la ley eterna. Otra cosa sería si la
ley humana aprobara lo que la ley eterna reprueba. En consecuencia, de
aquí no se sigue que la ley humana no emane de la ley
eterna, sino sólo que no puede imitarla de manera perfecta.
Artículo 4:
Las cosas necesarias y eternas, ¿están sujetas a la ley
eterna?
lat
Objeciones por las que parece que las cosas necesarias y eternas
están sujetas a la ley eterna.
1. Todo lo que es razonable está sujeto a la razón. Pero la voluntad
divina es razonable, puesto que es justa. Luego está sujeta a la
razón. Ahora bien, la ley eterna se identifica con la razón divina.
Luego la voluntad de Dios está sujeta a la ley eterna. Y, como la
voluntad de Dios es algo eterno, sigúese que también las cosas eternas
y necesarias están sometidas a la ley eterna.
2. Lo que está sometido al rey está sujeto a sus leyes. Mas el Hijo,
según se dice en 1 Cor 15, 28, se someterá al Padre cuando le
entregue el reino. Luego el Hijo, que es eterno, está sujeto a la
ley eterna.
3. La ley eterna es la razón de la divina providencia. Pero hay
muchas cosas necesarias sometidas a la divina providencia, como, por
ejemplo, la permanencia en el ser de las sustancias inmateriales y de
los cuerpos celestes. Luego también las cosas necesarias están sujetas
a la ley eterna.
Contra esto: está el hecho de que las cosas necesarias es imposible que
se comporten de otra manera y, por lo tanto, no necesitan ser
reprimidas. Mas la ley, según ya vimos (
q.92 a.2), se les impone a los
hombres para reprimir en ellos el mal. Luego las cosas necesarias no
están sujetas a la ley.
Respondo: La ley eterna, como dijimos antes
(
a.1), es la razón directriz del gobierno divino. Por lo tanto, todo
lo que está sujeto al gobierno de Dios está también sometido a la ley
eterna; mas lo que no está sometido al gobierno eterno tampoco lo está
a la ley eterna. Esta distinción puede esclarecerse con lo que sucede
en nuestro ámbito. Pues bajo el gobierno humano caen aquellas cosas
que los hombres pueden hacer; pero no las que pertenecen a la
naturaleza del hombre, como, por ejemplo, el que tenga alma, manos o
pies. Así pues, está sujeto a la ley eterna todo lo que hay en las
cosas creadas por Dios, ya sean contingentes ya necesarias; pero lo
que pertenece a la naturaleza o esencia divina no está sometido a la
ley eterna, sino que es realmente la misma ley eterna.
A las objeciones:
1. De la voluntad divina podemos
hablar en dos sentidos. Primero, en cuanto a la voluntad misma; y así,
como se identifica con la divina esencia, no está sujeta al gobierno
de Dios ni a la ley eterna, sino que es idéntica a esta ley. Segundo,
en cuanto a lo querido por Dios en relación a las criaturas; y tal
voluntad divina sí que está sometida a la ley eterna, puesto que su
razón directriz es la divina sabiduría. Así pues, en este segundo
sentido la voluntad divina puede llamarse razonable; mientras que en
el sentido primero, o como voluntad en sí, más bien debe decirse que
se identifica con la razón misma.
2. El Hijo de Dios no es creado
por Dios, sino naturalmente engendrado. Por eso no está sometido a la
providencia divina ni a la ley eterna. Más bien él mismo es la ley
eterna por cierta apropiación, según se expresa San Agustín en la
obra De vera relig. Sin embargo, se dice que
está sometido al Padre por razón de la naturaleza humana, según la
cual también se dice que el Padre es mayor que él.
3. Aceptamos la conclusión del
tercer argumento, porque se refiere a entes necesarios
creados.
4. Según advierte el
Filósofo en V Metaphys., hay cosas necesarias
que tienen fuera de sí la causa de su necesidad, por lo que incluso
reciben de otro el no poder ser de otra manera. Y esto mismo
constituye una represión eficacísima, porque en tanto decimos que un
sujeto es reprimido en cuanto no puede comportarse más que de acuerdo
con lo establecido.
Artículo 5:
Los seres físicos contingentes, ¿están sujetos a la ley
eterna?
lat
Objeciones por las que parece que los seres físicos contingentes no
están sujetos a la ley eterna.
1. La promulgación es esencial a la ley, como ya dijimos (
q.90 a.4).
Mas la promulgación sólo puede hacerse a criaturas racionales capaces
de captar un enunciado. Luego sólo las criaturas racionales están
sujetas a la ley eterna, y no, en cambio, las cosas físicas
contingentes.
2. Según enseña Aristóteles en I
Ethic.:
Lo
que obedece a la razón participa en cierto modo de la razón. Pero
la ley eterna, según dijimos antes (
a.1), es la suprema razón. Luego,
como los seres físicos contingentes no participan en nada de la razón,
sino que son completamente irrazonables, parece que no están sujetos a
la ley eterna.
3. La ley eterna es sumamente eficaz. Mas en las cosas naturales
contingentes ocurren fallos. Luego no están sometidas a la ley
eterna.
Contra esto: está lo que se lee en Prov 8,29: Cuando fijó sus
términos al mar e impuso a las aguas una ley para que no traspasasen
sus linderos...
Respondo: Las condiciones de la ley eterna, que
es ley divina, son distintas de las de la ley humana. En efecto, la
ley humana no se extiende más que a las criaturas racionales sometidas
al hombre. Esto se debe a que la ley se propone dirigir los actos de
quienes están sujetos al gobierno del legislador, por lo que nadie,
estrictamente hablando, dicta una ley para sus propios actos. En
cambio, toda la actividad desplegada en el uso de las cosas
irracionales subordinadas al hombre se reduce a los actos con que el
hombre mismo las mueve, ya que estas criaturas irracionales no obran
guiadas por sí mismas, sino que son movidas por otro, como
anteriormente se expuso (
q.1 a.2). Por eso el hombre es incapaz de
imponer leyes a los seres irracionales, por más que le estén sujetos.
Puede, en cambio, poner leyes a los seres racionales que le están
sometidos, imprimiendo en sus mentes, con un mandato o indicación
cualquiera, una regla o principio de operación.
Ahora bien, así como el hombre, mediante una indicación, implanta en
un súbdito un principio interior de acción, así Dios imprime en todas
las cosas naturales los principios de las operaciones propias de cada
una de acuerdo con aquello del salmo 148,6: Estableció un precepto
que no pasará. Y por eso mismo todos los movimientos y acciones de
toda la naturaleza están sujetos a la ley eterna. Y, en consecuencia,
las criaturas irracionales caen bajo la ley eterna de otro modo, en
cuanto son movidas por la divina providencia, y no porque capten
intelectualmente el precepto divino como las criaturas
racionales.
A las objeciones:
1. Entre la inserción de un
principio activo intrínseco en los seres físicos y la promulgación de
la ley con respecto a los hombres hay cierta equivalencia, porque por
la promulgación de la ley, como dijimos antes, se imprime en
los hombres un principio director de sus propios actos.
2. Los seres irracionales no
participan de la razón humana ni la obedecen; participan, en cambio,
al obedecerla, de la razón divina; pues la virtud de la razón divina
se extiende a muchos más efectos que la virtud de la razón humana. Y
así como los miembros del cuerpo humano se mueven al imperio de la
razón, sin participar por eso de esta facultad superior, puesto que no
tienen percepción alguna ordenada a la razón, así también las
criaturas irracionales son movidas por Dios sin que por esto se hagan
racionales.
3. Los fallos que acontecen en los
procesos naturales, aunque ocurren contra el orden de las causas
particulares, no escapan, sin embargo, al orden de las causas
universales, principalmente de la primera, que es Dios, de cuya
providencia nada puede evadirse, según se expuso en la
Parte I
(
q.22 a.3). Y, como la ley eterna, según dijimos poco ha (
a.1), es la
razón de la divina providencia, los fallos que ocurren en los procesos
naturales están sujetos a la ley eterna.
Artículo 6:
Todas las cosas humanas, ¿están sujetas a la ley eterna?
lat
Objeciones por las que parece que no todas las cosas humanas están
sujetas a la ley eterna.
1. El Apóstol enseña en Gal 5,18: Si os dejáis conducir por el
Espíritu, ya no estáis bajo la ley. Mas los justos, que son hijos
de Dios por adopción, se dejan conducir por el Espíritu, según aquello
de Rom 8,14: Los que son movidos por el Espíritu de Dios, esos son
hijos de Dios. Luego no todos los hombres están bajo la ley
eterna.
2. En Rom 8,7 dice el Apóstol: La prudencia de la carne es enemiga
de Dios, porque no se somete a la ley de Dios. Pero hay muchos
hombres en quienes domina la prudencia de la carne. Luego no todos los
hombres están sujetos a la ley eterna, que es ley de
Dios.
3. Según dice San Agustín en I De lib. arb., la ley eterna es aquella que a los malos hace merecer la
condenación y a los buenos la vida eterna. Ahora bien, ni los
condenados ni los bienaventurados están ya en estado de merecer. Luego
no están sujetos a la ley eterna.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en XIX De civ.
Dei: Nada se sustrae a las leyes y ordenaciones
del supremo creador y ordenador, que administra la paz en el
universo.
Respondo: Como ya expusimos (
a.5), una cosa
puede estar sujeta a la ley eterna de dos maneras. Primera,
participando de ella por vía de conocimiento; segunda, sometiéndosele
por vía de acción y de pasión al participarla en calidad de principio
motor intrínseco. De esta segunda manera están sujetas a la ley eterna
las criaturas irracionales, como dijimos antes (ib.). En cambio, la
naturaleza racional, como, además de lo común con las demás criaturas,
tiene la peculiaridad de su condición racional, se encuentra sometida
a la ley eterna de ambas maneras. Porque posee en cierto modo la
noción de ley eterna, como ya vimos (
a.2) y además en cada una de las
criaturas racionales existe una inclinación natural hacia lo que está
en consonancia con la ley eterna, dado que
somos por naturaleza
inclinados a la virtud, al decir del Filósofo en II
Ethic.
Sin embargo, ambos modos de sometimiento están mermados y en cierto
modo desvanecidos en los malos, porque en ellos la inclinación natural
a la virtud está estragada por el vicio, y el mismo conocimiento
natural del bien es oscurecido por las pasiones y los hábitos
pecaminosos. Por el contrario, en los buenos, ambos modos se
encuentran reforzados, porque al conocimiento natural del bien se
añade en ellos el conocimiento de la fe y del don de sabiduría, y a la
inclinación natural al bien se junta el impulso interior de la gracia
y de la virtud.
Así, pues, los buenos están perfectamente sometidos a la ley eterna,
puesto que siempre obran en conformidad con ella. Por su parte, los
malos también se someten a la ley eterna de manera ciertamente
defectuosa en cuanto a su contribución activa, puesto que la conocen
imperfectamente e imperfecta es su inclinación al bien; pero lo que
les falta en el plano de la acción se suple en el plano de la pasión,
puesto que padecen lo que la ley eterna dispone sobre ellos en la
medida en que rehuyen hacer lo que la ley eterna les pide. Por eso
dice San Agustín en I De lib. art.: Pienso
que los justos obran bajo el influjo de la ley eterna. Y en su
obra De cathequizandis rudibus: Para justo
castigo de las almas que le abandonan supo disponer según leyes
convenientísimas las partes inferiores de la creación.
A las objeciones:
1. Estas palabras del Apóstol
pueden interpretarse de dos maneras. En primer lugar, entendiendo la
expresión «estar bajo la ley» en el sentido del que se somete a la ley
como a una carga y a disgusto. Por lo que, a este
propósito, dice la
Glosa que
está bajo la ley
el que se abstiene de hacer el mal, no por amor a la justicia, sino
por temor al castigo con que la ley amenaza. Y no es así como los
hombres espirituales se someten a la ley, puesto que cumplen
voluntariamente lo que manda la ley bajo el impulso de la caridad que
el Espíritu Santo infunde en sus corazones. En segundo lugar, pueden
interpretarse también como si las obras del hombre que es movido por
el Espíritu Santo fueran más bien obras del Espíritu Santo que del
hombre mismo. Y, puesto que el Espíritu Santo no está sometido a la
ley —como tampoco el Hijo, según dijimos (
a.4 ad 2)—, sigúese que
estas obras, en cuanto son producidas por el Espíritu Santo, no están
bajo la ley. Y esto lo ratifica el Apóstol cuando dice en 2 Cor
3,17:
Donde está el Espíritu del Señor allí hay
libertad.
2. El deseo de la carne es
imposible que esté sujeto a la ley de Dios desde el punto de vista
activo, ya que impulsa a acciones que son contrarias a la ley divina.
Pero sí le queda sujeto pasivamente, puesto que merece padecer el
castigo según la ley de la justicia divina. Sin embargo, en ningún
hombre domina la ley de la carne de tal modo que destruya todo el bien
natural que hay en él. Por eso, siempre queda en el hombre una
inclinación a hacer lo que pide la ley eterna. Pues ya vimos antes
(
q.85 a.2) que el pecado no destruye todo el bien de la
naturaleza.
3. La misma causa que conduce al
fin mantiene en la posesión del fin; como la misma gravedad que
arrastra los cuerpos graves hacía abajo los mantiene en su puesto
inferior. Por eso, cuando alguno en virtud de la ley eterna merece la
bienaventuranza o la condenación, es la misma ley eterna la que lo
mantiene en uno u otro destino. Y en este sentido también los
bienaventurados y los condenados están sujetos a la ley
eterna.