Artículo 1:
¿Fue buena la ley antigua?
lat
Objeciones por las que parece que no fue buena la ley
antigua.
1. En Ezquiel 20,25 se dice: Yo les he dado preceptos no buenos,
decretos en los que no tendrán vida. Ahora bien, una ley no se
dice buena sino por la bondad de los preceptos que contiene; luego la
ley antigua no fue buena.
2. Además, según San Isidoro, es propio de la ley
fomentar el bien común; pero la ley vieja no traía la salud, sino la
muerte y el daño, como dice el Apóstol, en Rom 7,6: Sin la ley, el
pecado estaba muerto. Y yo viví algún tiempo sin ley, pero,
sobreviniendo el precepto, revivió el pecado y yo quedé muerto. Y
en Rom 5,20: Se introdujo la ley para que abundara el pecado.
De todo lo cual se sigue que la ley antigua no fue
buena.
3. También es propiedad de la ley el que sea posible su observancia
(
q.95 a.3), tanto si se atiende a la naturaleza misma de la ley
como a las costumbres de aquellos a quienes se impone. Mas no fue ésta
la condición de la ley vieja, según lo que dice San Pedro en Act
15,10:
Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre
el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros
fuimos capaces de soportar? No parece, pues, que la ley vieja haya
sido buena.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 7,12: En suma, que la
ley es santa, y el precepto santo, y justo, y bueno.
Respondo: Sin duda alguna la ley antigua fue
buena. A la manera que una doctrina se muestra
ser buena por cuanto concuerda con la razón, así una
ley se prueba ser buena por estar conforme con la recta razón. Ahora
bien, la ley antigua estaba conforme con la razón, por cuanto reprimía
la concupiscencia, que contraría a la razón, como se declara en aquel
precepto de Ex 20,15 que dice:
No codiciarás los bienes de tu
prójimo. Por este modo prohibía la ley todos los pecados que
contradicen la razón; de donde se pone de manifiesto que la ley era
buena. Ésta es la razón alegada por el Apóstol en Rom 7,22:
Porque
me deleito en la ley de Dios según el hombre interior. Y antes
(v.16):
Reconozco que la ley es buena.
Mas conviene notar que el bien tiene diversos grados, según dice
Dionisio en De div. nom. Hay un bien perfecto y
un bien imperfecto. La bondad perfecta se halla en las cosas que,
estando ordenadas a un fin, son suficientes para alcanzarlo. La bondad
imperfecta es aquella que contribuye a la consecución del fin, pero
sin ser suficiente para lograrlo. Así, la medicina es perfecta si
logra dar la salud; imperfecta, si no llega a esto pero ayuda para que
el hombre la alcance. Ahora bien, es preciso saber que uno es el fin
que se propone la ley humana, y otro el de la divina. Es el fin de la
ley humana la tranquilidad temporal del Estado. Esto lo alcanza
cohibiendo los actos exteriores en aquello que pueden alterar la paz
del Estado. Pero la ley divina mira a conducir a los hombres al fin de
la eterna felicidad, lo que es impedido por cualquier pecado y acto,
sea exterior, sea interior. Por esto, lo que basta para la perfección
de la ley humana, a saber, que prohiba la infracción y señale su
castigo, no es suficiente para la perfección de la ley divina. De ésta
se exige que haga al hombre totalmente capaz de alcanzar la felicidad
eterna, la cual sólo se logra por la gracia del Espíritu Santo, por la
que se derrama la caridad en nuestros corazones (Rom 5,5). En
esta caridad se halla el cumplimiento de la ley. Así se lee en Rom
6,23: Gracia de Dios es la vida eterna. Esta gracia no la podía
conferir la ley antigua; estaba reservada a Cristo, según se dice en
Jn 1,17: Porque la ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad
vino por Jesucristo. De donde se sigue que la ley antigua es
buena, sí, pero imperfecta, según aquello de Heb 7,19: La ley no
llevó nada a la perfección.
A las objeciones:
1. El Señor habla allí de los
preceptos ceremoniales, los cuales son calificados de no buenos
porque no conferían la gracia, mediante la cual serían los hombres
limpios del pecado; antes por ellos se pone de manifiesto el pecado de
los hombres. Por esto se hace precisa mención de los decretos en
los cuales no tendrán la vida, pues por ellos no pueden alcanzar
la vida de la gracia. Y añade luego: Y los contaminé en sus
ofrendas, es decir, los mostré contaminados cuando ofrecían todo primogénito en expiación de sus
pecados.
2. De la ley se dice que mata, no
como causa eficiente, sino como causa ocasional, por su imperfección,
por cuanto no confería la gracia, con la cual podrían los hombres
cumplir lo que mandaba y evitar lo que prohibía. Y esta ocasión no era
dada por la ley, sino tomada por los hombres; por donde dice en el
mismo lugar el Apóstol: Pues el pecado, con ocasión del precepto,
me sedujo y por él me mató. Por esta razón añade
que se introdujo la ley para que abundase el pecado; donde la
conjunción final para que tiene un sentido consecutivo, no
causal. Los hombres, tomando ocasión de los preceptos de la ley,
pecaron más, y los pecados eran más graves después de la prohibición
de la ley. La concupiscencia se desarrolló, pues es un hecho que
codiciamos más lo que está prohibido.
3. El yugo de la ley no podía ser
llevado sin la ayuda de la gracia, que la ley no daba. Pues se dice en
Rom 9,16: No es del que quiere ni del que corre (esto es, por
la senda de los preceptos de Dios), sino de Dios, que tiene
misericordia. Por esto se lee en el Salmo 118,32: Corrí por el
camino de tus mandamientos cuando ensanchaste mi corazón, a saber,
por el don de la gracia y de la caridad.
Artículo 2:
¿Procede de Dios la ley antigua?
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Objeciones por las que parece que la ley antigua no viene de
Dios.
1. Se dice en Dt 32,4:
Las obras de Dios son perfectas. Pero
la ley antigua es imperfecta, según se dijo (
a.1;
q.91 a.5); luego la
ley antigua no tiene origen divino.
2. Además, se dice en Eclo 3,14: Esto aprendí: que todo cuanto
Dios hizo, persevera por siempre; mas la ley antigua no es así,
pues de ella dice el Apóstol en Heb 7,18: Es reprobado el
precedente mandato a causa de su flaqueza e inutilidad. Luego la
ley antigua no procede de Dios.
3. El legislador sabio no sólo debe impedir los males, sino
también hasta las ocasiones de ellos; pero la ley antigua fue ocasión
de pecado, según se dijo en el artículo precedente; luego la ley
antigua no puede atribuirse a Dios, de quien se dice en Job 36,22 que
a El nadie se le asemeja entre los legisladores.
4. Finalmente, dícese en 1 Tim 2,4: Dios quiere que todos los
hombres sean salvos. Pero la ley antigua no es suficiente para dar
la salud, según se dijo atrás; luego no pertenecía a Dios dar esta
ley. En suma, que la ley antigua no viene de Dios.
Contra esto: está lo que dice el Señor en Mt 15,6, hablando a los
judíos, para quienes la ley había sido dada: Habéis anulado los
preceptos de Dios por amor de vuestras tradiciones. Y poco antes
(v.4) había dicho: Honra a tu padre y a tu madre. Es manifiesto
que este precepto está contenido en la ley antigua (Ex 20,15; Dt 5,16).
Luego esta ley viene de Dios.
Respondo: La ley fue dada por el Dios bueno,
Padre de nuestro Señor Jesucristo. La ley, en efecto, llevaba a los
hombres a Cristo de dos maneras: la primera, dando testimonio de El;
por donde dice el mismo Señor en Lc 24,44: Es preciso que se cumpla
cuanto está escrito de mí en la Ley, en los Salmos y en los
Profetas. Y en Jn 5,46: Si prestarais fe a Moisés, tal vez me
la prestaríais a mí, pues de mí ha escrito él. Lo segundo, la ley
disponía a los hombres, apartándolos del culto idolátrico y
reteniéndolos en el culto del Dios verdadero, que había de salvar a
los hombres por medio de Cristo. Y así dice el Apóstol en Gál 3,23:
Antes de que viniera la fe, estábamos guardados bajo la ley,
retenidos para aquella fe que se había de revelar. Ahora bien, es
evidente que disponer para un fin y conducir a ese fin es del mismo,
que lo puede ejecutar por sí mismo o por sus mandatarios. El diablo no
daría una ley que llevase a los hombres a Cristo, por
quien había de ser expulsado, según lo que se lee en
Mt 12,26: Si Satanás arroja a Satanás, luego su reino está
dividido. En suma, que la ley antigua fue dada por aquel mismo
Dios que nos da la salud por la gracia de Cristo.
A las objeciones:
1. Nada impide que una cosa, sin
ser absolutamente perfecta, lo sea para un tiempo determinado, como un
niño se dice perfecto no en absoluto, sino atendida la edad. De la
misma suerte, los preceptos que se imponen a los niños son, sin duda,
perfectos atendida la edad de aquellos a quienes se dan, aunque no lo
sean absolutamente. Tales son los preceptos de la ley. Por eso dice el
Apóstol en Gál 3,24: La ley fue nuestro ayo para llevarnos a
Cristo.
2. Perseveran por siempre las
obras divinas que para esto fueron hechas, y éstas son las perfectas.
Pero la ley antigua fue reprobada en la edad de la gracia perfecta, no
como mala, sino como flaca e inútil para este tiempo; pues, como se
dice también, la ley nada llevó a la perfección. Por esto añade
el Apóstol en Gál 3,25: Luego que vino la fe, ya no estábamos bajo
el ayo.
3. Como queda dicho (
q.79 a.4), a
veces Dios permite que algunos caigan en pecado para que con esto se
humillen; y así quiso dar a los hombres tal ley que no la pudieran
cumplir con sus fuerzas, a fin de que en su presunción fueran
convencidos de pecado y, humillados, recurriesen en demanda de la
gracia.
4. Aunque la ley antigua no bastase
para dar la salud al hombre, tenía éste otra ayuda de Dios por la cual
podía ser salvo, a saber, la fe en el Mediador, por la que alcanzaban
la justicia los patriarcas, igual que nosotros. De esta suerte, Dios
no desamparaba a los hombres y les daba los auxilios necesarios para
la salvación.
Artículo 3:
La ley antigua, ¿fue dada por los ángeles?
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Objeciones por las que parece que la ley antigua no fue dada por
mediación de los ángeles, sino inmediatamente por Dios.
1. Ángel vale tanto como mensajero, nombre que importa ministerio, no
dominio, conforme a lo que se lee en el salmo 102,20s: Bendecid al
Señor todos sus ángeles... sus ministros. Pero la ley antigua
parece haber sido dada por el Señor, según aquello de Ex 20,1: Habló el Señor estas palabras. Y luego añade: Yo soy el Señor
tu Dios. Y el mismo modo de hablar se repite con frecuencia en el
Éxodo y en los siguientes libros de la ley. Luego la ley fue dada
inmediatamente por Dios.
2. En Jn 1,17 se lee: La ley fue dada por Moisés. Pero Moisés
la recibió inmediatamente de Dios, según consta por Ex 33,11: Hablaba el Señor a Moisés cara a cara, como suele hablar un amigo con
su amigo. Luego la ley antigua fue dada inmediatamente por
Dios.
3. A sólo el príncipe pertenece dar leyes, como dijimos (
q.90 a.3).
Pero sólo Dios es príncipe de la salud de las almas, mientras que los
ángeles son
espíritus administradores, según se dice en Heb
1,14; luego no debió ser dada por los ángeles la ley antigua, que se
ordena a la salud de las almas.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Gál 3,19: La ley fue dada
por los ángeles por mano del Mediador. Y en Act
7,53 dice San Esteban: Recibisteis la ley por
mediación de los ángeles.
Respondo: La ley fue dada por Dios por
mediación de los ángeles.
Fuera de la razón general indicada por Dionisio en De cael.
hier. c.4, de que las cosas divinas deben
comunicarse a los hombres por mediación de los ángeles, existe una
razón especial por qué la ley antigua debió ser dada por mediación de
los ángeles. Ya queda dicho (a.1.2) que la ley antigua era
imperfecta, pero que disponía para la perfecta salud del género
humano, que nos vendría por Cristo. Ahora bien, en todos los poderes,
como en las artes, existe un orden. El superior ejecuta por sí mismo
el acto principal y perfecto, mientras que los que disponen para la
última perfección los ejecuta por sus ministros. Así, el constructor
de un buque ajusta las piezas por sí mismo, pero las prepara por medio
de sus obreros. Por esto fue conveniente que la ley perfecta del Nuevo
Testamento fuese dada por el mismo Dios hecho hombre; pero la ley
vieja, por sus ministros, que son los ángeles. De este modo demuestra
el Apóstol, al principio de la carta a los Hebreos, la excelencia de
la ley nueva sobre la antigua, porque en el Nuevo Testamento nos
habló Dios por su Hijo (1,2), pero en el Testamento Viejo lo
hizo por los ángeles (2,2).
A las objeciones:
1. Como expone San Gregorio al
principio de Moral.: El ángel que apareció
a Moisés se nos presenta unas veces como ángel, otras como el Señor.
Como ángel, por cuanto servía, hablando exteriormente; como el Señor,
porque presidía interiormente y daba eficacia a las palabras. De
manera que el ángel hablaba en nombre del Señor.
2. San Agustín dice en XII Super Gen. ad litt. sobre las palabras de Ex
33,11: Habló el Señor a Moisés cara a cara, y sobre lo que más
adelante (v.18) se dice: Muéstrame tu gloria: Sentía lo que veía, y
lo que no veía lo deseaba, pues ni veía la esencia de Dios ni por
El era adoctrinado inmediatamente. Lo que dice el texto: Le hablaba
cara a cara, se ha de entender según la opinión del pueblo, el
cual pensaba que efectivamente Moisés hablaba cara a cara con Dios,
cuando en realidad hablaba y se le aparecía por una criatura
interpuesta, a saber, por el ángel y la nube. También
por esta visión facial se pudiera entender alguna contemplación
eminente y familiar, aunque inferior a la visión de la divina
esencia.
3. Al príncipe pertenece dar con
su autoridad las leyes, pero a veces las promulga por medio de otros.
Así, Dios es el autor de la ley, pero la promulgó por los
ángeles.
Artículo 4:
La ley antigua, ¿debió ser dada a sólo el pueblo judio?
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Objeciones por las que parece que la ley antigua no debió ser dada a
solo el pueblo judío.
1. La ley antigua disponía para la salud que nos debía venir por
Cristo, como queda dicho (
a.2.3). Pero esa salud no era sólo para los
judíos, sino para todos los pueblos, según aquello de Is 49,6:
Poco
es para mí ser tú mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y
reconducir a los salvados de Israel; yo te hago luz de las gentes para
llevar mi salvación hasta los confines de la tierra. Luego la ley
antigua debió darse a todos los pueblos y no a sólo el pueblo
judío.
2. Se lee en Act 10,34: Ahora conozco que no hay en Dios acepción
de personas, sino que, en toda nación, el que teme a Dios y practica
la justicia le es acepto. Luego no debió abrir el
camino de la salud a un pueblo más que a los otros.
3. Según se dijo atrás (
a.3), la ley fue dada por medio de los
ángeles. Pero el ministerio de los ángeles no sólo lo concedió a los
judíos, sino a todas las naciones, según se lee en el Eclo 17,14:
Dio a cada nación un jefe. A todas las naciones provee también
de los bienes temporales, menos apreciados de Dios que los
espirituales. Luego también debió dar la ley a todos los
pueblos.
Contra esto: está lo que dice San Pablo en Rom 3,1s: ¿En qué, pues,
aventaja el judío?... Mucho en todos los aspectos, porque primeramente
les ha sido dada la palabra de Dios. Y en Sal 147,20 se dice: No hizo tal a gente alguna, y a ninguna otra manifestó sus
juicios.
Respondo: Una razón se podría señalar de haber
sido dada la ley al pueblo judío más bien que a otros, a saber: que,
mientras los demás pueblos se dejaban llevar de la idolatría, sólo el
pueblo judío permaneció fiel al culto del Dios único verdadero, y, por
tanto, que los otros pueblos eran indignos de recibir la ley, si no
se
había de dar lo santo a los perros.
Pero esta razón no parece valedera, ya que aquel pueblo, aun después
de recibir la ley, se dio a la idolatría, lo que es más grave, como
resulta de Ex 32 y de Am 5,25s: ¿Me ofrecisteis sacrificios y
presentes en el desierto por espacio de cuarenta años, casa de Israel?
Antes os tomasteis la tienda de Moloc y el astro del dios Refán,
vuestros ídolos, que os habéis fabricado para adorarlos. Y
expresamente se dice en el Dt 9,6: Entiende que no por tu justicia
te da Yahveh la posesión de esta buena tierra, que eres pueblo de dura
cerviz. Y allí mismo (v.3) se da como razón cumplir la palabra
que con juramento dio a tus padres Abrahán, Isaac y
Jacob.
Qué promesa sea ésta, lo declara el Apóstol en Gál 3,16, diciendo: Pues a Abrahán y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice
a sus descendencias, como si se tratara de muchas, sino a su
descendencia, que es Cristo. Dios, pues, otorgó a aquel pueblo la
ley y otros beneficios especiales en atención a la promesa hecha a sus
padres de que de ellos nacería el Cristo. Convenía, pues, que el
pueblo del que Cristo había de nacer se distinguiera por una especial
santidad, según se dice en Lev 19,2: Sed santos, porque santo soy
yo. Ni fue por los méritos de Abrahán por los que se le hizo tal
promesa, que Cristo nacería de su descendencia, sino por la gratuita
elección y vocación de Dios. Por lo cual se dice en Is 41,2: ¿Quién
lo ha suscitado del lado de Levante y en su justicia lo llamó para
seguirle?
Es, pues, manifiesto que por sola la gratuita elección de Dios
recibieran los patriarcas la promesa, y el pueblo nacido de ellos
recibió la ley según lo que se dice en el Dt 4,36ss: De en medio
del fuego has oído sus palabras, porque amó a tus padres y eligió
después de ellos a su descendencia. Si todavía quisiéramos
insistir y buscar la razón de por qué ése y no otro pueblo haya sido
elegido para que de él naciese Cristo, habremos de responder con San
Agustín en Super Io.: Por qué atraiga a éste
y no a aquél, no te atrevas a juzgar, si no quieres incurrir en
error.
A las objeciones:
1. La salud de Cristo estaba
destinada para todas las gentes, pero Cristo debía nacer de un pueblo,
el cual, por esto mismo, había de distinguirse con algunos
privilegios, según lo que se dice en Rom 9,4s: Cuya es la adopción,
y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las
promesas; cuyos son los patriarcas, de quienes, según la carne,
procede Cristo.
2. La acepción de personas tiene
lugar en aquellas cosas que se confieren por derecho de justicia, no
en aquellas que se conceden por sola gracia. No incurre, pues, en la
acepción de personas el que por pura liberalidad da a uno y no a otro;
pero si uno fuera administrador de los bienes comunes y no los
distribuyese con equidad, según los méritos de cada uno, este tal
incurriría en acepción de personas. Los beneficios de Dios, que se
ordenan a la salvación eterna, los confiere Dios de pura gracia, y,
por tanto, no hay acepción de personas si se confieren a uno con
preferencia a otros. Por esto dice San Agustín en el libro De
praedest. sanct.: A todos cuantos Dios enseña,
por misericordia les enseña; a los que no enseña, por
justo juicio deja de enseñarles. Viene esto de la condenación del
humano linaje por el pecado de los primeros padres.
3. Por la culpa se retiran al
hombre los beneficios de la gracia, pero no los naturales, entre los
cuales se cuenta el ministerio de los ángeles, exigido por el mismo
orden natural de las cosas, según el cual los ínfimos son regidos por
los intermedios. Lo mismo sucede con las ayudas corporales, que Dios
confiere no sólo a los hombres, sino también a los ganados, según
aquello de Sal 35,7: Tú, Señor, conservas a los hombres y a los
animales.
Artículo 5:
¿Obliga a todos los hombres la observancia de la ley
antigua?
lat
Objeciones por las que parece que la observancia de la ley antigua
obliga a todos los hombres.
1. Todo el que es súbdito de un rey está sometido a las leyes de
éste; pero la ley antigua fue dada por Dios, Rey de toda la
tierra, como se dice en Sal 46,8; luego todos los habitantes de la
tierra están obligados a la observancia de la ley.
2. Además, los judíos no podían salvarse sin la observancia de la
ley, pues se dice en Dt 27,26: Maldito quien no mantenga la palabra
de esta ley, cumpliéndola. Si, pues, los otros hombres se podían
salvar sin la observancia de la ley antigua, estaban en mejor
situación que los judíos.
3. Los gentiles eran admitidos en la religión judaica y a la
observancia de la ley, pues se dice en Ex 12,48: Si alguno de los
extranjeros que habita contigo quisiera hacer la Pascua del Señor,
deberá circuncidarse todo varón de su casa, y entonces podrá
celebrarla, como si fuera indígena. En vano, pues, serían
admitidos los extraños a las observancias legales por disposición
divina si pudieran salvarse sin esas observancias. Luego ninguno podía
ser salvo sin la observancia de la ley.
Contra esto: está lo que dice Dionisio en De cael, hier.
c.9, que muchos gentiles fueron conducidos a Dios por
los ángeles. Y como consta que los gentiles no observaban la ley,
síguese que sin la observancia de la ley podían salvarse.
Respondo: La ley antigua contenía preceptos de
ley natural, a los cuales añadía otros particulares. Cuanto a los
primeros, todos los hombres estaban obligados a su observancia, no en
virtud de la ley mosaica, sino de la misma ley natural. Cuanto a los
otros preceptos añadidos por la ley antigua, no obligaban sino a solo
el pueblo judío.
La razón es que, según se dijo en el artículo precedente, la ley
antigua fue dada al pueblo judío a fin de que con ella tuviera ciertos
privilegios de santidad por reverencia de Cristo, que de él debía
nacer. Ahora bien, las leyes establecidas en orden a la especial
santificación de algunos, sólo a éstos obligan, como los clérigos,
consagrados al ministerio, están obligados a ciertas normas que no
obligan a los laicos; y, asimismo, los religiosos, en virtud de su
profesión, se obligan a ciertas obras de perfección a que los seglares
no están obligados. No de otro modo, aquel pueblo era obligado a
ciertas normas especiales a las que los demás pueblos no estaban
obligados. Por esto se dice en Dt 18,13: Sé puro ante el Señor, tu
Dios. Y así usaban de cierta forma de profesión, como se ve en Dt
26,3: Yo reconozco hoy ante el Señor tu Dios,
etcétera.
A las objeciones:
1. Los súbditos de un rey están
obligados a la observancia de la ley que se da para todos; pero, si da
algunos estatutos a sus familiares y ministros, ésos no obligan a los
demás.
2. Cuanto el hombre más se allega
a Dios, mejor se hace, y por eso el pueblo judío, cuanto más
consagrado al culto divino, tanto era más digno que los otros pueblos;
por lo cual se dice en Dt 4,8: Y ¿cuál es la gran nación que tenga
leyes y mandamientos justos, como toda esta ley que yo os propongo
hoy? De la misma suerte, bajo este aspecto, los clérigos son de
mejor condición que los laicos, y los religiosos que los
seculares.
3. Los gentiles conseguían la
salud con más perfección y seguridad mediante las observancias de la ley que con la sola ley natural. Por esto eran admitidos a esas observancias, como ahora los laicos abrazan el clericato, y los seculares la religión, aunque sin esto se pueden salvar.
Artículo 6:
¿Fue conveniente que la ley antigua se diera en tiempo de
Moisés?
lat
Objeciones por las que parece que la ley antigua no estuvo bien dada
en tiempo de Moisés.
1. La ley disponía para la salud, que nos había de venir por Cristo,
como queda dicho (
a.2.3); pero, en cuanto el hombre pecó, tuvo
necesidad de este remedio; luego la ley debió ser dada en seguida del
pecado.
2. La ley antigua fue dada para la santificación de aquellos de
quienes Cristo había de nacer; pero Abrahán fue el primero que recibió
la promesa de una descendencia, que es Cristo, como consta por
Gen 12,7; luego en tiempo de Abrahán, y no más tarde,
debió ser dada la ley.
3. Como Cristo no nació de los otros descendientes de Noé, sino de
Abrahán, a quien fue hecha la promesa, tampoco nació de los otros
hijos de Abrahán, sino de David, a quien fue renovada la promesa,
según aquello de 2 Re 23,1: Oráculo de David, hijo de I sai,
oráculo del hombre puesto en lo alto, del ungido del Dios de
Jacob. Luego la ley debió ser dada después de David, como se dio
después de Abrahán.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Gal 3,19: La ley fue dada
por causa de las transgresiones, promulgada por los ángeles por mano
del mediador hasta que viniese la «descendencia» a quien la promesa
había sido hecha. O sea, que fue ordenadamente dada, como
dice la Glosa. Luego fue conveniente que se diese en
el tiempo en que fue dada.
Respondo: Muy convenientemente fue dada la ley
en tiempo de Moisés. De dos capítulos podemos tomar la razón, a saber,
de los dos géneros de personas a quienes una ley se impone. De éstos,
unos son duros y soberbios, que por la ley han de ser reprimidos y
domados, y otros buenos, que por la ley son instruidos y ayudados en
el cumplimiento de lo que intentan. Pues bien, para reprimir el
orgullo de los hombres debía ser dada la ley en el tiempo en que se
dio. De dos cosas vivía infatuado el hombre, de la ciencia y del
poder. De la ciencia, como si la razón natural fuera suficiente para
alcanzar la salud. Así, para que el hombre se convenciese de la
vanidad de su orgullo, fue entregado al gobierno de su propia razón,
sin la ayuda de la ley escrita. Por experiencia pudo así aprender cuan
deficiente era su razón, pues había descendido hasta la idolatría y
hasta los más torpes vicios en la época de Abrahán. Para remedio de la
humana ignorancia fue necesario que la ley se diese después de estos
tiempos, pues, como se dice en Rom 3,20,
por la ley se nos da el
conocimiento del pecado. Una vez que el hombre fue instruido por
la ley, quedó su soberbia convicta de flaqueza, puesto que no podía
cumplir lo que conocía. Y así concluye el Apóstol en Rom 8,3s:
Pues
lo que a la ley era imposible, por ser débil a causa de la carne,
Dios, enviando a su Hijo..., para que la justicia de la ley se
cumpliese en nosotros.
Por razón de los buenos fue dada la ley como ayuda, entonces más
necesaria, cuando la razón natural comenzó a oscurecerse por la
sobreabundancia del pecado. Y este auxilio debió ser dado con cierto
orden, a fin de que por las cosas imperfectas fuesen conducido a la
perfección. Y así, entre la ley natural y la ley de
gracia fue conveniente que se diese la ley antigua.
A las objeciones:
1. No convenía que luego, en
seguida del pecado, se diese la ley antigua, porque el hombre, muy
confiado en su razón, no se reconocía necesitado de ella; además, que
el dictamen de la ley natural no se había oscurecido todavía con la
costumbre de pecar.
2. La ley debe darse a un pueblo,
pues es un mandamiento común, como dijimos antes. Y si en la época de
Abrahán fueron dados por Dios a los hombres algunos preceptos
familiares, digamos domésticos, más tarde, multiplicada la posteridad
de Abrahán hasta constituir un pueblo, y libertado de la servidumbre,
pudo ya dársele convenientemente la ley, pues los siervos no son
parte del pueblo o de la ciudad, a quien compete recibir la ley,
según dice el Filósofo en III Polit.
3. Como la ley debía darse a un
pueblo, no la recibieron solos aquellos de quienes Cristo había de
nacer; antes todo el pueblo fue sellado con el sello de la
circuncisión, que fue la señal de la promesa hecha a Abrahán y de él
recibida con fe, como dice el Apóstol en Rom 4,11. Por esto, debió
darse la ley antes de David al pueblo, ya organizado.