A continuación debemos tratar de los principios exteriores de nuestros actos (
q.49 intr). Ahora bien, el principio exterior que nos inclina al mal es el diablo, de cuya tentación ya hemos hablado en la primera parte (
q.114), y el principio exterior que nos mueve al bien es Dios, que nos instruye mediante la ley y nos ayuda mediante la gracia. Por lo cual tenemos que tratar ante todo de la ley, y luego de la gracia (
q.109). Acerca de la ley debemos estudiar, en primer lugar, la ley en común, y luego en sus partes (
q.93). En lo que se refiere a la ley en común, tres son los aspectos que se ofrecen a nuestra consideración: primero, su esencia; luego, sus clases (
q.91) y en tercer lugar, sus efectos (
q.92).
Sobre la esencia de la ley hay que dilucidar estos cuatro
puntos:
- La ley, ¿pertenece a la razón?
- Del fin de la ley.
- De la causa de la ley.
- De la promulgación de la ley.
Artículo 1:
La ley, ¿pertenece a la razón?
lat
Objeciones por las que parece que la ley no pertenece a la razón.
1. El Apóstol dice en Rom 7,23: Siento otra ley en mis
miembros, etc. Pero lo que atañe a la razón no se encuentra en los
miembros, puesto que la razón no utiliza órgano corporal. Luego la ley
no es cosa de la razón.
2. En la razón no hay más que potencia, hábitos y actos. Pero la ley
no es la potencia misma de la razón. Tampoco es un hábito de esta
potencia, porque los hábitos de la razón son las virtudes
intelectuales, de las que ya hemos hablado (
q.57). Ni es un acto de la
razón, pues si así fuera, al cesar el acto —como sucede, por ejemplo,
durante el sueño— cesaría la ley. Luego la ley no es algo que
pertenezca a la razón.
3. La ley mueve a quienes le están sometidos a obrar rectamente. Pero
mover a obrar, hablando propiamente, es cosa de la voluntad, como
consta por lo ya dicho (
q.9 a.1). Luego la ley no pertenece a la
razón, sino más bien a la voluntad. Y así lo entiende también el
Jurisconsulto cuando dice:
Lo que place al príncipe
tiene fuerza de ley.
Contra esto: está que a la ley compete mandar y prohibir. Pero todo acto
de imperio es propio de la razón, como ya expusimos (
q.17 a.1). Luego
la ley pertenece a la razón.
Respondo: La ley es una regla y medida de
nuestros actos según la cual uno es inducido a obrar o dejar de obrar;
pues
ley deriva de
ligar; porque obliga
en orden a la acción. Ahora bien, la regla y medida de nuestros actos
es la razón, que, como ya vimos (
q.1 a.1 ad 3), constituye el primer
principio de los actos humanos, puesto que propio de la razón es
ordenar al fin, y el fin es, según enseña el
Filósofo, el primer principio en el orden operativo.
Pero lo que es principio en un determinado género es regla y medida de
ese género, como pasa con la unidad en el género de los números y con
el movimiento primero en el género de los movimientos. Síguese, pues,
que la ley es algo que pertenece a la razón.
A las objeciones:
1. Siendo la ley una especie de
regla y medida, se dice que se encuentra en algo de dos maneras.
Primera, como en el principio mensurante y regulador. Y ya que medir y
regular es propio de la razón, de esta manera la ley sólo se encuentra
en la razón. Segunda, como en lo medido y regulado. Y de este modo se
encuentra en todas las cosas que obedecen a alguna inclinación
consiguiente a una ley; de donde resulta que cualquier inclinación
debida a una ley puede llamarse ella misma ley, aunque no
esencialmente, sino por participación. Y es así como la inclinación de
los miembros a la concupiscencia es llamada ley de los miembros.
2. Así como en los actos
exteriores podemos distinguir la operación y la obra, por ejemplo, la
edificación y el edificio, así en las operaciones de la razón cabe
distinguir también su acto, que consiste en entender y discurrir, y lo
producido por este acto. Hablando de la razón especulativa, este
producto es triple: primero, la definición; segundo, la enunciación;
tercero, el silogismo o argumentación. Ahora bien, como la razón
práctica emplea, a su vez, una especie de silogismo ordenado a la
operación, según dijimos arriba (
q.13 a.3;
q.76 a.1;
q.77 a.2 ad 4),
siguiendo la doctrina del Filósofo en
Ethic.,
debemos encontrar en la misma razón práctica algo que sea respecto de
la operación lo que en la razón especulativa son las proposiciones
respecto de la conclusión. Y estas proposiciones universales de la
razón práctica, ordenadas a la operación, son precisamente la
ley, bien que sean consideradas en acto por la razón,
bien que sólo se encuentren en ella de manera habitual.
3. El poder de mover a uno que tiene la
razón lo recibe de la voluntad, según ya dijimos (
q.17 a.1), pues cuando alguien quiere el fin es cuando la
razón dispone acerca de los medios que a él conducen. Pero para que el
querer de la voluntad respecto de estos medios tenga valor de ley, es
necesario que esté regulado por la razón. Y de este modo se entiende que la voluntad del príncipe tenga fuerza de ley.
De lo contrario, la voluntad del príncipe, más que ley, sería
iniquidad.
Artículo 2:
La ley, ¿se ordena siempre al bien común?
lat
Objeciones por las que parece que la ley no siempre se ordena al bien
común como a su fin.
1. A la ley compete mandar y prohibir. Pero los mandatos versan sobre
bienes singulares. Luego no siempre el fin de la ley es el bien
común.
2. La ley dirige al hombre en sus acciones. Pero los actos humanos se
ejercen sobre cosas particulares. Luego la ley se ordena al bien
particular.
3. Dice San Isidoro en su obra Etymol.: Si
la ley recibe su consistencia de la razón, será ley todo lo que la
razón establezca. Pero la razón establece no sólo lo que mira al
bien común, sino también lo que se refiere al bien privado. Luego la
ley no se ordena sólo al bien común, sino también al bien privado
individual.
Contra esto: está lo que dice San Isidoro en V Etymol.: La ley no ha sido escrita para provecho particular de nadie, sino para utilidad común de los ciudadanos.
Respondo: Hemos visto (
a.1) que la ley, al ser
regla y medida de los actos humanos, pertenece a aquello que es
principio de estos actos. Pero así como la razón es principio de los
actos humanos, también hay en la razón misma algo que es principio de
todo lo demás, a lo cual, por tanto, ha de responder la ley de manera
principal y primaria. Ahora bien, el primer principio en el orden
operativo, del que se ocupa la razón práctica, es el último fin. Y,
como el último fin de la vida humana, según ya vimos (
q.2 a.7;
q.3 a.1;
q.69 a.1), es la felicidad o bienaventuranza, síguese que la ley
debe ocuparse primariamente del orden a la bienaventuranza. Además, la
parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y el hombre
individual es parte de la comunidad perfecta. Luego es necesario que
la ley se ocupe de suyo del orden a la felicidad común. De ahí que el
Filósofo, en la sobredicha definición de las cosas
legales, haga mención tanto de la felicidad como de la comunidad
política. Dice, en efecto, en V
Ethic. que
llamamos cosas legales justas a las que promueven y conservan la
felicidad y todos sus requisitos en la convivencia política,
teniendo en cuenta que la comunidad perfecta es la ciudad, como
también se dice en I
Politic.
Por otra parte, lo que realiza en grado máximo la noción común de un
género es causa y punto de referencia de todo lo demás de ese género.
Por ejemplo, el fuego, que es lo sumo en el género de lo cálido, es
causa del calor en los cuerpos mixtos, y éstos no se dicen cálidos
sino en la medida en que participan del fuego. De donde se sigue que,
como la ley se constituye primariamente por el orden al bien común,
cualquier otro precepto sobre actos particulares no tiene razón de ley
sino en cuanto se ordena al bien común. Se concluye, pues, que toda
ley se ordena al bien común.
A las objeciones:
1. Por precepto se entiende la
aplicación de la ley a las cosas que la ley regula. Y como la
ordenación al bien común, que es propia de la ley, es aplicable a
fines individuales, de ahí que se den también preceptos
sobre algunas cosas particulares.
2. Las operaciones se ejercen,
ciertamente, sobre cosas particulares; pero éstas pueden ser referidas
al bien que llamamos común no ya con comunidad de género o de especie,
sino con comunidad de finalidad, en cuanto se llama bien común a lo
que es un fin común.
3. Así como nada hay firme en el
ámbito de la razón especulativa a no ser por reducción a los primeros
principios indemostrables, así nada hay consistente en el terreno de
la razón práctica sino por reducción al fin último, que es el bien
común. Mas lo que la razón establece de este modo tiene carácter de
ley.
Artículo 3:
¿Puede un individuo particular crear leyes?
lat
Objeciones por las que parece que la razón de uno cualquiera basta
para instituir las leyes.
1. El Apóstol dice en Rom 2,14: Cuando los gentiles, que carecen
de ley, guiados por la razón natural, cumplen los preceptos de la ley,
ellos mismos son su propia ley. Y esto lo dice de todos en
general. Luego cualquiera puede darse a sí mismo leyes.
2. Según dice el Filósofo en II Ethic., la
intención del legislador es inducir a los hombres a la virtud.
Pero cualquier hombre puede inducir a otro a la virtud. Luego la ley
puede ser dada por la razón de cualquier individuo
particular.
3. Así como el príncipe de la ciudad es quien gobierna en su ciudad, así el
padre de familia es quien gobierna en su casa. Pero el príncipe de la ciudad
puede hacer leyes en su ciudad. Luego cualquier padre de familia
puede instituir leyes en su casa.
Contra esto: está lo que dice San Isidoro en el libro de las Etimologías, de acuerdo con lo que se lee en el Decreto dist.2.: La ley es una determinación
del pueblo sancionada por los ancianos junto con la plebe. Luego
las leyes no puede hacerlas uno cualquiera.
Respondo: La ley propiamente dicha tiene por
objeto primero y principal el orden al bien común. Pero ordenar algo
al bien común corresponde, ya sea a todo el pueblo, ya
a alguien que haga sus veces. Por tanto, la institución de la ley
pertenece, bien a todo el pueblo, bien a la persona pública que tiene
el cuidado del mismo. Porque también en cualquier otro ámbito de
cosas el ordenar a un fin compete a aquél de quien
es propio este fin.
A las objeciones:
1. Como ya vimos (a.1 sol.1), la
ley puede ser considerada no sólo en cuanto reside en su principio
regulador, sino también en cuanto se encuentra por participación en el
sujeto regulado. Y en este último sentido cada cual es la ley para sí
mismo por cuanto participa del orden que emana de un principio
regulador. De ahí que en el pasaje citado se añada (v.15): Muestran
que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones.
2. Una persona privada no puede
inducir eficazmente a la virtud: puede únicamente amonestar, pero si
su amonestación no es atendida, carece de fuerza coactiva, fuerza que
ha de tener, en cambio, la ley para que pueda inducir a la virtud con
eficacia, según dice el Filósofo en X
Ethic.
Esta fuerza coactiva radica en el pueblo o en la persona pública que
lo representa, que puede por ello infligir penas, como más adelante
expondremos (
q.92 a.2 ad 3;
2-2 q.64 a.3). Luego sólo el pueblo o su
mandatario pueden legislar.
3. Así como el individuo es parte
de la sociedad doméstica, así ésta forma parte de la ciudad, que es la
sociedad perfecta, según se dice en I Politic. Por tanto, como el bien del individuo no es un fin último, sino que
está subordinado al bien común, síguese que el bien de la sociedad
doméstica se ordena, a su vez, al bien de la ciudad o sociedad perfecta.
En consecuencia, el que gobierna una familia puede, sin duda, dictar
algunos preceptos o estatutos, pero nada que tenga propiamente el
carácter de ley.
Artículo 4:
La promulgación, ¿es esencial a la ley?
lat
Objeciones por las que parece que la promulgación no es esencial a la
ley.
1. La ley natural reviste en grado máximo el carácter de ley, y, sin
embargo, no necesita promulgación. Luego la promulgación no pertenece
a la esencia de la ley.
2. Lo propio de la ley es obligar a hacer algo o a abstenerse de
hacerlo. Pero la ley no obliga solamente a aquellos ante quienes se
promulga, sino también a los demás. Luego la promulgación no es
esencial a la ley.
3. La obligación de la ley se extiende también al tiempo futuro,
pues, según el derecho, las leyes imponen necesidad
en los asuntos futuros. La promulgación, por el contrario, sólo
alcanza a quienes la presencian. Luego no es esencial a la
ley.
Contra esto: está lo que se dice en la dist.4 del Decreto: Las leyes quedan instituidas cuando
son promulgadas.
Respondo: Como ya vimos (
a.1), la ley se impone
a los súbditos como regla y medida. Pero regla y medida no se imponen
sino mediante su aplicación a lo que han de regular y medir. Luego,
para que la ley tenga el poder de obligar, cual compete a su
naturaleza, es necesario que sea aplicada a los hombres que han de ser
regulados conforme a ella. Esta aplicación se lleva a cabo al poner la
ley en conocimiento de sus destinatarios mediante la promulgación.
Luego la promulgación es necesaria para que la ley tenga fuerza de
tal.
Y así, de las cuatro conclusiones establecidas se puede inferir la
definición de la ley, la cual no es sino una ordenación de la razón al
bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la
comunidad.
A las objeciones:
1. La promulgación de la ley
natural consiste en el hecho mismo de que Dios la implantó en las
mentes de los hombres para que así la pudieran conocer
naturalmente.
2. Los que no asisten a la
promulgación de una ley están obligados a observarla en cuanto, una
vez promulgada, la conocen, o pueden conocerla, por medio de
otros.
3. La promulgación actual se
extiende al futuro merced a la permanencia de la escritura, que es, en
cierto modo, una continua promulgación. Por eso dice San Isidoro en
II Etymol. que el nombre de ley procede de
leer, porque está puesta por escrito.