«Tienen boca y no hablan» Sal 115,5 Bar 6,7. Esta sátira de los «ídolos mudos» 1Cor 12,2 subraya uno de los rasgos más característicos del Dios vivo en la revelación bíblica: Dios habla a los hombres, y la importancia de su palabra en el AT no es sino la preparación del hecho central del NT, donde esta palabra —el Verbo— se hace carne.
En el AT el tema de la palabra divina no es objeto de especulación abstracta, como sucede en otras corrientes de pensamiento (el logos de los filósofos alejandrinos). Es ante todo un hecho de experiencia: Dios habla directamente a hombres privilegiados; por ellos habla a su pueblo y a todos los hombres.
1. El profetismo es una de las bases fundamentales del AT: en todos los siglos habla Dios a hombres escogidos, con la misión de transmitir su palabra. Estos hombres son, en el sentido lato del término, profetas. Puede variar la manera como Dios se dirige a ellos: a unos habla «en visiones y en sueños» Num 12,6 1Re 22,13-17; a otros con una inspiración interior más indefinible 2Re 3-15, Jer 1,4; a Moisés habla «cara a cara» Num 12,8. Con mucha frecuencia ni siquiera se precisa el modo de expresión de su palabra (p.e. Gen 12,1). Pero eso no es lo esencial: todos estos profetas tienen clara conciencia de que les habla Dios, que su palabra los invade en cierto modo hasta hacerles violencia Am 7,15,3,8 Jer 20,7ss. Para ellos la palabra de Dios es, pues, el hecho primero que determina el sentido de su vida, y la forma extraordinaria en que la palabra surge en ellos hace que atribuyan su origen a la acción del Espíritu de Dios. Sin embargo, en otros casos la palabra puede llegar por vías más secretas, aparentemente más próximas a la psicología normal: las que sigue la sabiduría divina para dirigirse al corazón de los hombres Prov 8,1-21.32-36 Sab 7-8, sea que les enseñe cómo deben conducir su vida, sea que les revele los secretos divinos Dan 5,11s Gen 41,39. De todos modos no se trata de una palabra de hombre, sujeta a fluctuación o a error: profetas y sabios están en comunicación directa con el Dios vivo.
2. Ahora bien, la palabra divina no se da a los privilegiados del cielo como una enseñanza esotérica que deban ocultar al común de los mortales. Es un mensaje que hay que transmitir; no a un pequeño círculo, sino al entero pueblo de Dios, al que Dios quiere alcanzar por intermedio de sus portavoces. Así la experiencia de la palabra de Dios no es sólo cosa de un pequeño número de místicos: todo Israel se ve llamado a reconocer que Dios le habla por boca de sus enviados. Si se da el caso de que en un principio desconozcan y desprecien la palabra divina (p.e. Jer 36), hay signos indiscutibles que acaban siempre por imponer su evidencia. En la época del NT el judaísmo entero profesará que «Dios habló a nuestros padres, muchas veces y en muchas maneras» Heb 1,1.
La palabra de Dios puede enfocarse en dos aspectos, indisociables, pero distintos: revela y obra.
1. Dios revela al hablar.
Dios habla para poner el pensamiento del hombre en comunicación con su propio pensamiento. Su palabra es alternativamente ley y regla de vida, revelación del sentido de las cosas y de los acontecimientos, promesa y anuncio del porvenir.
a. La concepción de la palabra divina como ley y regla de vida se remonta a los orígenes mismos de Israel. En el momento de la alianza en el Sinaí Moisés dio al pueblo de parte de Dios una carta religiosa y moral resumida en diez «palabras», el Decálogo Ex 20,1-17 Dt 5,6-22 Ex 34,28 Dt 4,13 10,4. Esta afirmación del Dios único ligada a la revelación de sus exigencias esenciales fue uno de los primeros elementos esenciales que permitieron a Israel tomar conciencia de que «Dios habla». Ciertos relatos bíblicos subrayaron el hecho dando cuerpo y vida al cuadro del Sinaí y presentando a Dios hablando directamente a todo Israel desde dentro de la nube Ex 20,1.. Dt 4,12; de hecho otros pasajes ponen claramente de relieve el papel de mediador de Moisés Ex 34,10-28. Pero de todos modos la ley se impuso a título de palabra divina. Como tal vieron en ella los sabios y los salmistas la fuente de la felicidad Prov 18,13 16,20 Sal 119.
b. Sin embargo. con la ley divina se halla ligada desde los orígenes una revelación de Dios y de su acción acá en la tierra : «Yo soy Yahveh, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto» Ex 20,2. Tal es la certeza esencial que funda la autoridad de la ley misma. Si Israel es un pueblo monoteísta, no es en modo alguno por sabiduría humana. sino porque Yahveh habló a sus padres, luego a Moisés, para darse a conocer como «el único» Ex 3,13-15 Dt 6,4. Así también, a medida que la historia se va desenvolviendo, la palabra de Dios Io ilustra sobre su oculto significado. En cada una de las grandes experiencias nacionales le descubre intenciones secretas Jos 24,2-13. Este reconocimiento del designio de Dios en los acontecimientos de este mundo no es tampoco de origen humano; está en conexión con el conocimiento profético, prolongado por la reflexión sapiencial Sab 10-19. En una palabra, dimana de la palabra de Dios.
c. En fin, la palabra de Dios sabe franquear los límites del tiempo para desvelar anticipadamente el porvenir. Paso a paso ilustra a Israel sobre la próxima etapa del designio de Dios Gen 15,13-16 Ex 3,7-10 Jos 1,1-5. Finalmente, más allá de un porvenir inmediato que se colora de tintas sombrías, revela lo queacontecerá «en los últimos tiempos», cuando realice Dios su designio con plenitud: es todo el objeto de la escatología profética. Ley, revelación, promesa: estos tres aspectos de la palabra divina se acompañan y se condicionan mutuamente a todo lo largo del AT. Reclaman por parte del hombre una respuesta, de la que volveremos a hablar más abajo.
2. Dios obra al hablar.
Sin embargo, la palabra de Dios no es sólo un mensaje inteligible dirigido a los hombres. Es una realidad dinámica, un poder que opera infaliblemente los efectos pretendidos por Dios. Dios la envía como un mensajero vivo Is 9,7 Sal 107,20 147,15: se lanza en cierto modo sobre los hombres Zac 1,6. Dios vela sobre ella para realizarla Jer 1,12, y, en efecto, ella produce siempre lo que anuncia Num 23,19 Is 55,10s, ya se trate de los acontecimientos de la historia, de las realidades cósmicas o del término del designio de salvación.
a. Esta concepción dinámica de la palabra no era desconocida del antiguo Oriente, que la escuchaba en forma cuasi-mágica. En el AT se aplicó en primer lugar a la palabra profética: cuando Dios revela de antemano sus planes es cierto que luego los realizará. La historia es un cumplimiento de sus promesas Dt 9,5 1Re 2,4 Jer 11,5; los acontecimientos sobrevienen a su llamamiento Is 44.7s. En el Éxodo «manda, y vienen los insectos» Sal 105,31.34. Al final de la cautividad de Babilonia «dice de Jerusalén:'¡sea habitada!', y dice de Ciro: 'Mi pastor...'» Is 44,26.28.
b. Pero si éste es el caso de la historia, ¿cómo dudar de que la creación entera obedece igualmente a la palabra de Dios? En efecto, bajo la forma de una palabra es como debemos representarnos el acto original del creador: «Dijo, y fue hecho» Sal 33,6-9 Gen 1 Lam 3,37 Jdt 16,14 Sab 9,1 Eclo 42,15. Desde entonces esta misma palabra sigue activa en el universo, rigiendo los astros Is 40,26, las aguas del abismo Is 44,27 y el conjunto de los fenómenos de la naturaleza Sal 107,25 147,15-18 Job 37,5-13 Eclo 39,17.31. La palabra de Dios, más que los alimentos terrestres, es la que, como un maná celestial, conserva en vida a los hombres que creen en Dios Sab 16,26 Dt 8,3 (LXX).
c. Tal eficacia, comprobable en la creación como en la historia, no puede faltar a los oráculos de salvación que conciernen a los «últimos tiempos»; en efecto, «la palabra de Dios permanece siempre» Is 40,8. Por eso, de un siglo a otro, el pueblo de Dios recoge piadosamente todas estas palabras que le describen anticipadamente su porvenir. Ningún acontecimiento agota su significación mientras no llegan los «últimos tiempos» Dan 9.
III. EL HOMBRE ANTE DIOS QUE HABLA
La palabra de Dios es por tanto un hecho frente al cual no puede el hombre permanecer pasivo: el portavoz ejerce un ministerio con muy graves responsabilidades; el oyente de la palabra se ve requerido a tomar posición, lo cual pone en juego su destino.
1. El ministerio de la palabra no se presenta en el AT como una fuente de goces místicos: por el contrario, todo profeta se expone a la contradicción e incluso a las persecuciones. Cierto que Dios, al poner en su boca sus propias palabras, le da fuerza suficiente para transmitir sin temor el mensaje que se le confía Jer 1.6-10. Pero, en cambio, es responsable delante de Dios de esa misión de la que depende la suerte de los hombres Ez 3,16-21 33,1-9. De he cho, si trata de evadirse, Dios puede hacerle volver a la fuerza, como lo da a entender la historia de Jonás Jon 1 3. Pero las más de las veces los portavoces de Dios desempeñan su misión con riesgo de su tranquilidad e incluso de su vida; y esta fidelidad heroica es para ellos causa de sufrimiento Jer 15,16ss, un duro deber cuyo salario no perciben inmediatamente 1Re 19,14.
2. La acogida hecha a la palabra.
Por lo que se refiere a los oyentes de la palabra, deben dispensarle en su corazón una acogida confiada y dócil. La palabra, en cuanto revelación y regla de vida, es para ellos luz Sal 119,105; en cuanto promesa, da seguridad respecto al porvenir. Así pues, quienquiera que sea el que la transmita, hay que escucharla Dt 6,3 Is 1,10 Jer 11,3.6, sea para «tenerla en el corazón» Dt 6,6 30,14 y ponerla en práctica Dt 6,3 Sal 119,9.17.101, sea para contar con ella y esperar en ella Sal 119,42.74.81 130,5. La respuesta humana a la palabra de Dios constituye, pues, una actitud interior compleja, que comporta todos los aspectos de la vida teologal: la fe, puesto que la palabra es revelación; la esperanza, puesto que es promesa; el amor, puesto que es regla de vida Dt 6,4ss.
IV. PERSONIFICACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
La palabra divina no es un elemento de tantos en la economía del AT; la domina totalmente, dando sentido a la historia en cuanto es creadora de la misma, suscitando en los hombres la vida de fe en cuanto se les dirige como un mensaje. No debe, pues, sorprender el ver que esta importancia se traduce a veces en una personificación de la palabra, paralela a las de la sabiduría y del Espíritu de Dios. Tal es el caso de la palabra reveladora Sal 119,89 y sobre todo de la palabra operante, ejecutora de las órdenes divinas Sal 147,15 107,20 Is 55,1 1 Sab 18,14ss. En la filigrana de estos textos se descubre ya la acción del Verbo de Dios en la tierra, aun antes de que el NT la revele a los hombres con plenitud.
Algunos pasajes del NT reasumen la doctrina de la palabra de Dios en sentido idéntico al del AT Mt 15,6. Así María cree en la palabra que le es transmitida por el ángel Lc 1,37s.45, y a Juan Bautista se le dirige la palabra como a los profetas de otros tiempos Lc 3,2. Pero las más de las veces el misterio de la palabra tiene ya por centro la persona de Jesús.
1. La palabra opera y revela.
En ninguna parte se dice que la palabra de Dios es dirigida a Jesús como se decía antiguamente de los profetas. Sin embargo, en san Juan como en los Sinópticos su palabra se presenta exactamente como la palabra de Dios en el AT: poder que opera y luz que revela.
Poder que opera: con una palabra realiza Jesús los milagros que son los signos del reino de Dios Mt 8,8.16 Jn 4,50-53. También con una palabra produce en los corazones los efectos espirituales cuyos símbolos son estos milagros, como, por ejemplo, el perdón de los pecados Mt 9,1-7 p. Con una palabra transmite a los Doce sus poderes Mt 18,18 Jn 20,23 e instituye los signos de la nueva alianza Mt 26,26-29 p. En él y por él está, pues, en acción la palabra creadora, operando acá en la tierra la salvación.
Luz que revela: Jesús anuncia el Evangelio del reino, «anuncia la palabra» Mc 4,33, dando a conocer en parábolas los misterios del reino de Dios Mt 13,11 p. En apariencia es un profeta Jn 6,14 o un doctor que enseña en nombre de Dios Mt 22,16 p. En realidad habla «con autoridad» Mt 1,22 p, como de su propio fondo, con la certeza de que «sus palabras no pasarán» Mt 24,35 p. Esta actitud deja entrever un misterio, al que el cuarto evangelio se asoma con predilección. Jesús «dice las palabras de Dios» Jn 3,34, dice «lo que el Padre le ha enseñado» 8,28. Por eso «sus palabras son espíritu y vida» 6,63. Repetidas veces emplea el evangelista con énfasis el verbo «hablar» (lalein) para subrayar la importancia de este aspecto de Jesús (p.c. 3,11 8,25-40 15,11 16,4.), pues Jesús «no habla de sí mismo» 12,49s 14,10, sino «como le ha hablado primero el Padre» 12,50. El misterio de la palabra profética, inaugurado en el AT, alcanza, pues, en él, su perfecto cumplimiento.
2. Los hombres frente a la palabra.
Por eso se intima a los hombres que tomen posición frente a esta palabra que los pone en contacto con Dios mismo. Los Sinópticos refieren palabras de Jesús que muestran claramente el objeto de esta elección. En la parábola de la semilla la palabra —que es el Evangelio del reino— es acogida diversamente por sus diversos oyentes: todos «oyen»; pero los que la «comprenden» Mt 13,23 o la «acogen» Mc 4,33 o la «guardan» Lc 8,15 la ven producir en ellos su fruto. Asimismo Jesús, terminado el sermón de la montaña, en que acaba de proclamar la nueva ley, opone la suerte de los que «oyen su palabra y la ponen en práctica» a la de los que «la oyen sin ponerla en práctica» Mt 7,24.26 Lc 6,47.49: casa fundada sobre la roca por un lado, sobre la arena por otro.
Estas imágenes introducen una perspectiva de juicio; cada cual será juzgado según su actitud frente a la palabra: «Quien se avergonzare demí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará también de él cuando venga en la gloria de su Padre» Mc 8,38 p.
El cuarto evangelio vuelve a las mismas ideas con particular insistencia. Muestra que en los oyentes de Jesús se opera una división a causa de sus palabras Jn 10,19. Por un lado se hallan los que creen Jn 2,22 4,39.41.50, escuchan su Palabra 5,24, la guardan 8,51s 14,23s 15,20, permanecen en ella 8,31 y en quienes ella permanece 5,38 15,7; éstos tienen la vida eterna 5,24, no verán jamás la muerte 8,51. Por otro lado los que hallan esta palabra demasiado dura 6,60, que no «pueden escucharla» 8,43 y que por lo mismo la rechazan y repudian a Cristo: a éstos la palabra misma de Jesús los juzgará el último día 12,48, porque no es su palabra de él, sino la del Padre 12.49 17,14, que es verdad 17,17. Es por tanto una misma cosa tomar posición frente a la palabra de Jesús, frente a su persona y frente a Dios. Según la decisión tomada se ve el hombre introducido en una vida teologal hecha de fe, de confianza y de amor, o arrojado por el contrario a las tinieblas del mundo malvado.
1. La acción de la Palabra de Dios.
Los Hechos y las epístolas apostólicas nos muestran la palabra de Dios prosiguiendo en la tierra la salvación inaugurada por Jesús. Por lo demás, esta palabra no designa tanto una serie de «palabras del Maestro» recogidas y repetidas por los discípulos Mt 10,14 1Cor 7,10.12.25 cuanto el mensaje mismo del Evangelio, proclamado en la predicación cristiana. El ministerio apostólico es esencialmente un servicio de esta palabra Act 4,29ss 6,2.4, que se debe anunciar para que resuene en el mundo entero 8,4.25 13,5 18,9s 1Tes 1,8; servicio sincero, que no falsifica el mensaje 2Cor 2,17 4,2; servicio animoso, que lo proclama con audacia Act 4,31 Flp 1,14.
Ahora bien, esta palabra es por sí misma un poder de salvación: el crecimiento de la Iglesia se identifica con su crecimiento Act 6,7 12,24 19,20, y aun las cadenas con que se carga al Apóstol no logran encadenarla 2Tim 2,9. Es la «palabra de salvación» Act 13,26, la «palabra de vida» Flp 2,16, la palabra segura 1Tim 1,15 2Tim 2,11 Tit 3,8, la palabra viva y eficaz Heb 4,12; otras tantas expresiones que subrayan su acción en los corazones de los creyentes. Así, a ella es a la que éstos deben su regeneración cuando creen en ella en el momento del bautismo 1Pe 1,23 Sant 1,18 Ef 5,26. En la obra de la salvación se descubre así la misma eficacia de la palabra que el AT presentía en el marco de la creación y en el desarrollo de la historia, y que los evangelios atribuían a la palabra de Jesús. Pero de hecho la palabra anunciada por los apóstoles ¿es otra cosa que la palabra misma de Jesús, elevado como señor a la diestra de Dios, y que habla por sus apóstoles y confirma su palabra con signos Mc 16,20?
2. Los hombres delante de la palabra de Dios.
Por esta razón frente a la palabra apostólica tiene lugar la misma división que se observaba ya frente a Jesús: negativa por parte de unos Act 13,46 1Pe 2,8 3,1; acogida por parte de otros 1Tes 1,6, que reciben la palabra 1Tes 2,13, la escuchan Col 1,5 Ef 1,13,. la reciben con docilidad para ponerla en práctica Sant 1,21ss, la guardan a fin de ser salvos 1Cor 15,2 Ap 3,8, la glorifican Act 13,48, de modo que permanece en ellos Col 3,16 1Jn 1,10 2,14. Si es menester, éstos soportan por causa de ella la prueba y el martirio Ap 1,9s 6,9 20,4 y gracias a ella vencen a las potencias del mal Ap 12,11. Así se dilata en la historia la acción de la palabra divina, que suscitó en los hombres fe, esperanza y amor.
1. El Verbo hecho carne.
De este misterio de la palabra divina nos comunica Juan el último secreto, relacionándola en la forma más estrecha con el misterio mismo de Jesús, Hijo de Dios: Jesús es en cuanto Hijo la palabra subsistente, el Verbo de Diem. De él deriva, pues, en última instancia toda manifestación de la palabra divina, en la creación, en la historia, en la realización final de la salvación. Así se comprende lo que se dice en la epístola a los Hebreos: «Después de haber hablado a nuestros padres por los profetas, nos ha hablado Dios por su Hijo» Heb 1,1s.
Así pues, Jesús en cuanto verbo existía en Dios desde los principios, y él mismo era Dios Jn 1,1s. Era la palabra creadora en que todo fue hecho 1,3 Heb 1,2 Sal 33,6ss, la palabra iluminadora que brillaba en las tinieblas del mundo para aportar a los hombres la revelación de Dios Jn 1,4s.9. Ya en el AT era él quien se manifestaba bajo las formas externas de la palabra operante y revelante. Pero finalmente, al término de los tiempos, este verbo entró abiertamente en la historia haciéndose carne 1,14; entonces vino a ser para los hombres objeto de experiencia concreta 1Jn 1,1 ss, de modo que «nosotros vimos su gloria» Jn 1,14.
De esta manera llevó a término su doble actividad de revelador y de autor de la salvación: como Hijo único dio a los hombres a conocer al Padre 1,18; para salvarlos introdujo en el mundo la gracia y la verdad 1,14.16s. El Verbo manifestado al mundo está ahora ya en medio de la historia humana: antes de él la historia tendía hacia su encarnación; después de su venida tiende hacia su triunfo final. En efecto, él también se manifestará en un último combate, para dar fin a la acción de los poderes malignos y procurar acá en la tierra la victoria definitiva de Dios Ap 19,13.
2. Los hombres delante del Verbo hecho carne.
Siendo Cristo el Verbo subsistente «venido en carne», se comprende que la actitud adoptada por los hombres frente a su palabra y frente a su persona determina por el mismo caso su actitud frente a Dios. Efectivamente, su venida a la tierra dio lugar entre ellos a una división. Por un lado, las tinieblas no lo acogieron Jn 1,5, el mundo malvado no lo conoció 1,10, los suyos —su propio pueblo— no lo recibieron 1,11: es toda la historia evangélica que desemboca en la pasión. Pero por otro lado los hay que «creyeron en su nombre» 1,12: éstos «recibieron de su plenitud gracia sobre gracia» 1,16, y él les dio poder ser hijos de Dios 1,12, él que es hijo por naturaleza 1,14.18.
Así cristalizó en torno al Verbo encarnado un drama que en realidad dura desde que Dios comenzó a hablar a los hombres por sus profetas. Pero también, cuando los profetas proclamaban la palabra de Dios ¿no era ya el Verbo en persona el que se expresaba por su boca, el mismo Verbo que había de tomar carne al fin de los tiempos para hablar directamente a los hombres cuando lo enviara el Padre personalmente a la tierra? A esta acción oculta, preparatoria, ha sucedido ahora una presencia directa y visible. Pero para los hombres no ha cambiado de aspecto el problema vital planteado por la palabra de Dios: quien cree en la palabra, quien reconoce al Verbo y lo acoge, entra por él en una vida teologal de hijo de Dios Jn 1,12; quien rechaza la palabra, quien desconoce al Verbo, permanece en las tinieblas del mundo y con eso mismo está ya juzgado 3.17ss. Tremenda perspectiva que todo hombre debe afrontar, abiertamente si se halla en presencia del Evangelio de Jesucristo, secretamente si la palabra divina sólo le llega bajo formas imperfectas. A todo hombre habla el Verbo, de todo hombre aguarda una respuesta. Y el destino eterno de este hombre depende de su respuesta.