1. Las condiciones del crecimiento.
La aspiración de toda vida es realizar su naturaleza; crecer es la ley. Sin embargo, el hombre no es dueño de su progreso. Yahveh, autor de la creación, preside todo crecimiento, el cual viene a ser el signo tangible de su presencia y de su acción. Dios hace crecer al justo como el agua hace crecer a la palmera, al cedro Sal 92,13s, al papiro Job 8,11ss. «¡Creced y multiplicaos!»: tal es la bendición que acompaña a todo viviente Gen 1,22 8,17, al hombre en primer lugar Gen 1,28 9,7. La prosperidad material y la fecundidad del individuo, del clan, de la nación, manifiestan la solicitud de Yahveh Sal 144,12s. Pero es también un mandamiento: el hombre debe colaborar a su progreso Ecl 11,1-6 en continuidad con la iniciativa divina Dt 28,62s 30,16ss. Su bienaventuranza no será, no obstante, obra de sus manos Dt 6,10s, no será el salario de un esfuerzo cada vez más tenso: el acceso a la salud no se halla al término de un crecimiento puramente humano Ecl 2,1-11. Porque el hombre por sí solo no es capaz sino de pecado, y la falta entorpece el crecimiento: las espinas y los abrojos Is 5,6 32,13 reemplazan al árbol de vida, y la tierra no da frutos sino a costa de duras fatigas Gen 3,17ss.
2. El crecimiento de Israel.
La fe asegura la fecundidad a Israel: Dios es quien abre el seno estéril de Sara y promete una posteridad numerosa a Abraham Gen 17,6 y a sus descendientes Gen 35,11. La fidelidad a la alianza garantiza la prosperidad del pueblo Lev 26,9 Dt 30,5. Por el contrario, el abandono de Yahveh es causa de retroceso, de destrucción Dt 28,63s Ag 1,10s; se retorna al caos primitivo Is 34,11. Sin embargo, un resto sobrevive Is 4,2s 6,13 10,19ss. El crecimiento detenido un momento volverá, pues, a comenzar Jer 31,28: en Sión reconstruida, el pueblo mesiánico, de nuevo próspero Ez 36,10s se multiplicará y fructificará Jer 3,16 como las ovejas Jer 23,3; y vendrá el Mesías, verdadero germen de Israel Is 11,1.10 Jer 23,5 Zac 6,12s.
3. Los modos de crecimiento.
Al mismo tiempo que la obra de vida, se despliega también el poder del mal y del error, parásito de la acción divina, formando cuerpo con ella hasta el punto que la discriminación se hace casi imposible. En el Génesis prolifera el pecado: a la falta de Adán sucede la de Caín, y pronto «la tierra se pervirtió y se llenó de violencia» Gen 6,11. Esta doble corriente atraviesa toda la historia de Israel, que crece pese a la oposición exterior 1Mac 1,9ss o al mal alimentado en su seno Esd 9,6ss Eclo 47,24; el progreso del mal parece incluso provocar el crecimiento del bien. Pero su desarrollo no es idéntico: al paso que el mal crece hasta un límite en que se extenúa su poder 2Mac 6,14s, el bien abunda y sobreabunda Ex 1,12, el amor divino triunfa de la infidelidad humana Is 1,18 54,7s. Ezequiel, recordando simbólicamente la historia de Israel, presenta sucesivamente a la elegida, a la que Dios hace crecer Ez 16,7, a la esposa adúltera que multiplica hasta el colmo sus prostituciones 16,26.29.51, y finalmente el triunfo de Yahveh que da con sobreabundancia 16,60.63. También Daniel describe el progreso de la iniquidad Dan 8,8-14, que alcanza una amplitud increíble 8,24s, pero sin poder rebasar «el tiempo del fin» 12,7s. En los días mesiánicos la salud y la vida triunfarán más allá del pecado y de la muerte: la tierra, a pesar de sus faltas, «hará germinar la liberación» Is 45,8; «en lugar de la espina crecerá el ciprés, en lugar de las zarzas el mirto» Is 55,13 y el mismo desierto florecerá Is 35,1s.6s 41,18s.
1. Crecimiento de Jesús.
Jesucristo lleva a su cumplimiento o remate el influjo creciente de Yahveh sobre su pueblo. Dentro del crecimiento físico inaugura el tiempo del crecimiento interior hacia la plenitud total: como Samuel 1Sa 2,26 y Juan Bautista Lc 1,80 «crece en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y delante de los hombres» Lc 2,40.52. Luego, al final de su vida, como el grano caído en tierra, que debe morir para fructificar Jn 12,24, instaura, más allá de la muerte, una nueva posibilidad de crecimiento: su cuerpo se edificará, los cristianos constituirán el hombre perfecto, en el vigor de laedad, que realizará la «plenitud de Cristo» Ef 4,12ss. En adelante el hombre no puede ya progresar sino desapareciendo para dejar que crezca Cristo en él Jn 3,30.
2. Crecimiento del reino.
En la Iglesia de Cristo es Dios el dueño del crecimiento: el reino es semejante al grano que crece por sí mismo Mc 4,26-29. El hombre planta y riega, pero Dios hace crecer 1Cor 3,6; el hombre no puede «añadir un codo a la duración de su vida», mientras que Dios hace crecer los lirios de los campos Mt 6,27s. Ahora su acción se realiza por Cristo 1Tes 3,12. El Señor ha echado la simiente, que es «la palabra de Dios» Lc 8,11; debe crécer hasta producir el ciento por uno Mt 13,23. Como el fermento que trabaja la masa «hasta que todo ha fermentado» Mt 13,33, la palabra del Se-ñor crece Act 6,7 12,24 19,20. Así venimos a ser en Cristo cooperadores de Dios para hacer crecer y edificar su obra 1Cor 3,9 Ef 2,21 1Pe 2,2.5. El reino está fundado, pero debe extenderse al universo, como el modesto grano de mostaza que acaba por «albergar a las aves del cielo» Mc 4,32. El número de los discípulos debe crecer Act 5,14 6,7 11,24, la comunidad debe incrementarse Act 16,5. Pero el verdadero progreso no es de orden visible: es el del conocimiento de Dios Col 1,10 2,19, «en la gracia y en el conocimiento de Jesús» 2Pe 3,18, en la fe 2Cor 10,15 Flp 1,25, que se realiza en obras 2Cor 9,10, pues el verdadero crecimiento se desenvuelve del interior al exterior.
3. Perspectivas escatológicas.
Jesús inaugura así el triunfo definitivo del bien sobre el mal; su resurrección señala el término de los poderes de la muerte. El buen grano y la cizaña seguirán, sin embargo, creciendo juntos hasta la siega; entonces el propietario mandará quemar a la una y entrojar al otro Mt 13,30ss. Los evangelios, sobre todo el de Juan, describen el crecimiento de la oposición de los fariseos y del mundo a la revelación creciente de Jesús: el endurecimiento al mismo tiempo que el amor Jn 12,37ss. Pero después de la hora del «reino de las tinieblas» Lc 22,53 viene el de la exaltación 1Jn 17,1. Pablo desarrolla la misma dialéctica; la epístola a los Romanos subraya el dinamismo de la misericordia divina más allá de los progresos del mal: cuando Israel llega al colmo del endurecimiento, la gracia se dirige a los paganos hasta su conversión total; luego, gracias a un pequeño resto, «todo Israel será salvo» Rom 11,25s, pues «donde se multiplicó el pecado, sobreabundó la gracia» Rom 5,20. Es sin duda también el sentido de la «apostasía» final: colmo alcanzado por «el misterio de la impiedad ya en acción» 2Tes 2,3-7, después de lo cual el Señor aniquilará al impío 2,8 y salvará a sus elegidos 2,13 Ap 20,7-15.
Esta lucha es el movimiento mismo del crecimiento del reino; caracteriza el tiempo de la Iglesia, hasta que Dios sea «todo en todos» 1Cor 15,28; se desarrolla también en el corazón del creyente, que «prosigue su carrera para tratar de alcanzar, habiendo él mismo sido alcanzado por Cristo Jesús» Flp 3,12ss.