La obediencia, lejos de ser una sujección que se soporta y una sumisión pasiva, es una libre adhesión al designio de Dios todavía encerrado en el misterio, pero propuesto por la palabra de la fe, que permite por tanto al hombre hacer de su vida un servicio de Dios y entrar en su gozo.
En la creación misma, fuera del hombre, aparece como un presentimiento de esta obediencia y de este gozo. Que el Señor ponga un garfio a Behemot Job 40,24 o divida a Rahab Sal 89,11, es prueba de su dominio soberano: Que Jesús calme la tempestad o expulse a los demonios es prueba de que, al igual que los demonios, «los vientos y el mar le obedecen» Mt 8,27 p Mc 1,27, y es tos gestos de poder provocan un temor religioso; pero lo que, más que el silencio del universo que reconoce a su dueño, maravilla a la Biblia y la hace prorrumpir en acciones de gracias, es el ímpetu gozoso con que las criaturas acuden a la voz de Dios: «Los astros brillan... complacidos; él los llama y dicen: 'Henos aquí' y brillan con gozo para el que los creó» Bar 3,34s Sal 104,4 Eclo 42,23 43,13-26. Ante este ardor con que las más bellas de las criaturas cumplen la misión que Dios les asigna en el universo, la humanidad «encerrada en la desobediencia» Rom 11.32 evoca inconsciente y dolorosamente lo que habría debido ser su obediencia. y Dios le hace entrever y esperar lo que puede ser la obediencia espontánea y unánime de la creación liberada por la obediencia de su Hijo Rom 8,19-22.
1. Ya en los orígenes desobedece Adán a Dios, arrastrando en su rebelión a todos sus descendientes Rom 5,19 y sujetando la creación a la vanidad 8,20. La rebelión de Adán muestra por contraste lo que es la obediencia y lo que Dios aguarda de ella: es la sumisión del hombre a la voluntad de Dios, la ejecución de un mandamiento, cuyo sentido y cuyo precio no vemos nosotros, pero cuyo carácter de imperativo divino percibimos. Si Dios exige nuestra obediencia, es que tiene un designio que realizar, un universo que construir, y que necesita nuestra colaboración, nuestra adhesión en la fe. La fe no es la obediencia, sino su secreto; la obediencia es el signo y el fruto de la fe. Si Adán desobedece, es que olvidando la palabra de Dios ha escuchado la voz de Eva y la del tentador Gen 3,4ss.
2. Para salvar a la humanidad suscita Dios la fe de Abraham, y para asegurarse de esta fe la hace pasar por la obediencia: «Deja tu país» Gen 12,1, «Camina en mi presencia y sé perfecto» 17,1, «Toma a tu hijo... ofrécelo en holocausto» 22,2. Toda la existencia de Abraham reposa en la palabra de Dios, pero esta palabra le impone constantemente avanzar a ciegas y realizar gestos cuyo sentido no se le alcanza. De este modo la obediencia es para él una prueba, una tentación de Dios 22,1, y para Dios un testimonio sin precio: «Tú no me has rehusado a tu hijo único» 22,16.
3. La alianza supone exactamente el mismo proceso «Todo lo que ha dicho Yahveh lo haremos, y obedeceremos», responde Israel adhiriéndose al pacto que Dios le propone Ex 24,7. La alianza implica un tratado, la ley. una serie de mandamientos e instituciones que encuadran la existencia de Israel y que están destinados ha hacerle vivir como pueblo de Dios. Varias de estas disposiciones imponen deberes de obediencia a los hombres, para con los padres Dt 21,18-21. los reyes, los profetas, los sacerdotes 17,14-18.22. Con frecuencia estos deberes están ya inscritos en la naturaleza del hombre, pero la palabra de Dios. incorporándolos a su alianza, hace de la sumisión del hombre una obediencia en la fe. Dado que la fidelidad a la ley no es verdadera sino en la adhesión a la palabra y a la alianza de Dios, la obediencia a sus preceptos no es una sumisión de esclavos, sino un proceso de amor. Ya el primer Decálogo opera el enlace: «...los que me aman y guardan mis mandamientos» Ex 20,6; el Deuteronomio la reasume y la desarrolla Dt 11,13-22: los salmos celebran en la ley el gran don de amor de Dios a los hombres y la fuente de una obediencia de amor Sal 19,8-11 119.
III. CRISTO, NUESTRA OBEDIENCIA
Pero nadie obedece a Dios. Israel es «una casa rebelde» Ez 2,5, son «hijos rebelados» Is 1,2; «gloriándose en su ley, deshonra a Dios infringiéndola» Rom 2,23; no puede hacer valer superioridad alguna sobre el pagano, pues como él está «incluido en la desobediencia» 3.10 11,32. El hombre, esclavo del pecado, aunque desde el fondo de él mismo aspira a obedecer a Dios, es incapaz de hacerlo 7.14. Para llegar a ello, para que halle «la ley en el fondo de su ser» Jer 31,33, es preciso que Dios envíe a su siervo, que «todas las mañanas despierte [su] oído» Is 50,4 a fin de que pueda decir «Heme aquí que vengo... a hacer tus voluntades» Sal 40,7ss.
«Así como por la desobediencia de uno solo la multitud fue constituida pecadora, así por la obediencia de uno solo la multitud será constituida justa» Rom 5,19. La obediencia de Jesucristo es nuestra salvación y por ella nos es dado volver a la obediencia a Dios. La vida de Jesucristo fue, desde «su entrada en el mundo» Heb 10,5 y «hasta la muerte de cruz» Flp 2,8, obediencia, es decir, adhesión a Dios a través de una serie de intermediarios: personajes, acontecimientos, instituciones, Escrituras de su pueblo, autoridades humanas. Venido «para hacer no [su] voluntad. sino la voluntad del que [le] ha enviado» Jn 6,38 Mt 26,39, pasa toda su vida en los deberes normales de la obediencia a los padres Lc 2.51, a las autoridades legítimas Mt 17,27. En su pasión llega al colmo su obediencia, al entregarse sin resistir a poderes inhumanos e injustos, «haciendo a través de todos estos sufrimientos la experiencia de la obediencia» Heb 5,8. haciendo de su muerte el sacrificio más precioso a Dios, el de la obediencia 10.5-10 1Sa 15,22.
IV. LA OBEDIENCIA DEL CRISTIANO
Jesucristo, que por su obediencia fue constituido «el Señor» Flp 2,11. revestido de «todo poder en el cielo y en la tierra» Mt 28,18, tiene derecho a la obediencia de toda criatura. Por él, por la obediencia a su Evangelio y a la palabra de su Iglesia 2Tes 3.14 Mt 10,40 p alcanza el hombre a Dios en la fe Act 6,7 Rom 1,5 10,3 2Tes 1,8. escapa a la desobediencia original y entra en el misterio de la salvación: Jesucristo es la única ley del cristiano 1Cor 9,21. Esta ley comprende también la obediencia a las autoridades humanas legítimas. padres Col 3,20, maestros 3,22. esposos 3,18. poderes públicos. reconociendo en todas partes la «autoridad de Dios» Rom 13,1-7. Pero como el cristiano no obedece nunca sino para servir a Dios, es capaz, si es preciso, de enfrentarse con una orden injusta y «obedecer a Dios más que a los hombres» Act 4,19.