«Dios es amor» «Amaos los unos a los otros» El hombre, antes de llegar a esta cima de la revelación del NT, debe purificar las concepciones totalmente humanas que se forman del amor, para acoger el misterio del amor divino, el cual pasa por la cruz. La palabra «amor» designa, en efecto, gran cantidad de cosas diferentes, carnales o espirituales, pasionales o pensadas, graves o ligeras, que expansionan o que destruyen. Se ama una cosa agradable, a un animal, a un compañero de trabajo, a un amigo, a los padres, a los hijos, a una mujer. El hombre bíblico conoce todo esto. El Génesis Gen 2,23s,3,16,12,10-19 22 24 34, la historia de David 1Sa 18,1ss 2Sa 3,16 12,15-25 19,1-5, el Cantar de los cantares son, entre otros muchos, testigos de sentimientos de todas clases. Con frecuencia se mezcla en ello el pecado, pero también hallamos rectitud, profundidad y sinceridad bajo palabras habitualmente sobrias y discretas.
Israel, poco llevado a la abstracción intelectual, da con frecuencia a las palabras una coloración afectiva: para él, conocer es ya amar; su fidelidad a los vinculos sociales y familiares (hesed) está totalmente impregnada de arranque y de espontaneidad generosa Gen 24,49 Jos 2,12ss Rut 3,10 Zac 7,9. «Aman» (hebr. ahab; gr. agapan) tiene tantos armónicos como en nuestras lenguas.
En una palabra, el hombre bíblico sabe el valor de la afectividad Prov 15,17, aun cuando no ignora sus riesgos Prov 5 Eclo 6,5-17. Cuando la noción de amor penetra su psicología religiosa, está completamente cargada de una experiencia humana densa y concreta. Al mismo tiempo suscita numerosas cuestiones. Dios, tan grande, tan puro, ¿puede abajarse a amar al hombre pequeño, pecador? Y si Dios tiene la condescendencia de amar al hombre, ¿cómo podrá el hombre corresponder con amor a ese amor? ¿Qué relación existe entre el amor de Dios y el amor de los hombres? Las religiones se esfuerzan, cada una a su manera, por responder a estas cuestiones, cayendo ordinariamente en uno de dos extremos opuestos relegar el amor de Dios a una esfera inaccesible, a fin de mantener la distancia entre Dios y el hombre, o profanar el amor de Dios convirtiéndolo en un amor totalmente humano, a fin de hacer a Dios presente al hombre. A estas búsquedas metafísicas o místicas responde la Biblia con claridad. Dios ha tomadora iniciativa de un diálogo de amor con los hombres; en nombre de este amor los induce y les enseña a amarse unos a otros.
Aun cuando en los relatos de la creación Gen 1 2-3 no figura la palabra amor, en ellos se insinúa el amor de Dios a través de la bondad de que son objeto Adán y Eva. Dios quiere darles la vida con plenitud, pero este don supone una libre adhesión a su voluntad; Dios entabla el diálogo de amor indirectamente a través del mandamiento. Adán lo descartó queriendo apoderarse por fuerza de lo que le estaba destinado como don. Y pecó. Entonces el misterio de la bondad se profundiza en misericordía para con el pecador mediante las promesas de salvación; progresivamente se restablecerán los lazos de amor que unen a Dios y al hombre La historia del paraíso expresa en compendio la historia sagrada.
1. Amigos y confidentes de Dios.
Dios, al llamar a Abraham, un pagano entre tantos Jos 24,2s, a ser su amigo Is 41,8, expresa su amor en forma de una amistad: Abraham viene a ser el confidente de sus secretos Gen 18,17. Si es así, es que Abraham ha respondido a las exigencias del amor divino: ha dejado su patria siguiendo la llamada de Dios 12,1; debe penetrar más adentro en el misterio del temor de Dios que es amor, pues es llamado a sacrificar a su hijo único, y con el su amor humano: Toma a tu hijo, al que amas. Gen 22,2.
Moisés no tiene que sacrificar a su hijo; pero su pueblo entero se pone en contingencia por el conflicto entre la santidad divina y el pecado; Moisés está desgarrado entre Dios, cuyo enviado es, y su pueblo, al que representa Ex 32,9-13. Si se mantiene fiel, es porque desde su vocación 3,4 hasta su muerte no cesó de progresar en la intimidad de Dios, conversando con él como con un amigo (33,11; prójimo); tuvo la revelación de la ternura inmensa de Dios, de un amor que, sin sacrificar nada de la santidad, es misericordia 34,6s.
2. La revelación profética.
Los profetas, también confidentes de Dios Am 3,7, amados personalmente por un Dios, cuya elección se posesiona de ellos 7,15, los desgarra a veces Jer 20,7ss, pero los llena también de gozo 20,11ss, son los testigos del drama del amor y de la ira de Yahveh Am 3,2. Oseas, luego Jeremías y Ezequiel, revelan que Dios es el esposo de Israel, el cual, sin embargo, no cesa de ser infiel; este amor apasionado y exclusivo es correspondido únicamente con ingratitud y traición. Pero el amor es más fuerte que el pecado, aun cuando deba sufrir Os 11,8; perdona y recrea en Israel un corazón nuevo capaz de amar Os 2,21s Jer 31,3.20.22 Ez 16,60-63 32,26s. Otras imágenes, como la del pastor Ez 34 o de la viña Is 5 Ez 17,6-10, expresan el mismo celo divino y el mismo drama.
El Deuteronomio, promulgado sin duda 2Re 22 en el momento en que el pueblo parece preferir definitivamente al amor de Dios el culto de los ídolos, recuerda incesantemente que el amor de Dios a Israel es, gratuito Dt 7,7s y que Israel debe «amar a Dios con todo su corazón» 6,5. Este amor se expresa en actos de adoración y de obediencia 11,13 19,9 que suponen una elección radical, un desprendimiento costoso 4,9-28 30,15-20. Pero solo es posible si Dios en persona viene a circuncidar el corazón de Israel y a hacerlo capaz de amar 30,6.
3. Hacia un diálogo personal.
Después de la cautividad Israel, purificado por la prueba, descubre que Dios se dirige al corazón de cada uno. En otro tiempo se hablaba del amor de Yahveh a la colectividad Dt 4,7 o a los jefes 2Sa 12,24; ahora se sabe ya que todo judío es amado, sobre todo el justo Sal 37,25-29 146,8, el pobre y el pequeño Sal 113,5-9. Esto lo expresa admirablemente el Cantar de los cantares: el diálogo de amor, con sus alternativas de posesión y de busca, se establece entre Yahveh e Israel. Poco a poco se esboza incluso la idea de que más allá del judío, el amor de Dios respeta también a los paganos Jon 4,10s, y hasta a toda criatura Sab 11,23-26.
Próximamente a la venida de Cristo, el judío piadoso (hebr. hasid: Sal 4,4 132,9.16) sabe ser amado por un Dios, del que canta la misericordiosa fidelidad a la alianza Sal 136 Jl 2,13, la bondad Sal 34,9 100,5, la gracia Gen 6,8 Is 30,18. Por su parte reitera sin cesar su amor a Dios Sal 31,24 73,25 116,1 y a todo lo que se relaciona con Él: su nombre, su ley, su sabiduría Sal 34,13 119,127 Is 56,6 Eclo 1,10 4,14. Este amor debe con frecuencia probarse frente al ejemplo y a la presión de los impios Sal 10 40,14-17 73 Eclo 2,11-17, y esto puede llegar hasta al martirio, el de los Macabeos 2Mac 7 o el de rabbi Aquiba, que muere por su fe el 135 después de J.C.: «Le he amado con todo mi corazón, dirá, y con toda mi fortuna; todavía no había tenido ocasión de amarlo con toda mi alma. El momento ha llegado». Cuando se pronunciaba esta palabra sublime, la revelación plenaria había sido dada ya a los hombres por Jesucristo.
El amor entre Dios y los hombres se había revelado en el AT a través de una sucesión de hechos: iniciativas divinas y repulsas del hombre, sufrimiento del amor desdeñado, superaciones dolorosas para estar al nivel del amor y aceptar su gracia. En el NT el amor divino se expresa en un hecho único, cuya naturaleza misma transfigura los datos de la situación: Jesús viene a vivir como Dios y como hombre el drama del diálogo de amor entre Dios y el hombre.
1. El don del Padre.
La venida de Jesús es en primer lugar un gesto del Padre. Después de los profetas y de las promesas del AT, «acordándose de su misericordia» Lc 1,54s Heb 1,1 se da Dios a conocer Jn 1,18; manifiesta su amor Rm 8,39 1Jn 3,1 4,9 en aquel que no es sólo el mesías salvador esperado Lc 2,11, sino además su propio Hijo Mc 1,11 9,7 12,6, aquel a quien ama Jn 3,35 10,17 15,9 1,13, el que es uno con Él, Dios como Él Jn 1,1 10,30-38 17,21 Mt 11,27. El amor del Padre se expresa entonces en una forma que no puede ser superada por nada. Se realiza la nueva alianza y se concluyen las nupcias eternas del esposo con la humanidad. La gratuidad divina, que existía desde siempre Dt 7,7s, llega a su colmo en un don sin medida común con el valor del hombre Rm 5,6s Tit 3,5 1Jn 4,10-19. Este don es definitivo, más allá de la existencia terrenal de Jesús Mt 28,20 Jn 14,18s; es llevado al extremo, pues consiente con la muerte del Hijo para que el mundo logre la vida Rm 5,8 8,32 y para que nosotros seamos hijos de Dios 1Jn 3,1,Gal 4,4-7. Si «Dios amo tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito» Jn 3,16, es para que los hombres tengan la vida eterna: pero a si mismos se condenan los que se niegan a creer en el que ha sido enviado y «aman más las tinieblas que la luz» 3,19. La opción es inevitable: o el amor por la fe en el Hijo, o la ira por la repulsa de la fe 3,36.
2. El amor perfecto revelado en Jesús.
Ahora ya el drama del amor se desarrolla no sólo con ocasión del contacto con Jesús, sino también a través de su persona. Por su misma existencia es Jesús revelación concreta del amor. Jesús es el hombre que realiza el diálogo filial con Dios y da su testimonio delante de los hombres. Jesús es Dios que viene a vivir en plena humanidad su amor y a hacer oir su ardiente llamamiento. En su persona misma el hombre ama a Dios y es amado por él. La vida entera de Jesús manifiesta este doble diálogo. Dado al Padre desde los comienzos Lc 2,49 Heb 10,5ss, viviendo en oración y en acción de gracias Mc 1,35 Mt 11,25 y sobre todo en perfecta conformidad con la voluntad divina Jn 4,34 6,38, está incesantemente a la escucha de Dios 5,30 8,26.40, lo cual le asegura que es escuchado por él 11,41s 9,31. Por lo que se refiere a los hombres su vida se da completamente, no sólo a algunos amigos Mc 10,21 Lc 8,1ss Jn 11,3.5.36, sino a todos Mc 10,45; pasa por el mundo haciendo bien Act 10,38 Mt 11,28ss, en un desinterés total Lc 9,58 y atento a todos, incluso, y sobre todo, a los más despreciados y a los más indignos Lc 7,36-50 19,1-10 Mt 21,31s; escoge gratuitamente a los que quiere Mc 3,13 para hacerlos sus amigos Jn 15,15s.
Este amor exige reciprocidad; el mandamiento del Deuteronomio se mantiene en vigor Mt 22,37 Rom 8,28 1Cor 8,3 1Jn 5,2, pero se le obedece a través de Jesús: amándole se ama al Padre Mt 10,40 Jn 8,42 14,21-24. Finalmente, amar a Jesús es guardar íntegramente su palabra Jn 14,15.21.23 y seguirle renunciando a todo Mc 10,17-21 Lc 14,25s,s. Consiguientemente, a lo largo del evangelio se opera una división Lc 2,34 entre los que aceptan y los que rechazan este amor, frente al cual no se puede permanecer neutral Jn 6,60-71 3,18s 8,13-59 12,48. En la cruz revela el amor en forma decisiva su intensidad y su drama. Era preciso que Jesús sufriera Lc 9,22 17,25 24,7.26 Heb 2,8, para que se revelara plenamente su obediencia al Padre Flp 2,8 y su amor a los suyos Jn 13,1. Totalmente libre Mt 26,53 Jn 10,18, a través de la tentación y del aparente silencio de Dios Mc 14,32-41 15,34 Heb 4,15 en la radical soledad humana Mc 14,50 15,29-32, perdonando sin embargo y acogiendo todavía Lc 23,28.34.43 Jn 19,26, llega Jesús al instante único del «más grande amor» Jn 15,13. Entonces da todo, sin reserva, a Dios Lc 23,46 y a todos los hombres sin excepción Mc 10.45 14,24 2Cor 5,14s 1Tim 2,5s. Por la cruz es Dios plenamente glorificado Jn 17,4; «el hombre Jesús» 1Tim 2,5 y con él la humanidad entera merece ser amada por Dios sin reserva Jn 10,17 Flp 2,9ss. Dios y el hombre comunican en la unidad, según la última oración de Jesús Jn 17. Pero todavía es preciso que el hombre acepte libremente un amor tan total y exigente, que debe llevarle a sacrificarse siguiendo a Cristo 17,19. Halla en el camino el escándalo de la cruz, que no es sino el escándalo del amor. Ahi es donde se manifiesta en su plenitud el don del Esposo a la esposa Ef 5,25ss Gal 2,20, pero tambien para los hombres la suprema tentación de la infidelidad.
3. El amor universal en el Espíritu.
Si el calvario es el lugar del amor perfecto, la manera como lo manifiesta es una prueba decisiva: de hecho los amigos del crucificado lo abandonan Mc 14,50 Lc 23,13-24; es que la adhesión al amor divino no es cuestión de encuentro físico ni de razonamiento humano, en una palabra, de «conacimiento según la carne» 2Cor 5,16; hace falta el don del Espíritu, que crea en el hombre un «corazón nuevo» Jer 31,33s Ez 36,25ss. El Espíritu derramado en pentecostés Act 2,1-36, como lo había prometido Cristo Jn 14,16ss Lc 24,49 está desde entonces presente en el mundo Jn 14,16 por la Iglesia Ef 2,21s. y enseña a los hombres lo que Jesús les ha dicho Jn 14,26 haciéndoselo comprender desde dentro, con un verdadero conocimiento religioso; los hombres, testigos o no de la vida terrestre de Jesús, son aquí iguales, sin distinción de tiempo ni de raza. Todo hombre tiene necesidad del Espíritu para poder decir «Padre» Rm 8,15 y glorificar a Cristo Jn 16,14. Asi se derrama en nosotros un amor Rom 5,5 que nos apremia 2Cor 5,14, un amor del que nada puede ya separarnos Rom 8,35-39 y que nos prepara al encuentro definitivo de amor, en el que «conoceremos como somos conocidos» 1Cor 13,12.
4. Dios es amor.
El amor entre Dios y el hombre tiene finalmente por fuente el amor eterno del Padre y del Hijo Jn 17,24.26, que es también el amor del Espíritu 2Cor 13,13, en una palabra, el amor eterno de la Trinidad. Y en ésta aparece la afirmación que es la última palabra de toda cosa: en su esencia misma Dios es amor 1Jn 4,8.16.
Ya en el AT el mandamiento del amor de Dios se completa con el «segundo mandamiento»: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Lev 19,18. A decir verdad, este mandamiento se presenta en forma menos solemne que el otro (comp. Lev 19,1-37 y Dt 6,4-13) y la palabra prójimo tiene un sentido bastante restringido. Pero al israelita se le invita ya a prestar atención a «los otros». En los textos más antiguos es ya una ofensa a Dios ser indiferente u hostil al prójimo Gen 3,12 4,9s y la ley une a las exigencias que conciernen a las relaciones con Dios, las que atañen a las relaciones entre los hombres: así el Decálogo Ex 20,1217 o el Código de la alianza., que abunda en prescripciones de atención para con los pobres y los pequeños Ex 22,20-26 23,4-12. Toda la tradición profética Am 1-2 Is 1,14-17 Jer 9,2-5 Ez 18,5-9 Mal 3,5 y toda la tradición sapiencial Prov 14,21 1,8-19 Eclo 25,1 Sab 2,10ss van en el mismo sentido; no se puede agradar a Dios sin respetar a los otros hombres, pero sobre todo a los más abandonados, los menos «interesantes». Nunca se creyó poder amar a Dios sin interesarse por los hombres: «practicaba la justicia y el derecho... juzgaba la causa del pobre y del desgraciado. Conocerme, ¿no es esto?» Jer 22,15s. El oráculo concierne a Josías, pero alcanza a todo Israel Jer 9,4
Que a este amor se le llama explicitamente amor, esto no se dice con frecuencia Lev 19,18 19,34 Dt 10,19. Sin embargo, ya con ocasión del amor para con el extranjero se funda el mandamiento en el deber de obrar como Yahveh en los tiempos del Éxodo: «Yahveh ama al extranjero y le alimenta y le viste. Amad también vosotros al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egiptos» Dt 10,18s. El motivo no es una mera solidaridad natural, sino la historia de la salvación. Antes de la venida de Cristo, el judaísmo profundiza la naturaleza del amor fraterno. En el amor del prójimo se incluye al adversario judio y hasta al enemigo pagano; el amor se hace más universal, aun cuando Israel conserva su papel central. «Ama la paz», dice Hillel. «Aspira a la paz. Ama a las criaturas condúcelas a la ley». Se descubre que amar es prolongar la acción divina: «Lo mismo que el Santo —¡bendito sea!— viste a los que están desnudos, consuela a los afligidos, entierra a los muertos, así tú también viste a los que están desnudos, visita a los enfermos, etc.». En estas condiciones era ya fácil hacer el enlace entre los dos mandamientos de amor de Dios y de amor del prójimo; así lo hizo un día un escriba que abordó a Jesús Lc 10,26s.
Si la concepción judía podia hacer creer que el amor fraterno se yuxtapone en el mismo plano a otros mandamientos, la visión cristiana, en cambio, le da el puesto central y hasta único.
1. Los dos amores.
De un extremo a otro del NT el amor del prójimo aparece indisociable del amor de Dios: los dos mandamientos son el ápice y la clave de la ley Mc 12,28-33 p; es el compendio de toda exigencia moral Gal 5,22 6,2 Rom 13,8s Col 3,14, el mandamiento único 1Jn 15,12 2Jn 5; la caridad es la obra única y multiforme de toda fe viva Gal 5,o.22: «el que no ama a su hermano, al que ve, ¿cómo amará a Dios, al que no ve» 1Jn 4,20s?
Este amor es esencialmente religioso, de un espíritu completamente distinto de la mera filantropía. En primer lugar por su modelo: imitar el amor mismo de Dios Mt 5,44s Ef 5,1s.25 1Jn 4,11s. Luego por su fuente, y sobre todo porque es la obra de Dios en nosotros: ¿cómo seríamos nosotros misericordiosos como el Padre celestial Lc 6,36 si no nos lo enseñara el Señor 1Tes 4,9, si no lo derramara el Espíritu en nuestros corazones Rm 5,5 15,30? Este amor viene de Dios y existe en nosotros por el hecho mismo de que Dios nos toma por hijos 1Jn 4,7. Y, venido de Dios, vuelve a Dios: amando a nuestros hermanos amamos al Señor mismo Mt 25,40, puesto que todos juntos formamos el cuerpo de Cristo Rm 12,5-10 1Cor 12,12-27. Tal es la manera como podemos responder al amor con que Dios nos amó el primero 1Jn 3,16 4,19s.
Mientras se aguarda la parusía del Señor, la caridad es la actividad esencial de los discípulos de Jesús, según la cual serán juzgados Mt 25,31-46. Tal es el testamento dejado por Jesús: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Jn 13,34s. El acto de amor de Cristo sigue expresándose a través de los actos de los discípulos. Este mandamiento, si bien antiguo por estar ligado con las fuentes de la revelación 1Jn 2,7s, es nuevo: en efecto, Jesús inauguró una era nueva que anunciaban los profetas, dando a cada uno el Espíritu que crea corazones nuevos. Si, pues, están unidos los dos mandamientos, es porque el amor de Cristo continúa expresándose a través de la caridad que manifiestan los discípulos entre sí.
2. El amor es don.
La caridad cristiana es vista, sobre todo por los sinópticos y san Pablo, conforme a la imagen de Dios que da gratuitamente su Hijo por la salvación de todos los hombres pecadores, sin mérito alguno por su parte Mc 10,45 Rom 5,6ss. Es, pues, universal, sin dejar que subsista barrera alguna social o racial Gal 3,28, sin despreciar a nadie Lc 14,13 7,39; más aún, exige el amor de los enemigos Mt 5,43-47 Lc 10,29-37. El amor no puede desalentarse: tiene como leyes el perdón sin limites Mt 18,21s 6,12.14s, el gesto espontáneo para con el adversario Mt 5,23-26, la paciencia, el bien devuelto a cambio del mal Rm 12,14-21 Ef 4,25-5,2. En el matrimonio se expresa en forma de don total, a imagen del sacrificio de Cristo Ef 5,25-32. Para todos es finalmente una esclavitud mutua Gal 5,13, en la que el hombre renuncia a si mismo con Cristo crucificado Flp 2,1-11. Pablo, en su «himno a la caridad» 1Cor 13 manifiesta la naturaleza y la grandeza del amor. Sin descuidar en modo alguno sus exigencias cotidianas 13,4ss, afirma que sin la caridad nada tiene valor 13,1ss, que sólo ella sobrevivirá a todo: amando como Cristo vivimos ya una realidad divina y eterna 13,8-13. Por ella es edificada la Iglesia 1Cor 8,1 Ef 4,16; por ella el hombre viene a ser perfecto para el dia del Señor Flp 1,9ss.
3. El amor es comunión.
Desde luego, Juan no ignora la universalidad y la gratuidad del amor divino Jn 3,16 15,16 1Jn 4,10, pero es más sensible a la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu. Este amor se difunde en nosotros y nos invita a participar en él, no sólo amando a Dios, sino viviendo a su imagen en una intensa comunión religiosa de intercambio y de reciprocidad. La comunión de los discípulos es un fuego de amor que el cristiano debe animar con todo su corazón. Frente al mundo, al que no debe amar 1Jn 2,15 Jn 17,9, amará a sus hermanos con un amor exigente y concreto 1Jn 3,11-18, en el que entra en juego la ley de la renuncia y de la muerte, sin la cual no hay verdadera fecundidad Jn 12,24s. Por esta caridad el creyente permanece en comunión con Dios 1Jn 4,7-5,4. Tal fue la última oración de Jesús: «que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos» Jn 17,26. Este amor fraterno, vivido por los discípulos en medio del mundo al que no pertenecen 17,11.15s, es el testimonio a través del cual el mundo puede reconocer a Jesús como enviado del Padre 17,21: «En esto conocerán que sois mis discípulos: si tenéis caridad los unos con los otros» 13,35.