“Promesas”

I. LAS PROMESAS Y LA FE

Prometer es una de las palabras clave del lenguaje del amor. Prometer es empeñar uno a la vez su poder y su fidelidad, proclamarse seguro del porvenir y seguro de sí mismo, y es al mismo tiempo suscitar en la otra parte la adhesión del corazón y la generosidad de la fe. Dios, en su manera de prometer, en la certeza que posee de no decepcionar jamás, revela su grandeza única: «Dios no es hombre para mentir ni hijo de Adán para retractarse» Num 23,19. Para él prometer es ya dar, pero es en primer lugar dar la fe capaz de esperar que venga el don: y es hacer, mediante esta gracia, al que recibe capaz de la acción de gracias Rom 4,20 y de reconocer en el don el corazón del dador.

Por eso san Pablo, preocupado por mostrar que la base de la vida cristiana es la fe, se ve llevado a mostrar que la esencia de las Escrituras y del designio de Dios consiste en la promesa dirigida a Abraham y cumplida en Jesucristo Gal 3,16-29. Por eso la epístola a los Hebreos, queriendo presentar en el AT una historia de la fe, presenta por lo mismo una historia de las promesas Heb 11,9.13.17.33.39. Por eso, aun antes de las reflexiones de san Pablo, el discurso de san Pedro en pentecostés, todavía muy arcaico por el tono, caracteriza con una perspicacia infalible el don del Espíritu y la aparición de la Iglesia como la «promesa» Act 2,39 y el cumplimiento de las profecías 2,16. Para un judío las Escrituras son en primer lugar la ley, la voluntad de Dios que se ha de observar a toda costa; para los cristianos vienen a ser ante todo el libro de las promesas; los israelitas fueron los depositarios de las promesas Rom 9,4, los cristianos son sus herederos Gal 3,29.

El lenguaje del NT traduce este descubrimiento: al paso que el hebreo no tiene palabra especial para designar la noción de promesa y la expresa a través de una constelación de voces, palabra, juramento, bendición, herencia, tierra prometida, o en fórmulas, como «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», «la raza de Abraham», el NT, por el contrario, conoce una palabra propia para la promesa, gr. epangelia, que subraya el valor de la «palabra dada»: es una «declaración». Por lo demás, la palabra tiene afinidad con «evangelio», es'angelion, la «buena nueva».

II. ISRAEL, PUEBLO DE LAS PROMESAS

La intuición cristiana, tan fuertemente puesta de relieve por la epístola a los Gálatas, destaca una estructura esencial del AT: la existencia de Israel tiene por fundamento único e indestructible la promesa de Dios.

1. Las promesas a los patriarcas.

Las diferentes tradiciones combinadas en él Génesis coinciden en hacer de él el libro de las promesas. Abraham es el que recibe las promesas Gen 12,1.7 13,15ss 15 17 Sal 105,8s. Éstas comportan siempre un heredero y una herencia, una descendencia numerosa y gloriosa, una tierra exuberante. Siempre también se relacionan con el destino de la humanidad entera. La tradición yakvista hace de la bendición, prometida al nombre de Abraham Gen 12,2, la réplica divina a la empresa impía de Babel que soñaba coa elevar hasta los cielos el nombre de la humanidad 11,4, pero también una reparación de la maldición acarreada a la tierra por el pecado del hombre 3,17 4,11, y la primera figura concreta de la esperanza victoriosa entreabierta por Diós después del primer pecado 3,15. Además esta promesa incluye a «todas las familias de la tierra» 12,3. La tradición «sacerdotal» enlaza explícitamente la bendición de Abraham con la bendición primitiva a la creación 1,22.28 17,6.20. Cierto que la circuncisión parece limitar el alcance de las promesas; en realidad, sin embargo, Israel puede con este rito agregarse cualquier raza 34, y ver realizada la promesa recibida por Abraham, de ser «el padre de una multitud de pueblos» Gen 17,5 Eclo 44,19-22.

2. Las promesas de la ley.

Las promesas dirigidas a los patriarcas, manifestaciones de la iniciativa y de la gracia de Dios, implican ya sus exigencias; se dirigen a la fe, es decir, suscitan una existencia nueva, fundada en la palabra de Dios; la partida de Abraham Gen 12,1, su caminar en presencia de Dios 17,1, su obediencia 22,1s. La ley extiende esta exigencia a toda la existencia del pueblo. La ley es la carta de la alianza Ex 19.5 24,8 Jos 24,25s, es decir, el medio para Israel, de entrar en una existencia nueva y santa, de vivir como pueblo de Dios, de abandonarse a su guía. La ley supone una promesa anterior y precisa sus condiciones. Las promesas ofrecidas a la obediencia no son la sanción de la justicia de Israel; únicamente expresan la generosidad de un Dios siempre dispuesto a colmar a los suyos, pero inexorable con el pecado e incapaz de darse a quien no le da su fe.

3. Las promesas a David.

Para que la existencia entera de Israel repose sobre la fe precisa que todas sus instituciones no hallen solidez sino en la palabra de Dios. La institución monárquica, fundamento normal de la comunidad nacional y expresión de su voluntad de vivir, tiene en Israel un aspecto paradójico. Es a la vez meramente tolerada por Dios, casi de mala gana, porque corre gran peligro de atentar contra la confianza exclusiva que Yahveh reivindica de su pueblo 1Sa 8,7ss y promovida a una grandeza y a un porvenir supraterrenos 2Sa 7. Un muchacho «tomado de entre los pastos» conocerá «un nombre igual a los más grandes» 2Sa 7,9; su descendencia, sentada «a la diestra de Dios» Sal 110,1, heredará de las naciones Sal 2,8. En las horas del mayor abatimiento y hasta en los días de Cristo, estas promesas seguirán alimentando todavía la fe de Israel Is 11,1 Jer 23,5 Zac 6,12 Lc 1,32.69.

4. Las nuevas promesas.

A la hora en que Israel ya no existe, habiendo perdido su rey; su capital, su templo, su honra, despierta Dios su fe con nuevas promesas. Osa apoyarse en «las cosas antiguas» que había predicho a Israel, en las amenazas de destrucción que se han verificado con exactitud aterradora Is 48,3ss 43,18 para prometerle «cosas nuevas, secretas y desconocidas» 48,6 42,9 43,19, maravillas inimaginables. La síntesis más expresiva de estas maravillas es la nueva Jerusalén, «casa de oración para todos los pueblos» Is 56,7, madre de una raza incontable 54,3 60,4, gozo y orgullo de Dios 60,15.

5. Las promesas de la sabiduría.

Hasta qué punto las promesas de Dios fundan la existencia toda de Israel lo prueba el lugar que ocupan en los escritos de sabiduría. Es cierto que toda sabiduría contiene una promesa, puesto que comienza por recoger y clasificar las experiencias para discernir los frutos que se pueden esperar de ellas. La originalidad de la sabiduría de Israel está en sustituir esta espera basada en los cálculos de la experiencia por una esperanza venida de fuera, de la fidelidad al espíritu auténtico del yahvismo, «a la alianza del Dios altísimo y a la ley de Moisés» Eclo 24,23. La sabiduría de Israel le viene de arriba Prov 8,22-31 Eclo 24,2ss Sab 9,4.10, por lo cual la bienaventuranza que promete Prov 8,32-36 rebasa las esperanzas humanas Sab 7,8-11 para aspirar al «favor de Dios» Prov 8,35, a «la amistad de Dios» Sab 7,14. El Sal 119, eco de estas promesas en un corazón justo, testimonia que fomentaron la fe en Israel, la certeza de que sólo Dios basta.

1. Los sinópticos.

Jesús, el Mesías prometido, en el que «todas las promesas de Dios tienen su sí» 2Cor 1,20, se presenta en primer n lugar como portador de nuevas promesas. Abre su predicación con la promesa de la venida del reino Mt 4,23 y de la bienaventuranza inminente Mt 5,3-12, se asocia discípulos prometiéndoles una milagrosa pesca de hombres 4,19, el poder sobre las doce tribus de Israel 19,28. Promete a Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre el infierno 16,16ss. A todo el que le siga promete el céntuplo y la vida eterna 19,29; a quien se ponga de su parte le promete su apoyo delante de Dios 10,32. Reasume por su cuenta todas las promesas del AT, promesas de un pueblo y de una tierra, de un reino, de la bienaventuranza: dependen de su misión y de su persona. Todavía no se han cumplido, en tanto no ha llegado su hora, y no se puede seguir a Jesús sino en la fe,. pero creer en él es palpar ya su cumplimiento, es ya haber hallado Jn 1,41.45.

2. El evangelio de Juan pone justamente en claro hasta qué punto Jesús, por su persona y por todos sus gestos, es ya en el mundo la presencia viva de las promesas. Es todo lo que espera el hombre, todo lo que Dios ha prometido a su pueblo, la verdad, la vida, el pan, el agua viva, la luz, la resurrección, la gloria de Dios; pero todo esto lo es en la carne y no se puede dar sino en la fe. Es más que una promesa, es ya un don,pero «dado» a la fe, «para que todo hombre que crea en él... tenga la vida eterna» Jn 3,16.

3. La promesa del Espíritu.

«La promesa del Padre» Lc 24,49 Act 1,4 es el Espíritu; «llenando el universo y teniendo unidas todas las cosas» Sab 1,7, contiene también todas las promesas Gal 3,14. Así para que sea dado debe Jesús acabar su obra en esta tierra Jn 17,4, amar a los suyos hasta el fin 13,1, dar su cuerpo y su sangre Lc 22,19s. Entonces se le abren todos los tesoros de Dios y puede prometer todo: se puede «en su nombre... pedir todo a Dios» se tiene la seguridad de recibirlo 14,13s. Este «todo» es el «Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir» 14,17 porque no puede creer, y que es la riqueza viva del Padre y del Hijo 16,15. Cuando «todo está consumado» expira Jesús y «entrega su espíritu» 19,30: ha cumplido todas sus promesas. Puede prometer a los suyos estar con ellos «hasta el fin del mundo», una vez que les da «al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» Mt 28,19s.

IV. LOS CRISTIANOS, HEREDEROS DE LAS PROMESAS

Los cristianos, poseyendo el Espíritu, están en posesión de todas las promesas Act 2,38s y, desde el momento en que «los paganos también han recibido el don del Espíritu Santo» 10,45, es que, en otro tiempo «extraños a las alianzas de la promesa» Ef 2,12, han venido a ser en Cristo «partícipes de la promesa» Ef 3,6. Desde el momento que la promesa ha sido dirigida siempre a la fe Rom 4,13, está «asegurada a toda la descendencia que profesa... la fe de Abraham, nuestro padre común» 4,16, padre de todos, circuncisos e incircuncisos 4,9.

«Colmados de todas las riquezas», «no careciendo de ningún don de la gracia» 1Cor 1,5.7, los cristianos no tienen ya nada que desear, puesto que el Espíritu es en ellos una posesión permanente y viva, una unción y un sello. Sin embargo, no es todavía sino «las arras de nuestra herencia» Ef 1,14 2Cor 1,22 5,5, «las primicias... de nuestra redención» Rom 8,23, y su oración en nosotros es «un gemido» y «una esperanza» 8,23s. Los cristianos son todavíaperegrinos de una «patria mejor» Heb 11,16, a la que tienden, a ejemplo de Abraham, «por la fe y la perseverancia» 6,12.15.

Hasta el último día la promesa es para el amor el medio de ofrecerse a la fe.

hjg.com.ar - Última actualización: 14-junio-2009
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