Desde la Iglesia primitiva se llama parábola a una historia narrada por Jesús para ilustrar su enseñanza. En el fondo de la palabra griega parabalé hay una idea de comparación. Pero aquí lo que ilustra es, más que la palabra, la manera de hablar y de instruir propia del genio oriental, pues la parábola evangélica está preparada por el AT. Dos elementos aparecen como fundamentales en esta forma de lenguaje: el recurso a la comparación, que responde tan bien a la preocupación concreta del Oriente; el aspecto enigmático de la expresión, propia para excitar la curiosidad, incitar a la búsqueda, a subrayar también la importancia y hasta la trascendencia de la enseñanza comunicada. De estos dos caracteres, considerados sobre todo bajo su aspecto religioso, se desprende una sana interpretación de las parábolas.
1. Extensión del procedimiento.
Israel, desde los comienzos de su historia, se hallaba ante este trance de tener que hablar con una mentalidad muy concreta, del Dios trascendente que no admitía representación sensible Ex 20,4. Había, pues, constantemente que evocar la vida divina partiendo de las realidades terrenales. Los antropomorfismos, tan numerosos en los viejos textos, son comparaciones implícitas que contienen en germen verdaderas parábolas Gen 2,7s.19.21.. Serán más raros en lo sucesivo, pero el empeño en comparar será por ello precisamente más fuerte Ez 1,26ss. La vida misma del hombre, en su aspecto moral y religioso, tenía necesidad de estos paralelismos. Los profetas los usan abundantemente tanto en sus invectivas Am 4,1 Os 4,16 Is 5,18 como para enunciar las promesas divinas Os 2,20s Is 11,6-9 Jer 31,21.; al mismo tiempo gustan de las acciones simbólicas, es decir, de las predicaciones escenificadas Is 20,2 Jer 19,10 Ez 4-5. Verdaderas parábolas se hallan también en los libros históricos Jue 9,8-15 2Sa 12,1-4 14,5ss, y abundan entre las sentencias de los sabios Prov 10,26 12,4.. El procedimiento se amplía en el judaísmo tardío hasta convertirse en los rabinos en un verdadero método pedagógico. Un hecho imaginativo o una historia del pasado vienen en apoyo de cualquier enseñanza, y se introducen con la fórmula: «¿A qué se parece esto?» Jesús entra dentro de este movimiento, poniendo frecuentemente empeño en expresar bajo forma de comparación los elementos de su doctrina. «¿Con qué compararé?» Mc 4,30 Lc 13,18. «El reino de los cielos es semejante...» Mt 13,24.31.
2. Alcance religioso de las parábolas.
Los profetas, ilustrando con las realidades concretas de la vida cotidiana su enseñanza sobre el sentido de la historia sagrada, hacen de ellas verdaderos temas: el pastor, el matrimonio, la viña, que se encuentran también en las parábolas evangélicas. El amor gratuito y benévolo de Dios, las reticencias del pueblo en su respuesta forman la trama de estas amplificaciones en imágenes (p.e. Is 5,1-7 Os 2 Ez 16), aunque también se pueden hallar en ellas alusiones más precisas a tal o cual actitud de vida moral Prov 4,18s 6,6-11 15,4, o a una determinada situación social Jue 9,8-15. En el Evangelio se centra la perspectiva en la realización definitiva del reino de Dios en la persona de Jesús. De ahí el grupo importante de las parábolas del reino (sobre todo Mt 13,1-50 p 20,1-16 21,33-22,14 p 24,45-25,30).
2. Parábola y alegoría.
Se da el caso de que el recurso a la comparación no se relacione sólo con el conjunto de una historia, de la que se deduce una lección global, sino que todos los detalles tengan una significación propia, que requiere una interpretación particular. Entonces la parábola se convierte en alegoría. Tal es el caso de ciertos textos del AT (p.e. Ez 17), y este procedimiento se halla también en los símiles del cuarto evangelio Jn 10,1-16 15,1-6. En realidad es frecuente que las parábolas comporten por lo menos algunos rasgos alegóricos, y los evangelios acentúan este carácter al sugerir ya una interpretación. Así por ejemplo san Lucas refiere la parábola del buen samaritano en términos que hacen pensar en Cristo Lc 10,33.35.
1. En la profecía del AT.
Mucho más que a los enigmas de los sabios 1Re 10,1-3 Eclo 39,3, hay que recurrir a la presentación voluntariamente misteriosa de escritos tardíos, para explicar el carácter enigmático de ciertas parábolas evangélicas. A partir de Ezequiel el anuncio profético del porvenir se transforma poco a poco en apocalipsis; es decir que envuelve voluntariamente el contenido de la revelación en una serie de imágenes que tienen necesidad de explicación para poderse comprender. La presencia de un «ángel-intérprete» hace generalmente resaltar la profundidad del mensaje y su dificultad. Así la alegoría del águila en Ez 17,3-10, llamada «enigma» y «parábola» (masal) es explicada luego por el profeta 17,12-21. Las visiones de Zacarías comportan un ángel-intérprete Zac 1,9ss 4,5s.. y sobre todo las grandes visiones apocalípticas de Daniel, en las que se supone constantemente que el vidente no comprende Dan 7,15s 8,15s 9,22.
2. En el Evangelio.
El misterio del reino y de la persona de Jesús es tan nuevo que no puede tampoco manifestarse sino gradualmente y según la diversa receptividad de los oyentes. Por eso Jesús, en la primera parte de su vida pública, recomienda a este propósito el «secreto mesiánico», tan fuertemente puesto de relieve por Marcos Mc 1,34.44 3,12 5,43.. Por eso también gusta de hablar en parábolas que, aun dando una primera idea de su doctrina, obligan a reflexionar y tienen necesidad de explicación para ser perfectamente comprendidas Mt 13,10-13.34s.36.51. El recurso a temas clásicos (el rey, el festín, la viña, el pastor, la siembra...) pone a los oyentes en la pista; pero el fondo de la enseñanza dada les escapa. Las parábolas son entonces una invitación a la atención, pero también un velo que oculta la profundidad del misterio a los que no pueden o no quieren penetrarlo enteramente. Los evangelistas, impresionados por el endurecimiento de numerosos judíos a propósito del mensaje de Cristo, subrayaron este hecho al mostrar a Jesús respondiendo a los discípulos con una cita de Isaías Mc 4,10ss Mt 13,10-15. Sin embargo, junto con estas parábolas emparentadas con los apocalipsis, las hay más claras que miran a enseñanzas morales accesibles a todos (así Lc 8,16ss 10,30-37 11,5-8).
III. LA INTERPRETACIÓN DE LAS PARÁBOLAS
Poniéndose en este contexto bíblico y oriental en que hablaba Jesús y atendiendo a su voluntad de enseñanza progresiva, resulta más fácil interpretar las parábolas. Su materia son los humildes hechos de la vida cotidiana, pero también, y quizá sobre todo, los grandes acontecimientos de la historia sagrada. Sus temas clásicos, fáciles de descubrir, están ya cargados de sentido por su trasfondo de AT en el momento en que Jesús los utiliza. Ninguna inverosimilitud debe asombrar en relatos, compuestos libremente y totalmente ordenados a la enseñanza; el lector no debe extrañarse de la actitud de ciertos personajes presentados para evocar un razonamiento a fortiori o a contrario (p.e. Lc 16,1-8 18,1-5). En todo caso hay que ilustrar en primer lugar el aspecto teocéntrico, y más precisamente cristocéntrico, de la mayoría de las parábolas. Sea cual fuere la medida exacta de la alegoría, en definitiva es el Padre de los cielos Mt 21,28 Lc 15,11 o Cristo mismo, sea en su misión histórica (el «sembrador» de Mt 13,3.24.31 p), sea en su gloria futura (el «ladrón» de Mt 24,43; el «amo» de Mt 25,14; el «esposo» de Mt 25,1) —al que las más de las veces debe evocar el personaje central; y cuando hay dos, son el Padre y el Hijo Mt 20,1-16 21,33.37 22,2. Tan cierto es que el amor del Padre testimoniado a los hombres por el envío de su Hijo es la gran revelación aportada por Jesús. Para esto sirven las parábolas, que muestran el remate perfecto que el nuevo reino da al designio de Dios sobre el mundo.