Artículo 1:
¿Fue necesario que Cristo padeciese por la liberación del género
humano?
lat
Objeciones por las que parece que no fue necesario que Cristo
padeciese por la liberación del género humano.
1. Sólo Dios podía liberar al género humano, de acuerdo con aquellas
palabras de Is 45,21: ¿No soy yo el Señor y fuera de mí no hay otro
Dios? Dios justo y salvador no lo hay fuera de mí. Pero en Dios no
cabe necesidad de ninguna clase, porque eso sería opuesto a su
omnipotencia. Luego no fue necesario que Cristo padeciese.
2. Lo necesario se opone a lo voluntario. Ahora bien, Cristo
padeció por propia voluntad, pues en Is 53,7 se dice: Se ofreció
porque quiso. Luego no fue necesario que padeciese.
3. Como se lee en Sal 24,10, todas las sendas del Señor
son misericordia y verdad. Pero no parece necesario que padeciese
por parte de la misericordia divina, la cual, como reparte
gratuitamente sus dones, parece que también perdona gratuitamente las
deudas, sin satisfacción. Ni tampoco parece necesario por parte de la
justicia divina, conforme a la cual el hombre había merecido la
condenación eterna. Luego parece que no fue necesario que Cristo
padeciese por la liberación de los hombres.
4. La naturaleza de los ángeles es superior a la humana,
como es manifestado por lo que dice Dionisio en el c.4 De Div.
Nom.. Pero Cristo no padeció por la reparación de
la naturaleza angélica, que había pecado. Luego parece que tampoco fue
necesario que padeciese por la salvación del género
humano.
Contra esto: está lo que se dice en Jn 3,14-15: A la manera que
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él no
perezca, sino que tenga la vida eterna. Lo cual se
entiende de la exaltación en la cruz. Luego parece que fue preciso que
Cristo padeciese.
Respondo: Como enseña el Filósofo en V
Metaphys., algo se llama
necesario de muchas
maneras. Primero, lo que, según su propia naturaleza, no puede
comportarse de otro modo. Y, en este sentido, es evidente que no fue
necesario que Cristo padeciese, ni por parte de Dios, ni por parte de
los hombres.
Segundo, se llama necesario a aquello que lo es por una causa
exterior. La cual, si es una causa eficiente o motriz, crea una
necesidad de coacción, por ejemplo la de uno que no puede caminar
porque otro le detiene violentamente. Si esa causa exterior que impone
la necesidad es el fin, se dice que algo es necesario por imperativo
del fin, cuando, v.gr., un fin no puede lograrse de ningún modo, o no
puede conseguirse de un modo conveniente, a no ser que se cumpla tal
fin.
En consecuencia, no fue necesario que Cristo padeciese con necesidad
de coacción, ni por parte de Dios, que decretó que Cristo padeciese;
ni por parte del propio Cristo, que padeció voluntariamente.
Sin embargo, fue necesario por razón del fin. Este puede entenderse
de tres maneras. Primera, por parte de nosotros, que fuimos liberados
por su pasión, según el pasaje de Jn 3,14: Es necesario que sea
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él no
perezca, sino que tenga la vida eterna. Segunda, por parte de
Cristo mismo, que por la humillación de la pasión mereció la gloria de
la exaltación. Y a esto corresponde lo que se dice en Lc 24,26: Fue
preciso que Cristo padeciese esto y entrase así en su gloria.
Tercera, por parte de Dios, cuya decisión sobre la pasión de Cristo
fue profetizada en la Escritura y prefigurada en las observancias del
Antiguo Testamento. Y esto es lo que se dice en Lc 22,22: El Hijo
del hombre se va, según está decretado; y en Lc 24,44.46: Esto
es lo que yo os dije estando todavía con vosotros, que era necesario
que se cumpliera todo lo que estaba escrito en la Ley de Moisés, en
los Profetas y en los Salmos acerca de mí; y que estaba escrito
que convenía que Cristo padeciese y resucitase de entre los
muertos.
A las objeciones:
1. Ese argumento se toma de la
necesidad de coacción por parte de Dios.
2. Esta dificultad proviene de la
necesidad de coacción por parte de Cristo hombre.
3. La liberación del hombre por
la pasión de Cristo convino tanto a la misericordia como a la justicia
divinas. A la justicia, porque mediante su pasión Cristo satisfizo por
los pecados del género humano, y así fue liberado el hombre por la
justicia de Cristo. A la misericordia, porque, no pudiendo el hombre
satisfacer, de suyo, por el pecado de toda la raza humana, como antes
queda probado (
q.1 a.2 ad 2), Dios le dio a su Hijo como satisfactor,
conforme al pasaje de Rom 3,24-25:
Todos han sido justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo
Jesús, a quien Dios ha puesto como instrumento de propiciación por la
fe en él. Y esto fue una obra de misericordia mayor que si hubiese
perdonado los pecados sin satisfacción. De donde en Ef 2,4-5 se
dice:
Dios, que es rico en misericordia, por el excesivo amor con
que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos vivificó
con Cristo.
4. El pecado de los ángeles no
tenía remedio, como lo tuvo el pecado de los hombres, como antes queda
dicho en la
Primera Parte (
q.64 a.2).
Artículo 2:
¿Fue posible un modo de liberación de la naturaleza humana distinto
del obtenido por la pasión de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que no fue posible un modo distinto de
liberar la naturaleza humana que el realizado
mediante la pasión de Cristo.
1. Dijo el Señor en Jn 12,24-25: Si el grano de trigo no cae en la
tierra y muere, quedará solo; pero, si muere, dará mucho fruto; a
propósito de lo cual comenta Agustín: se llamaba
grano a sí mismo. Por consiguiente, de no haber padecido la
muerte, no hubiera dado el fruto de la liberación de otro
modo.
2. En Mt 26,42, el Señor dice a su Padre: Padre mío, si
este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
Y allí habla del cáliz de la pasión. Luego la pasión de Cristo no
podía omitirse. Por lo cual comenta Hilario: No
puede pasar el cáliz sin beberlo, porque no podemos ser restablecidos
más que por medio de su pasión.
3. La justicia de Dios exigía que el hombre fuese liberado
del pecado por la satisfacción de Cristo mediante su pasión. Pero
Cristo no puede pasar por encima de su propia justicia. Se dice,
efectivamente, en 2 Tim 2,13: Si no creemos, él permanece fiel,
pues no puede negarse a sí mismo. Pero se negaría a sí mismo si
negase su justicia, por ser él mismo la justicia. Luego parece no
haber sido posible liberar al hombre de otro modo que por la pasión de
Cristo.
4. El error no puede ocultarse en la fe. Ahora bien, los
antiguos patriarcas creyeron que Cristo había de padecer. Luego parece
que no pudo acontecer que Cristo no padeciese.
Contra esto: está lo que dice Agustín en XIII De Trin.: Afirmamos que este modo por el que Dios se dignó liberarnos, por el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, es bueno y conveniente a la dignidad divina; pero hemos de mostrar que hubo otro modo posible para Dios, a cuyo poder están igualmente sometidas todas las cosas.
Respondo: Se puede decir que una cosa es
posible o imposible de dos modos: uno, llana y absolutamente; otro,
hipotéticamente. Hablando, pues, llanamente, y en absoluto, a Dios le
fue posible liberar al hombre por un modo distinto del que supone la
pasión de Cristo,
porque para Dios no hay nada imposible, como
se dice en Lc 1,37. Pero, planteado el problema en una hipótesis
concreta, fue imposible. Porque es imposible que la presciencia de
Dios se engañe y que su voluntad o determinación sea anulada;
supuestas, pues, la presciencia y la preordinación divinas sobre la
pasión de Cristo, no era posible a la vez que Cristo no padeciese y
que el hombre fuese liberado de otro modo que por medio de su pasión.
Y la misma razón vale para todo lo que de antemano es conocido y
ordenado por Dios, como queda expuesto en la
Primera Parte
(
q.14 a.13;
q.22 a.4;
q.23 a.6).
A las objeciones:
1. En el pasaje mencionado habla el
Señor en el supuesto de la presciencia y de la preordinación divinas,
según las cuales estaba dispuesto que el fruto de la salvación de los
nombres no se seguiría más que padeciendo Cristo.
2. En el mismo sentido debe
entenderse lo dicho en la segunda objeción: Si no es posible que
pase este cáliz sin que tenga que beberla, esto es: porque tú
así lo has dispuesto. Por lo cual añade: Hágase tu
voluntad.
3. También esta justicia depende
de la voluntad divina, que exige del género humano la satisfacción por
el pecado. Por lo demás, si hubiera querido liberar al hombre del
pecado sin satisfacción, no hubiera procedido en contra de la
justicia. No puede perdonar la culpa o la pena, respetando la
justicia, aquel juez que está obligado a castigar la culpa cometida
contra otro, sea contra otro hombre, sea contra la comunidad entera o
contra un gobernante superior. Pero Dios no tiene superior alguno,
sino que él mismo es el bien supremo y común de todo el universo. Y
por eso, si perdona un pecado que tiene razón de culpa porque se
comete contra El, a nadie hace injuria, como el hombre que perdona una
ofensa contra él sin que medie la satisfacción obra
misericordiosamente, y no injustamente. Y, por este motivo, David,
cuando pedía misericordia, decía en Sal 50,6: Contra ti solo
pequé, como si dijera: Puedes perdonarme sin
injusticia.
4. La fe de los hombres, y también
las Sagradas Escrituras que la fundamentan, se apoyan en la
presciencia y en la determinación divinas. Y de ahí que la misma razón
vale para la necesidad de lo supuesto por las cosas de fe y para la
necesidad que proviene de la presciencia y la voluntad
divinas.
Artículo 3:
¿Hubo otro medio más oportuno para liberar al hombre que la pasión de
Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que hubiera habido otro modo más
conveniente para la liberación de los hombres que la pasión de
Cristo.
1. La naturaleza imita en sus operaciones las obras de Dios, como que
está movida y regulada por el propio Dios. Ahora bien, la naturaleza
no hace de dos modos lo que puede hacer de uno solo. Por consiguiente,
pudiendo Dios liberar al hombre sólo con su propia voluntad, no parece
haber sido conveniente que añadiese la pasión de Cristo para la
liberación del género humano.
2. Las cosas que se hacen de manera natural, se realizan
mejor que las que se hacen violentamente, porque lo violento es un
cierto corte o caída de lo que es conforme a la naturaleza,
como se dice en el libro De cáelo. Pero la
pasión de Cristo llevó consigo la muerte violenta. Luego hubiera sido
más conveniente que Cristo liberase al hombre muriendo de muerte
natural que padeciendo.
3. Parece sumamente conveniente que aquel que detenta algo
violenta e injustamente, sea despojado por el poder de uno superior;
por lo cual también se dice en Is 52,3: De balde fuisteis vendidos,
y sin plata seréis rescatados. Pero el diablo no tenía derecho
alguno sobre el hombre, a quien con fraude había engañado, y a quien
retenía esclavo mediante cierta violencia. Luego parece que hubiera
sido convenientísimo que Cristo hubiera despojado al diablo sólo con
su propio poder, sin su pasión.
Contra esto: está lo que dice Agustín en XIII De Trin.: No hubo modo más conveniente de sanar nuestra
miseria que la pasión de Cristo.
Respondo: Un medio es tanto más conveniente
para conseguir un fin cuanto más ventajas concurren en él para lograr
tal fin. Ahora bien, en la liberación del hombre por la pasión de
Cristo concurren muchas circunstancias que pertenecen a la salvación
del hombre, fuera de la liberación del pecado.
Primero, por este medio conoce el hombre lo mucho que Dios le ama, y
con esto es invitado a amarle a El, en lo cual consiste la perfección
de la salvación humana. Por lo que dice el Apóstol en Rom 5,8-9: Dios prueba su amor para con nosotros en que, siendo todavía
pecadores, Cristo murió por nosotros.
Segundo, porque con esto nos dio ejemplo de obediencia, humildad,
constancia, justicia y demás virtudes manifestadas en la pasión,
necesarias para la salvación de los hombres. De donde se dice en 1 Pe
2,21: Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que
sigamos sus pasos.
Tercero, porque Cristo con su pasión no sólo liberó al hombre del
pecado, sino que también mereció para él la gracia de la justificación
y la gloria de la bienaventuranza, como luego se dirá (q.48 a.1; q.49 a.1 y 5).
Cuarto, porque con esto se intimó al hombre una mayor necesidad de
conservarse inmune de pecado, según aquellas palabras de 1 Cor
6,20: Habéis sido comprados a gran precio, glorificad y llevad a
Dios en vuestro cuerpo.
Quinto, porque esto resulta de mayor dignidad, de modo que, como el
hombre fue vencido y engañado por el diablo, así fuese también el
hombre el que derrotase al diablo; y así como el hombre mereció la
muerte, así el hombre, muriendo, venciese la muerte, como se lee en 1
Cor 15,57: Gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por medio de
Jesucristo.
Y, en consecuencia, fue más conveniente ser liberados por la pasión
de Cristo que serlo solamente por la voluntad de Dios.
A las objeciones:
1. También la naturaleza, para
lograr mejor alguna cosa, emplea para ello varios medios, por ejemplo
dos ojos para ver. Y así resulta evidente en las demás
cosas.
2. Como escribe el
Crisóstomo, Cristo no vino para consumir su propia
muerte, que no tenía, siendo él la vida, sino la muerte de los
hombres. De donde no dejó su cuerpo por su propia muerte, sino que
sufrió la muerte que le infligieron los hombres. Pero incluso si su
cuerpo hubiera enfermado y hubiera muerto en presencia
de todos, se hubiera seguido el inconveniente de que tuviera sujeto el
propio cuerpo a las enfermedades el que había curado las enfermedades
de los demás. Pero, también, en caso de que, sin enfermedad alguna,
hubiera muerto en un lugar apartado y luego se manifestase, no sería
creído cuando hablase de su resurrección. ¿Cómo se haría evidente la
victoria de Cristo sobre la muerte sino padeciéndola delante de todos,
a fin de probar, mediante la incorrupción de su cuerpo, que la había
destruido?
3. Aunque el diablo había atacado
injustamente al hombre, sin embargo el hombre había sido justamente
abandonado por Dios bajo la esclavitud del diablo. Por esto fue
conveniente que el hombre fuese liberado de la esclavitud del diablo
por medio de la justicia, satisfaciendo Cristo por él mediante su
pasión.
Esto fue conveniente también para vencer la soberbia del diablo, el
cual es desertor de la justicia y amante del poder, a fin de
que Cristo venciese al diablo y liberase al hombre no sólo con el
poder de su divinidad, sino también por medio de la justicia y de la
humildad de su pasión, como escribe Agustín en XIII De
Trín..
Artículo 4:
¿Debió Cristo padecer en la cruz?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no debió padecer en la
cruz.
1. La verdad debe corresponder a la figura. Pero como figura de
Cristo precedieron todos los sacrificios del Antiguo Testamento, en
los cuales los animales eran matados a cuchillo, y después quemados
por el fuego. Luego parece que Cristo no debió padecer en la cruz,
sino más bien por obra del cuchillo o del fuego.
2. Dice el Damasceno que Cristo no debió
asumir los sufrimientos infamantes. Ahora bien, la muerte de
cruz parece la más infamante e ignominiosa de todas, por lo que se
dice en Sab 2,20: Condenémosle a muerte afrentosísima. Luego
parece que Cristo no debió padecer la muerte de cruz.
3. De Cristo se dice: Bendito el que viene en nombre
del Señor, como se ve en Mt 21,9. Pero la muerte de cruz era la
muerte de la maldición, según Dt 21,23: Es maldito de Dios el
colgado de un madero. Luego parece no haber sido conveniente que
Cristo fuese crucificado.
Contra esto: está lo que se dice en Flp 2,8: Se hizo obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz.
Respondo: Fue convenientísimo que Cristo
padeciese la muerte de cruz. Primero, para ejemplo de virtud. Dice a
este propósito Agustín en el libro
Octoginta trium
quaest.:
La Sabiduría de Dios tomó la naturaleza
humana para ejemplo de cómo viviríamos rectamente. Y pertenece a la
vida recta el no temer lo que no debe ser temido. Pero hay hombres
que, si bien no temen la muerte, tienen horror al género de muerte.
Por consiguiente, para que ningún género de muerte hubiera de ser
temido por el hombre que vive rectamente, hubo de mostrárseles el
género de muerte en cruz de aquel hombre, pues nada había entre todos
los géneros de muerte más execrable y más temible que
aquél.
Segundo, porque este género de muerte era el más conveniente para
satisfacer por el pecado del primer hombre, que consistió en tomar el
fruto del árbol prohibido, en contra del mandato de Dios. Y por eso
fue conveniente que Cristo, a fin de satisfacer por aquel pecado,
tolerase ser clavado en un madero, como si restituyese lo que Adán
había robado, según aquellas palabras de Sal 68,5: Pagaba entonces
lo que nunca había robado. Por lo cual dice Agustín en un
Sermón De Passione: Adán despreció el
precepto, tomando del árbol; pero lo que Adán perdió, lo encontró
Cristo en la cruz
Tercero, como dice el Crisóstomo, en un Sermón De
Passione, padeció en un alto madero, y no bajo
techado, para que hasta la condición del aire fuera purificada. Pero
también la tierra experimentaba semejante beneficio al ser purificada
por la destilación de la sangre que corría del costado. Y sobre
las palabras de Jn 3,14: Es preciso que el Hijo del hombre sea
levantado, comenta: Cuando oigas lo de «ser levantado»,
entiende la suspensión en alto, a fin de que santificase el aire quien
había santificado la tierra caminando por ella.
Cuarto, porque, al morir en la cruz, prepara nuestra subida a los
cielos, como dice el Crisóstomo. Y ésta es la razón de
que él mismo diga en Jn 12,32-33: Yo, si fuere levantado de la
tierra, lo atraeré todo hacia mí.
Quinto, porque esto corresponde a la salvación universal de todo el
mundo. Por lo cual dice Gregorio Nyseno que la
figura de la cruz, dividida en cuatro extremidades a partir del punto
medio de intersección, significa que el poder y la providencia de
aquel que pendió en ella se difundieron por todas partes. Y el
Crisóstomo dice también que en la cruz muere con las
manos extendidas, a fin de atraer con una mano al pueblo del Antiguo
Testamento, y con la otra al que proviene de los gentiles.
Sexto, porque con este género de muerte se indican varias virtudes.
Por esto dice Agustín en el libro De gratia Vet. et Novi
Test.: No en vano eligió tal género de
muerte, sino para ser maestro de la anchura, la altitud, la
longitud y la profundidad, de las que habla el Apóstol (cf. Ef
3,18). Pues la anchura se halla en el madero fijado
transversalmente en lo alto; esto pertenece a las buenas obras, puesto
que allí se extienden las manos. La longitud, en el trozo que es
visible desde el travesaño hasta la tierra; allí, en cierto modo, se
está en pie, es decir, se persiste y se persevera, lo cual se atribuye
a la longanimidad. La altitud se halla en aquella parte del madero que
se prolonga desde el travesaño hacia arriba, esto es, hacia la cabeza
del crucificado, porque representa bien la suprema expectación de los
que esperan. Y, por último, la parte del madero que se oculta al estar
clavado, de donde se levanta todo él, significa la profundidad de la
gracia gratuita. Y, como indica el mismo Agustín, In
loann., el madero en que estaban clavados los
miembros del paciente fue también la cátedra del maestro
docente.
Séptimo, porque este género de muerte corresponde a muchas figuras.
Como dice también Agustín, en un Sermón De Passione, un arca de madera libró al género humano del diluvio de las aguas (cf. Gen 6-8); cuando el pueblo de Dios huyó de Egipto, Moisés dividió el mar con un cayado, derrotó al faraón y rescató al pueblo de Dios (cf. Ex 14,16-31); el mismo Moisés arrojó un madero al agua amarga y la convirtió en dulce (cf. Ex 15,25); con el cayado de madera hizo brotar de la roca espiritual agua saludable (cf. Ex 17,5-6); y, para que Amalec fuera vencido, Moisés se alargó con las manos extendidas frente al cayado (cf. Ex 17,8-13); y la Ley de Dios, el Testamento, se guarda en un arca de madera (cf. Ex 25,10); de modo que mediante todas estas figuras se llegue, como por escalones, al madero de la cruz.
A las objeciones:
1. El altar de los holocaustos, en
que se ofrecían sacrificios de animales, estaba hecho de madera, como
se dice en Ex 27,1, y en este aspecto la verdad corresponde a la
figura. Sin embargo, no es necesario que la correspondencia sea
total, porque, en tal caso, no tendríamos ya una semejanza, sino la
verdad misma, como dice el Damasceno en el libro
III. Especialmente, como escribe el
Crisóstomo, no le fue cortada la cabeza, como a
Juan Bautista, ni fue aserrado, como Isaías, para que conservase el
cuerpo íntegro e indivisible, no dando así ocasión a los violentos
para dividir la Iglesia. Y en lugar del fuego material, en el
holocausto de Cristo estuvo el fuego de la caridad.
2. Cristo rehusó tomar los
sufrimientos degradantes que implican defecto de ciencia, de gracia o
también de virtud. Pero no rehuyó los padecimientos que van unidos a
la injuria inferida desde el exterior; antes bien, como se dice en Heb
12,2, soportó la cruz sin hacer caso de la ignominia.
3. Como escribe Agustín en XIV Contra Faust., fue maldito el pecado y, por
consiguiente, la muerte y la mortalidad que provienen del pecado.
Pero la carne de Cristo fue mortal, por tener una semejanza de la
carne de pecado. Y por este motivo la llama Moisés maldición, como asimismo la llama el Apóstol pecado, cuando
dice en 2 Cor 5,21: A quien no conoció el pecado, le hizo pecado
por nosotros, es decir, por la pena del pecado. Ni es mayor el
odio por haber dicho «maldito de Dios». Si Dios no hubiera
odiado el pecado, no hubiera enviado a su Hijo a tomar
la maldición y destruirla. Confiesa, pues, que tomó por nosotros la
maldición Aquel de quien confiesas que murió por nosotros. Por lo cual también se dice en Gal 3,13: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición por
nosotros.
Artículo 5:
¿Sufrió Cristo todos los tormentos?'
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Objeciones por las que parece que Cristo sufrió todos los
tormentos.
1. Dice Hilario en el libro X De Trin.: El
Unigénito de Dios, para consumar el misterio de su muerte, testifica
que apuró en sí mismo todo género de los sufrimientos humanos cuando,
inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Parece, pues, que
soportó todos los sufrimientos humanos.
2. En Is 52,13-14 se dice: He aquí que mi siervo
prosperará, será enaltecido, levantado y ensalmado sobremanera. Así
como muchos se asombraron de él, otro tanto estaba desfigurado su
aspecto entre los hombres y su belleza entre los hijos de los
hombres. Ahora bien, Cristo fue ensalzado en cuanto que tuvo toda
la gracia y toda la ciencia, por lo que, al verlo, muchos quedaron
estupefactos. Luego parece que estuvo desfigurado por soportar todos
los sufrimientos humanos.
3. La pasión de Cristo estaba ordenada a liberar al hombre
del pecado, como antes se ha dicho (
a.1-3;
q.14 a.1). Pero Cristo vino
a librar a los hombres de todo género de pecado. Luego debió padecer
todo género de sufrimientos.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 19,32-33: Los soldados
quebraron las piernas del primero y del otro que fue crucificado con
él; pero, al llegar a Jesús, no le quebraron las piernas. Por
consiguiente, no padeció todos los sufrimientos humanos.
Respondo: Los sufrimientos humanos pueden
considerarse de dos modos. Uno, en cuanto a la especie. Y bajo este
aspecto, no fue necesario que Cristo padeciese todos los sufrimientos
humanos, porque hay muchas clases de sufrimientos que son contrarios
entre sí, por ejemplo la combustión por el fuego y el hundimiento en
el agua. Pero aquí hablamos de los sufrimientos inferidos desde el
exterior, porque no fue conveniente que padeciese los sufrimientos que
provienen del interior, v.gr. las enfermedades corporales, como antes
hemos dicho (
q.14 a.4).
Pero, en cuanto al género, padeció todos los sufrimientos humanos. Y
esto puede considerarse de tres maneras. Una, por parte de los
hombres. Padeció tanto de los gentiles como de los judíos; de los
hombres y de las mujeres, como es evidente por las sirvientas que
acusan a Pedro. Padeció también de los jefes y de sus ministros, e
incluso de la plebe, según las palabras de Sa 2,1-2: ¿Por qué se
amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los
reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra
su Mesías. Padeció también de los familiares y conocidos, como es
claro en el caso de Judas, que le traicionó, y en el de Pedro,
que le negó.
Otra, por parte de todo aquello en que el hombre puede padecer.
Cristo padeció, efectivamente, en sus amigos, que le abandonaron; en
la fama, por las blasfemias proferidas contra él; en el honor y en la
gloria, por las burlas y las afrentas que le hicieron; en los bienes,
puesto que fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la
tristeza, el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los
azotes.
La tercera, por lo que atañe a los miembros del cuerpo. Cristo
padeció en la cabeza la corona de punzantes espinas; en las manos y
pies, el taladro de los clavos; en la cara, las bofetadas y salivazos;
y en todo el cuerpo, los azotes. Padeció también en todos los sentidos
del cuerpo: en el tacto, por haber sido flagelado y atravesado con
clavos; en el gusto, porque le dieron a beber hiel y vinagre; en el
olfato, porque fue colgado en el patíbulo en un lugar maloliente,
llamado lugar de la calavera, a causa de los
cadáveres allí existentes; en el oído, al ser herido por las voces de
los blasfemos y burlones; en la vista, al ver llorar a su
madre y al discípulo amado.
A las objeciones:
1. El texto de Hilario debe
entenderse en cuanto a todos los géneros de padecimientos, pero no en
cuanto a todas las especies de los mismos.
2. En el texto citado, la
semejanza se considera no en cuanto al número de los sufrimientos y de
las gracias, sino en cuanto a la magnitud de los mismos, porque, así
como fue sublimado por encima de los demás en cuanto a los dones de la
gracia, así fue arrojado debajo de los otros por la ignominia de la
pasión.
3. En lo que se refiere a la
suficiencia, el más mínimo padecimiento de Cristo fue suficiente para
redimir al género humano de todos los pecados. Pero, en lo que atañe a
la conveniencia, fue suficiente con que padeciese todos los géneros de
sufrimientos, como acabamos de decir (en la solución).
Artículo 6:
¿El dolor de la pasión de Cristo fue el mayor de todos los
dolores?
lat
Objeciones por las que parece que el dolor de la pasión de Cristo no
fue el mayor de todos los dolores.
1. El dolor del paciente crece de acuerdo con la gravedad y la larga
duración del sufrimiento. Ahora bien, algunos mártires sufrieron
tormentos más prolongados y más graves que Cristo, como es evidente en
el caso de Lorenzo, que fue asado en una parrilla, y
en el de Vicente, cuyas carnes fueron desgarradas con garfios de
hierro. Luego parece que el dolor de Cristo
paciente no fue el supremo.
2. La virtud de la mente mitiga el dolor, hasta el extremo
de que los Estoicos defendieron que la tristeza no
cabía en el ánimo del sabio. Y Aristóteles dijo que
la virtud moral establece el justo medio en los padecimientos. Pero en
Cristo la virtud de la mente fue perfectísima. Luego parece que el
dolor en Cristo fue mínimo.
3. Cuanto un paciente es más sensible, tanto mayor es el
dolor del sufrimiento. Pero el alma es más sensible que el cuerpo,
puesto que el cuerpo siente en virtud del alma. Y Adán, en el estado
de inocencia, parece haber tenido un cuerpo más sensible que Cristo,
porque éste tomó el cuerpo humano con los defectos naturales. Luego
parece que el dolor del alma que padece en el purgatorio o en el
infierno, o incluso el dolor de Adán, en el caso de que hubiera
padecido, hubiese sido mayor que el dolor de la pasión de
Cristo.
4. La pérdida de un bien mayor causa un mayor dolor.
Pero el pecador, cuando peca, pierde un bien mayor que Cristo cuando
padeció, porque la vida de la gracia es mejor que la vida natural. Y
Cristo, que perdió la vida habiendo de resucitar al tercer día, parece
haber perdido algo menos que los que pierden la vida para permanecer
en la muerte. Luego parece que el dolor de Cristo no fue el
supremo.
5. La inocencia del paciente aminora el dolor del
sufrimiento. Pero Cristo padeció sin culpa, según aquellas palabras de
Jer 11,19: Estaba yo como manso cordero que es llevado como víctima
para el sacrificio. Luego parece que el dolor de Cristo no fue el
máximo.
6. En lo que pertenece a Cristo, no hubo nada superfluo.
Pero el mínimo dolor de Cristo hubiera bastado para el fin de la
salvación de los hombres, porque, en virtud de la persona divina,
hubiese tenido un poder infinito. Luego el tomar el máximo dolor
hubiera resultado superfluo.
Contra esto: está lo que se lee en Lam 1,2 de la persona de Cristo: Mirad y ved si hay dolor como mi dolor.
Respondo: Como antes se ha expuesto (
q.15 a.5 y
6), al hablar de los defectos que Cristo asumió, cuando padeció se
dio en El el verdadero dolor: lo mismo sensible,
causado por algo perjudicial corpóreo, que interior, proveniente de la
aprehensión de algo nocivo, y que se llama tristeza. Ambos dolores
fueron en Cristo los mayores entre los dolores de la vida presente. Y
esto sucedió por cuatro motivos.
Primero, por las propias causas del dolor. Pues la causa del dolor
sensible fue la lesión corporal. Esta llegó a la acerbidad, tanto por
la universalidad del sufrimiento, de la que ya se ha hablado (a.5),
cuanto por el género del sufrimiento. Porque la muerte de los
crucificados es acerbísima, ya que son clavados en puntos saturados de
nervios y sumamente sensibles, esto es, en las manos y en los pies; y
el mismo peso de su cuerpo colgado aumenta continuamente el dolor; y
junto con esto está la larga duración del dolor, porque no mueren
inmediatamente, como sucede con los que son muertos a espada. Causa
del dolor interior fue, en primer lugar, el cúmulo de todos los
pecados del género humano, por los que satisfacía padeciendo; por lo
cual se los atribuye a sí mismo, diciendo con Sal 21,2: Las
palabras de mis delitos. En segundo lugar, de manera especial, la
ruina de los judíos y de otros que delinquieron ante su muerte; y
principalmente de sus discípulos, que fueron víctimas del escándalo en
la pasión de Cristo. Finalmente, también la pérdida de la vida
corporal, que es naturalmente horrible para la naturaleza
humana.
Segundo, por la capacidad de la percepción del paciente. Porque
Cristo estaba óptimamente complexionado en cuanto al cuerpo, ya que
éste fue formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo, así como
las demás cosas hechas milagrosamente son más perfectas que las otras,
como comenta el Crisóstomo a propósito del vino en que
Cristo convirtió el agua en las bodas. Por esto en El fue exquisito el
sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. También su
alma, conforme a sus facultades interiores, percibió eficacísimamente
todas las causas de tristeza.
Tercero, por la pureza del dolor. Porque en los demás pacientes se
mitiga la tristeza interior, e incluso el dolor exterior, con alguna
consideración de la mente, en virtud de cierta derivación o
redundancia de las fuerzas superiores en las inferiores. Esto no
aconteció en la pasión de Cristo, porque permitió a cada una de
sus potencias realizar lo que le es propio, como dice el
Damasceno.
Cuarto, porque Cristo tomó aquella pasión y aquellos sufrimientos
voluntariamente, con el fin de liberar del pecado a los hombres. Y,
por ese motivo, asumió tanta cantidad de dolor cuanta fuese
proporcionada a la grandeza del fruto que de ahí iba a
seguirse.
Por consiguiente, de la consideración de todas estas causas juntas
resulta evidente que el dolor de Cristo fue el máximo.
A las objeciones:
1. La objeción procede de una sola
de las causas del dolor, a saber, de la lesión corporal, que es la
causa del dolor sensible. Pero por las otras causas el dolor de Cristo
en la pasión se aumenta mucho más, como acabamos de decir (en la
solución).
2. La virtud moral mitiga de un
modo la tristeza interior, y de otro el dolor exterior sensible.
Disminuye la tristeza interior directamente, estableciendo en ella el
medio como en materia propia. Pero en los padecimientos establece el
medio la virtud moral, como quedó expuesto en la
Segunda Parte
(
1-2 q.64 a.2;
2-2 q.58 a.10), no según la cantidad real, sino
conforme a la cantidad proporcional, es a saber, de modo que el
sufrimiento no exceda la norma de la razón. Y como los Estoicos
pensaban que no existía tristeza alguna, útil, por eso opinaban que
estaba en total desacuerdo con la razón y, en consecuencia, que el
sabio estaba obligado a evitarla enteramente. Pero la verdad es que
hay una tristeza laudable, como demuestra Agustín en XIV
De Civ.
Dei: esto es, cuando procede de un amor santo,
por ejemplo cuando uno se entristece por los pecados propios o por los
ajenos. También se toma como útil cuando se orienta a satisfacer por
el pecado, conforme a las palabras de 2 Cor 7,10:
La tristeza que
es según Dios produce la penitencia para una salvación firme. Y,
por este motivo, Cristo, con el fin de satisfacer por los pecados de
todos los hombres, asumió la máxima tristeza en cantidad absoluta,
aunque sin exceder la norma de la razón.
En cambio, la virtud moral no mitiga directamente el dolor exterior,
porque tal dolor no obedece a la razón, sino que es
una consecuencia de la naturaleza del cuerpo. Sin embargo, lo mitiga
indirectamente, por la redundancia de las facultades superiores sobre
las inferiores. Esto no sucedió en Cristo, como queda dicho (en la
sol.; q.14 a.l ad 2; q.45 a.2).
3. El dolor del alma separada que
padece, pertenece al estado de la condenación futura, el cual supera a
todo mal de esta vida, lo mismo que la gloria de los santos excede
todo bien de la vida presente. Por lo que, cuando dijimos que el dolor
de Cristo es el máximo, no lo comparamos con el dolor del alma
separada.
Y el cuerpo de Adán no podía padecer, a no ser que pecase y, de ese
modo, se hiciese mortal y pasible. Y, cuando sufriese, padecería un
dolor menor que el del cuerpo de Cristo, por las razones antedichas
(en la sol.). De aquí resulta también que si, por un imposible, se
supone que Adán hubiera padecido en el estado de inocencia, su dolor
hubiese sido menor que el dolor de Cristo.
4. Cristo se dolió no sólo por la
pérdida de su propia vida corporal, sino también por los pecados de
todos los demás. Tal dolor de Cristo excedió todo el dolor de
cualquier contrito. Sea porque procedía de una sabiduría y caridad
mayores, en virtud de las cuales aumenta el dolor de contrición. Sea
porque se dolió a la vez de los pecados de todos, según aquellas
palabras de Is 53,4:
Verdaderamente él soportó nuestros
dolores.
Además, la vida corporal de Cristo tuvo tal dignidad, y especialmente
a causa de la divinidad a la que estaba unida, que de su pérdida por
una sola hora sería preciso dolerse más que por la pérdida de
cualquier hombre en cualquier tiempo, por grande que fuera. Por eso
dice el Filósofo, en III Ethic., que el
virtuoso ama tanto más su vida cuanto sabe que es mejor; y, sin
embargo, la expone por el bien de la virtud. Y, del mismo modo, Cristo
expuso su vida, sumamente amada, por el bien de la caridad, conforme
al pasaje de Jer 12,7: Entregué mi alma querida en manos de sus
enemigos.
5. La inocencia del paciente
aminora el dolor del sufrimiento en cuanto al número, puesto que,
mientras el malo que sufre se duele no sólo por la pena, sino también
por la culpa, el inocente se duele solamente por la pena. Sin embargo,
tal dolor se aumenta en él por causa de la inocencia, en cuanto que
capta el daño inferido como más injusto. De donde también los otros
son más reprensibles si no le compadecen, según aquellas palabras de
Is 57,1: Perece el justo, y no hay quien reflexione sobre ello en
su corazón.
6. Cristo quiso liberar al género
humano de sus pecados no sólo con el poder, sino además con la
justicia. Y por eso no tiene en cuenta sólo el poder que lograba su
dolor por razón de la divinidad a que estaba unido, sino también
atiende a que su dolor sea suficiente, según su naturaleza humana,
para una satisfacción tan grande.
Artículo 7:
¿Padeció Cristo en toda su alma?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no padeció en toda su
alma.
1. Cuando padece el cuerpo, padece indirectamente (per
accidens) el alma, en cuanto que es acto del cuerpo. Ahora
bien, el alma no es acto del cuerpo según cada una de sus partes,
porque el entendimiento no es acto de ningún cuerpo, como se dice en
III De Anima. Luego parece que Cristo no padeció en toda su
alma.
2. Cada potencia del alma padece de su propio objeto. Pero
el objeto de la parte superior de la razón son las razones
eternas, en cuya contemplación y consideración se ocupa,
como dice Agustín en XII De Trin.. Ahora bien,
Cristo no pudo padecer daño alguno de tales razones eternas, porque en
nada le son contrarias. Luego parece que no padeció en toda su
alma.
3. Cuando la pasión sensible se extiende hasta la razón,
entonces se llama pasión completa. Tal pasión no
existió en Cristo, como dice Jerónimo, sino sólo
una propasión. Por lo cual también dice Dionisio, en la
Epístola A.d loannem Evangelistam, que padecía los sufrimientos que se le inferían solamente en cuanto a
enjuiciarlos. Luego parece que Cristo no padeció en toda su
alma.
4. El sufrimiento produce dolor. Pero éste no existe en
el entendimiento especulativo, porque al deleite que procede de la
contemplación no hay tristeza que se le oponga, como dice el
Filósofo en I Topic.. Luego parece que Cristo
no padeció en toda su alma.
Contra esto: está que en Sal 87,4 se dice por la persona de Cristo: Mi alma está colmada de males. La Glosa
comenta: No de vicios, sino de dolores, que mi alma
comparte con el cuerpo, o por mi compasión para con los males del
pueblo que perece. Ahora bien, su alma no hubiera estado repleta
de males de no haber padecido en su totalidad. Luego Cristo padeció en
su alma entera.
Respondo: El todo se denomina por relación a
las partes. Y las partes del alma se llaman potencias de la misma. Así
pues, se dice que padece toda el alma cuando padece en toda su esencia
o cuando padece en todas sus potencias.
Pero hay que tener en cuenta que una potencia del alma puede padecer
de dos modos: uno, por su propia pasión, que se origina en su propio
objeto, como cuando la vista padece por exceso de luz; otro, por la
pasión del sujeto en que se asienta, como padece la vista cuando sufre
el sentido del tacto en el ojo, sobre el que se funda la vista, por
ejemplo cuando es picado el ojo o se destempla por el
calor.
En consecuencia, hay que decir que, si la totalidad del alma la
entendemos por razón de su esencia, resulta evidente que padeció el
alma entera de Cristo, porque toda la esencia de su alma está unida al
cuerpo, de manera que toda estaba en el todo,y toda en cada una de
sus partes. Y por eso, cuando padecía el cuerpo y estaba dispuesto
a separarse del alma, ésta padecía en su totalidad.
En cambio, si por toda el alma entendemos todas sus potencias, así,
hablando de los sufrimientos propios de las potencias, (el alma de
Cristo) padecía en todas sus potencias inferiores, porque en cada una
de éstas, que se ocupan de las cosas temporales, se encontraba algo
que era causa del dolor de Cristo, como es claro por lo dicho
anteriormente (a.5). Pero, en este aspecto, no padecía en Cristo la
razón superior por parte de su objeto, que es Dios, que no puede ser
para el alma de Cristo causa de dolor, sino de delectación y de gozo.
Pero según el otro modo de padecimiento, por el cual se dice que una
potencia padece por parte de su propio sujeto, así padecían todas las
potencias del alma de Cristo, pues todas esas potencias se asientan en
la esencia de la misma alma de Cristo, a la que llega el sufrimiento
cuando el cuerpo padece, porque aquélla es el acto de éste.
A las objeciones:
1. Aunque el entendimiento,
considerado como una potencia, no sea el acto del cuerpo, sin embargo,
la esencia del alma sí que lo es, y en ella se asienta la potencia
intelectiva, como ya se ha expuesto en la
Primera Parte (
q.77 a.6 y
a.8).
2. Esa objeción se toma de la
pasión considerada por parte del propio objeto; en ese sentido, la
razón superior de Cristo no padeció.
3. El dolor se llama padecimiento
perfecto, por el que el alma se altera, cuando el padecimiento de la
parte sensitiva llega hasta desviar la razón de la rectitud de su
acto, de modo que la razón sea arrastrada por la pasión y no tenga
libre albedrío sobre ella. La pasión de la parte sensitiva, bajo este
aspecto, no llegó en Cristo hasta la razón, aunque sí llegó por parte
del sujeto, como se acaba de decir (en la sol.).
4. El entendimiento especulativo
no puede experimentar el dolor o la tristeza por parte de su objeto,
que es la verdad absolutamente considerada, lo que constituye su
propia perfección. Sin embargo, puede afectarle el dolor, o
la causa del dolor, en la forma que queda dicho (en la
sol.).
Artículo 8:
¿El alma de Cristo, en el momento de su pasión, disfrutaba toda ella
del gozo beatífico?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo, en el momento de
su pasión, no disfrutaba toda ella del gozo beatífico.
1. Es imposible sentir dolor y gozar a la vez, porque el dolor y el
gozo son contrarios. Ahora bien, el alma de Cristo entera sufría el
dolor al tiempo de la pasión, como antes se ha expuesto (
a.7). Por
consiguiente, resulta imposible que gozase.
2. Dice el Filósofo, en VII
Ethic.,
que la tristeza, si es intensa, no sólo impide el deleite contrario,
sino cualquier deleite; y al revés. Pero el dolor de la pasión de
Cristo fue el máximo, como queda expuesto (
a.6), y, de manera
semejante, el deleite de la fruición es también el máximo, como se
explicó en la
Primera de la Segunda Parte (
1-2 q.34 a.3). Luego
no pudo acontecer que toda el alma de Cristo padeciese y gozase a la
vez.
3. El gozo bienaventurado es efecto del conocimiento y el
amor divinos, como es evidente por lo que dice Agustín en I De
Doctr. Christ.. Pero no todas las potencias del
alma llegan a conocer y amar a Dios. Luego no toda el alma de Cristo
gozaba.
Contra esto: está que el Damasceno, en el libro III,
dice que la divinidad de Cristo permitió a la carne obrar y padecer
lo que le es propio. Luego, por la misma razón, siendo propio del
alma de Cristo, en cuanto bienaventurada, el gozar, su pasión no
impedía ese gozo.
Respondo: Como antes se ha expuesto (
a.7), la
totalidad del alma puede entenderse sea en cuanto a la esencia, sea en
cuanto a todas sus potencias. Si se entiende conforme a la esencia,
gozaba toda el alma, en cuanto es sujeto de la parte superior del
alma, a la que pertenece el gozo de la divinidad; de manera que, así
como la pasión se atribuye a la parte superior del alma por razón de
la esencia, así también, por el contrario, la fruición se atribuye a
la esencia por la parte superior del alma.
En cambio, si entendemos la totalidad del alma por razón de todas sus
potencias, no gozaba toda el alma, ni directamente, porque la fruición
no puede ser acto de cualquier parte del alma; ni por redundancia,
porque, mientras Cristo fue viador, no se producía la redundancia de
la gloria de la parte superior en la inferior, ni del alma en el
cuerpo. Pero como, por el contrario, tampoco la parte superior del
alma era impedida por la inferior respecto de lo que le es propio, se
sigue que la parte superior del alma de Cristo seguía gozando cuando
éste padecía.
A las objeciones:
1. El gozo de la fruición no es
directamente contrario al dolor de la pasión, porque no se refieren a
lo mismo. Y nada impide que dos cosas contrarias, bajo distinta razón,
se hallen en el mismo sujeto. Y, de esta suerte, el gozo de la
fruición puede darse en la parte superior del alma como acto propio, y
el dolor de la pasión por razón del sujeto. Pero el dolor de la pasión
pertenece a la esencia del alma por parte del cuerpo, del que es
forma; mientras que el gozo de la fruición le afecta por parte de la
potencia, de la que es sujeto.
2. La sentencia citada del
Filósofo es verdadera cuando se da la redundancia de una potencia del
alma en otra. Pero esto no aconteció en Cristo, como antes se ha dicho
(en la sol.; a.6).
3. Esa objeción proviene de
considerar la totalidad del alma cuanto a sus potencias.
Artículo 9:
¿Padeció Cristo en el tiempo oportuno?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no padeció en el tiempo
oportuno.
1. La inmolación del cordero pascual fue figura de la pasión de
Cristo; por lo cual dice el Apóstol en 1 Cor 5,7: Nuestra pascua,
Cristo, ha sido inmolada. Pero el cordero pascual era inmolado el día catorce al atardecer, como se lee en Ex 12,6. Luego parece
que Cristo debió padecer entonces. Eso no es cierto,
porque entonces celebró la Pascua con sus discípulos, según Mc
12,14: El primer día de los Ácimos, cuando se inmolaba la
Pascua; y al día siguiente, padeció (cf. Mt 27,1).
2. La pasión de Cristo es llamada su exaltación, según el
pasaje de Jn 3,14: Es preciso que el Hijo del hombre sea
exaltado. Por otro lado, Cristo es denominado Sol de
justicia, como es evidente en Mal 4,2. Luego parece que debió
padecer a las doce del día, cuando el sol se halla en su cénit. Parece
que aconteció lo contrario, puesto que en Mc 15,25 se dice: Eran
las nueve de la mañana, y le crucificaron.
3. Así como el sol se halla, cada día, en su punto más
alto a la hora sexta, así también logra su punto más alto, cada año,
en el solsticio de verano. Por consiguiente, Cristo debió padecer más
bien en torno al solsticio de verano que en torno al equinoccio de
primavera.
4. La presencia de Cristo en el mundo lo llenaba de luz,
según aquellas palabras de Jn 9,5: Mientras estoy en el mundo, soy
luz del mundo. Por consiguiente, hubiera sido conveniente para la
salvación de los hombres que viviera más tiempo en el mundo, de modo
que no padeciese en la juventud, sino más bien al tiempo de la
vejez.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 13,1: Sabiendo Jesús que había
llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Y en Jn 2,4 dice:
Todavía no ha llegado mi hora. A propósito de esto, comenta
Agustín: Cuando hizo tanto cuanto pensó que era
necesario, llegó su hora; no la de la necesidad, sino la de la
voluntad; no la del condicionamiento, sino la del poder. Luego
padeció en el tiempo oportuno.
Respondo: Como antes se ha declarado (
a.1), la
pasión de Cristo estaba sometida a su voluntad. Y su voluntad se
gobernaba por la sabiduría divina, que
lo dispone todo
convenientemente y
con suavidad, como se dice en Sab 8,1. Y,
por este motivo, es preciso sostener que la pasión de Cristo tuvo
lugar en el tiempo oportuno. Por lo que también en el libro
Quaest.
Nov. et Vet. Test. se dice:
El Señor realizó
todas sus obras en los lugares y en los tiempos apropiados.
A las objeciones:
1. Algunos sostienen que Cristo
padeció en la luna decimocuarta, cuando los judíos inmolaban la
Pascua. Por eso se dice en Jn 18,28 que los
judíos
no entraron en el pretorio de Pilato, el mismo día de la
pasión,
para no contaminarse, y poder comer la pascua. A
propósito de lo cual comenta el Crisóstomo que
los
judíos celebraban entonces la Pascua, mientras que El la celebró el
día anterior, reservando su muerte para la feria sexta, cuando se
celebraba la vieja Pascua. Con esto parece concordar lo que se
dice en Jn 13,1-5:
Antes del día festivo de la Pascua, Cristo, una
vez terminada la cena, lavó los pies de los discípulos.
Pero parece estar en contra de esto lo que se lee en Mt 26,17: El
primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús, preguntándole: ¿Dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua? De
lo que resulta evidente que, llamándose primer día de los Ácimos el
catorce del primer mes, cuando se inmolaba el cordero y es luna
llena, como dice Jerónimo, Cristo celebró la cena
en la luna decimocuarta, y padeció en la decimoquinta. Y esto se
manifiesta con más fuerza por lo que se dice en Mc 14,12: El primer
día de los Ácimos, cuando inmolaban la Pascua, etc.; y en Lc 22,7:
Elegó el día de los Ácimos, en el que era necesario sacrificar la
Pascua.
Y por esto dicen algunos que Cristo comió la Pascua
con sus discípulos en el día oportuno, es decir, en la
luna decimocuarta, demostrando que se mantuvo fiel a la Ley hasta
el último día, como dice el Crisóstomo In Matth.; en cambio, los judíos, ocupados en lograr la muerte de Cristo, retrasaron hasta el día siguiente la celebración de la Pascua, contra la ley. Y ésta es la razón de que se diga que éstos, el día de la pasión de Cristo, no quisieron entrar en el pretorio por no contaminarse, para poder comer la Pascua (cf. Jn 18,28).
Pero esto no parece acorde con las palabras de Marcos, que dice: El primer día de los Ácimos, cuando inmolaban la Pascua (Mc
14,12). Luego Cristo y los judíos celebraron la Pascua antigua al
mismo tiempo. Y, como dice Beda, In Marc., aunque Cristo, que es nuestra Pascua, fuese crucificado al día
siguiente, esto es, en la luna decimoquinta, sin embargo, en la noche
en que se inmolaba el cordero, entregando a sus discípulos los
misterios de su cuerpo y de su sangre que habían de celebrar, y de
tenido y atado por los judíos, consagró y dio principio de su
inmolación, esto es, de su pasión.
Cuando, pues, en Jn 13,1 se dice: Antes del día festivo de la
Pascua, se entiende que eso aconteció en la luna decimocuarta, que
aquel año cayó en jueves, pues el día de la luna decimoquinta era el
día solemnísimo de la Pascua entre los judíos. Y, de este modo, el día
que Juan denomina anterior al día festivo de la Pascua, debido
a la distinción natural de los días, es llamado por Mateo día
primero de los Ácimos (Mt 26,17) porque, según el ceremonial de la
fiesta judía, la solemnidad comenzaba con la tarde del día anterior. Y
en lo referente a que habían de comer la Pascua en la luna
decimoquinta, ha de entenderse que allí no se llama Pascua al cordero
pascual, que había sido inmolado en la luna decimocuarta, sino a la
comida pascual, es decir, a los panes ácimos que debían ser comidos en
estado de pureza.
Por esto el Crisóstomo ofrece allí otra exposición:
Por Pascua puede entenderse toda la fiesta de los
judíos, que duraba siete días.
2. Como escribe Agustín en el
libro
De consensu Evang.:
«Era casi la hora
de sexta» cuando el Señor fue entregado por Pilato para ser
crucificado, como dice Juan (Jn 19,14).
No era, pues, la hora
sexta en punto, sino «casi la hora de sexta»; es decir, había pasado
la hora quinta y estaba comenzado algo de la hora sexta, hasta que,
completada esta última, colgado Cristo en la cruz, se produjeron las
tinieblas. Se entiende, pues, que era la hora de tercia cuando los
judíos pidieron a gritos que el Señor fuese crucificado;y se demuestra
con plenísima verdad que crucificaron a Cristo cuando lo pidieron a
gritos. Luego, para que a nadie se le ocurra apartar de los judíos un
crimen tan horrendo y achacarlo a los soldados, dice que «era la hora
de tercia y lo crucificaron» (Mc 15,25),
para hacer ver que
especialmente le crucificaron quienes, a la hora de tercia, pidieron a
gritos que fuese crucificado.
Aunque no faltan quienes quieran entender la «parasceve» citada
por Juan, cuando dice: «Era el día de la parasceve, como a la hora
sexta» (Jn 19,14), de la hora de tercia del día. Porque
«parasceve» quiere decir «preparación». Y en verdad, la Pascua, que se
celebra el día de la pasión del Señor, comentó a prepararse desde la
hora nona de la noche, cuando todos los príncipes de los sacerdotes
dijeron (Mt 26,66; cf. Mc 14,64): «Reo es de muerte». Por
consiguiente, desde aquella hora de la noche hasta la crucifixión de
Cristo va la «hora sexta de la parasceve», según Juan, y además la
«hora tercia del día», según Marcos.
Sin embargo, algunos dicen que esta diversidad en las
horas proviene de un descuido del copista griego, porque en la lengua
griega las figuras de los números tres y seis son muy
parecidas.
3. Como se escribe en el libro De quaest. Nov. et Vet. Test., el Señor quiso
redimir y reformar al mundo con su pasión cuando lo había creado, esto
es, en el equinoccio. Y entonces crece el día sobre la noche, porque,
mediante la pasión del Salvador, somos llevados de las tinieblas a la
luz. Y como la iluminación perfecta tendrá lugar en la segunda
venida de Cristo, por eso el tiempo de esta segunda venida se compara,
en Mt 24,32-33, con el estío, cuando se dice: Cuando sus ramas
están tiernas y han brotado las hojas, conocéis que el estío se
acerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, entended que
está próximo, a las puertas. Y entonces tendrá lugar también la
suprema exaltación de Cristo.
4. Cristo quiso padecer en la edad
juvenil por tres razones: Primera, para hacer más
estimable su amor, puesto que entregaba su vida por nosotros cuando se
hallaba en la flor de la misma. Segunda, para que no se dejase ver en
él decaimiento de la naturaleza, como tampoco enfermedad, según se ha
dicho antes (
q.14 a.4). Tercera, para que, muriendo y resucitando en
edad juvenil, demostrase de antemano en sí mismo la condición futura
de los resucitados. Por lo cual se dice en Ef 4,13:
Hasta que
lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, al varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de
Cristo.
Artículo 10:
¿Padeció Cristo en el lugar apropiado?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no padeció en el lugar
apropiado.
1. Cristo padeció en su naturaleza humana, que fue concebida por la
Virgen en Nazaret, y que nació en Belén. Luego parece que no debió
padecer en Jerusalén, sino en Nazaret o en Belén.
2. La verdad debe corresponder a la figura. Pero la pasión
de Cristo estaba figurada por los sacrificios de la ley antigua. Y
tales sacrificios se ofrecían en el templo. Luego también Cristo debió
padecer en el templo, y no fuera de las puertas de la
ciudad.
3. La medicina debe responder a la enfermedad. Ahora bien,
la pasión de Cristo fue medicina contra el pecado de Adán. Pero éste
no fue sepultado en Jerusalén, sino en Hebrón, pues en Jos 14,15 se
dice: El nombre primitivo de Hebrón fue Quiryat-Arbé; Adán, el
mayor de todos, fue enterrado allí, en tierra de los Anaquitas.
Luego parece que Cristo debió padecer en Hebrón y no en
Jerusalén.
Contra esto: está lo que se lee en Lc 13,33: No es posible que un
profeta perezca fuera de Jerusalén. Por consiguiente, padeció
oportunamente en Jerusalén.
Respondo: Como se escribe en el libro Octoginta trium quaest., el Salvador lo realizó
todo en los lugares y en los tiempos apropiados, porque, así como
todas las cosas están en sus manos, así también lo están todos los
lugares. Y, por consiguiente, lo mismo que Cristo padeció en el tiempo
debido, igualmente padeció en el lugar oportuno.
A las objeciones:
1. Cristo padeció
convenientísimamente en Jerusalén. Primero, porque Jerusalén era el
lugar elegido por Dios para que allí le fueran ofrecidos los
sacrificios. Tales sacrificios figuraban la pasión de Cristo, que es
el verdadero sacrificio, según aquellas palabras de Ef 5,2:
Se
entregó a sí mismo como hostia y oblación de suave olor. Por lo
cual dice Beda, en una
Homilía, que
acercándose la hora de la pasión, quiso el Señor acercarse al lugar de
la pasión, es decir, a Jerusalén, adonde llegó cinco días antes de
la Pascua; como el cordero pascual, cinco días antes de la Pascua,
esto es, en la décima luna, era llevado al lugar de la inmolación,
conforme al precepto de la ley (cf. Ex 12).
Segundo, porque la eficacia de su pasión debía extenderse por todo el
mundo, quiso padecer en medio de la tierra habitable, es decir, en
Jerusalén. Por esto se dice en Sal 73,12: Dios, nuestro Rey antes
de los siglos realizó la salvación en medio de la
tierra, es decir, en Jerusalén, de la que se asegura ser el
ombligo de la tierra.
Tercero, porque esto convenía en grado sumo a su humildad, es a
saber: para que, como eligió el más infame género de muerte, así
también correspondió a su humildad el no rehuir padecer la ignominia
en un lugar tan célebre. Por lo que el papa León, en un Sermón de
Epifanía ', dice: El que había
tomado la forma de siervo, prefirió Belén para su nacimiento,
Jerusalén para su pasión.
Cuarto, para hacer ver que la iniquidad de los que le mataron tuvo su
origen en los príncipes del pueblo. Y por eso quiso padecer en
Jerusalén, donde ellos vivían. De donde, en Act 4,27, se face:
Juntáronse en esta dudad contra tu santo siervo Jesús, a quien
ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de
Israel.
2. Cristo no padeció en el templo o
en la ciudad, sino fuera de sus puertas, por tres motivos.
Primero, para que la verdad correspondiese a la
figura. Pues el novillo y el macho cabrío, que se ofrecían en
sacrificio solemnísimo para expiación de todo el pueblo, eran quemados
fuera del campamento, como está mandado en Lev 16,27. Por lo cual se
dice en Heb 13,11-12:
Los cuerpos de aquellos animales cuya sangre,
ofrecida por los pecados, es introducida en el santuario por el
pontífice, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también
Jesús, afín de santificar a su pueblo, padeció fuera de las
puertas.
Segundo, para darnos así ejemplo sobre el modo de salir de la vida
mundana. Por eso, en el mismo pasaje se añade: Salgamos, pues, a El
fuera del campamento, cargando con su oprobio (v.13).
Tercero, porque, como dice Crisóstomo en un Sermón de
Pasión, el Señor no quiso padecer bajo techado,
ni en el Templo judaico, para que los judíos no sustrajesen
furtivamente el sacrificio de la salvación, y para que no pensases que
sólo se había ofrecido por aquel pueblo. Y por eso padeció fuera de la
ciudad, fuera de las murallas, para que comprendas que el sacrificio
es común, que es la oblación de la tierra entera, que la purificación
es común.
3. Como escribe Jerónimo
In
Matth., alguno explicó el
«lugar del calvario»
porque allí fue sepultado Adán, y, en consecuencia, que fue llamado
así porque allí fue enterrada la cabeza del primer hombre. Esta
interpretación es bien acogida y halaga los oídos del pueblo, pero no
es cierta. Fuera de la dudad, y fuera de las puertas, hay lugares en
que son decapitados los condenados, y por eso se han llamado
«calvarios», esto es, «lugar de los decapitados». Por eso fue
crucificado allí Jesús, a fin de que los estandartes del martirio
fuesen erigidos allí donde antes estaba el lugar de los condenados. En
el libro de Josué, hijo de Nun, se lee que Adán fue sepultado junto a
Hebrón.
Y Jesús debía ser crucificado en el lugar común de los condenados,
más bien que junto al sepulcro de Adán, con el fin de hacer ver que la
cruz de Cristo era el remedio no sólo contra el pecado personal de
Adán, sino contra los pecados del mundo entero.
Artículo 11:
¿Fue conveniente que Cristo fuera crucificado con los
ladrones?
lat
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo
fuera crucificado con los ladrones.
1. En 2 Cor 6,14 se dice: ¿Qué relación hay entre la justicia y la
iniquidad? Pero Cristo ha venido a ser para nosotros justicia
de parte de Dios (cf. 1 Cor 1,30); en cambio, la iniquidad es
propia de los ladrones. Luego no fue conveniente que Cristo fuera
crucificado con los ladrones.
2. Sobre el pasaje de Mt 26,35: Aunque tuviera que morir
contigo, no te negaré, comenta Orígenes: morir
con Jesús, que moría por todos, no era propio de hombres. Y
Ambrosio, a propósito de Lc 22,33 (dispuesto estoy a ir contigo a
la cárcel y a la muerte), dice: La pasión del
Señor tiene imitadores, pero no tiene iguales. Luego mucho menos
conveniente parece que Cristo padeciese con los ladrones.
3. En Mt 27,44 se narra que los ladrones que estaban
crucificados con El le injuriaban. En cambio, en Lc 23,42 se dice
que uno de los que estaban crucificados con Cristo le decía: Señor,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Luego da la impresión
de que, además de los ladrones que le injuriaban, había otro
crucificado con El que no le insultaba. Y así parece que los
Evangelistas no han narrado oportunamente el que Cristo fuera
crucificado con los ladrones.
Contra esto: está que, en Is 53,12, se había profetizado: y fue
contado con los malvados.
Respondo: Cristo fue crucificado entre
ladrones, por una razón en lo que atañe a la intención de los judíos,
y por otra en lo que se refiere a la disposición divina. En lo que
atañe a la intención de los judíos, crucificaron dos ladrones a una y
otra parte, como dice el Crisóstomo,
para hacerle
partícipe de la infamia de aquéllos. Pero no sucedió así, pues nadie
habla de aquéllos, mientras que la cruz de Cristo es
honrada en todas partes. Los reyes, quitándose la corona, toman la
cruz ésta resplandece en las púrpuras, en las diademas, en las armas,
en los altares, en toda la tierra.
Por lo que se refiere a la disposición divina, Cristo fue crucificado
con los ladrones porque, como dice Jerónimo In Matth., así como Cristo se hizo maldición por nosotros, así, por la salvación de todos, es crucificado entre delincuentes como un delincuente más.
Segundo, como dice el papa León en un Sermón de Pasión, son crucificados dos ladrones, uno a la derecha y otro
a la izquierda, para que en la misma figura del patíbulo se mostrase
la distinción que El hará cuando juzgue a todos los hombres. Y
Agustín comenta In loann.: Si te fijas, la
misma cruz fue un tribunal. Colocado el juez en el centro, uno, el que
creyó, fue absuelto; otro, el que injurió, fue condenado. Desde
entonces daba a conocer lo que ha de hacer con los vivos y con los
muertos, habiendo de colocar a unos a la derecha y a otros a la
izquierda.
Tercero, según Hilario: Los dos ladrones son
fijados a la izquierda y a la derecha, para mostrar que toda la
diversidad del género humano es convocada al misterio de la pasión del
Señor. Mas, porque mediante la diversidad de fieles e infieles se
establece la división de todos según la derecha y según la izquierda,
uno de los dos, el situado a la derecha, se salva por la justificación
de la fe.
Cuarto, porque, como dice Beda In Man., los
ladrones que fueron crucificados con el Señor significan a los que, en
la fe y en la confesión de Cristo, sufren la lucha del martirio o las
reglas de una disciplina más severa. Los que afrontan esto por la
gloria eterna, están designados por la fe del ladrón de la derecha; los
que lo asumen con la mirada puesta en la alabanza humana, imitan la
intención y la conducta del ladrón de la izquierda.
A las objeciones:
1. Como Cristo no tuvo la deuda de
la muerte, pero la sufrió voluntariamente para vencerla con su poder,
así tampoco mereció ser colocado entre ladrones; pero quiso ser
contado entre los inicuos para destruir la iniquidad con su virtud.
Por eso dice el Crisóstomo, In loann., que convertir a un ladrón crucificado y llevarlo al paraíso, no fue menor
obra que quebrantar las rocas.
2. No era conveniente que ningún
otro padeciese con Cristo por la misma causa. Por eso añade Orígenes
en el mismo lugar: Todos habían estado en pecado, y
todos tenían necesidad de que muriese otro por ellos, no ellos por
otros.
3. Como escribe Agustín en el
libro
De consensu Evang., podemos pensar que
Mateo
puso el número plural en vez del singular cuando dijo:
Los ladrones le insultaban.
O cabe decir, según Jerónimo, que al principio le
insultaban los dos; y que luego, al ver los milagros, uno de ellos
creyó.
Artículo 12:
¿Debe atribuirse a la divinidad la pasión de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo debe atribuirse
a la divinidad.
1. En 1 Cor 2,8 se lee: Si le hubieran conocido, nunca hubieran
crucificado al Señor de la gloria. Pero Cristo es Señor de la
gloria por razón de su divinidad. Luego la pasión de Cristo le compete
por razón de la divinidad.
2. El principio de la salvación humana es la misma
divinidad, según aquellas palabras de Sal 36,39: La salvación de
los justos proviene del Señor. Por consiguiente, si la pasión de
Cristo no pertenece a su divinidad, parece que no hubiera podido ser
fructuosa para nosotros.
3. Los judíos fueron castigados por el pecado de la muerte
de Cristo como homicidas del propio Dios; esto lo demuestra la
grandeza del castigo. Pero esto no acontecería si la pasión de Cristo
no perteneciese a la divinidad. Luego la pasión de Cristo se extendió
a la divinidad.
Contra esto: está lo que dice Atanasio en la epístola Ad Epictetum: Permaneciendo Dios por naturaleza, el Verbo es impasible. Pero lo
impasible no puede padecer. Luego la pasión de Cristo no pertenecía a
la divinidad.
Respondo: Como antes se ha afirmado (
q.2 a.1, 2, 3 y
6), la unión de la naturaleza humana con la
divina se realizó en la persona, y en la hipóstasis, y en el supuesto,
permaneciendo firme, sin embargo, la distinción de naturalezas; lo que
quiere decir que es una misma la persona y la hipóstasis de la
naturaleza divina y de la humana, pero quedando a salvo la propiedad
de una y otra naturaleza. Y por eso, como antes se ha dicho (
q.16 a.4), la pasión ha de atribuirse al supuesto de la naturaleza divina, no en razón
de esta naturaleza, que es impasible, sino en razón de la naturaleza
humana. Por lo cual, en la
Epístola Sinodal de Cirilo se
dice:
Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios
padeció en la carne y fue crucificado en la carne, sea anatema.
Por consiguiente, la pasión de Cristo pertenece al supuesto de la
naturaleza divina por razón de la naturaleza pasible asumida, no por
razón de la naturaleza divina impasible.
A las objeciones:
1. Se afirma que el Señor de la
gloria fue crucificado, no en cuanto es Señor de la gloria, sino en
cuanto que era hombre pasible.
2. Como se expone en un Sermón del Concilio de Efeso, la muerte de
Cristo, que se convirtió en muerte de Dios, es manifiesto que,
debido a la unión en la persona, destruyó la muerte, porque
quien padecía era Dios y hombre. La naturaleza de Dios no recibió
daño, ni experimentó los sufrimientos mediante algún cambio
propio.
3. Como se añade en el mismo
lugar, los judíos no crucificaron a un puro hombre,
sino que dirigieron su orgullo contra Dios. Supón que un príncipe
habla mediante su palabra, y que tal palabra es puesta por escrito en
un pergamino y enviada a las ciudades; y que alguien, faltando a la
obediencia, rasga dicho pergamino. Sería condenado a pena de muerte no
por rasgar el pergamino, sino por destruir un edicto imperial. Por
consiguiente, no se crea seguro el judío como si crucifícase a un puro
hombre. Lo que él veía era como un pergamino, pero lo que en él estaba
oculto era el Verbo imperial, nacido de la naturaleza, no proferido
por la lengua.