Artículo 1:
¿Era conveniente que Dios se encarnase?
lat
Objeciones por las que parece que no era conveniente que Dios se
encarnase.
1. Por ser Dios, desde la eternidad, la misma esencia de la
bondad, lo perfecto es que continúe siendo como fue eternamente. Pero Dios
careció eternamente de toda carne. Luego es conveniente en sumo grado
que no se una a la carne. Por tanto no fue conveniente que Dios se
encarnase.
2. Es incorrecto unir cosas enteramente diversas: así
sería necio juntar una cabeza humana con el cuello de un
caballo en una pintura. Ahora bien, entre Dios y la carne hay
una disparidad total, porque Dios es absolutamente simple, mientras
que la carne, y especialmente la humana, es compuesta. Luego, no fue
conveniente que Dios se uniese a la carne humana.
3. Entre el cuerpo y el espíritu supremo existe la misma
distancia que entre la maldad y la bondad suma. Ahora bien, sería
totalmente incoherente que Dios, sumo bien, asumiera la maldad. Luego,
no es conveniente que el supremo espíritu increado asuma
cuerpo.
4. Es absurdo que lo mínimo contenga a quien lo supera
todo, y que quien se cuida de grandes cosas pase a ocuparse de las
pequeñas. Pero todo el universo es incapaz de contener a Dios, que se
cuida del mundo entero. Luego no parece conveniente que aquel a
quien el universo le resulta pequeño se oculte tras el pequeño cuerpo de
un niño que llora; y que el Gobernador supremo se ausente por tanto
tiempo de su sede, y que deje el cuidado del mundo por un
cuerpecito, como escribe Volusiano a Agustín.
Contra esto: está que parece convenientísimo que las cosas invisibles de
Dios se manifiesten por medio de las visibles: para esto fue creado el
mundo, como enseña el Apóstol en Rom 1,20: lo invisible de Dios es
conocido mediante sus obras. Pero según dice el Damasceno al
principio del libro III, por el misterio de la
encarnación se muestran a un tiempo la bondad, la sabiduría,
la justicia y el poder de Dios, o su virtud: la bondad, porque
no despreció la flaqueza de nuestra propia carne; la justicia, porque
por ese mismo misterio venció al tirano y arrancó al hombre de la
muerte; la sabiduría, porque halló la mejor solución al problema más
difícil; y el poder (o la virtud) infinito, porque no
existe nada mayor que hacerse Dios hombre. Luego, fue conveniente
que Dios se encarnase.
Respondo: Es conveniente para todo ser aquello
que le compete según su naturaleza; como es conveniente para el hombre
razonar, puesto que eso le compete al ser racional por naturaleza.
Pero la naturaleza de Dios es la bondad, según dice Dionisio en el
c.l
De Div. Nom. Luego todo cuanto pertenece a la razón de
bien, conviene a Dios.
A la naturaleza del bien pertenece comunicarse a los demás, según
escribe Dionisio en el c.4 De Div. Nom. Por
consiguiente pertenece a la naturaleza del bien sumo comunicarse a la
criatura de modo superlativo. Lo cual se realiza en sumo grado cuando
Dios une a sí la naturaleza creada de tal manera que se constituye
una sola persona de tres seres: el Verbo, el alma y la carne, como
dice Agustín en el libro XIII De Trin.. De donde
resulta evidente la conveniencia de que Dios se encarnase.
A las objeciones:
1. El misterio de la encarnación no
se verificó como si Dios pasase, de alguna manera, de su estado a otro
que no tuvo en toda la eternidad; sino porque se unió a la criatura de
un modo nuevo, o mejor, porque se la unió a sí mismo de una manera
nueva. En cambio no hay inconveniente en que la criatura, que es
mudable por su propia naturaleza, no se comporte siempre del mismo
modo. Y por eso, así como la criatura comenzó a existir sin una
existencia previa, así también fue conveniente que, sin haber estado
unida a Dios desde el principio, se uniese después a
El.
2. La unión con Dios en unidad de
persona no fue conveniente a la naturaleza humana de acuerdo con su
propia condición, porque eso excede su propia índole. Sin embargo, sí
fue conveniente que Dios, de acuerdo con su bondad infinita, uniera a
sí la carne humana para salvar al hombre.
3. Las propiedades por las que
las criaturas difieren del Creador proceden de la sabiduría de Dios y
se ordenan a su bondad: Dios, increado, inmutable, incorpóreo, ha
producido las criaturas mutables y corpóreas, en virtud de su propia
bondad; e igualmente el mal de pena es efecto de la justicia divina
para gloria de Dios. Por el contrario, el mal de culpa se produce al
apartarse del plan de la sabiduría divina y del orden de su bondad. Y
por eso pudo ser conveniente que asumiera una naturaleza creada,
mutable, corpórea y sometida al sufrimiento; pero no lo fue asumir el
mal de culpa.
4. Como responde Agustín en la
epístola Ad Volusianum, la doctrina cristiana no
dice que Dios quedase incorporado a la carne, de manera que abandonase
o perdiese el cuidado de gobernar el mundo, o que hubiese trasladado
ese cuidado, como condensado, a un cuerpo frágil: tal modo de sentir
es muy humano, propio de quienes no pueden pensar más que en los
cuerpos. Dios no es grande por su masa, sino por su poder; y, por
ello, la magnitud de su poder no padece angustias por existir en lo
estrecho. No es, por consiguiente, increíble que el Verbo de Dios
permanezca íntegro en todas partes, cuando la palabra humana
transitoria es íntegramente oída por todos y cada uno de los
oyentes. Luego no hay inconveniente alguno en que Dios se haya
encarnado.
Artículo 2:
¿Era necesaria la encarnación para la redención del género
humano?
lat
Objeciones por las que parece que no fue necesario que el Verbo de
Dios se encarnase para la redención del género humano.
1. El Verbo divino es Dios perfecto, como ya se dijo,
y no acrecienta su poder por la unión con la naturaleza humana. Por
consiguiente, si el Verbo divino nos redimió encarnándose, lo mismo
pudo rescatarnos sin hacerse hombre.
2. Parece que para restaurar la naturaleza humana caída era
suficiente con que el hombre satisficiera por el pecado. Dios no puede
exigir al hombre más de lo que éste puede dar; y, puesto que Dios se
inclina más a tener misericordia que a castigar, lo mismo que imputa
al hombre el acto del pecado, así también parece que ha de tener en
cuenta el acto contrario al placer del pecado. Luego no fue necesario
que el Verbo de Dios se encarnase para redimir al género
humano.
3. El hombre, para salvarse, necesita principalmente dar
a Dios la reverencia debida. Por eso se dice en Mal 1,6: Si yo soy
Señor, ¿dónde está mi temor? Si soy Padre, ¿dónde está mi honra?
Pero la reverencia de los hombres hacia Dios será tanto mayor cuanto
más elevado sobre todas las cosas lo consideren y más inaccesible a
los sentidos; de ahí que Sal 112,4 diga: El Señor es excelso sobre
todos los pueblos, y su gloria es más alta que los cielos; y en el
v.5 añade: ¿Quién hay semejante al Señor Dios nuestro?, con lo
que se alude a la reverencia. Luego parece que no es preciso que Dios
se haga semejante a nosotros, asumiendo nuestra carne, para
salvarnos.
Contra esto: está que aquello por lo cual el género humano queda a salvo
de la ruina, es necesario para su salvación. Pero esto sucede con el
misterio de la encarnación, pues según Jn 3,16: De tal modo amó
Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Luego fue
necesario que Dios se encarnase para salvar al hombre.
Respondo: Una cosa puede ser necesaria de dos
modos para alcanzar un fin, como algo sin lo que tal cosa no puede
existir, como sucede con el alimento para la conservación de la vida
humana; o como algo con lo que se puede alcanzar el fin de manera más
perfecta y conveniente, por ejemplo, el caballo para viajar. En el
primer sentido no se puede afirmar que la encarnación del Verbo fuese
necesaria para la redención, pues Dios, por ser omnipotente, pudo
rescatar al género humano de infinidad de maneras distintas. En
cambio, en el segundo sentido sí fue necesario que Dios se encarnase
para salvar a la naturaleza humana. Por eso dice Agustín en el libro
XIII
De Trin.:
Debemos demostrar que Dios, a
cuyo poder está todo sometido, no padece indigencia de medios; pero no
existía otro más oportuno para sanar nuestra miseria.
Para convencerse de ello basta con atender a la promoción del hombre
en el bien. Y primeramente en lo referente a la fe, que se hace más
segura al creer al mismo Dios que nos habla. Por eso dice Agustín en
el libro XI De Civ. Dei: Para que el hombre caminase
con más confianza hacia la verdad, la misma Verdad, el Hijo de Dios,
haciéndose hombre, constituyó y cimentó la fe. En segundo lugar,
en lo que atañe a la esperanza, que con eso se consolida. A este
propósito dice Agustín en el libro XIII De Trin.: Nada hubo tan necesario para fortalecer nuestra esperanza como el
demostrarnos Dios cuánto nos amaba. Y ¿qué prueba más palpable de este
amor que el hermanamiento del Hijo de Dios con nuestra naturaleza?
En tercer lugar, en lo que concierne a la caridad, que con ese
misterio se inflama sobre toda ponderación. Por esto escribe Agustín
en De catechizandis rudibus: ¿Qué causa
mayor puede asignarse a la venida del Señor que la de mostrarnos su
amor? Y luego añade: Si hemos sido remisos para amarle, no lo
seamos para corresponder a su amor. En cuarto lugar, en lo que
toca al recto comportamiento, en el que se nos ofreció como ejemplo. A
este respecto dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: No
había que seguir al hombre, a quien podíamos ver, sino a Dios, que no
podía ser visto. Así, pues, para mostrarse al hombre y para que éste
le viera y le siguiera, Dios se hizo hombre. Finalmente, la
encarnación era necesaria para la plena participación de la divinidad,
que constituye nuestra bienaventuranza y el fin de la vida humana. Y
esto nos fue otorgado por la humanidad de Cristo; pues, como dice
Agustín en un sermón De Nativitate Domini: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios.
De manera análoga, la encarnación fue útil para alejar el mal.
Primeramente, porque de este modo aprende el hombre a
no tenerse en menos que el demonio y a no venerar al que es autor del
pecado. Dice Agustín en el libro XIII De Trin.: Cuando la naturaleza humana pudo ser unida a Dios hasta el punto de
no constituir con él más que una sola persona, los espíritus malignos
no pueden atreverse a anteponerse al hombre porque ellos no tienen
carne. Seguidamente, porque somos aleccionados acerca de la gran
dignidad de la naturaleza humana, para que no la manchemos pecando. De
aquí que diga Agustín en el libro De Vera Relig.: Dios nos manifestó cuán excelso lugar ocupa entre las criaturas
la naturaleza humana al mostrarse entre los hombres con naturaleza de
verdadero hombre. Y el papa León dice en un sermón De
Nativitate: Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad; y, ya que has sido
hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu
antigua vileza por un comportamiento indigno. Después, porque para
destruir la presunción humana nos fue otorgada la gracia de Dios en
Cristo hombre sin ningún mérito nuestro, como se dice en el libro
XIII De Trin.. En cuarto lugar, porque, como
vuelve a decir Agustín en el mismo sitio, la
soberbia humana, obstáculo principal para la unión con Dios, puede ser
confundida y curada por la profunda humildad de Dios. Finalmente,
para librar al hombre de la esclavitud. A este respecto dice Agustín
en el libro XIII De Trin.: Debió hacerse de
tal modo que el diablo fuese vencido por la justicia de Jesucristo
hombre, lo que se cumplió al satisfacer Cristo por nosotros. Un
simple hombre no podía satisfacer por todo el género humano; y Dios no
estaba obligado a hacerlo; luego era conveniente que Jesucristo fuese
a la vez Dios y hombre. Por eso dice el papa León en un
sermón De Nativ.: El poder asume la
debilidad, la majestad se apropia de la humildad, a fin de que, como
era necesario para nuestra redención, un solo y mismo mediador entre
Dios y los hombres pudiese, por un lado, morir y, por otro, resucitar.
Si no fuese verdadero Dios, no traería el remedio; y, de no ser
verdadero hombre, no nos daría ejemplo.
Hay todavía otros muchos beneficios que se siguen de la encarnación,
pero exceden la comprensión humana.
A las objeciones:
1. El término necesario se
toma en la dificultad en su primera acepción, como aquello sin lo cual
no puede alcanzarse el fin.
2. La satisfacción
por el pecado puede ser suficiente de dos maneras. Una, perfecta,
cuando compensa adecuadamente la culpa cometida. En tal sentido no
pudo ser suficiente la satisfacción ofrecida por un puro hombre,
porque toda la naturaleza humana estaba corrompida por el pecado; y ni
la bondad de una persona ni la de muchas era capaz de compensar
equilibradamente el daño de toda la naturaleza. Además, el pecado
cometido contra Dios tiene una cierta infinitud por razón de la
majestad infinita de Dios: la ofensa es tanto más grave cuanto mayor
es la dignidad de la persona ofendida. Por eso fue preciso que, para
lograr una satisfacción perfecta, la obra del reparador tuviese una
eficacia infinita, por ejemplo, la de un Dios y hombre a la
vez.
Otra es la satisfacción imperfecta, que resulta suficiente cuando la
acepta el ofendido, aunque no sea enteramente proporcionada a la
ofensa. Y de este modo es suficiente la satisfacción de un puro
hombre. Pero como todo lo imperfecto presupone algo perfecto en que
sustentarse, de ahí que toda satisfacción de un puro hombre tenga que
recibir su eficacia de la satisfacción de Cristo.
3. Dios, al encarnarse, no rebaja
en nada su majestad; y por lo mismo no disminuye el motivo de nuestra
reverencia hacia El. Más bien aumenta por la ampliación de nuestro
conocimiento. Al acercarse a nosotros por medio de la encarnación, nos
proporcionó un mayor conocimiento de El.
Artículo 3:
¿Se hubiera encarnado Dios si no hubiera pecado el
hombre?
lat
Objeciones por las que parece que Dios se hubiera encarnado incluso
si el hombre no hubiera pecado.
1. El efecto permanece mientras subsiste la causa. Pero según Agustín
en el libro XIII
De Trin.: En la encarnación del
Verbo hay que tener en cuenta otras muchas cosas, además de la
remisión del pecado, de las que ya hemos hablado (
a.2). Luego Dios se
hubiera encarnado aunque el hombre no hubiese pecado.
2. Es propio de la omnipotencia divina perfeccionar sus
obras, y manifestarse por medio de algún efecto infinito. Pero ninguna
criatura puede considerarse como efecto infinito, ya que es finita por
su propia esencia. Sólo en la obra de la encarnación se manifiesta un
efecto infinito del poder divino, porque en ella se unen dos seres
infinitamente distantes, como sucede al hacerse Dios hombre. Con lo
que parece que también el universo logra su máxima perfección, ya que
la postrera de las criaturas, que fue el hombre, se une al primer
principio, que es Dios. Luego, aunque el hombre no hubiera pecado,
Dios se hubiera encarnado.
3. La naturaleza humana no aumentó su capacidad de gracia
a causa del pecado. Sin embargo, después del pecado es capaz de la
unión hipostática, que es la mayor de las gracias. Luego la naturaleza
humana hubiera sido capaz de esta gracia aunque el hombre no hubiese
pecado. Y Dios no hubiera privado a la naturaleza humana de un bien
del que era capaz. Luego Dios se hubiera encarnado aunque el hombre no
hubiese pecado.
4. La predestinación de Dios es eterna. Pero, según Rom
1,4, Cristo fue predestinado para ser Hijo de Dios en poder.
Luego era necesario que el Hijo de Dios se encarnase, incluso antes
del pecado, para que se cumpliese la predestinación
divina.
5. El misterio de la encarnación fue revelado al primer
hombre, como consta por sus palabras en Gen 2,23: Esto sí que es ya
hueso de mis huesos, lo que califica San Pablo de gran misterio
en Cristo y en la Iglesia, según Ef 5,32. Pero el hombre no pudo
conocer anticipadamente su caída, como tampoco pudo conocerla el
ángel, como prueba Agustín en De Genesi ad Litt.. Luego, aunque el hombre no hubiese pecado, Dios se habría
encarnado.
En cambio está lo que dice Agustín en el libro De
verbis Dom., exponiendo a Lc 19,10: Vino el Hijo del hombre a
buscar y salvar lo que había perecido. Si el hombre no hubiera pecado,
el Hijo del hombre no habría venido. Y a propósito de la 1 Tim
1,15: Cristo vino a este mundo para salvar a los pecadores,
dice la Glosa: El motivo de la venida de
Cristo el Señor no fue otro que salvar a los pecadores. Suprímanse las
enfermedades, quítense las heridas, y no habrá motivo alguno para que
exista la medicina.
Respondo: Sobre esta cuestión hay distintas
opiniones. Unos dicen que el Hijo de Dios se hubiera
encarnado aunque el hombre no hubiese pecado. Otros sostienen lo
contrario. Y parece más convincente la opinión de estos últimos.
Porque las cosas que dependen únicamente de la voluntad divina, fuera
de todo derecho por parte de la criatura, sólo podemos conocerlas por
medio de la Sagrada Escritura, que es la que nos descubre la voluntad
de Dios. Y como todos los pasajes de la Sagrada Escritura señalan como
razón de la encarnación el pecado del primer hombre, resulta más
acertado decir que la encarnación ha sido ordenada por Dios para
remedio del pecado, de manera que la encarnación no
hubiera tenido lugar de no haber existido el pecado. Sin embargo, no
por esto queda limitado el poder de Dios, ya que hubiera podido
encarnarse aunque no hubiera existido el pecado.
A las objeciones:
1. Todas las otras causas de la
encarnación, ya señaladas, se reducen al motivo de remediar el pecado.
Pues si el hombre no hubiese pecado, hubiera sido iluminado por la luz
de la divina sabiduría y perfeccionado con la rectitud moral, en orden
a conocer todo lo que le era necesario. Pero como el hombre,
apartándose de Dios, cayó extraviado en las cosas materiales, fue
conveniente que Dios, encarnándose, le proporcionase la salvación
también por medio de las cosas materiales. Por eso dice
Agustín comentando las palabras de Jn 1,14 el Verbo
se hizo carne: La carne fue la causa de tu ceguera y la carne será la
que la haga desaparecer; porque Cristo vino de este modo para
extinguir por su carne los vicios de la carne.
2. La omnipotencia divina se
manifiesta en el hecho de crear las cosas de la nada. Y para la
perfección del universo basta que la criatura se ordene a Dios como a
su fin de modo natural. Mas que la criatura se una personalmente a
Dios excede los límites de su perfección natural.
3. En la naturaleza humana se da
doble capacidad. Una, natural. A ésta siempre la satisface Dios al dar
a cada cosa todo lo que corresponde a su capacidad natural. Otra de
acuerdo con el poder divino, al que toda criatura está enteramente
sometida. A esta capacidad se refiere la dificultad. Pero Dios no
satisface toda esta capacidad de la naturaleza; de otro modo, Dios no
podría hacer en la criatura más de lo que hace. Y esto es falso, como
hemos probado antes (
1 q.23 a.5;
q.105 a.6).
Pero nada se opone a que la naturaleza humana haya sido elevada a un
fin más alto después del pecado: pues Dios permite los males para
sacar así un bien mayor. Por eso se dice en Rom 5,20: Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia. Y en la bendición del cirio
pascual se proclama: ¡Oh feliz culpa, que mereció
tener tan gran Redentor!
4. La predestinación presupone la previsión de las cosas futuras. Por eso, así como Dios predestina realizar la salvación de un hombre determinado por medio de las oraciones de otras personas, así también predestinó que la encarnación tuviese lugar para remedio del pecado del hombre.
5. Nada impide que a alguien se le
revele un efecto determinado sin que se le revele la causa. Al primer
hombre le pudo ser revelado el misterio de la encarnación sin que él
conociese previamente su caída: pues no todo el que conoce un efecto
conoce su causa.
Artículo 4:
¿Dios se encarnó principalmente para quitar los pecados actuales o
para borrar el pecado original?
lat
Objeciones por las que parece que Dios se encarnó principalmente para
quitar los pecados actuales y no para borrar el pecado
original.
1. Cuanto más grave es un pecado, tanto más se opone a la salvación
del hombre, para la que Dios se encarnó. Pero el pecado actual es más
grave que el original: pues, como dice Agustín en el libro Contra
lulianum, al pecado original se debe la mínima
pena. Luego la encarnación de Cristo se ordena principalmente a la
destrucción de los pecados actuales.
2. Al pecado original no corresponde la pena de sentido,
sino sólo la de daño, como hemos probado antes (
1-2 q.87 a.5 obi.2).
Pero Cristo vino para satisfacer por los pecados sufriendo en la cruz
la pena de sentido, no la pena de daño, pues nunca careció de la
visión y el gozo de Dios. Luego se encarnó principalmente para borrar
el pecado actual más que el original.
3. Según el Crisóstomo en el libro II De compunctione
cordis: El amor del siervo fiel es tal, que los
beneficios hechos a todos en general los considera como si le hubieran
sido concedidos a él solo. Como si de él solo se tratase escribe
Pablo en Gal 2,20: Me amó y se entregó por mí. Pero nuestros
pecados propios son los actuales, pues el original es pecado
común. Luego nuestra disposición de ánimo ha de
ser la de pensar que Cristo vino principalmente para
librarnos de los pecados actuales.
Contra esto: está lo que dice Jn 1,29: He aquí el Cordero de Dios,
que quita los pecados del mundo.
Respondo: Es cierto que Cristo vino a este
mundo no sólo para borrar el pecado original, que se transmite a todos
los hombres, sino también para quitar todos los pecados cometidos
posteriormente: no porque todos sean borrados (esto por culpa de los
hombres, que no siguen a Cristo, según Jn 3,19:
Vino la luz al
mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz), sino
porque El ofreció una satisfacción suficiente para destruir todo
pecado. Por eso se dice en Rom 5,15-16:
No es el don como fue el
pecado, pues el pecado de uno terminó en condenación, mientras que la
gracia, partiendo de muchas faltas, culminó en justificación.
Cristo vino más principalmente para borrar el pecado que era mayor.
Pero una cosa puede ser mayor que otra de dos modos. Primero,
intensivamente: como es mayor la blancura cuanto más intensa. De esta
manera es mayor el pecado actual que el original, porque es más
voluntario, como ya hemos dicho (1-2 q.82 a.1 obi.2). En segundo
lugar, extensivamente: como se llama mayor la blancura que ocupa una
superficie más amplia. Y de este modo, el pecado original, por haber
corrompido a todo el género humano, es mayor que cualquier pecado
actual, que es propio de la persona concreta que lo comete. Y bajo
este aspecto, Cristo vino principalmente para quitar el pecado
original, pues el bien del pueblo es más sublime que el bien de un
particular, como se dice en I Ethic..
A las objeciones:
1. La dificultad se refiere a la
gravedad intensiva del pecado.
2. El pecado original no será
castigado con pena de sentido en la otra vida, pues a consecuencia del
mismo sufrimos penas sensibles en este mundo, como lo son el hambre,
la sed, la muerte y otras cosas por el estilo. Y por eso Cristo, para
satisfacer plenamente por el pecado original, quiso sufrir el dolor
sensible, para que tuviesen cumplimiento en él la muerte y las demás
penalidades de este género.
3. Como el Crisóstomo infiere en
el mismo lugar, el Apóstol decía tales palabras no
como queriendo aminorar los amplísimos dones de Cristo difundidos por
todo el orbe, sino sólo para indicar que Cristo se ofreció a sí mismo
por todos. ¿Qué importa que haya concedido también a los demás sus
gracias, cuando las que a ti te dio son tan completas y perfectas como
si nada de ellas se hubiera otorgado a los otros? De ahí que nadie
deba pensar que, por haber recibido él los beneficios de Cristo, no
hayan sido también otorgados a los demás. Y por eso no queda excluido
que Cristo haya venido más principalmente para borrar el pecado de
toda la naturaleza que para quitar el pecado de una sola persona. Pero
ese pecado común es curado tan perfectamente en cada persona como si
sólo lo fuera en ella. Aún más: dada la unión que emana de la caridad,
cada uno debe pensar que los dones hechos a los demás son también
dispensados a él mismo.
Artículo 5:
¿Hubiera sido oportuno que Dios se encarnase al principio del
mundo?
lat
Objeciones por las que parece que sí hubiera sido conveniente que
Dios se encarnase en los albores del género humano.
1. La encarnación es fruto del infinito amor de Dios según Ef
2,4-5: Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que
nos amó, estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida
en Cristo. Pero el amor corre en ayuda del amigo necesitado, según
Prov 3,28: No digas a tu amigo: Vete y vuelve, mañana te lo daré,
si hoy puedes hacerlo. Luego Dios no debió diferir
la encarnación, sino socorrer al género humano ya desde el
principio.
2. Según 1 Tim 1,15: Cristo vino a este mundo para salvar
a los pecadores. Pero se hubieran salvado muchos más si Dios se
hubiera encarnado al principio del mundo, pues a lo largo de los
siglos han muerto muchos en pecado por no haber conocido a Dios. Luego
hubiera sido más conveniente que Dios se encarnase al inicio del
género humano.
3. La obra de la gracia no es menos ordenada que la obra
de la naturaleza. Pero la naturaleza comienza por lo perfecto,
según dice Boecio en De Consol.. Luego la obra
de la gracia debió ser también perfecta desde el principio. Ahora
bien, en la obra de la encarnación resalta la perfección de la gracia,
según Jn 1,14: El Verbo se hizo carne, y estaba lleno de gracia y
de verdad. Luego Cristo debió encarnarse desde el principio del
género humano.
Contra esto: está lo que se dice en Gal 4,4: Pero, cuando vino la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer: a
cuyo propósito comenta la Glosa: La plenitud de los tiempos es la
época fijada por Dios Padre para enviar a su Hijo. Pero Dios ha
fijado sabiamente todas las cosas. Luego Dios se encarnó en el momento
más oportuno, y por eso no fue conveniente que se encarnase al
principio del mundo.
Respondo: Al ordenarse principalmente la obra
de encarnación a reparar la naturaleza humana para la abolición del
pecado, resulta evidente que no fue oportuno que Dios se hiciese
hombre desde el principio, antes del pecado, pues la medicina es para
los enfermos, tal como lo dijo el Señor en Mt 9,12-13:
No tienen
los sanos necesidad de médico, sino los enfermos: Yo no he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores.
Tampoco fue conveniente que Dios se encarnase inmediatamente después
del pecado. Primero, por la naturaleza del pecado del hombre, que
provenía de la soberbia: por eso debía ser liberado de un modo tal
que, humillado, reconociese que necesitaba de un libertador. Por eso,
comentando Gal 3,19: Promulgada por medio de ángeles, por mano de
un mediador, dice la Glosa ordin.: Fue
gran sabiduría de Dios el no enviar a su Hijo al instante de haber
caído el hombre en el pecado. Dios dejó antes al hombre en libertad
para que, en régimen de la ley natural, experimentase sus propias
fuerzas. Cuando cayó, recibió la Ley. Con ésta aumentó el mal, no
porque la Ley fuese defectuosa, sino porque la naturaleza estaba
viciada; para que así, reconociendo su debilidad, llamase al médico y
buscase el auxilio de la gracia.
Después, por la estructura del progreso en el bien, en el que se pasa
de lo imperfecto a lo perfecto. Por esto dice el Apóstol en 1 Cor
15,46-47: No es primero lo espiritual, sino lo animal; después lo
espiritual. El primer hombre, hecho de la tierra, fue terreno; el
segundo hombre, del cielo, es celestial.
En tercer lugar, por la misma dignidad del Verbo encarnado. Porque a
propósito de Gal 4,4: Cuando llegó la plenitud de los tiempos,
dice la Glosa: Cuanto mayor era el juez
que venía, tanto más larga debía ser la serie de profetas que le
precediera.
Finalmente, para que no se entibiase el entusiasmo de la fe con la
prolongación del tiempo. Porque según Mt 24,12: se enfriará la
caridad de muchos cuando se acerque el fin del mundo. Y Lc 18,8
dice: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿piensas que encontrará fe
en la tierra?
A las objeciones:
1. El amor no tarda en socorrer al
amigo, pero teniendo en cuenta la oportunidad de las circunstancias y
la condición de las personas. Si el médico suministrase al enfermo la
medicina desde el principio de la enfermedad, sería menos eficaz, y
hasta es posible que le perjudicase en vez de aliviarle. Por eso
tampoco Dios proporcionó inmediatamente al hombre el remedio de la
encarnación, para que no lo despreciase por soberbia, en caso de no
conocer antes su enfermedad.
2. Agustín, en el libro
De sex
quaestionibus paganorum q.2, responde:
Cristo
quiso aparecer ante los hombres y predicarles su doctrina en un tiempo
y lugar en que sabía que estaban reunidos los que habían de creer en
él. Respecto de otros tiempos y lugares sabía de antemano que los
hombres, aunque no todos, serían tan incrédulos como muchos de los que
vieron su presencia corporal y se negaron a creer en él, incluso
después de resucitar a los muertos.
Pero el propio Agustín rechaza esa solución al decir en el libro De perseverantia: ¿Acaso podemos afirmar que
los habitantes de Tiro y de Sidón no hubiesen querido creer, o no
hubiesen creído, cuando el mismo Señor asegura que harían penitencia
humilde y sincera si entre ellos se hubieran realizado todos aquellos
portentos?
Por eso, añade, como dice el Apóstol (Rom
9,16): no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios
misericordioso, que quiso socorrer a aquellos que previó que habían de
creer en sus milagros si los hiciera ante ellos; mientras no socorrió
a otros, de los cuales en su predestinación juzgó otra cosa de modo
oculto, pero justo. Veamos, pues, sin la menor duda, su misericordia
en los que son liberados, y su verdad en los que son
castigados.
3. Lo perfecto precede a lo
imperfecto en el orden del tiempo y de la naturaleza cuando se trata
de realidades diversas, pues es necesario que el ser que lleva a otros
a la perfección sea él mismo perfecto; pero en una sola y misma
realidad, lo imperfecto es anterior en el tiempo, aunque sea posterior
en la naturaleza. Así pues, la perfección eterna de Dios es anterior
en duración a la imperfección de la naturaleza humana; pero la
perfección mediante la unión con Dios es posterior a esa imperfección
de la naturaleza humana.
Artículo 6:
¿Debió aplacarse la encarnación hasta el fin del mundo?
lat
Objeciones por las que parece que la encarnación debió aplazarse
hasta el fin del mundo.
1. Se dice en Sal 91,11: Mi vejez transcurrirá en misericordia
abundante. Tal expresión, según la Glosa,
equivale a en los últimos tiempos. Pero el tiempo de la
encarnación es el tiempo de misericordia por antonomasia, según Sal
91,14: Porque llegó el tiempo de su misericordia. Luego la
encarnación debió aplazarse hasta el fin del mundo.
2. Como queda dicho (
a.5 ad 3), lo perfecto es posterior en
el tiempo a lo imperfecto. Por consiguiente, lo perfectísimo debe ser
lo último en el tiempo. Ahora bien, la perfección suprema de la
naturaleza humana tiene lugar cuando se une al Verbo: porque, como
dice el Apóstol en Col 1,19:
en Cristo plugo que habitase la
plenitud de la divinidad. Luego la encarnación debió aplazarse
hasta el fin del mundo.
3. No es conveniente ejecutar de dos modos lo que puede
hacerse de uno solo. Pero la venida de Cristo al fin del mundo era
suficiente para salvar a los hombres. Luego no convenía que se
encarnase antes. Y por eso la encarnación debió diferirse hasta el fin
del mundo.
Contra esto: está lo que dice Hab 3,2: Lo darás a conocer en medio de
los tiempos. Luego el misterio de la encarnación, por el que
Cristo se manifestó al mundo, no debió demorarse hasta el fin del
mundo.
Respondo: Así como no fue conveniente que Dios
se encarnase al principio del mundo, tampoco lo fue que la encarnación
se retrasase hasta el fin de los tiempos. Esto es manifiesto en
verdad: primero, por la unión de la naturaleza divina con la humana.
Como ya hemos dicho (
a.5 ad 3), lo imperfecto, por un lado, precede en
el tiempo a lo perfecto, porque lo imperfecto evoluciona hacia lo
perfecto; pero, en el campo de la causa eficiente, lo perfecto precede
en el tiempo a lo imperfecto. En la obra de la encarnación se realizan
estas dos perspectivas. Porque la naturaleza humana alcanzó en la
encarnación la perfección suma, por eso mismo no fue oportuno que el
Verbo se hiciese hombre desde el principio. Pero, por otro lado, el
Verbo encarnado es causa eficiente de la perfección humana, de acuerdo
con lo que se dice en Jn 1,16:
de su plenitud recibimos todos;
y por este motivo no debía aplazarse la encarnación hasta el fin del
mundo. No obstante, la perfección de la gloria, a la que finalmente
conducirá el Verbo a la naturaleza humana, tendrá lugar al fin del
mundo.
Segundo, para eficacia de la salvación del hombre. Como se dice en el
libro De quaest. Nov. et Vet. Test.: Está en
manos del donante el tiempo y la proporción en que quiera ejercer la
misericordia. Por eso vino Cristo cuando juzgó que el socorro era
oportuno y que tal beneficio había de ser agradecido. Cuando el
conocimiento de Dios comenzó a oscurecerse entre los hombres y las
costumbres empeoraron por una cierta dejadez Dios se dignó enviar a
Abraham, para que se convirtiese en ejemplo de un conocimiento de Dios
y de unas costumbres renovados. Y por seguir siendo
lánguida la veneración debida a Dios, envió por medio de Moisés la Ley
escrita. Y porque los gentiles la despreciaron no sometiéndose a ella,
y por no observarla ni siquiera los que la recibieron, el Señor,
guiado por su misericordia, envió a su Hijo para que, una vez
concedido a todos los hombres el perdón de los pecados, los ofreciese
al Padre justificados. De haberse aplazado este remedio hasta el
fin del mundo, hubieran desaparecido totalmente de la tierra el
conocimiento de Dios, la reverencia que le es debida y la honestidad
de las costumbres.
Tercero, porque eso no hubiese resultado en beneficio del poder de
Dios, que salvó a los hombres de muchas maneras: pues no sólo los
salvó por la fe en Cristo que había de venir, sino también mediante la
fe en Cristo presente y pasado.
A las objeciones:
1. La Glosa habla de la
misericordia que lleva a la gloria. En cambio, si se interpreta
respecto de la misericordia manifestada al género humano por la
encarnación de Cristo, hay que tener en cuenta, como dice Agustín en
el libro Retractationum, que el tiempo de la
encarnación puede compararse a la juventud del género humano por el
vigor y el fervor de la fe, que obra por medio de la caridad; y
también a la vejez, o sexta edad, por el número de años
transcurridos, ya que Cristo vino en la sexta edad. Y aunque no es
posible que en el cuerpo se den simultáneamente juventud y vejez sí
son compatibles a la vez en el alma; la primera, por el dinamismo, la
segunda, por la responsabilidad. Por eso, en el libro Octoginta
trium quaest., y en otros lugares, también dijo
Agustín que no convino que la venida del Maestro desde el cielo,
con cuya imitación el hombre transformaría en óptimas sus pésimas
costumbres, se produjera más que en el tiempo de la juventud. Y en
otros lugares afirma que Cristo vino en la sexta edad
del género humano, es decir, como en la vejez del mismo.
2. La obra de la encarnación no
debe considerarse sólo como término del movimiento que hay de lo
imperfecto a lo perfecto, sino también como principio de perfección en
la naturaleza humana, como hemos dicho en la solución.
3. El Crisóstomo
escribe a propósito de Jn 3,17: Dios no envió su
Hijo al mundo para juzgar al mundo: Hay dos venidas de Cristo: la
primera, para perdonar los pecados; la segunda, para juzgar al mundo.
De no haber hecho esto, todos se hubieran condenado, pues todos
pecaron y todos necesitan de la gloria de Dios. De donde resulta
claro que no debió diferirse hasta el fin del mundo la venida de la
misericordia.