Artículo 1:
¿Por la pasión de Cristo fuimos librados del pecado?
lat
Objeciones por las que parece que por la pasión de Cristo no fuimos
librados del pecado.
1. Librar del pecado es algo propio de Dios, de acuerdo con aquello
de Is 43,25: Soy yo quien, por amor de mí, borro tus pecados.
Ahora bien, Cristo no padeció en cuanto Dios, sino en cuanto hombre.
Luego la pasión de Cristo no nos libró del pecado.
2. Lo corporal no obra sobre lo espiritual. Pero la pasión
de Cristo es corporal; el pecado, en cambio, sólo existe en el alma,
que es una criatura espiritual. Luego la pasión de Cristo no pudo
limpiarnos del pecado.
3. Nadie puede librar de un pecado aún no cometido, pero
que se cometerá en el futuro. Por consiguiente, habiéndose cometido
muchos pecados después de la pasión de Cristo, y cometiéndose cada
día, da la impresión de que no hemos sido liberados del pecado por la
pasión de Cristo.
4. Una vez que se pone la causa suficiente, nada más se
requiere para que se produzca el efecto. En cambio, para el perdón de
los pecados se requieren otras cosas, a saber, el bautismo y la
penitencia. Luego parece que la pasión de Cristo no es causa
suficiente para la remisión de los pecados.
5. En Prov 10,12: se dice: El amor encubre todos los
pecados; y en 15,27 se lee: Por la misericordia y la fe se
limpian los pecados. Pero hay otras muchas cosas en las que
tenemos fe y que excitan la caridad. Luego la pasión de Cristo no es
la causa propia de la remisión de los pecados.
Contra esto: está lo que se lee en Ap 1,5: Nos amó y nos limpió de
nuestros pecados por la virtud de su sangre.
Respondo: La pasión de Cristo es causa de la
remisión de nuestros pecados de tres modos: Primero, a manera de
excitante a la caridad, porque, como dice el Apóstol en Rom 5,8-9:
Dios probó su amor hacia nosotros porque, siendo enemigos, Cristo
murió por nosotros. Y por la caridad logramos el perdón de los
pecados, según aquel pasaje de Lc 7,47:
Le han sido perdonados
muchos pecados, porque amó mucho.
Segundo, la pasión de Cristo es causa de la remisión de los pecados
por vía de redención. Por ser Él nuestra cabeza, mediante su pasión,
sufrida por caridad y obediencia, nos libró, como a miembros suyos, de
los pecados, como por el precio de su pasión, cual si un hombre,
mediante una obra meritoria realizada con las manos, se redimiese a sí
mismo de un pecado que hubiera cometido con los pies. Pues como el
cuerpo natural es uno, integrado por la diversidad de miembros, así
toda la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, se considera como
una sola persona con su cabeza, que es Cristo.
Tercero, a modo de eficiencia, en cuanto que la carne, en la que
Cristo sufrió la pasión, es instrumento de la divinidad, por lo
que los sufrimientos y las acciones de Cristo obran con el poder
divino para expulsar el pecado.
A las objeciones:
1. Aunque Cristo no padeció en
cuanto Dios, su carne es, sin embargo, instrumento de la divinidad. Y,
por este motivo, su pasión tiene poder divino para
expulsar el pecado, como acabamos de decir (en la sol.).
2. Aunque la pasión de Cristo sea
corporal, obtiene, sin embargo, un poder espiritual de la divinidad,
de la que la carne, que le está unida, es instrumento. Y, a causa de
ese poder, la pasión de Cristo es causa de la remisión de los
pecados.
3. Cristo, con su pasión, nos
libró causalmente de los pecados, es decir, instituyendo una causa de
nuestra liberación, en virtud de la cual pudiera ser perdonada
cualquier clase de pecados en cualquier tiempo, tanto pasados como
presentes o futuros; como si un médico prepara una medicina con la que
pueda curarse cualquier clase de enfermedad, incluso en el
futuro.
4. Por haber precedido la pasión
de Cristo como causa universal de la remisión de los pecados, como
acabamos de decir (ad 3), es necesario que se aplique a cada uno para
la remisión de los propios pecados. Y esto se realiza por el bautismo,
la penitencia y los demás sacramentos, que obtienen su poder de la
pasión de Cristo, como luego se verá (
q.62 a.5).
5. También por la fe se nos aplica
la pasión de Cristo para recibir sus frutos, según aquellas palabras
de Rom 3,25: A quien ha puesto Dios como sacrificio de
propiciación, mediante la fe en su sangre. Pero la fe por la que
somos purificados de los pecados no es la fe informe, que puede
coexistir con el pecado, sino la fe informada por la caridad, para
que, de esta manera, se nos aplique la pasión de Cristo no sólo en
cuanto al entendimiento, sino asimismo en cuanto a la voluntad. Y
también por este medio se perdonan los pecados en virtud de la pasión
de Cristo.
Artículo 2:
¿Por la pasión de Cristo fuimos librados del poder del
demonio?
lat
Objeciones por las que parece que no hemos sido liberados del poder
del demonio mediante la pasión de Cristo.
1. No tiene poder sobre algunos aquel que no puede hacer nada sobre
ellos sin el permiso de otros. Ahora bien, el demonio no ha podido
nunca hacer cosa alguna en perjuicio de los hombres sin la permisión
divina, como es evidente por la historia de Job (
q.1 y
2), a quien,
recibida la permisión divina, dañó primero en los bienes y luego en el
cuerpo. Y del mismo modo se dice en Mt 8,31-32 que los demonios no
pudieron entrar en los puercos más que cuando Cristo se lo concedió.
Luego el demonio no tuvo nunca poder sobre los hombres. Y, en tal
supuesto, no hemos sido librados del poder del diablo por la pasión de
Cristo.
2. El demonio ejerce su poder sobre los hombres tentando y
atormentando corporalmente. Pero esto sigue todavía sucediendo en los
hombres después de la pasión de Cristo. Luego no hemos sido liberados
del poder del diablo por la pasión de Cristo.
3. El poder de la pasión de Cristo tiene una duración
perpetua, conforme a lo que se dice en Heb 10,14: Con una sola
oblación perfeccionó para siempre a los santificados. Pero la
liberación del poder del diablo ni se da en todas partes, puesto que
todavía existen en muchos sitios idólatras, ni será perpetua, porque
cuando llegue el Anticristo ejercerá el demonio su poder en grado sumo
en perjuicio de los hombres. Sobre esto se dice en 2 Tes 2,9-10 que su venida irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de
milagros, señales y prodigios engañosos. Luego da la impresión
de que la pasión de Cristo no es causa de la liberación del género
humano del poder del diablo.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Jn 12,31-32, cuando se acerca
su pasión: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y
yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todas las cosas hacia
mí. Pero fue levantado de la tierra por la pasión de la cruz.
Luego por su pasión fue arrojado fuera el poder del demonio sobre los
hombres.
Respondo: Acerca del poder que ejercía el
demonio sobre los hombres antes de la pasión de Cristo, hay que tener
en cuenta tres cosas: La primera, por parte del hombre, que, con su
pecado, mereció ser entregado en poder del diablo, que le había
vencido mediante la tentación. La segunda, por parte
de Dios, ofendido por el hombre al pecar, el cual, en virtud de su
justicia, dejó al hombre en poder del demonio. La tercera, por parte
del mismo diablo, que, con su pésima voluntad, impedía al hombre la
consecución de la salvación.
Así pues, en cuanto a lo primero, el hombre quedó libre del poder del
diablo por la pasión de Cristo, dado que ésta es causa de la remisión
de los pecados, como se ha dicho (a.1). Por lo que se refiere a lo
segundo, hay que decir que la pasión de Cristo nos libró del poder del
diablo al reconciliarnos con Dios, como luego se dirá (a.4). Y en lo
que atañe a lo tercero, la pasión de Cristo nos libró del diablo,
porque éste excedió, a la hora de la pasión de Cristo, el límite del
poder que Dios le había concedido, maquinando la muerte de Cristo, que
no la había merecido, por estar exento de pecado. De donde dice
Agustín en XIII De Trin.: El diablo fue
vencido por la justicia de Cristo, porque, sin encontrar en él nada
digno de muerte, le mató no obstante; y es enteramente justo que los
deudores que retenía quedasen libres, al creer en Aquel a quien, sin
deuda de ninguna clase, había dado muerte.
A las objeciones:
1. No afirmamos que el diablo
tuviese poder sobre los hombres de tal modo que pudiese hacerles daño
sin la permisión divina, sino que, con justicia, se le permitía dañar
a los hombres, a quienes, mediante la tentación, había inducido a
prestarle su consentimiento.
2. También ahora puede el diablo,
con la permisión de Dios, tentar a los hombres en el espíritu y
atormentarles en el cuerpo; pero el hombre tiene a su disposición el
remedio de la pasión de Cristo, con el que puede defenderse contra los
ataques del enemigo, para no ser arrastrado a la desgracia de la
muerte eterna. Y cuantos, antes de la pasión de Cristo, resistían al
diablo, podían hacerlo por la fe en la pasión de Cristo; aunque, antes
de realizarse la pasión de Cristo, ninguno podía eludir las garras del
diablo en un aspecto, en el de no descender al infierno. De éste
pueden librarse los hombres después de la pasión de Cristo y en virtud
de la misma.
3. Dios permite al demonio que
pueda engañar a los hombres en determinadas personas, tiempos y
lugares, de acuerdo con la razón desconocida de sus juicios. Sin
embargo, en virtud de la pasión de Cristo, siempre tienen los hombres
un remedio preparado para guardarse de las insidias de los demonios,
incluso en los tiempos del Anticristo. Pero si algunos descuidan
valerse de este remedio, nada pierde la eficacia de la pasión de
Cristo.
Artículo 3:
¿Por la pasión de Cristo fueron librados los hombres de la pena del
pecado?
lat
Objeciones por las que parece que los hombres no fueron liberados por
la pasión de Cristo de la pena del pecado.
1. La pena principal del pecado es la condenación eterna. Ahora bien,
los que estaban condenados en el infierno por sus pecados no fueron
librados por la pasión de Cristo, porque en el infierno no hay
redención. Luego da la impresión de que la pasión de Cristo no
liberó a los hombres de la pena.
2. A los que son librados del reato de la pena no se les
debe imponer pena alguna. Pero a los penitentes se les impone la pena
de la satisfacción. Luego, por la pasión de Cristo, no han sido
librados los hombres del reato de la pena.
3. La muerte es pena del pecado, según aquellas palabras
de Rom 6,23: El salario del pecado es la muerte. Pero todavía
después de la pasión de Cristo los hombres se mueren. Luego parece que
por la pasión de Cristo no hemos sido librados del reato de la
pena.
Contra esto: está lo que se dice en Is 53,4: Verdaderamente él tomó
nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores.
Respondo: Por la pasión de Cristo hemos sido
liberados del reato de la pena, de dos modos. Uno, directamente, en
cuanto que la pasión de Cristo fue una satisfacción suficiente y
sobreabundante por los pecados de todo el género humano. Y, una vez
ofrecida la satisfacción suficiente, desaparece el reato de la pena.
Otro, indirectamente, en cuanto que la pasión de
Cristo es causa de la remisión del pecado, en el que se asienta el
reato de la pena.
A las objeciones:
1. La pasión de Cristo consigue su
efecto en aquellos a quienes se aplica por la fe y la caridad y
mediante los sacramentos de la fe. Y de ahí que los condenados en el
infierno, por no unirse del modo antedicho con la pasión de Cristo, no
pueden percibir el efecto de ésta.
2. Como ya se ha expuesto (
a.1 ad 4 y
5;
1-2 q.85 a.5 ad 2), para que consigamos el efecto de la pasión
de Cristo es necesario que nos configuremos con El. Y nos configuramos
con El sacramentalmente en el bautismo, conforme al pasaje de Rom
6,4:
Con El fuimos sepultados por el bautismo en la muerte. Por
eso no se impone pena alguna satisfactoria a los bautizados, porque,
mediante la satisfacción de Cristo, quedan enteramente liberados.
Pero, como
Cristo murió una sola vez por nuestros pecados,
según se dice en 1 Pe 3,18, el hombre no puede configurarse una
segunda vez con la muerte de Cristo por el sacramento del bautismo.
Por este motivo es necesario que quienes, después del bautismo, pecan,
se configuren con Cristo paciente mediante alguna penalidad o
sufrimiento que deben tolerar en sí mismos. Tal penalidad, a pesar de
ser muy inferior a la requerida por el pecado, resulta suficiente por
la cooperación de la satisfacción de Cristo.
3. La pasión de Cristo produce su
efecto en nosotros por cuanto nos incorporamos a El como los miembros
a su cabeza, de acuerdo con lo que antes se ha dicho (
a.1;
q.48 a.1;
a.2 ad 1). Pero los miembros deben ser conformes con la cabeza. Y, por
tal motivo, como Cristo tuvo primero la gracia en el alma junto con la
pasibilidad del cuerpo, y por la pasión llegó a la gloria de la
inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, somos
liberados por su pasión del reato de cualquier pena, pero de modo que,
primero, recibimos en el alma
el espíritu de adopción filial
(cf. Rom 8,15), con el que somos destinados a la herencia de la gloria
de la inmortalidad, teniendo todavía un cuerpo pasible y mortal.
Después,
configurados con los padecimientos y la muerte de
Cristo, somos conducidos a la gloria inmortal, conforme a aquellas
palabras del Apóstol en Rom 8,17:
Si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, a condición de que
padezcamos con El, para ser glorificados juntamente con El.
Artículo 4:
¿Somos reconciliados con Dios mediante la pasión de
Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no nos
reconcilió con Dios.
1. La reconciliación no tiene lugar entre amigos. Pero Dios siempre
nos ha amado, según palabras de Sab 11,25: Amas a todos los seres y
no aborreces nada de lo que hiciste. Luego la pasión de Cristo no
nos reconcilió con Dios.
2. Una misma cosa no puede ser principio y efecto; por lo
que la gracia, que es el principio del mérito, no puede ser merecida.
Ahora bien, el amor de Dios es el principio de la pasión de Cristo,
según aquellas palabras de Jn 3,16: De tal modo amó Dios al mundo,
que le dio su Hijo unigénito. Luego no parece que hayamos sido
reconciliados con Dios mediante la pasión de Cristo, de modo que
comenzara a amarnos de nuevo.
3. La pasión de Cristo fue llevada a cabo por los hombres
que le mataron, los cuales ofendieron con eso gravemente a Dios. Luego
la pasión de Cristo es más bien causa de indignación que de
reconciliación con Dios.
Contra esto: está lo que escribe el Apóstol en Rom 5,10: Hemos sido
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
Respondo: La pasión de Cristo es causa de
nuestra reconciliación con Dios, de dos modos: Primero, en cuanto que
quita el pecado, por el que los hombres se constituyen en enemigos de
Dios, según el pasaje de Sab 14,9:
Dios aborrece por igual al impío
y a su impiedad; y en Sal 5,7 se dice:
Odias a todos los que
obran la iniquidad.
Segundo, en cuanto que es para Dios un sacrificio gratísimo. Es un
efecto propio del sacrificio el de aplacar a Dios, como acontece con
el hombre que perdona la ofensa cometida contra él, en atención a un
obsequio que se le hace. Por esto se dice en 1 Sam 26,19: Si es el
Señor quien te excita contra mí, que El reciba el olor de una
ofrenda. Y, de igual modo, fue un bien tan grande el que Cristo
padeciese voluntariamente que, por causa de este bien hallado en la
naturaleza humana, Dios se aplacó en relación con todas las ofensas
del género humano, en cuanto a aquellos que están unidos a Cristo
paciente en el modo antedicho (a.1 ad 4; a.3 ad 1; q.48 a.6 ad 2).
A las objeciones:
1. Dios ama a todos los hombres por
razón de la naturaleza, que El mismo ha creado. Pero los aborrece por
razón de los pecados que cometen contra El, según el pasaje de Eclo
12,3: El Altísimo odia a los pecadores.
2. No se dice que Cristo nos haya
reconciliado con Dios como si éste comenzase a amarnos de nuevo,
puesto que en Jer 31,3 está escrito: Con amor eterno te he
amado. Se dice eso porque, mediante la pasión de Cristo, fue
suprimida la causa del odio, sea por la purificación del pecado, sea
por la compensación de un bien más aceptable.
3. Así como fueron hombres los
que mataron a Cristo, así también lo fue Cristo, que sufrió la muerte.
Pero la caridad de Cristo paciente fue mayor que la iniquidad de
quienes le mataron. Y, por tal motivo, la pasión de Cristo tuvo más
poder para reconciliar a todo el género humano con Dios que para
provocarle a la ira.
Artículo 5:
¿Con su pasión nos abrió Cristo las puertas del cielo?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no nos abrió con su pasión
las puertas del cielo.
1. En Prov 11,18 se dice: El que siembra justicia, tendrá su
salario verdadero. Pero el salario de la justicia es la entrada en
el reino de los cielos. Parece, por consiguiente, que los santos
padres, que practicaron las obras de la justicia, consiguieron
fielmente la entrada en el reino de los cielos, incluso sin la pasión
de Cristo. Luego ésta no fue causa de la apertura de las puertas del
reino de los cielos.
2. Antes de tener lugar la pasión de Cristo, Elias fue
arrebatado al cielo, como se escribe en 2 Re 2,11. Ahora bien, el
efecto no precede a la causa. Luego parece que la apertura de las
puertas del reino celestial no es efecto de la pasión de
Cristo.
3. Como se lee en Mt 3,16, una vez que Cristo fue
bautizado, se le abrieron los cielos. Pero el bautismo precedió
a la pasión. Luego la apertura de los cielos no es efecto de la pasión
de Cristo.
4. En Miq 2,13 se dice: El que abre camino, sube
delante de ellos. Pero no parece que abrir el camino del cielo sea
distinto de abrir las puertas del mismo. Luego da la impresión de que
las puertas del cielo nos fueron franqueadas no por la pasión de
Cristo, sino por su ascensión.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Heb 10,19: Tenemos plena
confianza para entrar en el santuario, es decir, en el cielo, en virtud de la sangre de Cristo.
Respondo: La clausura de las puertas es un
obstáculo que impide al hombre la entrada. Y los hombres no tenían
acceso al reino de los cielos por causa del pecado, porque, como se
dice en Is 35,8,
aquella vía se llamará santa, y lo manchado no
pasará por ella. Pero el pecado que impide entrar en el reino de
los cielos es doble. Uno, el común a toda la raza humana, que es el
pecado del primer padre. Y tal pecado impedía al hombre la entrada en
el reino de los cielos; por lo cual se lee en Gen 3,24 que, después
del pecado del primer hombre,
Dios puso un querubín, con una espada
de llama vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.
Otro, el pecado especial de cada persona, que cada hombre comete con
sus propios actos.
Por la pasión de Cristo hemos sido librados no sólo del pecado común
a toda la raza humana, lo mismo cuanto a la culpa que
cuanto al reato de la pena, al pagar Cristo el precio por nosotros,
sino también de los pecados propios de los que participan de su pasión
por la fe y la caridad y por los sacramentos de la fe. Y por este
motivo, mediante la pasión de Cristo, nos fue abierta la puerta del
reino celestial. Y esto es lo que dice el Apóstol en Heb 9,11-12: Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, penetró una
vez para siempre en el santuario con su propia sangre, consiguiendo una
redención eterna. Esto se encuentra figurado en Núm 35,25ss, donde
se dice que el homicida permanecerá allí, esto es, en la ciudad
de refugio, hasta la muerte del sumo sacerdote, que fue ungido con
el óleo santo; muerto aquél, podrá regresar a su
casa.
A las objeciones:
1. Los santos padres, practicando
la justicia, merecieron la entrada en el reino de los cielos por la fe
en la pasión de Cristo, conforme a aquellas palabras de Heb 11,33: Los santos, por la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia;
por ésta, cada uno se purificaba del pecado en lo que atañe a la
pureza personal. Pero ni la fe ni la justicia de ninguno de ellos era
suficiente para apartar el obstáculo que provenía del reato de toda la
naturaleza humana. Tal obstáculo fue quitado por el precio de la
sangre de Cristo. Y, por este motivo, nadie podía entrar en el reino
de los cielos para alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en
el goce pleno de Dios.
2. Elias fue arrebatado al cielo
aéreo; no al cielo empíreo, que es el lugar de los bienaventurados. Y,
del mismo modo, tampoco lo fue Enoc, sino que fue llevado al paraíso
terrenal, donde, junto con Elias, se cree que vive hasta que se
produzca la venida del Anticristo.
3. Como antes se ha expuesto (
q.39 a.5), cuando Cristo fue bautizado, se abrieron los cielos, no para el
mismo Cristo, que siempre los tuvo abiertos, sino para dar a entender
que el cielo se abre para los bautizados por el bautismo de Cristo,
que recibe la eficacia de su pasión.
4. Cristo nos mereció con su pasión
la entrada en el reino de los cielos, y apartó el obstáculo; pero con
su ascensión vino a ponernos en posesión del reino celestial. Y por
eso se dice que abrió el camino, subiendo delante de
nosotros.
Artículo 6:
¿Con su pasión mereció Cristo ser exaltado?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no mereció ser exaltado con
su pasión.
1. Así como el conocimiento de la verdad es propio de Dios, así
también lo es la excelencia, según aquellas palabras de Sal 112,4: El Señor es excelso sobre todos los pueblos, y su gloría es más alta
que los cielos. Pero Cristo, en cuanto hombre, conoció toda
verdad, no por mérito alguno precedente, sino en virtud de la misma
unión entre Dios y el hombre, conforme al pasaje de Jn 1,14: Vimos
su gloria, como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad. Luego tampoco obtuvo la exaltación por el mérito de la
pasión, sino únicamente por esa unión.
2. Cristo, desde el primer instante de su concepción,
mereció para sí, como antes se ha expuesto (
q.34 a.3). Pero su caridad
no fue mayor a la hora de la pasión que antes. Por consiguiente,
siendo la caridad el principio del mérito, parece que no mereció más
su exaltación por medio de la pasión que antes.
3. La gloria del cuerpo es resultado de la gloria del
alma, como dice Agustín en la Epístola Ad Dioscorum. Pero Cristo no mereció por su pasión la exaltación
en cuanto a la gloria del alma, porque su alma fue bienaventurada
desde el primer instante de su concepción. Luego tampoco mereció, por
la pasión, la exaltación en cuanto a la gloria del
cuerpo.
Contra esto: está lo que se dice en Flp 2,8-9: Se hizo obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz por lo cual Dios también le
exaltó.
Respondo: El mérito supone cierta igualdad de
justicia; por ello dice el Apóstol en Rom 4,4:
Al que trabaja, el
salario se le computa como deuda. Ahora bien, cuando alguno, por
un injusto deseo, se atribuye más de lo que le es debido, resulta
justo que se le prive de lo que le era debido; por ejemplo, como
cuando se dice en Ex 22,1:
Si alguno roba una oveja, devolverá
cuatro. Y esto se llama merecer, en cuanto que, de ese modo, es
castigada su perversa voluntad. Y, de la misma manera, cuando alguno,
por su justa voluntad, se priva de algo que debía
tener, merece que se le añada algo como recompensa de su voluntad
justa. Y de ahí que, en Lc 14,11, se diga:
El que se humilla será
exaltado.
Ahora bien, Cristo en su pasión se humilló por debajo de su dignidad,
en cuatro campos: Primero, en cuanto a la pasión y a la muerte, de las
que no era deudor. Segundo, en cuanto al lugar, porque su cuerpo fue
puesto en el sepulcro, y su alma en el infierno. Tercero, en cuanto a
la confusión y las injurias que soportó. Cuarto, por haber sido
entregado a los poderes humanos, tal como él se lo dijo a Pilato, en
Jn 19,11: No tendrías poder sobre mí si no te hubiera sido dado de
lo alto.
Y por eso, con su pasión, mereció la exaltación también en cuatro
campos: Primero, en cuanto a la resurrección gloriosa. Por eso se dice
en Sal 138,2: Tú conociste mi asiento, esto es, la humillación
de mi pasión, y mi resurrección. Segundo, en
cuanto a la ascensión al cielo. Por esto se dice en Ef 4,9-10: Primero descendió a las partes bajas de la tierra, pues el que bajó es
el mismo que subió sobre todos los cielos. Tercero, en cuanto a
sentarse a la derecha del Padre, y en cuanto a la manifestación de su
divinidad, conforme a aquellas palabras de Is 52,13-14: Será
ensalzado y elevado y puesto muy alto; como de él se pasmaron muchos,
así de poco glorioso será su aspecto entre los hombres. Y en Flp
2,8-9 está escrito: Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz por lo cual Dios le exaltó, y le dio el nombre sobre todo
nombre, esto es, el que todos le llamen Dios, y el que todos le
rindan reverencia como a Dios. Esto es lo que se añade en el v.10: Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los infiernos. Cuarto, en cuanto a la potestad de
juzgar, pues en Job 36,17 se dice: Tu causa ha sido juzgada como la
de un impío; recibirás el juicio y la causa.
A las objeciones:
1. El principio del mérito está en
el alma; pero el cuerpo es el instrumento del acto meritorio. Y, por
este motivo, la perfección del alma de Cristo, que fue el principio de
su mérito, no debió ser adquirida en El por vía de mérito, como
aconteció con la perfección del cuerpo, que estuvo sujeto a la pasión
y que, por esto, fue el instrumento del mismo mérito.
2. Por los primeros
merecimientos, Cristo mereció la exaltación por parte de su alma, cuya
voluntad estaba informada por la caridad y por las demás virtudes.
Pero por la pasión mereció su exaltación, a modo de recompensa,
incluso por parte del cuerpo, puesto que es justo que el cuerpo,
sometido a la pasión por caridad, recibiese la recompensa en la
gloria.
3. Por cierta disposición divina
aconteció en Cristo que la gloria de su alma, antes de la pasión, no
redundase en su cuerpo, con el fin de que lograse la gloria del cuerpo
de un modo más honroso, cuando la mereciese por medio de la pasión. En
cambio, no convenía diferir la gloria del alma, porque ésta estaba
unida inmediatamente al Verbo, por lo que resultaba conveniente que
fuese saturada de gloria por el propio Verbo. Pero el cuerpo estaba
unido al Verbo por medio del alma.