Artículo 1:
¿La pasión de Cristo causó nuestra salvación bajo la modalidad de
mérito?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no causó
nuestra salvación bajo la modalidad de mérito.
1. Los principios de los sufrimientos no están en nosotros. Pero
nadie merece o es alabado sino por lo que tiene en él su principio.
Luego la pasión de Cristo no causó nuestra salvación a modo de
mérito.
2. Cristo mereció desde el principio de su concepción para
sí y para nosotros, como antes se ha dicho (
q.34 a.3). Ahora bien,
resulta superfluo merecer de nuevo lo que uno había merecido en otro
tiempo. Luego Cristo no mereció nuestra salvación por su
pasión.
3. La raíz del mérito es la caridad. Pero la caridad de
Cristo, a la hora de su pasión, no fue mayor que antes de este
momento. Luego, al padecer, no mereció más nuestra salvación de lo que
antes la había merecido.
Contra esto: está que, sobre Flp 2,9 —por lo cual Dios le
exaltó, etc.—, comenta Agustín ': La humildad de la pasión es
el mérito de la gloria; la gloria de la humildad es el premio.
Pero él fue glorificado no sólo en sí mismo, sino también en sus
fieles, como dice en Jn 17,10. Luego parece que él mereció la
salvación de sus fieles.
Respondo: Como antes se ha expuesto (
q.7 a.1 y
9;
q.8 a.1 y
5), a Cristo le fue dada la gracia no sólo como a persona
singular, sino como cabeza de la Iglesia, es a saber, para que desde
él redundase en los miembros. Y por eso las obras de Cristo, en este
aspecto, se comportan, tanto para él como para sus miembros, lo mismo
que se portan las obras de otro hombre constituido en gracia respecto
de sí mismo. Y es evidente que quienquiera que, constituido en gracia,
padece por la justicia, merece por eso mismo la salvación, conforme al
pasaje de Mt 5,10:
Bienaventurados los que padecen persecución por
la justicia. Por consiguiente, Cristo, por su pasión, mereció la
salvación no sólo para él, sino también para todos sus
miembros.
A las objeciones:
1. La pasión, en cuanto tal, tiene
un principio exterior. Pero en cuanto uno la padece voluntariamente,
tiene un principio interior.
2. Cristo, desde el principio de su
concepción, nos mereció la salvación eterna; pero por nuestra parte
existían ciertos impedimentos que nos estorbaban conseguir el efecto
de los méritos precedentes. Por eso, con el fin de apartar tales
impedimentos, fue conveniente que Cristo padeciese, como antes se ha
dicho (
q.46 a.3).
3. La pasión de Cristo tuvo algún
efecto que no tuvieron los méritos precedentes, no por una mayor
caridad, sino por la naturaleza de la obra, que concordaba con tal
efecto, como es manifiesto por las razones alegadas sobre la
conveniencia de la pasión de Cristo (en la sol.).
Artículo 2:
¿La. pasión de Cristo fue causa de nuestra salvación a modo de
satisfacción?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no fue causa de
nuestra salvación a modo de satisfacción.
1. Parece que el satisfacer es propio del que peca, como es notorio
en las otras partes de la penitencia, pues el dolerse y el confesarse
es propio del que peca. Pero Cristo no pecó, conforme a las palabras
de 1 Pe 2,22: El, que no cometió pecado. Luego no satisfizo con
su propia pasión.
2. A nadie se satisface con una ofensa mayor. Ahora bien, la
ofensa suprema fue la perpetrada en la pasión de Cristo, porque
quienes le mataron pecaron gravísimamente, como antes queda dicho
(
q.47 a.6). Luego da la impresión de que a Dios no se le pudo
satisfacer mediante la pasión de Cristo.
3. La satisfacción incluye una cierta igualdad con la
culpa, por ser un acto de justicia. Pero la pasión de Cristo no parece
equivaler a todos los pecados del género humano, porque Cristo no
padeció en su divinidad, sino en su carne, según aquellas palabras de
1 Pe 4,1: Cristo padeció en la carne. Y el alma, en la que se
da el pecado, es mayor que la carne. Luego Cristo no satisfizo con su
pasión por nuestros pecados.
Contra esto: está lo que, en nombre de Cristo, se dice en Sal 68,5: Pagaba lo que no robé. Pero no paga el que no satisface
perfectamente. Luego parece que Cristo, padeciendo, satisfizo
perfectamente por nuestros pecados.
Respondo: Propiamente satisface aquel que
muestra al ofendido algo que ama igual o más que aborrece el otro la
ofensa. Ahora bien, Cristo, al padecer por caridad y por obediencia,
presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por
todas las ofensas del género humano. Primero, por la grandeza de la
caridad con que padecía. Segundo, por la dignidad de su propia vida,
ofrecida como satisfacción, puesto que era la vida de Dios y del
hombre. Tercero, por la universalidad de su pasión y por la grandeza
del dolor asumido, como antes se ha dicho (
q.46 a.5 y
6). Y, por tal
motivo, la pasión de Cristo no fue sólo una satisfacción suficiente,
sino también superabundante por los pecados del género humano, según
aquellas palabras de 1 Jn 2,2:
El es víctima de propiciación por
nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del
mundo entero.
A las objeciones:
1. La cabeza y los miembros son
como una sola persona mística. Y, por tal motivo, la satisfacción de
Cristo pertenece a todos los fieles como miembros suyos. Incluso dos
hombres, en cuanto forman una sola cosa por medio de la caridad, son
capaces de satisfacer el uno por el otro, como se declarará más
adelante (véase Suppl. q.13 a.2). Pero no existe una razón
semejante en lo que se refiere a la confesión y a la contrición,
porque la satisfacción se concreta en un acto exterior, al que pueden
asociarse instrumentos, entre los cuales se cuentan los
amigos.
2. La caridad de Cristo, al
padecer, fue mayor que la malicia de quienes le crucificaron. Y por
eso Cristo pudo satisfacer más con su pasión que lo pudieron ofender,
al matarle, los que le crucificaron, en cuanto que la pasión de Cristo
fue suficiente y superabundante para satisfacer por los pecados de los
que le crucificaron.
3. La dignidad de la carne de
Cristo no debe apreciarse sólo conforme a la naturaleza de la carne,
sino de acuerdo con la persona que la asume, es decir, en cuanto que
era carne de Dios, lo cual la daba una dignidad infinita.
Artículo 3:
¿Obró la pasión de Cristo a modo de sacrificio?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no obró a modo
de sacrificio.
1. La verdad debe corresponder a la figura. Pero en los sacrificios
de la ley antigua, que eran figuras de Cristo, nunca se ofrecía carne
humana; antes bien, tales sacrificios eran tenidos por nefandos, según
aquellas palabras de Sal 105,38: Derramaron sangre inocente, la
sangre de sus hijos y de sus hijas, sacrificándolos a los ídolos de
Canaán. Luego parece que la pasión de Cristo no puede llamarse
sacrificio.
2. Agustín, en De Civ. Dei,
escribe: El sacrificio visible es el sacramento del sacrificio
invisible, es decir, un signo sagrado. Ahora bien, la pasión de
Cristo no es un signo, sino más bien lo significado por los otros
signos. Luego parece que la pasión de Cristo no es
sacrificio.
3. Todo el que ofrece un sacrificio realiza una acción
sagrada, como lo manifiesta el mismo nombre de sacrificio. Pero
los que mataron a Cristo no realizaron una acción sagrada, sino que
cometieron una inmensa maldad. Luego la pasión de Cristo fue más bien
un maleficio que un sacrificio.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Ef 5,2: Se entregó por
nosotros como oblación y hostia a Dios de suave olor.
Respondo: Propiamente se llama sacrificio la
obra hecha con el honor que de verdad le es debido a Dios, con el fin
de aplacarle. Y de ahí proviene lo que dice Agustín en el libro X De Civ. Dei: Es verdadero sacrificio toda obra
hecha para unirnos con Dios en santa sociedad, es decir, la referida a
aquel fin bueno mediante el cual podemos ser verdaderamente
bienaventurados. Ahora bien, Cristo, como se añade en el mismo
lugar, en la pasión se ofreció a sí mismo por nosotros, y el
mismo hecho de haber sufrido voluntariamente la pasión fue una obra
acepta a Dios en grado sumo, como que procedía de la caridad. Por lo
que resulta evidente que la pasión de Cristo fue un verdadero
sacrificio. Y, como el propio Agustín añade luego en el mismo
libro, de este verdadero sacrificio fueron muchos y
variados signos los antiguos sacrificios de los santos, estando
representado este único sacrificio por muchas figuras, como si se
expresase una misma cosa con diversas palabras, a fin de recomendarla
mucho sin fastidio; y, teniendo en cuenta que en todo
sacrificio deben tenerse presentes cuatro cosas, como escribe
Agustín en IV De Trin., a saber: a quién se
ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece, por quiénes se ofrece, el
mismo único y verdadero mediador que nos reconcilia con Dios por medio
del sacrificio pacífico, permanecía uno con aquel a quien lo ofrecía,
hacia uno en sí mismo a aquellos por quienes lo ofrecía, siendo uno
mismo el que ofrecía y lo que ofrecía.
A las objeciones:
1. Aunque la verdad responda en
algún aspecto a la figura, no concuerda enteramente con la misma,
porque es justo que la verdad supere a la figura. Y, por este motivo,
la figura de este sacrificio, en el que se ofrece por nosotros la
carne de Cristo, fue oportunamente la carne, no la humana, sino la de
diversos animales, que figuraban la carne de Cristo. Esta es el
sacrificio perfectísimo: Primero, porque, siendo carne de naturaleza
humana, se ofrece convenientemente por los hombres, y éstos la comen
bajo forma sacramental. Segundo, porque, siendo pasible y mortal,
resultaba apta para la inmolación. Tercero, porque, al carecer de
pecado, era eficaz para limpiar los pecados. Cuarto, porque, siendo la
carne del mismo que la ofrecía, resultaba acepta a Dios por la caridad
del que ofrecía su propia carne.
De donde dice Agustín en IV De Trin.: ¿Qué cosa
podrían tomar los hombres más conveniente para ofrecerla por sí mismos
que la carne humana? Y ¿qué más apto para la inmolación que la carne
mortal? Y ¿qué tan puro para limpiar los vicios de los hombres como la
carne concebida y nacida de un seno virginal sin el contagio de la
concupiscencia carnal? Y ¿qué cosa podía ser ofrecida y aceptada tan gratamente como la carne de
nuestro sacrificio, hecha cuerpo de nuestro sacerdote?
2. Allí habla Agustín de
sacrificios visibles figurativos. Y, sin embargo, la pasión de Cristo,
a pesar de ser algo significado por otros sacrificios figurativos, es,
con todo, signo de algo que nosotros debemos observar, de acuerdo con
1 Pe 4,1-2: Puesto que Cristo padeció en la carne, armaos también
vosotros del mismo pensamiento: Que quien padeció en la carne, rompió
con los pecados, para vivir el resto del tiempo en la carne, no ya
para las concupiscencias humanas, sino para la voluntad de
Dios.
3. La pasión de Cristo fue, por
parte de quienes le mataron, un maleficio; pero, por parte de quien
padecía por caridad, fue un sacrificio. Por eso se dice que el propio
Cristo ofreció este sacrificio, pero no los que le
mataron.
Artículo 4:
¿Realizó la pasión de Cristo nuestra salvación a modo de
redención?
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Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no realizó
nuestra salvación a modo de redención.
1. Nadie compra o redime lo que no ha dejado de ser suyo. Pero los
hombres nunca dejaron de ser de Dios, conforme a lo que se lee en Sal
23,1: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y cuantos
lo habitan. Luego parece que Cristo no nos redimió con su
pasión.
2. Como dice Agustín en XIII De Trin., el diablo debía ser vencido por Cristo con la justicia. Ahora
bien, la justicia exige que quien con dolo se apoderó de cosa ajena,
sea privado de ella, porque el fraude y el dolo a nadie deben
favorecer, como enseña también el derecho de gentes. Por consiguiente, habiendo engañado y subyugado el diablo
dolosamente al hombre, criatura de Dios, parece que el hombre no debió
ser liberado de su potestad a modo de redención.
3. El que compra o redime algo, paga el precio a quien lo
posee. Pero Cristo no paga con su sangre, llamada precio de nuestra
redención, al diablo, que nos tenía cautivos. Luego Cristo no nos
redimió con su pasión.
Contra esto: está lo que se lee en 1 Pe 1,18-19:
No habéis sido
rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres
con oro o con plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de
Cristo, como de cordero inmaculado y sin defecto. Y en Gal 3,13 se
dice:
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición
por nosotros. Se dice que se hizo maldición por nosotros en cuanto
que padeció por nosotros en la cruz, como antes se ha expuesto (
q.46 a.4 ad 3). Luego nos redimió por medio de su pasión.
Respondo: El hombre estaba encadenado por el
pecado de dos modos: Primero, por la esclavitud del pecado, porque
quien comete pecado es esclavo del pecado, como se dice en Jn
8,34, y en 2 Pe 2,19:
Uno queda esclavo de aquel que le vence.
Por consiguiente, habiendo vencido el diablo al hombre mediante la
inducción al pecado, el hombre quedó sujeto a la esclavitud del
diablo. Segundo, en cuanto al reato de la pena, con el que el hombre
quedaba ligado conforme a la justicia divina. Y esto es también una
cierta esclavitud, pues a la esclavitud pertenece el que uno sufra lo
que no quiere, por ser propio del hombre libre disponer de sí mismo
como él quiere.
En consecuencia, habiendo sido la pasión de Cristo satisfacción
suficiente y sobreabundante por el pecado y por el reato del género
humano, fue como un precio mediante el cual fuimos
liberados de una y otra esclavitud. Pues la misma satisfacción que
alguien ofrece por sí o por otro se llama un cierto precio con el que
uno se redime del pecado y de la pena, conforme a las palabras de Dan
4,24: Redime tus pecados con limosnas. Y Cristo satisfizo, no
entregando dinero o cosa semejante, sino dando por
nosotros lo más grande imaginable, Él mismo. Y por este motivo, la
pasión de Cristo es llamada redención nuestra.
A las objeciones:
1. Se afirma que el hombre es de
Dios de dos modos: Uno, en cuanto que está sometido a su poder. Y, en
este sentido, el hombre nunca ha dejado de ser posesión de Dios,
conforme a aquellas palabras de Dan 4,22.29:
El Altísimo domina
sobre el reino de los hombres, y se lo dará a quien le plazca.
Otro, por la unión con El mediante la caridad, como se dice en Rom
8,9:
Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de
Cristo.
En consecuencia, del primer modo, el hombre no ha dejado nunca de ser
de Dios. Del segundo, dejó de ser de Dios a causa del pecado. Y por
tanto, en cuanto que fue liberado del pecado por Cristo, que satisfizo
con su pasión, se dice que fue redimido por la pasión de
Cristo.
2. El hombre, al pecar, quedaba
ligado a Dios y al diablo. Con la culpa había ofendido a Dios y se
había sometido al diablo, prestándole asentimiento. De donde, en
virtud de la culpa, no se había hecho siervo de Dios, sino más bien,
al apartarse de Dios, había incurrido en la esclavitud del diablo,
permitiéndolo Dios justamente por causa de la ofensa cometida contra
El. Pero, por razón de la pena, el hombre estaba ligado principalmente
con Dios, como con su juez supremo, y con el diablo, como con su
verdugo, conforme a aquel pasaje de Mt 5,25: No sea que tu
adversario te entregue al juez y el juez al alguacil, esto es, al ángel
cruel de los castigos, como lo interpreta el Crisóstomo. Así pues, aunque el diablo, en cuanto a sí mismo se refería, injustamente retuviese al hombre, al que con fraude había engañado, bajo su esclavitud, lo mismo en lo que se refiere a la culpa que en lo que atañe a la pena, era justo, no obstante, que el hombre padeciese, permitiéndolo Dios en cuanto a la culpa, y disponiéndolo El en cuanto a la pena. Y por tanto, en lo que toca a Dios, su justicia exigía que el hombre fuese redimido; pero no lo exigía en lo que se refiere al diablo.
3. Al ser necesaria la redención
del hombre por lo que a Dios se refiere, y no por lo que al diablo
atañe, no era preciso pagar el precio al diablo, sino a Dios; y por
este motivo no se dice que Cristo haya ofrecido su sangre, que es el
precio de nuestra redención, al diablo, sino a Dios.
Artículo 5:
¿El ser redentor es propio de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que el ser redentor no es privativo de
Cristo.
1. Se dice en Sal 30,6: Me has rescatado, Señor, Dios
verdadero. Ahora bien, el ser Señor, Dios verdadero, es común a
toda la Trinidad. Luego no es propio de Cristo.
2. Se dice que redime aquel que entrega el precio de la
redención. Pero Dios Padre entregó a su Hijo como redención por
nuestros pecados, conforme a aquellas palabras de Sal 110,9: El
Señor envió la redención a su pueblo, esto es, a Cristo, que
otorga la redención a los cautivos, como interpreta la Glosa. Luego no nos redimió solamente Cristo, sino
también Dios Padre.
3. No sólo fue provechosa para nuestra salvación la pasión
de Cristo, sino que igualmente lo fue la de los demás santos, según
aquel pasaje de Col 1,24: Me alegro de mis padecimientos por
vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de
Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Luego no debe
llamarse redentor solamente Cristo, sino también los otros
santos.
Contra esto: está lo que se dice en Gal 3,13: Cristo nos redimió de
la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Ahora
bien, sólo Cristo se hizo maldición por nosotros. Luego solamente
Cristo debe llamarse nuestro Redentor.
Respondo: Para que alguien redima, se necesitan
dos cosas: el acto de la redención y el pago del precio. Si uno paga
el precio para la redención de una cosa, y ese precio no es suyo, sino
de otra persona, no se llama redentor principal; lo es más el que es
dueño del precio. Ahora bien, el precio de nuestra redención es la
sangre de Cristo, o su vida corporal, que es su sangre (cf. Lev
17,11), entregada por el propio Cristo. Por lo que ambas cosas
pertenecen inmediatamente a Cristo en cuanto hombre;
pero pertenecen a toda la Trinidad como a causa primera y remota, que
era la dueña de la misma vida de Cristo, como autor primero, y por la
cual fue inspirado al mismo Cristo en cuanto hombre el que padeciese
por nosotros. Y, por esta causa, el ser inmediatamente Redentor es
algo propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención
pueda atribuirse a toda la Trinidad como a causa primera.
A las objeciones:
1. La Glosa
expone así las palabras del salmo mencionado: Tú, Dios verdadero,
me redimiste en Cristo, que clamaba: En tus manos, Señor, encomiendo
mi espíritu. Y, de este modo, la redención pertenece
inmediatamente a Cristo hombre; pero, principalmente, pertenece a
Dios.
2. Cristo hombre pagó
inmediatamente el precio de nuestra redención; pero lo hizo por
mandato del Padre como autor principal.
3. Los sufrimientos de los santos
son provechosos para la Iglesia, no a modo de redención, sino a manera
de exhortación y de ejemplo, conforme a aquellas palabras de 2 Cor
1,6: Si somos atribulados, es para vuestra exhortación y
salvación.
Artículo 6:
¿Realizó la pasión de Cristo nuestra salvación por vía de
eficiencia?
lat
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no realizó
nuestra salvación por vía de eficiencia.
1. La causa eficiente de nuestra salvación es la grandeza del poder
divino, conforme a las palabras de Is 59,1: He aquí que no se ha
acortado su mano, de modo que no puede salvar. Cristo, en
cambio, fue crucificado por su debilidad, como se dice en 2 Cor
13,4. Luego la pasión de Cristo no obró eficientemente nuestra
salvación.
2. Ningún agente corporal obra eficientemente más que por
contacto; por lo que también Cristo limpió al leproso tocándole (cf.
Mt 8,3; Me 1,41; Lc 5,13), para mostrar que su cuerpo tenía virtud
salutífera, como dice el Crisóstomo. Pero la
pasión de Cristo no pudo tocar a todos los hombres. Luego no pudo
obrar eficientemente la salvación de todos los hombres.
3. No parece propio de una misma persona obrar a modo de
mérito y por vía de eficiencia, porque el que merece espera el efecto
de otro. Ahora bien, la pasión de Cristo obró nuestra salvación por
vía de mérito. Luego no la realizó a modo de eficiencia.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Cor 1,18: La doctrina de la
cruz es poder de Dios para los que se salvan. Pero el poder de
Dios obra eficientemente nuestra salvación. Luego la pasión de Cristo
en la cruz obró eficientemente nuestra salvación.
Respondo: Hay una doble causa eficiente: una
principal; otra instrumental. La causa eficiente principal de la
salvación de los hombres es Dios. Pero, al ser la humanidad de
Cristo
instrumento de la divinidad, como antes se ha dicho (q.2 a.6 arg.4;
q.13 a.2 y
3;
q.19 a.1;
q.43 a.2), se sigue que todas las
acciones y sufrimientos de Cristo obran instrumentalmente la salvación
humana en virtud de la divinidad. Y, de acuerdo con esto, la pasión de
Cristo causa eficientemente la salvación de los hombres.
A las objeciones:
1. La pasión de Cristo, referida a
su carne, convino a la flaqueza que asumió; pero, referida a la
divinidad, obtiene de ésta un poder infinito, conforme a aquellas
palabras de 1 Cor 1,25: La flaqueza de Dios es más
fuerte que los hombres, es a saber: porque la flaqueza de Cristo,
en cuanto flaqueza de Dios, tiene una fuerza que supera a todo poder
humano.
2. La pasión de Cristo, a pesar de
ser corporal, tiene poder espiritual por su unión con la divinidad. Y
por eso logra la eficacia por contacto espiritual, esto es, por medio
de la fe y de los misterios de la fe, según aquellas palabras del
Apóstol en Rom 3,25: A quien exhibió Dios como instrumento de
propiciación por la fe en su sangre.
3. La pasión de Cristo, en cuanto
vinculada con su divinidad, obra por vía de eficiencia; pero, en
cuanto referida a la voluntad del alma de Cristo, obra por vía de
mérito; vista en la carne de Cristo, actúa a modo de satisfacción, en
cuanto que por ella somos liberados del reato de la pena; a modo de
redención, en cuanto que mediante la misma quedamos libres de la
esclavitud de la culpa; y a modo de sacrificio, en cuanto que por
medio de ella somos reconciliados con Dios, como luego se dirá
(
q.49).