Artículo 1:
¿Fue conveniente que Cristo muriese?
lat
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo
muriese.
1. Lo que es primer principio en un género de cosas, no se dispone
por lo que le es contrario; el fuego, por ejemplo, que es principio de
calor, nunca puede ser frío. Pero el Hijo de Dios es el principio y la
fuente de toda vida, según aquellas palabras de Sal 35,10: En ti
está la fuente de la vida. Luego parece no haber sido conveniente
que Cristo muriese.
2. El defecto de la muerte es mayor que el de la enfermedad,
porque la enfermedad acarrea la muerte. Ahora bien, no fue conveniente
que Cristo padeciese enfermedad alguna, como dice el Crisóstomo.
Luego tampoco fue conveniente que Cristo muriese.
3. El Señor dice en Jn 10,10: Yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Pero un opuesto
no conduce a otro opuesto. Luego parece que no fue conveniente que
Cristo muriese.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 11,50: Es conveniente que muera
un solo hombre por el pueblo, para que no perezca toda la nación.
Esto lo dijo Caifas proféticamente, como lo atestigua el Evangelista
(v.51).
Respondo: Fue conveniente que Cristo muriese.
Primero, para satisfacer por el género humano, que había sido
condenado a muerte a causa del pecado, conforme al pasaje de Gen
2,17:
Cualquier día que comáis de él, ciertamente moriréis. Y
es un modo provechoso de satisfacer por otro el someterse a la pena
que ese tal mereció. Y, por ese motivo, Cristo quiso morir para
satisfacer por nosotros con su muerte, según aquellas palabras de 1 Pe
3,18:
Cristo murió una vez por nuestros pecados.
Segundo, para demostrar la verdad de la naturaleza que había tomado.
Porque, como dice Eusebio, de otro modo, si después
de haber vivido con los hombres, hubiera desaparecido súbitamente,
rehuyendo la muerte, todos le habrían comparado con un
fantasma.
Tercero, para que al morir él, nos librase del temor de la muerte.
Por eso se dice en Heb 2,14-15: Participó de la carne y de la
sangre para destruir, mediante la muerte, al que tenía el imperio de
la muerte, y para librar a aquellos que, por el temor de la muerte,
estaban sujetos de por vida a servidumbre.
Cuarto, para que, muriendo corporalmente, a semejanza del
pecado, esto es, al castigo por el pecado, nos diese ejemplo de
morir espiritualmente al pecado. Por esto se dice en Rom 6,10-11: Porque, muriendo, murió una vez al pecado; pero, viviendo, vive para
Dios. Asi pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos
al pecado, pero vivos para Dios.
Quinto, para que, resucitando de entre los muertos, demostrase el
poder con que venció a la muerte, y nos diese a
nosotros la esperanza de resucitar de entre los muertos. Por esto dice
el Apóstol en 1 Cor 15,12: Si de Cristo se predica que resucitó de
entre los muertos, ¿cómo algunos de entre vosotros dicen que no habrá
resurrección de los muertos?
A las objeciones:
1. Cristo es la fuente de la vida
en cuanto Dios, pero no en cuanto hombre. Y murió no en cuanto Dios,
sino en cuanto hombre. De ahí que diga Agustín en Contra
Felicianus: Lejos de nosotros pensar que Cristo sufrió la muerte de
modo que, siendo El la vida, haya perdido la vida. De haber sido esto
así, se hubiera secado la fuente de la vida. Experimentó, pues, la
muerte por participación de la condición humana, que voluntariamente
había tomado; pero no perdió el poder de la naturaleza, por el que da
vida a todas las cosas.
2. Cristo no padeció la muerte
originada por la enfermedad, para no dar la impresión de que moría por
necesidad a causa de la flaqueza de la naturaleza. Pero sufrió la
muerte traída desde el exterior, ofreciéndose a ella espontáneamente,
para demostrar que su muerte era voluntaria.
3. Un opuesto, de suyo, no
conduce a otro opuesto; pero alguna vez acontece eso accidentalmente,
como lo frío, alguna vez, produce accidentalmente calor. Y de esta
manera, Cristo, mediante su muerte, nos condujo a la vida, porque con
su muerte destruyó la nuestra, al modo en que quien sufre un castigo
por otra persona, le libra de tal castigo.
Artículo 2:
¿En la muerte de Cristo se separó la divinidad de su
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que, en la muerte de Cristo, la
divinidad se separó del cuerpo.
1. Como se lee en Mt 27,46, el Señor, colgado en la cruz, exclamó: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? Exponiéndolo,
comenta Ambrosio: El hombre que está a punto de
morir clama por la separación de la divinidad. Porque, estando la
divinidad exenta de la muerte, ésta no podía producirse allí a no ser
que se alejase la vida, pues la divinidad es la vida. Y así da la
impresión de que, en la muerte de Cristo, la divinidad se separó del
cuerpo.
2. Quitado el medio, los extremos quedan separados. Ahora
bien, la divinidad estaba unida al cuerpo mediante el alma, como antes
se ha expuesto (
q.6 a.1). Luego parece que, habiéndose separado el
alma del cuerpo en la muerte de Cristo, la divinidad quedó, por
consiguiente, separada del cuerpo.
3. La virtud vivificadora de Dios es mayor que la del
alma. Pero el cuerpo no podía morir sin la separación del alma. Luego
da la impresión de que menos podía morir sin la separación de la
divinidad.
Contra esto: está que lo que pertenece a la naturaleza humana no se
predica del Hijo de Dios si no es por razón de la unión, como antes se
ha explicado (
q.16 a.4 y
5). Pero del Hijo de Dios se predica lo que
conviene al cuerpo de Cristo después de la muerte, como es manifiesto
por el Símbolo de la Fe, en el que se dice que
el Hijo de Dios fue
concebido y nació de la Virgen, que padeció, murió y fue
sepultado. Luego el cuerpo de Cristo no fue separado de la
divinidad durante la muerte.
Respondo: Lo que se concede por gracia de Dios
no se quita nunca sin que intervenga la culpa; por esto se dice en Rom
11,29 que los dones y la vocación de Dios son sin
arrepentimiento. Pero mucho mayor es la gracia de la unión, por la
que la divinidad se unió al cuerpo de Cristo en la propia persona, que
la gracia de adopción, por la cual son santificados los demás; y es
también más permanente por razón de su propia naturaleza, porque esta
gracia se ordena a la unión personal, mientras que la gracia de la
adopción se ordena a una cierta unión amorosa. Y, no obstante, sabemos
que la gracia de la adopción nunca se pierde sin culpa. Por
consiguiente, al no existir en Cristo pecado de ninguna clase, fue
imposible que se deshiciese la unión de la divinidad con el cuerpo. Y
por tanto, así como antes de la muerte el cuerpo de Cristo estuvo
unido personal e hipostáticamente al Verbo de Dios, así también
permaneció unido después de la muerte, de suerte que no fuese distinta
la hipóstasis del Verbo de Dios y la del cuerpo de
Cristo después de la muerte, como escribe el Damasceno en el libro
III.
A las objeciones:
1. Tal abandono no debe
relacionarse con la ruptura de la unión personal, sino con el hecho de
que el Padre le expuso a la pasión. Por eso,
abandonar no
significa allí otra cosa que no proteger de los perseguidores.
O dice que está abandonado respecto de aquella oración formulada por
él: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39),
como lo expone Agustín, en el libro De Gratia Novi
Testamenti.
2. Se afirma que el Verbo de Dios
se unió al cuerpo mediante el alma en cuanto que, por medio del alma,
aquél pertenece a la naturaleza humana, que el Hijo de Dios intentaba
tomar; pero no en el sentido de que el alma sea como el medio que liga
los extremos unidos. El cuerpo recibe del alma el pertenecer a la
naturaleza humana, incluso después que el alma se separa de él, es a
saber: en cuanto que en el cuerpo muerto persiste, por una disposición
divina, cierta ordenación a la resurrección. Y, por tal motivo, no se
suprime la unión de la divinidad con el cuerpo.
3. El alma tiene la virtud de
vivificar como principio formal. Y por eso, estando ella presente y
unida en cuanto forma, es necesario que el cuerpo esté vivo. Pero la
divinidad no tiene la virtud de vivificar en cuanto principio formal,
sino como causa eficiente, porque no puede ser forma del cuerpo. Y,
por tal motivo, no es necesario que, permaneciendo la unión de la
divinidad con el cuerpo, éste esté vivo, porque Dios no obra por
necesidad, sino por voluntad.
Artículo 3:
¿En la muerte de Cristo se produjo la separación entre la divinidad y
el alma?
lat
Objeciones por las que parece que, en la muerte de Cristo, hubo
separación entre la divinidad y el alma.
1. El Señor dice, en Jn 10,18: Nadie me quita el alma, sino que yo
la doy, y de nuevo la tomo. Ahora bien, no parece que el cuerpo
pueda entregar el alma, separándola de sí mismo, porque el alma no
está sujeta al poder del cuerpo, sino más bien al contrario. Y así da
la impresión de que es a Cristo, en cuanto Verbo de Dios, a quien
compete entregar su propia alma. Luego el alma se separó de la
divinidad por la muerte.
2. Dice Atanasio: Maldito quien no
confiesa que todo el hombre que asumió el Hijo de Dios, tomado o
liberado de nuevo, resucitó al tercer día de entre los muertos.
Pero todo el hombre no pudo ser tomado de nuevo a no ser que el hombre
entero haya estado separado alguna vez del Verbo, pues el hombre
completo se compone de cuerpo y alma. Luego alguna vez se produjo la
separación de la divinidad tanto respecto del cuerpo como respecto del
alma.
3. El Hijo de Dios se llama hombre por causa de su unión
con el hombre completo. Por consiguiente, si rota la unión entre el
alma y el cuerpo por causa de la muerte, el Verbo de Dios continuó
unido al alma, se seguiría que podría decirse con verdad que el Hijo
de Dios era el alma. Pero esto es falso, porque, al ser el alma la
forma del cuerpo, se seguiría que el Verbo de Dios sería la forma del
cuerpo, lo cual es imposible. Luego en la muerte de Cristo el alma
estuvo separada del Verbo de Dios.
4. El alma y el cuerpo, cuando están separados uno del
otro, no son una hipóstasis sino dos. En consecuencia, si el Verbo de
Dios permaneció unido tanto al alma como al cuerpo de Cristo cuando
estaban separados uno del otro por la muerte del propio Cristo, parece
seguirse que el Verbo de Dios, durante la muerte de Cristo, tuvo dos
hipóstasis. Y esto es inadmisible. Luego, después de la muerte de
Cristo, su alma no permaneció unida al Verbo.
Contra esto: está lo que escribe el Damasceno, en el libro
III: Aunque Cristo murió en cuanto hombre, y su alma
santísima se separó de su cuerpo inmaculado, la divinidad se mantuvo
inseparable de una y otro, es decir, del alma y del
cuerpo.
Respondo: El alma se unió al Verbo de Dios de
manera más inmediata y primero que el cuerpo, puesto que el cuerpo se
unió al Verbo de Dios mediante el alma, como antes se
ha dicho (
q.6 a.1). Por consiguiente, no habiéndose separado el Verbo
de Dios del cuerpo en la muerte, mucho menos se separó del alma. Por
lo cual, así como del Hijo de Dios se predica lo que conviene al
cuerpo separado del alma, a saber, el ser sepultado, así también se
dice de El, en el
Símbolo, que
descendió a
los infiernos, porque su alma, separada del cuerpo, descendió a
los infiernos.
A las objeciones:
1. Agustín,
exponiendo el pasaje de Juan, trata de investigar, puesto que Cristo
es
el Verbo, el alma y la carne, si entrega el alma por ser Verbo,
o por ser alma, o por ser carne. Y comenta que
si dijéramos que
el Verbo de Dios entregó el alma, se seguiría que aquella alma estuvo
alguna vez separada del Verbo. Eso es falso, porque la muerte separó
el cuerpo del alma, pero no afirmo que el alma se haya separado del
Verbo. Si dijéramos que la propia alma se entrega, se seguiría que el
alma se separa de sí misma, lo que resulta absurdísimo. Queda,
pues, que sea
la propia carne la que entrega su alma (es decir,
su vida)
y la que de nuevo la toma, no por su propio poder, sino
por el poder del Verbo que habita en la carne; porque, como antes
se ha dicho (
a.2), la divinidad del Verbo no se separó del cuerpo por
la muerte.
2. En las palabras citadas no
quiso decir Atanasio que haya sido tomado de nuevo todo el hombre,
esto es, todas sus partes, como si el Verbo hubiera dejado, por la
muerte, las partes de la naturaleza humana. Intenta decir, en cambio,
que la totalidad de la naturaleza asumida fue de nuevo reconstituida
en la resurrección por la reiterada unión del alma y el
cuerpo.
3. El Verbo de Dios, por causa de
la unión con la naturaleza humana, no se llama naturaleza humana, sino
que se llama hombre, que equivale al que tiene naturaleza
humana. Pero el alma y el cuerpo son las partes esenciales de la
naturaleza humana. De ahí que, por la unión del Verbo con una y otro,
no se siga que el Verbo de Dios sea alma o cuerpo, sino que es el
que tiene alma o cuerpo.
4. Como escribe el Damasceno, en
el libro III, por haberse separado el alma del
cuerpo en la muerte de Cristo, no se dividió una hipóstasis en dos.
Tanto el cuerpo como el alma tuvieron la existencia, desde el
principio, por la hipóstasis del Verbo bajo el mismo aspecto; y en la
muerte, separados entre sí, continuaron teniendo cada uno la única
hipóstasis del Verbo. Por lo cual la hipóstasis única del Verbo fue la
hipóstasis del Verbo, del alma y del cuerpo. Jamás ni el alma ni el
cuerpo tuvieron una hipóstasis propia, fuera de la hipóstasis del
Verbo. Siempre, pues, hubo una sola hipóstasis; y nunca
dos.
Artículo 4:
¿Fue Cristo hombre durante los tres días de su muerte?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo fue hombre durante los tres
días de su muerte.
1. Dice Agustín, en I De Trin.: Aquella unión fue
de tal naturaleza que a Dios lo hacía hombre y al hombre lo hacía
Dios. Pero esa unión no cesó con la muerte. Luego parece que con
la muerte no dejó de ser hombre.
2. Dice el Filósofo, en IX Ethic.,
que cada hombre es su entendimiento. Por lo que también
nosotros, dirigiéndonos al alma de Pedro, después de la muerte de
éste, decimos: San Pedro, ruega por nosotros. Ahora bien,
después de la muerte, el Hijo de Dios no se separó del alma
intelectual. Luego durante esos tres días el Hijo de Dios fue
hombre.
3. Todo sacerdote es hombre. Pero durante los tres días de
la muerte Cristo continuó siendo sacerdote, pues, en caso contrario,
no hubiera sido verdad lo que se dice en Sal 109,4: Tú eres
sacerdote eterno. Luego Cristo fue hombre durante esos tres
días.
Contra esto: está que, cuando se suprime lo superior, queda suprimido lo
inferior. Pero lo vivo, o animado, es superior a lo animal y al
hombre, porque animal es la sustancia animada sensible. Pero durante
aquellos tres días de la muerte el cuerpo de Cristo no fue vivo ni
animado. Luego no fue hombre.
Respondo: Es artículo de fe que Cristo murió
verdaderamente. Por tanto, afirmar algo que destruya
la muerte de Cristo, es un error contra la fe. Por esto se dice en
la
Epístola Sinodal de Cirilo:
Si alguno no
confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne, fue crucificado en
la carne y experimentó la muerte en la carne, sea anatema. Ahora
bien, la muerte verdadera del hombre o del animal incluye que, a causa
de la muerte, dejen de ser hombre o animal, porque la muerte del
hombre o del animal proviene de la separación del alma que completa la
noción de animal o de hombre. Y, por este motivo, decir que Cristo fue
hombre durante los tres días de su muerte es falso, sencilla y
absolutamente hablando. Puede decirse, sin embargo, que Cristo, en
esos tres días, fue
hombre muerto.
No obstante, algunos han sostenido que Cristo, en esos
tres días, fue hombre, profiriendo palabras erróneas sin duda, pero
sin sentir erróneamente en la fe; tal, por ejemplo, Hugo de San
Víctor, el cual decía que Cristo fue hombre durante
los tres días de su muerte, porque sostenía que el alma es el hombre,
lo que es falso, como se ha demostrado en la Primera Parte
(q.75 a.4).
También el Maestro de las Sentencias, en la distinción
22 del libro III, afirmó que Cristo fue hombre durante
los tres días de su muerte, porque creyó que la unión del alma con el
cuerpo no era esencial al concepto de hombre, sino que, para que una
cosa sea hombre, basta con que tenga alma humana y cuerpo, ya unidos,
ya separados. Esto es también falso por lo expuesto en la Primera
Parte (q.76 a.1), y por lo dicho acerca del modo de la unión (q.2 a.5).
A las objeciones:
1. El Verbo de Dios tomó el alma y
el cuerpo unidos; y por eso, tal toma hizo a Dios hombre y al hombre
Dios. Por consiguiente, esa toma no cesó por la separación del Verbo
respecto del alma o del cuerpo; cesó, sin embargo, la unión entre el
cuerpo y el alma.
2. Se afirma que el hombre es su
entendimiento, no porque el entendimiento sea el hombre completo sino
porque el entendimiento es la parte más noble del hombre, dándose en
él virtualmente toda disposición del hombre; como si al gobernador de
una ciudad se le llama la ciudad entera, porque en él se halla todo lo
referente al gobierno de la ciudad.
3. El ser sacerdote le conviene al
hombre por razón del alma, en la que se asienta el carácter del orden.
Por eso, el hombre no pierde el orden sacerdotal por la muerte. Y
mucho menos lo pierde Cristo, que es el origen de todo
sacerdocio.
Artículo 5:
¿El cuerpo de Cristo vivo y muerto, fue numéricamente el
mismo?
lat
Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo vivo y muerto
no fue numéricamente el mismo.
1. Cristo murió verdaderamente, como mueren los demás hombres. Pero
el cuerpo de cualquier otro hombre no es en absoluto numéricamente el
mismo, muerto y vivo, porque se distinguen con una esencial
diferencia. Luego tampoco el cuerpo de Cristo es en absoluto
numéricamente el mismo, muerto y vivo.
2. Según el Filósofo, en V Metaphys.,
las cosas específicamente distintas, lo son también numéricamente.
Ahora bien, el cuerpo de Cristo, vivo y muerto, fue específicamente
distinto, porque el ojo o el cuerpo de un muerto no se llaman tales
sino equívocamente, como es manifiesto por el Filósofo, tanto en II De anima como en VII Metaphys.. Luego el cuerpo de Cristo no fue en absoluto numéricamente el mismo, muerto y vivo.
3. La muerte es una corrupción. Pero lo que experimenta
una corrupción sustancial, después de corrompido, ya no existe, porque
la corrupción es el cambio del ser al no ser. Por consiguiente,
el cuerpo de Cristo, una vez que murió, no siguió siendo numéricamente
el mismo, por ser la muerte una corrupción sustancial.
Contra esto: está lo que dice Atanasio, en la Epístola Ad Epictetum: El cuerpo que fue circuncidado, el que bebía, comía y
trabajaba, y el que fue clavado en la cruz era el Verbo de Dios
impasible e incorpóreo; este cuerpo fue puesto en el sepulcro.
Ahora bien, el cuerpo vivo de Cristo fue circuncidado y clavado en la
cruz; y el cuerpo muerto de Cristo fue puesto en el sepulcro. Luego
este mismo cuerpo es el que estuvo vivo y el que murió.
Respondo: La expresión
puramente
(simpliciter) puede entenderse en dos sentidos: Uno, de manera
que
puramente (simpliciter) es lo mismo que
absolutamente, como
se dice puramente (simpliciter) lo que se
dice sin aditamento alguno, como escribe el Filósofo. Y, de este modo, el cuerpo de Cristo muerto y vivo fue puramente
(simpliciter) el mismo numéricamente. Pues se dice que una cosa es puramente la misma numéricamente porque es la misma por razón del supuesto. Pero el cuerpo de Cristo, vivo y muerto, fue el mismo por razón del supuesto; porque, vivo y muerto, no tuvo otra hipóstasis que la hipóstasis del Verbo de Dios, como arriba se ha dicho (
a.2). Y en este sentido habla Atanasio en el escrito alegado.
Otro, de manera que puramente (simpliciter) resulta lo mismo
que del todo o totalmente. Y, de esta manera, el cuerpo
de Cristo muerto y vivo no fue puramente (simpliciter) el mismo
numéricamente. Porque no fue totalmente el mismo, ya que la vida, por
ser algo que pertenece a la esencia del cuerpo vivo, es un predicado
esencial, no accidental. De donde se sigue que el cuerpo que deja de
ser vivo, no continúa siendo totalmente el mismo.
Si se dijese que el cuerpo muerto de Cristo continuaba siendo
totalmente el mismo, se seguiría que no había experimentado la
corrupción, entendiendo por ésta la corrupción de la muerte. Lo cual
es la herejía de los Gayanistas, como dice Isidoro, y
como se contiene en los Decretos XXIV, q.3. Y
el Damasceno indica, en el libro III, que la
palabra corrupción significa dos cosas: por un lado, separación entre
el alma y el cuerpo, y cosas semejantes; por otro, la completa
disolución en los elementos. Por consiguiente, llamar incorruptible al
cuerpo del Señor, según el primer modo de corrupción, antes de la
resurrección, como lo sostuvieron Juliano y Gayano, es impío; porque el cuerpo de Cristo no sería
consustancial con nosotros, ni habría muerto de verdad; ni
verdaderamente habríamos sido salvados. Según el segundo modo, el
cuerpo de Cristo fue incorrupto.
A las objeciones:
1. El cuerpo muerto de cualquier
otro hombre no continúa unido a una hipóstasis permanente, como
acontece con el cuerpo muerto de Cristo. Y por esto, el cuerpo muerto
de cualquier otro hombre no es absolutamente el mismo, sino
relativamente; porque es el mismo según la materia, pero no según la
forma. En cambio, el cuerpo de Cristo continúa siendo absolutamente el
mismo por la identidad del supuesto, como acabamos de decir (en la
sol.).
2. Una cosa se llama
numéricamente la misma por razón del supuesto; y se dice
específicamente la misma por razón de la forma; donde quiera que
subsista el supuesto en una sola naturaleza, es necesario que,
suprimida la unidad específica, quede suprimida también la unidad
numérica. Pero la hipóstasis del Verbo de Dios subsiste en dos
naturalezas. Y, por ese motivo, aunque en los demás el cuerpo no
continúe siendo el mismo conforme a la especie de la naturaleza
humana, en Cristo, sin embargo, continúa siendo numéricamente el mismo
conforme al supuesto del Verbo de Dios.
3. La corrupción y la muerte no
corresponden a Cristo por razón del supuesto, conforme al cual se
considera la unidad numeral; sino que le corresponden por razón de la
naturaleza humana, según la cual se encuentra en el
cuerpo de Cristo la diferencia entre muerte y vida.
Artículo 6:
¿Contribuyó algo la muerte de Cristo para nuestra
salvación?
lat
Objeciones por las que parece que la muerte de Cristo no contribuyó
en nada a nuestra salvación.
1. La muerte es una privación, pues es la privación de la vida. Pero
la privación, al no ser cosa alguna, no tiene virtud de ninguna clase
para obrar. Luego no pudo obrar cosa alguna para nuestra
salvación.
2. La pasión de Cristo obró nuestra salvación por medio del
mérito. Pero la muerte de Cristo no puede obrar de esta manera, porque
en la muerte el alma se separa del cuerpo, y aquélla es el principio
del mérito. Luego la muerte de Cristo no obró nada para nuestra
salvación.
3. Lo corporal no es causa de lo espiritual. Ahora bien,
la muerte de Cristo fue corporal. Luego no pudo ser causa espiritual
de nuestra salvación.
Contra esto: está lo que dice Agustín, en el IV De
Trin.: La única muerte de nuestro Salvador,
a saber, la corporal, fue provechosa para nuestras dos muertes,
esto es, la del alma y la del cuerpo.
Respondo: Sobre la muerte de Cristo podemos
hablar de dos modos: Uno, en cuanto está en proceso de ejecución
(in fieri); otro, en cuanto realizada
(in facto esse). Se
dice que la muerte está en proceso de ejecución
(in fieri)
cuando uno se encamina a la muerte por algún sufrimiento natural o
violento. Y, en este sentido, es lo mismo hablar de la muerte de
Cristo que hablar de su pasión. Y así, la muerte de Cristo,
considerada de este modo, es causa de nuestra salvación, conforme a lo
dicho arriba sobre su pasión (
q.48).
Pero la muerte realizada (in facto esse) se entiende en cuanto
que ya se ha producido la separación entre el alma y el cuerpo. Y en
este sentido hablamos aquí de la muerte de Cristo. Y de este modo la
muerte de Cristo no puede ser causa de nuestra salvación por vía de
mérito, sino sólo por vía de eficiencia, es a saber, en cuanto que por
la muerte la divinidad no se separó del cuerpo de Cristo, y por ese
motivo cuanto acontece con el cuerpo de Cristo, incluso separada el
alma, fue saludable para nosotros por virtud de la divinidad que
estaba unida a él.
Pero el efecto de una causa se considera propiamente conforme a la
imagen de la causa. De donde, por ser la muerte una privación de la
propia vida, el efecto de la muerte de Cristo se considera en orden a
la remoción de aquellas cosas que son contrarias a nuestra salud, y
que son la muerte del alma y la muerte del cuerpo. Y por esto se dice
que la muerte de Cristo destruyó en nosotros la muerte del alma,
causada por el pecado, según aquellas palabras de Rom 4,25: Fue
entregado, a la muerte se entiende, por nuestros pecados; y
la muerte del cuerpo, que consiste en la separación del alma, conforme
a aquel pasaje de 1 Cor 15,54: La muerte ha sido absorbida por la
victoria.
A las objeciones:
1. La muerte de Cristo obró nuestra
salvación por virtud de la divinidad con la que está unida, y no
exclusivamente por causa de la muerte.
2. La muerte de Cristo,
considerada en cuanto realizada (in facto esse), a pesar de que
no fue causa de nuestra salvación por vía de mérito, sí lo fue por vía
de eficiencia, como queda dicho (en la sol.).
3. La muerte de Cristo fue
ciertamente corporal, pero su cuerpo fue instrumento de la divinidad
que le estaba unida, y por virtud de ésta obraba incluso después de
muerto.