Artículo 1:
¿Convino que Cristo fuese sepultado?
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Objeciones por las que parece no haber convenido que Cristo fuese
sepultado.
1. Acerca de Cristo se dice en Sal 87,56: Ha sido hecho como un
hombre débil, libre entre los muertos. Pero los cuerpos de los
muertos son encerrados en el sepulcro, lo que parece contrario a la
libertad. Luego no parece haber sido conveniente que el cuerpo de
Cristo fuese sepultado.
2. Tocante a Cristo nada debió acontecer que no fuese
saludable para nosotros. Pero en nada parece tocar a la salvación de
los hombres el que Cristo fuera sepultado. Luego no convino que Cristo
fuese sepultado.
3. Parece inconveniente que Dios, que esta por encima de
los cielos superiores, sea enterrado en la tierra. Ahora bien, lo
que conviene al cuerpo muerto de Cristo, se atribuye a Dios por razón
de la unión. Luego parece inconveniente que Cristo fuera
sepultado.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Mt 26,10, acerca de la mujer
que le ungió: Una buena obra ha hecho conmigo; y luego añade,
en el v.12: Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho
con miras a mi sepultura.
Respondo: Convino que Cristo fuese sepultado.
Primero, para comprobar la verdad de su muerte, pues uno no es puesto
en el sepulcro sino cuando ya consta la verdad de su muerte. Por esto
se lee en Mc 15,44-45 que Pilato, antes de permitir que Cristo fuese
sepultado, averiguó, tras diligente investigación, si había
muerto.
Segundo, porque, por haber resucitado Cristo del sepulcro, se otorga
la esperanza de resucitar, por medio de él mismo, a los que están en
el sepulcro, conforme a aquel pasaje de Jn 5,25-28: Todos los que
están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la
oyeren, vivirán.
Tercero, para ejemplo de los que, por la muerte de Cristo, están
espiritualmente muertos al pecado, los cuales, sin duda, quedan
sustraídos a la conspiración de los hombres (Sal 30,21). Por lo
cual se dice en Col 3,3: Estáis muertos, y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios. De donde también los bautizados, que por la
muerte de Cristo mueren al pecado, son como consepultados con Cristo
por medio de inmersión, según aquellas palabras de Rom 6,4: Hemos
sido consepultados con Cristo por el bautismo en la
muerte.
A las objeciones:
1. Cristo, incluso sepultado,
manifiesta que fue libre entre los muertos, por cuanto que el
encerramiento en el sepulcro no fue capaz de impedir que saliese de él
resucitado.
2. Así como la muerte de Cristo
fue causa suficiente de nuestra salvación, así también lo fue su
sepultura. Por esto dice Jerónimo, Super Man.
14,63: Resucitamos por la sepultura de Cristo. Y
sobre las palabras de Is 53,9: Dará los impíos a causa de su
sepultura, comenta la Glosa: esto es, los
gentiles, que vivían sin piedad, los dará a Dios
Padre, porque los adquirió con su muerte y con su sepultura.
3. Como se dice en un sermón del
Concilio de Efeso: Nada de lo que salva a los
hombres injuria a Dios, pues le presenta no pasible sino clemente.
Y en otro sermón del mismo Concilio se lee: Dios no
toma por injuria nada de lo que es ocasión de salvación para los
hombres. Y tú no tengas por tan baja la naturaleza de Dios, como si
alguna vez pudiera estar sujeta a las injurias.
Artículo 2:
¿Fue sepultado Cristo de modo conveniente?
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Objeciones por las que parece que Cristo no fue sepultado de modo
conveniente.
1. Su sepultura debe ser conforme a su muerte. Pero Cristo padeció
una muerte vilísima, conforme a aquellas palabras de Sab 2,20: Condenémosle a muerte vergonzosísima. Luego parece no haber sido
conveniente que se diese a Cristo una sepultura honrosa, por cuanto
fue enterrado por los grandes, a saber, José de Arimatea, que era noble consejero, como se dice en Mc 15,43, y Nicodemo, que era príncipe de los judíos, como se lee en Jn 3,1.
2. En torno a Cristo no debió hacerse nada que fuese un
ejemplo de superfluidad. Pero ejemplo de superfluidad parece haber
sido el que, para enterrar a Cristo, viniese Nicodemo trayendo una
mezcla de mirra y áloe como de unas cien libras, según se dice en
Jn 19,39; sobre todo, después que una mujer se había anticipado a
ungir su cuerpo para la sepultura, como narra Mc 14,8. Luego
respecto de Cristo no se procedió convenientemente en este
asunto.
3. No es conveniente que un hecho incluya elementos
encontrados. Ahora bien, la sepultura de Cristo, por un lado, fue
sencilla, puesto que Jóse lo envolvió en una sábana limpia, como
se dice en Mt 27,59, y no entre oro, piedras preciosas o sedas,
según comenta Jerónimo en ese mismo lugar; y, por otro,
llena de ostentación, puesto que lo enterraron con aromas (cf.
Jn 19,40). Luego parece que la condición de la sepultura de Cristo no
fue la conveniente.
4. todo cuanto está escrito, y especialmente
acerca de Cristo, fue escrito para nuestra enseñanza, como se
lee en Rom 15,4. Pero en los Evangelios se narran algunas cosas sobre
la sepultura que en nada parecen corresponder a nuestra enseñanza; por
ejemplo, que fue sepultado en un huerto, en un sepulcro ajeno,
nuevo, y excavado en la roca. Luego el modo de la sepultura de
Cristo no fue el conveniente.
Contra esto: está el que en Is 11,10 se dice: Y su sepulcro será
glorioso.
Respondo: Es manifiesto que el modo de la
sepultura de Cristo fue el conveniente con relación a tres realidades.
Primero, en cuanto a confirmar la fe en su muerte y resurrección.
Segundo, en cuanto a hacer más estimable la piedad de quienes le
dieron sepultura. Por esto dice Agustín, en I De Civ. Dei: Laudablemente se recuerda en el Evangelio a los que,
después de tomar su cuerpo de la cruz, se cuidaron de envolverlo y
enterrarlo con cuidado y honoríficamente. Tercero, en cuanto al
misterio, por el que son configurados aquellos que son sepultados
con Cristo en la muerte (cf. Rom 6,4).
A las objeciones:
1. En la muerte de Cristo se
recomienda la paciencia y la constancia del que padeció la muerte; y
tanto más cuanto la muerte fue afrentosa. En cambio, en la sepultura
honorífica se considera el poder del que muere, el cual, contra la
intención de quienes le mataron, ya muerto, es enterrado
honoríficamente; y con eso se prefigura la devoción de los fieles que
habían de servir a Cristo muerto.
2. En la noticia del Evangelista
(Jn 19,40) sobre su sepultura según es costumbre sepultar entre los
judíos, como expone Agustín, In loann., nos
amonestó que, en los honores de esta clase tributados a los muertos,
deben observarse las costumbres de cada nación. Y era costumbre de
aquel pueblo enterrar a los muertos con aromas, afín
de conservarlos por más tiempo incorruptos. Por esto, también en
III De Doctr. Christ. se dice que en todas las
cosas de esta naturaleza, lo culpable no es el uso sino la liviandad
de quienes las practican. Y luego añade: Lo que
en otras personas es, ordinariamente, un pecado grave, respecto de una
persona divina o profética es signo de algo grande. Además, la
mirra y el áloe, por su amargura, significan la penitencia, mediante
la cual uno conserva en sí mismo a Cristo sin la corrupción del
pecado. Y el olor de los aromas representa la buena
fama.
3. La mirra y el áloe se aplicaron
al cuerpo de Cristo para que se conservase inmune de la corrupción,
cosa que, de algún modo, parecía necesaria. Con esto se nos ofrecía un
ejemplo de que podemos usar lícitamente algunos recursos preciosos, en
calidad de medicinas, cuando se presente la necesidad de conservar
nuestro cuerpo.
En cambio, la envoltura del cuerpo se ordenaba sólo a un cierto
decoro de la honestidad. Y, en esto, debemos contentarnos con cosas
sencillas. Sin embargo, con esto se significaba, como dice
Jerónimo, que envuelve a Jesús en una sábana limpia
quien lo recibe con alma pura. Y de aquí, como dice Beda, In
Man., proviene la costumbre de la Iglesia de
celebrar el sacrificio del Altar, no sobre telas de seda ni sobre
paños teñidos, sino sobre lino terreno, a imitación del cuerpo del
Señor sepultado en una sábana limpia.
4. Cristo fue sepultado
en un
huerto para significar que, por su muerte y sepultura, somos
librados de la muerte, en que incurrimos por el pecado de Adán,
cometido en el huerto del paraíso.
Y por eso, como dice Agustín, en un Sermón, el Salvador fue puesto en una sepultura ajena, porque moría en favor
de la salud de los otros, y el sepulcro es la morada de la muerte.
Esto permite también reflexionar sobre la magnitud de la pobreza que
asumió por nosotros, pues el que durante su vida no tuvo casa, también
después de su muerte es depositado en un sepulcro ajeno y, estando
desnudo, lo tapa José.
Es colocado en un sepulcro nuevo, como dice
Jerónimo, para que, después de la resurrección,
quedando los demás cuerpos en el sepulcro, no se supusiese que era
otro el que había resucitado. El sepulcro nuevo puede señalar también
el seno virginal de María. Con esto puede insinuarse asimismo que,
por la sepultura de Cristo, destruidas la muerte y la corrupción,
todos somos renovados.
Fue enterrado en un sepulcro excavado en la roca, como escribe
Jerónimo, no fuera que, en caso de haber sido
construido de muchas piedras, se dijese que había sido robado
socavando los cimientos. De donde también la gran piedra
que se colocó demuestra que el sepulcro no hubiera podido ser
abierto sin la ayuda de muchos. Incluso, si
hubiera sido sepultado en la tierra, podrían decir: Removieron la
tierra, y lo robaron, como comenta Agustín.
Místicamente se significa con esto, como escribe Hilario, que por la doctrina de los Apóstoles es sepultado Cristo en el pecho de la dureza gentil, escindido por obra de la doctrina; pecho rudo y nuevo, no accesible antes al temor de Dios por ninguna entrada. Y porque nada, fuera de El, debe entrar en nuestros corazones, se echa a rodar la piedra a la entrada.
Y, como expone Orígenes, no se escribió por
casualidad: José envolvió el cuerpo de Cristo en una sábana limpia, y
lo puso en un sepulcro nuevo, e hizo rodar una gran piedra,
porque todo cuanto se hace en torno al cuerpo de Cristo es limpio,
nuevo y magnífico.
Artículo 3:
¿Se convirtió en ceniza el cuerpo de Cristo en el
sepulcro?
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Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo se convirtió en
ceniza en el sepulcro:
1. Así como la muerte es pena del pecado del primer hombre, así
también lo es la conversión en ceniza, pues al primer hombre, después
del pecado, se le dijo: Polvo eres y al polvo volverás, como se
escribe en Gen 3,19. Pero Cristo sufrió la muerte para librarnos de
ella. Luego también su cuerpo debió convertirse en
ceniza, para librarnos de la conversión en ceniza.
2. El cuerpo de Cristo fue de la misma naturaleza que los
nuestros. Pero nuestros cuerpos, en cuanto mueren, comienzan a
descomponerse, y quedan preparados para la putrefacción, porque,
exhalado el calor natural, sobreviene un calor extraño, que causa la
putrefacción. Luego da la impresión de que en el cuerpo de Cristo
hubiera acontecido lo mismo.
3. Como acabamos de decir (
a.1), Cristo quiso ser
sepultado para dar a los hombres la esperanza de que también ellos
resucitarían de los sepulcros. Luego también debió sufrir la
conversión en ceniza para dar la esperanza de resucitar a los que se
habían convertido en ceniza después de la conversión en
polvo.
Contra esto: está que en Sal 15,10 se dice: No permitirás que tu
Santo experimente la corrupción, lo que el Damasceno expone, en el
III libro, como referido a la corrupción que consiste
en la disolución en los elementos.
Respondo: No fue conveniente que el cuerpo de
Cristo se pudriese o se convirtiese en polvo de cualquier otro modo.
Porque la putrefacción de cualquier cuerpo proviene de la flaqueza de
la naturaleza de tal cuerpo, que es incapaz de mantener unido ese
cuerpo por más tiempo. Pero, como se ha dicho arriba (
q.50 a.1 ad 2),
la muerte de Cristo no debió producirse por la flaqueza de su
naturaleza, a fin de que nadie creyese que no era voluntaria. Y, por
tal motivo, no quiso morir de enfermedad sino por pasión inferida, a
la que espontáneamente se ofreció. Y, por esta causa, para que no se
atribuyese su muerte a la flaqueza de la naturaleza, Cristo no quiso
que su cuerpo se corrompiese en modo alguno o que se descompusiese de
cualquier manera; sino que, con miras a manifestar su poder divino,
quiso que su cuerpo se mantuviese incorrupto. De donde comenta el
Crisóstomo que,
mientras los demás hombres viven y
realizan grandes hazañas, las aplauden; pero cuando ellos mueren,
perecen también sus proezas. Pero en Cristo sucede todo lo contrario,
pues antes de su crucifixión todo era triste y débil; pero, una vez
que fue crucificado, todo se hizo más claro, a fin de que te des
cuenta de que el crucificado no era un puro hombre.
A las objeciones:
1. Cristo, por no estar sujeto al
pecado, tampoco lo estaba a la muerte ni a la conversión en polvo. No
obstante, quiso sufrir voluntariamente la muerte por nuestra
salvación, por las razones antes alegadas (
q.50 a.1). Si su cuerpo se
hubiera corrompido o deshecho, eso cedería más bien en perjuicio de la
salvación de los hombres, al pensar que en él no existía el poder
divino. Por eso se dice sobre su persona en Sal 29,10:
¿Qué provecho
hay en mi sangre, en tanto que yo bajo a la corrupción? Como si
dijera:
Si mi cuerpo se descompone, se perderá el provecho de la
sangre derramada.
2. El cuerpo de Cristo, en lo que
se refiere a la condición de la naturaleza pasible, era corruptible;
pero no lo era en cuanto al mérito de la putrefacción, que es el
pecado. Pero el poder divino preservó el cuerpo de Cristo de la
putrefacción, lo mismo que le resucitó de la muerte.
3. Cristo resucitó del sepulcro
por la virtud divina, que no reconoce límites. Y, por eso, el hecho de
haber resucitado del sepulcro fue argumento suficiente de que los
hombres habían de resucitar, por el poder divino, no sólo de los
sepulcros, sino también de cualquier muerte.
Artículo 4:
¿Estuvo Cristo en el sepulcro solamente un día y dos
noches?
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Objeciones por las que parece que Cristo no estuvo en el sepulcro
solamente un día y dos noches.
1. El mismo dice, en Mt 12,40: Como estuvo Jonas en el vientre del
cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres
días y tres noches en el seno de la tierra. Pero estuvo en el seno
de la tierra mientras estuvo en el sepulcro. Luego no estuvo solamente
un día y dos noches.
2. Gregorio, en una Homilía de Pascua, dice que así como Sansón arrancó a media noche las puertas de
Gaza, así también Cristo resucitó a media noche,
quitando las puertas del infierno. Pero, una vez que resucitó, no
estuvo en el sepulcro. Luego no permaneció en el sepulcro dos noches
completas.
3. Por la muerte de Cristo prevaleció la luz sobre las
tinieblas. Pero la noche pertenece a las tinieblas, y el día a la luz.
Luego fue más conveniente que el cuerpo de Cristo permaneciese en el
sepulcro dos días y una noche, que no lo contrario.
Contra esto: está que, como dice Agustín, en IV De
Trin.: desde la tarde de la sepultura hasta el
alba de la resurrección median treinta y seis horas, esto es, una noche entera con un día entero y otra noche entera.
Respondo: El tiempo que Cristo permaneció en el
sepulcro, representa el efecto de su muerte. Y se ha dicho antes (
q.50 a.6) que por la muerte de Cristo fuimos librados de una doble muerte,
a saber, la muerte del alma y la muerte del cuerpo. Y esto está
significado por las dos noches que Cristo permaneció en el sepulcro.
Pero, como su muerte no provino del pecado sino que fue asumida por
caridad, no tuvo condición de noche sino de día. Esta es la razón de
que esté significada por el día que Cristo estuvo en el sepulcro. Y
así fue conveniente que Cristo estuviera en el sepulcro un día y dos
noches.
A las objeciones:
1. Como escribe Agustín, en el
libro De consensu Evang., algunos, ignorando
el modo de hablar de las Escrituras, han querido ver la noche en
aquellas tres horas, de sexta a nona, en las que se oscureció el sol;
y el día, en las otras tres horas en que volvió a lucir sobre la
tierra, es decir, desde nona hasta la puesta del sol. Sigue luego la
noche futura del sábado que, contada con su correspondiente día, serán
ya dos noches y dos días. Después del sábado, sigúese la noche del día
primero después del sábado, esto es, del amanecer del domingo, en el
que resucitó el Señor. Pero con esta manera de contar no se logra
todavía la realidad de tres días y tres noches. Queda, pues, que la
encontremos en el modo de hablar usado por las Escrituras, según el
cual se toma la parte por el todo, de manera que entendamos una
noche y un día por un día natural. Y así el primer día
se cuenta desde el fin del viernes, en que Cristo murió y fue
sepultado; el segundo día es un día completo con sus veinticuatro
horas nocturnas y diurnas; y la noche siguiente forma parte del tercer
día. Pues así como los primeros días, por la futura caída del
hombre, se cuentan desde la luz hasta las tinieblas, así también
éstos, por causa de la reparación del hombre, se cuentan desde las
tinieblas hasta la luz.
2. Como escribe Agustín, en IV De Trin., Cristo resucitó al amanecer, cuando ya
hay algo de luz, y, sin embargo, todavía queda algo de la oscuridad de
la noche; por lo cual, en Jn 20,1, se dice, a propósito de las
mujeres, que vinieron al sepulcro cuando todavía estaba oscuro.
En razón de estas tinieblas dice Gregorio que Cristo resucitó a media
noche; no en la noche dividida en dos partes iguales, sino cuando la
noche comienza a declinar. Aquel amanecer puede calificarse como parte
de la noche y como parte del día, por la participación que tiene de
una y de otro.
3. En la muerte de Cristo
prevaleció tanto la luz, representada por un solo día, que disipó las
tinieblas de dos noches, es decir, de nuestra doble muerte, como queda
expuesto (en la sol.).