Artículo 1:
¿Le compete a Cristo ser sacerdote?
lat
Objeciones por las que parece que a Cristo no le compete ser
sacerdote.
1. El sacerdote es inferior al ángel; por ello se lee en Zac 3,1: Dios me hizo ver al sumo sacerdote que estaba en pie delante del ángel
del Señor. Pero Cristo es mayor que los ángeles, según las
palabras de Heb 1,4: Hecho tanto mayor que los ángeles cuanto
heredó un nombre más excelente que ellos. Luego a Cristo no le
compete ser sacerdote.
2. Las cosas acontecidas en el Antiguo Testamento fueron
figuras de Cristo, según lo que se escribe en Col 2,17: Todas esas
cosas son la sombra de lo futuro, siendo Cristo la realidad de las
mismas. Pero Cristo no procede corporalmente de los sacerdotes de
la ley antigua, pues dice el Apóstol en Heb 7,14: Es notorio que
nuestro Señor nació de Judá, tribu a la que nada dijo Moisés sobre los
sacerdotes. Luego a Cristo no le compete ser sacerdote.
3. En la ley antigua, que es figura de Cristo, no era una
misma persona el legislador y el sacerdote; por eso dice el Señor a
Moisés, el legislador, en Ex 28,1: Acerca a tu hermano Aarón afín
de que desempeñe el sacerdocio para mí. Pero Cristo es el
legislador de la ley nueva, según el texto de Jer 31,33: Yo pondré
mi ley en sus entrañas. Luego a Cristo no le compete ser
sacerdote.
Contra esto: está lo que se dice en Heb 4,14: Tenemos un pontífice
que penetró en el cielo, Jesús, el Hijo de Dios.
Respondo: El oficio propio del sacerdote es el
de ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que: por un lado,
entrega al pueblo las cosas divinas, de donde le viene el nombre de sacerdote, equivalente a el que da las cosas sagradas,
conforme a las palabras de Mal 2,7: Buscarán la Ley de su boca,
es decir, del sacerdote. Y por otro, ofrece a Dios las oraciones del
pueblo, e igualmente satisface a Dios por los pecados de ese mismo
pueblo. Por eso dice el Apóstol en Heb 5,1: Todo pontífice tomado
de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las
cosas que miran a Dios, para que ofrezca ofrendas y sacrificios por
los pecados. Y esto compete principalmente a Cristo, pues por
medio de él han sido conferidos dones a los hombres, según palabras de
2 Pe 1,4: Por él, esto es, Cristo, nos hizo merced de
preciosos y sumos bienes, para que por ellos os hagáis partícipes de
la naturaleza divina. El reconcilió también al género humano con
Dios, según el pasaje de Col 1,19-20: En él, esto es, en
Cristo, plugo (al Padre) que habitase toda la plenitud, y
reconciliar por él todas las cosas. Por lo que a Cristo le compete
de forma suprema ser sacerdote.
A las objeciones:
1. La potestad jerárquica compete
ciertamente a los ángeles, en cuanto que también ellos son mediadores
entre Dios y los hombres, como lo notifica Dionisio en el libro De
Cael. Hier., de manera que el propio sacerdote, en
cuanto es mediador entre Dios y el pueblo, recibe el nombre de ángel,
según las palabras de Mal 2,7: Es un ángel del
Señor de los ejércitos. Pero Cristo fue mayor que los ángeles no
sólo en cuanto a la divinidad, sino también en cuanto a la humanidad,
porque poseyó la plenitud de gracia y de gloria. Por eso tuvo además
la potestad jerárquica o sacerdotal de modo muy superior al de los
ángeles, hasta el extremo de que también los ángeles fueron ministros
de su sacerdocio, de acuerdo con lo que se lee en Mt 4,11: Se
acercaron los ángeles y le servían. Con todo, desde el punto de
vista de su pasibilidad, hecho un poco menor que los ángeles,
como dice el Apóstol en Heb 2,9. Y, en este aspecto, fue semejante a
los hombres viadores revestidos del sacerdocio.
2. Como escribe el Damasceno en
el libro III, lo que es enteramente semejante, es
también idéntico, y no un simple ejemplo. Así pues, por ser el
sacerdocio de la antigua ley una figura del sacerdocio de Cristo, no
quiso éste nacer de la estirpe de los sacerdotes figurativos, para que
quedase claro que su sacerdocio no era enteramente idéntico, sino que
difería de aquél como la verdad de la figura.
3. Como antes hemos expuesto (
q.7 a.7 ad 1;
a.10), los demás hombres poseen parcialmente determinadas
gracias; en cambio, Cristo, como cabeza de todos, tiene la plenitud de
todas las gracias. Y por eso, en cuanto a los hombres se refiere, uno
es legislador, otro sacerdote, y otro rey; pero todas estas funciones
tienen lugar a un mismo tiempo en Cristo, como en la fuente de todas
las gracias. De ahí que se diga en Is 33,22:
El Señor, nuestro
juez; el Señor, nuestro legislador; el Señor, nuestro rey, vendrá y
nos salvará.
Artículo 2:
¿Fue Cristo sacerdote y victima a la vez?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no fue a la vez sacerdote y
víctima.
1. Corresponde al sacerdote matar la víctima. Pero Cristo no se mató
a sí mismo. Luego Cristo no fue a la vez sacerdote y
víctima.
2. El sacerdocio de Cristo se parece más al sacerdocio de
los judíos, que fue instituido por Dios, que al sacerdocio de los
gentiles, con el que se daba culto a los demonios. Pero en la ley
antigua nunca se ofrecía en sacrificio un hombre. Tal práctica es
recriminada en grado sumo en los sacrificios de los gentiles, según
palabras de Sal 105,38: Derramaron la sangre inocente de sus hijos
y de sus hijas, sacrificándolos a los ídolos de Canaán. Luego en
el sacerdocio de Cristo no debió ser la víctima el propio Cristo en
cuanto hombre.
3. Toda víctima, por ser ofrecida a Dios, queda consagrada
a El. Pero la humanidad de Cristo fue consagrada y estuvo unida a Dios
desde el principio. Luego no puede decirse oportunamente que Cristo,
en cuanto hombre, fuera víctima.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Ef 5,2: Cristo nos amó y
se entregó por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de
suavidad.
Respondo: Como escribe Agustín en el libro X
De Civ. Dei, todo sacrificio visible es el sacramento,
es decir, el signo del sacrificio invisible. Y es sacrificio
invisible aquel por el que el hombre ofrece a Dios su propio espíritu,
conforme a las palabras de Sal 50,19:
Es sacrificio para Dios el
espíritu contrito. Por eso, todo lo que es ofrecido a Dios para
que el espíritu del hombre sea llevado hacia Él, puede llamarse
sacrificio.
Así pues, el hombre necesita del sacrificio por tres motivos:
primero, para la remisión del pecado, que le aparta de Dios. Y por eso
dice el Apóstol en Heb 5,1 que concierne al sacerdote ofrecer dones
y sacrificios por los pecados. Segundo, para que el hombre se
conserve en estado de gracia, unido siempre a Dios, en quien consiste
su paz y su salvación. De ahí que, en la ley antigua, se sacrificase
una víctima pacífica por la salvación de los oferentes, como se lee en
Lev 3. Tercero, para que el alma del hombre se una perfectamente a
Dios, lo que acontecerá sobre todo en la gloria. Por
eso, en la ley antigua, se ofrecía el holocausto, a modo de combustión total, como se dice en Lev 1.
Ahora bien, todos estos beneficios se han verificado en nosotros por
medio de la humanidad de Cristo. Pues, efectivamente: primero, fueron
borrados nuestros pecados, según las palabras de Rom 4,25: Fue
entregado por nuestros pecados. Segundo, por él recibimos la
gracia que nos salva, conforme a Heb 5,9: Fue hecho causa de salud
eterna para todos los que le obedecen. Tercero, por él hemos
logrado la perfección de la gloria, como se lee en Heb 10,19: Tenemos confianza, en virtud de su sangre, de entrar en el lugar de
los santos, es decir, en la gloria celestial. Y por eso el propio
Cristo, en cuanto hombre, no sólo fue sacerdote, sino también víctima
perfecta, siendo a la vez víctima por el pecado, hostia pacífica y
holocausto.
A las objeciones:
1. Cristo no se mató, sino que se
expuso voluntariamente a la muerte, conforme a las palabras de Is
53,7: Se ofreció porque quiso. Y por eso se dice que se ofreció
a sí mismo.
2. La muerte de Cristo puede
relacionarse con una doble voluntad. En primer lugar, con la voluntad
de los que le mataron. En este sentido no tuvo la condición de
víctima, pues no es posible decir que quienes mataron a Cristo hayan
ofrecido a Dios una víctima, sino que pecaron gravemente. Los
sacrificios impíos de los gentiles eran imagen de este pecado, porque
sacrificaban hombres a sus ídolos. En segundo lugar, la muerte de
Cristo puede considerarse en comparación con la voluntad del paciente,
que se ofreció voluntariamente a la pasión. Y, bajo este aspecto,
tiene razón de víctima, y no guarda semejanza con los sacrificios de
los gentiles.
3. La santidad inicial de la
humanidad de Cristo no impide que la misma naturaleza humana, ofrecida
a Dios en la pasión, haya sido santificada de una nueva manera, a
saber, como hostia ofrecida actualmente, pues entonces adquirió la
santificación actual de la víctima en virtud de la antigua caridad y
por la gracia de unión, que lo santificó de modo absoluto.
Artículo 3:
La expiación de los pecados, ¿es efecto del sacerdocio de
Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que la expiación de los pecados no es
efecto del sacerdocio de Cristo.
1. Borrar los pecados es competencia exclusiva de Dios, conforme a lo
que se dice en Is 43,25: Soy yo quien borro tus pecados por amor de
mí mismo. Ahora bien, Cristo no es sacerdote en cuanto Dios, sino
en cuanto hombre. Luego el sacerdocio de Cristo no es apto para expiar
los pecados.
2. Escribe el Apóstol, en Heb 10,1-3, que los sacrificios
del Antiguo Testamento no pudieron hacer perfectos a los oferentes;
de otro modo, hubieran dejado de ofrecerlos, porque, una vez
purificados suficientemente, no tendrían conciencia alguna de pecado;
pero en tales sacrificios se hacía cada año memoria de los
pecados. Ahora bien, bajo el sacerdocio de Cristo se hace del
mismo modo conmemoración de los pecados, cuando se dice: Perdona
nuestros pecados (Mt 6,12). Además, también continuamente se
ofrece el sacrificio en la Iglesia; por lo que en el v.ll se añade: Danos hoy nuestro pan de cada día. Luego los pecados no son
expiados por el sacerdocio de Cristo.
3. En la antigua ley se inmolaba, en especial, un macho
cabrío por el pecado de un jefe, una cabra por el pecado de un miembro
del pueblo y un ternero por el pecado de un sacerdote, como es claro
por Lev 4,3.23.28. Pero Cristo no es comparado con ninguno de esos
animales, sino con el cordero, según palabras de Jer 11,19: Era yo
como manso cordero que es llevado al matadero. Luego parece que su
sacerdocio no tiene por finalidad expiar los pecados.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Heb 9,14: La sangre de
Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo inmaculado a
Dios, limpiará nuestras conciencias de las obras muertas, para que
sirvamos al Dios vivo. Ahora bien, se llama obras muertas a los
pecados. Luego el sacerdocio de Cristo tiene poder para limpiar de los
pecados.
Respondo: Para la purificación perfecta de los
pecados se requieren dos cosas, en correspondencia con
los dos elementos que se dan en el pecado, a saber: la mancha de la
culpa y el reato de la pena. La mancha de la culpa se borra por medio
de la gracia, que hace volver a Dios el corazón del hombre; y el reato
de la pena es totalmente destruido cuando el hombre satisface a Dios.
Ahora bien, el sacerdocio de Cristo produce estos dos efectos.
Efectivamente, en virtud del mismo se nos otorga la gracia, mediante
la cual nuestros corazones se vuelven a Dios, según las palabras de
Rom 3,24-25: Justificados gratuitamente por su gracia, por la
redención que se realiza en Cristo Jesús, a quien puso Dios como
intercesor por la fe en su sangre. El también satisfizo plenamente
por nosotros, en cuanto que llevó nuestras enfermedades y cargó con
nuestros dolores (Is 53,4). Por lo que resulta evidente que el
sacerdocio de Cristo tiene pleno poder para expiar los
pecados.
A las objeciones:
1. Aunque Cristo no fue sacerdote
en cuanto Dios, sino en cuanto hombre, sin embargo una misma y única
persona fue sacerdote y Dios. Por eso dice el Concilio de
Efeso: Si alguno sostuviera que nuestro Pontífice y
Apóstol no es el mismo Verbo de Dios, sino que lo es otro distinto de
él, especialmente una persona humana, sea anatema. Y por eso, al
actuar su humanidad con el poder de la divinidad, su sacrificio era
eficacísimo para borrar los pecados. Por este motivo escribe Agustín
en el libro IV De Trin.: Como en todo
sacrificio han de tenerse en cuenta cuatro cosas: a quién se ofrece,
quién lo ofrece, qué se ofrece, por quiénes se ofrece, el mismo único
y verdadero mediador, reconciliándonos con Dios por el sacrificio de
la paz continuaba siendo uno con aquel a quien lo ofrecía, hacía en sí
mismo una sola cosa de aquellos por quienes lo ofrecía, era uno mismo
el que ofrecía, y era una sola cosa con lo que ofrecía.
2. En la nueva ley los pecados no
se recuerdan a causa de la ineficacia del sacerdocio de Cristo, como
si por medio de él no fuesen suficientemente expiados los pecados;
sino que se recuerdan en cuanto a aquellos que: o no quieren ser
partícipes de su sacrificio, como sucede con los infieles, por los que
rezamos para que se conviertan; o también en cuanto a aquellos que,
después de haber participado en este sacrificio, se apartan de
cualquier modo de él pecando.
El sacrificio que se ofrece diariamente en la Iglesia no es distinto
del que ofreció el propio Cristo, sino que es una conmemoración del
mismo. Por eso dice Agustín en el libro X De Civ. Dei: El sacerdote que ofrece es el propio Cristo, y también
él mismo es la ofrenda. El ha querido que el sacrificio de la Iglesia
sea el sacramento diario de esas realidades.
3. Como recuerda Orígenes, In
Ioann., aunque en la ley antigua se ofreciesen
diversos animales, el sacrificio diario, que se ofrecía por la mañana
y por la tarde, era, sin embargo, un cordero, como se lee en Núm
28,3-4. Por eso se daba a entender que la oblación del cordero, es
decir, de Cristo, sería el sacrificio que consumase todos los demás. Y
por eso mismo se dice en Jn 1,36: He ahí el cordero de Dios, he ahí
el que quita los pecados del mundo.
Artículo 4:
El efecto del sacerdocio de Cristo, ¿se extendió sólo a los demás, o
también a él mismo?
lat
Objeciones por las que parece que el efecto del sacerdocio de Cristo
no se extendió sólo a los demás, sino también a él
mismo.
1. Rogar por el pueblo concierne al oficio del sacerdote, conforme a
las palabras del 2 Mac 1,23:
Mientras se consumía el sacrificio,
oraban los sacerdotes. Ahora bien, Cristo no oró solamente por los
demás, sino también por sí mismo, como antes hemos dicho (
q.21 a.3), y
como se escribe en Heb 5,7:
Ofreció en los días de su vida mortal
oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era
poderoso para salvarle de la muerte. Luego el sacerdocio de Cristo
tuvo efectos no solamente sobre los demás, sino también sobre él
mismo.
2. Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio en su
pasión. Pero con su pasión no mereció sólo para los demás, sino
también para sí mismo, como antes queda dicho (
q.19 a.3 y
4). Luego el
sacerdocio de Cristo no influyó sólo en los demás, sino también en él
mismo.
3. El sacerdocio de la ley antigua fue figura del
sacerdocio de Cristo. Pero el sacerdote de la antigua ley ofrecía el
sacrificio no sólo por los demás, sino también por sí mismo, pues en
Lev 16,17 se dice que el sumo sacerdote entra en el santuario para
orar por sí, por su casa y por todo el pueblo de Israel. Luego el
sacerdocio de Cristo no sólo tuvo efecto sobre los demás, sino también
sobre sí mismo.
Contra esto: está lo que se lee en el Concilio de Efeso: Si alguno dice que Cristo ofreció la oblación por sí mismo, y no
más bien por nosotros solos (puesto que no necesitó de sacrificio
quien no conoció el pecado), sea anatema. Ahora bien, el oficio
del sacerdote consiste sobre todo en ofrecer el sacrificio. Luego el
sacerdocio de Cristo no tuvo efecto sobre él mismo.
Respondo: Como queda expuesto (
a.1), el
sacerdote es constituido mediador entre Dios y el pueblo. Y necesita
de un mediador ante Dios aquel que no puede llegar hasta El por su
propia virtud; y un sujeto de esa naturaleza está sometido al
sacerdocio al participar del efecto del mismo. Pero esto no
corresponde a Cristo, pues dice el Apóstol en Heb 7,25:
Se acerca a
Dios por sí mismo, viviendo eternamente, para interceder por
nosotros. Y por eso no corresponde a Cristo recibir en sí mismo el
efecto de su sacerdocio, sino, más bien, comunicarlo a los demás. En
cualquier género de cosas, el primer agente influye de tal modo que él
no es receptor de nada dentro de ese género; así, el sol ilumina, pero
no es iluminado, y el fuego calienta, pero no es calentado. Ahora
bien, Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la
ley antigua era una figura de El, y el sacerdote de la nueva ley actúa
en representación de Cristo, conforme a lo que se lee en 2 Cor
2,10:
Pues también yo, lo que he perdonado, si he perdonado algo en
atención a vosotros, lo he hecho en representación de Cristo. Y,
por eso, no le corresponde a Cristo recibir el efecto de su
sacerdocio.
A las objeciones:
1. La oración, aunque compete a los
sacerdotes, no es, sin embargo, un acto propio de su oficio, puesto
que a cada uno de los hombres le corresponde orar por sí mismo y por
los demás, conforme a las palabras de Sant 5,16:
Orad unos por
otros para que os salvéis. Y, en este sentido, podría decirse que
la oración que Cristo hizo por sí mismo no era un acto de su
sacerdocio.
Pero tal respuesta parece quedar excluida por el Apóstol, quien,
después de haber dicho, en Heb 5,6, tú eres sacerdote para siempre
según el orden de Melquisedec, añade en el v.7: que en los días
de su vida mortal ofreció oraciones, etcétera, como antes hemos
recordado (en la sol.). Y, de este modo, parece que la oración que
Cristo practicó no pertenece a su sacerdocio. Por eso es necesario
decir que los demás sacerdotes participan del efecto de su propio
sacerdocio no en cuanto sacerdotes, sino en cuanto pecadores, como
diremos luego (ad 3). Pero Cristo, hablando en absoluto, no tuvo
pecado, aunque sí tuvo una semejanza de carne de pecado, como
se dice en Rom 8,3. Y, por este motivo, no puede decirse de modo
absoluto que él mismo participó del efecto de su sacerdocio, sino sólo
de forma relativa, es decir, según la pasibilidad de su carne. Por lo
que dice claramente: El que podía salvarle de la muerte (Heb
5,7).
2. En la oblación del sacrificio
de cualquier sacerdote pueden considerarse dos cosas, a saber: el
mismo sacrificio ofrecido y la devoción del oferente. El efecto propio
del sacerdocio es lo que resulta del mismo sacrificio. Pero Cristo
alcanzó por su pasión [la gloria de la resurrección], no como por
virtud del sacrificio, que se ofrece a modo de satisfacción, sino por
la devoción con que sufrió humildemente, y por caridad, la
pasión.
3. La figura no puede igualar a la
realidad. Por eso el sacerdote representativo de la
ley antigua no podía lograr una perfección de tal categoría que no
necesitase el sacrificio satisfactorio. Pero Cristo no tuvo esa
necesidad. Por tanto, el motivo no es semejante en uno y otro caso. Y
esto es lo que dice el Apóstol en Heb 7,28: La Ley hizo sacerdotes
a hombres sujetos a la debilidad; pero la palabra del juramento, que
viene después de la Ley, hizo al Hijo perfecto para toda la
eternidad.
Artículo 5:
El sacerdocio de Cristo, ¿es eterno?
lat
Objeciones por las que parece que el sacerdocio de Cristo no persiste
por toda la eternidad.
1. Como acabamos de decir (
a.4 ad 1 y
3), solamente necesitan del
efecto del sacerdocio aquellos que están sujetos a la debilidad del
pecado, que puede ser expiada por el sacrificio del sacerdote. Pero
esta situación no será eterna, porque en los santos no existirá
flaqueza alguna, conforme a las palabras de Is 60,21:
Tu pueblo
estará íntegramente formado por santos; y, por otro lado, el
defecto de los pecados no podrá perdonarse, puesto que
en el
infierno no hay redención alguna. Luego el sacerdocio de Cristo no
es eterno.
2. El sacerdocio de Cristo tuvo su manifestación más
esplendorosa en su pasión y muerte, cuando entró en el santuario
por su propia sangre, como se dice en Heb 9,12. Pero la pasión y
la muerte de Cristo no serán eternas, pues, como se escribe en Rom
6,9: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere.
Luego el sacerdocio de Cristo no es eterno.
3. Cristo es sacerdote no en cuanto Dios, sino en cuanto
hombre. Pero Cristo no fue hombre en una ocasión, a saber, en los tres
días de su muerte. Luego el sacerdocio de Cristo no es
eterno.
Contra esto: está lo que se dice en Sal 109,4: Tú eres sacerdote para
siempre.
Respondo: En el sacrificio del sacerdote pueden
considerarse dos cosas: primero, la oblación del sacrificio; segundo,
la consumación del mismo, que consiste en que consiguen el fin del
sacrificio aquellos por quienes se ofrece. Pero el fin del sacrificio
ofrecido por Cristo no fueron los bienes temporales, sino los eternos,
que alcanzamos por su muerte, por lo que se dice en Heb 9,11 que Cristo está constituido pontífice de los bienes futuros. Por este
motivo se dice que el sacerdocio de Cristo es eterno. Y esta
consumación del sacrificio de Cristo estaba prefigurada en el hecho de
que el sumo sacerdote de la ley antigua entraba, una vez al año, en el
lugar santísimo con la sangre de un macho cabrío y de un novillo, como
se dice en Lev 16,11-15, aunque no inmolaba tales animales dentro del
lugar santísimo, sino fuera. Del mismo modo entró Cristo en el lugar santísimo, esto es, en el mismo cielo, y nos preparó el
camino para entrar por la virtud de su sangre, que derramó por
nosotros en la tierra.
A las objeciones:
1. Los santos que estarán en el
cielo no necesitarán más ser purificados por el sacerdocio de Cristo;
pero, una vez purificados, tendrán necesidad de ser perfeccionados por
Cristo, del que depende su gloria. Como se dice en Ap 21,23: La
claridad de Dios la ilumina, es a saber, la ciudad de los
santos, y su lumbrera es el Cordero.
2. Aunque la pasión y la muerte de
Cristo no han de repetirse en adelante, la virtud de aquella víctima
permanece, sin embargo, por toda la eternidad porque, como se dice en
Heb 10,14, con una sola oblación perfeccionó para siempre a los
santificados.
3. Con esto queda resuelta también
la tercera objeción.
La unidad de esta oblación estaba figurada en la ley por el hecho de
que el sumo sacerdote entraba una vez al año en el santuario en
ocasión de la ofrenda solemne de la sangre, como se dice en Lev 16,11.
Pero la figura se separaba de la verdad en que aquella ofrenda no
tenía una virtud perpetua, y por eso era necesario repetir cada año
aquellas ofrendas.
Artículo 6:
El sacerdocio de Cristo, ¿fue según el orden de Melquisedec?
lat
Objeciones por las que parece que el sacerdocio de Cristo no fue
según el orden de Melquisedec.
1. Cristo es la fuente de todo sacerdocio, por ser el sacerdote
principal. Ahora bien, lo que es principal no sigue el
orden de los demás, sino que los demás siguen el orden de aquél. Luego
Cristo no debe llamarse sacerdote según el orden de
Melquisedec.
2. El sacerdocio de la ley antigua se aproximó más al
sacerdocio de Cristo que el sacerdocio anterior a la ley. Ahora bien,
los sacramentos tanto más claramente significaban a Cristo cuanto más
cercanos estaban a El, como es claro por lo dicho en la
Segunda
Parte (
2-2 q.1 a.7 sedcontra;
q.2 a.7). Luego el
sacerdocio de Cristo más bien debe denominarse según el sacerdocio
legal que según el sacerdocio de Melquisedec, porque éste fue anterior
a la ley.
3. En Heb 7,2-3 se dice que Es rey de paz sin padre,
sin madre, sin genealogía; y sin tener principio en sus días ni fin en
su vida. Todo lo cual conviene exclusivamente al Hijo de Dios.
Luego Cristo no debe llamarse sacerdote según el orden de Melquisedec
como de algún otro orden; debe llamarse sacerdote según su propio
orden.
Contra esto: está lo que se dice en Sal 109,4: Tú eres sacerdote para
siempre según el orden de Melquisedec.
Respondo: Como antes hemos expuesto (
a.4 ad 3),
el sacerdocio legal fue figura del sacerdocio de Cristo, pero no en
conformidad perfecta con la verdad, sino de un modo muy distanciado de
la misma: ya porque el sacerdocio de la ley antigua no purificaba de
los pecados; ya porque no era eterno, como lo es el sacerdocio de
Cristo. Pero la excelencia del sacerdocio de Cristo con relación al
sacerdocio levítico fue representada por el sacerdocio de Melquisedec,
que recibió los diezmos de Abrahán (Gen 14,20), en el cual, de alguna
manera, el propio sacerdocio legal cumplió con la obligación de los
diezmos. Y por eso, debido a la excelencia del verdadero sacerdocio
con relación al sacerdocio figurativo de la ley, se dice que el
sacerdocio de Cristo es según el orden de Melquisedec.
A las objeciones:
1. No se afirma que Cristo sea
sacerdote según el orden de Melquisedec como si éste fuera el
sacerdote principal, sino en el sentido de que prefiguraba la
excelencia del sacerdocio de Cristo con relación al sacerdocio
levítico.
2. En el sacerdocio de Cristo
podemos considerar dos cosas, a saber: la misma oblación de Cristo, y
la participación en ésta. Por lo que se refiere a la oblación, el
sacerdocio legal simbolizaba con más fuerza el sacrificio de Cristo,
por el derramamiento de la sangre, que el sacerdocio de Melquisedec,
en el que no se derramaba sangre. En cambio, por lo que atañe a la
participación en ese sacrificio y en sus efectos, en lo que se centra
principalmente la excelencia del sacrificio de Cristo con relación al
sacerdocio legal, el de Melquisedec lo prefiguraba más claramente,
porque su ofrenda consistía en pan y vino, que significaban, como dice
Agustín, la unidad de la Iglesia, producida por la
participación en el sacrificio de Cristo. Por eso, también en la ley
nueva el verdadero sacrificio de Cristo se comunica a los fieles bajo
las especies de pan y vino.
3. Melquisedec es presentado sin padre, sin madre y sin genealogía, y sin tener principio en
sus días ni fin en su vida, no porque no tuviera realmente todo
eso, sino porque la sagrada Escritura lo silencia. Y por eso mismo,
como dice el Apóstol en el pasaje citado, se asemejó al Hijo de
Dios, que, en cuanto hombre, no tiene padre, y, en cuanto Dios,
carece de madre y de genealogía, conforme a estas palabras de Is
53,8: ¿Quién será capaz de contar su generación?; y bajo este
mismo aspecto tampoco tiene principio ni fin.