Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 171
La profecía
Después de haber tratado de cada una de las virtudes y vicios pertenecientes a todas las condiciones y estados del hombre, vamos a estudiar ahora los que pertenecen especialmente a algunos hombres. Existe una triple diferencia entre los hombres por razón de los hábitos y actos del alma racional. La primera proviene de las gracias gratis dadas, ya que, como se dice en 1 Cor 12,4ss, hay división de gracias, y a uno se le da, por el Espíritu, la palabra de sabiduría, a otro la palabra de ciencia, etcétera. La segunda diferencia se toma de los diversos géneros de vida, es decir, activa y contemplativa (q.179), que se distinguen por los diversos ejercicios en que cada uno se ocupa. Por eso, en el mismo pasaje (v.6), se dice que hay diversidad de operaciones. En efecto, son distintas las actividades de Marta, que se preocupaba y andaba afanosa en los oficios de la casa, lo cual pertenece a la vida activa, y las de María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras, lo cual pertenece a la vida contemplativa, tal como leemos en Lc 10,39ss. La tercera diferencia se toma de los diversos oficios y estados (q.183), conforme a lo que se dice en Ef 4,11: Y El constituyó a los unos apóstoles, a los otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores. Esto pertenece a los diversos ministerios, de los cuales se dice en 1 Cor 12,5: Hay diversidad de ministerios.

Sobre las gracias gratis dadas, de las que hablamos en primer lugar, hay que tener en cuenta que algunas pertenecen al conocimiento, otras a la locución (q.176) y otras a la operación (q.178). Pero todo lo referente al conocimiento puede englobarse bajo el nombre de profecía, ya que la revelación profética se extiende no sólo a los sucesos futuros de los hombres, sino también a las cosas divinas, tanto por parte de las cosas que se proponen a todos para que las crean, y que pertenecen a la fe, como de los misterios más altos para los más perfectos, que pertenecen a la sabiduría. Existe también la revelación profética de cosas pertenecientes a las sustancias espirituales que nos llevan al bien o al mal, y que pertenece a la discreción de espíritus. Y se extiende también a la dirección de los actos humanos, que incumbe a la ciencia, como veremos más adelante (a.3). Por eso hemos de tratar primeramente de la profecía y del rapto (q.175), que es un grado de la misma.

Sobre la profecía debemos considerar cuatro materias: su esencia, la causa de la misma (q.172), el modo del conocimiento profético (q.173) y la división de la profecía (q.174).

Sobre lo primero se plantean seis preguntas:

  1. ¿Pertenece la profecía al conocimiento?
  2. ¿Es la profecía un hábito?
  3. ¿Se refiere exclusivamente a los futuros contingentes?
  4. ¿Conoce el profeta todo cuanto es objeto de la profecía?
  5. ¿Distingue el profeta lo que entiende por el don de profecía de lo que entiende naturalmente?
  6. ¿Cabe error en la profecía?
Artículo 1: ¿Pertenece la profecía al conocimiento? lat
Objeciones por las que parece que la profecía no pertenece al conocimiento.
1. En Eclo 48,14 se dice que el cadáver de Eliseo profetizó. Y más adelante, en 49,18, se dice de José que sus huesos fueron trasladados y profetizó después de muerto. Ahora bien: ni en el cuerpo ni en los huesos queda nada de conocimiento después de la muerte. Luego la profecía no pertenece al conocimiento.
2. Aún más: en 1 Cor se dice: El que profetiza habla a los hombres para su edificación. Pero la locución es efecto del conocimiento, no el conocimiento mismo. Por tanto, parece que la profecía no pertenece al conocimiento.
3. Toda perfección cognoscitiva excluye la necedad y la locura. Pero éstas pueden darse con la profecía, puesto que en Os 9,7 se dice: Sábete, Israel, que el profeta es un insensato y un loco. Luego la profecía no es una perfección cognoscitiva.
4. Del mismo modo que la revelación pertenece al entendimiento, parece que la inspiración pertenece al afecto, puesto que lleva consigo una moción. Pero, según Casiodoro, la profecía es inspiración o revelación. Luego parece que la profecía no es más propia del entendimiento que del afecto.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Re 9,9: El que hoy es llamado profeta se llamaba en otros tiempos vidente. Ahora bien: la visión pertenece al conocimiento. Luego la profecía pertenece al conocimiento.
Respondo: La profecía consiste principalmente en conocimiento, porque los profetas conocen cosas que están lejos del conocimiento humano. Por eso podemos decir que profeta se deriva de φανος, que significa aparición, ya que se les aparecen algunas cosas lejanas. De ahí que San Isidoro diga en sus Etymol.: En el Antiguo Testamento se llamaban videntes, porque veían lo que los demás no veían y contemplaban las cosas que estaban ocultas en el misterio. Y así los gentiles los llamaban vates, debido a la virtud de su mente.

Pero ya que, como se dice en 1 Cor 12,7, a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Y más adelante, en 14,12, se dice: Procurad abundar en ellos para edificación de la Iglesia. De lo cual se deduce que la profecía consiste, secundariamente, en una locución, en cuanto que los profetas anuncian, para edificación de los demás, las cosas que conocen por revelación de Dios, conforme a lo que se dice en Is 21,10: Os he anunciado lo que oí al Señor de los Ejércitos y Dios de Israel. Según esto, como dice San Isidoro en sus Etymol., pueden llamarse profetas como prae-fatores, es decir, que hablan de lejos y predicen verdades futuras.

Las cosas reveladas divinamente, y que están por encima del conocimiento humano, no pueden ser confirmadas por la razón humana, porque ésta no las alcanza sino por obra del poder divino, según lo que se dice en Mc 16,20: Ellos se fueron, predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor y confirmando su palabra con los signos consiguientes. De ahí que, en tercer lugar, pertenezca a la profecía la realización de milagros, como confirmación del anuncio profético. Por eso se dice en Dt 34,10-11: No ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahveh, ni en cuanto a las maravillas y portentos.

A las objeciones:
1. Los textos aducidos hablan de la profecía tomada en el tercer aspecto, que se ocupa de la comprobación de la misma.
2. El Apóstol, en el texto aducido, habla del anuncio profético.
3. Los que son tenidos por profetas locos y necios no son auténticos, sino falsos profetas, de los cuales se dice en Jer 23,16: No escuchéis lo que os profetizan los profetas: os engañan. Lo que os dicen son visiones suyas, no procede de la boca de Yahveh. Y en Ez 13,3 se dice también de ellos: Así dice el Señor: ¡Ay de los profetas insensatos que andan en su propio camino, sin haber visto nada!
4. En la profecía es preciso que la mente se eleve a la percepción de las cosas divinas. Por eso se dice en Ez 2,1: Hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte. Y esta elevación de la atención se realiza bajo la moción del Espíritu Santo. Por eso añade en el v.2: Y entró dentro de mí el Espíritu, que me puso en pie. Después de que la mente se ha elevado hacia lo alto, percibe las cosas divinas. Y así leemos a continuación: Y escuché al que hablaba. Por consiguiente, en la profecía se requiere inspiración en cuanto a la elevación de la mente, de acuerdo con lo que se dice en Job 32,8: La inspiración del Omnipotente da inteligencia. La revelación se requiere para la percepción divina, en lo cual consiste la perfección de la profecía, y mediante ella se corre el velo de la oscuridad y de la ignorancia, según lo que se dice en Job 12,22: El es quien revela lo oculto en las tinieblas.
Artículo 2: ¿Es la profecía un hábito? lat
Objeciones por las que parece que la profecía es un hábito.
1. Como se dice en II Ethic., hay tres cosas en el alma: potencias, pasiones y hábitos. Pero la profecía no es una potencia. Si lo fuera, se daría en todos los hombres, porque todos tienen potencias en su alma. Tampoco es una pasión, ya que las pasiones pertenecen a la potencia apetitiva, como dijimos antes (1-2 q.22 a.2), mientras que la profecía pertenece principalmente al conocimiento, como también ya quedó dicho (a.1). Luego la profecía es un hábito.
2. Toda perfección del alma que no está siempre en acto es un hábito. Ahora bien: la profecía es una perfección del alma que no está siempre en acto. De lo contrario, no podría decirse que el profeta está dormido. Luego parece que la profecía es un hábito.
3. La profecía se enumera entre las gracias gratis dadas. Pero la gracia es algo habitual en el alma, como ya dijimos (1-2 q.109 a.6.9; q.110 a.2). Por consiguiente, la profecía es un hábito.
Contra esto: está el hecho de que el hábito es algo con lo que uno obra cuando quiere, como dice el Comentarista en III De Anima. Pero hay quien no puede hacer uso de la profecía cuando quiere, como se nos cuenta en 4 Re 3,15 de Elíseo, que, habiéndole interrogado Josafat sobre un suceso futuro, y no teniendo entonces el espíritu de profecía, hizo llamar a un arpista para que el espíritu de profecía descendiera sobre él mediante la alabanza de la sabiduría y llenara su mente del conocimiento de las cosas futuras, como dice San Gregorio en Super Ez.. Luego la profecía no es un hábito.
Respondo: Como dice el Apóstol en Ef 5,13, cuanto se da a conocer es por la luz, porque, así como la manifestación de la visión corporal se hace mediante la luz corpórea, así la manifestación de la visión intelectual se hace mediante una luz intelectual. Luego es preciso que haya proporción entre la manifestación y la luz que la origina, como entre el efecto y la causa. Dado, pues, que la profecía pertenece al conocimiento que supera el orden natural, como ya dijimos (a.1), síguese que para la profecía se requiere una luz inteligible superior a toda luz de la razón natural. Por eso se dice en Miq 7,8: Cuando me halle sentado en las tinieblas, el Señor será mi luz. Ahora bien: la luz puede darse en alguien de dos modos: como una forma permanente, tal como se da la luz corpórea en el sol y en el fuego, y como una pasión o impresión transeúnte, como se da la luz en el aire. En cuanto a la luz profética, no está en la mente del profeta de un modo permanente. De lo contrario, el profeta estaría siempre profetizando, lo cual es falso, como dice San Gregorio en Super Ez: A veces carecen del espíritu de profecía, el cual no está siempre presente en su mente, de modo que, cuando no lo poseen, comprendan, por esto, que es un don de Dios cuando lo tienen. Por eso dijo Eliseo de la mujer de Sunam: Su alma está sumida en la tristeza, y el Señor me lo ocultó y no me lo dio a conocer. La razón de esto es que la luz intelectual que está en un sujeto de forma permanente y perfecta perfecciona el entendimiento principalmente con el conocimiento del principio de aquellas cosas que se dan a conocer mediante esa luz. Así, por la luz del entendimiento agente, el entendimiento conoce principalmente los primeros principios de todas las cosas que se conocen naturalmente. Ahora bien: el principio de las cosas pertenecientes al conocimiento sobrenatural, que se dan a conocer por la profecía, es el mismo Dios, al que los profetas no ven en su esencia. Pero lo ven en el cielo los bienaventurados, en los cuales esta luz está como una forma permanente y perfecta, según lo que se dice en el salmo 35,10: En tu luz veremos la luz.

Por tanto, la luz profética reside en el alma del profeta como una pasión o impresión pasajera. Esto es lo que se nos dice en Ex 33,22: Y cuando pase mi gloria te meteré en el hueco de la roca. Y en 3 Re 19,11 se dice a Elias: Sal fuera y ponte en el monte delante del Señor, porque va a pasar el Señor. De ahí que, así como el aire necesita siempre una nueva iluminación, así también la mente del profeta necesita una nueva revelación, como el discípulo que todavía no ha aprendido los principios del arte necesita ser instruido en cada caso. Por eso se dice en Is 50,4: Cada mañana despierta mis oídos, para que oiga como discípulo. Con este modo de hablar indica la profecía. Y así decimos que habló el Señor a tal o cual profeta, o que le fue dirigida la palabra del Señor, o que la mano del Señor se posó sobre él. Queda claro, así, que la profecía, propiamente hablando, no es un hábito.

A las objeciones:
1. Esa división del Filósofo no abarca todo lo que hay en el alma, sino las cosas que pueden ser principios de actos morales, que son, a veces, producidos por la pasión, otras veces por un hábito y otras por una potencia sola, como aparece claro en aquellos que, debido al juicio de la razón, realizan algo antes de poseer un hábito. Sin embargo, la profecía puede reducirse a pasión, tomando como pasión toda recepción, en el sentido en el que el Filósofo habla de ella en III De Anima, al escribir que el entender es una pasión. En efecto, de igual modo que, en el conocimiento natural, el entendimiento posible recibe la luz del entendimiento agente, también en el conocimiento profético el entendimiento humano recibe la ilustración de la luz divina.
2. Al igual que, en el orden humano, al desaparecer la pasión queda cierta disposición para volver a recibir lo mismo, como la leña que, una vez encendida, se enciende de nuevo más fácilmente, así también en el entendimiento del profeta, una vez que desaparece la ilustración actual, queda cierta disposición para recibir nuevamente la ilustración divina. Así es también como la mente, una vez movida a devoción, vuelve más fácilmente a ella. De ahí que San Agustín, en De Orando Deum, diga que es necesario orar con frecuencia para que no se apague del todo la devoción adquirida.

Puede decirse, no obstante, que uno es llamado profeta por su misión divina incluso cuando se ha terminado su actual ilustración profética, según lo que se dice en Jer 1,5: Te he constituido profeta para las gentes.

3. Todo don de la gracia eleva al hombre hacia algo superior a la naturaleza humana. Esto sucede de dos modos. En primer lugar, en cuanto a la sustancia del acto, como son el hacer milagros y el conocer las cosas inciertas y ocultas de la sabiduría divina. Para estos actos el hombre no recibe una gracia habitual. En segundo lugar, se dice que algo es superior a la naturaleza humana en cuanto al modo del acto, no en cuanto a la sustancia del mismo: el amar a Dios y conocerlo en el espejo de las criaturas. Para esto sí se da una gracia habitual.
Artículo 3: ¿Son los futuros contingentes el único objeto de la profecía? lat
Objeciones por las que parece que la profecía trata únicamente de los futuros contingentes.
1. Dice Casiodoro que la profecía es una inspiración y revelación divina que anuncia los sucesos de las cosas con verdad inconmovible. Pero los sucesos pertenecen a los futuros contingentes. Luego la revelación profética se ocupa sólo de los futuros contingentes.
2. La gracia de la profecía se distingue de la sabiduría y de la fe, las cuales tienen por objeto cosas divinas; de la discreción de espíritus, que trata de los espíritus creados, y de la ciencia, que trata de las cosas humanas, como aparece claramente en 1 Cor 12,8ss. Pero el hábito y el acto se distinguen por sus objetos, como es claro por lo que ya dijimos (1-2 q.18 a.5; q.54 a.2). Luego parece que la profecía no trata de ninguna de estas cosas y que, por consiguiente, su único objeto son los futuros contingentes.
3. La diversidad de objetos da lugar a diversidad de especies, como es evidente por lo dicho antes (1-2 q.18 a.5; q.54 a.2). Luego si una profecía se refiere a los futuros contingentes y otra profecía se ocupa de otras cosas, parece que no se trata de la misma especie de profecía.
Contra esto: está lo que dice San Gregorio en Super Ez.: que unas profecías se ocupan de lo futuro, como la que aparece en Is 7,14: he aquí que una virgen concebirá y dará a luz a un hijo; otras del pasado, como lo que se dice en Gén 1: en el principio creó Dios el cielo y la tierra; y otras del presente, como se dice en 1 Cor 14,24-25: Pero si profetizando todos entrare algún infiel o no iniciado, se sentirá argüido de todos, juzgado por todos. Por tanto, la profecía no tiene por único objeto los futuros contingentes.
Respondo: La manifestación hecha por medio de una luz puede extenderse a todas aquellas cosas que están sujetas a dicha luz. Así, la visión corporal se extiende a todos los colores, y el conocimiento natural se extiende a todas las cosas que están bajo la luz del entendimiento agente. Ahora bien: el conocimiento profético tiene lugar mediante una luz divina, con la que pueden conocerse todas las cosas, sean divinas o humanas, espirituales o corporales. Y así, la revelación profética se extiende a todas estas cosas. Por el ministerio de los espíritus celestes fue hecha la revelación de lo perteneciente a la excelencia de Dios y de los ángeles. Así se dice en Is 6,1: Vi al Señor sentado sobre un trono excelso y elevado. También se anuncian las cosas tocantes a los cuerpos naturales, según leemos en Is 40,12: ¿Quién midió las aguas con el hueco de la mano? También habla de las costumbres de los hombres, conforme a lo que leemos en Is 58,7: Parte tu pan con el hambriento. Y, finalmente, se refiere también a los sucesos futuros, según se dice en Is 47,9: Ambas cosas te vendrán juntas el mismo día: la esterilidad y la viudez.

Hay que tener en cuenta, no obstante, que, dado que la profecía tiene por objeto cosas que están lejos de nuestro conocimiento, una cosa será tanto más propia de la profecía cuanto más lejos esté del conocimiento humano. En esto distinguimos tres grados. El primero es el de las cosas que están lejos del conocimiento de un hombre en particular, bien se trate de conocimiento sensitivo o intelectual, pero no lejos del conocimiento de todos los hombres. Por ejemplo, uno conoce por medio de los sentidos las cosas que tiene a la vista, mientras que otro no las conoce porque están lejos de él. Así, Eliseo supo, proféticamente, lo que había hecho Giezi, su discípulo, en su ausencia, como se narra en 4 Re 5,26. De igual modo, incluso lo que uno sabe por demostración puede revelarse proféticamente a otro.

El segundo grado es el de aquellas cosas que están por encima del conocimiento de todos los hombres, no porque no sean cognoscibles en sí mismas, sino por la limitación del conocimiento humano, como sucede con el misterio de la Trinidad, que fue revelado por los serafines al decir: Santo, Santo, Santo, como leemos en Is 6,3.

El último grado es el de las cosas que están lejos del conocimiento de todos los hombres porque no son cognoscibles en sí mismas, como son los futuros contingentes, cuya verdad no está determinada. Y puesto que aquello que es universal y existe por sí mismo es más importante que lo que es particular y existe por razón de otro, por eso pertenece a la profecía principalmente la revelación de los sucesos futuros, de donde se toma el nombre de profecía. A este respecto dice San Gregorio, al comentar a Ezequiel: Dado que se llama profecía por el hecho de predecir las cosas futuras, cuando habla de cosas pasadas o presentes deja de serlo.

A las objeciones:
1. En la objeción se define la profecía por lo que significa propiamente el nombre de profecía.
2. Tomada así, la profecía se distingue de otras gracias gratis dadas. Con esto respondemos a la objeción segunda.

No obstante, puede decirse que todas las cosas que son objeto de profecía coinciden en no ser cognoscibles por el hombre sin una revelación divina. Por el contrario, las cosas que pertenecen a la sabiduría, a la ciencia y a la interpretación de la palabra pueden ser conocidas por la razón natural, si bien la ilustración de la luz divina las da a conocer de un modo más sublime. En cuanto a la fe, aunque su objeto lo constituyen cosas que el hombre no puede ver, no es propio de ella conocer las cosas que se creen, sino que el hombre asienta con certeza a aquello que otros conocen.

3. Lo formal en el conocimiento profético es la luz divina, cuya unidad da a la profecía la unidad de especie, aunque sean diversas las cosas que se dan a conocer proféticamente mediante la luz divina.
Artículo 4: ¿Conoce el profeta, por inspiración divina, todo cuanto se puede conocer proféticamente? lat
Objeciones por las que parece que el profeta conoce, por inspiración divina, todo cuanto puede conocerse proféticamente.
1. En Am 3,7 se dice: No hace nada el Señor Dios sin revelar su designio a sus siervos, los profetas. Ahora bien: todo cuanto es revelado proféticamente se refiere a obras ejecutadas por Dios. Por consiguiente, ninguna de estas obras deja de ser revelada a los profetas.
2. Las obras de Dios son perfectas, como se dice en Dt 32,4. Pero la profecía es una revelación divina, como dijimos (a.1 obj.4; a.3 obj.1). Luego es perfecta, y no lo sería si no fuera revelado al profeta todo cuanto puede ser objeto de profecía, ya que es perfecto aquello a lo que no falta nada, como se dice en III Physic.. Luego al profeta se le revela todo cuanto puede ser objeto de profecía.
3. La luz divina, que es causa de la profecía, es más fuerte que la luz de la razón natural, que da lugar a la ciencia humana. Ahora bien: el hombre que posee una ciencia conoce todo lo referente a ella. Así, el gramático conoce todo lo referente a la gramática. Por tanto, parece que el profeta ha de conocer todo lo que puede ser objeto de profecía.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio, quien dice, en el Comentario a Ezequiel, que a veces el espíritu de profecía da a conocer al profeta las cosas presentes y no las futuras, mientras que otras veces le da a conocer las futuras y no las presentes.
Respondo: No es preciso que cosas distintas se den juntamente, a no ser en algo común que las une y de lo cual dependen, como ya dijimos antes (1-2 q.65 a.1.2) sobre las virtudes: todas han de estar juntas por causa de la prudencia y de la caridad. Ahora bien: todas aquellas cosas que son consideradas por medio de un principio se hallan unidas en él y dependen también de él. Por eso, quien conoce perfectamente un principio en toda su virtualidad, conoce, a la vez, todas aquellas cosas cuyo conocimiento es posible mediante el mismo. Por el contrario, si se desconoce, o sólo se conoce parcialmente ese principio, ya no es necesario conocer todas las cosas por él, sino que cada una de ellas ha de darse a conocer por sí misma, y, por consiguiente, es posible conocer unas cosas e ignorar otras. Pero el principio mediante el cual se conocen las cosas manifestadas proféticamente por la luz divina es la verdad primera, que no es vista en sí misma por los profetas. Por eso no es preciso que conozcan todas las cosas que pueden alcanzarse mediante la profecía, sino que cada uno de ellos conoce algunas de ellas según la revelación especial que se le da de una cosa o de otra.
A las objeciones:
1. El Señor revela a los profetas todas las cosas necesarias para la instrucción del pueblo fiel; pero no a todos ellos, sino parte de ellas a unos y parte a otros.
2. La profecía puede considerarse como algo imperfecto en el orden de la revelación divina. Por eso en 1 Cor 13,8-9 se dice que las profecías se acabarán, y que profetizamos en parte, es decir, de un modo imperfecto. La perfección de la revelación divina se logrará en el cielo; de ahí que podamos leer a continuación (v.10): cuando llegue lo perfecto se acabará lo que es parcial. Por tanto, no es necesario que no se le escape nada al profeta, sino que no se le escape nada de aquello a lo que se ordena la profecía.
3. Quien posee una ciencia conoce los principios de la misma, de los cuales depende todo lo perteneciente a ella. Por ello, el que posee perfectamente el hábito de una ciencia conoce todo cuanto a ella pertenece. Pero mediante la profecía no se conoce en sí mismo el principio de todas las cosas que pueden conocerse mediante la profecía, puesto que es el mismo Dios. Por consiguiente, no vale la comparación.
Artículo 5: ¿Distingue el profeta, siempre, lo que dice por su cuenta y lo que dice movido por el espíritu profético? lat
Objeciones por las que parece que el profeta distingue siempre lo que dice movido por su propio espíritu de lo que dice por el espíritu de profecía.
1. Según atestigua San Agustín en VI Confess., su madre decía que ella podía distinguir, por no sé qué gusto que no podía explicar con palabras, la diferencia entre las revelaciones de Dios y los sueños de su alma. Ahora bien: la profecía es una revelación divina, según dijimos antes (a.1 obj.4; a.3 obj.1). Luego el profeta distingue siempre entre lo que dice por espíritu profético y lo que dice por espíritu propio.
2. Dios no manda nada imposible, según dice San Jerónimo. Pero, según leemos en Jer 23,28, se manda a los profetas: El profeta que tenga un sueño, que lo cuente como sueño; el que reciba palabra mía, que pregone fielmente mi palabra. Por tanto, el profeta distingue siempre entre lo que dice por el espíritu profético y lo que dice por su propio espíritu.
3. La certeza proporcionada por la luz divina es mayor que la que proporciona la luz de la razón natural. Pero aquel que posee una ciencia mediante la luz de la razón natural sabe ciertamente que la posee. Luego el que posee la profecía mediante la luz divina estará mucho más seguro de que la posee.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio, quien escribe en el Comentario a Ez.: Conviene tener en cuenta que, a veces, los santos profetas, cuando se les consulta, dada la gran práctica que tienen de profetizar, dicen cosas por espíritu propio y creen que están hablando bajo el espíritu profético.
Respondo: La mente del profeta es ilustrada por Dios de un doble modo: mediante una revelación expresa y mediante cierto instinto, que, a veces, recibe la mente humana sin saberlo, tal como dice San Agustín en II Super Gen. ad litt.. Por consiguiente, el profeta posee máxima certeza sobre cosas que conoce expresamente por el espíritu profético y está seguro de las que ha recibido por revelación divina. Por eso se dice en Jer 26,15: El Señor me ha enviado en verdad a vosotros, para que hiciera llegar a vuestros oídos todas estas palabras. De lo contrario, si el mismo profeta no tuviera certeza, dejaría de ser cierta la fe que se basa en la enseñanza de los profetas. Pero tenemos un ejemplo de la certeza profética en el hecho de que Abrám, avisado en una visión profética, se dispuso a inmolar a su unigénito, lo cual no habría hecho si no hubiera estado sumamente seguro de la revelación divina.

En cuanto a las cosas que conoce por instinto, a veces es incapaz de distinguir adecuadamente si las ha pensado por instinto divino o por su propio espíritu, puesto que no todo lo que conocemos por espíritu divino se nos manifiesta con certeza profética, porque ese instinto es algo imperfecto en el orden de la profecía. Así hay que entender las palabras de San Gregorio. Sin embargo, para que no puedan incurrir en error, advertidos pronto por el Espíritu Santo, reciben de El la verdad y se corrigen a sí mismos por haber dicho cosas falsas, como dice San Gregorio más adelante.

A las objeciones: Las primeras se basan en las cosas recibidas por el espíritu profético. Por ello son manifiestas las respuestas a todas las objeciones.
Artículo 6: ¿Pueden ser falsas las cosas que se conocen o anuncian proféticamente? lat
Objeciones por las que parece que las cosas conocidas o anunciadas proféticamente pueden ser falsas.
1. La profecía tiene por objeto futuros contingentes, como dijimos antes (a.3). Pero éstos pueden no suceder, ya que, de lo contrario, sucederían necesariamente. Luego cabe el error en la profecía.
2. Isaías anunció proféticamente a Ezequías al decirle (Is 38,1): Dispón de tu casa, porque vas a morir, no curarás. Sin embargo, se le concedieron luego quince años más, como leemos en 4 Re 20,6 y en Is 38,5. Igualmente, dice el Señor en Jer 18,7-8: De pronto decidiré yo arrancar, destruir y hacer perecer a un pueblo y a un reino. Pero si este pueblo se convierte, arrepentido de las maldades por las que yo le he amenazado, también yo me arrepiento de las maldades que había determinado hacerle. Esto aparece también en el caso de los ninivitas, según se dice en Jon 3,10: El Señor se arrepintió del mal que les dijo que había de hacerles, y no lo hizo. Luego la profecía puede estar sujeta a error.
3. Toda proposición condicional, si el antecedente es absolutamente necesario, tiene también un consiguiente necesario, ya que existe entre uno y otro la misma relación que entre la conclusión y las premisas en el silogismo, y de premisas necesarias no puede deducirse sino una conclusión necesaria, como se demuestra en I Posteriorum. Ahora bien: si la profecía no pudiera estar sujeta a error, se seguiría que es cierta esta proposición: Si una cosa está profetizada, sucederá, ya que el antecedente es absolutamente necesario por ser de algo pasado, y lo será, también, el consiguiente. Pero, de ser esto cierto, la profecía dejaría de referirse a hechos contingentes. Luego es falso que la profecía no pueda estar sometida a error.
Contra esto: está el testimonio de Casiodoro, según el cual la profecía es la inspiración o revelación divina que anuncia con verdad inmutable los acontecimientos de las cosas. Ahora bien: no podría ser inmutable una verdad si la profecía pudiera estar sometida a error. Luego no cabe error en ella.
Respondo: Como se deduce de lo ya dicho (a.2), la profecía es un conocimiento intelectual impreso en la mente del profeta a modo de enseñanza por la revelación divina. Ahora bien: la verdad del conocimiento en la mente del discípulo es idéntica a la que existe en la mente del maestro, de igual modo que, en el orden natural, la forma del engendrado es una semejanza con la del que engendra. En este sentido dice también San Jerónimo que la profecía es un signo de la presciencia divina. Por eso conviene que sean la misma verdad la del conocimiento profético y la de la enunciación debida del conocimiento divino, en el cual no cabe error, como vimos en la Primera Parte (q.16 a.8). Por consiguiente, en la profecía no cabe error.
A las objeciones:
1. Como ya vimos en la Primera Parte (q.14 a.13), la certeza de la presciencia divina no excluye la contingencia de cada uno de los futuros, porque se refiere a ellos como presentes y determinados ad unum. Por eso también la profecía, que es una semejanza de la presciencia divina impresa en la mente del profeta o un signo de la misma, no excluye, en su verdad inconmutable, la contingencia de los futuros.
2. La presciencia divina mira los futuros de dos modos: considerados en sí mismos, en cuanto que los ve como presentes, y en sus causas, en cuanto que considera el orden de la causa a los efectos. Y si bien, en cuanto futuros, están determinados ad unum, no lo están si se les considera en sus causas, dado que las cosas pueden suceder de otro modo. Y aunque estos dos modos de conocer están siempre unidos en el conocimiento divino, no lo están siempre en la revelación profética, porque la impresión del agente no siempre alcanza toda la virtualidad de éste. De ahí que, a veces, la revelación profética sea una semejanza impresa de la presciencia divina en cuanto que considera los futuros contingentes en sí mismos. En ese caso, los hechos suceden tal como han sido profetizados, como con el texto de Is 7,14: He aquí que una virgen concebirá. Pero otras veces la revelación profética es una semejanza impresa de la presciencia divina en cuanto que conoce el orden de las causas a los efectos, y entonces los hechos no suceden tal como han sido profetizados. Ello no obstante, no quiere decir que haya falsedad en la profecía, ya que el sentido de la profecía es que la disposición de las causas inferiores, sean naturales o actos humanos, es tal que lo anunciado haya de suceder. En este sentido hay que entender las palabras de Isaías: Morirás y no sanarás. Es decir, la disposición de tu cuerpo acabará con la muerte; al igual que las palabras de Jon 3,4: Dentro de cuarenta días Nínive será destruida, es decir, sus méritos exigen que sea destruida. Y se dice que Dios se arrepintió, de un modo metafórico, en cuanto que se comporta como uno que se arrepiente, es decir, cambia la sentencia, aunque no muda el consejo.
3. Son una misma la verdad de la profecía y la de la presciencia divina, según dijimos antes (In corp.). De este modo es verdadera la condicional: si algo está profetizado, sucederá, del mismo modo que esta otra: si una cosa es conocida de antemano, sucederá. En efecto, en ambas es imposible que no exista el antecedente. Por eso el consiguiente es necesario, no en cuanto que es futuro para nosotros, sino en cuanto que se considera como presente por estar sometido a la presciencia divina, como dijimos en la Primera Parte (q.14 a.13 ad 2).