Artículo 1:
¿Se opone siempre la mentira a la verdad?
lat
Objeciones por las que parece que la mentira no siempre se opone a la
verdad.
1. Los opuestos no pueden estar juntos. Pero la mentira puede
coexistir con la verdad; pues quien dice realmente verdad creyendo que
lo que dice es falso, miente, como escribe San Agustín en su libro Contra mendacium. Luego la mentira no se opone a la
verdad.
2. La virtud de la verdad consiste no sólo en palabras, sino
también en hechos; porque, conforme dice el Filósofo en IV Ethic., según esta virtud dice uno la verdad no
sólo de palabra, sino también con su vida. Pero la mentira sólo se
da en las palabras; pues se dice que no es otra cosa que la falsa significación de los vocablos. Luego, según parece,
la mentira no se opone directamente a la verdad.
3. Dice San Agustín en su libro Contra
mendacium que la culpa del que miente consiste
en su intención de engañar. Pero esto más que a la verdad se opone
a la benevolencia o a la justicia. Por tanto, la mentira no se opone a
la verdad.
Contra esto: está el que San Agustín, en su libro Contra
mendacium, dice: Nadie dude de que miente quien
dice algo falso con intención de engañar. Por lo cual es cosa clara
que el proferir cosas falsas con la voluntad expresa de engañar a otro
es mentira. Luego la mentira se opone a la verdad.
Respondo: El acto moral se especifica por dos
cosas: por su objeto y por su fin, ya que el fin
es el objeto de la voluntad, y ella es el primer motor en los actos
morales. Por su parte, las potencias movidas por la voluntad tienen
cada cual su objeto, que es el objeto próximo del acto voluntario, el
cual, con relación al acto de la voluntad en cuanto al fin, viene a
ser como lo material respecto a lo formal, como consta por lo dicho
anteriormente (
1-2 q.18 a.6). Ya hemos dicho además (
q.109 a.2 ad 2;
a.3) que la virtud de la verdad y, por consiguiente, los vicios que se
le oponen consisten en la manifestación llevada a cabo por medio de
ciertos signos. Esta manifestación o enunciación es un acto de la
razón que compara el signo con la cosa significada; pues toda
representación consiste en una comparación, y el hacerla pertenece
propiamente a la razón. De ahí el que los animales irracionales,
aunque manifiesten alguna cosa, no intentan, sin embargo,
manifestarla, sino que ellos realizan por instinto natural ciertos
actos que resultan, sin pretenderlo, manifestativos. Pero, para que
esta manifestación o enunciación sea un acto moral, es preciso que sea
acto voluntario y dependiente de la intención con
que obra la voluntad. Por otra parte, el objeto propio de tal
manifestación o enunciación, o es verdadero o es falso. Y, a su vez,
son dos las intenciones posibles en la voluntad desordenada: una de
ellas, expresar algo falso; la otra, engañar a alguien, lo cual es
efecto propio de tal falsedad. Luego si se dan a la vez estas tres
condiciones —enunciación de algo falso, voluntad de decir lo que es
falso e intención de engañar—, en este caso hay falsedad material por
ser el dicho falso; falsedad formal, porque se dice voluntariamente lo
que es falso, y falsedad efectiva por la voluntad de engañar. Sin
embargo, lo esencial en la definición de la mentira se toma de su
falsedad formal, es decir, de la voluntad deliberada de proferir algo
falso. De ahí la etimología de la palabra
mentira: mentira es lo que se dice
contra la mente.
Según esto, si uno enuncia algo falso creyendo que lo que dice es
verdad, habrá en ello falsedad material, no formal, porque no se tenía
intención de decir nada falso. Falta aquí, por tanto, la razón formal
perfecta del concepto de mentira, porque lo no intencionado es
meramente accidental y, en consecuencia, no puede constituir la
diferencia específica. Pero quien dice una falsedad con voluntad de
decirla, aunque resulte que lo que dice es verdad, su acto en cuanto
voluntario y moral de suyo es falso, y sólo casualmente resulta
verdad. Esto es, por tanto, por lo que se especifica la mentira. Sin
embargo, el intento de falsear el pensamiento de otro engañándolo no
es lo que especifica la mentira, por más que resulte ser complemento
de la misma. De igual modo que, en las cosas naturales, la especie se
obtiene por la adquisición de la forma, aun en el caso de que no se
siga el efecto de la misma. Tal ocurre, por ejemplo, en los cuerpos
pesados, mantenidos a la fuerza en lo alto para que no caigan conforme
a su propensión natural.
Por todo lo cual es evidente que la mentira se opone directa y
formalmente a la verdad.
A las objeciones:
1. De las cosas se juzga por
lo que en ellas es lo formal y esencial, más que atendiendo a lo que
hay de material u ocasional. Y así, es más opuesto a la verdad, como
virtud moral, el que uno diga algo verdadero intentando decir algo
falso, que el que se diga algo falso intentando decir la
verdad.
2. Como enseña San Agustín, en II De Doctr. Christ., las palabras ocupan el
puesto principal entre los signos. Por tanto, cuando afirmamos que la
mentira es la falsa significación de las palabras, entendemos
que todo signo es palabra. Por eso, quien valiéndose de gestos tuviera
intención de expresar con ellos algo falso, mentiría.
3. El deseo de engañar es
elemento integral de la mentira; pero no es lo que la especifica; como
tampoco el efecto pertenece a la esencia de su causa.
Artículo 2:
¿Es suficiente la división de la mentira en oficiosa, jocosa y
perniciosa?
lat
Objeciones por las que parece que peca de insuficiente la división de
la mentira en oficiosa, jocosa y perniciosa.
1. La división debe hacerse atendiendo a lo específico en la cosa,
como consta por lo que dice el Filósofo en VII Metaphys.. Pero la intención de lograr un efecto no
es lo específico del acto moral, sino algo accidental, razón por la
cual de un solo acto pueden seguirse diversos efectos. Ahora bien:
esta división de la mentira se hace atendiendo al efecto intentado,
pues la jocosa es la que se dice para divertirse; la
oficiosa, por su utilidad, y la perniciosa, con la intención de hacer
daño. Luego esta división no está bien hecha.
2. San Agustín, en su libro Contra mendacium, enumera ocho clases de mentira. La primera es la mentira en la enseñanza de la religión; la segunda, la que no aprovecha a nadie y daña a alguno; la tercera, la que aprovecha a uno dañando a otro; la cuarta es aquella en que se miente únicamente por el placer de mentir y engañar; la quinta es la que se dice por el deseo de agradar; la sexta es aquella que, sin perjudicar a nadie, aprovecha a alguno para asegurar sus bienes de fortuna; la séptima es la que no daña a nadie y aprovecha a alguno para librarse de la muerte; la octava, la que no hace daño a nadie y sirve a alguien como defensa contra la impureza corporal. Por tanto, la primera división de la mentira es, al parecer, insuficiente.
3. El Filósofo, en IV Ethic.,
divide la mentira en dos clases: la jactancia, que peca contra la
verdad por exceso, exagerándola, y la ironía, que se aparta de ella
quedándose corta. Pero estos dos vicios no figuran en ninguno de los
miembros de la división propuesta. Luego parece que se trata de una
división mal hecha.
Contra esto: está el que sobre aquellas palabras del Sal 5,7: Tú
perderás a todos los que mienten, dice la Glosa que hay tres géneros de mentiras: unas, que son saludables o provechosas para alguien: otras, que se dicen en bromas, y una tercera clase, en las que se miente por malicia. A la primera de éstas la llamamos oficiosa; a la segunda, jocosa, y a la tercera, perniciosa. Luego la mentira se divide en las tres clases antes mencionadas.
Respondo: La división de la mentira puede
hacerse de tres modos. Primero, atendiendo al concepto de mentira en
cuanto tal, y ésta es la división propia y esencial. Según esto, la
mentira se divide en dos: por exceso, en
jactancia, que
consiste en sobrepasar las lindes de la verdad; y en
ironía,
que, por carta de menos, queda lejos de la verdad, como nos consta por
lo que dice el Filósofo en IV
Ethic.. Esta es
la división propia de la mentira, porque la mentira en cuanto tal se
opone a la verdad, conforme a lo dicho (
a.1), y la verdad no es otra
cosa que cierta igualdad a la que de suyo se oponen lo más y lo
menos.
El segundo modo posible de dividir la mentira es por razón de su
culpabilidad, y se hace atendiendo a lo que, por parte del fin
intentado, agrava en ella o disminuye la culpa. Ahora bien: se agrava
la culpa de la mentira si se profiere con la intención de perjudicar a
otro, y recibe el nombre, en este caso, de mentira perniciosa. Y, en
cambio, se disminuye si la mentira se ordena a conseguir algún bien,
ya se trate de un bien deleitable, lo que daría lugar a la mentira
jocosa; ya se pretenda un bien útil, lo que daría lugar a la mentira
oficiosa, con la que unas veces se intenta ayudar a
otro y otras librarle de un mal. Tal es la división tripartita de que
antes hemos hablado (arg.1).
La tercera división de la mentira, más universal, es la que se hace
por razón del fin con que se dice, sea que aumente o no, por este
motivo, o disminuya o no, su culpabilidad. Según esto, se la divide en
los ocho miembros antes mencionados (arg.2). De éstos, los tres
primeros se hallan comprendidos en el concepto de mentira perniciosa:
mentira que o bien se dice contra Dios, que es adonde apunta el primer
miembro de la serie, que es la mentira en la enseñanza de la
religión; o contra los hombres: unas veces con la única intención
de hacer daño a otro, y tenemos ya la segunda mentira enumerada, la
que a nadie aprovecha y daña a alguien; otras, con la
intención de que aproveche uno del daño que se hace a otro, y tenemos
la tercera, la ventajosa para uno y nociva para otro. La
primera de estas tres es la más grave, porque siempre los pecados
contra Dios implican mayor gravedad, como antes dijimos (q.94 a.3; 1-2 q.73 a.3). La segunda es, a su vez, más grave que la tercera, cuya
gravedad queda atenuada por la intención de favorecer a otro. Después
de estos tres miembros de la división, que acrecientan la
culpabilidad, llegamos al cuarto, en el que la mentira tiene, ni más
ni menos, la dosis de culpa que le es propia: tal es
la mentira que se dice únicamente por el placer de mentir, la
que procede del hábito contraído. Por lo que, a este propósito, dice
el Filósofo en IV Ethic. que el mentiroso
en cuanto tal, debido a la mala costumbre de mentir, se goza en la
misma mentira. En cambio, los cuatro modos de mentir que siguen
disminuyen la culpa de la mentira. Pues el quinto modo es la mentira
jocosa, la que se dice en bromas. Los tres últimos se reducen
a la mentira oficiosa, en la cual lo que se intenta es hacer bien a
otro, ya se trate de bienes exteriores, y para esto está la sexta
entre estas mentiras, la que le ayuda a conservar los bienes de
fortuna; ya de lo útil para el cuerpo, y he aquí otra mentira, la
séptima, mediante la cual se pretende librar a otro de la
muerte; ya de lo que contribuye al esplendor de la virtud, y
tenemos la octava de estas mentiras, con la que se intenta impedir
el pecado de impureza corporal. Por otra parte, está claro que
cuanto mayor es el bien intentado al mentir tanto menor es la culpa de
la mentira. Según esto, si bien se considera, el orden segundo en
dicha enumeración no es otro que el que, por razón de su mayor o menor
culpabilidad, se da en este caso entre mentira y mentira: pues el bien
útil es preferible al deleitable; la vida corporal, a las riquezas, y
la honradez, a la vida del cuerpo.
A las objeciones: Resulta evidente por lo que acabamos de
decir.
Artículo 3:
¿Toda mentira es pecado?
lat
Objeciones por las que parece que no toda mentira es
pecado.
1. Es evidente que los evangelistas, al escribir el evangelio, no
pecaron. Pero parece que dijeron cosas falsas, pues frecuentemente
relatan las palabras de Cristo y las de los demás unos de una manera y
otros de otra, de donde parece deducirse que alguno de ellos no ha
dicho la verdad. Luego no toda mentira es pecado.
2. Dios no recompensa a nadie por haber cometido un pecado.
Pero Dios recompensó a las parteras de Egipto por decir mentiras, pues
leemos en Ex 1,21 que dio prosperidad a sus hogares. Luego la
mentira no es pecado.
3. Por otra parte: se narran en la Sagrada Escritura los
hechos ilustres de los santos para aleccionamiento de la vida humana.
Pero de algunos varones santísimos se nos dice que mintieron. Abraham,
por ejemplo (Gén 12,13-19; 20,2-5), dijo que su esposa era su hermana;
y Jacob mintió asimismo diciendo que era Esaú, y, con eso y todo,
obtuvo la bendición (Gén 27); y Judit también es alabada, a pesar de
haber mentido a Holofernes. Luego no toda mentira es
pecado.
4. Se debe elegir el mal menor para evitar un mal mayor,
como el médico amputa un miembro para que no se corrompa todo el
cuerpo. Pero el introducir en el pensamiento de alguien falsas
opiniones es menor daño que el asesinar o ser asesinado. Luego el
hombre puede mentir lícitamente para evitar que uno cometa un
homicidio y para salvar a otro de la muerte.
5. Miente quien no cumple lo prometido. Pero no todas las
promesas deben cumplirse, pues, según dice San Isidoro: Debes faltar a la palabra dada cuando lo prometido es algo
malo. Luego no toda mentira ha de evitarse.
6. La mentira, según parece, es pecado porque el hombre
con ella engaña al prójimo. De ahí lo que dice San Agustín en su libro Contra mendacium: Quien opina que hay
mentiras que no son pecado se engaña miserablemente a sí mismo, al
pensar que procede honestamente engañando a los demás. Ahora bien:
no toda mentira se dice para engañar, pues con la mentira jocosa no se
engaña a nadie. En efecto, esta clase de mentiras no se dicen para que
alguien se las crea, sino en bromas, por pura
diversión: por lo que incluso en la Sagrada Escritura se
encuentran a veces frases hiperbólicas. Luego no toda mentira es
pecado.
Contra esto: está lo que se dice en Eclo 7,14: Guárdate de toda
clase de mentiras.
Respondo: Lo que es intrínseca y naturalmente
malo no hay modo posible de que sea ni bueno ni lícito, porque para
que una cosa sea buena se requiere que todo en ella lo sea; pues, como
dice Dionisio en el capítulo 4 De Div. Nom., el bien requiere el concurso de todas sus causas, para el mal, en
cambio, basta un defecto cualquiera. Ahora bien: la mentira es
mala por naturaleza, por ser un acto que recae sobre materia indebida,
pues siendo las palabras signos naturales de las ideas, es antinatural
e indebido significar con palabras lo que no se piensa. Por lo cual
dice el Filósofo en IV Ethic. que la mentira
es por sí misma mala y vitanda; la verdad, en cambio, es buena y
laudable. Por tanto, toda mentira es pecado, como afirma también
San Agustín en su libro Contra mendacium.
A las objeciones:
1. No se puede lícitamente opinar
que los Evangelios o algún otro libro canónico contiene algo
falso, ni que quienes los escribieron dijeron mentiras; pues esto
echaría por tierra la certeza de la fe, que se apoya en la autoridad
de la Sagrada Escritura. No hay mentira tampoco por el hecho
de que en el Evangelio y en los demás libros de la Sagrada
Escritura se refieren de distinta manera los dichos de éste o el
otro. De ahí lo que San Agustín escribe en el libro De consensu
evangelist.: Juzga que no debe preocupar esta
dificultad quien comprende que lo necesario para el conocimiento de la
verdad es el significado preciso de lo que se dice, por diferentes que
sean las palabras con que se expresa. Y no cabe la menor duda, según
esto, conforme añade allí mismo, de que no debemos dar por
hecho que se miente porque varios de los que recuerdan un suceso que
han visto u oído no lo refieran de igual modo o con las mismas
palabras.
2. Las parteras no recibieron
recompensa por haber mentido, sino por su temor de Dios y por su
benevolencia, que es de donde provino el que mintiesen. Por eso se nos
dice expresamente en Ex 1,2: Por haber temido a Dios las parteras,
El dio prosperidad a sus hogares. La mentira, en cambio, que de
ahí se siguió no fue meritoria.
3. Como dice San
Agustín, en la
Sagrada Escritura se relatan
las hazañas de algunos personajes como ejemplos de virtud perfecta, y
no debe pensarse de ellos que dijeron mentiras. Si, a pesar de todo,
algo de lo que dijeron parece que lo es, debe entenderse como dicho en
sentido alegórico y profético. De ahí lo que dice San Agustín en su
libro
Contra mendacium:
Hemos de creer que
todos los dichos y hechos de aquellos hombres que desempeñaron un
papel importante en la época del profetismo, y están recogidos en la
Sagrada Escritura, los dijeron e hicieron actuando como
profetas.
Abraham, por su parte, como escribe San Agustín en Quaest.
Genes., al decir que Sara era su hermana, quiso
ocultar la verdad, no mentir; puesto que la llama hermana porque era
hija de su hermano. Así se deduce de lo que el mismo Abraham dice en
Gén 20,12: Ella es de verdad mi hermana: hija de mi padre, aunque
no de mi madre; porque efectivamente el parentesco le venía por
parte del padre. A su vez, Jacob declaró alegóricamente que él era
Esaú, primogénito de Isaac, porque era verdad que el derecho de
primogenitura se le debía en justicia a él. Se acostumbra a hablar así
bajo el impulso del espíritu profético para indicar que se trata de un
misterio: porque es lo cierto que un pueblo menor, el de los gentiles,
había de suplantar al primogénito, o sea, al pueblo judío (Gén
25,23).
Otros, en cambio, son alabados en la Escritura no por ser dechados de
virtud, sino por ciertos destellos de virtud, en cuanto que aparecían
en ellos sentimientos nobles que los impulsaban a hacer lo que no
debían. Es así como se alaba a Judit, no por sus mentiras a
Holofernes, sino por su deseo de salvar a su pueblo, por lo
cual arrostró los peligros. Aunque pudiera decirse
también que, en sentido místico, hay verdad en sus
palabras.
4. La mentira no sólo es pecado
por el daño que causa al prójimo, sino por lo que tiene de desorden,
como acabamos de decir (en la solución). Pero no se debe usar de un
medio desordenado e ilícito para impedir el daño y faltas de los
demás; lo mismo que no es lícito robar para dar limosna (a no ser en
caso de necesidad, en que todo es común). Por tanto, no es lícito
mentir para librar de cualquier peligro a otro. Se puede, no obstante,
ocultar prudentemente la verdad con cierto disimulo, como dice San
Agustín en Contra mendacium.
5. Aquel que promete algo, si
tiene intención de cumplirlo, no miente, porque no hay contradicción
entre lo que habla y lo que piensa. Pero si no pone por obra lo que ha
prometido, en este caso parece que falla a la fidelidad, por cambiar
de propósito. Sin embargo, se le puede eximir de culpa por dos
razones: la una, si lo prometido es manifiestamente ilícito, ya que
entonces pecó al hacer esta promesa y hace bien al cambiar de
propósito; la segunda, si han cambiado las condiciones personales o
las del negocio en cuestión. Pues, conforme dice Séneca en su libro De Benefic., para que uno esté obligado a
cumplir lo prometido se requiere el que ninguna circunstancia haya
cambiado. De no ser así, ni se fue mentiroso al prometer, por haberlo
hecho sinceramente, y en el supuesto de que se mantendrían las debidas
condiciones, ni tampoco se es infiel por no cumplir lo prometido si
las condiciones ya no son las mismas. Por tanto, tampoco mintió el
Apóstol al no haber ido a Corinto, adonde prometió que había de ir,
como leemos en 2 Cor 1,15; 16,5, por las dificultades que
sobrevinieron.
6. Una acción puede considerarse
atendiendo a dos cosas: la primera, a su propia naturaleza; la
segunda, al sujeto que la realiza. Así, pues, la mentira jocosa
contiene por naturaleza lo típico del engaño, aunque por parte del que
la dice no haya intención de engañar, ni se engañe a nadie por el modo
de decirla. Nos ocurre algo semejante con las expresiones hiperbólicas
o figurativas que encontramos en la Sagrada Escritura, porque,
como enseña San Agustín en su libro Contra mendacium, las frases o acciones simbólicas no son mentiras. Porque todo enunciado debe referirse a lo que con él se expresa; y toda frase o acción figurativa expresa lo que simbólicamente da a entender a aquellos a quienes va dirigida.
Artículo 4:
¿Es pecado mortal toda mentira?
lat
Objeciones por las que parece que toda mentira es pecado
mortal.
1. Dice el salmo 5,7: Tú perderás a todos los que hablan
mentiras; y en el libro de la Sab 1,11: La boca embustera da
muerte al alma. Pero la perdición y la muerte del alma sólo las
causa el pecado mortal. Luego toda mentira es pecado
mortal.
2. Todo lo que se opone a los preceptos del decálogo es
pecado mortal. Pero la mentira se opone al precepto: No dirás
falso testimonio (Ex 20,16). Luego toda mentira es pecado
mortal.
3. San Agustín dice en I De Doct.
Christ. que ningún mentiroso, por el hecho de
mentir, guarda la fidelidad debida a su palabra, pues lo que pretende
es que la persona a la que miente dé crédito a lo que él, por su
parte, puesto que miente, no cree. Pero todo transgresor de la
fidelidad debida a la palabra es inicuo. Y a nadie se le llama
transgresor infiel o inicuo por un pecado venial. Luego ninguna
mentira es pecado venial.
4. El premio eterno no se pierde si no es por el pecado
mortal. Pero por la mentira se pierde la recompensa eterna, conmutada
en algo temporal, pues dice San Gregorio que en la
recompensa de las parteras se nos da a entender lo que la culpa de la
mentira merece. Puesto que el premio a su benignidad,
que pudo habérseles dado en la vida eterna, se les conmutó por una
recompensa terrena, al ir precedido de una culpa: la de la
mentira. Luego aun la mentira oficiosa, cual fue la de las
parteras, mentira, según parece, levísima, es un pecado
mortal.
5. San Agustín dice en el libro Contra mendacium
que el precepto dado a los perfectos es no sólo no
mentir, sino el no querer mentir. Pero el obrar contra un precepto
es pecado mortal. Luego toda mentira de los perfectos es un pecado
mortal. Por tanto, por la misma razón serán mortales las de todos los
demás, pues en el caso contrario estarían éstos en mejores condiciones
que aquéllos.
Contra esto: está lo que San Agustín dice, In V
Psalm.: Hay dos clases de mentiras que no constituyen culpa grave, lo
que no quiere decir que no haya culpa: tienen lugar cuando bromeamos o
mentimos en beneficio del prójimo. Ahora bien: todo pecado mortal
es culpa grave. Luego la mentira jocosa y oficiosa no son pecados
mortales.
Respondo: Pecado mortal, en su sentido propio,
es lo que se opone a la caridad, virtud por la que el alma vive unida
a Dios, como antes se dijo (
q.24 a.12;
q.35 a.3;
1-2 q.72 a.5). Ahora
bien: la mentira puede oponerse a la caridad de tres maneras: la
primera, por sí misma; la segunda, por el fin intentado; la tercera,
ocasionalmente. Es contraria de suyo a la caridad por su misma falsa
significación. De hecho, si se trata de cosas divinas, se opone a la
caridad para con Dios, cuya verdad con tal mentira se oculta o se
adultera. Tal mentira, pues, no sólo se opone a la virtud de la
verdad, sino también a la de la fe y la religión. Por tanto, esta
mentira es gravísima y mortal. Si la falsedad versa sobre materias
cuyo conocimiento supone un bien para el hombre, por ejemplo, las de
carácter científico o moral, tal mentira, por dañar al prójimo
induciéndolo a error, se opone a la caridad para con él. Por
consiguiente, es pecado mortal. En cambio, si el error causado por la
mentira es acerca de esas cosas en las que el saber si son así o de
otra forma no tiene importancia alguna, con ella en este caso no se
daña al prójimo, por ejemplo, cuando el engaño versa sobre hechos
particulares que ni le van ni le vienen. Por tanto, tal mentira de
suyo no es pecado mortal.
La mentira, asimismo, se opone a la caridad por razón del fin
intentado. Tal es el caso de la que se dice para injuriar con ella a
Dios, la cual constituye siempre pecado mortal, como contraria a la
religión; o para dañar al prójimo en su persona, en sus bienes o en su
fama, que también ésta es pecado mortal, porque lo es el hacer daño al
prójimo, y basta con la intención de cometer un pecado mortal para
pecar mortalmente. Pero si el fin intentado no es contrario a la
caridad, tampoco la mentira por este motivo será pecado mortal, como
se echa de ver en el caso de la mentira jocosa, cuyo fin es divertirse
un poco; y en la oficiosa, en la que uno busca incluso ser útil al
prójimo.
Ocasionalmente, por fin, puede ser la mentira contraria a la caridad
por razón de escándalo o de cualquier daño que de ella se siga.
También en un caso así, o sea, cuando a uno le trae sin cuidado el
mentir en público a pesar del escándalo que de ello se va a seguir,
será pecado mortal.
A las objeciones:
1. Esos textos aducidos se
refieren a la mentira perniciosa, tal como explica la Glosa sobre aquellas palabras del salmo: Perderás a todos los que hablan mentira.
2. Puesto que todos los preceptos
del decálogo se ordenan al amor de Dios y del prójimo, como antes se
dijo (
q.44 a.1 ad 3;
1-2 q.100 a.5 ad 1), en tanto la mentira es
contraria a un precepto del decálogo en cuanto se opone a dicho amor.
Por eso se prohibe expresamente el falso testimonio contra el
prójimo.
3. También del pecado venial, en
sentido amplio, se puede decir que es una iniquidad, en cuanto que es
algo marginal con respecto a la equidad de la justicia. Por eso se nos
dice en 1 Jn 3,4: Todo pecado es iniquidad. En este mismo
sentido habla San Agustín.
4. La mentira de esas parteras
puede considerarse de dos modos. Primero, atendiendo a sus
sentimientos de benevolencia hacia los judíos y de temor reverencial a
Dios, por los que se elogia en ellas su conducta virtuosa; y en este
sentido se les debe recompensa eterna. Por esto dice San
Jerónimo que Dios construyó para ellas moradas
espirituales. Segundo, atendiendo al acto mismo
externo de mentir. Por tal acto ciertamente no pudieron merecer la
recompensa eterna, sino, en todo caso, alguna recompensa temporal, con
cuyo mérito no está reñida la deformidad de la mentira, como lo está
con el mérito de la recompensa eterna. Tal es el sentido que ha de
darse a las palabras de San Gregorio: no quiere decirse, como se
deducía de la objeción, que por aquella mentira mereciesen perder la
recompensa eterna que antes habían merecido por su buen
corazón.
5. Algunos opinan
que las mentiras de los perfectos son todas ellas pecado
mortal. Pero en esto van contra toda razón. Pues
ninguna circunstancia comunica al acto gravedad mortal sino la que
cambia la especie del mismo. Ahora bien: la circunstancia de persona
no cambia la especie de sus actos, a no ser por algo sobreañadido; por
ejemplo, si con ellos se quebranta un voto de la misma. Pero nada de
esto puede decirse si se trata de mentiras jocosas y oficiosas, por lo
que ninguna de éstas es pecado mortal en los perfectos, a no ser
ocasionalmente, por razón de escándalo. A esto puede referirse lo que
dice San Agustín: que
el precepto dado a los
perfectos es no sólo no mentir, sino el no querer mentir. Y aun
esto mismo no lo afirma de manera categórica, sino dejándolo en dudas,
ya que antes de estas palabras dice:
A no ser,
quizá, como de perfectos, etc.
Ni vale como argumento en contra el que se considera como
profesionales, por lo que a la custodia de la verdad se refiere, a los
que están obligados a decirla por su cargo de maestros o de jueces. Si
éstos mienten en los juicios o en la enseñanza, tal mentira será
pecado mortal; en los demás casos, aunque mientan, su pecado no tiene
por qué ser tan grave.