Artículo 1:
¿Es arrebatada el alma humana a las cosas divinas?
lat
Objeciones por las que parece que el alma humana no es arrebatada a
las cosas divinas.
1. El rapto es definido por algunos como la
elevación, por la fuerza de una naturaleza superior, desde lo natural
a lo sobrenatural. Ahora bien: es natural al hombre el ser elevado
a las cosas divinas, ya que dice San Agustín en I Confess.: Nos hiciste, Señor, para ti, y
nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti. Luego el
alma no es arrebatada a las cosas divinas.
2. Dice Dionisio en VIII De Div. Nom.: Injusticia divina consiste en atender a cada cosa según su modo
y dignidad. Pero el que el hombre sea elevado sobre aquello que le
es natural no pertenece al modo ni a la dignidad del hombre mismo. Por
tanto, parece que la mente no es arrebatada por Dios a lo
divino.
3. El rapto implica cierta violencia. Pero Dios no nos
gobierna mediante violencia y coacción, como dice San Juan
Damasceno. Por consiguiente, la mente humana no es
arrebatada a lo divino.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en 2 Cor 12,2: Sé de un
hombre, fiel a Cristo, que fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y
la Glosa comenta: Arrebatado, es decir,
elevado contra su naturaleza.
Respondo: El rapto lleva consigo cierta
violencia, como dijimos antes (obj.3). Y
violento se llama
a aquello cuyo principio está fuera, no colaborando el que padece la
fuerza, como se dice en III
Ethic.. Ahora
bien: cada uno contribuye a aquello hacia lo que tiende por propia
inclinación, sea voluntaria o natural. Por ello es preciso que el que
es arrebatado por algo externo sea arrebatado hacia algo distinto de
aquello a lo que tiende por propia inclinación. Esta diversidad puede
considerarse de dos modos. En primer lugar, en cuanto al fin de la
inclinación, como sería el caso de una piedra, la cual tiende, por
naturaleza, a ser lanzada hacia abajo, que fuera lanzada hacia arriba.
En segundo lugar, en cuanto al modo de tender, como sucedería si una
piedra fuera lanzada con más violencia de lo que exige su movimiento
natural.
Así, pues, se dice que el alma humana es arrebatada hacia aquello que
está fuera de su naturaleza, en primer lugar, en cuanto al término del
rapto, como cuando uno es arrebatado a penas, según leemos en el salmo
49,22: No sea que me arrebate y no haya quien me libere. En
segundo lugar, según el modo connatural al hombre, que consiste en
comprender la verdad mediante los objetos sensibles. Por eso, cuando
es abstraído de la aprehensión, se dice que es arrebatado, aunque sea
llevado a las cosas a las que está naturalmente ordenado, supuesto que
esto no se realice intencionadamente, como sucede en el sueño, el cual
es natural y, por ello, no puede ser considerado rapto.
Esta abstracción, cualquiera que sea su término, puede ser debida a
una triple causa. En primer lugar, a una causa corpórea, como sucede
en aquellos que sufren enajenación por causa de una enfermedad. En
segundo lugar, al poder diabólico, tal como sucede en los posesos. En
tercer lugar, al poder divino. En este sentido tomamos el rapto, es
decir, en cuanto que uno es elevado por el espíritu de Dios a las
cosas sobrenaturales con abstracción de los sentidos, según lo que
leemos en Ez 8,3: El Espíritu me levantó entre la tierra y el
cielo, y en visión divina me llevó a Jerusalén.
Conviene tener en cuenta, sin embargo, que a veces se dice que uno es
arrebatado no sólo mediante la enajenación de los sentidos, sino
también por enajenación de aquellas cosas en las que se ocupaba, como
sucede cuando uno padece distracción de la mente sin querer. Pero esto
no se considera rapto propiamente dicho.
A las objeciones:
1. Es natural al hombre el tender
a lo divino mediante la aprehensión de cosas sensibles, conforme se
dice en Rom 1,20: Lo invisible de Dios es conocido mediante las
criaturas. Pero este modo de ser elevado a lo divino con
abstracción de los sentidos no es natural al hombre.
2. Corresponde al modo de ser y a
la dignidad del hombre el ser elevado al orden divino, porque el
hombre fue hecho a imagen de Dios. Y dado que el bien divino
excede infinitamente las facultades humanas, el hombre necesita la
ayuda sobrenatural para percibir ese bien, y tal ayuda es obra de la
gracia. Por ello, el que la mente sea elevada por Dios mediante el
rapto no es antinatural, sino superior a la facultad
natural.
3. Las palabras de San Juan
Damasceno han de entenderse como referidas a las cosas que el hombre
debe hacer. Pero en cuanto a las cosas que exceden la facultad del
libre albedrío, el hombre necesita ser elevado por una operación
poderosa, la cual puede llamarse, en parte, coacción, si tenemos en
cuenta el modo de esa operación, pero no si consideramos el término de
la misma, al cual se ordenan la naturaleza y la intención
humanas.
Artículo 2:
¿Pertenece el rapto a la facultad apetitiva o, más bien, a la
cognoscitiva?
lat
Objeciones por las que parece que el rapto pertenece preferentemente
a la facultad apetitiva.
1. Dionisio dice en el IV De Div. Nom.: Hay un amor divino que causa el éxtasis. Ahora bien: el amor
pertenece a la facultad apetitiva. Por tanto, también pertenece a ella
el éxtasis o rapto.
2. San Gregorio, en II Dialog., dice
que el que cuidó los puercos se degradó a causa de la divagación
de su mente en cosas impuras, mientras que Pedro, al que el ángel
liberó y cuya mente arrebató mediante el éxtasis, estuvo fuera de sí,
pero por encima de sí mismo. Por consiguiente, si el hijo pródigo
se degradó por el afecto, también los que son arrebatados a un orden
superior lo experimentan por el afecto.
3. Al comentar el salmo 30: En ti, Señor, he esperado;
no sea confundido para siempre, dice la Glosa
en la exposición del título: Lo que en griego se llama éxtasis
equivale, en latín, a salida de la mente, la cual puede suceder de dos
modos: o por miedo a las cosas terrenas o por arrebato de la mente a
las cosas superiores, olvidándose de las inferiores. Ahora bien:
el miedo a las cosas terrenas pertenece al afecto. Luego también
pertenece el rapto de la mente a las cosas superiores, que es su
opuesto.
Contra esto: está lo que dice la Glosa al
comentar el salmo 115,2: Yo dije en mi confusión: todos los
hombres son mentirosos. Aquí se considera éxtasis el hecho de que el
alma no es enajenada por el miedo, sino elevada por una inspiración de
la revelación. Pero como la revelación pertenece a la facultad
intelectiva, también pertenecerá el rapto.
Respondo: Podemos hablar del rapto bajo dos
aspectos. Primero, como término al que alguien es arrebatado, en cuyo
caso, propiamente hablando, el rapto no puede ser algo
de la facultad apetitiva, sino únicamente de la cognoscitiva, puesto
que ya dijimos (
a.1) que el rapto se realiza sin la intención propia
del que es arrebatado. Ahora bien: el movimiento de la facultad
apetitiva es una inclinación hacia el bien apetecible. De ahí que no
sea arrebatado el hombre, sino que se mueve por sí mismo cuando
apetece algo.
En segundo lugar puede considerarse el rapto en su causa, en cuyo
caso puede tener su causa en la facultad apetitiva, pues por el simple
hecho de que el apetito se adhiera con fuerza a una cosa puede suceder
que, por la violencia del afecto, el hombre quede enajenado de las
otras cosas.
También puede el rapto tener su efecto en la facultad apetitiva
cuando uno se deleita en aquello a lo cual es arrebatado. Pero el
Apóstol dijo (2 Cor 7,2-4) que había sido arrebatado al tercer
cielo, lo cual pertenece a la contemplación intelectiva y, a la
vez, al paraíso, lo cual pertenece al afecto.
A las objeciones:
1. El rapto añade algo al éxtasis.
En efecto, el éxtasis indica simplemente un salir de sí mismo, que
hace que uno se coloque fuera de su orden. Pero el rapto implica
cierta violencia. Por eso el éxtasis puede pertenecer a la facultad
apetitiva, como sucede cuando el apetito de uno tiende hacia algo que
está fuera de su alcance. Es en este sentido en el que Dionisio dice
que el amor divino es causa del éxtasis, en cuanto que hace
que el apetito humano tienda a las cosas amadas. Por eso añade más
adelante que también Dios mismo, que es causa de
todas las cosas, en virtud de su bondad amorosa sale de sí mismo
mediante la providencia sobre todo cuanto existe. No obstante, aun
cuando se dijera esto expresamente del rapto, sólo se indicaría que el
amor es causa del rapto.
2. Existe en el hombre un doble
apetito: el intelectivo, que se llama voluntad, y el sensitivo, que se
llama sensualidad. Pero es propio del hombre el que el apetito
inferior esté sometido al superior, y que éste mueva al inferior. Por
consiguiente, el hombre puede salir de sí mismo de dos modos por razón
del apetito. En primer lugar, cuando el apetito intelectivo tiende a
las cosas divinas de una manera total, olvidándose de los objetos
hacia los que siente inclinación el apetito sensitivo. Y así dice
Dionisio, en IV
De Div. Nom., que
Pablo,
por la fuerza del amor divino, que es causa del éxtasis, dijo: Vivo
yo, pero ya no yo, sino que es Cristo quien vive en
mí.
De otro modo, cuando, sin tener en cuenta el apetito superior, el
hombre se deja llevar por las cosas pertenecientes al apetito
inferior. Así, el que cuidaba cerdos cayó por debajo de sí
mismo. Este exceso o éxtasis se acerca más que el primero a la
idea de rapto, porque el apetito superior es más propio del hombre,
por lo cual cuando éste, debido a la violencia del apetito inferior,
se aparta del movimiento del apetito superior, se aparta más de lo que
le es propio. Pero como no existe violencia entonces, porque la
voluntad puede resistir a la pasión, no cumple las condiciones de
rapto, a no ser que la pasión sea tan fuerte que suprima totalmente el
uso de la razón, como acontece en aquellos que pierden el juicio a
causa de la vehemencia de la ira o del amor.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que ambos excesos del apetito
pueden causar el de la facultad cognoscitiva, bien porque la mente,
fuera de los sentidos, es arrebatada a las cosas inteligibles, o bien
porque es arrebatada a una visión imaginaria o a una aparición
fantástica.
3. De igual manera que el amor es
un convencimiento del apetito respecto del bien, el temor lo es
respecto de la mente, sobre todo si tenemos en cuenta que, como dice
San Agustín en XIV De Civ. Dei, el temor es
efecto del amor.
Artículo 3:
¿ Vio San Pablo, en el rapto, la esencia divina?
lat
Objeciones por las que parece que San Pablo, en el rapto, no vio la
esencia divina.
1. Del mismo modo que leemos de San Pablo (2 Cor 12,2) que fue
arrebatado hasta el tercer cielo, leemos de San Pedro, en Act
10,10, que le sobrevino un éxtasis. Pero San Pedro no vio, en
su éxtasis, la esencia divina, sino una visión imaginaria. Luego
parece que tampoco vio San Pablo la esencia divina.
2. La visión de Dios hace bienaventurado al hombre. Pero San
Pablo no se convirtió en bienaventurado en aquel rapto. De haber
sucedido así, jamás hubiera vuelto a la miseria de este mundo, sino
que su cuerpo habría sido glorificado por la redundancia de la gloria
del alma, como sucederá a los santos después de la resurrección, y eso
no sucedió en él. Por tanto, San Pablo no vio la esencia
divina.
3. La fe y la esperanza son incompatibles con la visión de
la esencia divina, tal como se dice en 1 Cor 13,8ss. Ahora bien: San
Pablo, en aquel estado, tuvo fe y esperanza. Por consiguiente, no vio
la esencia divina.
4. Y además: como dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt., la visión imaginaria hace que se vean
algunas semejanzas de los cuerpos. Pero parece que San Pablo,
en su rapto, vio algunas semejanzas, como las del tercer cielo
y del paraíso, tal como se dice en 2 Cor 12,2.4. Luego parece
que fue un rapto o una visión imaginaria más que la visión de la
esencia divina.
Contra esto: está el hecho de que San Agustín dice, en su obra De
Videndo Deum Ad Paulinum, que la misma esencia
de Dios pudo ser vista, durante la vida presente, por algunos como
Moisés y San Pablo, el cual, arrebatado, oyó palabras inefables que no
es dado al hombre decir.
Respondo: Algunos sostuvieron
que San Pablo, en su rapto, no vio la misma esencia de Dios, sino
cierto brillo de la claridad de la misma. Pero San Agustín defiende
abiertamente lo contrario, no sólo en su obra De Videndo
Deum, sino en XII Super Gen. ad
litt., al igual que la Glosa
a 2 Cor 12,2. Esto mismo viene a sostener el propio Apóstol, quien
dice (2 Cor 12,4) que oyó palabras inefables, que no es permitido
al hombre hablar. Ahora bien: esto parece referirse a algo tocante
a la visión beatífica, que supera la condición de la vida presente,
según las palabras de Is 64,4: Oh Dios, jamás vio el ojo, sin tu
ayuda, lo que has preparado para los que te aman. Por tanto,
parece conveniente decir que San Pablo vio a Dios en su
esencia.
A las objeciones:
1. La mente humana es arrebatada
por Dios a contemplar la verdad divina de tres maneras. En primer
lugar, a contemplarla según semejanzas imaginarias, y tal fue el
éxtasis que tuvo San Pedro. En segundo lugar, a que contemple la
verdad divina mediante efectos inteligibles, como fue el éxtasis de
David al decir: Yo dije en mi arrebato: Todo hombre es
mentiroso. En tercer lugar, a contemplarla en su esencia, y de
esta suerte fue el rapto de San Pablo y el de Moisés. Esto es muy
razonable, ya que, así como Moisés fue el primer doctor de los judíos,
San Pablo fue el primer doctor de los gentiles.
2. La esencia de Dios no puede
ser vista por el entendimiento creado sin la luz de la gloria, de la
cual se dice en el salmo 35,10:
En tu luz veremos la luz. Esta
participación admite un doble modo. En primer lugar, de forma
inmanente, como sucede con los bienaventurados en el cielo. En segundo
lugar, a modo de pasión transeúnte, como ya dijimos antes (
q.171 a.2)
a propósito de la luz profética, y ésta fue la luz de San Pablo cuando
fue arrebatado. Por ello, tal visión no hizo que fuera bienaventurado
plenamente, de modo que la gloria redundara en su cuerpo, sino sólo en
parte. Por eso, tal rapto pertenece, de algún modo, a la
profecía.
3. Puesto que San Pablo, en su
rapto, no fue habitualmente bienaventurado, sino que sólo gozó de un
acto de la bienaventuranza, es lógico que no hubiera en él acto de fe,
pero sí existió en él el hábito de la fe.
4. Bajo el nombre de
tercer
cielo puede entenderse también algo corpóreo, significando
entonces el cielo empíreo, que se llama
tercero respecto del
cielo aéreo y del sideral, o más bien en relación con el cielo sidéreo
y el acuoso o cristalino. Y se dice
rapto al tercer cielo no
porque fuera arrebatado a ver la semejanza de alguna cosa corpórea,
sino porque aquel lugar es el de la contemplación de los
bienaventurados. Por eso dice la
Glosa a 2 Cor
12,2 que
el tercero es el cielo espiritual, donde los ángeles y
los santos gozan de la contemplación de Dios. Y cuando dice que fue
arrebatado a él, significa que Dios le mostró la vida
en la cual ha de ser visto para siempre.
Puede entenderse también por cielo una visión extraordinaria, la cual
puede decirse cielo bajo una triple acepción. Primero, según el orden
de las potencias cognoscitivas, entendiendo como primer cielo la
visión extraordinaria corpórea que se percibe por los sentidos, como
se vio la mano del que escribía en la pared en Dan 5,5; el segundo
cielo, la visión imaginaria, como lo que vieron Isaías (6,1) y San
Juan en el Apocalipsis (4,2ss), y el tercer cielo, la visión
intelectual, como dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt. En segundo lugar, puede llamarse tercer cielo según el orden cognoscitivo, de modo que se llama primer cielo el conocimiento de los cuerpos celestes, segundo el conocimiento de los espíritus celestes y tercero el conocimiento de Dios mismo. En tercer lugar, puede llamarse tercer cielo a la contemplación de Dios conforme a los grados de conocimiento con los que Dios es visto. El primero es propio de los ángeles de la jerarquía más baja, el segundo de los ángeles de la jerarquía media y el tercero de los de la jerarquía suprema, como dice la Glosa a 2 Cor 12,2.
Y puesto que la visión de Dios no puede menos de producir gozo, se
habla no sólo de rapto al tercer cielo por razón de la
contemplación, sino también al paraíso por causa del gozo que
lleva consigo.
Artículo 4:
¿Estuvo San Pablo, en su rapto, enajenado de los sentidos?
lat
Objeciones por las que parece que San Pablo, en su rapto, no estuvo
enajenado de los sentidos.
1. Dice San Agustín en XII Super Gen. ad litt.: ¿Por qué no hemos de creer que a tan importante Apóstol, Doctor
de los gentiles, arrebatado a la más alta visión, quiso Dios mostrar
la vida que, después de la presente, hemos de vivir para siempre?
Pero en esa vida futura los santos, después de la resurrección, verán
la esencia de Dios sin que haya abstracción de los sentidos
corporales. Por tanto, tampoco tuvo lugar esa abstracción en San
Pablo.
2. Cristo fue verdadero viador y gozaba continuamente de la
visión de la esencia divina sin que se diera abstracción de los
sentidos. Luego dicha abstracción no fue necesaria para que San Pablo
viera la esencia divina.
3. San Pablo, después de haber visto la esencia divina,
recordó las cosas que había contemplado allí, y por eso decía en 2 Cor
12,4: Oí palabras misteriosas, que no es lícito al hombre
pronunciar. Pero la memoria pertenece a la parte sensitiva, como
demuestra el Filósofo en su obra De Mem. et Remin. Parece, pues, que San Pablo, al ver la esencia divina, no estuvo enajenado de sus sentidos.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt.: A no ser muriendo a esta vida, sea
saliendo totalmente del cuerpo o apartándose, enajenado, de los
sentidos corporales, nadie es elevado a esa visión.
Respondo: El hombre no puede ver la esencia
divina mediante otra facultad cognoscitiva que no sea el
entendimiento. Ahora bien: el entendimiento humano no se convierte a
lo sensible sino mediante sus imágenes, mediante las cuales recibe de
los objetos sensibles las especies inteligibles y con cuya
consideración juzga y dispone de lo sensible. Por eso, en toda
operación en la que nuestro entendimiento es abstraído de las imágenes
es preciso que sea abstraído de los sentidos. Pero el entendimiento
humano, en esta vida, ha de ser abstraído de las imágenes si ve la
esencia divina, pues ésta no puede ser vista mediante ninguna imagen,
ni siquiera por medio de una especie inteligible creada, puesto que la
esencia divina sobrepasa infinitamente no sólo a todos los cuerpos a
los que corresponden las imágenes, sino a toda criatura inteligible. Y
conviene que, cuando el hombre es elevado a la altísima visión de
Dios, toda la intención de la mente se eleve a lo alto, de modo que no
entienda nada de estas imágenes, sino que se eleve totalmente a Dios.
Por eso es imposible que el hombre, en el estado de esta vida, vea a
Dios en su esencia sin que se dé la abstracción de los
sentidos.
A las objeciones:
1. Como ya observamos antes (
a.3 obj.2), después de la resurrección, en los bienaventurados que ven la
gloria de Dios, la gloria redundará del entendimiento a las potencias
inferiores y al cuerpo. Por eso, en virtud de la regla de la visión
divina, el alma se aplicará a las imágenes y a las cosas sensibles.
Pero tal redundancia no se da en aquellos que son arrebatados, como ya
quedó dicho (
a.3 ad 2). Luego la razón no es la misma.
2. El entendimiento del alma de
Cristo estaba glorificado por la luz habitual de la gloria, con la que
veía la esencia divina con mucho mayor perfección que el ángel o el
hombre. Era viador por la pasibilidad de su cuerpo, según la cual era un poco inferior a los ángeles, según se dice en Heb 2,7-9,
por dispensa divina y no por ningún defecto intelectual. Luego no es
la misma la razón respecto de El y de los demás viadores.
3. San Pablo, después de ver a
Dios en su esencia, se acordó de lo que había conocido en aquella
visión por algunas especies inteligibles que de la misma visión habían
quedado, a modo de hábito, en su entendimiento, igual que, al
desaparecer los objetos sensibles, quedan algunas impresiones en el
alma, que luego se recuerdan volviéndose a sus imágenes en la mente.
Por eso no podía pensar en todo aquel conocimiento ni expresarlo con
palabras.
Artículo 5:
¿Estuvo el alma, de San Pablo, en aquel estado, totalmente separada
de su cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de San Pablo, en aquel
estado, estuvo totalmente separada de su cuerpo.
1. Dice el mismo Apóstol en 2 Cor 5,6-7:
Mientras moramos en este
cuerpo, estamos ausentes del Señor, caminamos por la fe y no por la
visión. Pero, en aquel estado, no estaba lejos del Señor, porque
veía a Dios cara a cara, como ya mencionamos (
a.3). Por consiguiente,
no estaba en el cuerpo.
2. Las potencias del alma no pueden elevarse por encima de
su esencia, en la cual radican. Pero el entendimiento, que es una
potencia del alma, mientras estuvo arrebatado, estuvo abstraído de lo
corporal mediante la elevación a la contemplación divina. Luego, con
mayor razón, estuvo la esencia del alma separada del
cuerpo.
3. Las fuerzas del alma vegetativa son más materiales que
las de la sensitiva. Pero era necesario que el entendimiento fuera
abstraído de las fuerzas del alma sensitiva, como dijimos antes (
a.4),
para que pudiera ser arrebatado a la visión de la esencia divina.
Luego, con mayor razón, había de ser abstraído de las fuerzas del alma
vegetativa, porque, si cesa la operación de éstas, el alma ya no
permanece unida al cuerpo. Luego parece que fue necesario que, en el
rapto de San Pablo, el alma estuviera totalmente separada del
cuerpo.
Contra esto: está el hecho de que San Agustín dice en su Epistola ad
Paulinum de Videndo Deum: No es increíble que
esta alta revelación haya sido concedida a algunos santos difuntos,
pero no de modo que sus cadáveres hubieran de ser sepultados. Por
consiguiente, no fue necesario que, en el rapto de San Pablo, su alma
estuviera totalmente separada del cuerpo.
Respondo: Como ya se ha observado (
a.1 obj.1),
en el rapto del que tratamos el hombre es elevado, por virtud divina,
de lo que es natural a lo que está por encima de la
naturaleza. Debemos, pues, considerar dos cosas: qué es natural al
hombre y qué ha de realizarse en el hombre por encima de la
naturaleza. Por el hecho de estar unida al cuerpo como forma del
mismo, tiene el alma cierta necesidad natural de entender mediante la
conversión a las imágenes. Esto no se lo quita la virtud divina en el
rapto, puesto que no se cambia su condición, según dijimos antes (
a.3 obj.2.3). Permaneciendo en dicho estado, se le quita al alma la
conversión actual a las imágenes y a lo sensible, para que no se vea
impedida su elevación a algo que está sobre todas las imágenes, tal
como ya lo dijimos antes (
a.4). Por tanto, en el rapto
no fue necesario que el alma se separase del cuerpo dejando de estar
unida a él como forma suya, pero fue preciso que su entendimiento
fuera abstraído de las imágenes y de la percepción de las cosas
sensibles.
A las objeciones:
1. En el rapto, San Pablo estaba
lejos del Señor en cuanto al estado, puesto que todavía era un viador,
no en cuanto al acto, por el que veía a Dios tal como era, según queda
dicho (
a.3 obj.2.3).
2. La potencia del alma no se
eleva, por la virtud divina, de igual modo que el cuerpo es elevado,
por una fuerza mayor, por encima del lugar que le corresponde en
virtud de su naturaleza específica.
3. Las fuerzas del alma vegetal no
actúan conforme a la intención del alma, como lo hacen las fuerzas
sensitivas, sino de un modo natural. Por eso, en el rapto, no se
requiere la abstracción de las potencias sensitivas, con cuya
operación quedaría aminorada la intención del alma respecto del
conocimiento cognoscitivo.
Artículo 6:
¿Ignoró San Pablo si su alma estuvo separada del cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que San Pablo no ignoró si su alma
estuvo separada del cuerpo.
1. El mismo San Pablo dice en 2 Cor 12,2: Conozco a un hombre,
fiel de Cristo, que fue arrebatado al tercer cielo. Pero hombre indica el compuesto del alma y cuerpo, mientras que
rapto es distinto de muerte. Parece, pues, que él mismo sabía
que su alma no estaba separada del cuerpo, dado, además, que es ésta
la doctrina más común entre los doctores.
2. Las mismas palabras de San Pablo dan a entender que él
supo a dónde fue arrebatado: al tercer cielo. De aquí se sigue
que supo si lo fue en cuerpo o no, puesto que, si supo que el tercer
cielo era algo corpóreo, se deduce que su alma no estaba separada del
cuerpo, puesto que una visión corpórea no puede realizarse sino
mediante un cuerpo. Por tanto, parece que supo si su alma estuvo
separada del cuerpo.
3. Como dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt., San Pablo, en el rapto, vio a Dios con la
visión con la que lo ven los santos del cielo. Ahora bien: los santos,
por el hecho de ver a Dios, saben si sus almas están separadas del
cuerpo. Por consiguiente, San Pablo lo supo también.
Contra esto: están las palabras de San Pablo en 2 Cor 12,2-3: Si en
el cuerpo o fuera de él, no lo sé; Dios lo sabe.
Respondo: La verdad de esta cuestión conviene
decidirla atendiendo a las palabras de San Pablo. En ellas dice que
sabe algo:
que fue arrebatado al tercer cielo, y que ignora
algo:
si en el cuerpo o fuera de él. Esta segunda afirmación
admite una doble interpretación. Según la primera,
si en el cuerpo
o fuera de él no se referiría al ser mismo del hombre arrebatado,
como si ignorara si su cuerpo fue arrebatado al tercer cielo
juntamente con el alma o sólo ésta, al igual que leemos en Ez 8,3 que
fue llevado a Jerusalén en visión divina. Y que ésta fue la
interpretación de cierto judío lo confiesa San Jerónimo en su
Prólogo super Danielem:
Finalmente
—decía—,
nuestro Apóstol no se había atrevido a afirmar que había
sido arrebatado en cuerpo, sino que había dicho: no sé si en el cuerpo
o fuera de él (2 Cor 12,2).
Pero San Agustín desaprueba esta interpretación, en XII Super
Gen. ad litt., basándose en que el Apóstol dice
que sabe que fue arrebatado hasta el tercer cielo. Por consiguiente,
sabía que era al tercer cielo, y no a una semejanza imaginaria del
mismo, adonde fue arrebatado. De lo contrario, si hubiera llamado
tercer cielo a una representación imaginaria del mismo, podía también
haber dicho que había sido arrebatado en cuerpo, entendiendo por
cuerpo una imagen del mismo, como sucede en los sueños. Luego, si
sabía que era el verdadero tercer cielo, sabía también si era algo
espiritual o incorpóreo, en cuyo caso su cuerpo no podía haber sido
arrebatado allí, o era algo corpóreo, en cuyo caso su alma no hubiera
podido ser arrebatada hasta él a no ser que fuera separada del
cuerpo.
Por tanto, hay que interpretar esto de otra manera: que el Apóstol
supo que había sido arrebatado en el alma y no en el cuerpo, pero no
sabía en qué relación habían estado alma y cuerpo, si
estuvieron, o no, separados.
Pero sobre esto hay varias opiniones. Según unos, el
Apóstol supo que su alma estaba unida a su cuerpo como forma de éste,
pero no supo si había sufrido una enajenación de los sentidos o si
había tenido lugar una abstracción de las obras del alma vegetal. Pero
no pudo ignorar que se había producido tal abstracción, puesto que
sabía que había sido arrebatado. En cuanto a si se había producido una
abstracción de las obras del reino vegetal, no era algo tan importante
como para mencionarla expresamente. Queda, pues, como solución, el que
el Apóstol ignoró si su alma estuvo unida a su cuerpo como forma del
mismo o separada de él por la muerte.
Algunos, aun cuando admiten esto, dicen que el
Apóstol no pudo comprobar esto cuando fue arrebatado, porque toda su
intención se había vuelto a Dios, pero lo supo luego pensando en lo
que había visto. Pero tampoco esto responde a las palabras del
Apóstol, quien distingue en sus palabras un pasado y un futuro, al
decir que sabe que fue arrebatado hace ya más de catorce
años, y que actualmente no sabe si fue en el cuerpo o fuera de
él.
Por consiguiente, hay que decir que ignoró antes y después si su alma
estuvo separada del cuerpo. Por eso dice San Agustín, en XII Super
Gen. ad litt., concluyendo tras una larga
disquisición: Queda, pues, que entendamos que tal vez ignoró si,
cuando fue arrebatado al tercer cielo, su alma permaneció en el cuerpo
como está cuando decimos que ésta vive, sea en estado de vigilia, en
sueño o en éxtasis, enajenada de los sentidos corporales, o abandonó
totalmente al cuerpo dejándolo como muerto.
A las objeciones:
1. Por sinécdoque, a veces
llamamos hombre a una parte del mismo, sobre todo al alma, que es su
parte más noble. Aunque también puede decirse que aquel que dice haber
sido arrebatado no era hombre en el momento del rapto, sino después
de catorce años. También puede admitirse que la muerte producida
por Dios se llame rapto. Y como dice San Agustín en XII Super Gen.
ad litt., si el Apóstol lo duda, ¿quién de
nosotros puede estar seguro? Por eso los que hablan de esta
materia lo hacen por conjeturas más que con certeza.
2. El Apóstol supo o que aquel
cielo era incorpóreo o que él había visto algo incorpóreo en él. Pero
esto podía ser producto de su entendimiento, aun suponiendo que su
alma estuviera separada del cuerpo.
3. La visión de San Pablo en su
rapto se pareció a la visión beatífica en parte, a saber, en lo que
veía, y se distinguía de ella en algo, es decir, en el modo de verlo,
puesto que no lo vio tan perfectamente como los santos del cielo. Por
ello dice San Agustín, en XII Super Gen. ad litt.: Cuando el Apóstol fue arrebatado de los sentidos hasta el tercer cielo, le faltó, para el conocimiento pleno y perfecto de las cosas propio de los ángeles, el no saber si era en el cuerpo o fuera de él. Esto no faltará cuando, al recibir los cuerpos en la resurrección, lo corruptible se vista de incorrupción.