Artículo 1:
¿Es lo mismo pecado contra el Espíritu Santo que pecado de malicia
manifiesta?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado contra el Espíritu Santo
no es lo mismo que el pecado de malicia manifiesta:
1. El pecado contra el Espíritu Santo es el pecado de blasfemia, como
consta en Mt 12,31. Mas no todo pecado de malicia manifiesta es
blasfemia, ya que, en verdad, hay otros muchos géneros de pecado que
se cometen con malicia manifiesta. No se identifican, pues, pecado
contra el Espíritu Santo y pecado de malicia manifiesta.
2. El pecado de malicia manifiesta se distingue por
oposición de los pecados de ignorancia y de debilidad. En cambio, el
pecado contra el Espíritu Santo se distingue, por oposición, del
pecado contra el Hijo del hombre, como se ve en Mt 12,32. No son,
pues, lo mismo el pecado contra el Espíritu Santo y el pecado de
malicia manifiesta, pues las cosas que tienen contrarios opuestos son
también distintas entre sí.
3. El pecado contra el Espíritu Santo es un género de
pecado al que se le asignan determinadas especies. Pero el pecado de
malicia manifiesta no es un género especial de pecado, sino una
condición o circunstancia general que puede darse en todo tipo de
pecado. Luego el pecado contra el Espíritu Santo no es lo mismo que el
pecado de malicia manifiesta.
Contra esto: está la enseñanza del Maestro, que dice que
peca contra el Espíritu Santo aquel a quien agrada la malicia por
sí misma, y eso es precisamente pecar con malicia
manifiesta. Parece, pues, que se identifican pecado con malicia
manifiesta y pecado contra el Espíritu Santo.
Respondo: Del pecado o blasfemia contra el
Espíritu Santo se habla de tres modos. Los antiguos doctores, o sea,
San Atanasio, San Hilario, San
Ambrosio, San Jerónimo y San Juan
Crisóstomo, afirman que se peca contra el Espíritu
Santo cuando se dice literalmente algo blasfemo contra él, bien se
tome «Espíritu Santo» como nombre esencial que conviene a la Trinidad,
cuyas personas son las tres espíritus y santos, bien se tome por el
nombre personal de una persona de la Trinidad. En este sentido se
distingue en Mt (12,32) la blasfemia contra el Espíritu Santo de la
blasfemia contra el Hijo del hombre. Efectivamente, Cristo realizaba
algunas acciones como hombre, por ejemplo, comer, beber y similares;
pero hacía asimismo otras cosas como Dios, por ejemplo, expulsar
demonios, resucitar muertos, etc. Y estas cosas las realizaba Cristo
en virtud de la propia divinidad y también por la operación del
Espíritu Santo, del que estaba lleno en su humanidad. Pero los judíos
blasfemaron primero contra el Hijo del hombre diciendo de él que
era
glotón, bebedor y amigo de publicanos, como consta en Mt
(11,19). Blasfemaron después contra el Espíritu Santo atribuyendo al
príncipe de los demonios las obras que realizaba Jesús en virtud de la
propia divinidad y por la operación del Espíritu Santo. De esta forma
se dice que blasfemaron contra el Espíritu Santo.
San Agustín, en cambio, en el libro De verb. Dom., considera como blasfemia o pecado contra el Espíritu Santo la impenitencia final, o sea, la permanencia en el pecado mortal hasta la muerte. Pero esto se da no solamente de palabra, sino también en la palabra del corazón y en la obra, y no una vez, sino muchas. Se dice que esta palabra así entendida es contra el Espíritu Santo por ser contra el perdón de los pecados, que se da por el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo. Y esto no lo dijo el Señor a los judíos en el sentido de que ellos pecaran contra el Espíritu Santo, ya que aún no estaban en la impenitencia final; les amonestó, sin embargo, a que, hablando de esa manera, no llegaran a pecar contra el Espíritu Santo. En ese sentido hay que entender a San Marcos cuando, después de decir quien blasfemare contra el Espíritu Santo, etc. (Mc 3,29), añade el evangelista: porque decían: está poseído por espíritu inmundo (v.30).
Otros lo entienden de otra manera, diciendo que hay
pecado o blasfemia contra el Espíritu Santo cuando se peca contra el
bien apropiado al Espíritu Santo, al cual se le apropia la bondad,
como al Padre el poder y al Hijo la sabiduría. Según eso, dicen que
hay pecado contra el Padre cuando se peca por debilidad; contra el
Hijo, por ignorancia; y contra el Espíritu Santo, por malicia
manifiesta, o sea, por la elección del mal, como ya hemos expuesto
(1-2 q.78 a.1 y 3). Esto, a su vez, sucede de dos maneras. La primera,
en virtud del hábito vicioso llamado malicia, y en este sentido no es
lo mismo pecar por malicia que pecar contra el Espíritu Santo. O
también sucede cuando se desecha o aparta con desprecio lo que podía
impedir la elección del pecado, por ejemplo, la esperanza, por la
desesperación, el temor, por la presunción, y otras cosas semejantes,
como luego se dirá (a.2). Todo cuanto impide la elección del pecado es
efecto de la acción del Espíritu Santo en nosotros. Y por eso, pecar
así por malicia es pecar contra el Espíritu Santo.
A las objeciones:
1. Como la confesión de fe no sólo
consiste en la manifestación con la boca, sino también en la confesión
con la obra, así también la blasfemia contra el Espíritu Santo se
puede considerar en la boca, en el corazón y en la
obra.
2. En la tercera acepción se
distingue la blasfemia contra el Espíritu Santo de la blasfemia contra
el Hijo del hombre, en cuanto que el Hijo del hombre es también Hijo
de Dios, o sea, poder y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24). De ahí
que, en este aspecto, el pecado contra el Hijo del hombre sea pecado
de ignorancia o de debilidad.
3. El pecado de malicia
manifiesta, en cuanto que procede de la inclinación de un hábito, no
es pecado especial, sino condición general del pecado. Mas en cuanto
nace de especial desprecio del efecto del Espíritu Santo en nosotros,
tiene carácter de pecado especial. En este sentido, el pecado contra
el Espíritu Santo es también un género particular de pecado, como lo
es igualmente en la forma de interpretarlo la primera exposición; no
es, en cambio, un género especial de pecado en el sentido en que lo
interpreta la segunda, ya que la impenitencia final puede ser
circunstancia de cualquier género de pecado.
Artículo 2:
¿Están debidamente asignadas las seis especies de pecado contra el
Espíritu Santo?
lat
Objeciones por las que parece que no están debidamente asignadas las
seis especies de pecado contra el Espíritu Santo, a saber: la
desesperación, la presunción, la impenitencia, la obstinación, la
impugnación de la verdad conocida y la envidia de la gracia fraterna,
expuestas por el Maestro.
1. Negar la justicia divina o la misericordia corresponde a la
infidelidad. Pues bien, la misericordia divina se rechaza por la
desesperación; y por la presunción, su justicia. En consecuencia, cada
uno de estos actos es más bien especie de infidelidad que de pecado
contra el Espíritu Santo.
2. La impenitencia parece referirse a pecado pasado; la
obstinación, en cambio, a pecado futuro. Ahora bien, el pasado y el
futuro no diversifican una especie de virtud o de vicio, ya que con la
misma fe con que creemos que ha nacido Cristo creyeron los antiguos
que había de nacer. La obstinación, pues, y la impenitencia no deben
ponerse como dos especies de pecado contra el Espíritu
Santo.
3. Como leemos en San Juan, la gracia y la verdad nos
han llegado por Jesucristo (Jn 1,17). En consecuencia, parece que
la impugnación de la verdad conocida y la envidia de la gracia
fraterna pertenecen más a la blasfemia contra el Hijo del hombre que a
la blasfemia contra el Espíritu Santo.
4. Finalmente, tenemos el testimonio de San Bernardo en el libro De dispensat. et praecept.: Negarse a obedecer es resistir al Espíritu
Santo, y también lo que dice la Glosa sobre
el Levítico 10,16: La penitencia simulada es blasfemia contra el
Espíritu Santo. El cisma, por su parte, parece que
se opone también directamente al Espíritu Santo, por quien recibe la
Iglesia su unidad. En consecuencia, parece que no están
suficientemente divididas las especies de pecado contra el Espíritu
Santo.
Contra esto: está el testimonio de San Agustin en el libro De fide ad
Petrum, según el cual pecan contra el Espíritu
Santo quienes desesperan del perdón de los pecados o quienes sin
méritos presumen de la gracia de Dios. Asimismo, en
Enchiridion, añade que quien termina su día
postrero con la obstinación de la mente es reo de pecado contra el
Espíritu Santo. Llega también a decir en el libro De Verb.
Dom. que la impenitencia es pecado contra el
Espíritu Santo. Afirma, asimismo, en el libro De Ser. Dom. in Monte, que impugnar la fraternidad con el ardor de
la envidia es pecar contra el Espíritu Santo. Por
último, escribe en el libro De unico bapt.
que quien desprecia la verdad, o es maligno con los hermanos a
quienes les es revelada la verdad, o es ingrato para con Dios, cuya
inspiración instruye a la Iglesia. En consecuencia, parece que se
peca contra el Espíritu Santo.
Respondo: Tomado en el tercer sentido el pecado
contra el Espíritu Santo, están bien señaladas las especies referidas,
que se distinguen por la eliminación o el desprecio de lo que puede
impedir en el hombre la elección del pecado. Esto acontece, o por
parte del juicio divino, o por parte de sus dones, o incluso por parte
del mismo pecado. El hombre, en efecto, se retrae de la elección del
pecado por la consideración del juicio divino, que conlleva
entremezcladas justicia y misericordia, y encuentra también ayuda en
la esperanza que surge ante el pensamiento de la misericordia, que
perdona el mal y premia el bien; esta esperanza la destruye la
desesperación. El hombre encuentra también ayuda en el temor que nace
de pensar que la justicia divina castiga el pecado, y ese temor
desaparece por la presunción, que lleva al hombre al extremo de pensar
que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin
arrepentimiento. Ahora bien, los dones de Dios que nos retraen del
pecado son dos. Uno de ellos, el conocimiento de la verdad, y contra
él se señala
la impugnación a la verdad conocida, hecho que
sucede cuando alguien impugna la verdad de fe conocida para pecar con
mayor libertad. El otro, el auxilio de la gracia interior, al que se
opone
la envidia de la gracia fraterna, envidiando no sólo al
hermano en su persona, sino también el crecimiento de la gracia de
Dios en el mundo.
Por parte del pecado, son dos las cosas que pueden retraer al hombre
del mismo. Una de ellas, el desorden y la torpeza de la acción, cuya
consideración suele inducir al hombre a la penitencia del pecado
cometido. A ello se opone la impenitencia, no en el sentido de
permanencia en el pecado hasta la muerte, como se entendía en otro
lugar (a.1) (ya que en ese sentido no sería pecado especial, sino una
circunstancia del pecado); aquí, en cambio, se entiende la
impenitencia en cuanto entraña el propósito de no arrepentirse. La
otra cosa que aleja al hombre del pecado es la inanidad y caducidad
del bien que se busca en él, a tenor del testimonio del Apóstol: ¿Qué frutos cosechasteis de aquellas cosas que al presente os
avergüenzan? (Rom 6,21). Esta consideración suele inducir al
hombre a no afianzar su voluntad en el pecado. Todo ello se desvanece
con la obstinación, por la que reitera el hombre su propósito
de aferrarse en el pecado. De estas dos malicias habla Jeremías
diciendo: Nadie hay que se arrepienta de su pecado, diciendo ¿qué
hice yo? (respecto de la primera), y Todos se extravían, cada
cual en su carrera, cual caballo que irrumpe en la batalla (en
cuanto a la segunda) (Jer 8,6).
A las objeciones:
1. El pecado de desesperación o de
presunción no consiste en no creer en la justicia o en la misericordia
de Dios, sino en despreciarlas.
2. La obstinación y la
impenitencia difieren no por su relación con el pasado o el futuro,
sino por determinadas razones formales derivadas de la distinta
consideración que hay que tener en cuenta en el pecado, como hemos
expuesto.
3. La gracia y la verdad las hizo
Cristo por los dones, del Espíritu Santo otorgados a los
hombres.
4. Negarse a obedecer corresponde a
la obstinación; simular la penitencia es impenitencia; el cisma se
suma a la envidia de la gracia fraterna en que se unen entre sí los
miembros de la Iglesia.
Artículo 3:
¿Es irremisible el pecado contra el Espíritu Santo?
lat
Objeciones por las que parece que no sea irremisible el pecado contra
el Espíritu Santo:
1. En palabras de San Agustín, en el libro De verb. Dom., no hay
que desesperar de nadie mientras la paciencia del
Señor atraiga a penitencia. Pues bien, si se diera
algún pecado irremisible, habría que desesperar de algún pecador. No
es, pues, irremisible el pecado contra el Espíritu
Santo.
2. El pecado no se perdona sino porque Dios sana al alma.
Ahora bien, las palabras de la Escritura cura todas tus
enfermedades (Sal 102,3) las comenta la Glosa: Para el médico
todopoderoso no hay mal alguno incurable. En
consecuencia, no es irremisible el pecado contra el Espíritu
Santo.
3. El libre albedrío es indiferente para el bien y para el
mal. Pero mientras dure el estado de viador, puede uno apartarse de la
virtud, ya que también el ángel cayó del cielo, y por eso se dice: Si... aun a sus ángeles achaca desvarío, cuánto más a los que habitan
estas casas de arcilla (Job 4,18-19). Luego, por la misma razón,
puede uno volver de cualquier pecado al estado de justicia. Por lo
tanto, el pecado contra el Espíritu Santo no es irremisible.
Contra esto: está lo que leemos en San Mateo: Al que diga una palabra
contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el
otro (Mt 12,32). Y San Agustín, por su parte, en el libro de De
Serm. Dom., escribe: Tan grande es la mancha de este pecado,
que no puede borrarla la humildad suplicante.
Respondo: La condición irremisible del pecado
contra el Espíritu Santo hay que valorarla en función de las diversas
acepciones de ese pecado. Y así, si se le considera en cuanto
impenitencia final, es irremisible, pues de ninguna manera se perdona.
Efectivamente, el pecado mortal en el que persevera el hombre hasta la
muerte, dado que no se perdona en esta vida por la penitencia, tampoco
en la futura. Pero, según las otras dos acepciones, se dice que es
irremisible, mas no en el sentido de que no pueda ser perdonado de
ninguna manera, sino en el de que, de suyo, no merece ser perdonado.
Esto acontece de dos maneras. La primera, en cuanto a la pena. En
verdad, quien peca por ignorancia o debilidad, merece pena menor; pero
quien peca con malicia manifiesta no tiene excusa alguna que disminuya
su pena. De igual suerte que quien blasfemaba contra el Hijo del
hombre cuando su divinidad no estaba aún revelada, podía tener alguna
excusa, por la flaqueza de la carne que veía en El, y por eso merecía
menor castigo. No tenía, en cambio, excusa alguna que disminuyera su
pena quien blasfemaba de su divinidad atribuyendo al diablo las obras
del Espíritu Santo. Por eso se dice, siguiendo la interpretación de
San Juan Crisóstomo, que ese pecado no se les
perdonaba a los judíos ni en esta vida ni en la otra, y por él
padecieron, en la vida presente, de los romanos, y en la vida futura,
con las penas del infierno. En el mismo sentido aduce San
Atanasio el ejemplo de sus padres, quienes primero se
alzaron contra Moisés por la falta de agua y del pan, cosa que el
Señor toleró pacientemente, ya que tenían excusa en la debilidad de la
carne. Pero después pecaron con mayor gravedad contra el Espíritu
Santo, atribuyendo al diablo los beneficios recibidos de Dios que les
había sacado de Egipto, y así dijeron: Estos son, Israel, tus
dioses que te sacaron de la tierra de Egipto (Ex 32,4). Por eso
quiso Dios que fueran castigados también temporalmente, ya que murieron aquel día unos tres mil hombres (Ex 32,28), y de cara al
futuro les amenaza con el castigo diciendo: En el día de la
venganza visitaré yo su pecado (Ex 32,34). En segundo lugar, en
cuanto se refiere a la culpa. Sucede algo análogo a lo que se dice de
una enfermedad que por su misma naturaleza es incurable, porque no hay
base de recuperación, sea porque se destruye la virtud de la
naturaleza, sea porque causa náuseas de la comida o de la medicina,
aunque esa dolencia pueda curarla Dios. Así sucede con el pecado
contra el Espíritu Santo. Se dice de él que es irremisible por su
naturaleza, en cuanto que excluye lo que causa la remisión del pecado.
No queda, sin embargo, cerrado del todo el camino del perdón y de la
salud a la omnipotencia y misericordia de Dios, la cual, como por
milagro, sana a veces espiritualmente a esos impenitentes.
A las objeciones:
1. Consideradas la omnipotencia y
misericordia divinas, de nadie se debe desesperar en esta vida. Pero
si se considera la condición del pecado, se dice de algunos que son hijos de la desconfianza, como se lee en el Apóstol (Ef
2,2).
2. Esa razón arguye por parte de
la omnipotencia de Dios, no por la condición del pecado.
3. El libre albedrío permanece
siempre mudable en esta vida. Sin embargo, a veces rechaza de sí, en
cuanto está en su mano, lo que le puede inducir al bien. De ahí que,
de su parte, el pecado es irremisible, aunque Dios lo pueda
perdonar.
Artículo 4:
¿Puede el hombre comenzar pecando contra el Espíritu Santo sin
presuponer otros pecados?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no puede comenzar pecando
contra el Espíritu Santo sin presuponer otros pecados:
1. En el orden natural se pasa de lo imperfecto a lo perfecto. Esto
es evidente en el bien, según el texto de la Escritura: La senda
del justo es como luz de aurora, que va en aumento hasta ser pleno
día (Prov 4,18). Pero en el mal lo perfecto es el mal en máximo
grado, según el Filósofo en V Metaphys.. Por lo
tanto, dado que el pecado contra el Espíritu Santo es precisamente el
más grave, parece que se llega a él a través de otros
menores.
2. Pecar contra el Espíritu Santo es pecar por malicia
manifiesta o por elección. Pero esto no lo puede hacer el hombre
inmediatamente sin haber pecado antes muchas veces, pues, como escribe
el Filósofo en V Ethic., aunque puede el hombre
cometer injusticias, no puede obrar de repente como injusto, es decir,
por elección. En consecuencia, parece que el pecado contra el Espíritu
Santo no puede cometerse sino después de otros pecados.
3. La penitencia y la impenitencia versan sobre lo mismo.
Ahora bien, la penitencia no hace sino relación a pecados pasados.
Luego tampoco la impenitencia, especie de pecado contra el Espíritu
Santo. En consecuencia, el pecado contra el Espíritu Santo presupone
otros pecados.
Contra esto: está el testimonio del Eclesiástico: Fácil cosa es al
Señor enriquecer de repente al pobre (Eclo 11,23). Luego, a la
inversa, es también posible que, por la malicia que sugiere el
demonio, pueda el hombre ser inducido en un instante al mayor pecado,
es decir, al pecado contra el Espíritu Santo.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
a.1), una de
las maneras de pecar contra el Espíritu Santo es hacerlo con malicia
manifiesta. Ahora bien, pecar con malicia manifiesta se puede hacer de
dos maneras, como hemos dicho (
a.1). Una, por inclinación del hábito,
lo cual no es con propiedad pecar contra el Espíritu Santo, y pecar de
esta manera con malicia manifiesta no se da ya desde un principio; es
preciso que vaya precedido de actos de pecado que engendran el hábito
que inclina a pecar. La segunda manera con que puede uno pecar con
malicia manifiesta consiste en rechazar por desprecio lo que retiene
al hombre del pecado, y esto es propiamente pecar contra el Espíritu
Santo, como hemos dicho (
a.1). Esto presupone, las más de las veces,
otros pecados, porque, como vemos en la Escritura,
el impío, cuando
llega al profundo en los pecados, desprecia (Prov 18,3). Puede,
sin embargo, ocurrir que peque uno por desprecio contra el Espíritu
Santo ya en el primer acto de pecado, sea por la libertad del libre
albedrío, sea también en virtud de múltiples disposiciones
precedentes, sea incluso por algún incentivo fuerte hacia el mal y un
afecto débil hacia el bien. Por eso, en el perfecto apenas o nunca
puede ocurrir que peque ya desde un principio contra
el Espíritu Santo. Así dice Orígenes en I
Peri. Arch.: No creo que
ninguno que haya alcanzado sumo grado de perfección se vacíe o caiga
de repente, sino que por necesidad ha de desfallecer poco a poco y por
partes. La misma razón vale para el caso en que el
pecado contra el Espíritu Santo se tome literalmente por blasfemia
contra El. Efectivamente, esa blasfemia de que habla el Señor proviene
siempre de malicioso desprecio.
Mas si por pecado contra el Espíritu Santo se entiende, como hace San
Agustín, la impenitencia final, entonces no hay cuestión, ya que para
el pecado contra el Espíritu Santo se requiere la continuidad de
pecado hasta el final de la vida.
A las objeciones:
1. Tanto en el bien como en el mal,
generalmente se pasa de lo imperfecto a lo perfecto, ya que el hombre
progresa tanto en el bien como en el mal. Sin embargo, tanto en lo uno
como en lo otro se puede comenzar por un grado mayor que otro. Y así,
aquello por donde se empieza puede ser perfecto en su género, tanto en
el bien como en el mal, aunque sea imperfecto en el proceso del hombre
que progresa en mejor o en peor.
2. Esa razón concluye para el
pecado de malicia que procede por inclinación de un
hábito.
3. Si se toma la impenitencia en
el sentido de San Agustín, en cuanto conlleva la permanencia en el
pecado hasta el fin, es entonces evidente que la impenitencia, como
también la penitencia, presupone pecados. Pero si hablamos de la
impenitencia habitual, especie de pecado contra el Espíritu Santo, es
claro que puede darse también antes de los pecados. Efectivamente,
quien nunca pecó, puede tener el propósito de arrepentirse o de no
arrepentirse si le aconteciera pecar.