Artículo 1:
¿ Ven los profetas la esencia de Dios?
lat
Objeciones por las que parece que los profetas ven la esencia de
Dios.
1. Sobre Is 38: pon en orden tu casa..., dice la Glosa: Los profetas pueden leer en el libro de
la presciencia de Dios, en el que todo está escrito. Pero la
presciencia de Dios es su misma esencia. Luego los profetas ven la
esencia de Dios.
2. San Agustín, en IX De Trin., dice
que en aquella eterna verdad, según la cual fueron hechas todas las
cosas temporales, vemos con la mirada de la mente la forma a la que
debemos la existencia y en virtud de la cual obramos. Pero los
profetas poseen un conocimiento de las cosas divinas más alto que los
demás hombres. Luego ven en alto grado la esencia divina.
3. Los futuros contingentes son conocidos por los profetas
según la verdad inmutable. Ahora bien: de este modo sólo se
hallan en Dios. Luego los profetas ven al mismo Dios.
Contra esto: está el hecho de que la visión de la esencia divina es algo
reservado al cielo, mientras que la profecía cesa, según se
dice en 1 Cor 13,8ss. Luego la profecía no se realiza mediante la
visión de la esencia divina.
Respondo: La profecía lleva consigo un
conocimiento divino de las cosas lejanas. Por eso se dice de los
profetas, en Heb 11,13, que
miraban de lejos. En cambio, los
que están en el cielo no ven las cosas como lejanas, sino de cerca,
según lo que se nos dice en el salmo 139,14:
Los justos habitarán
en tu presencia. Es claro, pues, que el conocimiento profético es
distinto del conocimiento perfecto que se tendrá en el cielo, y se
distingue de él como lo imperfecto de lo perfecto, desapareciendo
cuando llegue el conocimiento perfecto, como se dice en 1 Cor
13.
Hubo quienes, queriendo distinguir el conocimiento
profético del de los bienaventurados, dijeron que los profetas vieron
la esencia divina, a la que llaman espejo de la eternidad,
pero no como objeto de los bienaventurados, sino en cuanto que en ella
están las razones de los hechos futuros. Esto es imposible, puesto que
Dios es objeto de la bienaventuranza según su misma esencia, conforme
a lo que dice San Agustín en V Confess.: Bienaventurado quien te conoce, aunque las ignore, es decir, a las
criaturas. Y no es posible que alguien vea las razones de las
criaturas en la esencia divina sin ver la esencia divina misma, ya
porque la misma esencia divina es la razón de todo lo que sucede, y la
razón ideal no añade nada a la esencia divina excepto la relación con
las criaturas, o bien porque es anterior el conocer algo en sí mismo,
como es conocer a Dios como objeto de la bienaventuranza, a conocerlo
por comparación con otro, como sería conocerlo por las razones de las
cosas que hay en El. Por eso es imposible que los
profetas vean a Dios según las razones de las criaturas sin conocerlo
como objeto de la bienaventuranza.
Por consiguiente, hemos de decir que la visión profética no es visión
de la esencia divina, ni ven en ella lo que Dios les da a conocer sino
en ciertas semejanzas infundidas por la ilustración de la luz divina.
Por eso dice Dionisio en IV Cael. Hier., al
hablar de las visiones proféticas, que el teólogo sabio llama
divina a la visión que se realiza mediante una semejanza de las cosas
que no tienen forma corpórea y que los videntes elevan a cosas
divinas. Estas semejanzas, ilustradas por la luz divina, tienen
más razón de espejo que la esencia divina, puesto que en un espejo se
reflejan las imágenes de las cosas, lo cual no puede decirse de Dios.
Pero esta ilustración profética de la mente puede decirse que es un
espejo en cuanto que aparece en ella la semejanza de la presciencia de
la verdad divina. Por eso se dice que es espejo de la
eternidad, como si representara la presciencia de Dios, que ve
como presentes en la eternidad todas las cosas, como dijimos antes
(q.172 a.1).
A las objeciones:
1. Se dice que los profetas ven en
el libro de la presciencia de Dios en cuanto que de ésta proviene la
verdad a la mente del profeta.
2. Se dice que el hombre ve en la
verdad primera la propia forma, en la cual existe, en cuanto que la
semejanza de la primera verdad resplandece en la mente humana, la cual
hace que el alma se conozca a sí misma.
3. Puesto que los futuros
contingentes están en Dios como verdad inmutable, puede Dios imprimir
un conocimiento semejante en la mente del profeta sin que éste le vea
en su esencia.
Artículo 2:
¿Imprime Dios, mediante la revelación profética, nuevas especies de
las cosas, o sólo una nueva luz, en la mente del profeta?
lat
Objeciones por las que parece que Dios no imprime en la mente del
profeta nuevas especies de las cosas, sino sólo una luz
nueva.
1. Tal como dice la Glosa de San Jerónimo sobre
Am 1,2, los profetas se sirven de las semejanzas de las cosas con las
que están familiarizados. Pero si la visión profética se realizara
mediante especies impresas de nuevo, la vida anterior no intervendría
para nada. Por consiguiente, no se imprimen en el alma del profeta
nuevas especies, sino sólo una luz profética.
2. Como dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt., no es la visión imaginativa, sino la visión
intelectual, la que hace al profeta. Por eso se dice en Dan 10,1 que es precisa la inteligencia en la visión. Ahora bien: la visión
intelectual, como se dice en la misma obra, que no es
producida por semejanzas, sino por la misma verdad de las cosas. Luego
parece que la revelación profética no se realiza por medio de la
impresión de especies.
3. Mediante el don de profecía, el Espíritu Santo muestra
al hombre lo que supera a la facultad natural. Pero el hombre puede
formar, por su misma naturaleza, algunas especies de las cosas. Por
tanto, parece que en la revelación profética no se infunden especies
de las cosas, sino una luz inteligible.
Contra esto: está el pasaje de Os 12,10, donde se dice: Yo
multipliqué la visión y por los profetas recibí semejanzas. Pero
la multiplicación de la visión no se hace mediante una luz
inteligible, la cual es común a toda visión profética, sino sólo por
la diversidad de especies, según las cuales se da también la
semejanza. Por consiguiente, parece que en la visión profética se
imprimen nuevas especies de las cosas y no sólo una luz
inteligible.
Respondo: Conforme al testimonio de San
Agustín en XII
Super Gen. ad litt.,
el
conocimiento profético es propio principalmente de la mente. Ahora
bien: acerca del conocimiento de la mente humana conviene que
consideremos dos cosas: la recepción o representación de las cosas y
el juicio sobre las cosas representadas. Algunas cosas son
representadas a la mente en especies. Y, según el orden natural, es
preciso que estas especies se presenten primeramente a los sentidos;
después, a la imaginación, y después, al
entendimiento posible, el cual es afectado por las especies de las
imágenes sensibles conforme a la ilustración del entendimiento agente.
Y en la imaginación están no sólo las formas de las cosas sensibles en
cuanto recibidas por los sentidos, sino que son transformadas de
diversas maneras, bien a causa de alguna transmutación corporal, como
sucede en los que duermen y en los furiosos, o bien en cuanto que el
imperio de la razón dispone las representaciones en orden a lo que ha
de ser comprendido. En efecto, así como de la distinta colocación de
las letras resultan palabras nuevas, también de la distinta
disposición de las representaciones resultan diversas especies
inteligibles en el entendimiento. Por su parte, el juicio de la mente
humana se produce mediante la luz intelectual.
Ahora bien: por medio del don de profecía se confiere a la mente
humana algo superior a su facultad humana en ambos casos, es decir, en
cuanto al juicio, mediante el influjo de la luz intelectual, y en
cuanto a la recepción o representación de las cosas, que se realiza
mediante algunas especies. En cuanto a esto segundo, la doctrina
humana puede parecerse a la revelación profética, pero no en cuanto a
lo primero, puesto que el hombre representa a su discípulo algunas
cosas mediante signos del lenguaje, pero no puede iluminarle, como
hace Dios. De estas dos cosas, la primera es la principal en la
profecía, porque el juicio completa el conocimiento. Por ello, si Dios
ofrece a alguien la representación de cosas mediante semejanzas
imaginativas, como hizo con el Faraón y con Nabucodonosor, o mediante
semejanzas corpóreas, como hizo con Baltasar, no ha de ser éste
considerado como profeta a no ser que su mente sea iluminada en orden
a emitir un juicio, sino que tal aparición es algo imperfecto en el
orden de la profecía; por eso algunos la llaman
éxtasis profético, como la adivinación de los sueños. Sin
embargo, será profeta con que tan sólo sea iluminado para juzgar
incluso sobre las visiones imaginativas de otros, como en el caso de
José, que explicó el sueño del Faraón. Pero, como dice San Agustín en Super Gen. ad litt., es profeta por
antonomasia aquel que destaca en ambas cosas, de modo que vea en
espíritu las semejanzas significativas de las cosas corpóreas y las
entienda con la agudeza de su mente.
Dios ofrece a la mente del profeta, a veces mediante los sentidos
externos, algunas formas sensibles. Así, Daniel vio la escritura en la
pared, según leemos en Dan 5,17ss. Otras veces, en cambio, lo hace
mediante formas imaginarias, bien sean éstas totalmente impresas por
El y no recibidas por los sentidos, como sería el caso de imprimir en
la imaginación de un ciego de nacimiento, o bien ordenadas por Dios de
las cosas recibidas por los sentidos, como es el caso de Jeremías, que vio una olla al fuego del lado del aquilón, como se nos narra
en Jer 1,13. A veces, también, imprimiendo en la misma mente especies
inteligibles, como sucede en aquellos que reciben la ciencia o la
sabiduría infusa, como Salomón (3 Re 3,15) o los Apóstoles (Act
2).
A veces se imprime una luz inteligible en la mente humana para que
juzgue de un modo divino lo que otro ha visto, como se dice de José y
como aparece claramente en los Apóstoles, a los que el Señor abrió
el sentido para que entendieran las Escrituras, como leemos en Lc
24,45, y a este don pertenece la interpretación de las
palabras. También se concede para juzgar, a la luz de la verdad
divina, las cosas que el hombre percibe naturalmente, o bien para
juzgar rectamente y con eficacia lo que ha de hacerse, según se dice
en Is 63,14: El Espíritu del Señor fue su guía.
Queda claro, por consiguiente, que la revelación profética se hace, a
veces, sólo mediante el influjo de la luz, y otras veces mediante
especies impresas de nuevo u ordenadas de otro modo.
A las objeciones:
1. Como dijimos antes (In
corp.), cuando en la revelación profética ordena Dios las especies
imaginativas recibidas previamente de los sentidos, según conviene a
la verdad que quiere revelar, entonces la vida anterior contribuye a
la formación de esas especies, lo cual no sucede cuando son impresas
totalmente desde fuera.
2. La visión intelectual no se
realiza mediante semejanzas corpóreas e individuales, sino según
alguna semejanza inteligible. Por eso dice San Agustín, en IX De
Trin., que el alma posee
alguna semejanza de la especie conocida. Esta semejanza
inteligible, en la revelación profética, es a veces impresa por Dios,
mientras que otras veces es sacada de las formas imaginativas con la
ayuda de la luz profética, porque en las mismas formas imaginarias se
ve la verdad como más sutil conforme a la ilustración de una luz
superior.
3. El hombre puede formar, con su
virtud natural, toda clase de formas imaginarias, consideradas en sí
mismas, pero no puede hacer que estén ordenadas a la representación de
verdades inteligibles que exceden su inteligencia, siendo necesario
para ello el auxilio de la luz sobrenatural.
Artículo 3:
¿Se realiza siempre la visión profética con abstracción de los
sentidos?
lat
Objeciones por las que parece que la visión profética se realiza
siempre abstrayendo de los sentidos.
1. Se dice en Núm 12,16: Si uno de vosotros profetizara, yo me
revelaré a él o le hablaré en sueños. Pero, como dice la Glosa al principio del Salterio, la visión por
sueños y visiones es aquella en que parece que se dicen o hacen las
cosas. Ahora bien: cuando parece que se dicen o se hacen las cosas
que no se dicen o hacen realmente, tiene lugar la enajenación de los
sentidos. Luego la profecía se realiza siempre con enajenación de los
sentidos.
2. Cuando una facultad obra con gran intensidad, otra queda
impedida en su acto. Así, los que aplican mucho su atención a oír
algo, no ven lo que se realiza delante de ellos. Pero en la visión
profética el entendimiento se eleva en gran manera y se aplica con
intensidad a realizar su propio acto. Luego parece que dicha visión se
realiza siempre con abstracción de los sentidos.
3. Es imposible que uno se aplique, a la vez, en
direcciones opuestas. Ahora bien: en la visión profética la mente se
aplica a recibir de arriba, luego no puede atender, a la vez, a las
cosas sensibles. Por ello es preciso que la revelación profética se
realice siempre con abstracción de los sentidos.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Cor 14,32: El espíritu de los
profetas está sometido a los profetas. Pero esto no sería posible
si el profeta no fuera dueño de sí mismo, estando abstraído de los
sentidos. Por tanto, parece que la visión profética no se realiza con
enajenación de los sentidos.
Respondo: Como dijimos antes (
a.2), en la
revelación profética intervienen cuatro factores: influjo de la luz
inteligible, infusión de especies inteligibles, impresión u ordenación
de formas imaginarias y expresión de formas sensibles. Ahora bien: es
evidente que no se produce abstracción de los sentidos cuando se
representa algo en la mente del profeta mediante especies sensibles,
sean éstas especialmente formadas por Dios, como la zarza mostrada a
Moisés y la escritura enseñada a Daniel, o producidas por otras
causas, pero de modo que la divina Providencia la ordene a significar
algo proféticamente, como el arca de Noé, que era símbolo de la
Iglesia.
Igualmente, no es necesaria la enajenación respecto de los sentidos
externos cuando la mente del profeta es ilustrada con la luz
inteligible o informada por especies inteligibles, porque en nosotros
se realiza el juicio respecto del entendimiento mediante la conversión
hacia las cosas sensibles que son los primeros principios de nuestro
conocimiento, como dijimos en la Primera Parte (q.84 a.6).
Pero cuando la revelación profética se realiza mediante formas
imaginarias es necesaria la abstracción de los sentidos para que la
aparición de las imágenes sensibles no se refiera a las cosas
exteriores percibidas por los sentidos. Ahora bien: la abstracción de
los sentidos se realiza unas veces de modo perfecto, de tal manera que
el hombre no percibe nada mediante ellos, y otras veces de un modo
imperfecto, de modo que percibe algo por los sentidos, pero sin
distinguir plenamente las cosas que percibe externamente de las que
percibe por imaginación, por lo cual dice San Agustín en XII Super
Gen. ad litt.: Las imágenes de los cuerpos
formadas en la mente son percibidas como lo es un cuerpo por otro, de
modo que se percibe, a la vez, un hombre presente, como si se viera
con los ojos, y otro ausente, con la mente. Pero tal
enajenación de los sentidos no va acompañada, en los
profetas, de ningún desorden de la naturaleza, como sucede en los
posesos o los furiosos, sino por una causa ordenada, bien sea natural,
como el sueño, o espiritual, como la vehemencia de la contemplación, como
leemos de San Pedro, al cual, mientras estaba orando en el cenáculo, le sobrevino un éxtasis, o bien por arrebato, producido por la
virtud divina, según leemos en Ez 1,3: Fue sobre mí la mano del
Señor.
A las objeciones:
1. El texto aducido habla de los
profetas a los que se imprimían u ordenaban formas imaginarias, bien
fuera mientras dormían, lo cual se significa por el sueño, o
durante la vigilia, lo cual se expresa por visión.
2. Cuando la mente se aplica, con
su acto, a las cosas ausentes de los sentidos, entonces la fuerza de
la intención da lugar a la enajenación de los sentidos. Pero, cuando
el acto de la mente se dirige a la disposición o al juicio sobre las
cosas sensibles, no es necesaria la abstracción de los
sentidos.
3. El movimiento de la mente en
la profecía no es producto de su propia virtud, sino de la fuerza de
un influjo superior. Por eso no se produce enajenación de los sentidos
cuando, debido a un influjo superior, la mente del profeta se inclina
a juzgar o disponer algo acerca de cosas sensibles, sino sólo cuando
la mente se eleva a la contemplación de cosas más sublimes.
4. Respecto de lo que dice el
Apóstol, que el espíritu de los profetas está sujeto a ellos, se
entiende de la enunciación profética, que es de la que habla allí. En
efecto, los profetas hablan de lo que han visto con plenas facultades,
no con la mente perturbada como sucede en los posesos, según dijeron
Priscilo y Montano. Pero en la revelación están
sometidos, más bien, al espíritu de profecía, es decir, al don
profético.
Artículo 4:
¿Conocen los profetas, siempre, lo que profetizan?
lat
Objeciones por las que parece que los profetas conocen siempre lo que
profetizan.
1. Como dice San Agustín en XII Super Gen. ad
litt., aquellos a los que se mostraban en
espíritu signos mediante algunas semejanzas de cosas corpóreas, si no
se juntaba el acto de la mente para que los entendieran, no eran
todavía profetas. Ahora bien: lo que se entiende no puede ser
desconocido. Luego el profeta no desconoce lo que profetiza.
2. La luz de la profecía es más excelente que la de la razón
natural. Pero quien posee la ciencia mediante la luz natural no ignora
las cosas que conoce. Luego todo aquel que anuncia algo con la luz
profética es imposible que lo ignore.
3. La profecía tiene por fin iluminar a los hombres. Por
eso se dice en 2 Pe 1,19: Tenéis la palabra profética, a la cual
hacéis muy bien en atender, como a lámpara que luce en lugar
tenebroso. Pero no hay nadie que pueda iluminar a otros si no está
iluminado él mismo. Por tanto, parece que el profeta es previamente
iluminado para conocer lo que anuncia a los demás.
Contra esto: está el testimonio de Jn 11,51: Esto no lo dijo Caifas
de sí mismo, sino que, siendo pontífice aquel año, profetizó que Jesús
moriría por el pueblo... Esto no lo conoció Caifas. Luego no todos
los que profetizan conocen lo que dicen.
Respondo: En la revelación profética, la mente
del profeta es movida por el Espíritu Santo como un instrumento
imperfecto con respecto al agente principal. Y es movida no sólo a
percibir algo, sino también a decir o hacer algo, unas veces a las
tres cosas, otras a dos y otras a una sola de ellas. Y cada una de
ellas se produce con algún defecto en el conocimiento, pues cuando la
mente del profeta es movida para percibir alguna cosa,
unas veces es movida para percibir sólo esa cosa y otras va más allá y
conoce que eso le es revelado por Dios. Igualmente, a veces es movida
la mente del profeta para hablar, de suerte que entiende lo que el
Espíritu Santo intenta con sus palabras, como David cuando decía en 2
Re 23,2:
El Espíritu del Señor habló por mí. Otras veces, en
cambio, aquel cuya mente es movida a pronunciar unas palabras no
entiende lo que el Espíritu Santo quiere significar por ellas, como el
caso de Caifas en Jn 11. De igual modo, cuando el Espíritu Santo mueve
la mente de alguien para que haga algo, a veces éste conoce lo que
significa, como vemos en Jer 13,5ss cuando escondió la faja en el
Eufrates. Pero otras veces no lo entiende, como los soldados cuando
repartían los vestidos de Cristo, que no sabían lo que aquello
significaba. Por tanto, cuando alguien sabe que está siendo movido por
el Espíritu Santo para proferir un juicio sobre algo, de palabra o de
obra, se da profecía propiamente dicha. Pero cuando es movido sin que
él lo sepa, entonces no hay profecía perfecta, sino instinto
profético.
Pero conviene tener en cuenta que la mente del profeta es un
instrumento imperfecto, como ya dijimos, y los verdaderos profetas no
conocen todo lo que el Espíritu Santo quiere significar en sus
visiones, palabras o hechos.
A las objeciones: Quedan respondidas
con lo dicho hasta aquí, ya que las primeras objeciones se refieren a
los profetas verdaderos, cuya mente es perfectamente iluminada por
Dios.