Artículo 1:
¿La oración es acto de la facultad apetitiva?
lat
Objeciones por las que parece que la oración es acto de la facultad
apetitiva.
1. Oramos para ser escuchados. Pero lo que escucha Dios son los
deseos, según aquellas palabras de los salmos 9,39 y 10,17: El
Señor escuchó los deseos de los pobres. Luego la oración es un
deseo. Y como el deseo es acto de la facultad apetitiva, sigúese
lógicamente que también lo es la oración.
2. Dice Dionisio en III De Div. Nom.: Ante todo, es útil comenzar por la oración, como entregándonos a
nosotros mismos y uniéndonos a Dios. Pero la unión con Dios se
lleva a cabo mediante el amor, y el amor pertenece a la facultad
apetitiva. Luego la oración pertenece a la facultad
apetitiva.
3. El Filósofo, en III De anima,
asigna dos operaciones a la parte intelectiva: la primera de ellas es la inteligencia de lo indivisible, por la que aprehendemos lo
que cada cosa es; la segunda es la composición y división, por
la que aprehendemos lo que una cosa es o no es. A estas dos se añade
una tercera: el raciocinio, es decir, el paso de lo conocido a
lo desconocido. Pero la oración no se reduce a ninguna de estas tres
operaciones. Luego la oración no es acto de la facultad intelectiva,
sino de la apetitiva.
Contra esto: está lo que San Isidoro, en su libro Etymol., escribe: orar es lo mismo que
decir. Pero la dicción pertenece al entendimiento. Luego la
oración no es acto de la facultad apetitiva, sino de la
intelectiva.
Respondo: Que, según Casiodoro,
a la palabra oración se la puede considerar etimológicamente como
procedente de oris ratio, la razón expresada en palabras, y
que la razón especulativa y la práctica difieren en que la
especulativa comprehende únicamente las cosas, mientras que la
práctica no sólo las comprehende, sino que las causa. Ahora bien, una
cosa es causa de otra de dos modos: de un modo perfecto, en cuanto que
se le impone necesariamente, y esto acontece cuando el efecto depende
totalmente del poder eficaz de la causa; de un modo imperfecto, cuando
lo único que hace la causa es disponer, y esto tiene lugar cuando el
efecto no depende totalmente de la eficacia de la causa. Así, pues,
nuestra razón es de dos modos causa de algunos efectos. En primer
lugar, como potencia que se impone necesariamente, y le compete en
este caso actuar con imperio no sólo sobre las potencias inferiores y
los miembros corporales, sino también sobre los hombres a ella
sometidos. Es un proceder imperativo. De un segundo modo, interviene
como induciendo y, en cierta manera, disponiendo, por ejemplo, cuando
pide que hagan algo quienes, por el hecho de ser iguales o superiores,
no dependen de ella. Lo uno y lo otro, el imperar y el pedir o
suplicar, suponen una cierta ordenación en cuanto que el hombre
dispone que una cosa se ha de hacer por medio de otra. Son, en
consecuencia, actos de la razón, la cual es esencialmente ordenadora.
Tal es el motivo por el que el Filósofo dice en I Ethic. que la razón suplica para lograr lo más
perfecto y éste es el sentido en que hablamos aquí de la oración,
en cuanto que significa petición o súplica, según aquellas palabras de
San Agustín en su libro De Verb. Dom.: La
oración es una petición; y aquella definición del
Damasceno: Oración es la petición a Dios de lo que
nos conviene. Según esto, es manifiesto que la oración, tal como
aquí la entendemos, es acto de la razón.
A las objeciones:
1. Afirmamos que Dios escucha
los deseos de los pobres, o porque el deseo es la causa por la que se
pide, ya que la petición es, en cierto modo, intérprete del deseo; o
para mostrar la prontitud con que Dios escucha los deseos de los
pobres, cuando todavía se hallan ocultos en su interior, enterándose
de su oración antes de que la formulen, según aquello de Is 65,24: Y antes de que griten, los escucharé.
2., como ya queda dicho (
1 q.82 a.4;
1-2 q.9 a.1-3), la voluntad mueve hacia su propio fin a la
razón. Luego nada impide que los actos de la razón, si la voluntad la
mueve, tiendan al fin de la caridad, que es la unión con Dios.
Asimismo la oración, como movida por el amor de caridad, tiende hacia
Dios de dos maneras: una por parte de lo que se pide, porque lo que
principalmente hemos de pedir en la oración es nuestra unión con Dios,
según aquello del salmo 26,4:
Una cosa he pedido al Señor, y es lo
que echo de menos: habitar en la casa del Señor todos los días de mi
vida. La otra manera es por parte de la persona que pide. A ésta
le conviene acercarse a aquel a quien pide: localmente, cuando se
trata de otro hombre; mentalmente, cuando se trata de Dios. De ahí lo
que dice Dionisio:
Cuando invocamos a Dios en
nuestras oraciones, nos acercamos mentalmente y sin velos a El.
Este es también el sentido en que el Damasceno dice que
la oración es la elevación de nuestra mente a Dios.
3. Esos tres actos pertenecen
a la razón especulativa; pero que a la razón práctica pertenece además
el causar algo de modo imperativo o a modo de petición, como acabamos
de decir.
Artículo 2:
¿Es conveniente orar?
lat
Objeciones por las que parece que no es conveniente
orar.
1. Porque la oración parece ser necesaria para que se entere la
persona a quien pedimos de lo que necesitamos. Pero, como se nos dice
en Mt 6,32: Sabe vuestro Padre que de todo esto tenéis
necesidad. Luego no es conveniente orar a Dios.
2. Por medio de la oración se doblega el ánimo de aquel a
quien se ora para que haga lo que se le pide. Pero el ánimo de Dios es
inmutable e inflexible, según aquel texto de 1 Re 15,29: Por
cierto que el triunfador de Israel no perdonará ni, arrepentido, se
doblegará. Luego no es conveniente que oremos a
Dios.
3. Es mayor liberalidad dar algo a quien no lo pide que
a quien lo pide, porque, como dice Séneca, nada
resulta más caro que lo comprado con súplicas. Pero Dios es
liberalísimo. Luego no parece conveniente que oremos a
Dios.
Contra esto: está lo que se lee en Lc 18,1: Es preciso orar con
perseverancia y no desfallecer.
Respondo: Que fueron tres los errores de los
antiguos acerca de la oración. Unos dieron por supuesto
que la Providencia no dirige los asuntos humanos, de donde se sigue
que la oración y el culto a Dios son algo inútil. A ellos se aplica lo
que se lee en Mal 3,14:
Dijisteis: frivolo es quien sirve a
Dios. La segunda opinión fue la de quienes suponían
que todo, también las cosas humanas, sucede necesariamente: por la
inmutabilidad de la divina Providencia, por la influencia ineludible
de los astros o por la conexión de las causas. Según éstos, queda
asimismo excluida la utilidad de la oración. La tercera fue la
opinión de los que suponían que los sucesos humanos
están regidos por la divina Providencia y que no acontecen
necesariamente; pero decían asimismo que la disposición de la divina
Providencia es variable y que se la hace cambiar con nuestras
oraciones u otras prácticas del culto divino. Todo esto quedó ya
refutado (
1 q.19 a.7,8;
q.22 a.2,4;
q.115 a.6;
q.116); por tanto, nos
es preciso mostrar la utilidad de la oración en tales términos que ni
impongamos necesidad a las cosas humanas, sujetas a la divina
Providencia, ni tengamos tampoco por mudable la disposición divina.
Así, pues, para que esto que decimos resulte evidente, hay que tener
en cuenta que la divina Providencia no se limita a disponer la
producción de los efectos, sino que también señala cuáles han de ser
sus causas y en qué orden deben producirse. Ahora bien: entre las
otras causas, también los actos humanos causan algunos efectos. De
donde se deduce que es preciso que los hombres realicen algunos actos,
no para alterar con ellos la disposición divina, sino para lograr,
actuando, determinados efectos, según el orden establecido por Dios.
Esto mismo acontece con las causas naturales. Y algo semejante ocurre
también con la oración; pues no oramos para alterar la disposición
divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene dispuesto que se
cumpla mediante las oraciones de los santos, es
decir:
Para que los hombres merezcan recibir,
pidiéndolo, lo que Dios todopoderoso había determinado darles, desde
antes del comienzo de los siglos, como dice San
Gregorio.
A las objeciones:
1. No es necesario que
dirijamos a Dios nuestras preces para darle a conocer nuestras
indigencias y deseos, sino para que nosotros mismos nos convenzamos de
que en tales casos hay que recurrir al auxilio divino.
2., como antes expusimos, nuestra oración no se ordena a mudar en otra la disposición
divina, sino a obtener mediante nuestras preces lo que Dios había
dispuesto.
3. Dios, por su liberalidad,
nos concede muchos bienes aunque no se los hayamos pedido. Y el que
quiera otorgarnos algunos, sólo en el caso de que se los pidamos, es
para utilidad nuestra: para que así vayamos tomando alguna confianza
en el recurso a Dios y para que reconozcamos que El es el autor de
nuestros bienes. De ahí lo que dice el Crisóstomo: Considera qué gran felicidad se te ha concedido y qué gran gloria es
la tuya: hablar con Dios por la oración, conversar con Cristo,
solicitar lo que quieres, pedir lo que deseas.
Artículo 3:
¿La oración es acto de religión?
lat
Objeciones por las que parece que la oración no es acto de
religión.
1. La religión, por ser parte de la justicia, radica en la voluntad
como en sujeto. Pero la oración pertenece a la parte intelectiva, como
consta por lo anteriormente expuesto (
a.1). Luego la oración, según
parece, no es acto de la religión, sino del don de entendimiento, por
el cual se eleva nuestra mente a Dios.
2. Los actos de latría obligan con necesidad de precepto.
Mas la oración no parece que obligue bajo precepto, sino que procede
espontáneamente de la voluntad, puesto que no es otra cosa que la
petición de aquello que se quiere. Luego la oración no es acto de
religión.
3. Según parece, pertenece a la religión el que se
dé a la naturaleza divina el culto y ceremonias debidas. Pero la oración, según parece, más que dar algo a Dios, lo que hace es pedirle la obtención de algunos bienes. Luego la oración no es acto de religión.
Contra esto: está lo que se lee en el salmo 140,2: Elévese mi
oración como incienso en tu presencia; a propósito de lo cual
comenta la Glosa que en el Antiguo
Testamento se decía que el incienso, símbolo de la oración, se ofrecía
al Señor como oblación de suave olor. Pero semejante proceder es
propio de la religión. Luego la oración es acto de la
religión.
Respondo: Que, como antes expusimos (
q.81 a.2.4), pertenece propiamente a la religión rendir a Dios honor y
reverencia. Y, por consiguiente, todo aquello con lo que reverenciamos
a Dios pertenece a la religión. Ahora bien: mediante la oración el
hombre muestra reverencia a Dios en cuanto que se le somete y
reconoce, orando, que necesita de El, como autor de sus
bienes. Por tanto, es cosa manifiesta que la
oración es acto propio de la religión.
A las objeciones:
1. La voluntad mueve hacia el fin
propio de ella a las otras potencias del alma, como antes dijimos
(
q.82 a.1 ad 1). Por consiguiente, la religión, que reside en la
voluntad, ordena los actos de las demás potencias a la reverencia a
Dios. Ahora bien: el entendimiento es entre las distintas potencias
del alma la superior y más próxima a la voluntad. Luego, después de la
devoción, que es acto de la misma voluntad, es la oración, que
pertenece a la parte intelectiva, el principal entre los actos de la
religión, y ella es por la que la religión mueve hacia Dios el
entendimiento humano.
2. Caen bajo precepto no sólo la
petición de lo que deseamos, sino también nuestros buenos deseos. Pero
los deseos caen bajo el precepto de la caridad,
mientras que la petición cae bajo el precepto de la religión. Es un
precepto que figura expresamente en Mt 7,7, cuando dice: Pedid y
recibiréis.
3. Mediante la oración el hombre
hace entrega de su mente a Dios, sometiéndola a Dios por reverencia y,
en cierta manera, poniéndola delante de sus ojos, como se deduce del
texto citado de Dionisio. Por consiguiente, así como
la mente humana destaca sobre lo exterior, ya se trate de los miembros
del cuerpo, ya de las cosas exteriores consagradas al servicio de
Dios, así también la oración supera a los demás actos de la
religión.
Artículo 4:
¿Se debe orar sólo a Dios?
lat
Objeciones por las que parece que sólo se debe orar a
Dios.
1. La oración es, como acabamos de decir (
a.3), un acto de religión.
Pero la religión debe dar culto únicamente a Dios. Luego se debe orar
únicamente a Dios.
2. En vano se dirige la oración a quien no se entera de
ella. Pero sólo Dios es capaz de conocer nuestra oración, ya porque,
generalmente, la oración, más que con palabras, se hace con actos
interiores, que sólo Dios conoce, según aquel texto del Apóstol (1 Cor
14,15): Oraré con el espíritu y también con la mente; ya
porque, como dice San Agustín en el libro De cura pro mortuis
agenda, los muertos, incluso los santos, no
saben qué hacen los vivos, ni siquiera lo que hacen sus hijos.
Luego la oración a nadie debe dirigirse sino a Dios.
3. Si dirigimos nuestra oración a algunos santos, no es
sino en cuanto que ellos están unidos a Dios. Pero algunos de los que
viven en este mundo, o incluso en el purgatorio, están íntimamente
unidos a Dios por la gracia y, a pesar de todo, nuestra oración no va
dirigida a ellos. Luego tampoco a los santos que están en el paraíso
debemos dirigir nuestra oración.
Contra esto: está lo que se lee en Job 5,1: Llama, si es que hay
quien te responda; y vuelve tu vista hacia alguno de los
santos.
Respondo: La oración va dirigida a alguien de
dos maneras: la primera, como para que él personalmente conceda lo que
se pide; la segunda, como para que por su mediación se impetre de
otro. Del primer modo dirigimos nuestra oración únicamente a Dios,
porque todas nuestras oraciones deben ordenarse a la consecución de la
gracia y de la gloria, que sólo Dios da, según aquellas palabras del
salmo 83,12: El Señor dará la gracia y la gloria. Del segundo
modo nos encomendamos a los santos ángeles y a los hombres; no para
que por medio de ellos conozca Dios nuestras peticiones, sino para
que, por sus preces y sus méritos, nuestras oraciones obtengan el
efecto deseado. Por eso se lee en Ap 8,4 que subió el humo de los
perfumes, esto es, las oraciones de los santos, de la mano del
ángel a la presencia del Señor. Y esto se pone de manifiesto
asimismo por la misma forma de orar de la Iglesia, pues a la Santísima
Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros;
mientras que a cualquiera de los santos, que ore por nosotros.
A las objeciones:
1. Al orar, solamente damos culto
religioso a aquel de quien nos proponemos conseguir lo que pedimos,
puesto que, obrando así, lo reconocemos como autor de nuestros bienes
a El, no a los que invocamos como nuestros intercesores ante
Dios.
2. Los muertos, considerada
su condición natural, desconocen lo que sucede en este mundo y, sobre
todo, los movimientos interiores del corazón. Pero a los
bienaventurados, como dice San Gregorio en XII Moral., se les manifiesta en el Verbo lo que les
conviene conocer de nuestras cosas, e incluso de cuanto se refiere a
los movimientos internos del corazón. Con todo, lo que cuadra mejor
con su excelencia es que conozcan las peticiones a ellos dirigidas de
palabra o mentalmente. Y por eso se enteran, porque Dios se las da a
conocer, de las peticiones que les hacemos.
3. Los que están en este mundo
o en el purgatorio todavía no gozan de la visión del Verbo para que
puedan conocer lo que nosotros pensamos o decimos. Y ésta es la causa
de que no imploremos en nuestras oraciones sus sufragios. A los vivos, en cambio, se los pedimos en nuestras
conversaciones.
Artículo 5:
¿Debemos pedir a Dios en la oración algo determinado?
lat
Objeciones por las que parece que no debemos pedir algo determinado a
Dios en la oración.
1. Como dice el Damasceno, la oración es la
petición a Dios de lo que nos conviene. Por consiguiente, es
ineficaz la oración en que se pide lo que no conviene, según aquel
texto de Sant 4,3: Pedís y no recibís, porque pedís mal. Por
otra parte, como se dice en Rom 8,26: No sabemos pedir lo que nos
conviene. Luego no debemos pedir en la oración algo
determinado.
2. Todo aquel que pide a otro algo determinado pone empeño
en inclinar su voluntad para que haga lo que él quiere. Pero no
debemos pretender que quiera Dios lo que queremos nosotros, sino más
bien que queramos nosotros lo que quiere Dios, como dice la
Glosa sobre aquellas palabras del salmo 32,1: Alegraos, justos, en el Señor. Luego no debemos pedir a Dios algo
determinado.
3. No se debe pedir lo malo a Dios; y a lo bueno, Dios
mismo nos invita. Pero es inútil pedir a uno aquello que nos invita a
tomar. Luego nada determinado se debe pedir a Dios en la
oración.
Contra esto: está el que el Señor, en Mt 6,9ss y en Lc 11,2ss, enseñó a
sus discípulos a pedir de forma determinada los bienes que se hallan
contenidos en la oración dominical.
Respondo: Que, según refiere Máximo
Valerio, Sócrates opinaba que a los dioses
inmortales sólo se les deberían pedir bienes en general, porque ellos
saben perfectamente cuáles convienen a cada uno, mientras que nosotros
solemos pedir en nuestros ruegos cosas que lo mejor sería que no se
nos concediesen. Esta opinión, ciertamente, tiene su parte de
verdad en lo tocante a las cosas que pueden acabar mal, y de las que
el hombre, de hecho, puede hacer buen o mal uso. Tales son, por
ejemplo, las riquezas, las cuales, como allí
mismo se nos dice, causaron la ruina a muchos; los honores, que
hundieron a mucha gente; los reinos, cuyo desenlace, con frecuencia,
fue a ojos vista miserable; los matrimonios rumbosos, que, en
ocasiones, fueron la ruina total de las familias. Hay, sin
embargo, algunos bienes de los que el hombre no puede usar mal, cuales
son manifiestamente aquellos que no pueden terminar siendo un
desastre. Son los que constituyen nuestra bienaventuranza y los que
hacen que la merezcamos. Los santos, en sus oraciones, piden estos
bienes de forma absoluta, según aquellas palabras
del salmo 79,4: Muéstranos tu faz y seremos
salvos; y aquellas otras del salmo 118,35: Guíame por la senda
de tus mandatos.
A las objeciones:
1. Aunque el hombre por sí mismo
no puede saber qué es lo que debe pedir, sin embargo, como allí mismo
se dice, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza en este
caso, porque, inspirándonos santos deseos, hace que pidamos lo que
nos conviene. Por ello dice el Señor (Jn 4,23-24) que es preciso
que los verdaderos adoradores adoren en espíritu y en
verdad.
2. Cuando al orar pedimos algo que
pertenece a nuestra salvación, conformamos nuestra voluntad con la de
Dios, de quien se dice (1 Tim 2,4) que quiere que todos los
hombres se salven.
3. Dios nos invita a lo bueno, de
tal modo que nos vayamos acercando a ello, no con los pasos del
cuerpo, sino con deseos piadosos y devotas oraciones.
Artículo 6:
¿Debe pedir el hombre en la oración bienes temporales?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe pedir a Dios en
la oración bienes temporales.
1. Pedimos en la oración lo que buscamos. Pero los bienes temporales
no debemos buscarlos, pues se nos dice en Mt 6,33: Buscad primero
el Reino de Dios y su justicia, y todo esto se os dará por
añadidura. Se refiere, sin duda, a los bienes temporales, de los
que nos dice que no hay que buscarlos, sino que se añadirán a lo
buscado. Luego no se deben pedir a Dios en la oración bienes
temporales.
2. Nadie pide sino aquello por lo que anda solícito. Pero no
debemos tener solicitud por los bienes temporales, según leemos en Mt
6,25: No estéis solícitos por vuestra vida, pensando en qué
comeréis. Luego no debemos pedir, cuando oramos, bienes
temporales.
3. Por otra parte, nuestro espíritu debe elevarse a Dios mediante la
oración. Pero, con la petición de bienes temporales, desciende hacia
lo que se halla a un nivel más bajo que él, contra lo que dice el
Apóstol (2 Cor 4,18): No ponemos los ojos en lo visible, sino en
lo invisible; pues las cosas que se ven son temporales; las
invisibles, eternas. Luego el hombre no debe pedir a Dios en la
oración bienes temporales.
4. El hombre no debe pedir a Dios sino lo que es bueno y
útil. Pero a los bienes temporales se los ha considerado en ocasiones
nocivos, no sólo en el orden espiritual, sino también en el temporal.
Luego no se los debe pedir a Dios en la oración.
Contra esto: está lo que leemos (Prov 30,8): Dame sólo lo necesario
para la vida.
Respondo: Que, como escribe San Agustín, A
Proba, sobre el modo de orar a Dios, es lícito
pedir lo que lícitamente se puede desear. Ahora bien: los bienes
temporales nos es lícito desearlos, no como lo principal, hasta el
extremo de poner en ellos nuestro fin, sino a manera de ayudas para
avanzar en el camino hacia la bienaventuranza, es decir, en cuanto que
con ellos se sustenta nuestra vida corporal, y asimismo en cuanto que
nos sirven instrumentalmente para la práctica de las virtudes, como
dice a este propósito el Filósofo en I Ethic.. Según esto, pues, es lícito orar para obtener bienes
temporales. Es lo que dice San Agustín, A
Proba: Quien desea lo suficiente para la vida,
y nada más, nada desea que no sea bueno desear. Esta suficiencia,
por supuesto, no se la apetece por sí misma, sino en
orden a la salud corporal y para poder presentarse dignamente ante
aquellos con quienes se tiene que convivir. Así, pues, debemos orar
para que estos bienes, si ya los tenemos, se conserven, y si no, para
poder adquirirlos.
A las objeciones:
1. Los bienes temporales no se
han de buscar como fin principal, sino secundariamente. Por esto dice
San Agustín en el libro De serm. Dom. in monte: Cuando dijo que aquello, o sea, el Reino de Dios, era lo primero que
había que buscar, quiso dar a entender que esto, los bienes
temporales, debe ocupar un segundo lugar, no en el tiempo, sino en
dignidad: lo primero, como nuestro bien; lo segundo, como algo de que
necesitamos.
2. No toda solicitud por los
bienes temporales está prohibida, sino sólo la superflua y
desordenada, como anteriormente hemos expuesto (
q.55 a.6).
3. Cuando nuestro espíritu va en
busca de los bienes temporales para hallar en ellos su reposo, queda
esclavizado a ellos. Pero cuando los busca en orden a la
bienaventuranza, no es arrastrado hacia bajo por ellos, sino que más
bien es él quien los eleva a un nivel superior.
4. Al pedir los bienes temporales,
no como los bienes que buscamos principalmente, sino en orden a otra
cosa, los pedimos a este tenor a Dios, para que nos sean concedidos
según que son convenientes para la salud.
Artículo 7:
¿Debemos orar por los demás?
lat
Objeciones por las que parece que no debemos orar por los
demás.
1. En la oración debemos ajustamos al modelo que nos dio el Señor.
Pero en la oración dominical pedimos por nosotros, no por los demás,
cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, etc.
Luego no debemos orar por los demás.
2. Si se hace oración es para que se la escuche. Pero una de
las condiciones requeridas para que la oración sea escuchada es la de
orar por sí mismo: de ahí el que, sobre aquellas palabras de Jn 16,23: Si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará, San
Agustín haga este comentario: Todos son escuchados
cuando piden por sí mismos; no cuando oran por todos. Por eso se
dijo os lo dará, y no, sin matízación alguna, lo dará.
Luego, según parece, no debemos orar por los demás, sino por nosotros
solamente.
3. Por los demás, si son malos, se nos prohibe orar,
según aquello de Jer 7,16: Tú no ores por este pueblo, y no te
opongas a mis planes, porque no te escucharé. Por los buenos
tampoco vale la pena el que se ore, porque ya son escuchados cuando
oran por sí mismo. Luego, según parece, no debemos orar por los
demás.
Contra esto: en Sant 5,6 se nos dice: Orad los unos por los otros
para que os salvéis.
Respondo: Conforme a lo dicho (
a.6), debemos
pedir en la oración lo que debemos desear. Pero debemos desear bienes
no sólo para nosotros, sino también para los demás, pues esto
pertenece a la esencia misma del amor debido al prójimo, como resulta
evidente por lo anteriormente dicho. A este propósito dice el
Crisóstomo en su comentario
Super Mt.:
La
necesidad obliga a cada uno a orar por sí mismo; la caridad fraterna
nos exhorta a hacerlo por los demás. Pero la oración más grata a
Dios no es la que eleva al cielo la necesidad, sino la que la caridad
fraterna nos encomienda.
A las objeciones:
1. Como escribe San Cipriano en el
libro De Orat. Dominica, la razón por la
que no decimos Padre mío, sino nuestro, y dame, sino danos, es porque
el maestro de la unidad no quiso que las súplicas se hiciesen con
carácter privado, o sea, que cada cual pidiese solamente para sí.
Quiso, más bien, que orase uno por todos, lo mismo que El, siendo uno,
a todos nos llevó en sí.
2. El orar por sí mismos se
señala como condición de la oración, no porque sea necesaria para
merecer, sino porque lo es para impetrar indefectiblemente. Y es que,
a veces, acontece que la oración a favor de otro, aunque se haga
piadosa y perseverantemente, y se pidan bienes conducentes a la
salvación, no los impetra porque hay algún impedimento por parte de la
persona por quien se ora, según aquello
de Jer 15,1: Aunque se me pongan delante Moisés y Samuel, mi alma
no está de parte de ese pueblo. Con eso y con todo, la oración
será meritoria para el que ora por caridad, según aquello del salmo
34,13: Mi oración se volverá a mí en mi seno, esto es, dice la
Glosa interlineal: Aunque a ellos no les
aprovechó, yo no quedé sin recompensa.
3. También por los pecadores se
ha de orar, para que se conviertan; por los justos, para que
perseveren y progresen. Sin embargo, no se escucha la oración que se
hace por todos los pecadores, sino sólo por algunos: se escucha a los
que oran por los predestinados, no a los que lo hacen por los precitos
a la muerte. Otro tanto ocurre con la corrección fraterna: surte
efecto en los predestinados, no en los reprobos, según aquello del Ecl
7,14:
Nadie puede corregir a quien Dios ha desechado. Y por
esta razón se nos dice (1 Jn 5,16):
Quien sabe que su hermano
comete un pecado que no lleva a la muerte, ore y alcanzará vida ese
pecador cuyo pecado no es de muerte. Pero así como a nadie,
mientras vive en este mundo, se le debe privar del beneficio de la
corrección, porque no podemos distinguir a los predestinados de los
reprobos, como dice San Agustín en el libro
De corr. et
gratia, tampoco, por igual motivo, debemos negar a
nadie el sufragio de nuestras oraciones.
Por los justos también debemos orar por tres razones. La primera,
porque las súplicas de muchos son escuchadas más fácilmente. Por lo
cual, sobre aquello de Rom 15,30: Ayudadme en vuestras
oraciones, la Glosa comenta: Con razón pide el
Apóstol a sus inferiores que rueguen por él, pues muchos que,
aisladamente, son muy poca cosa, al congregarse unánimes se agrandan:
y no es posible que las súplicas de muchos dejen de impetrar lo que
piden, siempre que se trate, claro está, de algo impetrable. La
segunda, para que sean muchos los que den gracias a Dios por los
beneficios que otorga a los justos: beneficios que, por otra parte,
redundan en beneficio de muchos, como consta por las palabras del
Apóstol (2 Cor 1,11). La tercera, para que los mayores no se
ensoberbezcan, al caer en la cuenta de que también ellos necesitan los
sufragios de los menores.
Artículo 8:
¿Debemos orar por nuestros enemigos?
lat
Objeciones por las que parece que no debemos orar por nuestros
enemigos.
1. Según se dice (Rom 15,4), todo cuanto está escrito, para
nuestra enseñanza está escrito. Pero en la Sagrada Escritura se
lanzan no pocas imprecaciones contra los enemigos, pues leemos en el
salmo 6,11: Ruborícense y llénense de confusión mis enemigos:
ruborícense y llénense de confusión lo antes posible. Luego
también nosotros, más que orar por nuestros enemigos, debemos orar
contra ellos.
2. Vengarse de los enemigos redunda en perjuicio de ellos.
Pero los santos piden venganza de sus enemigos, según aquello del Ap
6,10: ¿Hasta cuándo esperas para vengar nuestra sangre castigando
a los que habitan en la tierra? De ahí el que se alegren también
de que se tome venganza de los impíos, según aquellas palabras del
salmo 57,11: Se alegrará el justo al ver la venganza. Luego no
se ha de orar en pro, sino más bien en contra de los
enemigos.
3. La conducta del hombre y su oración no deben ser
contrarias. Pero los hombres, a veces, combaten lícitamente contra sus
enemigos, ya que, en otro supuesto, toda guerra sería ilícita, lo que
está en contra de lo antedicho (
q.40 a.1). Luego no debemos orar por
los enemigos.
Contra esto: está lo que se nos dice en Mt 5,44: Orad por los que os
persiguen y calumnian.
Respondo: Orar por los demás es deber de
caridad, como acabamos de exponer (
a.7). Por lo que, del mismo modo
que estamos obligados a amar a los enemigos, lo estamos a orar por
ellos. De qué manera estamos obligados a amar a los enemigos, se ha
explicado anteriormente al tratar de la caridad (
q.25 a.8-9), a saber:
que debemos amar en ellos la naturaleza, no la culpa; y que es de
precepto el amor de los enemigos en general, mientras que el amarlos
con un amor especial no es de precepto, a no ser en la disposición de
ánimo. El hombre, en efecto, debe estar preparado para mostrar un amor
especial a su enemigo, y para ayudarlo en caso de necesidad,
o si le pide perdón. Pero en absoluto mostrar un amor
especial al enemigo y ayudarlo es de perfección. De manera similar, es
necesario el que en nuestras oraciones comunes, las que hacemos por
los demás, no excluyamos a nuestros enemigos. Pero el orar
especialmente por ellos es de perfección, no de necesidad, a no ser en
casos especiales
A las objeciones:
1. Las imprecaciones
contenidas en la Sagrada Escritura pueden entenderse de cuatro
maneras. La primera, como una forma de apostrofar, maldiciendo, que
los profetas suelen emplear al predecir el futuro, como escribe San
Agustín en el libro De serm. Dom. in monte. La
segunda se funda en el hecho de que Dios manda a veces al pecador
ciertos males temporales para que se corrija. La tercera es que se
increpa porque se entiende que tales increpaciones van dirigidas no
contra la persona en sí, sino contra el reino del pecado, es decir,
que lo que se pretende es que, con la enmienda de los hombres, quede
destruido el pecado. La cuarta es como una conformación de la propia
voluntad con la divina en lo que se refiere a la condenación de los
que permanecen en pecado.
2., como escribe San Agustín
en el mismo libro, la venganza de los mártires
consiste en la destrucción del reino del pecado, bajo cuya dominación
padecieron tantos males. O, conforme dice en el libro De
quaest. Vet. et Novi Test., piden no con
palabras, sino con la justicia de su causa, ser vengados, a la manera
como la sangre de Abel hizo oír su clamor desde la tierra. Se
alegran, pues, de la venganza, no por lo que tiene de venganza, sino
por ser el cumplimiento de la justicia divina.
3. Es lícito combatir contra
los enemigos para que dejen de pecar, lo cual redunda en bien de ellos
y de los demás. Del mismo modo, también es lícito pedir en la oración
para los enemigos males temporales a fin de que se corrijan. De este
modo no habrá contradicción alguna entre nuestra oración y nuestras
obras.
Artículo 9:
¿Están formuladas convenientemente las siete peticiones de la oración
dominical?
lat
Objeciones por las que parece que las siete peticiones de la oración
dominical no están formuladas convenientemente.
1. En vano se pide que sea lo que siempre es. Pero el nombre de Dios
es siempre santo, según aquello de Lc 1,49: Su nombre es
santo. Con respecto a su reino, hay que decir que es un reino
sempiterno, según aquellas palabras del salmo 144,13: Tu reino,
Señor, reino por todos los siglos. Y en cuanto a la voluntad de
Dios, se cumple siempre, según se lee en Is 46,10: Toda voluntad
de Dios se cumplirá. Luego en vano se pide que el nombre de
Dios se santifique, que venga a nosotros su reino y que se haga
su voluntad.
2. Más aún: para conseguir el bien, primero hay que apartarse
del mal. Luego parece que no se ordenan convenientemente las
peticiones al ir antes las que se refieren a la consecución del bien
que las que tratan de la remoción del mal.
3. Además, si pedimos las cosas, es para que nos las den. Pero el don
principal de Dios es el Espíritu Santo y los dones que por él nos
llegan. Luego parece que las peticiones no se proponen
convenientemente al no haber la debida correspondencia entre ellas y los dones del Espíritu Santo.
4. Por otra parte, en la oración dominical según San Lucas figuran
sólo cinco peticiones, como puede verse (Lc 11,2ss). Luego resulta
superfluo el que se pongan siete en Mt 6,9ss.
5. Parece inútil nuestro empeño en captarnos la
benevolencia de quien, en lo de mostrarse benévolo, se anticipa a
nuestros planes. Pero Dios, en lo de mostrarse benévolo, nos toma la
delantera, como leemos en 1 Jn 4,10: El nos amó primero. Luego
la invocación que va en cabeza -Padre nuestro, que estás en los
cielos-es superflua, pues, según parece, lo que con ella
pretendemos es captarnos su benevolencia.
Respondo: Que la oración dominical es
perfectísima, porque, como escribe San Agustín,
Ad
Probam,
si oramos digna y convenientemente, no
podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos
propuso. Y puesto que la oración es, en cierto modo, intérprete de
nuestros deseos ante Dios, sólo aquello lícitamente pedimos que
lícitamente podemos desear. Pero en la oración dominical no sólo se
piden las cosas lícitamente deseables, sino que se suceden en ella las
peticiones según el orden en que debemos desearlas, de suerte que la
oración dominical no sólo regula, según esto, nuestras peticiones,
sino que sirve de norma a todos nuestros afectos.
Ahora bien: es cosa manifiesta que lo primero que deseamos es el fin,
y en segundo lugar, los medios para alcanzarlo. Pero nuestro fin es
Dios. Y nuestra voluntad tiende hacia El de dos maneras: en cuanto que
deseamos su gloria y en cuanto que queremos gozar de ella. La primera
de estas dos maneras se refiere al amor con que amamos a Dios en sí
mismo; la segunda, al amor con que nos amamos a nosotros en Dios. Por
esta razón decimos en la primera de las peticiones santificado sea
tu nombre, con lo que pedimos la gloria de Dios. La segunda de las
peticiones es: Venga a nosotros tu reino. Con ella pedimos
llegar a la gloria de su reino.
Los medios nos ordenan a dicho fin de dos maneras: por sí mismos o
accidentalmente. Nos ordena por sí mismo al fin el bien que es útil
para conseguirlo. Y una cosa es útil para conseguir el fin de la
bienaventuranza de dos modos: 1.°, directa y principalmente, por razón
del mérito con que nos hacemos dignos de la bienaventuranza
obedeciendo a Dios. Es por lo que aquí pedimos: Hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo; 2.°, instrumentalmente, como
algo de que nos servimos para merecerla. A esto se refiere lo que aquí
decimos: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, ya se trate
del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es saludable a los hombres, y
en el que se sobrentiende que están incluidos todos los demás
sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan
se entienda toda clase de alimentos, conforme a las palabras
de San Agustín, Ad Probam: pues lo mismo que la
eucaristía es el principal entre los sacramentos, también es el pan el
alimento principal. De ahí el que en el Evangelio de San Mateo (6,11)
se lo llame supersubstancial, o sea, principal, como
expone San Jerónimo.
De manera accidental nos conduce a la bienaventuranza la eliminación
de obstáculos. Y son tres los obstáculos que nos cierran el paso hacia
la bienaventuranza. En primer lugar, el pecado, que excluye
directamente del reino, según aquello de 1 Cor 6,9-10: Ni los
fornicarios, ni los idólatras, etc., poseerán el reino de Dios. Y
a esto se refiere lo que aquí se dice: Perdónanos nuestras
deudas. En segundo lugar, la tentación, que pone trabas al
cumplimiento de la voluntad divina. Y a este propósito decimos: Y
no nos dejes caer en la tentación; con lo cual no pedimos vernos
libres de tentaciones, sino que no seamos vencidos por la tentación,
lo que equivaldría a caer en ella. En tercer lugar, las penalidades de
la vida presente, que impiden el que tengamos lo suficiente para
vivir. Es por lo que aquí pedimos: Líbranos del
mal.
A las objeciones:
1., como escribe San Agustín
en el libro De sen». Dom. in monte, cuando
decimos santificado sea tu nombre, no hacemos esta petición como
si el nombre de Dios no fuera santo, sino que pedimos que los hombres
lo tengan por tal, lo que lleva a propagar la gloria de Dios entre
los hombres. Y cuando decimos venga a nosotros tu reino, no
queremos decir con ello que Dios no reine actualmente, sino que,
como escribe San Agustín, Ad Probam, avivamos nuestro deseo de tal reino, con el fin de
que venga a nosotros y nosotros reinemos en él. En cuanto a la
petición hágase tu voluntad, la recta interpretación es ésta:
que sean obedecidos sus preceptos así en la tierra como en el cielo,
esto es, que los obedezcamos los hombres como los ángeles. Estas tres
peticiones, por tanto, se refieren a las necesidades de la vida
presente, como dice San Agustín en el Enchir..
2., por ser la oración
intérprete de nuestros deseos, el orden de las peticiones no se
corresponde con el orden de ejecución, sino con el de deseo o
intención, en el que el fin es anterior a los medios para conseguirlo
y en donde la consecución del bien precede a la remoción del
mal.
3. San Agustín, en su libro De serm. Dom. in monte, adapta las siete
peticiones a los dones y las bienaventuranzas en estos términos: Si, gracias al temor de Dios, son bienaventurados los pobres de
espíritu, pidamos que el nombre de Dios sea santificado con casto
temor entre los hombres. Si por la piedad son fieles los mansos,
pidamos que venga a nosotros su reino para que nos vayamos
sosegando y ofrezcamos menos resistencia. Si por la ciencia son
bienaventurados los que lloran, pidamos que se haga su voluntad,
porque así dejaremos de llorar. Si la fortaleza es la que hace que
sean bienaventurados los que padecen hambre, pidamos que se nos dé el
pan nuestro de cada día. Si el consejo es el don por el que son
bienaventurados los misericordiosos, perdonemos las deudas ajenas para
que las nuestras nos sean perdonadas. Si el entendimiento hace que
sean bienaventurados los limpios de corazón, oremos para no tener un
corazón impuro, que anda en pos de los bienes temporales, de donde
dimanan nuestras tentaciones. Si la sabiduría hace que sean
bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios,
oremos para vernos libres del mal, ya que tal liberación nos traerá la
libertad de los hijos de Dios.
4., como escribe San Agustín
en el Enchir., en San Lucas la oración
dominical consta de cinco peticiones, no de siete; como queriendo
indicar que la tercera es en cierta manera repetición de las dos
anteriores; así nos lo da a entender al omitirla: porque,
indudablemente, el objeto principal de la voluntad de Dios es que
conozcamos su santidad y reinemos con El. San Lucas omitió también la
petición que San Mateo puso en último lugar, Líbranos del mal,
para que cada cual sepa que se le libra del mal al no dejarlo caer en
la tentación.
5. No dirigimos nuestra oración
a Dios para ganar su favor, sino para excitar en nosotros mismos
confianza en la petición. Y, en efecto, tal confianza se excita
principalmente al considerar esa caridad suya hacia nosotros con que
quiere nuestro bien, y es el motivo por el que nosotros le llamamos Padre nuestro; y su excelencia, con que puede hacerlo, y es la
causa por la que decimos que estás en los cielos.
Artículo 10:
¿El orar es propio de la criatura racional?
lat
Objeciones por las que parece que el orar no es propio de la criatura
racional.
1. Según parece, propios de una y la misma persona son los actos de
pedir y recibir. Pero el recibir conviene incluso a las personas
increadas, es decir, al Hijo y al Espíritu Santo. Luego también el
orar; y, en efecto, dice el Hijo (Jn 14,16): Yo rogaré a mi
Padre; y del Espíritu Santo nos dice el Apóstol (Rom 8,26): El
Espíritu ruega por nosotros.
2. Aún más: los ángeles, por ser sustancias intelectuales,
están por encima de las criaturas racionales. Pero orar es acción de
ángeles, según aquello del salmo 96,7: Adoradlo todos sus
ángeles. Luego el orar no es propio de la criatura
racional.
3. Ora, propiamente, el ser que invoca a Dios, pues se
hace la invocación principalmente orando. Pero pueden invocar a Dios
incluso los seres irracionales, según aquello del salmo 146,9: El
que da al ganado su pasto, y a los polluelos de los cuervos que lo
invocan. Luego el orar no es propio de la criatura
racional.
Contra esto: está el que la oración es acto de la razón, como antes
dijimos (
a.1). Pero a la criatura racional se la llama racional por la
razón. Luego orar es propio de la criatura racional.
Respondo: Que, como consta por lo que antes
expusimos (
a.1), la oración es el acto de la razón por el que se
suplica a un superior; lo mismo que el imperio es el acto de la razón
por el que se dispone del inferior como medio para conseguir un fin.
El orar, por consiguiente, es acto propio de quien está dotado de
razón y tiene un superior a quien pueda suplicar. Ahora bien: nada hay
superior a las divinas personas; y los animales brutos, por su parte,
no tienen razón. Luego, propiamente hablando, la oración no se da ni
en las personas divinas ni en los animales irracionales, sino que es
un acto propio de la criatura racional.
A las objeciones:
1. A las personas divinas les
conviene el recibir por razón de su naturaleza, mientras que el orar
es propio de quien recibe por gracia. Se dice, a pesar de todo, que el
Hijo ruega o que ora, refiriéndose a su naturaleza asumida, esto es, a
la humana; y que el Espíritu Santo pide, porque hace que nosotros
pidamos.
2. La razón y el entendimiento no
son en nosotros facultades diversas, como antes dijimos (
1 q.69 a.8),
sino que difieren entre sí como lo perfecto y lo imperfecto. Por eso,
en algunas ocasiones, a las criaturas intelectuales, es decir, a los
ángeles, se las distingue de las racionales; mientras que otras veces
se las incluye en el conjunto de las racionales. Y éste es el sentido
en que se dice que la oración es propia de la criatura
racional.
3. Se dice que los polluelos de
los cuervos invocan a Dios por el deseo natural que hace que todos los
seres, a su modo, deseen alcanzar la bondad divina. Del mismo modo se
afirma que los animales irracionales obedecen a Dios por el instinto
natural con que por Dios son movidos.
Artículo 11:
¿Oran por nosotros los santos del cielo?
lat
Objeciones por las que parece que los santos que están en la patria
celestial no oran por nosotros.
1. Los actos que uno realiza son más meritorios para sí que para los
demás. Pero los santos que están en la patria celestial ni merecen
para sí ni oran por sí, por hallarse ya en el término. Luego tampoco
oran por nosotros.
2. Los santos conforman perfectamente su voluntad con la
voluntad divina, de suerte que no quieren sino lo que Dios quiere.
Pero lo que quiere Dios se cumple siempre. Luego en vano orarían por
nosotros los santos.
3. Además, lo mismo que los santos que están ya en la patria
celestial son superiores a nosotros, lo son también aquellos otros que
están en el purgatorio, pues ya no pueden pecar. Pero los del
purgatorio no oran por nosotros, sino que más bien oramos nosotros por
ellos. Luego tampoco los santos que están en la patria celestial oran
por nosotros.
4. Por otra parte, si los santos que están ya en la patria celestial
orasen por nosotros, sería más eficaz la oración de los santos
superiores. Por tanto, no deberíamos implorar el sufragio de las
oraciones de los santos inferiores, sino sólo el de las oraciones de
los santos superiores.
5. El alma de Pedro no es Pedro. Por tanto, si las almas
de los santos orasen por nosotros mientras están separadas de sus
cuerpos, no deberíamos invocar a San Pedro, sino a su alma, para que
rogara por nosotros. Lo contrario de lo que hace la Iglesia. Luego los
santos, por lo menos antes de la resurrección, no oran por
nosotros.
Contra esto: está lo que se lee en 2 Mac, ult.14: Este es el que ora
mucho por su pueblo y por toda la ciudad santa, Jeremías, el profeta
de Dios.
Respondo: Que, como escribe San
Jerónimo, el error de Vigilancio consistió en pensar
que
mientras vivimos podemos orar los unos por los otros; pero
que, después de la muerte, no será escuchada a favor de otro ninguna
de nuestras oraciones, como no lo fueron ni siquiera las de los
mártires para poder impetrar la venganza de su sangre. Pero esto
es del todo falso. Porque, proviniendo de la caridad la oración por
los demás, conforme a lo dicho (
a.7.8), los santos que
están en el cielo tanto más oran por los viadores, a quienes pueden
ayudar con sus oraciones, cuanto más perfecta es su caridad; y sus
oraciones son tanto más eficaces cuanto mayor es su unión con Dios.
Pues lo normal, según el orden establecido por Dios, es que la
excelencia de los superiores redunde en los inferiores, al igual que
sobre el aire el resplandor que procede de la claridad del sol. Tal es
también la razón por la que se dice de Cristo (Heb 7,25):
El cual
se acerca por sí mismo a Dios para rogar por nosotros. Y es por lo
que San Jerónimo,
Contra Vigilantium, dice:
Si los apóstoles y los mártires, en su vida corporal, cuando aún
debían preocuparse por sí mismos, podían orar por los demás, cuánto
más después de haber alcanzado la corona, la victoria y el
triunfo.
A las objeciones:
1. A los santos que están en la
patria celestial nada les falta sino la glorificación del cuerpo, por
la que oran. Pero ruegan también por nosotros a quienes falta la
perfección última de la bienaventuranza, y sus oraciones tienen
eficacia impetratoria en virtud de sus méritos y de la divina
aceptación.
2. Los santos impetran lo que
Dios quiere que se lleve a efecto mediante sus oraciones. Y piden lo
que juzgan que ha de cumplirse por medio de sus oraciones conforme a
la voluntad divina.
3. Los que están en el
purgatorio, aunque son superiores a nosotros por su impecabilidad,
son, sin embargo, inferiores en cuanto a las penas que padecen. Según
esto, no están en estado de orar por nosotros, sino más bien de que se
ore por ellos.
4. Dios quiere que los seres
inferiores sean ayudados por todos los superiores. Por este motivo nos
es preciso implorar el auxilio no sólo de los santos superiores, sino
también de los inferiores. De no ser así, deberíamos implorar
únicamente la misericordia del Señor. Sin embargo, acontece a veces
que la invocación de un santo inferior es más eficaz: o porque lo
invocamos con más devoción, o porque Dios quiere darnos a conocer su
santidad.
5. Puesto que los santos, durante
su vida, merecieron poder orar por nosotros, por eso los invocamos con
los nombres con que aquí se los llamaba y por los que nos resultan más
conocidos. Un segundo motivo es el insinuar así nuestra fe en la
resurrección, tal como se lee en Ex 3,6: Yo soy el Dios de
Abrahán, etc. (Mt 22,31).
Artículo 12:
¿Debe ser vocal la oración?
lat
Objeciones por las que parece que la oración no debe ser
vocal.
1. Como consta por lo expuesto anteriormente (
a.4), la oración se
dirige principalmente a Dios. Pero Dios conoce el lenguaje interior
del corazón. Luego es inútil el empleo de la oración
vocal.
2. La mente humana debe ascender por la oración a Dios, como
antes dijimos (
a.1 ad 2). Pero las palabras, como las demás cosas
sensibles, tiran del hombre hacia abajo en su ascensión contemplativa
hacia Dios. Luego en la oración no hay que utilizar
palabras.
3. La oración a Dios debe hacerse en lugar oculto,
conforme a aquel texto de Mt 6,6: Tú, sin embargo, cuando ores,
entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre a
escondidas. Pero las palabras hacen que nuestra oración sea
pública. Luego la oración no debe ser vocal.
Contra esto: está lo que se lee en el salmo 141,2: Clamé al Señor
con mi voz; con mi voz supliqué al Señor.
Respondo: Que la oración es doble: pública y
privada. Oración pública es la que los ministros de la Iglesia, en
representación de la totalidad del pueblo fiel, ofrecen a Dios. Tal
oración, por tanto, debe ser conocida por el pueblo en cuyo nombre se
hace, lo que no podría lograrse si la oración no fuese vocal. De ahí
el que se haya establecido razonablemente que los
ministros de la Iglesia pronuncien en voz alta esta clase de
oraciones, para que puedan llegar a conocimiento de
todos.
La oración privada, en cambio, es aquella que, a título personal,
ofrece cualquier orante por sí o por los demás. No es necesario que
sea vocal. Pero, aun sin ser necesario, oramos en voz alta por tres
razones. En primer lugar, para excitar la devoción interior con que
nuestra mente se eleva hacia Dios. Y es que los signos exteriores,
palabras u obras, son estímulos de la mente humana, no sólo en el
orden del conocimiento, sino también, y como consecuencia, en el del
afecto. A este propósito, escribe San Agustín, Ad
Probam: Nos sirven de poderoso acicate las
palabras y otros signos para acrecentar en nosotros el santo
deseo. Por tanto, en la oración privada hemos de usar de tales
palabras y signos en la medida en que sean convenientes para excitar
interiormente nuestro espíritu. Pero si nuestra mente se distrae por
este camino, o de cualquier modo se siente impedida, habrá que
prescindir de tales recursos. Esto acaece principalmente en personas
cuyo espíritu, sin necesidad de estos signos, se encuentran
suficientemente preparadas para la devoción. Por esto decía el
salmista (Sal 26,8): Te dijo mi corazón. Y también leemos que
Ana (1 Re 1,13) hablaba en su corazón.
En segundo lugar, empleamos la oración vocal como pago de una deuda:
para así servir a Dios con todo lo que de El recibimos, esto es, no
sólo con el alma, sino también con el cuerpo. Compete esto
especialmente a la oración en cuanto satisfactoria. Por eso se lee en
Os, últ, 3: Quita de nosotros toda iniquidad y acepta lo bueno, y
te presentaremos, como sacrificio de terneros, la alabanza de nuestros
labios.
En tercer lugar, añadimos a la oración la palabra por cierto
desbordamiento del alma sobre el cuerpo, causado por la vehemencia del
afecto, según aquello del salmo 15,9: Se alegró mi corazón y saltó
de gozo mi lengua.
A las objeciones:
1. No oramos vocalmente para
manifestarle a Dios algo desconocido, sino para avivar el impulso de
nuestra mente y de la de los demás hacia Dios.
2. Las palabras que no vienen al
caso distraen la atención e impiden la devoción del que ora; pero las
que significan algo relacionado con la devoción excitan las mentes, en
especial las menos devotas.
3., como escribe el
Crisóstomo, Super Mt.: El Señor nos
prohibe orar en público cuando lo que nos proponemos es que el público
nos vea. Por eso el que ora no debe hacer nada que llame la atención,
ya se trate de clamores, golpes de pecho o de extender las manos.
Y, sin embargo, como dice San Agustín en el libro De serm. Dom. in
monte, no hay nada de malo en ser visto por los
hombres, sino en obrar así para que nos vean.
Artículo 13:
¿Es necesaria la atención durante la oración?
lat
Objeciones por las que parece que necesariamente la oración tiene que
ser atenta.
1. Se nos dice en Jn 4,24: Dios es espíritu, y los que lo adoran
han de hacerlo en espíritu y en verdad. Pero no se ora en espíritu
si la oración no es atenta. Luego la oración tiene que ser
necesariamente atenta.
2. La oración es la elevación del entendimiento a
Dios. Pero nuestro entendimiento no se eleva hacia
Dios cuando no oramos con atención. Luego la oración ha de ser
necesariamente atenta.
3. Es condición necesaria de la oración el que carezca
de todo pecado. Pero no carece de pecado el proceder de
quien, mientras ora, permite que su espíritu divague, pues parece que
una persona así se está burlando de Dios, como parecería que se burla
quien conversa con otro hombre sin fijarse en lo que dice. Es por lo
que escribe San Basilio que no se debe implorar el
auxilio divino y con negligencia dejar divagar el pensamiento de
acapara allá; porque quien así ora no sólo no impetrará lo que pide,
sino que irritará más a Dios. Luego parece ser que la oración ha
de ser necesariamente atenta.
Contra esto: está el hecho de que aun los santos tienen de vez en vez
distracciones mientras oran, según aquello del salmo 39,13: Mi
corazón me abandonó.
Respondo: Donde tiene lugar principalmente la
cuestión aquí planteada es en la oración vocal. Al tratar de
resolverla hay que tener en cuenta que decimos que una cosa es
necesaria de dos modos. Primero, como es necesario aquello con que se
llega mejor al fin. Y es así como la atención es absolutamente
necesaria para la oración.
Del segundo modo se dice que algo es necesario cuando sin ello un
agente no puede lograr su efecto. Ahora bien: los efectos de la
oración son tres. El primero, común a todos los actos imperados por la
caridad, es el mérito. Para este efecto no se requiere necesariamente
que la atención se mantenga del principio al fin, sino que la
virtualidad de la intención inicial con que alguien se acerca a orar
hace meritoria la oración entera, tal como sucede en los demás actos
meritorios. El segundo efecto es propio de la oración, y consiste en
impetrar. También basta para lograrlo la primera intención, que es en
la que Dios se fija principalmente. Pero si esta primera intención
falta, ni es meritoria ni impetratoria: pues Dios no escucha la
oración que se hace sin intención, como dice San
Gregorio. El tercer efecto de la oración es el que se
produce en el acto de orar, es decir, una cierta refección espiritual
del alma. Para esto se requiere necesariamente la atención mientras se
ora. De ahí lo que se lee en 1 Cor 14,14: Si oro sólo con mi
lengua, mi espíritu no disfruta.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la atención que puede
prestarse a la oración es de tres clases. Una es la atención a las
palabras, para que no se deslicen errores; la segunda es la atención
al sentido de las palabras; la tercera es la atención al fin de la
oración, o sea, a Dios y a aquello por lo que se ora: ésta es, sin
duda, la más necesaria, y pueden tenerla incluso los más ignorantes. Y
a veces esta intención que eleva el alma olvida todo lo demás, como
dice Hugo de San Víctor.
A las objeciones:
1. Ora en espíritu y verdad
quien, por moción celeste del Espíritu, se pone en oración, aunque
después su mente, por flaqueza, se distraiga.
2. El espíritu humano, por su
natural flaqueza, no puede permanecer largo tiempo en las alturas;
pues, por el peso de su propia debilidad, el alma se siente arrastrada
hacia lo de más abajo. Y acontece por esta causa que, cuando la mente
del orante ha logrado ascender a Dios por la contemplación, de
repente, por debilidad, comienza a divagar.
3. Si alguien, de propósito,
se distrae en la oración, tal distracción es pecado e impide el fruto
de la oración. Ya contra esto dice San Agustín en la Regla: Cuando oráis a Dios con salmos e
himnos, meditad en vuestro corazón lo que pronunciáis con la boca.
Pero la distracción del espíritu, cuando uno no se distrae de
propósito, no quita el fruto de la oración. Por lo que sobre esto dice
San Basilio: Con todo, si, debilitado por el
pecado, no puedes orar con la debida atención, mantente tan atento
como puedas y Dios te perdona; porque no procede de negligencia, sino
de fragilidad lo de no poder estar como conviene en su
presencia.
Artículo 14:
¿Debe ser larga la oración?
lat
Objeciones por las que parece que la oración no debe ser
larga.
1. Se lee en Mt 6,7: No habléis mucho cuando oráis. Pero
tiene que hablar mucho quien ora durante largo tiempo, sobre todo si
la oración es vocal. Luego no debe ser larga la oración.
2. Orar es exponer un deseo. Pero un deseo es tanto más
santo cuanto más se restringe a un solo objeto, según aquello del
salmo 26,4: Una sola cosa pedía al Señor, eso buscaré. Luego
la oración es tanto más acepta a Dios cuanto más breve.
3. Parece ilícito el que el hombre traspase los términos
prefijados por Dios, principalmente en lo que al culto divino se
refiere, según aquello de Ex 19,21: Conmina al pueblo, no vaya a
ser que quiera traspasar los límites marcados para ver al Señor y
perezca por este motivo muchísima gente. Pero Dios fijó de
antemano los límites de la oración al instituir la oración dominical,
como consta en Mt 6,9ss. Luego no es lícito alargar más que ésta
nuestra oración.
Contra esto: está el que, según parece, debemos orar continuamente.
Porque dice el Señor (Lc 18,21): Es necesario orar siempre y no
desfallecer. Y en 1 Tes 5,17: Orad sin interrupción.
Respondo: Que podemos hablar de la oración de
dos modos: primero, de la oración en sí misma; segundo, de la oración
en su causa. Ahora bien: la causa de la oración es el deseo de la
caridad, del cual debe proceder nuestra oración. Tal deseo en nosotros
debe ser continuo, actual o virtualmente: pues su virtud permanece en
cuantas obras hacemos por caridad; y, conforme se nos dice en 1 Cor
10,31:
Debemos hacerlo todo para gloria de Dios. La oración,
según esto, debe ser continua. De ahí las palabras de San Agustín,
Ad Probam:
Mediante la fe, esperanza y caridad
oramos siempre en virtud del deseo continuo.
Mas la oración, en sí considerada, no puede mantenerse
ininterrumpidamente por la necesidad que tenemos de ocuparnos en otros
quehaceres. Antes bien, como allí mismo dice San Agustín, por este motivo rezamos en determinadas horas y tiempos a Dios, incluso con palabras: para mantenernos vigilantes gracias a estos signos sensibles; para que vayamos conociendo los progresos que hacemos en nuestro deseo y para excitarnos más a acrecentarlo. Pero la medida de cada cosa debe guardar proporción con el fin, lo mismo que la dosis de la bebida medicinal con la salud. De ahí la conveniencia de que la oración dure tanto cuanto haga falta para excitar el fervor del deseo interior y de que, en cuanto rebase esta medida, de manera que no pueda continuarse sin hastío, no se la deba alargar más. Por eso escribe San Agustín, Ad Probam: Se dice que nuestros hermanos en Egipto oran con oraciones frecuentes, pero brevísimas, lanzadas, por así decirlo, como dardos, para que la atención tensa y vigilante, muy necesaria en quien ora, no se disipe ni embote por alargarse más de lo debido. Procediendo así, muestran también con bastante claridad que lo mismo que esa atención no debe ser mantenida con fatiga cuando no da más de sí, tampoco hay que interrumpirla prontamente si todavía perdura. E igual que hay que tener en cuenta esta advertencia en la oración privada refiriéndonos a la atención de la persona que ora, hay que tenerla en la oración común refiriéndonos a la devoción del pueblo.
A las objeciones:
1. Como escribe San Agustín, Ad
Probam: Por el hecho de que la oración se
prolongue, eso no quiere decir que haya exceso de palabras. Una cosa
es la palabrería y otra el afecto duradero. Pues del mismo Señor ha
llegado a escribirse que pernoctaba en oración, y que oraba largamente
para darnos ejemplo. Y añade después: Lejos de
la oración el exceso de palabras; pero que tampoco se eche de menos en
ella la súplica frecuente si la atención y el fervor perseveran.
Pues el hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con
palabras superfluas. De ordinario, sin embargo, este negocio se
realiza con gemidos más que con palabras.
2. La prolijidad de la
oración no consiste en pedir muchas cosas, sino en
mantenerse especialmente interesado en el deseo de
una.
3. El Señor no instituyó esta
oración para que sea la única, palabra por palabra, de que nos
sirvamos al orar, sino porque nuestra única intención cuando oramos
debe ser la impetración de lo que en ella se pide, sea cual fuere el
modo de orar o de meditar.
4. Uno ora
continuamente, o por la continuidad de su deseo, conforme a lo ya
explicado (en la solución); o porque no omite la oración en los
tiempos señalados; o por el efecto conseguido: ya en sí mismo, que
después de orar se siente más devoto, ya en otras personas, cuando con
sus beneficios las mueve a rogar por él, aun en aquel tiempo en que él
deja de orar.
Artículo 15:
¿Es meritoria la oración?
lat
Objeciones por las que parece que la oración no es
meritoria.
1. Todo mérito procede de la gracia. Pero la oración precede a la
gracia, puesto que la misma gracia se impetra por medio de la oración,
según aquello de Lc 11,13: Vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a quienes se lo piden. Luego la oración no es acto
meritorio.
2. Si algo merece la oración, parece que habrá de ser, más
que ninguna otra cosa, lo que se pide al orar. Pero esto no siempre se
merece, pues muchas veces las oraciones, aun las de los santos, no son
escuchadas, como no se escuchó a San Pablo cuando pedía verse libre
del aguijón de la carne. Luego la oración no es acto
meritorio.
3. La oración se basa principalmente en la fe, según lo
que leemos en Sant 1,6: Mas pida basándose en su fe, sin
vacilar. Ahora bien: la fe no es suficiente para merecer, como lo
evidencia el caso de los que tienen fe informe. Luego la oración no es
acto meritorio.
Contra esto: está lo que, sobre las palabras del salmo 34,13: Mi
oración volverá a entrar en mi pecho, dice la Glosa: Aunque a ellos no les aprovechó, a mí sí, no dejándome sin premio.
Luego la oración es meritoria.
Respondo: Que, tal como expusimos (
a.13), la
oración, además del efecto presente, el consuelo espiritual, tiene una
doble virtualidad con respecto a su efecto futuro: la de merecerlo e
impetrarlo. Como cualquier otro acto virtuoso, la
oración tiene valor meritorio en cuanto que procede de la raíz de la
caridad, cuyo objeto propio es el bien eterno de que merecemos gozar.
Pero no debemos olvidar que la oración procede de la caridad no
inmediatamente, sino mediante la religión, de la que es acto, como
antes dijimos (
a.3); y con el concurso de algunas otras virtudes que
la bondad de la oración requiere, es decir, de la humildad y de la fe.
A la religión, en efecto, le compete ofrecer a Dios nuestra oración,
mientras que a la caridad le compete el deseo de lo que en la oración
pedimos que se cumpla. La fe, a su vez, nos es necesaria por lo que
respecta a Dios, a quien oramos: para que creamos que podemos obtener
de él lo que pedimos. La humildad, en cambio, es necesaria por parte
de la persona que pide, para hacerle reconocer su indigencia. Y
necesaria es también la devoción, pero ésta pertenece a la religión,
constituyendo el primero de sus actos, necesario para todos los demás,
como ya queda dicho (
a.3 ad 1;
q.82 a.1.2).
El valor impetratorio le viene de la gracia de Dios, a quien oramos,
y que, incluso, nos invita a orar. De ahí lo que dice San Agustín en
el libro De Verb. Dom.: No nos aconsejaría que pidiésemos si no quisiera dar. Y el Crisóstomo
dice: Nunca niega sus beneficios al que ora quien
le instiga piadosamente para que nunca deje de orar.
A las objeciones:
1. Sin la gracia santificante
no es meritoria la oración, lo mismo que no lo es ningún otro acto
virtuoso. Y es que aun la misma oración con que se
impetra la gracia santificante procede de una cierta gracia como de
don gratuito, pues incluso el mismo orar es don de Dios, como
dice San Agustín en el libro De Perseverantia.
2. El mérito de la oración
tiene como objeto principal, a veces, algo distinto de lo que pedimos:
pues el mérito se ordena principalmente a la bienaventuranza, mientras
que la petición que hacemos en la oración directamente se refiere, a
veces, a algunas otras cosas, como consta por lo dicho
(
a.6). Por tanto, si esas otras cosas que alguien pide para sí no le
van a ser útiles para conseguir la bienaventuranza, no sólo no las
merece, sino que, a veces, por el mero hecho de pedirlas y desearlas,
pierde el mérito: como en el caso de pedir a Dios el cumplimiento del
deseo de pecar, modo de orar que nada tiene de piadoso. Otras veces lo
que se pide no es necesario para la salvación eterna ni
manifiestamente contrario a la misma. En este caso, aunque el orante
puede merecer con su oración la vida eterna, no merece, sin embargo,
la obtención de lo que pide. De ahí las palabras de San Agustín en el
libro
Sententiarum Prosperi:
A quien pide
a Dios con fe verse libre de las necesidades de esta vida, no menor
misericordia es desoírle que escucharle. Lo que conviene al enfermo,
mejor que él lo sabe el médico. Por esta razón precisamente,
porque no le convenía, no fue escuchado San Pablo cuando pidió verse
libre del aguijón de la carne. En cambio, si lo que se pide es útil
para la bienaventuranza del hombre, como conducente a su salvación, se
lo merece en este caso no sólo con la oración, sino también con las
demás obras buenas. Recibe por eso, sin la menor duda, lo que pide;
pero a su debido tiempo. A este propósito escribe San Agustín,
Super lo.:
Algunas cosas no se las niega, sino
que se las aplaza, para darlas en el momento oportuno. Y aun esto
puede frustrarse si no se pide con perseverancia. Es por lo que dice
San Basilio:
La razón por la que a veces pides y
no recibes es porque pides de mala manera, o sin fe, o con ligereza, o
lo que no te conviene, o sin perseverancia. Ahora bien: puesto que
un hombre no puede merecer con mérito de condigno la vida eterna para
otro, como antes se dijo (
1-2 q.114 a.6), tampoco, lógicamente, puede
merecer en algún caso para otros con mérito de condigno lo que a ella
conduce. Por esta razón, no siempre es escuchado quien ruega por otro,
como antes se dijo (
a.7 ad 2).
Se ponen, en consecuencia, cuatro condiciones para que, si se dan
juntas, uno impetre siempre lo que pide, a saber: pedir por sí
mismo, pedir cosas necesarias para la salvación, hacerlo con piedad
y con perseverancia.
3. La oración se basa
principalmente en la fe, no en cuanto a su eficacia meritoria, pues
ésta depende sobre todo de la caridad, sino en cuanto a su eficacia
impetratoria. Por la fe, en efecto, el hombre tiene noticia de la
omnipotencia y misericordia divinas, que es de donde la oración
impetra lo que pide.
Artículo 16:
¿Consiguen algo de Dios con su oración los pecadores?
lat
Objeciones por las que parece que los pecadores, con su oración, no
alcanzan nada de Dios.
1. Leemos en Jn 9,31: Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores. Y algo semejante se nos dice en Prov 28,9: Será
execrable la oración de quien aparta sus oídos para no oír la ley.
Pero la oración execrable no impetra nada de Dios. Luego los pecadores
no impetran nada de Dios.
2. Los justos impetran de Dios lo que merecen, como ya
expusimos (
a.15 ad 2). Pero los pecadores no pueden merecer nada por
carecer tanto de la gracia como de la caridad, que
constituyen de hecho lo esencial de la piedad, conforme dice la
Glosa sobre aquel texto de 2 Tim 3,5:
Que con
apariencias de piedad niegan en realidad lo esencial de ella. No
oran, por consiguiente, con piedad, requisito necesario, como antes
dijimos (
a.15 ad 2), para que la oración tenga valor impetratorio.
Luego los pecadores, con su oración, no impetran nada.
3. El Crisóstomo dice, en su comentario Super
Mt.: El Padre no escucha de buena gana la
oración que su Hijo no dictó. Pero en la oración dictada por
Cristo decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,12), y esto los pecadores no
lo cumplen. Luego o mienten al decirlo, y en tal caso no son dignos de
ser escuchados, o se lo callan, y entonces tampoco se los escucha, por
no atenerse a la forma de orar establecida por Cristo.
Contra esto: está lo que San Agustín dice en su comentario Super
lo.: Si Dios no escuchase a los pecadores, en
vano habría dicho el publicano: «Señor, sé propicio a mí,
pecador». Y el Crisóstomo dice Super Mt.: Todo el que pide recibe, sea justo, sea pecador.
Respondo: Que en el pecador se han de
considerar dos cosas, a saber: la naturaleza, que Dios ama; y la
culpa, a la que odia. Luego si el pecador, en su oración, pide algo en
cuanto pecador, esto es, algo acorde con sus deseos de pecado, Dios,
por misericordia, no lo escucha; aunque hay ocasiones en que sí, como
castigo, cuando permite que el pecador se hunda todavía más en sus
pecados. Como dice San Agustín:
Dios niega cosas
propicio que otorga enojado.
Dios, a pesar de todo, escucha la oración del pecador si procede de
un buen deseo natural, no como si en justicia tuviese obligación de
hacerlo, pues no se lo merece el pecador, sino por pura misericordia,
con tal de que se cumplan las cuatro condiciones antes mencionadas
(a.15 ad 2), a saber: que pida para sí, que pida lo necesario para la
salvación y que lo haga con piedad y con perseverancia.
A las objeciones:
1., como escribe San Agustín
en su comentario Super Io., pertenecen
esas palabras a un ciego que, hasta ese momento, sólo ha sido ungido;
pero que no ha sido todavía iluminado del todo. Por eso no merecen
una aprobación total. Aunque puede asegurarse que expresan una verdad,
si se las aplica al pecador en cuanto tal. Y éste es también el
sentido en que se dice que su oración es execrable.
2. El pecador no puede orar
piadosamente, como si su oración estuviese informada por el hábito
virtuoso de la piedad. Puede, sin embargo, ser piadosa su oración en
cuanto que pide algo perteneciente a la piedad, del mismo modo que el
que no tiene la virtud de la justicia puede desear una cosa justa,
como consta por lo que hemos dicho anteriormente (
q.59 a.2). Y, aunque
su oración no es meritoria, puede, no obstante, ser impetratoria;
porque el mérito se basa en la justicia, mientras que la impetración
depende de la gracia.
3., como antes explicamos
(
a.7 ad 1), las palabras de la oración dominical se profieren en
nombre de la comunidad constituida por la Iglesia en su totalidad. Por
tanto, si uno que no quiere perdonar al prójimo sus deudas reza la
oración dominical, no miente, aunque lo que está diciendo, por lo que
respecta a su persona, sea falso, pues no lo es en cuanto que ora en
nombre de la Iglesia, fuera de la cual se encuentra, y no sin motivo,
y por eso se ve privado del fruto de su oración. Hay, a veces,
pecadores que, a pesar de todo, están dispuestos a perdonar a sus
deudores. En consecuencia, cuando oran son escuchados, según aquello
del Eclo 28,2:
Perdona a tu prójimo cuando te hace mal, y así,
cuando tú pidas perdón, tus pecados serán perdonados.
Artículo 17:
¿Está bien dicho eso de que las obsecraciones, «oraciones, peticiones
y acciones de gracias», son las partes en que se divide la
oración?
lat
Objeciones por las que parece que no está bien que se diga que las
obsecraciones, oraciones, peticiones y acciones de gracias, son las
partes en que se divide la oración.
1. La obsecración, según parece, no es otra cosa que una clase de
conjuro. Pero, como escribe Orígenes, Super Mt., es impropio del varón deseoso de vivir conforme al Evangelio
conjurar a otro, pues, si no es lícito jurar, tampoco, lógicamente, el
conjurar. Luego no está bien mencionar la obsecración entre las
partes en que se divide la oración.
2. La oración, según el damasceno, es la petición a Dios de lo que conviene. Luego no está bien
contraponer oraciones y peticiones.
3. La acción de gracias se refiere al pasado, mientras
que las otras partes mencionadas se refieren al futuro. Pero lo pasado
es anterior a lo futuro. Luego la acción de gracias al final de la
enumeración no está en su sitio.
Contra esto: está la autoridad de San Pablo (1 Tim 2,1).
Respondo: Que para la oración se requieren
tres cosas. La primera, que el orante se acerque a Dios, a quien ora.
Tal es el significado de la palabra oración, ya que
orar es
levantar el alma a Dios. Se requiere, en segundo
lugar, la petición, que es lo que la palabra postulación significa, ya
en el caso de que la petición se proponga de forma determinada, que es
a lo que algunos con propiedad llaman postulación; ya
en el de que se la proponga de forma indeterminada, como cuando
alguien sencillamente le pide a Dios que le ayude, y esto es a lo que
llamamos
súplica; o cuando se narra únicamente un suceso, como
en aquel texto de Jn 11,3:
Mira, aquel a quien amas está
enfermo, y a esto se le da el nombre de
insinuación. Se
requiere, en tercer lugar, que haya una razón para alcanzar lo que se
pide: y esto tanto por parte de Dios como por parte de la persona que
pide. Por parte de Dios, la razón para alcanzar lo que pedimos es su
propia santidad. Por ella pedimos ser escuchados, tal como lo hacía el
profeta Daniel (Dan 9,17-18):
Por ti mismo, Dios mío, inclina tu
oído y escucha. Esto es a lo que se llama
obsecración, que
es la súplica por motivos sagrados, como cuando decimos:
Por tu nacimiento, líbranos, Señor. Mas la razón para
impetrar, por parte de la persona que pide, es
la acción de
gracias, pues, como leemos en una colecta del misal,
dando gracias por los beneficios recibidos, merecemos recibir
otros mayores.
De ahí el que diga la Glosa (1 Tim 2,1) que en la misa las preces que preceden a la consagración son las
obsecraciones, y en ellas se hace mención de ciertas cosas
sagradas; las que coinciden con la consagración, que es donde
el alma más se eleva a Dios, son oraciones; son postulaciones las
peticiones que vienen después; y al final están las acciones de
gracias. En la mayor parte de las colectas de la Iglesia pueden
encontrarse estos cuatro elementos. Por ejemplo, en la colecta de la
Trinidad, las palabras Omnipotente y sempiterno Dios
corresponden a la elevación del alma a Dios; las palabras que has
concedido a tus siervos, etc., a la acción de gracias; estas
otras: concédenos, te rogamos, pertenecen a la postulación;
las que se ponen al fin: Por nuestro Señor, etc., a la
obsecración.
En las Colaciones de los Padres se dice que la obsecración es la imploración por nuestros pecados; hay oración
cuando ofrecemos algo a Dios; postulación, cuando
pedimos por los demás. Con todo, la primera explicación es la
mejor.
A las objeciones:
1. La obsecración no es un
conjuro para exigir por la fuerza —tal conjuro se prohibe—, sino
para implorar misericordia.
2. La oración, entendida en
sentido general, incluye todos estos elementos de que aquí hablamos.
Pero en un sentido más preciso, por contraposición a otras palabras,
significa propiamente elevación a Dios.
3., en sucesos diferentes, el
pasado precede al futuro; pero que una misma cosa antes es futura que
pasada. Por tanto, tratándose de beneficios diferentes, la acción de
gracias por unos precede a la petición de otros; pero un mismo
beneficio primeramente se pide y, finalmente, una vez que se haya
recibido, se dan las gracias por él. La postulación, a su vez, va
precedida de la oración, por la que nos acercamos a aquel a quien
pedimos. Y la obsecración precede a la oración, pues por la
consideración de la bondad divina es por lo que nos atrevemos a
allegarnos a Dios.