Artículo 1:
¿La adoración es acto de latría o religión?
lat
Objeciones por las que parece que la adoración no es acto de latría o
religión.
1. El culto religioso se debe sólo a Dios. Pero la adoración no se
debe únicamente a Dios, pues leemos en Gén 18,2 que Abrahán adoró a
los ángeles; y en 2 Re 1,23 se dice que el profeta Natán, habiendo
entrado a donde se encontraba el rey David, postrándose en
tierra, lo adoró. Luego, la adoración no es acto de
religión.
2. Se le debe a Dios culto de religión en cuanto que, según
explica San Agustín, en El es donde se encuentra nuestra
bienaventuranza (X De Civ. Dei). Pero la
adoración se le debe por razón de su majestad, pues al comentar la Glosa aquello del salmo 95,9: Adorad al Señor en
su atrio santo, dice: De estos atrios se pasa al atrio donde su
majestad es adorada. Luego la adoración no es acto de
latría.
3. Debe ser único por parte de la religión el culto a
las tres Personas. Pero no lo es la adoración a las mismas, sino que
doblamos la rodilla a la invocación de cada una de las tres. Luego la
adoración no es acto de latría.
Contra esto: está la cita en Mt 4,10 del texto del Deuteronomio (Dt
6,13): Adorarás al Señor tu Dios, y a El sólo servirás.
Respondo: Que la adoración se ordena a
testimoniar la debida reverencia a aquel a quien se adora. Ahora bien:
es evidente, por lo que antes dijimos (
q.81 a.2.4), que lo propio de
la religión es testimoniar nuestra reverencia a Dios. Por tanto, la
adoración con que Dios es honrado es acto de religión.
A las objeciones:
1. A Dios se le debe
reverenciar por su excelencia, la cual se comunica a algunas
criaturas, no en condiciones de igualdad, sino de una
cierta participación. Y así, con una veneración
honramos a Dios, lo cual pertenece al culto de latría, y con otra a
algunas criaturas excelentes, lo cual pertenece a la dulía, culto del
que se hablará más adelante (
q.103). Y puesto que nuestros actos
exteriores son signos de la reverencia interior, hay actos
reverenciales con que la mostramos a las criaturas excelentes, el
principal de los cuales es la adoración, y hay a su vez uno, el
sacrificio, que se ofrece sólo a Dios. De ahí las palabras de San
Agustín en X
De Civ. Dei:
Muchos ritos
hemos tomado abusivamente del culto divino y los transferimos al
ceremonial humano; por exceso de humildad en unos casos, y en otros,
por pestilente adulación. Y se llega a tanto que, de las personas así
honradas, por una parte decimos que son hombres y, por otra, que son
dignas de culto y veneración, y, si se exagera mucho, incluso de
adoración. Pero ¿quién pensó jamás que el sacrificio debe ofrecerse
sino a aquel de quien se sabe, se cree o se imagina que es
Dios.
Así, pues, la reverencia debida a las criaturas excelentes fue lo que
indujo a Natán a adorar a David. Y la reverencia debida a Dios fue el
motivo por el que Mardoqueo, temeroso de tributar a un hombre honores
divinos, no quiso adorar a Aman, como leemos en Est 13,14. De manera
semejante, por razón de la reverencia debida a las criaturas
excelentes, Abrahán adoró a los ángeles, y otro tanto hizo Josué (Jos
5,15). Aunque podría aquí entenderse que uno y otro adoraron con
adoración de latría a Dios, que se les aparecía y hablaba en figura de
ángel. A San Juan, por el contrario, se le prohibió adorar a un ángel
por la reverencia debida a Dios (Ap, últ., 8,9): fuese porque se
quería mostrar la gran dignidad que el hombre había alcanzado por
Cristo, dignidad que le igualaba a los ángeles, y de ahí lo que allí
se añade: Soy consiervo tuyo y de tus hermanos; o porque se
quería alejar el peligro de idolatría, y de ahí lo de Adora a
Dios.
2. Por majestad divina aquí se
entiende toda excelencia de Dios; de ella depende el que en él, como
sumo bien, hallemos nuestra bienaventuranza.
3., por ser única la
excelencia de las tres Personas, se les debe un solo honor y
reverencia; y, por consiguiente, una sola adoración. Se prefigura esto
cuando leemos en Gén 18,2.3 que se le aparecieron tres varones, y él,
adorando a uno, dijo: Señor, si he hallado gracia, etc. Por
otra parte, la triple genuflexión es signo de que son tres las
personas; pero no de la diversidad de adoraciones.
Artículo 2:
¿La adoración implica actos corporales?
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Objeciones por las que parece que la adoración no implica actos
corporales.
1. Se lee en Jn 4,23: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en espíritu y en verdad. Pero lo que se realiza en espíritu nada
tiene que ver con los actos corporales. Luego la adoración no implica
actos corporales.
2. La palabra adoración proviene de oración. Pero la oración
consiste principalmente en actos interiores, según aquello de 1 Cor
14,15: Oraré con el espíritu, oraré con la mente. Luego la
adoración implica sobre todo actos espirituales.
3. Los actos corporales pertenecen al conocimiento
sensible. Pero a Dios no lo alcanzamos con los sentidos del cuerpo,
sino con los de la mente. Luego la adoración no implica actos
corporales.
Contra esto: está el que sobre aquello del Ex 20,5: No los adorarás
ni les darás culto, dice la Glosa: Ni
les rindas culto con tu afecto ni los adores exteriormente.
Respondo: Como escribe el Damasceno, puesto que estamos compuestos de doble naturaleza —la intelectual y la sensible—, ofrecemos doble adoración a Dios: una espiritual, que consiste en la devoción interna de nuestra mente, y otra corporal, que consiste en la humillación exterior de nuestro cuerpo. Y porque en todos los actos de latría lo exterior se refiere a lo interior como lo secundario a lo principal, por eso es por lo que la misma adoración exterior se subordina a la interior, para que mediante los signos corporales de humildad se sienta empujado nuestro afecto a someterse a Dios, pues lo connatural en nosotros es llegar por lo sensible a lo inteligible.
A las objeciones:
1. También la adoración
corporal se hace en espíritu, en cuanto que procede de la devoción
espiritual y a ella se ordena.
2. Al igual que la oración
está primordialmente en la mente, y lo secundario es expresarla
mediante palabras, como antes dijimos (
q.83 a.12), así la adoración
consiste principalmente en la reverencia interior a Dios y,
secundariamente, en ciertos signos corporales de humildad, tal como en
arrodillarnos, significando con ellos nuestra incapacidad en
comparación con Dios, y en postrarnos, con lo que confesamos que no
somos nada.
3., si bien es cierto que
mediante lo sensible no podemos llegar a Dios, no lo es menos el que
los signos sensibles estimulan nuestra mente para que tienda hacia
El.
Artículo 3:
¿Requiere la adoración un lugar determinado?
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Objeciones por las que parece que la adoración no requiere un lugar
determinado.
1. Se lee en Jn 4,31: Llegó la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. Pero esta misma razón parece
igualmente aplicable a los demás lugares. Luego no requiere la
adoración un lugar determinado.
2. La adoración exterior se ordena a la interior. Pero la
adoración interior se hace a Dios como presente en todas partes. Luego
la adoración exterior no requiere un lugar determinado.
3. Es un mismo Dios al que se adora en el Nuevo y
Antiguo Testamento. Pero en el Antiguo Testamento la adoración se
hacía mirando a Occidente, ya que la puerta del tabernáculo miraba
hacia Oriente, conforme lo escrito en Ex 26,18ss. Luego, por la misma
razón, también ahora debemos adorar mirando al Occidente, si es que se
requiere para adorar un lugar determinado.
Contra esto: está lo que leemos en Is 56,7 y se cita en Jn 2,16: Mi
casa será llamada casa de oración.
Respondo: Hay que responder: Que, conforme a lo dicho (
a.2),
en la adoración lo principal es la devoción interior de la mente, y
que es secundario lo relativo exteriormente a los signos corporales.
Mas nuestro espíritu concibe interiormente a Dios como exento de
límites locales, mientras que los signos corporales se hallan
necesariamente en un lugar y sitio determinados. Por tanto, la
determinación del lugar no se requiere como principal para la
adoración, cual si se tratase de algo necesario para ella, sino como
algo conveniente, lo mismo que ocurre con los demás signos
corporales.
A las objeciones:
1. El Señor, con estas
palabras predice el cese tanto de la adoración según el ritual de los
judíos, que adoraban en Jerusalén, como el de la adoración según los
ritos samaritanos, que adoraban en el monte Garizim. Ambos ritos, por
tanto, cesaron al llegar la verdad espiritual del Evangelio, según la
cual se ofrecen sacrificios en todo lugar a Dios, tal como leemos en
Mal 1,11.
2. Lo de escoger un lugar
determinado para adorar no se requiere por parte de Dios, a quien
adoramos, como si se hallase allí recluido, sino por parte del propio
adorador. Y esto por una triple razón. La primera, por la consagración
del lugar que hace concebir en los orantes una especial devoción y
confianza en ser escuchados con mayor seguridad, como nos consta por
la adoración de Salomón (3 Re 8). La segunda, por los
sagrados misterios y otros objetos sagrados que
contiene tal lugar. La tercera, por la concurrencia de muchos
adoradores, por lo que la oración se hace más digna de ser escuchada,
según aquello de Mt 18,20: Donde hay dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
3. Por ciertas razones de
conveniencia adoramos vueltos hacia Oriente. En primer lugar, por el
indicio de la majestad divina que se nos manifiesta en el movimiento
del cielo desde el Oriente. En segundo lugar, por hallarse el Paraíso
situado al Oriente, como leemos en Gén 2,8, según la versión de los
Setenta, como si buscásemos volver de nuevo a él. En tercer lugar, por
Cristo, que es la luz del mundo (Jn 8,12), recibe el nombre de Oriente (Zac 6,5), y asciende sobre los cielos de los cielos
hacia el Oriente (Sal 67,34); e incluso se espera que vendrá de
Oriente, según aquello de Mt 24,27: Como sale el relámpago del
Oriente y brilla hasta el Occidente, asi será la llegada del Hijo del
hombre.