Corresponde ahora considerar los vicios opuestos a la prudencia que
tienen alguna semejanza con ella.
Sobre este tema se plantean ocho problemas:
Artículo 1:
¿Es pecado la prudencia de la carne?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia de la carne no es
pecado:
1. La prudencia es la más noble de las virtudes morales, porque las
dirige a todas. Ahora bien, ninguna justicia ni templanza son pecado.
Luego tampoco lo es la prudencia.
2. Obrar con prudencia en orden a un fin lícitamente amado
no es pecado. Pues bien, es lícito amar la carne, ya que nadie
aborrece jamás su propia carne (Ef 5,29). Luego la prudencia de la
carne no es pecado.
3. Tanto como la carne tientan al hombre el mundo y el
diablo. Pues bien, entre los pecados no figura el de la prudencia del
mundo ni del diablo. En consecuencia, tampoco la prudencia de la carne
debe figurar entre los pecados.
Contra esto: está el hecho de que nadie es enemigo de Dios sino por el
pecado, según el testimonio que nos ofrece la Escritura: Igualmente
son abominables a Dios el impío y su impiedad (Sal 14,9), y en
otro lugar: El apetito de la carne es enemistad con Dios (Rom
8,7). En consecuencia, la prudencia de la carne es
pecado.
Respondo: La prudencia —según hemos expuesto
(q.47 a.13)-se ocupa de los medios ordenados al fin de toda la vida.
De ahí que por prudencia de la carne se entiende el proponer los
bienes carnales como el fin último de la vida. Esto, manifiestamente,
es pecado, ya que introduce en el hombre el desorden respecto al fin
último, que no consiste en los bienes del cuerpo, como ya hemos
expuesto (1-2 q.2 a.5). La prudencia, pues, de la carne es
pecado.
A las objeciones:
1. La justicia y la templanza
implican en sí mismas el patrimonio de alabanza de la virtud, es
decir, la igualdad y el freno de la concupiscencia; por eso nunca
tienen un sentido malo. El sustantivo prudencia, en cambio, viene de
la palabra providencia o previsión, como hemos dicho (q.49 a.6 ad 1),
acción que puede referirse también al mal. De ahí que, aunque la
prudencia propiamente tal haga referencia al bien, añadiéndole algo se
la puede entender también con referencia al mal; en este segundo
sentido se dice que la prudencia de la carne es pecado.
2. La carne se ordena al alma como
la materia a la forma y el instrumento al agente. Por eso, en tanto
será lícito el amor de la carne en cuanto vaya ordenado al bien del
alma. Pero si se pone el último fin en el bien carnal mismo, tal amor
será desordenado e ilícito. De este modo se ordena al amor de la carne
la prudencia carnal.
3. El demonio nos tienta no como
objeto apetecible, sino por sugestión. Por eso, dado que la prudencia
implica relación a un fin apetecible, no hay lugar para hablar de
prudencia del diablo en el sentido de prudencia respecto de un fin
malo, como nos tientan el mundo y la carne al proponernos como
apetecibles los bienes de ambos. Por esa razón se habla de prudencia de la carne y también prudencia del mundo, según
vemos en la Escritura: Los hijos de este siglo son más prudentes en
el trato con los suyos (Lc 16,8). Pero el Apóstol, en la
expresión prudencia de la carne, incluye toda prudencia falsa,
ya que aun las cosas exteriores del mundo son apetecidas por la
carne.
Puede decirse, sin embargo, que, puesto que a la prudencia se le puede llamar en cierto modo sabiduría, cabe hablar también de una triple prudencia según los tres géneros de tentaciones. Por esa razón habla el texto de la Escritura de que hay una sabiduría terrena, animal y diabólica (Sant 3,15), como expusimos al tratar el tema de la sabiduría, (q.45 a.1 ad 1).
Artículo 2:
¿Es pecado mortal la prudencia de la carne?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia de la carne es pecado
mortal:
1. Es pecado mortal rebelarse contra la ley divina, porque implica
desprecio de Dios. Ahora bien, en expresión del Apóstol, la
prudencia de la carne no está sujeta a Dios (Rom 8,7). Luego la
prudencia de la carne es pecado mortal.
2. Es mortal todo pecado contra el Espíritu Santo. Pero la
prudencia de la carne parece ser pecado contra el Espíritu Santo, ya
que no puede estar sometida a la ley de Dios (Rom 8,7). Por lo
tanto, parece que es pecado imperdonable, que es lo propio del pecado
contra el Espíritu Santo. La prudencia, pues, de la carne es pecado
mortal.
3. Al máximo bien se opone el mayor mal, como vemos en
VIII Ethic. Pues bien, la prudencia de la
carne se opone a la prudencia, que es la principal virtud moral. En
consecuencia, la prudencia de la carne es el mayor de los pecados. Por
lo tanto, es pecado mortal.
Contra esto: está el hecho de que lo que disminuye el pecado no implica
de suyo pecado mortal. Ahora bien, dedicarse con cautela al cuidado de
la carne, misión que parece propia de la prudencia de la carne,
disminuye el pecado. Luego la prudencia de la carne no implica de suyo
pecado mortal.
Respondo: Como queda expuesto (q.47 a.2 ad 1; a.13), hay dos maneras de decir de uno que es prudente: la primera,
absolutamente, o sea, en orden al fin total de la vida; la segunda, en
parte, es decir, en orden a algún fin particular, como decimos que uno
es prudente en los negocios o en otra materia especial. Pues bien, si
se toma la prudencia de la carne bajo la razón total de prudencia, es
decir, significando que se pone en el cuidado de la carne el último
fin de toda la vida, es pecado mortal por suponer el apartamiento de
Dios, ya que, según hemos visto (1-2 q.1 a.5), no pueden darse varios
fines últimos. Pero si la tomamos en sentido de la prudencia
particular, es pecado venial. Sucede, en efecto, que el hombre es
atraído a veces por un bien deleitable carnal sin apartarse de Dios
por el pecado mortal, y por eso no pone como fin de toda la vida esa
complacencia de la carne. De ahí que dedicarse a la consecución de ese
placer es pecado venial y propio de la prudencia de la carne. Pero en
el caso de que la prudencia de la carne se ordene a un fin honesto,
como es comer para sustentar el cuerpo, no es prudencia de la carne,
porque el hombre practica el cuidado de la carne conforme al fin
honesto.
A las objeciones:
1. La prudencia de la carne de la
que habla el Apóstol es la prudencia puesta al servicio exclusivo de
los bienes temporales considerados como fin supremo de la vida. En
este sentido es pecado mortal.
2. La prudencia de la carne no
implica pecado contra el Espíritu Santo. La expresión no puede
someterse a Dios no significa que quien tiene la prudencia de la
carne no pueda convertirse a Dios y someterse a la ley, sino solamente
que la prudencia de la carne, mientras permanezca como tal, no se
somete a la ley de Dios, lo mismo que la injusticia no puede ser
justa, ni el calor frío, aunque lo que está caliente puede pasar a
frío.
3. Todo pecado se opone a la
prudencia del mismo modo que en toda virtud se participa de la
prudencia. Mas no por eso se debe decir que todo pecado opuesto a la
prudencia sea gravísimo, sino únicamente cuando se opone
gravemente.
Artículo 3:
¿Es pecado especial la astucia?
lat
Objeciones por las que parece que la astucia no es pecado
especial:
1. Las palabras de la Escritura no inducen al pecado, pero inducen a
la astucia, según el testimonio de la Escritura: Para dar astucia a
los niños (Prov 1,4). Luego la astucia no es pecado.
2. Según un texto de la Escritura, el astuto hace todo
con conocimiento (Prov 13,16). Por consiguiente, lo hace para un
fin bueno o para un fin malo. Si lo hace para un fin bueno, no parece
que sea pecado. Si, en cambio, lo hace para un fin malo, parece que
pertenece a la prudencia de la carne o del mundo. Por consiguiente, la
astucia no es pecado especial distinto de la prudencia de la
carne.
3. Exponiendo el texto de Job: objeto de mofa es el
justo (Job 4,12), comenta San Gregorio en X Moral.: La sabiduría de este mundo
consiste en llenar el corazón de maquinaciones, ocultar el sentido de
las palabras, ofrecer lo falso como verdadero y lo verdadero como
falso. Y después: Esta prudencia la aprueban los jóvenes con el
uso, a los niños (se les enseña) por dinero. Todo esto parece
propio de la astucia. Luego ésta no se distingue de la prudencia de la
carne o del mundo, y por eso no parece constituir pecado
especial.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Desechando los tapujos
vergonzosos, no procediendo con astucia ni falsificando la palabra de
Dios (2 Cor 4,2). La astucia, pues, es pecado especial.
Respondo: La prudencia es la recta razón en el
obrar, como la ciencia lo es en el conocer. Ahora bien, en el orden
especulativo se puede pecar contra la ciencia de dos modos. El
primero, cuando la razón es llevada a una conclusión falsa que parece
verdadera; el segundo, cuando parte de premisas falsas que parecen
verdaderas, sea verdadera o falsa la conclusión a la que llega. De la
misma manera, contra la prudencia puede haber pecados que tengan
semejanza con ella de dos modos: o porque la razón se esfuerza por
ordenar la acción a un fin que no es bueno sino en apariencia, y esto
es lo propio de la prudencia de la carne; o porque para conseguir
algún fin, bueno o malo, se utilizan medios que no son realmente
buenos, sino fingidos y aparentes, y esto es lo propio de la astucia.
Por eso la astucia es un pecado opuesto a la prudencia y distinto de
la prudencia de la carne.
A las objeciones:
1. En expresión de San Agustín en
VI Contra Iulian., igual que a veces en forma
abusiva hablamos de prudencia para el mal, se habla también de astucia
para el bien por la semejanza entre ellas. Sin embargo, en sentido
propio, la astucia se ejerce en el mal, como afirma también el
Filósofo en VI Ethic.
2. La astucia puede aconsejar
tanto para un fin bueno como para un fin malo. Pero no debe
conseguirse un fin bueno usando de medios simulados o falsos, sino
verdaderos. De ahí que la misma astucia ordenada a un fin bueno es
también pecado.
3. En la expresión prudencia
del mundo comprende San Gregorio todo cuanto se incluye en la idea
de falsa. Por eso en ella se comprende también la astucia.
Artículo 4:
¿Es pecado el engaño perteneciente a la astucia?
lat
Objeciones por las que el engaño no es pecado que pertenezca a la
astucia:
1. El pecado, y sobre todo el mortal, no se da en el hombre perfecto.
En cambio se da en él algún engaño, a tenor de lo que escribe el
Apóstol: En mi astucia os cacé con engaño (2 Cor 12,16). Luego
el engaño no siempre es pecado.
2. El engaño parece propio, sobre todo, de la lengua, como
vemos en la Escritura: Bruñen con el dolo de sus lenguas (Sal
5,11). La astucia, en cambio, lo mismo que la prudencia, se da en el
acto de la razón. Luego el engaño no pertenece a la
astucia.
3. Y también: Según el testimonio de la Escritura, vemos
también que el engaño está en el corazón de los que maquinan el
mal (Prov 12,20). Pues bien, no toda la maquinación del mal
pertenece a la astucia. Por consiguiente, no parece que el engaño
pertenezca a la astucia.
Contra esto: está el hecho de que la astucia tiene como fin engañar,
según el testimonio del Apóstol: Para seducir emplean astutamente
los artificios del error (Ef 4,14). Ahora bien, ese fin coincide
con el engaño. Luego el engaño es propio de la astucia.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a.3), lo
propio de la astucia es elegir medios no verdaderos, sino fingidos y
aparentes, para lograr un fin, sea bueno sea malo. Pero esta elección
de medios se puede considerar de dos modos. El primero, la
premeditación de los medios, y esto incumbe a la astucia, como incumbe
a la prudencia la elección de los medios adecuados
para llegar a un fin. El segundo, la elección de tales medios
encaminados a la realización de la obra; esta función es propia del
engaño. De ahí que el engaño implica cierta ejecución de la astucia, y
en este sentido pertenece a ella.
A las objeciones:
1. Del mismo modo que la astucia,
en sentido estricto, se toma para lo malo y abusivamente para lo
bueno, así también el engaño, que es la realización de la
astucia.
2. La astucia, engañando a otros,
se afirma principalmente por la palabra, el signo más apto con el que
el hombre manifiesta algo a los demás, como lo demuestra San Agustín
en el libro De doct. christ. Por eso el engaño se
atribuye sobre todo al lenguaje. Pero a veces el engaño se da también
en los hechos, según el testimonio de la Escritura: Para vejar
dolosamente a mis siervos (Sal 104,25). Y hay también engaño en el
corazón, según otro testimonio de la Escritura: En su interior está
lleno de engaño (Eclo 9,23). Esto, sin embargo, se refiere más
bien a la premeditación del engaño, a tenor de estas palabras: Todo
el día están maquinando engaños (Sal 37,13).
3. Quienes piensan hacer algo mal
se ven obligados a elegir los medios para llevar a cabo su propósito,
y lo más frecuente es elegir medios engañosos, con los que lo
consiguen con más facilidad. Hay, no obstante, quienes obran mal no
con astucia y engaño, sino a las claras y con violencia. Pero esto,
como más difícil, es también menos frecuente.
Artículo 5:
¿Pertenece a la astucia el fraude?
lat
Objeciones por las que parece que el fraude no pertenece a la
astucia:
1. No es digno de alabanza consentir ser engañado, objetivo que
pretende la astucia; lo es, sin embargo, tolerar el fraude, a tenor de
las palabras del Apóstol: ¿Por qué no preferís ser defraudados?
(1 Cor 6,7). El fraude, pues, no pertenece a la astucia.
2. Parece propio del fraude la aceptación o retención
ilícita de cosas externas, ya que, según el testimonio de la
Escritura, cierto hombre, llamado Ananías, con Safira, su mujer,
vendió una posesión y retuvo fraudulentamente parte del precio
(Act 5,1-2). Ahora bien, usar o retener cosas externas es propio de la
injusticia o de la avaricia. El fraude, pues, no corresponde a la
astucia, la cual es opuesta a la avaricia.
3. Nadie emplea la astucia contra sí mismo. Hay, sin
embargo, fraudes contra uno mismo, y de ello nos da testimonio la
Escritura con estas palabras: Traman engaños contra su alma
(Prov 1,18). El fraude, pues, no pertenece a la astucia.
Contra esto: está el hecho de que el fraude tiene como fin engañar,
según leemos en la Escritura: ¿Creéis poder engañarle como se
engaña a un hombre? (Job 13,9), y ese mismo es el fin de la
astucia. Luego el fraude pertenece a la astucia.
Respondo: El engaño, como el fraude, consiste
en la ejecución de la astucia. El engaño, en efecto, pertenece a la
ejecución de la astucia de un modo universal, sea de palabra, sea de
obra; el fraude, en cambio, pertenece a la ejecución de la astucia por
los hechos.
A las objeciones:
1. El Apóstol no exhorta en los
fieles a ser engañados en el conocimiento, sino a que sufran
pacientemente el efecto del engaño haciendo frente a las injurias
falsamente imputadas.
2. La astucia puede realizarse por
medio de un vicio, como la prudencia por las virtudes. Por esto no hay
inconveniente en que el fraude pertenezca a la avaricia o a la
injusticia.
3. Quienes perpetran el fraude no
intentan maquinar el mal contra sí mismos o contra sus almas; pero por
justo juicio de Dios se vuelve contra ellos lo que traman contra
otros, a tenor de las palabras: Caerá en la hoya que él mismo se
hizo (Sal 7,16).
Artículo 6:
¿Es lícita la solicitud por las cosas temporales?
lat
Objeciones por las que parece lícita la solicitud por las cosas
temporales:
1. Es propio del jefe preocuparse por las cosas que tiene a su cargo,
según el testimonio de la Escritura: Quien preside, presida con
solicitud (Rom 12,8). Ahora bien, el hombre, por disposición
divina, tiene a su cargo las cosas temporales, como vemos en la
Escritura: Todo lo has puesto bajo sus pies: las ovejas, los
bueyes... (Sal 8,8). El hombre, pues, debe tener solicitud por las
cosas temporales.
2. Cada uno se preocupa del fin por el que trabaja. Ahora
bien, es lícito que el hombre trabaje por las cosas materiales con que
mantiene su vida, y por eso afirma el Apóstol: El que no quiere
trabajar, que no coma (2 Tes 3,10). Luego es lícito preocuparse
por las cosas temporales.
3. Es laudable la preocupación por las obras de
misericordia, según el testimonio del Apóstol: Antes, estando en
Roma, me buscó solícito hasta hallarme (2 Tim 1,17). Pues bien, la
solicitud por las cosas temporales pertenece a veces a las obras de
misericordia, como preocuparse por socorrer a los niños y a los
pobres. En consecuencia, la solicitud por las cosas temporales no es
ilícita.
Contra esto: está el testimonio de las palabras del Señor: No os
preocupéis de qué comeremos, de qué beberemos o de qué nos
vestiremos (Mt 6,31), cosas todas muy necesarias.
Respondo: La solicitud implica una especie de
pasión puesta en práctica para conseguir algo. Pero es evidente que se
pone mayor empeño cuando hay temor de perderlo, y por eso disminuye la
solicitud cuando hay esperanza de conseguirlo. Ahora bien, la
solicitud por las cosas temporales puede ser ilícita por tres
capítulos. El primero, por parte del objeto de nuestra solicitud,
hasta el punto de buscar lo temporal como fin. Por eso escribe San
Agustín en el libro De operibus Monach.: Cuando el Señor dice: No os preocupéis, lo dice para que no atiendan a
esas cosas y por ellas vayan a hacer lo que se les manda en la
predicación del Evangelio. En segundo lugar, puede ser ilícita la
solicitud por las cosas temporales a causa del excesivo empeño en
buscar lo temporal que lleve al hombre a apartarse de lo espiritual, a
lo cual debe dar preferencia. Por eso escribe San Mateo: Los
cuidados del siglo ahogan la palabra (Mt 15,22). Finalmente, puede
ser ilícita a causa de un temor exagerado. Es el caso de quien teme
que, haciendo lo que debe, le falte lo necesario. Esto lo reprende el
Señor de tres modos. El primero: por los beneficios mayores que
concede Dios al hombre sin intervención de sus cuidados, como son el
cuerpo y el alma. Segundo: por la protección de Dios sobre los
animales y las plantas sin el trabajo del hombre, en proporción con su
naturaleza. Finalmente: por la divina providencia, por cuya ignorancia
los gentiles se preocupaban sobre todo de buscar los bienes
temporales. En conclusión: nuestra solicitud mayor debe ser la de los
bienes espirituales, con la esperanza de que también tendremos los
temporales, conforme a nuestra necesidad, si hacemos lo que es nuestro
deber.
A las objeciones:
1. Los bienes temporales están
sometidos al hombre para usar de ellos según sus necesidades, pero no
hasta el extremo de poner en ellos su fin y preocuparse demasiado por
los mismos.
2. La solicitud de quien gana el
pan con el trabajo corporal no es excesiva, sino moderada. Por eso
escribe San Jerónimo: Debemos realizar el trabajo y
abandonar la solicitud, es decir, la innecesaria, que inquieta al
alma.
3. La solicitud por las cosas
temporales en las obras de misericordia se ordena al fin de la
caridad. No es, por lo tanto, ilícita mientras no sea
excesiva.
Artículo 7:
¿Debe andar el hombre solícito por el futuro?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre debe andar solícito por
el futuro:
1. En la Escritura vemos la instrucción siguiente: Ve, perezoso, a
la hormiga; mira sus caminos y hazte sabio; no tiene juez, ni
inspector, ni amo, y se prepara en el verano su mantenimiento
(Prov 6,6-8a). Esto es preocuparse por el futuro. Luego es digna de
alabanza la solicitud por el futuro.
2. La solicitud pertenece a la prudencia. Pero la prudencia
tiene por principal objeto las cosas futuras, porque su parte
principal es la previsión del futuro, como arriba se ha dicho. Luego,
es virtuoso andar solícito por el futuro.
3. Quien reserva algo para más tarde anda solícito del
futuro. Ahora bien, del mismo Cristo se dice que tenía bolsa para
guardar el dinero, el cual estaba a cargo de Judas, y los apóstoles
mismos conservaban los precios de las fincas, que eran depositados
ante sus pies (Hech 4,35). En consecuencia, es lícito preocuparse
del futuro.
Contra esto: tenemos el testimonio de la advertencia del Señor: No os
preocupéis por el mañana (Mt 6,34). El mañana se entiende
ahí por el futuro, según San Jerónimo.
Respondo: Ninguna obra puede ser virtuosa si no
va acompañada de las debidas circunstancias, una de las cuales es el
tiempo adecuado, según estas palabras: Cada cosa tiene su tiempo y
sazón (Eclo 8,6), y esto tiene aplicación no sólo a las obras
externas, sino también a la solicitud interior. En efecto, todo tiempo
tiene su propia solicitud; y así al verano corresponde la solicitud de
la siega, y al otoño la de la vendimia. En consecuencia, quien en
tiempo de siega se preocupara ya de la vendimia, sería vana solicitud
por el futuro. Este tipo de solicitud lo reprueba el Señor
diciendo: No os inquietéis, pues, del mañana (Mt 6,34). Y por
eso añade: Porque el día de mañana ya se inquietará de sí mismo
(Mt 6,34), es decir, traerá su propia preocupación suficiente para
afligir nuestra alma, y termina diciendo: Bástale a cada día su
afán (Mt 6,34), es decir, su penosa inquietud.
A las objeciones:
1. La hormiga tiene su solicitud en
conformidad con el tiempo, y esto se nos propone como ejemplo a
imitar.
2. Corresponde a la prudencia la
debida previsión del futuro. Pero sería una desordenada previsión o
solicitud del futuro la de quien pusiera como fin los bienes
temporales, entre los que se distingue el pretérito y el futuro; o la
de quien buscara más cosas de las necesarias para la vida, o la de
quien, finalmente, no reservara esa inquietud para su debido
tiempo.
3. Como escribe San Agustín en el
libro De Serm. Dom. in Monte: Cuando vemos
que un siervo de Dios se preocupa de que no le falte lo necesario, no
pensemos que anda inquieto por el mañana, ya que el mismo Señor tuvo
una bolsa para darnos ejemplo; y en los Hechos de los Apóstoles se
escribe que se proveían de lo necesario para el futuro ante la
inminencia del hambre. No reprueba, pues, el Señor que se procuren
estas cosas según la costumbre humana, sino que por ellas se olvide a
Dios.
Artículo 8:
¿Nacen de la avaricia estos vicios?
lat
Objeciones por las que no parece que estos vicios nazcan de la
avaricia:
1. Según hemos expuesto (q.53 a.6), la lujuria lesiona grandemente la
rectitud de la razón. Ahora bien, los vicios de que hablamos nacen
sobre todo de la lujuria, máxime teniendo en cuenta lo que expone el
Filósofo en VII Ethic.: Venus es engañosa y
son variados sus lazos, y el que no frene la concupiscencia,
obra con engaños.
2. Más aún: Estos vicios tienen cierta semejanza con la
prudencia, como hemos dicho (a.3; q.47 a.13). Pero dado que ésta
radica en la razón, parece que tienen mayor afinidad con ella los
vicios espirituales, como la soberbia y la vanagloria. En
consecuencia, estos vicios parece que tienen su raíz más bien en la
soberbia que en la avaricia.
3. El hombre pone en juego asechanzas no sólo para
sustraer bienes ajenos, sino también para maquinar daño contra los
demás. Lo primero corresponde a la avaricia; lo segundo, a la ira.
Ahora bien, poner asechanzas es propio de la astucia, del engaño y del
fraude. En consecuencia, estos vicios no nacen sólo de la avaricia,
sino también de la ira.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio, en XXXI Moral., presenta el fraude como hijo de la
avaricia.
Respondo: Como queda expuesto (a.3; q.47 a.13),
la prudencia de la carne y la astucia, juntamente con el engaño y el
fraude, tienen alguna semejanza con la prudencia por el empleo que, a
su modo, hacen de la razón. Ahora bien, el uso de la razón recta,
dentro de las virtudes morales, destaca sobre todo en la justicia, que
radica en la voluntad. Por lo mismo, el uso indebido de la razón
destaca también en los vicios opuestos a la justicia. El más opuesto a
ella es la avaricia, y por eso de ésta nacen, sobre todo, los vicios
de que tratamos ahora.
A las objeciones:
1. La lujuria, debido a la
vehemencia del placer y de la concupiscencia, reprime totalmente a la
razón impidiéndole actuar. Sin embargo, en los vicios de que tratamos
ahora hay algún uso de la razón, aunque desordenado, y por eso no
nacen directamente de la lujuria. El hecho de que el Filósofo la
llame Venus engañosa lo dice por semejanza, es decir, en cuanto
que arrastra fácilmente al hombre, como ocurre también en el engaño,
pero no por medio de astucias, sino más bien por la violencia de la
concupiscencia y del placer. Por eso añade después: Venus hace
perder la cabeza al más sabio 12 a.
2. Emplear asechanzas parece
pusilanimidad, ya que el magnánimo, como escribe el Filósofo en IV Ethic., quiere obrar a la vista de todos. Por eso,
dado que la soberbia tiene, o finge tener, alguna semejanza con la
magnanimidad, los vicios de que tratamos no proceden directamente de
la soberbia, ya que utilizan el fraude y el engaño. Esto, a su vez,
corresponde sobre todo a la avaricia, que busca la utilidad y
menosprecia.
3. La ira surge espontáneamente, y
por eso actúa de manera precipitada y sin reflexión, de la que usan,
aunque de manera desordenada, los vicios de que tratamos. Mas el hecho
de que algunos utilicen asechanzas para inferir daño a otros, nace más
del odio que de la ira, ya que, como dice el Filósofo en II Rhet., el iracundo gusta de estar a la vista de
todos haciendo daño.