A continuación vamos a tratar de los vicios opuestos a la citada
virtud (q.114 intr). En primer lugar, sobre la adulación; en
segundo, sobre el litigio (q.116).
Sobre la adulación planteamos dos problemas:
Artículo 1:
¿La adulación es pecado?
lat
Objeciones por las que parece que la adulación no es
pecado.
1. La adulación consiste en palabras elogiosas dichas a uno con
intención de agradarle. Pero alabar a otro no es malo, según aquello
de Prov 31,28: Alzáronse sus hijos y la aclamaron bienaventurada:
su marido la alabó. Asimismo querer agradar a otro no es malo,
según expresión de 1 Cor 10,33: Deseo agradar a todos en todo.
Por tanto, la adulación no es pecado.
2. El mal es lo contrario del bien, y lo mismo el vituperio
de la alabanza. Pero vituperar el mal no es pecado. Por tanto, tampoco
alabar el bien, que parece propio de la adulación.
3. A la adulación se opone la detracción. De ahí que San
Gregorio diga que el remedio contra la adulación es la
detracción, pues dice: Hay que reconocer que, para que no nos
engriamos con elogios desmedidos, a veces nuestros superiores permiten
que seamos zaheridos con detracciones; de forma que las palabras
detractorias humillen a quien exaltan las palabras elogiosas. Pero
la detracción es un mal, como se ha probado (q.73 a.2). Por tanto, la
adulación es un bien.
Contra esto: está lo que sobre el texto de Ez 13,18: ¡Ay de los que
ponen almohadillas bajo toda articulación de las manos!, comenta
la Glosa; es decir, la suave adulación.
Por tanto, la adulación es pecado.
Respondo: Como hemos visto (q.114 a.1 ad 3),
la amistad de que hemos hablado, aunque intente primordialmente
agradar a aquellos con quienes convive, sin embargo, no tiene reparo
en entristecer, cuando sea necesario, para conseguir un bien o evitar
un mal. Por consiguiente, si uno quiere dialogar con otro con el
propósito de agradarle en todo, sobrepasa la medida en el agradar, y
por eso peca por exceso. Y si lo hace por la sola intención de
agradar, se le llama plácido, según el Filósofo; y si lo hace para obtener algún beneficio, recibe el nombre de lisonjero o adulador. No obstante, el nombre de adulador
suele reservarse por lo general para todos los que quieren, por encima
del modo debido a la virtud, agradar a otros de palabra o de obra en
la vida cotidiana.
A las objeciones:
1. El alabar a otro puede ser
bueno o malo, según se cumplan o se dejen de lado las debidas
circunstancias. Efectivamente, si uno quiere agradar a otro mediante
elogios con la idea de servirle de consuelo para que no se deje abatir
en las tribulaciones, o también para que intente progresar en el bien,
si se guardan las otras circunstancias debidas, entonces está
cumpliendo dicha virtud de la amistad. En cambio, es propio de la
adulación el querer alabar a uno en cosas en que no es
posible la alabanza: bien porque sean malas, como
leemos en el salmo 9,24: Se alaba al pecador en los deseos
perversos de su corazón, bien porque no se sabe si son ciertas,
conforme nos dice Eclo 27,8: Antes de oírlo no alabes a nadie,
y en otro lugar (11,2): No alabes al hombre por su hermosura,
bien porque es de temer que el elogio humano incite a la vanagloria.
Por eso se nos dice en Eclo 11,30: No alabes a nadie antes de su
muerte.
Del mismo modo es también laudable el querer agradar a los hombres para aumentar su caridad y para que puedan avanzar espiritualmente. Pero el que uno desee agradar a los hombres por vanagloria o por interés personal, o el que se alaben incluso los vicios, sería pecaminoso, según aquello del salmo 52,6: Dios destruyó por completo a los que agradan a los hombres. En este sentido dice el Apóstol en Gal 1,10: Si agradase a los hombres, no sería siervo de Cristo.
2. Vituperar el mal, lo mismo que
alabar el bien, si no se dan las debidas circunstancias, es un
vicio.
3. Nada impide el que dos vicios
se opongan entre sí. Por tanto, así como la detracción es un mal,
también lo es la adulación. Esta se opone a aquélla en su objeto, no
en el fin: porque el adulador busca el agradar a quien adula, pero el
detractor no busca entristecerle, cuando habla mal a escondidas, sino
que busca la infamia.
Artículo 2:
¿La adulación es pecado mortal?
lat
Objeciones por las que parece que la adulación es pecado
mortal.
1. Según San Agustín, en Enchirid., es
malo lo que hace daño. Pero la adulación daña como la que más,
conforme al salmo 9,2325: Porque se gloría el malvado en los
deseos de su corazón y se ensalza el pecador, Dios se enfureció contra
el pecador. Y San Jerónimo dice que nada hay que
corrompa tan fácilmente los corazones de los hombres como la
adulación. Y a propósito del salmo 69,4: Vuelvan la espalda
avergonzados, dice la Glosa: Daña más la
lengua del adulador que la espada del perseguidor. Por tanto, la
adulación es un pecado gravísimo.
2. Quien daña a otro de palabra no se perjudica menos a sí
mismo que a los demás; de ahí que se lea en el salmo 36,15: Su
espada penetró en su corazón. Pero el que adula a otro le induce a
pecar mortalmente; por eso, explicando las palabras del salmo 140,5: El óleo del pecador no impregnará mi cabeza, dice la Glosa: La alabanza falsa del adulador relaja
las mentes del rigor de la verdad para caer en el pecado. Por
tanto, mucho más peca contra sí mortalmente el adulador.
3. Está escrito en los Decretos
dist. XLVI: El clérigo sorprendido en adulaciones o traiciones,
sea degradado de su oficio. Pero tal pena no se inflige a no ser
por un pecado mortal. Luego la adulación es pecado
mortal.
Contra esto: está el que San Agustín, en Serm. de
Purgat., enumera entre los «pecadillos»: si uno
quiere adular a cualquier superior por placer o por
necesidad.
Respondo: Como antes quedó demostrado (q.24 a.12; q.35 a.3; 1-2 q.72 a.5), pecado mortal es el que se opone a la
caridad. Pero la adulación se opone a la caridad a veces sí y a veces
no. Se opone, en efecto, a la caridad de tres modos. En primer lugar,
por razón de su objeto: por ejemplo, cuando se alaba el pecado de uno.
Esto sí que va contra el amor a Dios, al hablar contra su justicia, y
contra el amor al prójimo, a quien se aplaude en su pecado. Por
consiguiente, es pecado mortal, conforme a las palabras de Is 5,20: ¡Ay de los que al mal llaman bien! En segundo lugar, por razón
de la intención: por ejemplo, si se adula a uno con la idea de
perjudicarle con engaño corporal o espiritual. También esto es pecado
mortal. A este propósito leemos en Prov 27,6: Mejores son las
heridas de quien ama que los besos engañosos del que odia. En
tercer lugar, por la ocasión: por ejemplo, cuando la alabanza del
adulador sirve a otro de ocasión de pecado, aunque no se intente
expresamente. Y en este caso hay que tener en cuenta
si la ocasión fue dada o recibida, y qué clase de daño se sigue: lo
cual puede confirmarse con lo que hemos dicho antes sobre el escándalo
(q.43 a.3-4).
En cambio, si se adula por el mero deseo de agradar, o también por evitar un mal o conseguir algo necesario, no va contra la caridad. Por tanto, no es pecado mortal, sino venial.
A las objeciones:
1. Los argumentos aducidos se
refieren al adulador que alaba el pecado. Tal adulación se dice con
verdad que daña más que la espada del perseguidor, porque daña en
bienes más elevados, como son los espirituales. Pero no daña tan
eficazmente: porque la espada del perseguidor mata efectivamente, como
causa suficiente de la muerte; en cambio, nadie puede ser para otro
causa suficiente de pecado, como consta por lo dicho anteriormente
(q.43 a.1 ad 3; 1-2 q.73 a.8 ad 3; q.75 a.3; q.80 a.1).
2. Esta argumentación se refiere
al que adula con intención de dañar. Es cierto que él se daña a sí
mismo más que a los demás, porque se daña como causa suficiente de su
propio pecado y sólo ocasional del pecado ajeno.
3. La autoridad invocada trata
del que adula traidoramente a otro con la intención de
engañarlo.