Artículo 1:
¿Lleva consigo la perfección el estado religioso?
lat
Objeciones por las que parece que el estado religioso no lleva
consigo el estado de perfección.
1. Parece que lo que es necesario para salvarse no pertenece al
estado de perfección. Pero la religión es necesaria para salvarse, o
porque por ella nos unimos al único Dios, como dice San
Agustín en su obra De Vera Relig., o porque la
religión recibe su nombre del hecho de que elegimos de nuevo a
Dios después de haberlo perdido por el pecado, como dice San
Agustín en X De Civ. Dei. Luego parece que el
estado religioso no implica el estado de perfección.
2. La religión, según Tulio, es la que
rinde culto y homenaje a la naturaleza divina. Pero parece que
esto pertenece a los ministerios de las órdenes sagradas más que a la
diversidad de estados, como se deduce de lo ya dicho (
q.40 a.2;
q.183 a.3). Luego parece que el estado religioso no lleva consigo el estado
de perfección.
3. El estado de perfección se distingue del estado de los
principiantes y de los adelantados. Pero también en el estado
religioso hay principiantes y avanzados. Por tanto, el estado
religioso no implica estado de perfección.
4. Parece que la vida religiosa es un estado de penitencia,
puesto que se dice en las Decretales VII q.1: Manda el santo Sínodo que quienquiera que descienda de la dignidad
pontifical a la vida monacal y al lugar de penitencia no vuelva nunca
al pontificado. Ahora bien: el lugar de penitencia se opone al
estado de perfección. Por eso Dionisio, en VI De Eccles.
Hier., coloca a los penitentes en el lugar más
bajo, es decir, entre los que han de purificarse. Parece, pues, que el
estado religioso no implica la perfección.
Contra esto: está el hecho de que, en las
Collationes
Patrum, dice el abad Moisés al hablar de los
religiosos:
Sepamos que hemos de abrazar la mortificación de los
ayunos, las vigilias, los trabajos, la desnudez corporal, la lectura y
las demás virtudes para subir por ellas hasta la perfección de la
caridad. Pero los actos humanos se especifican y reciben su nombre
de la intención del fin. Luego los religiosos se hallan en estado de
perfección.
Incluso Dionisio, en VI De Eccles. Hier., dice
que aquellos que se llaman siervos de Dios se unen a la amable
perfección mediante el servicio y el culto divinos.
Respondo: Como ya demostramos antes (
q.141 a.2), lo que es común a muchos se atribuye por antonomasia al que lo
posee en mayor grado. Así, el nombre de
fortaleza lo toma para
sí la virtud que observa la firmeza frente a las cosas más difíciles,
y el de
templanza se da, por encima de otras virtudes, a la
que reprime los máximos placeres. La religión, por su parte, como ya
dijimos (
q.81 a.2;
a.3 ad 2), es una virtud por medio de la cual se
ofrece algo para el servicio y culto de Dios. Por eso se llaman
religiosos por antonomasia aquellos que se entregan totalmente al
servicio divino, ofreciéndose como holocausto a Dios. De ahí que diga
San Gregorio en
Super Ez.:
Hay quienes no
se reservan cosa alguna para sí mismos, sino que inmolan al Dios
todopoderoso su pensamiento, su lengua, su vida, todos los bienes que
recibieron. Ahora bien: la perfección del hombre está en unirse
totalmente a Dios, como ya demostramos (
q.184 a.2). Luego, bajo este
aspecto, la vida religiosa lleva consigo un estado de
perfección.
A las objeciones:
1. Consagrar algo al culto de Dios
es necesario para salvarse; pero es propio sólo de la perfección el
que alguien le consagre enteramente su persona y sus
bienes.
2. Como expusimos antes (
q.81 a.1 ad 1;
a.4 ad 1.2;
q.85 a.3), al tratar de la virtud de la religión,
pertenecen a esta virtud no sólo la oblación de sacrificios y otras
cosas propias de la religión, sino que los actos de todas las virtudes
se convierten en actos de religión en cuanto que dicen una relación al
servicio y honor de Dios. Según esto, si alguien dedica toda su vida
al servicio divino, su vida entera pertenecerá a la religión. Y bajo
este aspecto, debido a la vida que llevan, se llaman religiosos los
que se hallan en el estado de perfección.
3. Como dijimos antes (sed
cont.), la religión designa el estado de perfección por razón del fin
buscado. Por eso no es preciso que sea perfecto sino que tienda a la
perfección quienquiera que está en la vida religiosa. Por eso, al
comentar el pasaje de Mt 19,21: Si quieres ser perfecto,
Orígenes dice que quien ha cambiado las riquezas por
la pobreza para ser perfecto no se hará enteramente perfecto en el
mismo momento en que da sus bienes a los pobres, pero desde aquel día
el pensamiento de Dios empezará a conducirlo a todas las virtudes.
Así es como en el estado religioso no son todos perfectos, sino que
hay principiantes y avanzados.
4. El estado religioso fue
instituido principalmente para alcanzar la perfección mediante ciertas
prácticas con las cuales se suprimen los obstáculos a la caridad
perfecta. Y al suprimir estos obstáculos, se extirpan mucho más
fácilmente las ocasiones de pecado, que son las que hacen desaparecer
la caridad. Por eso, dado que es propio del penitente el cortar las
causas de los pecados, sigúese que el estado religioso es sumamente
indicado para practicar la penitencia. Y así, en las Decretales XXXIII q.2 canon Admonere, se
aconseja, a uno que había matado a su mujer, que entre en un
monasterio, que es mejor y más leve, antes que hacer
penitencia pública permaneciendo en el siglo.
Artículo 2:
¿Está obligado todo religioso a observar todos los
consejos?
lat
Objeciones por las que parece que todo religioso está obligado a
observar todos los consejos.
1. Todo el que hace profesión de un estado de vida está obligado a
todo cuanto a ese estado corresponde. Pero todo religioso profesa el
estado de perfección. Luego todo religioso está obligado a todos los
consejos propios del estado religioso.
2. San Gregorio dice, en Super Ez.,
que quien abandona el presente mundo y realiza el bien que puede,
ofrece un sacrificio en el desierto como si hubiera abandonado
Egipto. Pero el abandonar el mundo presente es propio,
principalmente, de los religiosos. Luego también puede decirse de
ellos que hacen todo el bien que pueden, por lo cual parece que todos
ellos están obligados a observar todos los consejos.
3. Si para el estado de perfección no fuera necesario el
cumplir todos los consejos, parece que bastaría con cumplir algunos de
ellos. Pero esto es falso, porque muchos seglares guardan algunos
consejos, como es claro en los que guardan castidad. Por tanto, parece
que todo religioso que se halla en estado de perfección está obligado
a todo cuanto se refiere a la perfección, es decir, a los
consejos.
Contra esto: está el hecho de que nadie está obligado a lo que es de
supererogación, a no ser que se lo imponga él mismo. Ahora bien: todo
religioso se obliga a cosas determinadas, cada uno a unas. De ahí que
no estén todos obligados a todas.
Respondo: Una cosa puede pertenecer a la
perfección de un triple modo. En primer lugar, como dijimos antes
(
q.184 a.3), pertenece a la perfección la exacta observancia de los
preceptos de la caridad. En segundo lugar, una cosa puede pertenecer a
la perfección como consecuencia, como efecto de la caridad perfecta,
como puede ser el bendecir a quien nos maldice o cumplir otras cosas
que, aunque son preceptos en cuanto a la preparación del ánimo, de
modo que se cumplan cuando sea preciso, sin embargo es fruto de la
caridad el que tales cosas se cumplan a veces sin ser necesarias. En
tercer lugar, una cosa puede pertenecer a la perfección como medio y
disposición; tal es el caso de la pobreza, castidad, abstinencia,
etc.
Ahora bien: ya dijimos (a.1, sedcontra) que la misma perfección de la
caridad es el fin del estado religioso, el cual es una especie de
aprendizaje y ejercicio para llegar a la perfección. A ella tratan de
llegar algunos mediante diversos ejercicios, de la misma manera que el
médico puede hacer uso de varios medicamentos para conseguir la salud.
Ahora bien: es evidente que no es necesario que haya alcanzado ya el
fin aquel que se dirige hacia él, sino que es preciso que se dirija
hacia el fin por algún camino. Por eso, el que abraza el estado
religioso no está obligado a poseer una caridad perfecta, sino que
está obligado a tender hacia ella y procurar adquirirla. Por las
mismas razones, no está obligado a observar cuanto se deriva de la
perfección de la caridad, aunque sí está obligado a aspirar a su
cumplimiento. Va contra esto quien lo desprecia, pero sólo peca si lo
desprecia, no si no lo observa. Del mismo modo, no está obligado a
todos los ejercicios mediante los cuales se llega a la perfección,
sino a los que le están expresamente señalados conforme a la regla que
ha profesado.
A las objeciones:
1. El que ingresa en religión no
hace profesión de ser perfecto, sino de esforzarse por conseguir la
perfección, del mismo modo que el que ingresa en una escuela no hace
profesión de sabio, sino de dedicarse a la adquisición de la ciencia.
Por eso, como dice San Agustín en VIII De Civ.
Dei, Pitágoras no quiso ser llamado sabio, sino amante de la sabiduría. Por tanto, el religioso no es infiel a
su profesión por el hecho de no ser perfecto, sino sólo en el supuesto
de que desprecie el tender a la perfección.
2. Del mismo modo que todos están
obligados a amar de todo corazón a Dios y hay una perfección a la que
tenemos que llegar, so pena de cometer pecado, y otra cuya no
consecución no supone pecado a no ser que medie desprecio, tal como
dijimos antes (ad 1), del mismo modo todos, tanto religiosos como
seglares, están obligados en cierto modo a hacer todo el bien que
puedan, pues se manda a todos en Eclo 9,10: Cuanto está en tu
mano, hazlo al instante; pero hay, no obstante, un modo de
observarlo evitando el pecado, a saber: si el hombre hace lo que puede
según lo que se refiere a su estado, con tal que no medie desprecio,
el cual dispondría al alma en contra del adelantamiento
espiritual.
3. Algunos consejos son de tal
naturaleza, que, de no observarlos, toda la vida humana se vería
inmersa en negocios seculares, como el tener bienes propios, hacer uso
del matrimonio y demás cosas contrarias a los votos esenciales a la
vida religiosa. Por consiguiente, los religiosos están obligados a
observar esos consejos. Pero hay otros consejos acerca de algunos
actos particulares mejores, que pueden pasarse por alto sin que la
vida humana se vea complicada en negocios seculares. Por eso no es
preciso que los religiosos observen todos.
Artículo 3:
¿Se requiere la pobreza para la perfección del estado
religioso?
lat
Objeciones por las que parece que la pobreza no es necesaria para la
perfección.
1. No parece que pertenezca a la vida de perfección lo que es
ilícito. Pero parece ilícito que el hombre abandone todas sus cosas,
ya que el Apóstol, en 2 Cor 8, enseña el modo de hacer limosna en
estos términos (v.12): Si la voluntad está pronta, es acepta en la
medida de lo que tiene, es decir, reservándose lo necesario; y añade más tarde (2 Cor 8,13): No se trata de
que para otros haya desahogo y para vosotros estrechez, es
decir pobreza, según interpreta la Glosa. Y sobre el pasaje de 1 Tim 6,8: Teniendo alimento y vestido,
dice la Glosa: Aunque nada trajimos a este
mundo ni nos llevaremos de él, no por eso debemos despreciar los
bienes temporales. Parece, por tanto, que la pobreza voluntaria no
es necesaria para la perfección de la vida religiosa.
2. Todo aquel que se expone al peligro comete pecado. Ahora
bien: quien, dejando todas sus cosas, sigue una pobreza voluntaria, se
expone a un peligro. En primer lugar, espiritual, conforme a lo que se
dice en Prov 30,9: No sea que, obligado por la necesidad, robe y
blasfeme del nombre de mi Dios; y en Eclo 27,1: Muchos
perecieron por la pobreza. En segundo lugar, se expone también a
un peligro corporal, puesto que en Eclo 7,13 se dice: Como protege
la sabiduría, así protege el dinero. Y el Filósofo dice en IV
Ethic.: Parece que la perdición del hombre
sigue a la pérdida de las riquezas, porque el hombre vive de
ellas. Luego parece que no se precisa la pobreza voluntaria para
la perfección de la vida religiosa.
3. La virtud consiste en un justo medio, como se dice en
II Ethic.. Pero parece que quien deja todo
mediante la pobreza voluntaria no permanece en un justo medio, sino
que va a un extremo. Por tanto, no actúa virtuosamente, y, por ello,
la pobreza voluntaria no es esencial a la perfección de la vida
religiosa.
4. Más todavía: la última perfección del hombre consiste en la
bienaventuranza. Pero las riquezas contribuyen a la bienaventuranza,
puesto que se dice en Eclo 31,8: Bienaventurado el rico que es
hallado sin mancha. Y el Filósofo dice, en I Ethic., que las riquezas son medios útiles
para la felicidad. Luego la pobreza voluntaria no se precisa para la
perfección de la vida religiosa.
5. Más incluso: el estado episcopal es más perfecto que el religioso.
Ahora bien: los obispos pueden poseer cosas propias, como ya dijimos
(
q.185 a.6). Por tanto, también pueden poseerlas los
religiosos.
6. Dar limosna es una obra sumamente grata a Dios, y como
dice San Juan Crisóstomo, es la medicina que mejor
actúa como penitencia. Pero la pobreza excluye el acto de dar
limosna. Por consiguiente, parece que la pobreza no es algo esencial
para la vida religiosa.
Contra esto: está el hecho de que, según San Gregorio en VIII
Moral.,
hay algunos justos que se preparan
para escalar la cima de la perfección abandonando todos los bienes
exteriores por el deseo de los interiores, que son más excelentes.
Ahora bien: el prepararse a escalar la cima de la perfección es algo
propio de los religiosos, como dijimos antes (
a.1.2). Por tanto,
también les es propio el dejar todos los bienes exteriores mediante la
pobreza voluntaria.
Respondo: Como expusimos antes (
a.2), el
estado religioso es un ejercicio y entrenamiento por el que se llega a
la perfección de la caridad. Para ello es preciso apartar el afecto
propio de las cosas mundanas, pues dice San Agustín, en X
Confess., hablando de Dios:
Te ama menos el
que ama algo fuera de ti y no lo ama por ti. Por eso, en su obra
Octoginta trium Quaest., dice también San
Agustín:
El aumento de la caridad es la disminución de la codicia;
su perfección, la desaparición de la codicia. Ahora bien: por el
hecho de poseer cosas mundanas el alma se apega a ellas. De ahí que
diga San Agustín en su
Carta ad Paulinum et Therasiam:
Los bienes de la tierra se aman más cuando se poseen que cuando se desean. En efecto, ¿por qué aquel joven se retiró triste sino porque tenía grandes riquezas? Y, ciertamente, una cosa es no querer apropiarse lo que no se tiene y otra abandonar lo que ya se tiene: en el primer caso se rechaza algo extraño, mientras que el segundo equivale a arrancarse un miembro propio. Y San Juan Crisóstomo dice, en
Super Mt.:
El aumento de las riquezas enciende más la llama y hace más ardiente el deseo. De ahí que, para adquirir la caridad perfecta, sea necesario, ante todo, poder vivir sin cosa alguna propia, puesto que el Señor dice en Mt 19,21:
Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sigúeme.
A las objeciones:
1. Como añade la
Glosa al
mismo pasaje, el
Apóstol no escribió esto, a
saber:
«para que no haya para vosotros tribulación, es decir,
pobreza», queriendo decir que eso es mejor. Teme más bien por los
débiles y les aconseja que den de tal modo que no padezcan
necesidad. De igual modo, no hay que interpretar otra
Glosa en el sentido de que no esté permitido
dejar todos los bienes temporales, sino que quiere significar que esto
no es necesario.
Por eso dice también San Ambrosio en I De Offic.: El Señor no quiere, es decir, no manda, que se dejen los bienes de una vez sino que se distribuyan, a no ser que se quiera imitar a Elíseo, que mató sus bueyes y alimentó a los pobres con lo que percibió de ellos, para quedar libre de toda preocupación doméstica.
2. Quien deja todo por Cristo no
se expone a ningún peligro espiritual ni corporal. Puede haber peligro
espiritual cuando la pobreza no es voluntaria, porque, como
consecuencia del afán de juntar dinero que padecen quienes son pobres
contra su voluntad, el hombre cae en muchos pecados, según lo que se
dice en 1 Tim 6,9:
Quienes pretenden llegar a ricos caen en
tentación y en los lazos del diablo. Pero este deseo, que es más
ardiente en quienes poseen riquezas, como dijimos antes
(In
corp.), deja de existir en aquellos que escogen la pobreza
voluntariamente.
Tampoco existe peligro corporal para quienes, con el deseo de seguir
a Cristo, dejan todas sus posesiones y se confían a la divina
Providencia. Por ello dice San Agustín en De Serm. Dom. in
Monte: Para los que buscan el reino de Dios y
su justicia no debe existir la preocupación de que les falte lo
necesario.
3. El justo medio de la virtud,
según el Filósofo en II Ethic., se toma
conforme a la recta razón, no por la cantidad. Por ello, cuanto
puede hacerse por medio de la recta razón no es vicioso, aunque la
cantidad sea grande, sino más bien virtuoso. Sería contrario a la
recta razón el que alguien gastara todos sus bienes sin tener en
cuenta la templanza o la utilidad. Pero está de acuerdo con ella el
que uno se despoje de sus riquezas para darse a la contemplación de la
sabiduría, como leemos que hicieron algunos filósofos, puesto que San
Jerónimo dice en la Epistola ad Paulinum: El famoso Crates de Tebas, que había sido hombre muy rico, al
marcharse a Atenas para dedicarse a la filosofía, se deshizo de gran
cantidad de oro, considerando que no se puede poseer a la vez riqueza
y virtud. Luego será mucho más conforme a la recta razón el que el
hombre deje todas sus cosas para seguir a Cristo de un modo perfecto.
Por eso el mismo San Jerónimo dice, en su Epistola ad Rusticum
Monachum: Sigue desnudo a Cristo
desnudo.
4. Existe una doble
bienaventuranza o felicidad: una perfecta, que esperamos en la vida
futura, y otra imperfecta, por la cual algunos son llamados
bienaventurados ya en la vida presente. Ahora bien: la felicidad de la
vida presente es doble: una correspondiente a la vida activa y otra a
la contemplativa, según expone el Filósofo en X
Ethic.. Y a la felicidad de la vida activa, que
consiste en las obras externas, contribuyen instrumentalmente las
riquezas, puesto que, como dice el Filósofo en I
Ethic.,
hacemos muchas cosas por medio de los
amigos, de las riquezas y del poder civil, que son como
instrumentos. Por el contrario, no contribuyen en gran manera a la
felicidad de la vida contemplativa, sino que son más bien un
obstáculo, en cuanto que la preocupación por ellas impide la
tranquilidad del alma, que es sumamente necesaria para uno que se
dedica a la vida contemplativa. Por eso dice el
Filósofo, en X
Ethic., que
para la acción
se necesitan muchas cosas; pero el hombre que contempla no necesita de
ninguna de ellas, es decir, de los bienes externos,
para la
contemplación, sino que son un obstáculo.
En cuanto a la bienaventuranza futura, el hombre se ordena a ella
mediante la caridad. Y puesto que la pobreza voluntaria es un
ejercicio eficaz para llegar a la caridad perfecta, sigúese que es muy
útil para conseguir la bienaventuranza celestial. Por eso el Señor, en
Mt 19,21, dice: Ve, vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres,
y tendrás un tesoro en el cielo. En cambio, la posesión de
riquezas impide, de suyo, la perfección de la caridad, principalmente
atrayendo y distrayendo el afecto. Por eso se dice, en Mt 19,23, que el cuidado del siglo y la seducción de las riquezas ahogan la
palabra de Dios, dado que, como dice San Gregorio, al no permitir que los buenos deseos penetren en el alma, es como
si impidieran la entrada al aliento vital. Por eso es difícil
conservar la caridad en medio de las riquezas. Y así dice el Señor, en
Mt 19,23, que es difícil que un rico entre en el reino de los
cielos. Eso debemos aplicarlo al que tiene actualmente riquezas,
puesto que de aquel que tiene afecto hacia ellas dice que es
imposible, según el comentario de San Juan Crisóstomo,
cuando dice (v.24): Es más fácil a un camello entrar por el ojo de
una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos.
Por eso no se dice que sea bienaventurado el rico en general (Eclo
31,8), sino el que ha sido hallado sin mancha y no va tras el
oro. Y esto, porque ha hecho algo difícil, por lo cual se dice más
adelante (v.9): ¿Quién es éste, y lo elogiaremos? Pues hizo
prodigios en su vida, es decir, no amó las riquezas a pesar de
estar en medio de ellas.
5. El estado episcopal no se
ordena a conseguir la perfección, sino, supuesta ya ésta, a gobernar a
otros mediante la administración no sólo de los bienes espirituales,
sino también de los temporales. Y esto es propio de la vida activa, en
la que muchas cosas pueden hacerse por medio de las riquezas, como ya
dijimos (ad 4). Por eso no se exige a los obispos, que tienen como
misión el gobernar el rebaño de Cristo, que se priven de tener cosas
propias, como se les exige a los religiosos, quienes profesan una vida
dedicada a lograr la perfección.
6. La renuncia a las propias
riquezas se compara con la limosna como lo universal con lo particular
y como el holocausto con el sacrificio. Por eso dice San Gregorio en Super Ez.: Quienes ayudan a los necesitados
con los bienes que poseen, ofrecen un sacrificio con los bienes que
reparten, porque inmolan a Dios algo y se reservan algo para sí
mismos; pero los que no se reservan nada ofrecen un holocausto, que es
más que el sacrificio. Y también dice a este propósito San
Jerónimo, en Contra Vigilant.: A quienes
defienden que hacen mejor los que hacen uso de sus bienes y reparten
poco a poco las rentas a los pobres, no les respondo yo, sino Dios
(Mt 19,21): Si quieres ser perfecto... Y añade
luego: Este modo de obrar que tú alabas es el
segundo o tercer grado. Lo aprobamos, pero sabiendo que lo primero ha
de ser preferido a lo segundo y a lo tercero. De ahí que, para
refutar este error de Vigilancio, escriba el autor de De
Ecclesiasticis Dogmatibus: Es bueno distribuir
poco a poco los bienes a los pobres, pero es mejor, para seguir al
Señor, darlos de una vez y, libre de cuidados, ser pobre con
Cristo.
Artículo 4:
¿Se requiere la continencia perfecta para la perfección propia del
estado religioso?
lat
Objeciones por las que parece que no se requiere la continencia
perfecta para la perfección del estado religioso.
1. Toda la perfección de la vida cristiana comenzó en los Apóstoles
de Cristo. Pero no parece que éstos practicaran la continencia
perfecta, como nos consta de San Pedro, de quien se dice, en Mt (VIII), que
tenía suegra. Luego parece que no se requiere la continencia perfecta
para la perfección del estado religioso.
2. El primer modelo de perfección que se nos propone es
Abraham, al que, según leemos en Gén 17,1, dijo el
Señor: Anda en mi presencia y sé perfecto. Pero no es preciso
que la copia supere al modelo. Por consiguiente, la continencia
perfecta no es necesaria para la perfección de la vida
religiosa.
3. Aquello que forma parte de la perfección del estado
religioso se encuentra en todas las formas de vida religiosa. Pero hay
religiosos casados. Por tanto, la perfección de la vida religiosa no
exige la continencia perfecta.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en 2 Cor 7,1: Purifiquémonos de toda mancha de nuestra carne y de nuestro espíritu,
acabando la obra de nuestra santificación. Ahora bien: la pureza
de carne y espíritu se conserva mediante la continencia, ya que se
dice en 1 Cor 7,34: La mujer no casada y la doncella sólo tienen
que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en
espíritu. Luego la perfección de la vida religiosa exige la
continencia.
Respondo: El estado religioso exige prescindir
de las cosas que impiden al hombre dedicarse enteramente al servicio
de Dios. Ahora bien: la práctica del acto carnal impide al alma, de
doble manera, el entregarse totalmente al servicio de Dios. En primer
lugar, por la vehemencia del deleite, cuyo goce frecuente aumenta la
concupiscencia, como dice también el Filósofo en III
Ethic.. De ahí que el uso del placer venéreo borre
en el alma la perfecta intención de tender hacia Dios, que es lo que
dice San Agustín en I
Soliloq.:
Me doy
cuenta de que no hay nada que más arroje al alma de su trono que las
seducciones de una mujer y el contacto corporal, que es imprescindible
para hacer vida conyugal.
En segundo lugar, por los cuidados que le vienen al hombre al tener
que gobernar a su mujer y a sus hijos y procurarles los bienes
temporales necesarios para su sustento. De ahí que diga el Apóstol (1
Cor 7,32): El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de
cómo agradar a su mujer.
Por consiguiente, se requiere la continencia perpetua, así como la
pobreza voluntaria, para la perfección del estado religioso. Y, del
mismo modo que fue condenado Vigilancio, para quien
las riquezas son tan excelentes como la pobreza, lo fue también
Joviniano, quien equiparó el matrimonio con la
virginidad.
A las objeciones:
1. Cristo introdujo no sólo la
perfección de la pobreza, sino también la de la continencia, al decir
en Mt 19,12: Hay eunucos que se castraron por el reino de los
cielos, añadiendo después: el que pueda entender, que
entienda. Y para no quitar a nadie la esperanza de llegar a la
perfección, recibió en dicho estado incluso a los que encontró que
estaban casados, ya que el que los hombres dejaran a sus mujeres
hubiera sido injusto, así como no lo era el abandonar las riquezas.
Por eso no exigió a Pedro, al que encontró casado, que abandonara a su
esposa. Sin embargo, a Juan, que intentaba casarse, le disuadió de
hacerlo.
2. Como afirma San Agustín en De Bono Coniug., es mejor la castidad del
celibato que la del matrimonio. Abraham tenía una realmente, y las dos
como disposición, puesto que vivió castamente en el matrimonio y pudo
ser casto mediante el celibato, pero no era costumbre entonces.
Sin embargo, del hecho de que los antiguos Padres compaginaron la
perfección con las riquezas y con el matrimonio, lo cual es prueba de
su gran virtud, no vayan a deducir los más débiles que ellos poseen
tan alto grado de virtud que pueden llegar a la perfección poseyendo
riquezas y estando casados, del mismo modo que una persona inerme no
atacará a sus enemigos basándose en que Sansón mató a muchos enemigos
con la mandíbula de un asno, puesto que estos Padres, si hubiera sido
tiempo de guardar continencia y pobreza, la habrían cumplido con gran
celo.
3. Esos géneros de vida en los
que los hombres hacen uso del matrimonio no son modos de vida
religiosa absolutamente hablando, sino sólo bajo algún aspecto, en
cuanto que participan en cierto modo de algún elemento propio del
estado religioso.
Artículo 5:
¿Es la obediencia un elemento fundamental de la perfección de la vida
religiosa?
lat
Objeciones por las que parece que la obediencia no es elemento
fundamental para la perfección de la vida religiosa.
1. Parece que pertenecen a la perfección de la vida religiosa algunas
cosas que son de supererogación, a las cuales no están obligados
todos. Pero todos están obligados a obedecer a su prelado, según lo
que dice el Apóstol en Heb 13,17: Obedeced a vuestros pastores y
estad sujetos a ellos. Luego parece que la obediencia no es algo
esencial a la perfección de la vida religiosa.
2. Parece que la obediencia es algo propio de aquellos que
han de ser gobernados por el juicio ajeno, lo cual se aplica a quienes
no tienen juicio propio. Pero el Apóstol dice, en Heb 5,14, que el
manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud de la costumbre
tienen los sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo.
Por consiguiente, parece que la obediencia no es parte esencial de la
perfección del estado religioso.
3. Si la obediencia fuera necesaria para la perfección del
estado religioso, sería conveniente que la practicaran todos los
religiosos. Pero esto no es cierto, porque hay religiosos que llevan
una vida solitaria y no tienen superiores a quienes obedecer. Tampoco
los prelados religiosos parecen estar obligados a guardar obediencia.
Luego no parece que ésta sea esencial para la perfección de la vida
religiosa.
4. Más todavía: si el voto de obediencia fuera necesario para la
perfección del estado religioso, los religiosos estarían obligados a
obedecer en todo a sus prelados, de igual modo que están obligados a
abstenerse de todo placer venéreo en virtud del voto de continencia.
Pero no están obligados a obedecer en todo, como vimos antes (
q.104 a.5), al tratar de la virtud de la obediencia. Por consiguiente, el
voto de obediencia no es necesario para el estado religioso.
5. Son aceptos a Dios, sobre todo, los servicios prestados
libremente y no por necesidad, conforme a lo que se nos dice en 2 Cor
9,7: No de malagana ni obligado. Pero lo que se hace por
obediencia se hace por obligación del precepto. Luego son más loables
las buenas obras que se realizan espontáneamente, y el voto de
obediencia no es algo propio del estado religioso, mediante el cual
algunos buscan su perfección.
Contra esto: está el hecho de que la perfección religiosa consiste
esencialmente en la imitación de Cristo, obedeciendo a su consejo: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres,
y luego ven y sigúeme. Ahora bien: Cristo es un modelo eminente de
obediencia, puesto que, como se dice en Flp 2,8, se hizo obediente
hasta la muerte. Por consiguiente, parece que la obediencia es un
elemento esencial para la perfección del estado religioso.
Respondo: Como dijimos antes (
a.2.3), el
estado religioso es una escuela o ejercicio para llegar a la
perfección. Ahora bien: cuantos son instruidos o ejercitados para
llegar a cualquier fin deben estar bajo la dirección de uno, cuyo
criterio es el que han de seguir en su adiestramiento como discípulos
respecto del maestro. Por eso es conveniente que los religiosos, en
materia de vida religiosa, se sometan a la instrucción y al mando de
otro. De ahí que en el
Decreto VII q.1 se
disponga:
La vida de los monjes significa sujeción y condición de
discípulo. Ahora bien: un hombre se somete a la instrucción de
otro mediante la obediencia. Luego ésta es necesaria para la
perfección del estado religioso.
A las objeciones:
1. El obedecer a los superiores en
cosas necesarias para la virtud no es materia de supererogación, sino
común a todos. Pero el obedecer en lo tocante al ejercicio de la
perfección es propio de la religión. Esta obediencia se compara con la
otra como lo universal con lo particular, puesto que los que viven en
el siglo se reservan parte para sí mismos y consagran parte a Dios,
siendo en esto segundo en lo que se someten a los superiores. Pero los
que viven en estado religioso entregan totalmente su persona y sus
bienes a Dios, como dejamos ya claro antes (
a.1.3). Por eso su
obediencia es universal.
2. Como afirma el Filósofo en II Ethic., los hombres que se ejercitan en
determinados actos llegan a adquirir ciertos
hábitos, que, una vez adquiridos, les dan facilidad para realizar esos
mismos actos. Del mismo modo, quienes no han alcanzado la perfección
llegan a ella obedeciendo, mientras que los que ya la han alcanzado
están sumamente dispuestos a obedecer, no porque necesiten ser
dirigidos para lograr la perfección, sino manteniéndose en lo tocante
a ésta.
3. La sujeción de los religiosos
se considera principalmente con respecto a los obispos, que son para
ellos como encargados de perfeccionar respecto de los perfeccionados,
como dice Dionisio en VI De Eccles. Hier.,
donde dice también que el orden monacal depende de
las virtudes perfeccionadoras de los obispos y es instruido mediante
sus divinas ilustraciones. De ahí que ni los eremitas ni los
superiores religiosos estén excusados de la obediencia a los obispos.
Y, aun supuesto que estén exentos de los obispos en todo o en parte,
están obligados a obedecer el Sumo Pontífice, no sólo en materias
comunes con los demás cristianos, sino también en las materias
específicas de la vida religiosa.
4. El voto de obediencia propio
del estado religioso se extiende a la conducta de la vida humana
entera. Según esto, el voto de obediencia presenta cierta
universalidad, aunque no abarque todos los actos en concreto. En
efecto, muchos de ellos no se refieren a cosas pertenecientes al amor
a Dios o al prójimo, como pueden ser el frotarse la barba, levantar
una paja del suelo, etc., que no son objeto de voto ni de obediencia.
Otros pueden ser contrarios a la religión. No hay paralelismo entre
este voto y el de continencia, el cual excluye actos totalmente
opuestos a la perfección del estado religioso.
5. La necesidad que procede de la
coacción hace que el acto sea involuntario y, por consiguiente,
excluye toda razón de alabanza y de mérito. Pero la necesidad que se
sigue de la obediencia no es necesidad de coacción, sino de libre
voluntad, en cuanto que el hombre libremente quiere obedecer, aunque a
veces no quiera hacer lo que se le manda en concreto. Por
consiguiente, dado que el hombre se somete, mediante el voto de
obediencia, por Dios, a la necesidad de hacer algunas cosas que no son
agradables en sí mismas, por eso las cosas que realiza son más
aceptables a Dios, aun cuando sean pequeñas, porque el hombre no puede
dar a Dios nada más grande que el sometimiento de su voluntad a la de
otro por Dios mismo. Por eso se dice en las Collationes
Patrum que los monjes más mediocres son los
sarabitas, que, preocupándose de sí mismos, libres del yugo de los
ancianos, pueden hacer lo que les plazca. Y, sin embargo, trabajan día
y noche más que los que viven en comunidad.
Artículo 6:
¿Es necesario, para la perfección del estado religioso, que la
pobreza, la castidad y la obediencia estén consagradas por un
voto?
lat
Objeciones por las que parece que no es necesario que estén sometidas
a voto la pobreza, la continencia y la obediencia.
1. La disciplina de la perfección se tomó de la tradición del Señor.
Pero El dio el programa de la perfección al decir en Mt 19,21: Si
quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dalo a los
pobres, sin mencionar para nada el voto. Luego parece que no se
precisa el voto para la disciplina de la vida religiosa.
2. El voto consiste en una promesa hecha a Dios. Por eso en
Ecl 5,3, cuando dice el sabio: Si haces voto a Dios, no tardes en
cumplirlo, añade en seguida: Porque le desagrada la promesa
infiel y necia. Pero cuando hay ofrecimiento de una cosa, sobra la
promesa. Luego para la perfección del estado religioso basta con que
se observe la pobreza, la continencia y la obediencia, sin formular un
voto.
3. Dice San Agustín en su obra Ad Pollentium, de
Adulterin. Coniug.: De nuestros servicios, los
más gratos son aquellos que, aunque seamos libres para prestarlos, sin
embargo los prestamos por amor. Ahora bien: es lícito no dar
aquellas cosas que se dan sin voto. Por tanto, parece que es más grato
a Dios guardar la pobreza, continencia y obediencia sin voto, y éste
no es necesario para la perfección del estado religioso.
Contra esto: está el hecho de que los nazarenos eran consagrados con
voto, conforme a lo que leemos en Núm 6,2: Si uno, hombre o mujer,
hiciere voto de consagración, consagrándose a Yahveh... Ahora
bien: en éstos están representados aquellos que llegan al último grado
de la perfección, como dice la Glosa de San
Gregorio. Por tanto, el voto es necesario para el
estado de perfección.
Respondo: Es propio de los religiosos el
hallarse en estado de perfección, según demostramos antes (
q.84 a.5).
Ahora bien: para el estado de perfección se necesita estar obligado
con respecto a las cosas que lo constituyen, y esta obligación se
contrae con Dios por medio del voto. Pero es evidente, por lo ya dicho
(
a.3.5), que la pobreza, continencia y obediencia son elementos
propios de la vida cristiana. Por ello, el estado religioso requiere
que el obligarse a ellas se haga mediante voto. Y así dice San
Gregorio, en
Super Ez.:
Cuando alguien
promete al Dios omnipotente todo cuanto tiene, toda su vida y todo
cuanto ama, ofrece un holocausto, lo cual, según dice más
adelante, es propio de aquellos
que abandonan el siglo
presente.
A las objeciones:
1. El Señor dijo que era esencial
a la vida perfecta el seguirle no de cualquier modo, sino sin volverse
atrás. Por eso El mismo dice en Lc 9,62: Nadie que pone la mano en
el arado y mira atrás es apto para el reino de los cielos. Y
aunque algunos de sus discípulos se volvieron atrás al preguntar el
Señor (Jn 6,67): Y vosotros, ¿no queréis iros también?,
respondió Pedro en nombre de los demás: Señor, ¿a quién
iremos? Por eso dice San Agustín, en De Consensu
Evangelist., que, según narran San Mateo y San
Marcos, Pedro y Andrés le siguieron sin poner las naves en la orilla,
para no dar impresión de querer volver, sino como se sigue a quien lo
manda. Pero este firme propósito de seguir a Cristo se reafirma
mediante el voto. Luego éste es necesario para la perfección del
estado religioso.
2. La perfección del estado
religioso exige, como dice San Gregorio, que uno
entregue a Dios toda su vida. Pero el hombre no puede entregar
a Dios toda su vida de una vez, ya que la vida no existe entera en un
momento, sino que se realiza de un modo sucesivo. De ahí que el hombre
no tenga otro modo de ofrecer a Dios toda su vida que obligándose por
medio de un voto.
3. Entre otras cosas que estamos
autorizados a no entregar está también la libertad, que es para el
hombre más apreciada que las demás cosas. Por eso, cuando alguien,
mediante un voto, renuncia libremente a la libertad de abstenerse de
las cosas que dicen relación con el servicio divino, realiza algo
sumamente grato a Dios. De ahí que diga San Agustín en Carta ad
Armentarium et Paulinum: No te arrepientas de
haber hecho el voto; más aún, alégrate de que no te esté permitido
lo que te hubiera sido permitido para perjuicio tuyo. Feliz necesidad
que empuja hacia cosas mejores.
Artículo 7:
¿Es exacto decir que la perfección del estado religioso consiste en
estos tres votos?
lat
Objeciones por las que parece que no es exacto decir que la
perfección del estado religioso consiste en estos tres
votos.
1. La perfección de la vida consiste en los actos internos más que en
los externos, conforme a lo que se dice en Rom 14,17: El reino de
Dios no es comida y bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo. Ahora bien: mediante el voto de religión uno se obliga a
las cosas relativas a la perfección. Luego deberían pertenecer a la
religión los votos de actos internos, como el de contemplación, de
amor a Dios y al prójimo, etcétera, más bien que el voto de pobreza,
continencia y obediencia, que tienen por objeto actos
externos.
2. Estas tres materias quedan comprendidas bajo el voto de
religión en cuanto que suponen un ejercicio para tender a la
perfección. Pero hay otras muchas materias en las cuales se ejercitan
los religiosos, tales como la abstinencia, las vigilias, etcétera.
Luego parece que no es exacto decir que estos tres votos constituyen
la esencia de esta perfección.
3. Por el voto de obediencia se obliga uno a cumplir,
según el precepto del superior, todo lo referente al
ejercicio de la perfección. Por tanto, basta el voto de obediencia,
sin que sean precisos los otros dos.
4. Y además: son bienes externos no sólo las riquezas, sino también
los honores. Luego si, mediante el voto de pobreza, los religiosos
renuncian a las riquezas terrenas, ha de haber otro voto más por el
que renuncien a los honores del mundo.
Contra esto: está lo que se dice en De Statu Monachorum: La observancia de la castidad y la renuncia a las propiedades van unidas a la regla monacal.
Respondo: El estado religioso puede
considerarse de tres modos. En primer lugar, como ejercicio por el que
se tiende a la perfección de la caridad. En segundo lugar, en cuanto
que tranquiliza al alma respecto de preocupaciones externas, conforme
a lo que se dice en 1 Cor 7,32:
Quiero que no tengáis
preocupaciones. En tercer lugar, como holocausto mediante el cual
uno ofrece plenamente su persona y sus bienes a Dios. Bajo estos tres
aspectos, los votos antes mencionados constituyen la esencia del
estado religioso.
En efecto, en primer lugar, considerando el ejercicio de la
perfección, es preciso apartar los obstáculos que pudieran impedir que
el afecto tienda enteramente a Dios, lo cual constituye la perfección
de la caridad. Estos obstáculos pueden ser tres. El primero es la
ambición de bienes externos, que se subsana mediante el voto de
pobreza. El segundo, el deseo de deleites sensibles (entre los cuales
ocupan el primer lugar los placeres venéreos), que se destruye por
medio del voto de castidad. Y el tercero es el desorden de la voluntad
humana, que se suprime por medio del voto de obediencia.
De igual modo, la intranquilidad producida por las preocupaciones de
esta vida viene al hombre a causa de tres materias. Primero, de la
administración de las cosas externas; esta preocupación se la quita al
hombre el voto de pobreza. En segundo lugar, de la preocupación
inherente al gobierno sobre la mujer y los hijos, la cual es suprimida
por el voto de castidad. Y en tercer lugar, de la preocupación por los
actos propios, de la cual libra el voto de obediencia, mediante el
cual el hombre se somete a la voluntad de otro.
Finalmente, se da holocausto cuando uno ofrece a Dios todo cuanto
tiene, como dice San Gregorio en Super Ez.. Ahora bien: el hombre posee una triple clase de bienes, como dice el
Filósofo en I Ethic.. La primera es la de las
cosas externas, y el hombre las ofrece enteramente mediante el voto de
pobreza. La segunda la constituye el bien del propio cuerpo, que
algunos ofrecen a Dios principalmente con el voto de continencia, por
el cual se renuncia a los mayores placeres corporales. Y la tercera
clase la constituye el bien del alma, que se ofrece enteramente a Dios
por la obediencia, mediante la cual se ofrece a Dios la voluntad
propia, por medio de la cual el hombre hace uso de todas las potencias
y de los hábitos del alma.
Así, pues, el estado religioso consiste, realmente, en estos tres
votos.
A las objeciones:
1. Como vimos antes (In
corp.; a.1 sed cont.; a.2), el estado religioso se ordena, como a
su fin propio, a la perfección de la caridad, a la que pertenecen
todos los actos internos de virtud, cuya madre es la caridad, según lo
que se dice en 1 Cor 13,14ss: La caridad es paciente,
benigna... Por tanto, los actos interiores de la virtud, tales
como los de humildad, no son materia del voto del estado religioso,
que se ordena a ellos como a su fin.
2. Todas las demás observancias
de la vida religiosa se ordenan a estos tres votos mencionados. Las
que tienen por finalidad buscar el sustento, como son el trabajo, la
mendicidad, etcétera, dicen orden a la pobreza, para cuya observancia
los religiosos buscan su alimento por esos medios. Otras observancias
que castigan el cuerpo, como son las vigilias, ayunos, etc., se
ordenan directamente a la guarda del voto de castidad. Y las
observancias religiosas que se refieren a los actos humanos que
ordenan a los religiosos al fin de la vida religiosa, es decir, el
amor a Dios y al prójimo, como son la lectura, la oración, la visita a
los enfermos y otros actos semejantes, quedan comprendidas bajo el
voto de obediencia, que pertenece a la voluntad, la cual ordena sus
actos al fin conforme a la voluntad de otro. En cuanto a la práctica
de vestir el hábito, está relacionada con los tres votos como signo de
una obligación. Por eso el hábito regular se da, o
se bendice, a la vez que se hace la profesión.
3. Por la obediencia se ofrece la
propia voluntad a Dios, al cual, si bien están sujetas todas las cosas
humanas, las hay que le están sujetas de modo especial, y son las
acciones humanas, ya que las pasiones pertenecen también al apetito
sensitivo. Por eso, para reprimir las pasiones que se refieren a los
deleites carnales y a los bienes exteriores, que suponen un obstáculo
para la perfección de la vida, fueron necesarios el voto de pobreza y
el de castidad; y para ordenar las propias acciones, conforme lo exige
el estado de perfección, se requiere el voto de obediencia.
4. Como afirma el Filósofo en IV Ethic., el honor propiamente dicho sólo se
debe a la virtud. Pero, dado que los bienes externos ayudan como
instrumentos a realizar algunos actos virtuosos, también, como
consecuencia, se tributa cierto honor a la excelencia de los mismos,
sobre todo por parte del vulgo, el cual sólo aprecia la excelencia
externa. Así, pues, los religiosos, que tienden a la perfección de la
virtud, no tienen por qué renunciar al honor que Dios y los santos
tributan a la virtud, tal como se dice en el salmo 138,17: He
tenido en gran honor a tus amigos, ¡oh Dios! Pero renuncian al
honor que se tributa a la excelencia exterior por el hecho de
abandonar la vida secular, y por eso no es preciso un voto especial
para esto.
Artículo 8:
¿Es el voto de obediencia el más importante de los
tres?
lat
Objeciones por las que parece que la obediencia no es el más
importante de los tres votos del estado religioso.
1. La perfección de la vida religiosa empieza en Cristo. Pero Cristo,
que dio un consejo especial sobre la pobreza, no consta que lo diera
sobre la obediencia. Luego el voto de pobreza es más excelente que el
de obediencia.
2. En Eclo 20,20 se dice que no tiene precio el alma del
casto. Ahora bien: el voto de una cosa más digna es más excelente.
Luego el voto de castidad es más importante que el de
obediencia.
3. Cuanto más importante es un voto, tanto más difícil es
de dispensar. Pero los votos de pobreza y de castidad están tan
estrechamente unidos a la regla monástica, que no puede dispensarlos
ni siquiera el Sumo Pontífice, como dice la Decretal De Statu
Monachorum; y éste, sin embargo, puede dispensar a
un religioso de la obediencia a su superior. Parece, pues, que el voto
de obediencia es menos importante que el de castidad.
Contra esto: está el hecho de que, según San Gregorio, en XXXV
Moral., con razón se antepone la obediencia a los sacrificios, puesto
que mediante las víctimas se inmola la carne ajena, mientras que por
la obediencia se inmola la voluntad propia. Ahora bien: los votos
de la vida religiosa son holocaustos, como dijimos antes (
a.1.7).
Luego el voto de obediencia es el más importante entre los de la vida
religiosa.
Respondo: El voto de obediencia es el más
importante de los tres del estado religioso. Y esto por una triple
razón. En primer lugar, porque mediante él se ofrece a Dios algo más
excelente, como es la propia voluntad, la cual es más excelente que el
mismo cuerpo, ofrecido por el hombre a Dios mediante el voto de
castidad, y que las cosas exteriores, que el hombre ofrece a Dios
mediante el voto de pobreza. De ahí que lo hecho por obediencia sea
más agradable a Dios que lo que se hace mediante la propia voluntad,
según lo que dice San Jerónimo en
Ad Rusticum Monachum:
Mis palabras pretenden enseñarte a no confiar en tu propia voluntad. Y poco después:
No hagas lo que quieres: come lo que te manden, conténtate con lo que te den, viste lo que te ofrezcan. De ahí que el ayuno no sea agradable a Dios cuando se hace según la propia voluntad, de acuerdo con lo que se dice en Is 58,3:
He aquí que en los días de vuestro ayuno hacéis vuestra voluntad.
En segundo lugar, el voto de obediencia implica los otros votos, pero
no viceversa. El religioso, en efecto, está obligado, en virtud del
voto, a guardar la castidad y la pobreza, pero éstas son también
materia de obediencia, a la cual pertenecen, además, otras muchas
cosas.
En tercer lugar, el voto de obediencia se extiende propiamente a
actos próximos al fin de la vida religiosa. Ahora bien: cuanto más
cerca del fin está algo, tanto más excelente es. De ahí también que el
voto de obediencia sea más esencial a la vida religiosa, porque, si
alguien guarda la pobreza y la castidad voluntarias sin voto de
obediencia, no por ello pertenece al estado religioso, el cual es más
apreciado, incluso, que la virginidad guardada por voto, pues dice San
Agustín en De Virginitate: No creo que
nadie se atreva a poner la virginidad por encima de la vida
monástica.
A las objeciones:
1. El consejo de obediencia está
incluido en el seguimiento de Cristo: el que obedece, cumple la
voluntad de otro. Por ello, es más esencial a la perfección que el
voto de pobreza, porque, como dice San Jerónimo en Super
Mt., San Pedro añadió lo que es propio de la
perfección cuando dijo: Y te hemos seguido.
2. De las palabras aducidas no se
sigue que se prefiera la castidad a los demás actos virtuosos, sino a
la castidad conyugal, o también a las riquezas exteriores, de oro y
plata, que se valoran según el peso. También puede entenderse por
continencia el abstenerse de todo mal, como ya dijimos (
q.155 a.4 ad 1).
3. El Papa no puede dispensar a
un religioso el voto de obediencia de tal modo que no tenga que
obedecer a ningún superior en cosas concernientes a la perfección,
porque no puede dispensarle de la obediencia a él. Puede, sin embargo,
eximirle de la obediencia a un prelado de orden inferior, lo cual no
es dispensarle el voto de obediencia.
Artículo 9:
¿Peca siempe mortalmente el religioso que quebranta los preceptos de
la regla?
lat
Objeciones por las que parece que peca mortalmente todo religioso que
quebranta los preceptos de la regla.
1. Es un pecado reprochable el pecar contra un voto, como está claro
en las palabras del Apóstol en 1 Tim 5,11-12, donde dice que las
viudas que deseen casarse incurren en reproche por haber faltado a
la primera fe. Pero los religiosos están obligados, en virtud del
voto, a observar la regla. Luego pecan mortalmente cuando la
quebrantan.
2. La regla es una ley para el religioso. Pero quien
quebranta un precepto de la ley peca mortalmente. Luego parece que el
monje que quebranta la regla peca mortalmente.
3. El desprecio lleva consigo el pecado mortal. Pero todo
aquel que hace con frecuencia cosas que no debe, parece que peca por
desprecio. Parece, pues, que si el religioso quebranta la regla con
frecuencia, peca mortalmente.
Contra esto: está el hecho de que el estado religioso es más seguro que
el de la vida secular. Por eso San Gregorio, al principio de Moral., compara la vida secular con el mar
embravecido y la vida religiosa con un puerto tranquilo. Pero si
cualquier transgresión de la materia de la regla acarreara al
religioso un pecado grave, la vida religiosa sería mucho más
peligrosa, debido a sus múltiples observancias. Luego no es pecado
mortal cualquier transgresión de la regla.
Respondo: Una cosa puede estar contenida en la
regla de dos modos, como dijimos antes (
a.2;
a.7 ad 1.2). En primer
lugar, como fin de la misma regla, como pueden ser los actos de
virtud, y su transgresión en materia que obliga comúnmente bajo
precepto es pecado mortal. Pero en materia que no dice relación con
esta necesidad de precepto, no obliga bajo pecado mortal, a no ser que
medie desprecio, ya que, como ya dijimos (
a.2), el religioso no está
obligado a ser perfecto, sino a tender a la perfección, a lo cual se
opone el desprecio de dicha perfección.
En segundo lugar, una cosa puede estar contenida en la regla como
ejercicio externo, como son todas las observancias, entre las cuales
hay algunas que obligan al religioso en virtud del voto de su
profesión. Dicho voto considera principalmente las tres materias ya
dichas, a saber, la pobreza, la castidad y la obediencia, mientras que
todo lo demás se ordena a ellas. Por eso la transgresión de estas tres
supone pecado mortal, pero no así la transgresión de otras materias, a
no ser que haya desprecio de la regla, ya que el
desprecio se opone directamente a la profesión, por la que se ha
prometido observar la vida regular, o bien porque haya un precepto
dado por el superior o señalado expresamente en la regla, porque esto
equivaldría a obrar en contra del voto de obediencia.
A las objeciones:
1. El que profesa una regla no
promete observar todo cuanto está contenido en ella, sino que profesa
la vida regular, la cual consiste esencialmente en los tres votos
consabidos. Por eso en algunas órdenes se profesa, prudentemente, no
la regla, sino
vivir conforme a la regla, es decir, esforzarse
por acomodar sus costumbres a la regla como a un modelo. Esto es lo
que el desprecio destruye.
En algunas religiones, más prudentemente aún, profesan obediencia
según la regla, y así sólo se opone a la profesión lo que vaya
contra la regla, mientras que la transgresión u omisión de otras
materias sólo supone pecado venial, ya que, como dijimos antes (a.7 ad 2), éstas son disposiciones para los votos principales, y el pecado
venial es disposición para el mortal, como ya vimos antes (1-2 q.88 a.3), por ser un obstáculo para los medios que disponen para observar
los principales preceptos de la ley de Cristo, que son los preceptos
de la caridad.
Sin embargo, en alguna Orden, en concreto en la de los Hermanos
Predicadores, la transgresión u omisión de estas materias no obliga a
culpa mortal ni venial, sino sólo a cumplir la pena que se establezca,
pues así se obligan los miembros a cumplirlas. No obstante, podría
darse pecado mortal o venial, sea por negligencia o por
desprecio.
2. No todo lo contenido en la ley
se da como precepto, sino que algunas materias se dan en forma de
ordenación o de disposición que obliga a cierta pena, del mismo modo
que en la ley civil la transgresión de una disposición legal no
siempre lleva consigo la pena de muerte. Tampoco, según la ley
eclesiástica, obligan bajo pecado mortal todas las ordenaciones o
disposiciones, y lo mismo cabe decir de las ordenaciones de la
regla.
3. Se da una transgresión con
desprecio cuando la voluntad rehusa someterse a la ordenación de la
ley o de la regla, dando lugar a que se obre contra ellas. Pero
cuando, por el contrario, es otra causa particular, como la
concupiscencia o la ira, la que induce a realizar algo en contra de la
ley o de la regla, no hay pecado de desprecio, sino que es otra la
causa, aun cuando se cometa el pecado repetidas veces por esa causa o
por otra. De igual modo dice San Agustín, en De Natura et
Grat., que no todos los pecados se cometen por
desprecio debido a la soberbia. Sin embargo, la frecuencia del pecado
es una disposición hacia la soberbia, según lo que se dice en Prov
18,3: Cuando el impío ha llegado al extremo de su pecado, cae en
el desprecio.
Artículo 10:
En un mismo género de pecado, ¿es más grave el pecado cometido por el
religioso que por el seglar?
lat
Objeciones por las que parece que, tratándose de un mismo género de
pecado, no peca el religioso más gravemente que el
seglar.
1. Se dice en 2 Par 30,18-19: Yahveh, que es bueno, perdonará a
todos aquellos que buscan a Yahveh, Dios de sus padres, y no les
imputará el no estar suficientemente purificados. Ahora bien:
parece que los religiosos buscan, de todo corazón, al Dios de sus
padres más que los seglares, quienes dan parte a Dios y se reservan
parte para sí, como dice San Gregorio en Super
Ez.. Luego parece que se les juzgará con menos
rigor si se apartan de la santidad en algo.
2. Por el hecho de que uno realice buenas obras el Señor se
irrita menos contra sus pecados, puesto que en 2 Par 19,2-3 se dice: Por prestar ayuda al impío y tener amistad con los que odian al
Señor, eras digno de la ira del Señor. Pero hay en ti buenas
obras. Ahora bien: los religiosos hacen más obras buenas que los
seglares. Luego, si cometen pecados, Dios se irrita menos contra
ellos.
3. Esta vida no transcurre sin pecado, conforme a lo que
se dice en Sant 3,2: Todos hemos pecado mucho. Luego si los
pecados de los religiosos fueran más graves que los de los seglares,
se seguiría que los primeros estarían en peores condiciones que los
segundos, en cuyo caso no sería aconsejable abrazar el estado
religioso.
Contra esto: está el hecho de que es más de lamentar un mal mayor. Ahora
bien: parece que son más de lamentar los pecados de aquellos que viven
en estado de santidad y perfección, pues en Jer 23,9 se dice: Se
me parte el corazón en medio del pecho. Y añade poco después: Porque los profetas y los sacerdotes están manchados, y hallé su
maldad en medio de mi casa. Luego, en igualdad de condiciones,
pecan más gravemente los religiosos y otros que viven en el estado de
perfección.
Respondo: El pecado cometido por los
religiosos puede ser más grave que el cometido por los seglares por
tres razones. Primero, si va contra los votos religiosos, como la
fornicación o el robo, ya que, al fornicar, peca contra el voto de
castidad, y al robar, contra el de pobreza, además de pecar contra la
ley divina. En segundo lugar, si peca por desprecio, ya que en ese
caso parece que es más ingrato para con los favores divinos que le han
elevado al estado de perfección. El Apóstol dice al respecto, en Heb
10,20, que
el fiel merece mayor castigo, puesto que, al
pecar,
pasa por encima del Hijo de Dios con su desprecio. Por
eso el Señor se lamenta en Jer 11,15:
¿Qué tiene que hacer en mi
casa mi amado, estando cubierto de iniquidad? En tercer lugar, el
pecado del religioso puede ser más grave por el escándalo, porque es
objeto de las miradas de muchos. Por eso se dice en Jer 23,14:
En
los profetas de Jerusalén he visto adulterio y mentira, y dar su brazo
a los perversos para que nadie se convirtiera de su
maldad.
Pero si el religioso, no por escándalo, sino por debilidad o por
ignorancia, comete algún pecado que no va contra los votos de su
profesión sin dar escándalo, sino de un modo oculto, peca menos que el
seglar que comete el mismo pecado, porque, si su pecado es leve, queda
absorbido, de alguna manera, por las muchas obras buenas que realiza.
Si el pecado es mortal, se levanta de él más fácilmente. Primero,
porque su voluntad está dirigida hacia Dios, y si se desvía por un
momento, vuelve con facilidad a su estado anterior. Por eso, en su
comentario sobre el salmo 36,24: Cuando caiga no se
estrellará, dice Orígenes: Cuando el pecador
vuelve a pecar no se arrepiente ni sabe enmendar su pecado. Pero el
justo sabe enmendarse y corregirse, como aquel que había dicho (Mc
14,71; cf. Mt 26,72): «No conozco a ese hombre», poco después, al
ser mirado por el Señor, empezó a llorar muy amargamente, y aquel que,
desde su terraja, había visto y deseado a una mujer (2 Re
11,2), supo decir: «He pecado y he cometido el mal ante ti».
Además, sus hermanos le ayudan a levantarse, conforme a lo que se dice
en Ecl 4,10: Si uno cae, el otro le levanta. Ay del que está solo,
porque, si cae, no tiene quien le levante.
A las objeciones:
1. Las palabras aducidas se
refieren a los pecados cometidos por debilidad o por ignorancia, no a
los cometidos por desprecio.
2. Josafat, al que van dirigidas
esas palabras, tampoco pecó por malicia, sino por debilidad del amor
humano.
3. Los justos no pecan fácilmente
por desprecio, sino que a veces caen, por ignorancia o por flaqueza,
en un pecado del que se levantan fácilmente. Pero si llegan a tal
extremo que pecan por desprecio, vienen a ser los peores y casi
incorregibles, conforme a lo que se dice en Jer 2,20: Quebrantaste
tu yugo, rompiste tus coyundas y dijiste: «No te serviré». Y sobre
todo collado alto, y bajo todo árbol frondoso, te acostaste y te
prostituiste. A este propósito dice San Agustín en su carta Ad
Plebem Hipponens.: Desde que empecé a servir a
Dios experimenté qué difícil es encontrar hombres más santos que los
que aprovecharon en los monasterios, y también que es difícil
encontrarlos peores que aquellos que cayeron en el
monasterio.