Artículo 1:
¿Se mide la perfección cristiana, sobre todo, por la
caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la perfección de la vida cristiana
no se mide, especialmente, por la caridad.
1. El Apóstol dice en 1 Cor 14,20: Sed párvulos en malicia, pero
adultos en el juicio. Pero la caridad no pertenece al juicio, sino
más bien al afecto. Luego parece que la perfección cristiana no
consiste principalmente en la caridad.
2. En Ef 6,13 se dice: Tomad las armas de Dios, para
que podáis resistir en el día malo y permanecer perfectos en todo.
Y a propósito de la armadura de Dios, añade: Estad alerta, ceñidos
vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia,
embrazando en todo momento el escudo de la fe. Luego la perfección
de la vida cristiana no sólo se mide por la caridad, sino también por
otras virtudes.
3. Las virtudes, como otros hábitos, se especifican por
los actos. Pero en Jds 1,4 se dice que la obra perfecta es fruto
de la paciencia. Luego parece que el estado de perfección
consiste, ante todo, en la paciencia.
Contra esto: está la autoridad del Apóstol, quien dice en Col 3,14: Por encima de todo tened caridad, que es vínculo de perfección,
porque en cierto sentido abarca todas las demás virtudes en una unidad
perfecta.
Respondo: Se considera que una cosa es
perfecta cuando alcanza el fin propio, que es su última perfección.
Ahora bien: la caridad es la que nos une a Dios, que es el fin último
de la mente humana, ya que el que permanece en caridad permanece
en Dios y Dios en él, como se dice en 1 Jn 4,16. Por tanto, la
perfección cristiana consiste principalmente en la
caridad.
A las objeciones:
1. Parece que la perfección de los
juicios humanos consiste, ante todo, en que convengan en la unidad de
la verdad, según lo que se dice en 1 Cor 1,10: Sed perfectos en el
mismo pensar y en el mismo sentir. Ahora bien: esto se logra
mediante la caridad, que realiza la armonía. Por eso también la
perfección de los juicios reside radicalmente en la
caridad.
2. Uno puede ser perfecto bajo
dos aspectos. Primero, esencialmente, en cuyo caso se mira la
perfección por aquello que pertenece a la misma naturaleza; por
ejemplo, decimos que un animal es perfecto cuando no
le falta nada en la disposición de los miembros o en otros elementos
propios de la vida animal. Puede ser perfecto también en un sentido
relativo, y entonces se mira la perfección por algo externo
sobreañadido, como pueden ser la blancura, la negrura y otras
cualidades semejantes. Por lo que toca a la vida cristiana, consiste
especialmente en la caridad, por la que el alma se une a Dios. Por eso
leemos en 1 Jn 3,14: El que no ama, permanece en la muerte. De
ahí que la perfección de la vida cristiana se mida esencialmente por
la caridad y relativamente por las demás virtudes. Y, dado que lo que
es esencial es el máximo principio respecto de los demás, de ahí que
la perfección de la caridad sea el principio respecto de la perfección
que se considera en las demás virtudes.
3. Se considera que la paciencia
produce obras perfectas en orden a la caridad, en cuanto que de la
abundancia de la caridad se saca paciencia para tolerar las
adversidades, según se dice en Rom 8,35: ¿Quién nos separará del
amor de Dios? ¿La tribulación? ¿La angustia?...
Artículo 2:
¿Puede alguien ser perfecto en esta vida?
lat
Objeciones por las que parece que nadie puede ser perfecto en esta
vida.
1. Dice el Apóstol en 1 Cor 13,10: Cuando llegue lo que es
perfecto, desaparecerá lo que es sólo en parte. Pero en esta vida
no desaparece lo que es en parte, puesto que permanecen en ella la fe
y la esperanza, que son imperfectas. Luego nadie es perfecto en esta
vida.
2. Es perfecto aquello a lo que no falta nada, como se dice
en III Physic.. Pero no hay en esta vida nadie
al que no le falte algo, ya que se dice en Jds 3,2: Todos caemos
en muchas faltas. Y en el salmo 138,16 se dice: Tus ojos han
visto mi imperfección. Por tanto, nadie es perfecto en esta
vida.
3. La perfección de la vida cristiana, según dijimos antes
(
a.1), se toma de la caridad, que incluye el amor a Dios y al prójimo.
Pero en cuanto al amor a Dios, nadie puede practicar una caridad
perfecta en esta vida, porque, como dice San Gregorio en
Super
Ez.,
el fuego del amor, que aquí empieza a
arder, cuando vea al que ama se avivará más en el amor hacia él.
Tampoco en cuanto al amor al prójimo, porque no podemos en esta vida
amar actualmente a todos, aunque los amemos con amor habitual, que es
imperfecto. Luego parece que nadie puede ser perfecto en esta
vida.
Contra esto: está el hecho de que la ley divina no obliga a lo
imposible. Sin embargo, nos invita a la perfección cuando se nos dice
en Mt 5,45: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto. Luego parece que alguien puede ser perfecto en esta
vida.
Respondo: Como ya expusimos (
a.1), la
perfección de la vida cristiana consiste en la caridad. Ahora bien:
esta perfección incluye cierta universalidad, puesto que, como se dice
en III
Physic.,
es perfecto aquello a lo
que no le falta nada. Por consiguiente, podemos considerar una
triple perfección. En primer lugar, una perfección absoluta, que se
considera no sólo según la totalidad por parte del que ama, sino por
parte del objeto digno de ser amado, en cuanto que Dios es tan amado
como digno de serlo. Tal perfección no es posible en ninguna criatura,
sino que es exclusiva de Dios, en el que se da el bien de un modo
total y esencial.
Hay otra perfección, que se considera por la totalidad absoluta por
parte del que ama, en cuanto que el afecto tiende siempre a Dios de un
modo actual y siempre con todas sus fuerzas. Tal perfección no es
posible en esta vida, pero lo será en el cielo.
La tercera clase de perfección no exige una totalidad por parte del
objeto amable ni por parte del que ama, de tal modo que esté siempre
dirigido actualmente a Dios, sino en cuanto que se excluyan las cosas
que se opongan al movimiento de amor a Dios. Como dice San Agustín en Octoginta trium Quaest., el veneno de la
caridad es el deseo desordenado; su perfección, la ausencia de tales
deseos. Esta perfección puede darse, en esta vida, de dos modos.
Primero, en cuanto que se excluye del afecto humano todo aquello que
se opone a la caridad, como es el pecado mortal. La caridad no puede
existir sin tal perfección, por lo cual es necesaria
para salvarse. En segundo lugar, en cuanto que se excluye del afecto
del hombre no sólo cuanto se opone a la caridad, sino cuanto impide
que el afecto de la mente se dirija totalmente a Dios. Sin esta
perfección la caridad puede ser, por ejemplo, en los
principiantes y avanzados.
A las objeciones:
1. En el texto aducido, el Apóstol
habla de la perfección que se dará en el cielo y que no es posible en
esta vida.
2. Se dice que aquellos que son
perfectos en esta vida caen en muchos pecados veniales, que son
consecuencia de la debilidad de la vida presente. Bajo este aspecto,
tienen algo de imperfección si los comparamos con la perfección del
cielo.
3. Del mismo modo que la
condición presente no permite que el hombre esté siempre unido a Dios
con amor actual, tampoco permite que se dirija a cada uno de los
hermanos con un amor actual y distinto, sino que basta con que se
dirija a todos juntos con amor actual y a cada uno en particular con
amor habitual y en disposición de amarlos.
También en el amor al prójimo puede tenerse en cuenta una doble
perfección, como lo hicimos respecto de Dios. Una sin la que no puede
existir la caridad: que el hombre rechace todo afecto contrario al
amor al prójimo.
Existe otra sin la cual puede darse la caridad, y que puede tomarse
en tres sentidos. En primer lugar, como extensión del amor, que
consiste en que se ame no sólo a los amigos y conocidos, sino también
a los extraños e incluso a los enemigos. En efecto, esto, según dice
San Agustín en Enchirid., es propio de los
perfectos hijos de Dios. En segundo lugar, en cuanto a la
intensidad, que se muestra en aquellas cosas que el hombre rechaza por
el prójimo, y consiste en despreciar, por el prójimo, no sólo los
bienes externos, sino también los sufrimientos corporales y hasta la
muerte, conforme a lo que se dice en Jn 15,13: Nadie tiene un amor
más grande que el que da su vida por sus amigos. En tercer lugar,
en cuanto al afecto del amor, y consiste en que el hombre dé al
prójimo no sólo los bienes temporales, sino los espirituales y aun a
sí mismo, según se dice en 2 Cor 12,15: Yo de buena gana me
gastaré y desgastaré por vuestras almas.
Artículo 3:
¿Consiste la perfección, en esta vida, en los mandamientos o en los
consejos?
lat
Objeciones por las que parece que la perfección en esta vida no
consiste en los mandamientos, sino en los consejos.
1. Dice el Señor en Mt 19,21: Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes y dáselo a los pobres, y ven y sígueme. Pero esto es
un consejo. Luego la perfección consiste en los consejos y no en los
preceptos.
2. Todos están obligados a guardar los mandamientos, porque
son necesarios para la salvación. Luego si la perfección de la vida
cristiana consiste en los mandamientos, se deduce que la perfección es
necesaria para salvarse y que todos están obligados a
ella.
3. La perfección de la vida cristiana consiste en la
caridad, como dijimos antes (
a.1). Pero no parece que la perfección de
la caridad consista en la observancia de los mandamientos, porque el
principio y el aumento de la misma es anterior a su perfección, como
se deduce de las palabras de San Agustín en
Super Canonicam Io., y no puede iniciarse la caridad antes de observar
los mandamientos, ya que, según se dice en Jn 14,33,
si alguien me
ama, guardará mis mandamientos. Luego la perfección de la vida no
consiste en los mandamientos, sino en los consejos.
Contra esto: está el precepto de Dt 6,5: Amarás al Señor con todo tu
corazón. Y en Lev 19,18 se dice: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Tales son los mandamientos sobre los que dice el Señor en
Mt 22,40: De estos dos mandamientos penden la ley y los
profetas. Ahora bien: la perfección de la caridad, que hace que
digamos que la vida cristiana es perfecta, consiste en amar a Dios de
todo corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Luego parece que la
perfección consiste en la observancia de los mandamientos.
Respondo: Se dice que la perfección consiste
en algo de dos modos: en sí misma y esencialmente, y secundariamente.
En sí misma y esencialmente, la perfección de la vida cristiana
consiste en la caridad: principalmente en el amor a
Dios y secundariamente en el amor al prójimo, que son el objeto
principal de los preceptos de la ley divina, según dijimos antes (sed
contra; 1-2 q. 100 a.3 ad 1; a.2). Ahora bien: el amor a Dios y al
prójimo no están mandados con limitación alguna, de modo que lo que es
más caiga bajo consejo, como da a entender la misma forma del
precepto, que exige perfección al igual que cuando se dice:
Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón; en efecto,
todo y
perfecto significan lo mismo, según el Filósofo en III
Physic.; y cuando dice:
amarás a tu prójimo
como a ti mismo, puesto que cada uno se ama a sí mismo con todas
sus fuerzas. Ello es así porque
el fin del precepto es la
caridad, como dice el Apóstol en 1 Tim 1,5. Ahora bien: no se
pone medida al fin, sino a los medios, como dice el Filósofo en I
Polit., del mismo modo que el médico no pone medida
a la salud, sino sólo a la medicina o dieta que ha de usar para curar.
Así es evidente que la perfección consiste esencialmente en los
mandamientos. Por eso dice San Agustín, en
De Perfectione
Iustitiae:
¿Por qué, pues, no ha de exigirse al
hombre esta perfección, aunque nadie la alcance en esta
vida?
De manera secundaria e instrumental, la perfección consiste en los
consejos. Tanto unos como otros se ordenan a la caridad, pero de modo
distinto. Los mandamientos tienen como fin apartar lo que es contrario
al acto de caridad que la hace incompatible con ellos, mientras que
los consejos se ordenan a apartar los obstáculos al acto de caridad
que, sin embargo, no se oponen a la misma, como son el matrimonio, la
dedicación a negocios temporales, etc. Por eso dice San Agustín en Enchirid.: Todo cuanto manda Dios, como: No
fornicarás, y todo lo que aconseja, como: Es bueno para el hombre no
tocar a una mujer, se hace rectamente cuando se relaciona con el
amor a Dios y al prójimo por Dios, tanto en esta vida como en la
futura. Por eso, en las Colaciones de los Padres, dice el abad Moisés: Los ayunos, las vigilias, la meditación de las Escrituras, la pobreza y la privación de todos los bienes, no son perfección, sino instrumentos de la misma, porque no consiste en ellas el fin de esa forma de vida, sino que se llega al fin a través de ellas. Y previamente había dicho: Trabajamos por llegar a la perfección de la caridad a través de estos grados.
A las objeciones:
1. En esas palabras del Señor hay
algo que se pone como camino hacia la perfección, como son las
palabras: Ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y algo
en que consiste la perfección: Y sígueme. Por ello dice San
Jerónimo, en Super Mt., que, dado que no
basta con abandonar, Pedro añade lo que es perfecto, es decir (Mt
19,27; Mc 10,28; Lc 18,28): Te hemos seguido. Por su parte,
San Ambrosio, al comentar el pasaje de Lc 5,27, Sígueme,
dice: Le manda seguirlo, no con pasos materiales,
sino con el afecto de su mente, lo cual se realiza mediante la
caridad. Por eso, en el modo de hablar, se ve que los consejos son
instrumentos para llegar a la perfección cuando dice: Si quieres
ser perfecto, ve y vende..., como si dijera: Haciendo esto
llegarás a este fin.
2. Como observa San Agustín en
De Perfect. Iustit., la perfección de la caridad
se manda al hombre en esta vida, porque
no se corre si no se sabe
hacia dónde. Y ¿cómo sabría si no lo urgiere ningún precepto?
Ahora bien: dado que lo que cae bajo precepto puede cumplirse de
diversas maneras, no es transgresor del precepto quien no lo cumple
del mejor modo, sino que basta con que lo cumpla de algún modo. Pero
la perfección del amor divino cae universalmente bajo precepto, de modo
que ni siquiera la perfección del cielo queda exenta de ese precepto,
como dice San Agustín. Pero el que llega a esa
perfección de cualquier modo, se libra de la transgresión del
precepto. De igual modo, tampoco lo quebranta el que llega de
cualquier modo a la perfección del amor divino. El grado ínfimo del
amor de Dios consiste en que no se ame nada en mayor grado que a El,
contra El o con igual intensidad que a El. El que no llega a este
grado de perfección no cumple el precepto en modo alguno. Pero hay un
grado de amor perfecto que no puede cumplirse en esta vida, como
dijimos antes (
a.1), y el que no lo posee no quebranta el precepto. De
igual modo, no quebranta el precepto el que no llega al grado medio de
perfección, con tal que llegue al grado mínimo.
3. Así como el hombre tiene,
desde el momento de nacer, una perfección natural que le compete por
el hecho de ser hombre, y hay otra perfección a la que se llega
mediante el crecimiento, también existe una cierta perfección de la
caridad que pertenece específicamente a ella, a saber: el que se ame a
Dios sobre todas las cosas y que no se ame nada en contra de El, y
existe otra perfección de la caridad, incluso en esta vida, a la que
se llega mediante un crecimiento espiritual, como, por ejemplo, el
hecho de que el hombre se abstenga de alimentos lícitos para dedicarse
más libremente a las cosas divinas.
Artículo 4:
¿Se halla en estado de perfección todo el que es perfecto?
lat
Objeciones por las que parece que todo aquel que es perfecto está en
estado de perfección.
1. Así como por el crecimiento corporal se llega a la perfección
corporal, así por el crecimiento espiritual se llega a la perfección
espiritual, como ya dijimos (
a.3 ad 3). Pero después del crecimiento
corporal se dice que la persona ha llegado al estado de edad perfecta.
Luego parece también que, tras el crecimiento espiritual, cuando se ha
alcanzado la perfección, se está en estado de perfección.
2. Por la misma razón por la que una cosa se mueve de un
contrario a otro, se mueve uno también de menos a más, como leemos
en V Physic.. Pero cuando alguien cambia del
estado de pecado al de gracia, se dice que cambia de estado, puesto
que se distinguen estado de pecado y de gracia. Luego parece que, por
la misma razón, cuando uno progresa de una gracia menor a otra mayor,
hasta llegar a la perfección, alcanza el estado de
perfección.
3. Se adquiere el estado por el hecho de librarse de la
esclavitud. Pero por la caridad se libra uno de la esclavitud del
pecado, porque la
caridad cubre todos los pecados, como se
dice en Prov 10,12. Ahora bien: la perfección se toma de la caridad,
como ya dijimos (
a.1). Luego parece que, quien posee la perfección,
posee, por consiguiente, el estado de perfección.
Contra esto: está el hecho de que hay algunos que se hallan en el estado
de perfección y carecen, sin embargo, de caridad y de gracia, como los
malos obispos o religiosos. Luego parece que, a la inversa, algunos
pueden poseer la perfección de la vida sin hallarse en estado de
perfección.
Respondo: Como observamos antes (
q.183 a.1),
el estado implica una relación propia a la condición de libertad o de
esclavitud. Ahora bien: la libertad o la servidumbre espiritual pueden
presentarse, en el hombre, de una doble forma: interior y exterior. Y
puesto que, como se dice en 1 Re 16,7,
los hombres ven las
apariencias, pero Dios ve el corazón, de ahí que, en el hombre, la
condición de estado espiritual se tome de su disposición interior con
respecto al juicio divino; pero, según las apariencias externas, su
estado espiritual se toma por comparación con la Iglesia. Y en ese
sentido hablamos ahora de los estados, es decir, en cuanto que de la
diversidad de estados nace una cierta belleza para la
Iglesia.
Pero hay que tener en cuenta que, en cuanto a los hombres, para que
alguien alcance el estado de libertad o de esclavitud, se necesita, en
primer lugar, alguna obligación o exención. En efecto, por el hecho de
servir a uno, nadie se constituye en esclavo, puesto que se nos
aconseja en Gál 5,13: Servios unos a otros por la caridad de
espíritu. Y, a la inversa, tampoco se constituye uno en libre por
el hecho de dejar de servir, como es evidente en el caso de los
esclavos que huyen. Por el contrario, es propiamente esclavo aquel que
está obligado a servir, y es libre el que está exento de esclavitud.
En segundo lugar, se requiere que la obligación de que hemos hablado
revista alguna solemnidad, como sucede en los asuntos en que los
hombres adquieren una firmeza perpetua.
Por tanto, se dice de alguien que está propiamente en el estado de
perfección no porque posea el acto de amor perfecto, sino porque se
obliga para siempre, con cierta solemnidad, a las cosas relacionadas
con la perfección. Sucede también que algunos se obligan a lo que no
cumplen, mientras que otros cumplen aquello a lo que no se obligaron,
como aparece en Mt 21,25ss con los dos hijos, uno de
los cuales, cuando el padre les dice: Id a trabajar a mi viña,
respondió: No quiero, y después fue, mientras que el otro
dijo: Voy, pero no fue. Por eso es admisible que algunos
perfectos no se hallen en el estado de perfección, mientras que otros,
que se hallan en estado de perfección, no son perfectos.
A las objeciones:
1. Mediante el crecimiento
corporal se progresa en el orden natural y, por tanto, se alcanza el
estado natural, sobre todo porque lo que es conforme a la
naturaleza es estable en cierto modo, en cuanto que la naturaleza
está determinada a algo fijo. De igual modo, mediante el crecimiento
espiritual se alcanza el estado de perfección respecto del juicio
divino. Pero en cuanto a la distinción de los grados eclesiásticos no
se alcanza el grado de perfección sino mediante el aumento
representado en las acciones exteriores.
2. La objeción se refiere también
al estado interior. Sin embargo, cuando se pasa del pecado a la
gracia, se pasa también de la esclavitud a la libertad, lo cual no se
da por un simple crecimiento de la gracia, sino cuando alguien se
obliga a las cosas del orden de la gracia.
3. También esta objeción se
refiere al estado interior. No obstante, aunque la caridad cambia el
estado de esclavitud y de libertad, esto no produce un aumento de
caridad.
Artículo 5:
¿Se hallan los religiosos y los prelados en estado de
perfección?
lat
Objeciones por las que los prelados y los religiosos no se hallan en
el estado de perfección.
1. El estado de perfección se distingue del estado de principiantes y
avanzados. Pero no hay ninguna clase de hombres especialmente
consagrados al estado de avanzados o de principiantes. Luego parece
que tampoco ha de haber hombres especialmente consagrados al estado de
perfección.
2. El estado externo debe responder al interior. De lo
contrario se incurriría en mentira, la cual no consiste sólo en
palabras falsas, sino también en obras fingidas, como dice San
Ambrosio en uno de sus Sermones. Pero hay
muchos religiosos y prelados que no poseen la perfección interna de la
caridad. Luego, si todos los religiosos y prelados se hallaran en
estado de perfección, se seguiría que todos los que no son perfectos
están en pecado mortal por hipócritas y mentirosos.
3. La perfección consiste en la caridad, como ya dijimos
(
a.1). Pero parece que la perfección de la caridad se da en los
mártires, según lo que se dice en Jn 15,13:
Nadie tiene más amor
que aquel que da su vida. Y a propósito del texto de Heb 12,14:
todavía no habéis resistido hasta la sangre, dice la
Glosa:
En esta vida no hay amor más perfecto
que aquel al que llegaron los santos mártires que lucharon contra el
pecado hasta la sangre. Luego parece que debemos asignar el estado
de perfección a los mártires antes que a los religiosos y a los
obispos.
Contra esto: está el hecho de que Dionisio, en V De Eccles.
Hier., asigna la perfección a los obispos como encargados de perfeccionar. Y en el VI de la misma
obra asigna la perfección a los religiosos, a los que
llama monjes o terapeutas, es decir, servidores de
Dios, como a perfectos.
Respondo: Como notamos antes (
a.4), para el
estado de perfección se requiere una obligación perpetua para con todo
lo referente a la perfección, acompañada de cierta solemnidad. Ambas
condiciones se dan en los religiosos y en los obispos. En efecto, los
religiosos se obligan a privarse de cosas terrenas de las que podrían
hacer uso legítimamente, para dedicarse más libremente a Dios, lo cual
constituye la perfección de la vida presente. Por eso dice Dionisio en
VI
De Eccles. Hierarch., hablando de los
religiosos:
Unos los llaman terapeutas, es decir, siervos,
por estar consagrados al servicio y culto de Dios; otros los llaman
monjes, por la vida indivisible y singular que los une con las santas
envolturas, es decir, contemplaciones,
de lo invisible, a la
unidad deiforme y a la perfección divina digna de ser
amada. La obligación de éstos también tiene lugar con cierta
solemnidad de profesión y bendición. Por eso añade Dionisio en la
misma obra:
Por ello, al concederles la santa ley
una gracia perfecta, los honra con una vocación santificadora.
De igual modo, también los obispos se obligan a las cosas tocantes a
la perfección al asumir el oficio pastoral, que lleva consigo el que el pastor dé su vida por las ovejas, como se dice en Jn 10,11.
Por eso dice el Apóstol en 1 Tim 6,12: Has hecho una buena
confesión ante muchos testigos, es decir, en tu ordenación,
como comenta la Glosa. Se da también solemnidad
de consagración junto con la profesión predicha, según lo que se dice
en 2 Tim 1,6: Que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti
por la imposición de las manos, que la Glosa
interpreta como gracia episcopal. Y Dionisio dice, en V De
Eccles. Hierarch., que el sumo sacerdote,
esto es, el obispo, recibe en su ordenación las Santas Escrituras,
que se le colocan sobre la cabeza, para significar que recibe la
plenitud del sacerdocio jerárquico, y que él es no sólo el que
ilumina todo cuanto pertenece a las palabras y acciones santas, sino
que las transmite a los demás.
A las objeciones:
1. El principio y el crecimiento
no se buscan por sí mismos, sino por la perfección. Por eso al estado
de perfección sólo son llamados algunos hombres con cierta
obligación.
2. Los hombres abrazan el estado
de perfección no como si admitieran que son perfectos, sino confesando
que tienden a la perfección. Por eso dice el Apóstol en Flp 3,12: No es que la haya alcanzado ya, o que sea perfecto, sino que la sigo
por si le doy alcance. Y añade después (v.15): Por esto,
cuantos somos perfectos, sintamos esto. Luego no comete mentira ni
simulación el que asume el estado de perfección por no ser perfecto,
sino por renunciar al deseo de perfección.
3. El martirio consiste en un
acto perfectísimo de caridad. Pero un acto de perfección no es
suficiente para crear estado, como ya dijimos (
a.4).
Artículo 6:
¿Se hallan todos los prelados eclesiásticos en estado de
perfección?
lat
Objeciones por las que parece que todos los prelados eclesiásticos se
hallan en estado de perfección.
1. Dice San Jerónimo en Super Epist. ad Tiíum: En otro tiempo era lo mismo presbítero que obispo. Y después
añade: Por tanto, de igual modo que los
presbíteros saben que, según la costumbre de la Iglesia, están sujetos
al que es su superior, así también los obispos deben saber que ellos,
más por costumbre que por verdadera disposición del Señor, son los
superiores de los presbíteros, y que deben gobernar la Iglesia en
común. Pero los obispos se hallan en estado de perfección. Luego
también los presbíteros que tengan cura de almas.
2. Así como los obispos reciben la cura de almas juntamente
con la consagración, así también la reciben los presbíteros con cura
de almas, y también los arcedianos, de los cuales, comentando el
pasaje Act 6,3: Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros siete
varones de buena reputación, dice la Glosa: Aquí querían los Apóstoles que se establecieran siete diáconos,
que fueran del grado más alto, y como columnas del prójimo alrededor
del altar. Luego parece que también ellos se hallan en el estado
de perfección.
3. Al igual que los obispos, también los presbíteros con
cura de almas y los arcedianos se obligan a
dar su vida por sus
ovejas. Pero esto es algo que pertenece a la perfección de la
caridad, como ya hemos dicho (
a.2 ad 3;
a.5). Luego parece que también
los presbíteros con cura de almas y los arcedianos se hallan en el
estado de perfección.
Contra esto: está la autoridad de Dionisio, quien escribe en V De
Eccles. Hier.: El orden de los pontífices
tiene como misión consumar y llevar a la perfección el de los
sacerdotes, iluminar y esclarecer; el de los diáconos, purificar y
escoger. Queda claro, con ello, que la perfección se atribuye
únicamente a los obispos.
Respondo: En los presbíteros y en los diáconos
que tienen cura de almas pueden considerarse dos
cosas: el orden y la cura de almas. El orden se refiere a un acto
particular en los divinos oficios. Por eso dijimos antes (
q.183 a.3 ad 3) que la distinción de órdenes queda dentro de la división de
oficios. De ahí que, por el hecho de recibir algunos el orden sagrado,
reciben la potestad de realizar algunos ritos sagrados, pero no quedan
obligados, por ello, a las cosas referentes a la perfección, excepto
en la Iglesia occidental, en la cual, al recibir el orden sagrado, se
pronuncia el voto de castidad, que es uno de los que forman parte del
estado de perfección, como diremos más adelante (
q.186 a.4). Por ello,
resulta evidente que, por el hecho de recibir un orden sagrado, no
queda esencialmente constituido en estado de perfección, aunque se
requiera una perfección interior para ejercer dignamente estos
actos.
Tampoco son constituidos en estado de perfección por parte de la cura
de almas que reciben, pues no quedan obligados por ello, con el
vínculo de voto perpetuo, a retener la cura de almas, sino que pueden
dejarla, bien sea entrando en religión, incluso sin permiso del
obispo, tal como se dice en las Decretales, XIX caus.,
q.2; y también con permiso del obispo puede un
arcediano dejar el arcedianato o la parroquia y admitir una simple
prebenda sin cura de almas, lo cual no le estaría permitido si se
hallara en el estado de perfección, pues nadie que pone las manos
en el arado y mira atrás es apto para el reino de los cielos, como
se dice en Lc 9,62. Los obispos, en cambio, puesto que se hallan en el
estado de perfección, no pueden dejar la cura episcopal sin
autorización del Sumo Pontífice, que es también el único que puede
dispensar los votos perpetuos, y por causa justa, como diremos (q.185 a.4).
Queda claro, pues, que no todos están constituidos en estado de
perfección, sino sólo los obispos.
A las objeciones:
1. Podemos hablar del obispo y del
presbítero bajo dos aspectos. En primer lugar, en cuanto al nombre.
Bajo esta consideración, antiguamente no había distinción entre obispo
y presbítero, puesto que se llamaban obispos porque son
superintendentes, como dice San Agustín en XIX
De Civ. Dei, mientras que presbíteros, en griego, significa
ancianos. Por eso el Apóstol, frecuentemente, llama
presbíteros a ambos cuando escribe en 1 Tim 5,17:
Los
presbíteros que presiden bien sean tenidos en doble honor. Y
también los llama
obispos cuando, según Act 20,28, habla a los
presbíteros de la Iglesia de Efeso:
Mirad por vosotros y por todo
el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos,
para apacentar la Iglesia de Dios.
Pero, en la realidad, siempre hubo diferencia entre ellos, incluso en
tiempo de los Apóstoles, como nos manifiesta Dionisio en V De
Eccles. Hier.. Y así, al comentar Lc 10,1: después designó el Señor..., dice la Glosa: Así como los Apóstoles son tipo de los obispos, así los setenta y
dos discípulos lo son de los presbíteros de segundo
orden.
Pero más tarde, para evitar el cisma, fue preciso que se
distinguieran también los nombres, de modo que los superiores se
llamaran obispos y los inferiores presbíteros.
Por ello, decir que los obispos no se distinguen de los presbíteros
es una de las afirmaciones heréticas que San Agustín enumera en De
Haeres. cuando cuenta que, según los arrianos,
no debía señalarse ninguna diferencia entre el presbítero y el
obispo.
2. Los obispos están encargados
principalmente del cuidado de todas las cosas de la diócesis, mientras
que los presbíteros con cura de almas y los arcedianos tienen a su
cargo algunos ministerios bajo la autoridad del obispo. Por eso,
comentando el pasaje de 1 Cor 12,28: a unos la asistencia, a otros
el gobierno, dice la Glosa: «Asistencia», es decir, ayuda a los que desempeñan un trabajo mayor,
como Tito al Apóstol o los arcedianos a los obispos. «Gobierno», es
decir, la autoridad de que gozan las personas inferiores, como son los
presbíteros, que enseñan al pueblo. Y Dionisio dice, en V De
Eccles. Hier., que así como vemos a toda la
jerarquía culminar en Jesús, así cada una en particular culmina en el
propio jerarca divino, es decir, el obispo. También podemos leer
en el Decreto XVI, q.1: Todos los
presbíteros y diáconos han de procurar no hacer nada sin autorización
del obispo. De todo ello se deduce que son, respecto del obispo,
como los magistrados o ministros respecto del rey. Por
eso, así como en el orden del poder temporal es el rey el único que
recibe la bendición solemne, mientras que los demás son constituidos
por simple comisión de él, así también en la Iglesia el cargo
episcopal se confía por medio de la consagración solemne, y el de
arcediano y el de párroco por simple delegación. Sin embargo, son
consagrados al recibir las órdenes, incluso antes de recibir la cura
de almas.
3. No teniendo los arcedianos y
los presbíteros como misión principal la cura de almas, sino la
administración confiada a ellos por el obispo, tampoco les toca de un
modo principal el oficio pastoral ni la obligación de dar su vida por
las ovejas, sino en cuanto participan de la cura de almas. Por ello,
más que hallarse en estado de perfección, desempeñan una misión
relacionada con él.
Artículo 7:
¿Es el estado religioso más perfecto que el episcopal?
lat
Objeciones por las que parece que el estado religioso es más perfecto
que el episcopal.
1. El Señor dice en Mt 19,21: Si quieres ser perfecto, vete,
vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, que es lo que hacen
los religiosos. Pero los obispos no están obligados a esto, pues se
dice en Decretal. XII q.1: Los obispos
dejen a sus herederos todo lo que sean cosas suyas o adquiridas o que
les pertenezcan personalmente. Luego los religiosos se hallan en
un estado más perfecto que los obispos.
2. La perfección principal consiste en el amor a Dios más
que en el amor al prójimo. Pero el estado religioso se ordena
directamente al amor de Dios, por lo cual reciben su denominación
del culto y servicio a Dios, según dice Dionisio en VI De
Eccles. Hier.. Por el contrario, parece que el
estado episcopal se ordena al amor al prójimo, del que los obispos se
encargan como superintendentes, como afirma San Agustín en XIX De Gv. Dei. Luego parece que el estado de los
religiosos es más perfecto que el de los obispos.
3. El estado religioso se ordena a la vida contemplativa,
la cual es mejor que la activa, puesto que San Gregorio, en su Pastoral, dice que Isaías escogió el oficio de
la predicación queriendo ser útil al prójimo mediante la vida activa,
mientras que Jeremías, queriendo dedicarse más intensamente al amor
del Creador mediante la contemplación, temía el oficio de
predicador. Luego parece que el estado religioso es más perfecto
que el episcopal.
Contra esto: está el hecho de que nadie puede pasar de un estado más
perfecto a otro menos perfecto, porque sería mirar hacia
atrás. Pero se puede pasar del estado religioso al episcopal, pues
se dice en la Decretal XVIII q.1 que la
sagrada ordenación convierte a un monje en obispo. Por tanto, el
estado episcopal es más perfecto que el estado religioso.
Respondo: Como afirma San Agustín en Super
Gen. ad litt., el agente es siempre más
importante que el paciente. Ahora bien: en el orden de la
perfección, los obispos, según Dionisio, son más
perfectos, mientras que los religiosos son perfectos,
perteneciendo lo primero a la acción y lo segundo a la pasión. Es,
pues, evidente que el estado de perfección se halla en los obispos con
más propiedad que en los religiosos.
A las objeciones:
1. La renuncia a los propios
bienes puede considerarse bajo un doble aspecto. En primer lugar, la
renuncia actual. Así entendida, la perfección no consiste
esencialmente en ella, sino que es un instrumento de la perfección,
como dijimos antes (
a.3). Por eso puede admitirse que haya un estado
de perfección sin renunciar a lo que es propio. Lo mismo ha de decirse
de otras observancias exteriores.
Puede considerarse la renuncia, en segundo lugar, como disposición
del ánimo para hacerla; es decir, que el hombre esté dispuesto a
abandonar y distribuir todo si fuere necesario, y esto pertenece
directamente a la perfección. Por eso dice San Agustín en De
Quaest. Evang.: El Señor enseña que los hijos
de la sabiduría comprenden que la justicia no consiste
en ayunar o comer, sino en sufrir la indigencia con ecuanimidad. Y
por ello dice también el Apóstol (Flp 4,12): Sé lo que es vivir en
la abundancia y pasar necesidad. Ahora bien: los obispos están
obligados a despreciar todo lo que es de ellos, si es preciso, por el
honor de Dios y la salvación de su rebaño, bien dándoselo a los pobres
de su rebaño o bien tolerando golosamente el ser despojados de
ello.
2. El que los obispos se dediquen
a lo referente al amor al prójimo es fruto de la abundancia del amor
divino. Por eso el Señor preguntó a Pedro primeramente si le quería, y
después le encomendó el cuidado del rebaño. Y San Gregorio dice en su Pastoral: Si la carga pastoral es un
testimonio de amor, aquel que, teniendo las cualidades necesarias, no
apacienta el rebaño, demuestra que no ama al Pastor Supremo. Y es
signo de mayor amor el que el hombre, por un amigo, sirva también a
otro que el querer servir exclusivamente al amigo.
3. Como dice San Gregorio en su Pastoral, sea el prelado el primero en la acción y
esté más que nadie absorbido por la contemplación, ya que les
incumbe la contemplación no sólo por sí mismos, sino por la
instrucción de los otros. Por eso dice San Gregorio, en Super
Ez., que de los hombres perfectos, cuando han
vuelto de la contemplación, se afirma: el gusto de tu dulzura les
viene a la boca.
Artículo 8:
¿Tienen los párrocos y los arcedianos una perfección mayor que los
religiosos?
lat
Objeciones por las que parece que los párrocos y los arcedianos
poseen una perfección mayor que los religiosos.
1. Dice San Juan Crisóstomo en su Diálogo: Aunque me presenten un monje que, exagerando un poco, sea como
Elías, sin embargo, no se puede comparar con aquel que está entregado
al pueblo y dispuesto a soportar los pecados de muchos. Y poco
después: Si se me diera a escoger entre agradar a
Dios en el oficio sacerdotal o en la soledad del monasterio, elegiría
lo primero. Y en la misma obra dice más: Si se
comparan un sacerdocio bien administrado con los sudores de
aquélla, es decir, de la vida monástica, se hallará entre ellos
la misma distancia que separa a un rey de un simple súbdito. Luego
parece que los sacerdotes con cura de almas son más perfectos que los
religiosos.
2. Dice San Agustín en la Carta ad Valerium: Considere tu religiosa prudencia que no hay nada en esta vida, sobre todo en estos tiempos, nada más difícil, laborioso y peligroso que el oficio de obispo, de presbítero o de diácono; pero no hay para Dios nada más feliz si lucha de la manera que quiere nuestro Jefe. Por tanto, los religiosos no son más perfectos que los presbíteros o los diáconos.
3. Dice San Agustín en Ad Aurelium: Sería demasiado doloroso el exponer a los monjes a una soberbia
tan perniciosa y creer a los clérigos dignos de tan grave afrenta como
es el decir que «un mal monje puede ser un buen clérigo», porque, a
veces, un buen monje no hace un buen clérigo. Y poco
antes había dicho que no debe darse a los siervos
de Dios, es decir, a los monjes, ocasión de creer que son
elegidos para algo mejor, a saber, el estado clerical, si se
hacen peores, es decir, si dejan el estado monacal. Luego parece
que los que se hallan en el estado clerical son más perfectos que los
religiosos.
4. Más todavía: no está permitido pasar de un estado superior a otro
inferior. Ahora bien: se permite pasar del estado monástico al oficio
de presbítero con cura de almas, como aparece en la Decretal
XVI, I, en un decreto del papa Gelasio
que dice: Si hubiere algún monje que, siendo venerable por el
mérito de su vida, se le juzga digno del sacerdocio, y el abad bajo
cuyas órdenes lucha por Cristo pide que se le haga sacerdote, debe ser
seleccionado por el obispo y ordenado en el lugar que creyere
conveniente. Y San Jerónimo escribe en Ad Rusticum
Monachum: Vive en el monasterio de tal modo
que merezcas ser un clérigo. Luego los presbíteros con cura de
almas y los arcedianos son más perfectos que los religiosos.
5. Los obispos se hallan en un estado más perfecto que los
religiosos, como dijimos antes (
a.7). Pero los presbíteros con cura de
almas y los arcedianos, por el hecho de tener cura de almas, son
más semejantes a los obispos que los religiosos. Por
consiguiente, su perfección es mayor.
6. La virtud tiene por objeto el bien arduo,
como se dice en II Ethic.. Ahora bien: es más
difícil vivir en el cargo de presbítero con cura de almas o de
arcediano que en el estado religioso. Por tanto, los presbíteros con
cura de almas y los arcedianos poseen una virtud más excelente que los
religiosos.
Contra esto: está lo que aparece en el Decreto XIX q.2, can. Duae: Si alguno en su iglesia gobierna al
pueblo bajo la autoridad del obispo viviendo en el siglo y, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, quiere salvarse viviendo en un
monasterio o entre canónigos regulares, está guiado por una ley
privada y no hay por qué oponerle ninguna ley pública. Pero la ley
del Espíritu Santo, que en el texto se llama ley privada, no
guía sino hacia algo más perfecto. Luego parece que los religiosos son
más perfectos que los arcedianos y los presbíteros con cura de
almas.
Respondo: No hay comparación de superioridad
entre dos cosas por aquello en que convienen, sino por aquello que las
distingue. Ahora bien: en los presbíteros con cura de almas y en los
arcedianos hay que considerar tres cosas: el estado, el orden y el
oficio. Por el estado son seculares; por el orden son sacerdotes o
diáconos y, como oficio, tienen encomendada la cura de
almas.
Por tanto, si ponemos por una parte a uno que sea religioso por su
estado, diácono o sacerdote por su orden y con cura de almas por su
oficio, como son la mayoría de los religiosos y canónigos regulares,
será mejor en lo primero e igual en lo demás. Pero si el segundo se
distingue del primero en el estado y el oficio y coincide en el orden,
como es el caso de los religiosos sacerdotes y diáconos que no tienen
encomendada la cura de almas, es evidente que el segundo será más
excelente que el primero por su estado, inferior en su oficio e igual
en su orden. Es conveniente, pues, considerar qué preeminencia es
mejor: la del estado o la del oficio.
Acerca de esto parece que hay que tener en cuenta dos cosas: la
bondad y la dificultad. Por tanto, si se compara la bondad, es
superior el estado religioso al oficio de presbítero con cura de almas
o arcediano, porque el religioso consagra toda su vida a alcanzar la
perfección, mientras que el presbítero con cura de almas y el
arcediano no dedican toda su vida a la cura de almas, como el obispo,
ni tampoco les compete, como al obispo, el cuidado de las almas como
principal responsable, sino que se les confían ciertos actos
determinados, como dijimos arriba (a.6 ad 1.3). Por ello, la
comparación entre el estado religioso y el oficio de éstos es como la
de lo universal con lo particular y como la del holocausto con el
sacrificio, como da a entender San Gregorio en Super
Ez.. Por eso se dice en XIX q.1: A los clérigos que quieren hacerse monjes, puesto que desean
seguir una vida mejor, es preciso que el obispo les deje entrar
libremente en los monasterios. Pero hay que tener en cuenta que
esta comparación se refiere al género de vida considerado en sí mismo,
ya que si se tiene en cuenta la caridad del que la practica, sucede, a
veces, que una obra menos importante en sí misma es más meritoria
porque se hace con más caridad.
Pero si se tiene en cuenta la dificultad de llevar una vida santa en
el matrimonio y en la que lleva consigo el tener cura de almas, es más
difícil llevar a cabo bien el cuidado de las almas, por los peligros
exteriores, aunque en sí misma es más difícil la vida religiosa por el
rigor de la observancia regular.
Ahora bien: si el religioso no tiene órdenes, como en el caso de los
conversos, es evidente que entonces es superior en dignidad el orden,
ya que el orden sagrado consagra para los más altos ministerios, en
los cuales se sirve a Cristo en el sacramento del altar, para lo cual
se requiere una santidad interior mayor que para el estado religioso.
En efecto, como dice Dionisio en VI De Eccles.
Hier., el orden monástico debe ir después del
orden sacerdotal, y elevarse a las cosas divinas imitándolo. Por
consiguiente, en igualdad de condiciones, peca más gravemente el
clérigo que ha recibido las órdenes sagradas, si realiza algo
contrario a la santidad, que el religioso que no las ha recibido,
aunque el religioso laico está obligado a las observancias regulares,
las cuales no obligan a los que han recibido las órdenes
sagradas.
A las objeciones:
1. A los textos de San Juan
Crisóstomo podría responderse, brevemente, que no habla del sacerdote
con cura de almas de orden inferior, sino del obispo, que se llama
sumo sacerdote. Esto está de acuerdo con el propósito de aquella
obra, en la que trata de consolarse a sí mismo y a San Basilio, que
habían sido elegidos obispos.
Pero, dejando esto aparte, hay que decir que habla desde el punto de
vista de la dificultad, puesto que dice antes: Cuando el piloto esté en medio de las olas y sepa salvar su nave de la
tempestad, justamente se merece el título de piloto perfecto. Y
después pone lo que antes citamos (obj.1) sobre el monje, el cual no puede compararse con aquel que, entregado al pueblo, permanece
inmóvil y firme; y añade la causa: porque se gobernó a sí mismo
igual en la tempestad que en la calma. De esto sólo puede
deducirse que es más peligroso el estado del que tiene cura de almas
que el del monje, y es señal de mayor virtud el permanecer inocente en
un peligro mayor. Pero también es signo de mayor virtud el evitar los
peligros entrando en religión. Por ello no dice que preferiría
estar en el oficio de sacerdote antes que en la soledad de los
monjes, sino que preferiría agradaren esto más que en lo
primero, porque es señal de mayor virtud.
2. También el texto de San
Agustín habla claramente de la dificultad, que muestra la grandeza de
la virtud en los que la soportan, como dijimos antes (ad 1).
3. En el texto aducido, San
Agustín compara a los monjes y clérigos en cuanto a la diferencia de
orden, no en cuanto a la distancia entre la religión y la vida
secular.
4. Aquellos que son escogidos de
la religión para ejercer cura de almas, habiendo sido antes promovidos
a las órdenes sagradas, alcanzan algo que no tenían antes, a saber, el
oficio de la cura de almas, sin dejar lo que tenían anteriormente, el
estado religioso, pues se dice en las
Decretales XVI causa
q.1:
Si algún monje que, habiendo estado mucho
tiempo en el monasterio, llega luego a las órdenes clericales,
decretamos que no debe abandonar su primera vocación. Pero los
párrocos y los arcedianos tienen que dejar, al entrar en religión, la
cura de almas para alcanzar un estado más perfecto. De donde se deduce
claramente la superioridad de la vida religiosa.
En cambio, si un religioso laico es elegido para la clericatura y las
órdenes sagradas, es claramente promovido a un estado mejor, como ya
dijimos (obj.4; corp.). Esto se ve en el modo de hablar, cuando San
Jerónimo escribe: Vive en el monasterio de tal modo que merezcas
ser clérigo.
5. Los presbíteros que tienen cura
de almas y los arcedianos se parecen a los obispos más que los
religiosos en algún aspecto: en cuanto a la cura de almas, que tienen
de un modo secundario. Pero en cuanto a la obligación perpetua,
requerida para el estado de perfección, son los religiosos más
semejantes a los obispos, como se deduce de lo ya expuesto
(
a.5.6).
6. La dificultad debida a la dureza
de la obra añade algo a la perfección de la virtud. Pero la dificultad
que se deriva de los impedimentos exteriores disminuye, a veces, la
perfección de la virtud cuando, por ejemplo, no se ama la virtud tanto
como para querer vencer los impedimentos, según la afirmación del
Apóstol en 1 Cor 9,25: Todo el que lucha en la arena se abstiene
de todo. A veces, en cambio, es signo de virtud perfecta cuando,
por ejemplo, de repente o como consecuencia de una causa necesaria,
surgen obstáculos contra la virtud que, sin embargo, no son
suficientes para que la persona se aparte de la virtud. Ahora bien: en
el estado religioso es mayor la dificultad por la dureza de las obras,
pero para todos cuantos, de cualquier modo, viven en este mundo es
mayor la dificultad por los obstáculos que se oponen a la virtud,
dificultad que los religiosos han sabido evitar cuidadosamente.