Artículo 1:
¿Es una virtud la templanza?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza no es una
virtud.
1. Ninguna virtud se opone a una inclinación natural, puesto que hay en nosotros una tendencia natural a la virtud, como leemos en
II Ethic.. Ahora bien: la templanza nos aparta
de los placeres, hacia los cuales nos inclina la naturaleza, tal como
se dice en II Ethic.. Por consiguiente, la
templanza no es una virtud.
2. Existe entre las virtudes una íntima conexión, como
dijimos (
1-2 q.65 a.1). Pero hay quienes tienen templanza y carecen de
otras virtudes, pues encontramos muchos temperantes que son avaros o
tímidos. Por consiguiente, la templanza no es una virtud.
3. A cada virtud corresponde un don, como ya demostramos
(
1-2 q.68 a.4). A la templanza, en cambio, no parece corresponderle
don alguno según la distribución que hicimos antes (q.8.9.19.45.52. 121.139). Luego la templanza no es una virtud.
Contra esto: dice San Agustín en VI Musicae: Lo que llamamos templanza es verdadera virtud.
Respondo: tal como ya señalamos (
1-2 q.55 a.3), es esencial a la virtud inclinar al hombre al bien. Pero el bien
del hombre consiste en
vivir conforme a la razón, como dice
Dionisio en IV
De Div. Nom.. Por consiguiente,
es virtud humana la que inclina hacia lo que es acorde con
la razón. Ahora bien: la
templanza inclina claramente a esto, pues su mismo nombre indica
cierta moderación o atemperación, propias de la razón. Luego la
templanza es virtud.
A las objeciones:
1. La naturaleza inclina a cada
uno hacia lo que le es conveniente. De ahí que el hombre desee, de un
modo natural, la delectación que le es conveniente. Pero, dado que el
hombre, en cuanto tal, es racional, se sigue que los placeres que
convienen al hombre son los que se ajustan a la razón. Ahora bien: la
templanza no aparta de éstos, sino de los que se oponen a la razón.
Por consiguiente, es evidente que la templanza no se opone a la
inclinación natural del hombre, sino que actúa de acuerdo con ella. Se
opone, en cambio, a la inclinación bestial, no sujeta a la
razón.
2. La templanza, por responder
adecuadamente a la noción de virtud, no puede darse sin prudencia, de
la que carecen los viciosos. Por eso, quienes carecen de las otras
virtudes, al estar entregados a los vicios opuestos, no tienen la
templanza que es virtud, sino que practican actos de templanza, debido
a una inclinación natural que hace que algunas virtudes imperfectas
sean naturales al hombre, como ya dijimos (
1-2 q.63 a.1), o debido a
una disposición adquirida por la costumbre, que, por carecer de la
prudencia, no tiene la perfección de la razón, como tenemos dicho (
1-2 q.58 a.4;
q.65 a.1).
3. También a la templanza le
corresponde un don, el de temor (
1-2 q.68 a.4 ad 1), que facilita
retraerse de los placeres de la carne, pues dice el salmo 118,120:
Atraviesa mi carne con tu temor. El don de temor, no obstante,
mira principalmente a Dios, cuya ofensa trata de evitar, y así
corresponde a la virtud de la esperanza, como dijimos (
q.19 a.9 ad 1);
pero secundariamente se refiere también a todo aquello que retrae al
hombre de ofender a Dios. Y como el hombre necesita, de un modo
especial, el temor de Dios para huir de lo que más le atrae, y de esto
trata la templanza, de ahí que le corresponda a la templanza también
el don de temor.
Artículo 2:
¿Es la templanza una virtud especial?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza no es una virtud
especial.
1. San Agustín dice, en De moribus Eccl., que
es propio de la templanza conservar al hombre íntegro y perfecto
para Dios. Pero esto es común a todas las virtudes. Luego la
templanza es una virtud general.
2. Además, dice San Ambrosio, en el I De Offif., que en la templanza se busca y se espera, sobre
todo, la tranquilidad del alma. Ahora bien: esto es propio de toda
virtud. Luego la templanza es una virtud general.
3. También dice Cicerón (De Offic.) que lo
bello es inseparable de lo honesto y que todo lo justo es
bello. Pero a lo bello se refiere propiamente la templanza, como
allí mismo se dice. Por consiguiente, la templanza no es una virtud
especial.
Contra esto: el Filósofo, en II y III
Ethic., la considera virtud especial.
Respondo: En el lenguaje humano, algunos nombres comunes se suelen
usar para designar por antonomasia los objetos más importantes dentro
del conjunto definido por ellos; así, el nombre
ciudad designa
por antonomasia a Roma. De igual modo, el nombre
templanza
admite una doble acepción. En primer lugar, según su acepción más
común. Y así, la templanza no es una virtud especial, sino general;
indica, en efecto, una cierta moderación o atemperación impuesta por
la razón a los actos humanos y a los movimientos pasionales, es decir,
algo común a toda virtud moral. Sin embargo, la noción de templanza es
distinta de la de fortaleza, incluso considerando ambas como virtudes
generales; pues la templanza aparta al hombre de aquello que le atrae
en contra de la razón, y la fortaleza, en cambio, le anima a soportar
y afrontar la lucha contra lo que le lleva a rehuir el
bien de la razón.
Pero si consideramos la templanza por antonomasia, como lo que pone
freno al deseo de lo que atrae al hombre con más fuerza, entonces sí
es una virtud especial, que tiene una materia especial, igual que la
fortaleza.
A las objeciones:
1. El apetito humano se ve
viciado, sobre todo, por los objetos que más incitan al hombre a
apartarse de la norma de la razón y de la ley divina. Por ello, así
como podemos admitir una doble acepción de la templanza, una general y
otra de excelencia, podemos hacer lo mismo con la integridad, que San
Agustín atribuye a la templanza.
2. Los objetos de los cuales se
ocupa la templanza son capaces de perturbar al espíritu humano en el
más alto grado, puesto que son esenciales al hombre, como veremos más
adelante (
a.4.5). Por eso la tranquilidad del espíritu se atribuye por
antonomasia a la templanza, aunque pueda decirse en general de todas
las virtudes.
3. Aunque la belleza la poseen
todas las virtudes, por excelencia pertenece a la templanza y por
doble motivo. En primer lugar, en virtud de la noción más general de
templanza, de la que es propia una moderada y conveniente proporción,
en la cual consiste precisamente la belleza, como demuestra Dionisio
en
De Div. Nom.. En segundo lugar, porque lo
que refrena la templanza es lo más bajo del hombre, lo que le
corresponde por su naturaleza bestial, como veremos (
a.7 obj.1;
a.8 ad 1;
q.142 a.4), y, por tanto, es lo que más degrada. Por consiguiente,
la belleza pertenece sobre todo a la templanza, que suprime de un modo
especial esta vergüenza.
Por la misma razón, la honestidad se atribuye también y sobre todo a
la templanza, pues dice San Isidoro en Etymol.: Es honesto lo que no contiene nada de vergonzoso, ya que la
honestidad es como un estado habitual de honor. Todo esto
corresponde sobre todo a la templanza, que reprime los vicios más
oprobiosos, como veremos (q.142 a.4).
Artículo 3:
¿Se ocupa la templanza solamente de los deseos y de los
placeres?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza no se ocupa sólo de
los deseos y los placeres.
1. Cicerón dice, en su Rhetorica, que la templanza es un
dominio firme y moderado de la razón sobre la concupiscencia y sobre
los demás movimientos desordenados del alma. Ahora
bien: todas las pasiones son movimientos desordenados del alma. Por
tanto, no parece que la templanza se limite a los deseos y los
placeres.
2. La virtud tiene por objeto lo difícil y lo bueno.
Ahora bien: parece que es más difícil moderar el temor, sobre todo
ante el peligro de muerte, que moderar los deseos y las pasiones, que
se desprecian ante el sufrimiento y ante el peligro de muerte, según
dice San Agustín en Octoginta trium quaest.. Parece, pues, que la virtud de la templanza no se ocupa principalmente
de los deseos y los placeres.
3. Es propio de la templanza el don de la
moderación, como dice San Ambrosio en I De
Offic.. Dice también Cicerón, en I De
Offic. que es propio de la templanza el calmar
toda clase de perturbaciones del espíritu y moderar las cosas.
Pero conviene moderar no sólo los deseos y los placeres, sino también
las acciones y otros objetos exteriores. Así, pues, la templanza no se
ocupa solamente de los deseos y los placeres.
Contra esto: está el hecho de que, según dice San Isidoro en las Etimologías, mediante la templanza se reprimen la
voluptuosidad y el placer.
Respondo: Es propio de toda virtud moral, como dijimos antes (
1-2 q.123 a.12;
q.136 a.2), conservar el bien de la razón contra las
pasiones que se oponen a ella. Pero las pasiones ejercen un doble
movimiento, según vimos al hablar de ellas (
1-2 q.23 a.2). Mediante
uno, el apetito sensitivo persigue el bien sensible y corporal, y
mediante el otro, rehuye el mal sensible y corporal. Ahora bien: el
primero de ellos se opone a la razón de un modo
particular en cuanto que no es moderado. En efecto, los bienes
sensibles y corporales, esencialmente considerados, no se oponen a la
razón, sino que, más bien, están supeditados a ella, como instrumentos
de los que ella se vale para alcanzar su propio fin. La oposición de
estos bienes a la razón radica en el hecho de que el apetito sensitivo
los busca de un modo irracional. Por eso es propio de las virtudes
morales el moderar esos impulsos que se ordenan a la consecución del
bien. Por su parte, el movimiento por el que el apetito sensitivo
rehuye el mal sensible se opone de un modo especial a la razón, no por
el hecho de carecer de moderación, sino principalmente a causa del
efecto que se sigue de él, puesto que cabe la posibilidad de que el
hombre, al rehuir el mal sensible y corporal, que a veces acompaña al
bien de la razón, se aparte también de éste. Por ello, es propio de
las virtudes morales el proporcionar la firmeza necesaria para
mantener el bien racional.
Por consiguiente, así como la virtud de la fortaleza, a la que es
esencial proporcionar firmeza, se ocupa principalmente de la pasión
que impulsa a rehuir los males del cuerpo, es decir, del temor y, como
consecuencia, de la audacia, la cual afronta los peligros animada por
la esperanza de conseguir algún bien, así también la templanza, que
implica una cierta moderación, se ocupa principalmente de las pasiones
tendentes al bien sensible, a saber: los deseos y los placeres, y,
sólo como consecuencia, de la tristeza producida por la carencia de
estos deleites. En efecto, así como la audacia presupone dificultades
que superar, de igual modo la tristeza es producida por la carencia de
los deleites mencionados.
A las objeciones:
1. Tal como ya observamos antes
(
1-2 q.25 a.1.2), las pasiones, cuyo objeto es la huida del mal,
presuponen otras que se ocupan de la búsqueda del bien, y las pasiones
del apetito irascible presuponen las del concupiscible. De este modo,
dado que la templanza regula directamente las pasiones del apetito
concupiscible, que tienen por objeto la consecución del bien, regula
igualmente todas las demás pasiones en cuanto que de regular las primeras se sigue, como consecuencia, la regulación de las segundas. En
efecto, quien desea con moderación es natural que espere también
moderadamente y sufra una moderada tristeza cuando no posee las cosas
que desea.
2. La concupiscencia lleva
consigo cierto movimiento impulsivo de la facultad apetitiva hacia el
bien deleitable. Este movimiento necesita ser frenado, y eso es
precisamente lo que hace la templanza. El temor, en cambio, produce un
retraimiento del espíritu frente a algunos males. El hombre necesita
cierta firmeza para regularlo, y la fortaleza se la proporciona. Por
eso es adecuado asignar a la templanza los placeres, mientras que la
fortaleza se ocupa de los temores.
3. Los actos externos proceden de
las pasiones internas del alma. De ahí que la regulación de los mismos
dependa de la regulación de las pasiones internas.
Artículo 4:
¿Se ocupa la templanza, únicamente, de los placeres del
tacto?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza no se ocupa
exclusivamente de los placeres y deseos del sentido del
tacto.
1. San Agustín dice que la virtud de la templanza se ocupa de
reprimir y calmar los deseos que nos hacen inclinarnos hacia aquellas
cosas que nos apartan de la ley de Dios y de los bienes que su bondad
nos proporciona. Y, según dice poco más adelante, es oficio de la templanza el despreciar todas las seducciones
sensibles y la alabanza del pueblo. Ahora bien: no son los deseos
de deleites del tacto los únicos que apartan de la ley de Dios, sino
que también lo hacen los deseos de deleites propios de otros sentidos
y que forman parte, también, de las seducciones corpóreas. Podemos
decir esto mismo del deseo de riquezas o de vanagloria. A este
respecto, San Pablo dice (1 Tim 10) que la codicia es la raíz de
todos los males. Por tanto, la templanza no se ocupa únicamente de
los deseos de deleites del tacto.
2. El Filósofo dice en IV Ethic. que aquel que conserva su dignidad en las cosas pequeñas y dignifica
con ellas su vida, posee la virtud de la templanza, pero no la de la
magnanimidad. Pero los honores, pequeños o
grandes, de los que habla allí, no son el objeto de un deleite del
tacto, sino del conocimiento por parte del alma. Luego la templanza no
se ocupa tan sólo de los deleites del tacto.
3. Y también parece natural que constituyan la materia de una virtud
todas las cosas que pertenecen a un mismo género. Pero todos los
deleites de los sentidos parecen pertenecer a un único género. Por
consiguiente, todos son objeto, de igual modo, de la virtud de la
templanza.
4. Los deleites espirituales son más intensos que los
corporales, como dijimos antes (
1-2 q.31 a.5), al hablar de las
pasiones. Pero hay quienes, a veces, por el deseo de los deleites
espirituales, se apartan de la ley de Dios y de la virtud: tal es el
caso de la curiosidad científica. De ahí que el diablo prometiera al
primer hombre la ciencia cuando le dijo (Gén 3,5):
Seréis como
dioses, conocedores del bien y del mal. Por tanto, la templanza no
se ocupa únicamente de los deleites del sentido del
tacto.
5. Si los deleites del tacto fueran la materia propia de
la templanza, ésta se ocuparía de todos ellos. Pero no se ocupa de
todos, pues quedan fuera de su alcance, por ejemplo, los placeres que
proporciona el juego. Luego los placeres del tacto no son la materia
propia de la templanza.
Contra esto: está el hecho de que Aristóteles, en III Ethic., dice que son objeto propio de la templanza
los deleites del tacto.
Respondo:Como dijimos arriba (
a.3), existe entre la templanza y los
deseos de placeres la misma relación que entre la fortaleza y los
movimientos de temor y de audacia. Ahora bien: la audacia se ocupa de
dichos temores y audacias que tienen por objeto los mayores males, que
acaban con la naturaleza humana, a saber: los peligros de muerte.
Luego también la templanza debe ocuparse de los deseos de los mayores
deleites. Y puesto que el deleite es producto de una operación
natural, será tanto más vehemente cuanto brota de operaciones más
naturales. Pero las operaciones animales más naturales son aquellas
que hacen que la naturaleza del individuo se conserve gracias a la
comida y a la bebida, y que la naturaleza de la especie se conserve
mediante los placeres sexuales. Por eso son materia propia de la
templanza tanto los placeres de la comida y la bebida como los
placeres sexuales. Como dichos placeres pertenecen al sentido del
tacto, podemos afirmar que la templanza tiene por objeto propio los
deleites del tacto.
A las objeciones:
1. San Agustín, en el lugar
citado, no parece considerar la templanza como una virtud especial que
se ocupe de un objeto específico, sino en cuanto que se ocupa de
moderar la razón en cualquier materia, lo cual es aplicable al
concepto general de virtud. Podríamos responder también que aquel que
es capaz de reprimir los mayores deleites podrá, con mayor motivo,
refrenar los deleites menores. Por ello pertenece a la templanza, de
un modo propio y principal, regular los deseos de los deleites del
tacto; pero, de un modo secundario, otros deseos.
2. Aristóteles, en el lugar
citado, aplica el nombre de templanza a la moderación de las cosas
externas: cuando alguien aspira a cosas proporcionadas; pero no en cuanto se refiere a la moderación de los
movimientos del alma, que son objeto de la templanza.
3. Los deleites de los otros
sentidos se manifiestan de modo distinto en el hombre y en los demás
animales. En efecto, en los demás animales los otros sentidos sólo
producen deleite en relación con el sentido del tacto. Así, el león
siente gozo al ver al ciervo o al oír su voz, pero sólo porque puede
ser luego su alimento. El hombre, en cambio, encuentra deleite en los
otros sentidos no sólo bajo este aspecto, sino también por las
sensaciones agradables que encuentra en su objeto. Por eso la
templanza se ocupa de los deleites de otros sentidos en cuanto que
hacen referencia a los deleites del tacto, no de un modo esencial,
sino tan sólo como algo que se deriva de ello. Pero en cuanto que las
impresiones de los otros sentidos son agradables por su propia
excelencia, como sucede cuando el hombre se deleita en un sonido
armonioso, este deleite no es esencial en orden a la conservación de
la naturaleza. De ahí que tales pasiones no posean un carácter
prioritario que permita hablar de templanza, por antonomasia, a
propósito de ellas.
4. Los placeres espirituales,
aunque son esencialmente más intensos que los corporales, no son
percibidos como tales por los sentidos. Por ello no afectan tanto al
apetito sensitivo, cuyo ímpetu es moderado por la virtud
moral.
Puede decirse también que los placeres espirituales obedecen por sí
mismos la norma de la razón. Por ello no es preciso reprimirlos sino
de un modo accidental, en cuanto que uno de ellos puede impedir
disfrutar de otro más importante y legítimo.
5. No todos los deleites del tacto
dicen relación con la conservación de la naturaleza. Por ello no es
necesario que la templanza se ocupe de todos ellos.
Artículo 5:
¿Se ocupa la templanza de los placeres del sentido del
gusto?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza se ocupa de los
placeres propios del sentido del gusto.
1. Los deleites del gusto proceden de la comida y de la bebida, las
cuales son, para el hombre, más necesarias que los deleites carnales,
más propios del tacto. Pero, según dijimos antes (
a.4), la templanza
se ocupa de los deleites de cosas necesarias para la vida humana. Por
tanto, la templanza es una virtud más propia de los deleites del gusto
que de los del tacto.
2. La templanza trata de las pasiones más que de las cosas.
Pero, tal como puede leerse en II De Anima, parece que el tacto es más bien el sentido del alimento,
considerado en su misma naturaleza de alimento, mientras que el sabor,
objeto propio del gusto, es como el deleite de los alimentos.
Luego la templanza es una virtud relacionada con el gusto más que con
el tacto.
3. Tal como leemos en VII Ethic., es uno
mismo el objeto de la templanza y de la intemperancia, de la
continencia y de la incontinencia, de la perseverancia y de la
molicie, siendo ésta un vicio que busca los placeres refinados.
Ahora bien: a esos placeres refinados parece pertenecer el deleite que
se halla en el sabor de las cosas, el cual es objeto del gusto. Por
consiguiente, la templanza se ocupa de los deleites del
gusto.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo: que la
templanza y la intemperancia parecen hacer un uso escaso o nulo del
gusto.
Respondo:Como vimos antes (
a.4), la templanza se ocupa de los
deleites más importantes, los cuales están relacionados con la
conservación humana, bien sea en la especie o en el individuo. Pero
tanto en una como en otro podemos considerar un elemento principal y
otro secundario. Es elemento principal el uso de las cosas necesarias,
tales como la mujer, necesaria para la conservación de la especie, o
la comida y la bebida, que se precisan para la conservación del
individuo. El uso de estas cosas necesarias lleva consigo un cierto
deleite esencial. Por el contrario, es cosa secundaria toda añadidura
a este uso esencial, que lo hace más agradable. Tales son la belleza y
los adornos de la mujer o el buen sabor y olor de los manjares. De ahí
que la templanza se ocupe principalmente del deleite del tacto,
causado naturalmente por el uso, mediante el tacto, de cosas
necesarias. Ahora bien: los deleites producidos por el gusto, el
olfato o la vista son objeto secundario de la
templanza, en cuanto que el placer de estos sentidos contribuye a
aumentar el deleite en el uso de cosas necesarias propias del tacto.
Pero como el gusto está más próximo al tacto que los otros sentidos,
podemos decir que la templanza se extiende a él más que a los
otros.
A las objeciones:
1. El uso de la comida y el
deleite que de él se deriva pertenecen al tacto. Por eso dice el
Filósofo, en II De Anima, que el tacto es
el sentido del alimento, pues nos alimentamos de manjares calientes y
fríos, húmedos y secos. Pero corresponde al gusto la distinción de
los sabores que fomentan el placer de la comida, en cuanto que dichos
sabores son signos del buen estado de los alimentos.
2. El deleite producido por el
sabor es algo como sobreañadido, mientras que el del tacto se sigue
necesariamente del uso de la comida y la bebida.
3. Los placeres refinados radican
esencialmente en la sustancia de la comida, y sólo secundariamente en
el sabor exquisito y en la preparación de los manjares.
Artículo 6:
¿Ha de regirse la templanza por las necesidades de la vida
presente?
lat
Objeciones por las que parece que la norma de la templanza no debe
tomarse de las necesidades de la vida presente.
1. Nunca un principio superior debe ser regulado por otro inferior.
Como la templanza es una virtud del alma, es superior a las
necesidades corporales. Luego de éstas no debe tomarse la norma para
la templanza.
2. Quien traspasa la norma peca. Luego si admitimos que la
necesidad corporal es la norma de la templanza, habremos de admitir
también que todo aquel que disfrute del placer sobrepasando las
necesidades de la vida, la cual se contenta con poco, pecaría contra
la templanza, lo cual no puede admitirse.
3. Y además, quien se atiene a la norma, no peca. Por consiguiente,
si la necesidad corporal fuera la norma de la templanza, todo aquel
que hiciera uso de un placer para remediar una necesidad corporal,
para curarse, por ejemplo, estaría libre de pecado, lo cual parece
falso. Sigúese, por consiguiente, que la necesidad corporal no ha de
ser la norma para la templanza.
Contra esto: está que San Agustín, en su obra De Moribus
Eccles., dice: El hombre que posee la
templanza encuentra en los dos Testamentos la norma que ha de seguir
en las cosas de esta vida, de tal modo que no ame ni considere
apetecible por sí misma ninguna cosa, sino que haga uso de todas ellas
conforme a las necesidades y deberes de esta vida, con la moderación
del usufructuario y no con la pasión del amante.
Respondo:Como ya quedó demostrado antes (
q.123 a.12), el bien de las
virtudes morales reside principalmente en el orden de la razón, ya que
el bien del hombre consiste en vivir según la razón, como dice
Dionisio en IV
De Div. Nom.. Ahora bien: el
principal orden de la razón consiste en dirigir las cosas a su fin, y
en este orden consiste esencialmente el bien de la razón: el bien
tiene naturaleza de fin, y el fin mismo es la norma de las cosas que
se ordenan a él. Pero todas las cosas deleitables que el hombre
utiliza se ordenan, como a su fin propio, a satisfacer alguna
necesidad de esta vida. Por eso la templanza asume las necesidades de
esta vida como norma para ponderar los placeres, proponiéndose el
utilizarlos en la medida en que lo exigen las necesidades.
A las objeciones:
1. Como ya hemos dicho arriba (In corp.), las necesidades de esta vida pueden considerarse como
norma en cuanto que son fines. Pero debemos tener en cuenta que a
veces es distinto el fin del agente y el fin al que tiende la obra
intrínsecamente. Así, por ejemplo, el fin de una construcción es la
casa, mientras que el fin del constructor es, a veces, el lucro. De un
modo semejante, el fin y la norma de la templanza es la felicidad,
mientras los de las cosas que utilizamos son las necesidades de la
vida humana, a las cuales se supeditan las cosas utilizadas.
2. Las necesidades de la vida
humana admiten una doble acepción. Una, tomando como
necesario aquello sin lo cual una cosa no puede
existir en absoluto: el alimento para el animal, por ejemplo.
Otra, si consideramos como necesario aquello sin lo cual una cosa
no puede existir adecuadamente. La templanza toma
en consideración ambas acepciones, y así el Filósofo
dice que el hombre que posee la templanza desea los
placeres en orden a su salud y bienestar. En cuanto a otras cosas
que no son necesarias, pueden presentarse bajo un doble aspecto.
Algunas son inconvenientes para la salud o para el bienestar, y el
hombre que posee la templanza no las utiliza, porque ello equivaldría
a pecar contra ella. Pero utiliza moderadamente, según las
circunstancias de lugar, tiempo y costumbres, otras que no se oponen a
la salud ni al bienestar. Por eso añade Aristóteles, en el mismo
lugar, que el hombre que posee la templanza desea otros placeres no necesarios para la salud y el bienestar, en
cuanto que no son contrarios a estos bienes.
3. Como dijimos antes (ad 2), la
templanza considera la necesidad como conveniencia para la vida no
sólo por parte del cuerpo, sino por parte de los bienes externos, como
pueden ser las riquezas y las dignidades y, en mucho más alto grado,
las conveniencias de la honorabilidad. Por eso, el Filósofo añade, en
el mismo lugar, que, en los placeres que utiliza el
hombre que posee la templanza, no sólo procura que no se opongan a la
salud y al bienestar del cuerpo, sino que no vayan contra el
bien, es decir, contra la honradez humana, ni sobrepasen los
medios, es decir, que no sean superiores a las propias
posibilidades económicas. Y San Agustín dice, en su obra De
Moribus Eccles., que quien posee la templanza no
se fija sólo en las necesidades de esta vida, sino de las
funciones sociales.
Artículo 7:
¿Es la templanza una virtud cardinal?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza no es una virtud
cardinal.
1. El bien de las virtudes cardinales depende de la razón. Pero la
templanza considera los objetos más alejados de la razón, a saber: los
placeres por los cuales somos semejantes a los animales, tal como se
dice en III Ethic.. Luego la templanza no
parece ser una virtud principal.
2. Cuanto más impetuoso es algo, tanto más difícil parece el
refrenarlo. Ahora bien: la ira, que es moderada por la mansedumbre,
parece más impetuosa que la concupiscencia, que es moderada por la
templanza, puesto que leemos en Prov (27,4): La ira no tiene
misericordia, ni mucho menos el furor que la hace estallar: ¿quién
podrá contener el ardor de un ánimo encolerizado? Luego la
mansedumbre parece ser una virtud más excelente que la
templanza.
3. Parece que la esperanza es un movimiento del alma más
importante que el deseo o la concupiscencia, como dijimos arriba (
1-2 q.25 a.4). Y como la humildad refrena la presunción de una esperanza
inmoderada, parece que dicha virtud es más excelente que la templanza,
la cual refrena la concupiscencia.
Contra esto: está que San Gregorio, en su II Moral., coloca la templanza entre las virtudes principales.
Respondo:Tal como dijimos arriba (
q.123 a.11;
1-2 q.61 a.3.4), se
llama virtud principal o cardinal a aquella que posee en un grado
eminente alguna de las características asignadas a la noción de
virtud. Ahora bien: la moderación, necesaria en toda virtud, es
especialmente digna de elogio cuando se ejerce sobre los deleites del
tacto, que son objeto de la templanza. En efecto, tales deleites nos
son más connaturales y, por tanto, es más difícil abstenerse de ellos
y refrenar los deseos de los mismos, y además sus objetos son más
necesarios para la vida presente, como dijimos antes (
a.4.5). Por eso
consideramos a la templanza como virtud principal o
cardinal.
A las objeciones:
1. Tanto mejor se manifiesta la
fuerza de una causa cuanto más lejos puede extender su influjo. Por
ello, la fuerza de la razón se muestra mejor, dado que
puede moderar incluso los deseos y deleites más lejanos. Es aquí donde
debemos ver la principal característica de la templanza.
2. El arrebato de cólera lo
provoca una causa accidental, como puede ser una injuria que nos
entristece. Por eso es pasajero, aunque aparezca con gran
impetuosidad. Pero los movimientos producidos por el deseo de placer
del tacto brotan de una causa natural. De ahí que sean más frecuentes
y duraderos. En consecuencia, el refrenarlos ha de pertenecer a una
virtud más excelente.
3. El objeto de la esperanza es
más noble que el de la concupiscencia, y por eso la esperanza es la
pasión principal del apetito irascible. Pero el objeto de la
concupiscencia y del apetito del tacto mueven con más vehemencia al
apetito, al ser dicho objeto más natural. Por eso es virtud principal
la templanza, que modera ese movimiento.
Artículo 8:
¿Es la templanza la más excelente de las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la templanza es la más excelente de
las virtudes.
1. San Ambrosio, en I De Offic., dice que la
templanza es la que busca más que cualquiera otra lo honesto;
contempla y busca lo que es hermoso. Ahora bien: como la virtud es
tanto más digna de encomio cuanto más honrosa y bella, sigúese que la
templanza es la más excelente de las virtudes.
2. Es propio de una virtud más excelente realizar lo que es
más difícil. Ahora bien: es más difícil refrenar los deseos y deleites
del tacto que rectificar las acciones externas. Puesto que lo primero
es propio de la templanza y lo segundo de la justicia, la templanza es
más excelente que la justicia.
3. Cuanto más común es una cosa, tanto más necesaria y
mejor parece. Pero la fortaleza se ocupa de los peligros de muerte,
que son menos frecuentes que los deleites del tacto, lo cual hace que
la templanza sea más común que la fortaleza. Por consiguiente, la
templanza es la más excelente de las dos.
Contra esto: está que el Filósofo dice, en I Rhet.: Las virtudes más excelentes son aquellas que son más útiles para los demás; por eso honramos sobre todo a los hombres fuertes y justos.
Respondo:Como dice el Filósofo en I Ethic., el bien de la multitud es más divino que el bien del
individuo. Por ello será tanto más excelente una virtud cuanto más
busque el bien de la multitud. Ahora bien: la justicia y la fortaleza
miran al bien de la multitud más que la templanza: la justicia se
ocupa de las relaciones con los demás, y la fortaleza tiene como
objeto los peligros de guerras sostenidas por el bien común. La
templanza, en cambio, sólo modera los deseos y los deleites de cosas
pertenecientes al hombre en cuanto individuo. Por tanto, es claro que
la justicia y la fortaleza, sólo superadas por la prudencia y por las
virtudes teologales, son virtudes más excelentes que la
templanza.
A las objeciones:
1. La templanza trata de la
honestidad y de la belleza de un modo más eminente que las demás
virtudes, no por el bien que aporta, sino por la torpeza del mal
opuesto: en cuanto que modera los deleites por los que nos asemejamos
a los animales.
2. Puesto que la virtud se ocupa de lo difícil y lo bueno, la dignidad de una virtud se mide
por razón del bien, en el cual la justicia es superior, antes que por
razón de la dificultad, en la cual es superior la templanza.
3. La razón común, por la cual una
cosa pertenece a una multitud de hombres, es más importante que la
comunidad debida a la frecuencia con que una cosa ocurre. Bajo el
primer aspecto es superior la fortaleza; bajo el segundo, la
templanza. De ahí que, absolutamente hablando, sea superior la
fortaleza, aunque bajo ciertos aspectos puede decirse que la templanza
es superior no sólo a la fortaleza, sino incluso a la
justicia.