Artículo 1:
¿Existe una sola forma de vida religiosa?
lat
Objeciones por las que parece que sólo existe una forma de vida
religiosa.
1. En aquello que se posee de un modo total y perfecto no puede haber
diversidad. Por ello no puede haber más que un primer sumo bien, como
quedó demostrado en la
Primera Parte (
q.11 a.3). Pero, como
dice San Gregorio en
Super Ez., cuando se ofrece
todo lo que se posee, toda la propia vida y todo cuanto se ama, al
Dios omnipotente, a esto lo llamamos holocausto, y se dice que sin
él no puede existir vida religiosa. Luego parece que no hay muchas
formas de vida religiosa, sino una sola.
2. Las cosas que coinciden en lo esencial no se distinguen
sino accidentalmente. Ahora bien: no hay vida religiosa sin los votos
esenciales a la misma, como dijimos antes (
q.186 a.6.7). Luego parece
que las formas de vida religiosa no se distinguen esencialmente, sino
sólo accidentalmente.
3. El estado de perfección conviene tanto a los religiosos
como a los obispos, tal como ya se dijo (
q.184 a.5). Pero no existen
varias clases de episcopado, sino que es una sola en todas partes. Por
eso dice San Jerónimo en
Ad Evandrum Episcopum:
Dondequiera que haya un obispo, sea en Roma o en Eugerbio, en
Constantinopla o en Rhegio, tiene la misma dignidad y el mismo
sacerdocio. Luego, por paralelismo, hay una sola forma de vida
religiosa.
4. La Iglesia debe suprimir todo lo que pueda llevar a
confusión. Pero la diversidad de formas de vida religiosa parece que
puede llevar a la confusión al pueblo cristiano, como dice una Decretal, la que trata De Statu Monachorum et Canonicorum
Regularium. Luego parece que no deben existir
diversas formas de vida religiosa.
Contra esto: está el hecho de que en el salmo 44,10.15 se describe como
adorno propio de la reina el estar vestida de variedad.
Respondo: Como queda claro por lo ya expuesto
(
q.186 a.7;
q.187 a.2), el estado religioso es un ejercicio ordenado a
conducir a quien lo abraza a la perfección de la caridad. Ahora bien:
son diversas las obras de caridad a las que el hombre puede dedicarse,
como son también diversos los modos de ejercitarse. Por ello, las
formas de vida religiosa pueden distinguirse bajo dos aspectos. En
primer lugar, por la diversidad de los fines a los que se ordena. Así,
uno puede ordenarse a dar hospedaje a los peregrinos y otro a visitar
y redimir a los cautivos. En segundo lugar, la diversidad de formas de
vida religiosa puede ser debida a la diversidad de ejercicios. En una,
por ejemplo, se castiga al cuerpo mediante la privación de alimento;
en otra mediante la práctica del trabajo manual; en otra mediante la
desnudez, etc. Pero, dado que
el fin es lo principal en todo,
es mayor la diversidad de formas de vida religiosa
derivada de los diversos fines a los que se ordenan
que la originada por los distintos ejercicios.
A las objeciones:
1. Es común a todas las órdenes
religiosas la obligación de entregarse enteramente al servicio divino.
Luego este aspecto no da lugar a distintas órdenes, de modo que en una
se retenga para sí una parte y en otra religión otra parte. Pero se da
diversidad por razón de los distintos modos como el hombre puede
servir a Dios; y, según esos modos, el hombre puede disponerse a ellos
en formas distintas.
2. Los tres votos esenciales a la
vida religiosa pertenecen a la práctica de la religión como elementos
principales a los que se reducen todos los demás, según dijimos antes
(
q.186 a.7 ad 2). Pero cada uno puede prepararse de distintos modos
para el cumplimiento de cada uno de ellos. Por ejemplo, para cumplir
el voto de castidad hay quienes escogen un lugar solitario, otros la
abstinencia, otros la vida común, etc. Queda claro, según esto, que la
unidad de los votos esenciales es compatible con la diversidad de
formas de vida religiosa, sea por razón de las diversas disposiciones,
sea también por los diversos fines, como ya quedó demostrado
(In
corp.).
3. En las cosas tocantes a la
perfección, el obispo es elemento activo, mientras que los religiosos
son elementos pasivos, según dijimos antes (
q.184 a.7). Ahora bien: el
agente, incluso en el orden natural, cuanto más excelente es, tanto
más tiende a la unidad, mientras que los elementos pasivos son
múltiples. Por eso es lógico que haya un solo estado episcopal y
distintos modos de vida religiosa.
4. La confusión se opone a la
distinción y al orden. Por eso la diversidad de formas religiosas
produciría confusión si las diversas formas se ordenaran al mismo fin,
y a través de los mismos medios, sin utilidad ni necesidad. Por eso,
para evitar que suceda esto, está mandado que no se funde una nueva
Orden sin la autorización del Sumo Pontífice.
Artículo 2:
¿Es preciso fundar alguna Orden dedicada a las obras de vida
activa?
lat
Objeciones por las que parece que no debe fundarse ninguna Orden
dedicada a obras de vida activa.
1. Toda Orden religiosa pertenece al estado de perfección, como ya
quedó demostrado (
q.184 a.5;
q.186 a.1). Pero la perfección del estado
religioso consiste en la contemplación de las verdades divinas, pues
dice San Dionisio, en VI
Eccles. Hierarch., que
son llamadas así por el puro culto y servicio a Dios y por la vida
indivisible y singular que los une en las indivisibles y santas
circunvoluciones, es decir, contemplaciones,
en orden a una
unidad deiforme y a una perfección grata a Dios. Por tanto, parece
que no debe fundarse ninguna Orden religiosa que se dedique a obras de
vida activa.
2. Parece que ha de decirse lo mismo de los monjes y de los
canónigos regulares, como aparece en una Decretal, De Postulando,
Ex parte (4). Y en De Statu Monach., Quod Dei Timorem, se dice que los canónigos no son considerados
como separados de la sociedad de los santos monjes. Lo mismo vale
para los demás religiosos. Ahora bien: la vida monástica se instituyó
para la vida contemplativa. De ahí que San Jerónimo diga en Ad
Paulinum: Si quieres ser lo que te llamas,
«monje», es decir, «solo», ¿qué haces en las ciudades? Y lo mismo
dice la Decretal De Renunt. Nisi cum pridem,
y de Regularibus, Licet quibusdam. Luego parece
que toda Orden religiosa está ordenada a la contemplación y ninguna a
la vida activa.
3. La vida activa es propia del siglo. Pero se considera
que todos los religiosos abandonan el siglo, y por eso dice San
Gregorio en Super Ez.: El que abandona el
presente siglo y hace el bien que puede, ofrece un sacrificio en el
desierto, como si ya hubiera dejado Egipto. Luego parece que
ninguna Orden religiosa puede dedicarse a la vida activa.
Contra esto: está el hecho de que en Sant 1,27 se dice: La religión
pura e inmaculada ante Dios Padre es visitar a los huérfanos y a las
viudas en sus tribulaciones. Luego una Orden religiosa puede, lícitamente, dedicarse a la vida activa.
Respondo: Como expusimos antes (
q.187 a.2), el
estado religioso tiene como fin la perfección de la caridad, que
comprende el amor a Dios y al prójimo. Ahora bien: al amor de Dios se
ordena directamente la vida contemplativa, que se propone dedicarse
sólo a Dios, mientras que del amor al prójimo se ocupa la vida activa,
que ayuda al prójimo en sus necesidades. Y así como la caridad hace
que se ame al prójimo por Dios, así también la ayuda prestada al
prójimo es servicio hecho a Dios, según se dice en Mt 25,40:
Lo
que hicisteis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo
hicisteis. De ahí que esos servicios hechos al prójimo, en cuanto
que dicen relación a Dios, se llamen sacrificios, conforme a lo que se
dice en Heb 13,16:
De la beneficencia y de la mutua asistencia no
os olvidéis, que en tales sacrificios se complace Dios. Y puesto
que es propio de la religión ofrecer sacrificios a Dios, como ya
dijimos (
q.81 a.1 ad 1;
q.85 a.3), sigúese que pueden algunas órdenes
dedicarse a obras de vida activa. Por eso, en las
Colaciones de
los Padres, el abad Nesteros dice, distinguiendo
los diversos fines de las órdenes:
Algunos fijan su deseo en la
soledad del desierto y en la pureza de corazón; otros se dedican a
instruir a los hermanos y a cuidar de los monasterios, mientras que
otros encuentran su deleite en la hospitalidad.
A las objeciones:
1. El culto y servicio divino se cumple también en las obras de vida activa,
mediante las cuales se sirve al prójimo por Dios, como dijimos antes (In corp.). También queda a salvo la vida retirada, no
en cuanto que el hombre no hable con sus semejantes, sino en cuanto
que se entrega especialmente a todo lo tocante al servicio divino, y
cuando los religiosos se entregan a las obras de vida activa por Dios
es claro que su acción brota de la contemplación de lo divino. Por
consiguiente, no queda totalmente privado del fruto de la vida
contemplativa.
2. La condición es la misma para
los monjes y para todos los otros religiosos, en cuanto a lo que es
común a toda vida religiosa, a saber: el dedicarse totalmente al culto
divino, guardar los votos esenciales a la vida religiosa y abstenerse
de negocios seculares. Pero no conviene que haya semejanza en cuanto a
otros elementos de la profesión monástica que se ordenan especialmente
a la vida contemplativa. Por eso la Decretal citada, De
Postulando, no dice simplemente que haya que
aplicar a los canónigos regulares la misma norma que a los monjes,
sino en lo que se refiere a las cosas de las que ha hablado, a
saber: que no deben ejercer el oficio de abogado en las causas
judiciales. En cuanto a la segunda Decretal citada después, De Statu Monachorum, tras haber dicho que los canónigos regulares no se consideran como algo distinto de la
sociedad de los monjes, se añade en ella: Sin embargo, se rigen
por una regla más libre. De donde se deduce que no están obligados
a todas las cosas que deben observar los monjes.
3. Se puede estar en el siglo de
dos modos: mediante presencia corporal y con afecto del espíritu. Por
eso el Señor dijo a sus discípulos: Yo os elegí del mundo (Jn
15,19). Pero cuando habla de ellos con el Padre dice: Estos están
en el mundo y yo voy a ti. Por consiguiente, aunque los religiosos
que realizan obras de vida activa estén corporalmente en el mundo, no
lo están con el afecto de su espíritu, porque se ocupan de las cosas
externas no como buscando algo en éste, sino sólo por el servicio de
Dios, puesto que usan de este mundo como si no lo usaran, como
se dice en 1 Cor 7,13. Por eso en Santiago, después de decir que
una religión pura y sin mancha es visitar a los huérfanos y a las
viudas en su tribulación, se añade (Sant 1,27): Y conservarse
sin mancha en este mundo, es decir, no poner el afecto en las
cosas de este mundo.
Artículo 3:
¿Puede alguna Orden religiosa tener por objeto la vida
militar?
lat
Objeciones por las que parece que ninguna Orden puede tener por
finalidad la vida militar.
1. Toda Orden religiosa tiene como meta el estado de perfección. Pero
es propio de la vida cristiana lo que el Señor dice en Mt 5,39: Yo
os digo: no resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilla
derecha, dale también la otra. Ahora bien: todo esto está
en contraposición con la vida militar. Luego ninguna
Orden religiosa puede ser fundada para dedicarse a la vida
militar.
2. La lucha corporal es más grave que los litigios verbales
que tienen lugar en la abogacía. Pero a los religiosos les está
prohibido ejercer el oficio de abogados, como aparece claramente en la
Decretal De Postulando, citada antes (
a.2 obj.2). Luego parece que mucho menos se podrá fundar una Orden
religiosa para dedicarse a la vida militar.
3. El estado religioso es un estado de penitencia, como ya
dijimos (
q.186 a.1 ad 4;
q.187 a.6). Ahora bien: el derecho prohibe a
los penitentes la vida militar, puesto que en la
Decretal De
Poenit. dist.V se dice:
Es totalmente contrario
a la norma de la Iglesia el volver a la milicia secular después de
practicar la penitencia. Luego no se puede fundar ninguna Orden
para la vida militar.
4. Ninguna Orden religiosa puede ser fundada para algo
injusto. Pero, como dice San Isidoro en Etymol., es justa la guerra que el emperador declara. Por
consiguiente, siendo los religiosos personas privadas, parece que no
les está permitido hacer la guerra, y por ello no puede fundarse una
Orden religiosa para esto.
Contra esto: está el hecho de que San Agustín dice en Ad
Bonifacium: No creas que no puede agradar a
Dios quien sirve en las armas. Entre ellos estaba el santo David, a
quien Dios rindió un homenaje tan bello. Ahora bien: las órdenes
religiosas han sido fundadas para que los hombres agraden a Dios.
Luego no hay ningún inconveniente en que se funde una Orden religiosa
dedicada a la vida militar.
Respondo: Como ya observamos antes (
a.2),
puede fundarse una Orden religiosa no sólo para las obras propias de
la vida contemplativa, sino también para las de vida activa en lo que
llevan consigo de ayuda al prójimo y servicio a Dios, no en lo que se
refiere a negocios mundanos. En cuanto al oficio militar, puede ir
ordenado a la ayuda al prójimo no sólo en orden a las personas
privadas, sino también para defensa de todo el estado. Por eso se dice
de Judas Macabeo, en 1 Mac 3,2-3, que
combatía con alegría en las
batallas de Israel y aumentó la gloría de su pueblo. Puede también
ordenarse a la conservación del culto divino. Y por ello se añade, en
el mismo pasaje (v.21), que Judas dijo:
Luchamos por nuestras
vidas y por nuestras leyes. Y más adelante, en 13,3, dice Simón:
Ya sabéis lo que yo, mis hermanos y la casa de mi padre hemos
luchado por nuestras leyes y por el santuario. Por consiguiente,
puede fundarse lícitamente una Orden religiosa que se dedique a la
vida militar, no con una finalidad temporal, sino para defensa del
culto divino, del bien público o incluso de los pobres y oprimidos,
según se dice en el salmo 81,4:
Salvad al pobre, librad al
indigente de las manos del pecador.
A las objeciones:
1. Existen dos maneras de no
oponer resistencia al mal. En primer lugar, perdonando la injuria
personal, y puede ser necesaria para la perfección cuando lo exige el
bien de los demás. En segundo lugar, tolerando pacientemente las
injurias de los demás, y esto es imperfección o incluso vicio,
supuesto que se pueda resistir debidamente al que comete injusticia.
Por eso dice San Ambrosio en De Offic.: Es
totalmente justa la fuerza que defiende a la patria contra los
bárbaros, los enfermos del país o los amigos contra los ladrones.
Del mismo modo, el Señor manda (Lc 6,30): No reclames lo que es
tuyo. Y, sin embargo, si alguno no reclama lo que es de otros
cuando debe hacerlo, peca, ya que el hombre hace bien en dar lo suyo,
pero no lo ajeno, y mucho menos debe descuidar las cosas del Señor, ya
que, como dice San Juan Crisóstomo en Super Mt., es una gran impiedad no preocuparse por las injurias contra
Dios.
2. Ejercer el oficio de abogado
por un fin temporal va contra el estado religioso, pero no el
ejercerlo con la autorización del superior, por el bien del propio
monasterio, tal como dispone la Decretal, ni
el hacerlo para defender a los pobres o a las viudas. Por ello se
dispone en las Decretales, dist. LXXXVIII: Ordena el santo Sínodo que ningún clérigo podrá en
adelante encargarse de la administración de posesiones ni mezclarse en
asuntos mundanos, a no ser para cuidar a huérfanos... Asimismo, es
contrario al estado religioso el servicio de las armas por un fin
mundano, pero no si está ordenado al servicio de Dios.
3. La milicia secular está
prohibida a los penitentes; pero la milicia como obsequio a Dios se
impone a algunos, como, por ejemplo, a los que se les manda a servir
con las armas para ayudar a Tierra Santa.
4. No se funda una Orden religiosa
ordenada a la milicia, de tal modo que los religiosos puedan hacer la
guerra por su propia autoridad, sino sólo bajo la autoridad de los
príncipes o de la Iglesia.
Artículo 4:
¿Puede fundarse una Orden religiosa ordenada a predicar o a oír
confesiones?
lat
Objeciones por las que parece que no se puede fundar una Orden
destinada a la predicación o a oír confesiones.
1. Se dice en la Decretal VII 2.1: La
vida de los monjes significa estar sujetos y ser discípulos, no
enseñar, presidir ni ser pastores de otros; y parece que esto
mismo es aplicable a los demás religiosos. Ahora bien: el predicar y
oír confesiones significa pastorear y enseñar a los demás. Por tanto,
no puede fundarse ninguna Orden con esta finalidad.
2. El fin para el cual se funda una Orden religiosa parece
que es lo más propio de la misma, según dijimos antes (
a.1). Pero los
actos que hemos mencionado no son propios de religiosos, sino más bien
de prelados. Luego no puede fundarse una religión cuyos fines sean
esos actos.
3. No parece conveniente que la autorización para predicar
y oír confesiones se dé a un número infinito de hombres. Pero el
número de los que son admitidos a la vida religiosa es ilimitado. Por
consiguiente, no parece oportuno que se funde una Orden religiosa
destinada a ejercer dichos ministerios.
4. Los fieles deben mantener a los predicadores, como se dice
en 1 Cor 9. Luego si se confía el ministerio de la predicación a una
Orden religiosa con este fin, los fieles tendrán que sustentar a un
número infinito de personas, lo cual supondría para ellos una carga
muy pesada. Por consiguiente, no debe fundarse una Orden religiosa
para desempeñar estos ministerios.
5. Más todavía: la Iglesia debe actuar tal como lo hizo Cristo. Ahora
bien: Cristo envió a predicar, primero, a los doce Apóstoles, como se
relata en Lc 9,1-2, y luego envió a setenta y dos discípulos, como se
narra en Lc 10,1. Y, como la Glosa comenta al
respecto , los obispos ocupan el lugar de los
apóstoles, y los presbíteros menores—es decir, los párrocos- el de los setenta y dos discípulos. Por tanto, fuera de los
obispos y los párrocos, no debe fundarse otra institución religiosa
destinada a predicar y oír confesiones.
Contra esto: está el hecho de que, en las Colaciones de los
Padres, el abad Nesteros, hablando de la
diversidad de familias religiosas, dice: Eligiendo algunos el
cuidado de los enfermos, dedicándose otros a la protección de los
desgraciados y oprimidos, consagrándose otros a la enseñanza o al
alivio de los pobres por la limosna, sobresalieron entre los hombres
grandes y admirables por su afecto y piedad. Por consiguiente,
igual que puede fundarse una Orden religiosa para cuidar a los
enfermos, también puede fundarse una para enseñar al pueblo mediante
la predicación y otras obras similares.
Respondo: Como ya observamos (
a.2), es
perfectamente lícito fundar una Orden religiosa ordenada a obras de
vida activa, en cuanto que se ordena a la utilidad del prójimo, al
servicio de Dios y a la conservación del culto divino. Pero se es más
útil al prójimo mediante actos que se ordenan al bien espiritual de
las almas que mediante los que tienen por objeto ayudar en una
necesidad corporal, puesto que los bienes espirituales son más
excelentes, y de ahí que, según dijimos antes (
q.32 a.3), la limosna
espiritual es mejor que la corporal. Esto es, además, un mejor
servicio a Dios,
al que ningún sacrificio es más agradable que el
celo por las almas, como dice San Gregorio en
Super
Ez.. También es más importante defender a los
fieles con armas espirituales contra los errores de
los herejes y las tentaciones de los demonios que defender al pueblo
fiel con armas corporales. Por tanto, es muy conveniente que se funde
alguna Orden religiosa dedicada a predicar y a otros ministerios
útiles a las almas.
A las objeciones:
1. El que obra por el poder que le
transmite otro, lo hace como instrumento suyo. Ahora bien: el ministro
es como un instrumento, tal como dice el Filósofo en I Polit.. Luego el que uno predique o haga otras
cosas con la autorización de los prelados no lleva consigo el dejar de
ser discípulo y estar sujeto, lo cual es propio de los
religiosos.
2. Así como se fundan algunas
órdenes religiosas para dedicarse a la vida militar, no por propia
autoridad, sino bajo la autoridad de los reyes o de la Iglesia, que la
tienen por oficio, como dijimos antes (
a.3 ad 4), también se fundan
algunas órdenes para predicar y oír confesiones, no con autoridad
propia, sino bajo la autoridad de prelados superiores e inferiores, a
los cuales compete por oficio. Así, el ayudar a los prelados en este
ministerio es propio de estas órdenes.
3. La autorización para predicar
y oír confesiones no es concedida por los prelados a tales religiosos
indistintamente, sino bajo el control de los que están al frente de
estas órdenes o según estimación del propio prelado.
4. El pueblo fiel no está obligado
en justicia a proveer al sustento más que a los prelados ordinarios,
quienes para ello reciben los diezmos y oblaciones de los fieles y las
demás rentas eclesiásticas. Pero si algunos quieren asistir gratis a
los fieles en estos ministerios, sin exigirles retribución, no por
ello les resultan una carga, puesto que los mismos fieles pueden
recompensar generosamente su trabajo mediante la ayuda temporal, que,
aunque no están obligados a darles en justicia, sí lo están por
caridad, aunque de tal modo que para otros haya desahogo y para
ellos estrechez, como se dice en 2 Cor 8,13. Pero si no se
hallaran quienes se dedicaran gratuitamente a estos ministerios, los
prelados ordinarios, si ellos mismos no fueran suficientes, tendrían
que buscar a otros para ello, manteniéndolos a sus
expensas.
5. Ocupan el lugar de los setenta
y dos discípulos no sólo los párrocos, sino todos aquellos que, siendo
inferiores a los obispos, les ayudan en su ministerio, puesto que no
está escrito que el Señor asignara a los discípulos parroquias
determinadas, sino que (Lc 10,1) los enviaba delante a todas las
ciudades y lugares a los que él mismo pensaba ir. Ahora bien: fue
necesario que, además de los prelados ordinarios, fueran designados
otros para desempeñar estos ministerios, dada la gran cantidad de
fieles y la dificultad en encontrar suficientes personas para
enviarlas a los distintos pueblos. Por la misma razón se hizo
necesario fundar órdenes que se dedicaran a la vida militar, dada la
insuficiencia de príncipes seculares para oponerse a los infieles en
algunos países.
Artículo 5:
¿Es necesario fundar una Orden dedicada al estudio?
lat
Objeciones por las que parece que no debe ser fundada una Orden
dedicada al estudio.
1. En el salmo 70 (v.15-16) se dice: Por no haber conocido las
letras, entraré en las potencias del Señor. Y la Glosa comenta: Es decir, en la virtud
cristiana. Ahora bien: la perfección de la virtud cristiana parece
ser propia, ante todo, de los religiosos. Luego no es propio de ellos
dedicarse al estudio de las letras.
2. Aquello que es principio de disensión no es propio de los
religiosos, los cuales se reúnen en la unidad de la paz. Ahora bien:
el estudio produce disensiones, y de ahí la diversidad de escuelas
aparecidas en filosofía. Y por eso San Jerónimo dice en su Epist.
ad Tit.: Antes de que, por instigación del
diablo, existiera el estudio en la religión, y se dijera en los
pueblos: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cejas... Luego parece
que no debe fundarse ninguna Orden religiosa dedicada al
estudio.
3. La profesión de la religión cristiana ha de ser
distinta de la profesión de los gentiles. Pero entre los gentiles
había algunos que se dedicaban a la filosofía, y aún
hoy muchos se llaman profesores de algunas ciencias. Por tanto, no es
propio de los religiosos el estudio de las letras.
Contra esto: está el hecho de que San Jerónimo, en su carta Ad
Paulinum, le invita a instruirse dentro del estado
monástico diciéndole: Aprendamos en la tierra la ciencia que ha de
perdurar en el cielo. Y más adelante: Todo lo
que quieras saber, me esforzaré en aprenderlo contigo.
Respondo: Como ya se expuso antes (
a.2.3), la
vida religiosa puede ordenarse a la vida activa y a la contemplativa.
Y entre las obras de la vida activa son las principales las que se
ordenan directamente a la salud de las almas, como la predicación y
otras similares. Por tanto, el estudio de las letras es propio del
estado religioso por un triple capítulo. En primer lugar, por lo que
toca a la vida contemplativa, a la cual ayuda el estudio de las letras
de dos maneras. Primera, colaborando directamente a la contemplación,
a saber: iluminando el entendimiento, puesto que la vida
contemplativa, de la que ahora tratamos, se ordena principalmente a la
contemplación de las cosas divinas, como ya dijimos (
q.180 a.4), para
la cual el hombre es ayudado por el estudio. Por eso se dice en el
salmo 1,2, en alabanza del justo, que
medita en la ley del Señor
día y noche. Y en Eclo 39,1 se dice:
El sabio investiga la
sabiduría de los antiguos y dedica sus ocios a la lectura de los
profetas. Segunda, colaborando indirectamente, apartando los
obstáculos a la contemplación, es decir, los errores, que son
frecuentes en la contemplación de las cosas divinas por parte de
aquellos que desconocen las Escrituras. Así leemos, en las
Colaciones de los Padres, que el abad Serapión,
por su simplicidad, cayó en el error de los antropomorfitas, es decir,
de aquellos que creían que Dios tiene forma humana. Por eso dice San
Gregorio en VII
Moral.:
Algunos, buscando
en la contemplación más que aquello de que son capaces, caen en
errores perversos y, descuidando el ser humildes discípulos de la
verdad, se hacen maestres de errores. A este propósito se dice en
Ecl 2,3:
Me propuse regalar mi carne con vino mientras daba mi
mente a la sabiduría, y me di a la locura.
En segundo lugar, el estudio de las letras es necesario a toda Orden
religiosa fundada para predicar y para ejercer otros ministerios
semejantes. De ahí que diga el Apóstol, en Tit 1,9, sobre el obispo,
del que es propio el ejercicio de esta función: Que se ajuste a la
doctrina de suerte que pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los
contradictores. No es objeción contra esto el hecho de que los
Apóstoles fueron enviados a predicar sin haber estudiado letras,
porque, como dice San Jerónimo en su carta Ad Paulinum, todo cuanto con el estudio y la meditación diaria de la ley suele darse lo sugería el Espíritu Santo.
En tercer lugar, el estudio de las letras es conveniente a toda Orden
religiosa en cuanto a lo que es común a todas ellas, puesto que es
útil para evitar la concupiscencia de la carne. Por eso dice San
Jerónimo, en Ad Rusticum Monachum: Ama el
estudio de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne. En
efecto, aparta al alma de pensar en la lujuria, según lo que se dice
en Eclo 31,1: La vigilia de la honradez marchita la carne.
También es útil para evitar los deseos de riqueza. De ahí que se diga
en Sab 7,8: Junto a ella me parecieron nada las riquezas. Y en
1 Mac 12,9 se dice: No hemos necesitado de ninguna de ellas,
es decir, de las ayudas externas, porque tenemos, para nuestro
consuelo, los santos libros entre las manos. Es igualmente útil
para formar en la obediencia. A este respecto dice San Agustín en De Operibus Monach.: ¿Qué perversidad es esta
de no querer acomodarse a lo que se lee, teniendo tanta afición a la
lectura?
Por tanto, es evidente que es totalmente legítimo el fundar una Orden
religiosa para el estudio de las letras.
A las objeciones:
1. La Glosa se refiere a la
ley antigua, sobre la cual dice el Apóstol en 2 Cor 3,6: La letra
mata. Por tanto, el no conocer la literatura significa no
aprobar la circuncisión material y las demás observancias
carnales.
2. El estudio se ordena a la
ciencia, la cual, sin la caridad, hincha y, por tanto, es causa
de disensiones según se dice en Prov 13,10: Entre los soberbios
siempre hay riñas. De ahí que el Apóstol, en 1 Cor 1,5, tras haber
dicho: Os habéis enriquecido en toda palabra y en toda
ciencia, añada (v.10): Sentid todos igual y no haya escisiones
entre vosotros. Pero San Jerónimo, en el texto aducido, no habla
del estudio de las letras, sino de la afición a la disputa,
que vino a la religión cristiana a través de los
herejes y los cismáticos.
3. Los filósofos profesaban el
estudio de las letras en lo tocante a las ciencias humanas. En cambio,
es propio de los religiosos entregarse al estudio de las letras sobre la doctrina que conduce a la piedad, como se dice en Tit 1,1.
No es propio de los religiosos el dedicarse a otras doctrinas, ya que
su vida se dedica al servicio divino, a no ser en cuanto se ordena a
la doctrina sagrada. Por eso dice San Agustín al final de su Musicae: Puesto que creemos que no debemos
desinteresarnos de aquellos a quienes los herejes engañan con la falsa
promesa del saber y de la ciencia, nos detenemos a estudiar sus
métodos. No podríamos hacer esto si no viéramos que otros hijos de la
Iglesia hicieron lo mismo movidos por la necesidad de refutar a los
herejes.
Artículo 6:
¿Son las órdenes dedicadas a la vida contemplativa superiores a las
entregadas a las obras de la vida activa?
lat
Objeciones por las que parece que las órdenes dedicadas a la vida
contemplativa no son superiores a las que se dedican a la vida
activa.
1. Está escrito en una Decretal, De Regularibus et Transeunt. ad
Relig., cap. Licet: De igual modo que
un bien mayor es preferido a uno menor, así la utilidad común es más
estimada que el bien particular, y en este caso se prefiere la
doctrina al silencio, la solicitud a la contemplación y el trabajo al
reposo. Ahora bien: es mejor una Orden religiosa que se ordena a
un bien mayor. Luego parece que las órdenes religiosas que se ordenan
a la vida activa son más excelentes que las que se ordenan a la vida
contemplativa.
2. Toda Orden religiosa tiene como meta la perfección de la
caridad, como dijimos antes (ad 1.2;
q.186 a.7;
q.187 a.2). Pero a
propósito de Heb 12,4:
Aún no habéis resistido hasta la
sangre, dice la
Glosa:
No hay en esta
vida ninguna perfección mayor que la que alcanzaron los mártires, los
cuales lucharon contra el pecado hasta dar su vida. Pero el luchar
hasta la muerte es propio de las órdenes religiosas fundadas para la
milicia, la cual, no obstante, pertenece a la vida activa. Luego
parece que las órdenes fundadas para esta vida activa son las más
excelentes.
3. Parece que una Orden religiosa es tanto más perfecta
cuanto más estricta. Pero puede admitirse perfectamente que algunas
órdenes cuyo fin es la vida activa sean más severas que las que se
ordenan a la vida contemplativa. Por tanto, son más
excelentes.
Contra esto: está el hecho de que el Señor, en Lc 10,42, dijo que la
mejor parte era la escogida por María, y en ella se representa la
vida contemplativa.
Respondo: Como vimos antes (
a.1), la
diferencia entre una Orden religiosa y otra se toma principalmente del
fin, y de un modo secundario de los ejercicios que realizan en orden a
él. Y puesto que no puede decirse si una cosa es mejor que otra sino
por aquello en lo que se distinguen, de ahí que la excelencia de una
Orden religiosa se tome principalmente del fin de la misma y
secundariamente de las prácticas destinadas a conseguirlo. Ahora bien:
hay diversos criterios para compararlas tanto por parte del fin como
de los ejercicios, ya que la comparación atendiendo al fin es
absoluta, mientras que la comparación partiendo de las prácticas
destinadas a conseguir el fin es relativa, dado que estas prácticas no
se buscan por sí mismas sino en orden al fin. Por eso se considera más
excelente la Orden religiosa que se ordena a un fin absolutamente
mejor, ya sea porque se trata de un bien más excelente o ya porque se
ordena a más bienes. Pero, si el fin es el mismo, se mide
secundariamente la superioridad de una Orden no por la cantidad de
prácticas, sino por la adecuación de las mismas al fin buscado. Por
eso, en las
Colaciones de los Padres, se habla
de la opinión de San Antonio, quien prefirió la discreción, gracias a
la cual se moderan todas las cosas, a los ayunos, vigilias y otras
observancias.
Por consiguiente, hay que decir que las obras de la vida activa son
de doble clase. Unas se derivan de la plenitud de la contemplación,
como son la enseñanza y la predicación. Por eso dice San Gregorio, en
V Homil. Super Ez., que de los hombres
perfectos se dice, cuando vuelven de su contemplación:
Les subirá a la boca el recuerdo de tu suavidad. Y esto es más
apreciado que la simple contemplación, puesto que, así como es más
perfecto iluminar que lucir, así es más perfecto el comunicar a otros
lo contemplado que contemplar exclusivamente. Pero la vida activa
tiene otra clase de obras, que consisten totalmente en la actividad
externa, como dar limosna, recibir huéspedes, etc. Estas son menos
importantes que las obras de contemplación, a no ser en caso de
necesidad, como dijimos antes (q.182 a.1).
Por consiguiente, entre las órdenes religiosas ocupan el primer
puesto las que se dedican a la enseñanza y a la predicación. Estas se
hallan muy próximas a la perfección de los obispos, al igual que, en
los demás órdenes de cosas, lo ínfimo de un orden superior se
continúa en lo que es supremo de un orden secundario, como dice
Dionisio en VII De Div. Nom.. Les siguen en
importancia las que se ordenan a la contemplación, y en tercer lugar
están las que se dedican a obras externas.
Ahora bien: en cada uno de estos grados puede tenerse en cuenta la
superioridad en cuanto que una Orden tiene como fin un acto más
excelente en el mismo género. Así, entre las obras de una Orden
activa, es mejor redimir cautivos que recibir huéspedes, y dentro de
las obras de una Orden contemplativa es más excelente la oración que
la lectura. Puede considerarse también la superioridad en cuanto que
una se ordene a más acciones que otra o tenga medios más aptos para
lograr su fin.
A las objeciones:
1. La Decretal citada habla
de la vida activa en cuanto que se ordena a la salvación de las
almas.
2. Las órdenes militares se
ordenan más directamente a derramar la sangre de enemigos que la de
sus miembros, siendo lo segundo más propio de los mártires. Pero puede
admitirse que, en algún caso, sus religiosos consiguen la gloria del
martirio y son, en esto, superiores a otros religiosos, del mismo modo
que, a veces, las obras de la vida activa son preferidas a la
contemplación.
3. El rigor de las observancias
no es el factor principal en una Orden, como observa San
Antonio. A este respecto, leemos en Is 58,5: ¿Acaso el ayuno que yo pido es mortificarse todo el día? Sin
embargo, en el estado religioso se considera como necesario para la
mortificación de la carne, ya que si ésta se lleva a cabo sin
moderación, conlleva el peligro de arruinar las fuerzas, como hace
notar San Antonio. Por lo tanto, no es mejor una Orden
por el hecho de tener observancias más rigurosas, sino por el hecho de
que sus observancias se ordenan más moderadamente al fin de la
religión misma, del mismo modo que la mortificación de la carne se
ordena más eficazmente a la castidad mediante la abstinencia de comida
y bebida, es decir, mediante el hambre y la sed, que mediante la
mortificación en el vestido, es decir, el frío y la desnudez, y más
eficazmente que el trabajo corporal.
Artículo 7:
¿Es la posesión de bienes en común un inconveniente para la
perfección de la vida religiosa?
lat
Objeciones por las que parece que poseer algo en común es un
inconveniente para la perfección de la vida religiosa.
1. Dice el Señor en Mt 19,21: Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes y dalo a los pobres. De donde se deduce que el estar
libre de riquezas mundanas es parte de la perfección de la vida
cristiana. Ahora bien: quienes poseen algo en común no carecen de
riquezas humanas. Luego parece que no alcanzan la perfección de la
vida cristiana.
2. Aún mas: la perfección de los consejos evangélicos exige que el
hombre esté libre de preocupaciones humanas. Por eso el Apóstol, en 1
Cor 7,32, al dar un consejo sobre la virginidad, dice: Quiero que
estéis libres de preocupaciones. Pero es parte de las
preocupaciones de esta vida el reservarse algo para el futuro, siendo
así que el Señor prohibe a sus discípulos el tener dichas
preocupaciones al decirles en Mt 6,34: No os preocupéis por el
mañana. Por consiguiente, parece que el tener algo en común
disminuye la perfección de la vida cristiana.
3. Las riquezas comunes pertenecen, a veces, de alguna
manera, a los miembros particulares de la comunidad.
Por eso San Jerónimo, en Ad Heliodorum Episcopum, dice de algunos: Son más ricos ahora que son monjes que cuando vivían en el siglo; poseen, estando sometidos a Cristo pobre, bienes que no tenían cuando servían al diablo rico. Ahora bien: el tener riquezas particulares es contrario a la perfección religiosa. Luego también se opone a dicha perfección el tener algo en común.
4. Cuenta San Gregorio, en III Dialog., de un santo varón llamado Isaac que, suplicándole humildemente sus discípulos que aceptara, para uso del monasterio, posesiones que se le ofrecían, él, celoso por guardar su pobreza, les dijo: «El monje que busca posesiones en este mundo no es verdadero monje». Esto se refiere a las posesiones en común, que se le ofrecían para el uso común del monasterio. Luego parece que tener algo en común va contra la perfección del estado religioso.
5. El Señor, al recomendar a los discípulos la perfección
religiosa, en Mt 10,9-10 les dice: No llevéis oro ni plata ni
dinero en vuestras alforjas, ni alforja para el camino. Con estas
palabras, como dice San Jerónimo, condena a los
filósofos llamados vulgarmente bactroperitas porque, teniéndose por
despreciadores del mundo y considerando todas las cosas como nada,
llevaban consigo su bolsa. Por consiguiente, parece que reservarse
algo, sea en privado o en común, disminuye la perfección de la vida
religiosa.
Contra esto: está el hecho de que Próspero dice en De vita
contemplat., recogido en la Decretal 12
q.1: Es evidente la necesidad de abandonar los
bienes personales en bien de la perfección; pero ésta es compatible
con la posesión de bienes de la Iglesia, que son ciertamente bienes
comunes.
Respondo: Como ya expusimos (
q.184 a.3 ad 1;
q.185 a.6 ad 1), la perfección no consiste esencialmente en la
pobreza, sino en seguir a Cristo, según lo que dice San Jerónimo en
Super Mt.:
Dado que no es suficiente con
dejar todo, Pedro añadió lo que es perfecto, a saber:
Te hemos
seguido. Ahora bien: la pobreza es una especie de instrumento o
ejercicio para llegar a la perfección. Por eso dice el abad Moisés, en
las
Colaciones de los Padres:
Los ayunos,
vigilias, meditación de las Escrituras, desnudez privación de todas
las posesiones, no son la perfección, sino instrumentos de la
misma.
Ahora bien: la privación de toda posesión, o pobreza, es un
instrumento de la perfección en cuanto que el estar libre de riquezas
lleva consigo la supresión de algunos obstáculos para la caridad.
Estos son principalmente tres. El primero es la preocupación que
llevan consigo las riquezas. Por ello dice el Señor en Mt 13,22: El grano que cayó entre espinas significa que ha oído la palabra, pero
la preocupación del siglo y la seducción de las riquezas la
ahogan. El segundo es el amor a las riquezas, el cual se
incrementa con la posesión de las mismas. A este propósito dice San
Jerónimo en Super Mt., que, puesto que es
muy dificil despreciar las riquezas ya poseídas, el Señor no dijo, en
Mt 19,23, «es imposible», sino «difícil», que un rico entre en el
reino de los cielos. El tercero es la vanagloria o el orgullo que
las riquezas producen, conforme se dice en el salmo 48,7: Los que
confian en su poder y se glorían de la multitud de sus
riquezas.
De estos tres obstáculos, el primero no puede separarse totalmente de
las riquezas, sean éstas grandes o pequeñas, ya que el hombre ha de
estar necesariamente sometido a alguna preocupación por adquirir o por
conservar las cosas externas. Pero si éstas se buscan o se tienen sólo
en una pequeña cantidad, la suficiente para asegurar la subsistencia,
tal preocupación no llega a ser un gran obstáculo para el hombre ni se
opone a la perfección de la vida cristiana, ya que el Señor no condena
esta preocupación, sino la superflua o nociva. Por eso, al comentar el
pasaje de Mt 6,25: No os preocupéis por vuestra vida, qué
comeréis..., dice San Agustín en De Serm. Dom. in
Monte: No prohibe, al decir esto, procurar lo
necesario, sino el procurarlo como si no hubiera más cosas, y manda
hacer todo lo que la doctrina del evangelio ordena en torno a
ello. Pero la posesión de abundantes riquezas lleva consigo mayor
preocupación, que distrae en gran manera al espíritu humano y le
impide dedicarse enteramente al servicio de Dios. Los otros dos, el
amor a las riquezas y el orgullo o vanagloria por las riquezas, sólo
se producen cuando éstas son numerosas.
No obstante, hay gran diferencia entre poseer riquezas abundantes o
moderadas, privadamente o en común. En efecto, la
preocupación por las propias riquezas nace del amor que cada uno se
tiene a sí mismo, mientras que la solicitud por las cosas comunes es
propia del amor de caridad, que no busca el interés
particular, sino que se preocupa del bien común. Y puesto que el
estado religioso tiene como fin la perfección de la caridad, a la cual
perfecciona el amor de Dios hasta despreciarse a sí mismo, el
tener algo privadamente se opone a la perfección del estado religioso.
Pero el cuidado por los bienes comunes puede ser propio de la caridad,
aun cuando pueda ser un obstáculo para otro acto de caridad más
excelente, como pueden ser la contemplación divina o la instrucción
del prójimo.
De donde se sigue que el tener muchas riquezas en común, sean bienes
muebles o inmuebles, es un obstáculo para la perfección, aunque no la
impida totalmente. Pero el tener en común cosas externas, sean éstas
muebles o inmuebles, en cantidad suficiente para mantenerse, no impide
la perfección del estado religioso, si se considera la pobreza en
relación con el fin común de las órdenes religiosas, que es el
dedicarse al servicio divino.
Pero si se considera la pobreza en relación con los fines
particulares de las órdenes, ha de ser proporcionada a ellos, en cuyo
caso la pobreza puede ser más o menos adecuada al estado religioso, y
cada Orden será más perfecta en relación con la pobreza cuanto más
proporción exista entre ésta y el fin que intenta conseguir, pues es
evidente que, para las obras corporales de la vida activa, el hombre
necesita gran cantidad de cosas externas, mientras que se precisan
pocas para la vida contemplativa. Por ello dice el Filósofo, en X Ethic.: Para la acción se necesitan muchas
cosas, y tantas más cuanto más extensa y mejor es esa acción, mientras
que el que se dedica a la especulación no necesita de todas las cosas
precisas para la acción, sino únicamente de lo estrictamente
necesario, y todo lo demás es un estorbo para la especulación,
Queda claro, con esto, que las órdenes religiosas que se ordenan a las
acciones corporales de la vida activa, tales como el ejercicio de las
armas o la práctica de la hospitalidad, serían imperfectas si no
tuvieran las riquezas corrientes. En cambio, las órdenes que se
dedican a la vida contemplativa serán tanto más perfectas cuanto menor
preocupación por las cosas temporales les produce su pobreza. Y la
solicitud por lo temporal es para la religión un obstáculo tanto mayor
cuanto mayor es la preocupación por las cosas espirituales requerida
en ella. Ahora bien: es evidente que precisa una mayor preocupación
por las cosas espirituales una Orden fundada para la contemplación y
para transmitir a otros lo contemplado mediante la enseñanza y la
predicación que aquella que fue fundada únicamente para la
contemplación. Por tanto, dicha Orden debe observar una pobreza tal
que exija una mínima preocupación.
Pero es claro que la conservación de las cosas necesarias para el
uso, reunidas a su tiempo, exige unas preocupaciones mínimas. Por
tanto, a los tres grados de órdenes dados antes corresponde un triple
grado de pobreza. En efecto, a las órdenes que se dedican a acciones
corporales de vida activa les corresponde tener abundantes riquezas en
común. Por su parte, las órdenes que se dedican a la contemplación
conviene que tengan posesiones moderadas, a no ser que sea preciso
también que los religiosos pertenecientes a ellas, bien sea por sí
mismos o por medio de otros, tengan que dedicarse a la hospitalidad o
a la ayuda a los pobres. Finalmente, las órdenes que se dedican a
transmitir a otros lo contemplado han de llevar una vida sumamente
libre de preocupaciones externas, lo cual se hace posible reduciéndose
a conservar las pocas cosas necesarias para la subsistencia y
adquiridas a su tiempo.
Esto es lo que el Señor, iniciador de la pobreza, enseñó con el
ejemplo, pues tenía una bolsa encomendada a Judas, en la que
guardaba lo que le ofrecían, como consta en Jn 12,6. Y no es un
obstáculo para ello lo que dice San Jerónimo en Super
Mt.: Si alguno se pregunta: ¿Por qué llevaba
Judas dinero en su bolsa?, responderemos: Porque Jesús no quiso
emplear lo que pertenecía a los pobres para su propio uso, es
decir, para pagar el tributo: porque entre los pobres estaban en
primer lugar sus discípulos, en cuyas necesidades se gastaba el dinero
de la bolsa de Cristo, puesto que en Jn 4,8 se dice que los
discípulos habían ido a la aldea a comprar comida, y en Jn 13,29
se dice que los discípulos creían que, como Judas llevaba la
bolsa, por eso le había dicho Jesús: Compra lo que necesitamos para la
fiesta, o para que diera algo a los pobres.
Por todo ello es claro que conservar el dinero, al igual que todas
las demás cosas comunes, para el mantenimiento de los religiosos de la
misma comunidad o de otros pobres cualesquiera, es algo que está de
acuerdo con la perfección que Cristo enseñó con su ejemplo. Pero,
incluso después de la Resurrección, los discípulos, de los cuales
arranca la vida religiosa, conservaban el producto de los bienes y los
distribuían a cada uno conforme a sus necesidades.
A las objeciones:
1. Como ya expusimos antes (
q.184 a.3 ad 1), de las palabras del Señor no se deduce que la pobreza sea
ella misma la perfección, sino un instrumento de la misma. Y, como
también ya demostramos (
q.186 a.8), es el menos importante de los tres
instrumentos de la perfección, porque el voto de castidad es superior
al de pobreza, y el de obediencia es superior a los dos. Y dado que no
se busca el instrumento por sí mismo, sino en orden al fin, de ahí que
una cosa no sea mejor cuanto mayor instrumento es, sino cuanto más
adecuado al fin, del mismo modo que el médico no cura tanto más cuanto
más medicina da, sino cuanto mejor proporción hay entre la medicina y
la enfermedad. Por consiguiente, no es necesario que una Orden
religiosa sea tanto más perfecta cuanto más estricta pobreza guarda,
sino cuanto más proporcionada es la pobreza al fin común y
especial.
Y aunque se diera el caso de que una Orden fuera más perfecta cuanto
más pobre, no se trataría de una perfección absoluta, porque podría
existir otra Orden que sobresaliera en la castidad y en la obediencia,
en cuyo caso sería más perfecta absolutamente hablando, puesto que
aquello que sobresale en cosas mejores es absolutamente
mejor.
2. Las palabras del Señor,
No
os preocupéis por el día de mañana, no quieren decir que no se
reserve nada para el futuro, ya que San Antonio, en las
Colaciones
de los Padres, sostiene que esto sería peligroso,
diciendo que
quienes quieren llevar la renuncia a las riquezas
hasta el extremo de no querer guardar el sustento de un día o una
moneda, pronto caerán vencidos y serán incapaces de llevar a cabo su
propósito. Y como dice San Agustín en
De Operibus
Monach., si estas palabras del Señor,
No os
preocupéis por el día de mañana, hubieran de ser interpretadas en
el sentido de una prohibición de guardar algo para el mañana,
no
podrían cumplirlas los que viven durante largo tiempo alejados de los
hombres, ocupados en una práctica intensa de la oración. Y
continúa diciendo:
¿Acaso cuanto más santos son
menos han de parecerse a las aves? Y más adelante:
Porque si se les urge a que no reserven nada para el mañana,
responderán: ¿Por qué, entonces, el Señor tuvo una bolsa en la que
echaba el dinero que recogía? ¿Por qué se envió trigo a los Santos
Padres mucho antes de que apareciera el hambre? ¿Por qué los apóstoles
proveyeron a las necesidades de los santos?
Por eso, las palabras No os preocupéis por el día de mañana
han de interpretarse, según San Jerónimo, del modo
siguiente: Nos basta con pensar en el presente, y
dejemos a Dios el futuro, que es incierto. Según San Juan
Crisóstomo, ha de entenderse así: Basta el trabajo
que te impones por lo necesario; no trabajes, además, por lo
superfluo. Por su parte, San Agustín cree que debe entenderse
así: Cuando hagamos algún bien, no pensemos en el
mañana, es decir, en el interés temporal, sino en los bienes
eternos.
3. Las palabras de San Jerónimo
tienen validez allí donde hay riquezas abundantes que se consideran
como propias o cuando el abuso de ellas lleva a los religiosos al
orgullo o a faltas contra la templanza. Pero no tienen aplicación en
el caso de riquezas moderadas que se conservan en común únicamente
para el sustento necesario a todos, pues las mismas razones que
justifican el uso particular de las cosas necesarias para la vida
justifican el que éstas se conserven para el uso común.
4. Isaac se resistía a recibir
posesiones por temor a que se llegara a riquezas superfluas, el abuso
de las cuales llevara consigo un obstáculo para la perfección de la
vida religiosa. De ahí que el mismo San Gregorio añada en el mismo
pasaje: Tenía miedo a perder la pobreza de su
seguridad, del mismo modo que los ricos avarientos suelen guardar las
riquezas perecederas. Pero no se dice que se resistiera a recibir
algunos bienes necesarios que hubieran de guardarse en
común para el sustento común.
5. El Filósofo, en I
Polit., dice que algunas sustancias, como el pan y el
vino, son riquezas naturales, mientras que el dinero es una riqueza
artificial. De ahí que algunos filósofos rechazaran el uso del dinero
y usaran otras cosas para vivir en conformidad con la naturaleza. Por
eso San Jerónimo, en el mismo pasaje, dice que es lo
mismo tener dinero que tener las demás cosas necesarias, basándose en
la frase del Señor, que condena tanto uno como las otras. Y, sin
embargo, aunque el Señor mandó que no los llevaran para el camino
aquellos que eran enviados a predicar, no prohibió tenerlos en
común.
En cuanto al modo de entender las palabras del Señor, ya hablamos de
ello antes (q.185 a.6 ad 2; 1-2 a.108 a.2 ad 3).
Artículo 8:
¿Es más perfecta la vida religiosa en comunidad que la vida
solitaria?
lat
Objeciones por las que parece que la vida religiosa en comunidad es
más perfecta que la vida solitaria.
1. Se dice en Ecl 4,9: Más valen dos que uno solo, porque logran
mejor fruto de su trabajo. Luego parece que la vida religiosa en
comunidad es más perfecta.
2. Leemos en Mt 18,20: Donde estuvieren dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ahora
bien: no puede haber nada mejor que la compañía de Cristo. Por tanto,
parece que vivir en comunidad es mejor que llevar una vida
solitaria.
3. El voto de obediencia es el principal de los tres votos
religiosos, y la humildad es sumamente agradable a Dios. Pero tanto la
obediencia como la humildad se guardan mejor viviendo en comunidad que
viviendo solo, puesto que San Jerónimo dice en su carta Ad
Rusticum Monachum: En la soledad es fácil que
aparezca el orgullo, porque se duerme cuando se quiere y se hace lo
que se quiere. Por el contrario, él mismo asigna el programa a los
que viven en comunidad, diciéndoles: No hagas lo
que quieras; come lo que te manden, conténtate con lo que te den,
obedece a quien no quieres, sirve a los hermanos, respeta al superior
del monasterio y ámalo como a un padre. Parece, pues, que la vida
religiosa de los que viven en comunidad es más perfecta que la de los
que viven solos.
4. El Señor dice en Lc 11,33: Nadie enciende una luz para
ocultarla o para ponerla bajo un celemín. Pero quienes viven solos
parece que están ocultos, sin aportar ninguna utilidad a los hombres.
Por tanto, parece que su vida religiosa no es la más
perfecta.
5. Más incluso: no parece ser propio de la perfección aquello que va
contra la naturaleza del hombre. Ahora bien: el hombre es por
naturaleza un animal social, como dice el Filósofo en I Polit.. Por consiguiente, parece que llevar una
vida solitaria no es más perfecto que vivir en comunidad.
Contra esto: está el hecho de que San Agustín, en De Operibus
Monach., dice que son más santos aquellos que
viven lejos de los hombres, no permitiendo que nadie se les acerque y
entregándose a la oración.
Respondo: La soledad, igual que la pobreza, no
es la esencia de la perfección, sino un instrumento de la misma. Por
eso, en las
Colaciones de los Padres, el abad
Moisés dice que
ha de buscarse la soledad para conseguir la pureza
de corazón, de igual modo que el ayuno y otras prácticas. Ahora
bien: es claro que la soledad no es un instrumento adecuado para la
acción, sino para la contemplación, conforme a lo que se dice en Os
2,14:
La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón. Por eso
no es conveniente para las órdenes dedicadas a obras de vida activa, a
no ser temporalmente, a ejemplo de Cristo, el cual, como leemos en Lc
6,12,
fue al monte a orar y pasaba la noche en oración. En
cambio, es apta para las órdenes que se dedican a la
contemplación.
Sin embargo, ha de recordarse que lo que es solitario ha de ser
suficiente por sí mismo, lo cual se cumple en aquello a lo que no
falta nada, que es la definición del ser perfecto. Por eso la
soledad conviene al contemplativo que ya llegó a la perfección, lo
cual puede conseguirse de dos maneras. En primer lugar, por solo don
de Dios, como fue el caso de Juan el Bautista, quien fue lleno del
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre y, por ello, vivía
en desierto desde su niñez, como se dice en Lc
1,15-80. En segundo lugar, mediante el ejercicio de actos virtuosos,
conforme a lo que leemos en Heb 5,14: El manjar sólido es para los
perfectos, los que en virtud de la costumbre tienen los sentidos
ejercitados en discernir lo bueno de lo malo. Ahora bien: para
este ejercicio puede recibir el hombre una doble ayuda. Primero, en el
entendimiento, para ser instruido en aquellas cosas que son objeto de
la contemplación, para lo cual San Jerónimo dice en Ad Rusticum
Monachum: Me agrada que tengas una santa
compañía y que no te enseñes a ti mismo. En segundo lugar, en su
voluntad, para que los malos afectos del hombre se vean reprimidos por
el ejemplo y la corrección de los otros, ya que, como dice San
Gregorio en XXX Moral., al comentar el pasaje
de Job 39,6: al que por casa di el desierto, ¿Para qué vale la
soledad del cuerpo si falta la del corazón? Por eso es necesaria
la vida en sociedad para ejercitarse en la perfección, mientras que la
soledad va mejor a los perfectos. Al respecto dice San Jerónimo en Ad Rusticum Monachum: Practicamos muy poco la
vida solitaria, a la cual alabaremos siempre, pero queremos que del
ejercicio de los monasterios salgan soldados formados que no se
asusten ante los primeros ataques, porque ya han realizado las
primeras experiencias de su modo de vivir.
Por consiguiente, en la misma proporción en que lo perfecto supera a
lo que está ejercitándose en la perfección, supera la vida solitaria,
debidamente asumida, a la vida social. Pero si se abraza dicha vida
sin un previo ejercicio, resulta sumamente peligrosa, a no ser que la
gracia divina supla lo que los otros adquieren por el ejercicio, como
ocurrió en San Antonio y San Benito.
A las objeciones:
1. Salomón dice que es mejor ser
dos que uno por el apoyo que uno presta al otro, bien sea ayudándose, animándose o enardeciéndose espiritualmente.
Pero quienes han alcanzado la perfección ya no necesitan de tal
ayuda.
2. Como leemos en 1 Jn 4,16, el que permanece en la caridad, permanece en Dios, y Dios en él.
Por tanto, así como Cristo está en medio de aquellos que se reúnen
mediante el amor al prójimo, así también habita en el corazón
de aquel que se dedica a la contemplación mediante el amor de
Dios.
3. La obediencia actual es
necesaria para aquellos que necesitan ejercitarse en la perfección
bajo la dirección de otro. Pero los que ya son perfectos son
guiados por el Espíritu de Dios de un modo suficiente, sin
necesitar realizar el acto de obediencia. Sin embargo, tienen su ánimo
siempre dispuesto para ella.
4. Como afirma San Agustín en XIX
De Civ. Dei, a nadie se le impide el dedicarse a
la verdad, que es un laudable reposo. Pero el que uno
sea
colocado sobre el candelabro no depende de él, sino de sus
superiores.
Si no se nos impone esa carga, como añade San
Agustín en el mismo pasaje,
hemos de consagrarnos a contemplar la
verdad, para la cual es muy útil la soledad.
Sin embargo, los que viven solos son muy útiles al género humano. De
ellos dice San Agustín en De Moribus Ecclesiae: Contentándose con el pan que se les da a las horas establecidas
y con agua viven en tierras sumamente desiertas, gozando del diálogo
con Dios, al cual se han entregado con alma pura. Sin embargo, a
algunos les parece que han dejado más cosas humanas que las
necesarias, sin apreciar cuánto nos ayudan su oración, su vida y su
ejemplo, aunque no nos es dado ver sus cuerpos.
5. El hombre puede vivir solo de
dos modos: porque no resiste la compañía de los hombres debido a la
crueldad de su ánimo, como los animales salvajes, o porque se entrega
totalmente a las cosas divinas, lo cual es superior al hombre. Por eso
dice el Filósofo, en I Polit., que el que
no se comunica con los demás es o un bruto, o un dios, es decir,
un hombre divino.